Evo Morales partió de la consigna "el poder para el pueblo" y delimitó el concepto: "el pueblo" como pueblo originario, pueblo indígena, pueblo agraviado y perseguido durante años por los criollos dominantes antes y después de la independencia de la antigua colonia española.
Para ello, recurrió a un equipo no técnico, sino popular, sus propios compañeros de sindicato ocuparon los ministerios. Su política se convirtió en una retahila de discursos populistas que, al principio, le hicieron subir como la espuma en las encuestas.
¿A quién no le gusta que le adulen?
Sólo que, de pronto, la realidad. Gravity always wins, que diría Radiohead, y después de menos de un año los ciudadanos y los trabajadores bolivianos empiezan a querer algo más. Los halagos ya se los han creído. Ahora, quieren los hechos. La respuesta de Morales al conflicto de las minas ha sido fulminante: cesar al Ministro.
Es muy injusto, él había hecho todo por pertenecer al Gabinete. Exactamente lo que se exigía: ningún conocimiento, mucha parafernalia, un precioso casco en la toma de posesión.
Nadie le avisó de que no bastaba con eso. Es como si algún día alguien le explicara a Morales que para gobernar un país hay que tomar más decisiones aparte de qué jersey te pones cada día.