lunes, agosto 31, 2009

John F. Kennedy International Airport


Despierto varias veces, sobresaltado. La cabeza apoyada contra la ventana, botando. Es un viaje con turbulencias, o ha sido un viaje con turbulencias al menos al principio, cuando salimos de Seattle y cruzamos de vuelta Idaho y Montana. Turbulencias de verdad, de las de botar en el asiento y mirarnos con cara de horror. A mi lado hay un matrimonio posiblemente coreano, su inglés es muy pobre.

A partir de ahí los despertares son más dulces. Son despertares de amanecer, pero de amanecer desde arriba, de aurora boreal y luego un poco más de sol. De las cinco de la mañana metido en un avión a mil metros. Varios despertares con distintas tonalidades: oscuro, rojo, amarillo, blanco... Nueva York está completamente cubierto de nubes pero aun así el piloto consigue aterrizar en el sitio que es y nadie aplaude porque para los americanos esto es pan de cada día.

Son las siete de la mañana y hasta las seis de la tarde no sale mi vuelo a Madrid. Hago tiempo, claro. ¿Cómo? Bueno, primero lo inevitable: espero a la maleta, la recojo, la paseo hasta la terminal que es por el AirTrain y ahí voy subiendo y bajando, de llegadas a salidas, confiando en que pronto lleguen los de Iberia y me dejen al menos facturar.

Pero no. Los de Iberia no llegan hasta las 3, así que  mientras cojo un carrito, acumulo revistas, periódicos, libros, mochilas, maletas... y me medio tumbo en unos asientos mientras la megafonía repite que no se puede fumar y que por favor no aceptemos que nadie nos lleve a casa, que nos pueden engañar. Es una mañana larguísima. De hecho, he dormido tres horas y, ya digo, de manera algo convulsa. Poco a poco van llegando las voces españolas, las voces que te hacen sentir en casa.

Y con las voces llega el recuerdo de lo que somos. Nosotros, los españoles: si hay una cola, damos un empujón y nos metemos delante, si hay que hablar de algo, se habla a gritos, si se pregunta algo, se contesta con mala cara... Y luego los niños, claro. Es 30 de agosto, domingo, y las familias abundan, con sus niños todo poderosos. Creo que no hay niños más consentidos que los niños españoles, verdaderos tiranos del espacio público y privado.

Los americanos hablaban raro, pero eran tan majos... Incluso las azafatas de Iberia se contagian de las costumbres y ni sonrisas ni "have a nice day" ni "thank you" ni "you´re welcome" ni nada. Montamos a las seis de la tarde de un día y llegamos a las siete de la mañana del siguiente a otra ciudad, otro país, otro todo. Los coches intentando colarse por cualquier resquicio, la tensión, las caras.

De momento, me quedo en casa a dormir. Luego, cuando todo el mundo se tranquilice, igual me doy una vuelta.

domingo, agosto 30, 2009

Seattle, Washington (II)


Es preciosa. Seattle es preciosa, con animación callejera, con cafés europeos, con salmón y arroz en restaurantes frente al mar, con sus monumentos no demasiado excesivos y rodeados de parques de atracciones, con su monorraíl, con su pasión extraña por el soccer... Un colofón perfecto a 22 días de descubrir América.

Nada que ver con América, por otro lado. Todo terriblemente europeo, o, al extremo, todo terriblemente comedia amable de Nora Ephron y Meg Ryan.

La mañana empieza rodeados de fans del Toronto FC, que entendemos se han hecho unas 2500 millas para ver a su equipo empatar a cero contra los Seattles Sounders. Unos animan al Arsenal y otros al Manchester United, a partes iguales. Es raro, lo de levantarse y ponerse a ver fútbol, sin el ritual de la tarde-noche. Desayunamos mientras el Madrid juega razonablemente bien en ataque y desastrosamente mal en defensa pero gana, como siempre. Pasan los presidentes, los entrenadores, las estrellas, los millones... y el Madrid gana 3-2 con gol de Raúl.

Luego paseamos. Seattle tiene el encanto de la ciudad grande que en realidad es pequeña. Es lo suficientemente grande como para ser una ciudad, una ciudad de turistas, además, de locos gritando y rapeando por la calle, de asociaciones cristianas organizando conciertos en mitad de la calle pero es lo suficientemente pequeña como para poder ir del puerto a la Space Needle andando y con mucha calma, incluso parando para tomar un cafelito con croissant y mirar a un niño precioso de ocho meses jugar con su madre.

Ya no llueve. Here comes the sun.



La Space Needle es un engaño comercial al estilo Piccadilly Circus. Diría que peor. Es una torre alta, pero no demasiado, y con el típico ascensor que sube a lo alto para ver el mar desde arriba. Sin exageraciones. Aguja, sí, pero lo del espacio quizá le viene un poco grande. Nosotros damos vueltas, alrededor de las montañas rusas y las norias del parque de atracciones alrededor de la atracción y cogemos el monorraíl de vuelta, más por ejercer de turistas que otra cosa. El viaje dura tres minutos, ya digo, la ciudad es grande como para tener un monorraíl aéreo pero pequeña como para atravesar el downtown sin que te enteres casi.

Volvemos al puerto. El Pacífico delante. Puede que no sea el Pacífico en sentido estricto, sino uno de los lagos interiores que separan EEUU de Canadá. Da igual. Para nosotros es el Pacífico y es el final de este viaje. Coast to coast. Comemos en un restaurante con terracita y salmón. Muy rico. Nada grasiento. Europeo, diría yo.

Estoy agotado. No es un gran comentario, pero es así. Desde Nueva York y el JFK han pasado 23 días y se nota. Se nota todo, y cuesta casi mantenerse despierto y atento y subir escaleras y escaleras y cuestas y agota aún más pensar que en dos horas me voy para el aeropuerto, que en cinco horas vuelo para Nueva York, que en diez horas llego al JFK de nuevo con horario cambiado y al principio de la mañana, fin de la madrugada, y tengo que esperar doce horas más allí hasta que el lunes a las 7 llegue a Madrid.

Lo dicho, agota pensarlo. Así que mejor no hacerlo, confiar en Vila-Matas y en la maravillosa voluntad del instinto.

sábado, agosto 29, 2009

Seattle, Washington


Portland es mucho más Seattle que Seattle. Quiero decir, el rollo grunge, el rollo sucio, de alternativos, de chicos de 30 años con pinta de Kerouac o de Cobain. Eso era Portland, no es Seattle. Seattle es bulliciosa, grande y vertical. Es una ciudad de atascos en la entrada incluso a las 11,30 de la mañana, una ciudad con muchas avenidas y con torres enormes. Seattle es más Chicago que Seattle, en realidad. Nos han estado engañando muchos años.

Seattle cuesta arriba y cuesta abajo, hacia el bar donde vamos a ver la Supercopa de Europa. Es un bar irlandés, una de esas embajadas culturales que podrían estar en cualquier ciudad del mundo o incluso debajo de mi casa de Tribunal.

El partido es entre el Barcelona y el Shakhtar Donetsk. Un partido aburrido, la verdad, porque solo juega un equipo. El otro, está en el campo, pero la bola ni la huele, y el que sí que la tiene, se limita a manejarla y moverla y moverla y recrearse, de manera que acaban los 90 minutos y la cosa sigue 0-0 y uno se pregunta si la cosa hubiera sido igual con Villa en vez de Ibrahimovic.

La camarera nos mira muy raro. Tienen puesto el fútbol, pero me da la sensación de que es una excentricidad más que otra cosa. Como un Ronald McDonald que tiene que estar ahí porque forma parte de la franquicia, pero en realidad nadie se queda dos horas y media delante de Ronald McDonald mirándole asombrado, casi sin comer ni beber y comentando sus movimientos.

Pedro marca y nosotros celebramos con modestia, más con un "ya iba siendo hora" que con un "lo que hemos conseguido!", porque desde Seattle, con permiso, todo esto se ve muy lejos y cuando se ve cerca sigue faltando al menos un centrocampista, probablemente dos.

A la salida del bar, Seattle sigue ahí, tumultuosa y en obras, atascada. Pocas señales de Kurt Cobain, por ejemplo, o de Eddie Vedder, o de Jimi Hendrix, o de Courtney Love, apenas los nombres de las ciudades donde vivieron en el camino: Aberdeen, Olympia, Tacoma... Dedicamos la tarde a descansar, que para nosotros se traduce en ver capítulos de Family Guy o Seinfeld o incluso algún documental de Michael Jackson. Nada de béisbol, hoy. John Kerry habla en el funeral de Ted Kennedy, pero nadie canta. Podrían haber hecho de Ted Kennedy algo así como el Rey del Senado y haber invitado a Eric Clapton, Elvis Costello, Bob Dylan... No sé, más espectáculo, esto es América.



Para cenar, damos una vuelta y entramos en un casino, fantaseando con la idea de gastarnos algo de dinero en la ruleta, pero no hay ruleta. Hay mesas de Black Jack y poker, eso es todo. Mesas ocupadas por gente de unos 50 años, en su mayoría borrachos, en su mayoría con la imagen de no tener el dinero que se están gastando o tenerlo solo esa noche. Los que a finales de los 80 tenían 30 años. El propio Cobain andaría ahora mismo por 42.

No desentonaría ahí. Tampoco Chris Novoselic.

Dejamos el casino tras una corta y triste vuelta. Es poco más grande que un restaurante, pero la decadencia es inmensa, una decadencia de décadas. Hacemos nuestra última cena en un diner de verdad, probablemente el primer diner auténtico de todo el viaje. Mañana vuelo a Nueva York e Inés habla de unos hoteles que alquilan habitaciones por horas en el JFK, para gente como yo que tiene distintos vuelos en un mismo día. Luego me pregunta qué nota le pongo al viaje, de 1 a 10. Yo digo 10.

Luego repasamos algunas cosas, sin demasiada extensión porque todo está confuso, reciente, solapado. Ella sigue hasta Texas, luego al Este de nuevo, vía Nueva Orleans y Georgia. Quedamos en volver al mismo bar mañana, a las 11, a ver al Madrid de Cristiano Ronaldo y Kaká y hacer luego un poco de turismo. Una manera de combinar los dos mundos e ir asimilando la vuelta incluso antes de que se produzca.

Esta tarde, he visto a mis amigos en una foto de Facebook y me he dado cuenta de lo muchísimo que les echo de menos.

viernes, agosto 28, 2009

Portland, Oregon (II)


Portland es una ciudad llena de gente rara. Por decir algo. Bajamos del coche en pleno downtown, en uno de esos parkings abiertos en mitad de una calle y todo lo que vemos son tipos con pinta de fumados, despeinados, bolsas de ropa y comida, carritos arrastrados. Una mezcla entre homeless y carne de estación de autobuses. Toman los parques y toman los paseos, resulta complicado pensar que esa es la parte pija y comercial de la ciudad, pero lo es.

O, más bien, es que Portland no tiene parte comercial y pija. Es como Seattle en 1991, cualquiera podría ser el nuevo Kurt Cobain. El resto, hace footing o monta en bici.

Esto no es decir mucho, pero entiendan que es un contraste. La ciudad es enorme, pero no se empeña en crecer en vertical sino en horizontal. Es una ciudad de puentes y no de rascacielos, una ciudad de almacenes y tiendas de discos. Una ciudad con una librería enorme, la mejor de Estados Unidos, al parecer, y que, como era previsible, resulta mi perdición. En apenas cuarenta minutos, compro "Ghosts of Spain", un libro de viajes por España, de Giles Tremlett, "The virgin suicides", de Eugenides, "Blood Meridian", de McCarthy, "A book of common prayer", de Joan Didion, "Less than zero", de Ellis, una biografía de Pete Sampras, un libro sobre el Tour de 2004 que ganó Armstrong, otro sobre el draft de 1984 y cómo cambió la historia de la NBA y por último unas conversaciones de Don de Lillo con un tal Thomas De Pietro.

Ahí queda eso.



Empiezo a leer el libro de viajes y tiene buenos puntos. No parece demasiado tendencioso. Simpatía por la izquierda y el antifranquismo, pero sin homenajes exagerados. Lo leo en un bar moderno y oscuro, bajo la luz de una lámpara, luego espero a Inés, que ha ido a comprar ropa, en la esquina de la 12 con Washington, tierra otra vez de homeless con perros y grunges con porros. Una señora nos pide que llamemos al 911 para que la recojan y la lleven a un sitio que no sabemos qué es pero parece ser una institución mental o algo así.

Cenamos en un sitio que se autodenomina español. No lo es, en absoluto, salvo por la inclusión de las patatas bravas, las aceitunas y la tortilla de patatas en el menú. Es un buen sitio, en cualquier caso. También moderno y oscuro, con una banda tocando en directo temas de cuerda estilo "Bésame mucho" en versión jazz. El debate de hoy es sobre la alineación del Atleti que descendió y determinar exactamente qué año desapareció el Oviedo y quién jugaba allí aparte de Oli y el Chino Losada.

Mañana hemos decidido levantarnos a las 7,30 para llegar a Seattle a tiempo de ver la Supercopa de Europa. Incluso tenemos el bar pensado y buscado por internet.

jueves, agosto 27, 2009

Portland, Oregon


Alberta Street está cerca del aeropuerto de Portland, así que, como es de noche, podemos ver las luces de los aviones cayendo en picado sobre las pistas de aterrizaje. Es una calle fashion, hipster que le llaman ahora de nuevo. Una calle con restaurantes tailandeses, peruanos, mexicanos, japoneses... con sus terrazas en la calle, tres mesas como mucho con dos o tres sillas alrededor. Gente muy joven y con aspecto bohemio. Por fin, después de dos semanas y media de América profunda, esto parece de nuevo una ciudad.

Nos metemos en un restaurante italiano, un encantador restaurante italiano con las luces casi apagadas y música baja de buen gusto -nada de merengue, nada de bachata- y me tomo un solomillo de escándalo, con su pan correspondiente e incluso un vaso de vino. Ted Kennedy está en todas las televisiones y las banderas oficiales ondean a media asta. Uno no acaba de enterarse si era un borrachín de mala vida bendecido con un apellido poderoso o si realmente era un genio de la política nunca justamente valorado.

Tampoco es que a la gente parezca importarle demasiado, honestamente.

El oeste de Oregon no tenía nada que ver con el este que comentaba ayer. El oeste de Oregón es probablemente el paisaje más bonito de los que hemos cruzado: a nuestra derecha, durante todo el camino, el río Columbia, impresionante, ancho como el Mississipi, más que el Missisipi, en ocasiones, con sus islas, sus barcos, sus millas y millas de recorrido y sus presas que unen el río con otro río, en este caso el río Hood, que viene directamente de la montaña del mismo nombre, en el horizonte, de repente, sus 3500 metros saliendo imponentes de lo que prácticamente es ya nivel de mar. El Pacífico a unas cien millas de distancia.



El azul aquí es de una intensidad que te agarrota, que da miedo tocar, o más que miedo, respeto. Nunca me bañaría en uno de estos ríos o lagos. No osaría. Verde, azul y amarillo y ni una sola bolsa de patatas en el camino. Pensaba, el brazo fuera de la ventanilla, el viento entrando a 70 millas por hora, en los otros baños del verano. Los baños de Benicassim, los baños de Terrassa. Eso ha sido el verano: Terrassa, Benicassim y 3000 millas de Estados Unidos. En medio, producción y dirección de un cortometraje.

Business as usual.

La mezcla de colores llega hasta el mismo Portland, hasta las señales verdes de "You are entering Portland", lo cual, ya digo, no es del todo cierto, porque no es Portland sino el Barajas de Portland. Suficiente, en cualquier caso. Hoy sitiamos la ciudad y mañana la atacaremos. Los aviones siguen cayendo detrás de las ventanas. Inés me promete llevarme a la librería más importante de todo EEUU. Miedo, tengo miedo. Esta tarde, comiendo en un restaurante de urbanización lleno de ancianos que se aprovechaban de sus descuentos hablábamos de mi dificultad para conocer a la gente correcta y hasta qué punto eso era importante o no.

No llegamos a ninguna conclusión exacta. Eso sí, la ensalada estaba deliciosa. Portland, de momento, es un paisaje, una actitud, un olor a espíritu adolescente y un buen montón de comida rica y moderadamente sana. Portland, de repente, es algo parecido a Europa. Una manera de irse acostumbrando a la vuelta poco a poco.

miércoles, agosto 26, 2009

Pendleton, Oregon


En las dos horas que estamos parados en el arcén de la I-84 dirección Oeste pasan dos coches de asistencia en carretera y un coche de policía, del que baja un officer rubio y joven que no nos hace enseñarle los papeles ni nos registra los pantalones ni nos pone una pistola en la sien, sino que se limita a preguntarnos si estamos bien y si necesitamos algo. Nosotros le explicamos que nos hemos quedado sin gasolina y que estamos esperando al tipo de la AAA, para que nos traiga algo que nos permita llegar a Baker City, apenas cuatro millas delante.

Sin embargo, el tipo no llega. Inés habla con él varias veces y yo me desespero. No puede ser tan difícil. No se puede ser tan inútil: estamos en el arcén de una autopista con un coche amarillo de 1990. No es algo que pases por encima fácilmente. Además, se lo hemos dejado claro varias veces: a cuatro millas de Baker City, justo cuando el coche empezó a dar tirones y nosotros, en medio de nuestra conversación sobre la izquierda en EEUU, Chomsky en Caracas y las Juventudes Socialistas nos dimos cuenta de que no habíamos rellenado el depósito...



... Sólo que no estamos a cuatro millas de Baker City. De hecho, hemos dejado Baker City unas 25 millas detrás -ah, las conversaciones sobre política y sus efectos devastadores!- y el pobre hombre ya se puede volver loco buscándonos. Inés corre casi una milla para ver el cartel correctamente y el conductor respira con alivio: "ok, now I know where you are", llega en media hora, nos da el combustible y nos manda rumbo a La Grande a comer algo.

No hay demasiadas diferencias entre el este de Oregon y el oeste de Idaho. Prácticamente, ninguna. Pueblos más grandes, quizás, pero también escondidos en medio de nadas desérticas con montañas al fondo. Nos metemos de lleno en La Grande y encontramos un sitio italiano, casero, con cocinera-camarera-propietaria que nos ofrece pasta, pizza, hamburguesa, aros de cebolla... y que sonríe todo el rato. Solo hay otra pareja en el bar. Son casi las cuatro de la tarde, Pacific Time.



Nos hablan de Pendleton, nuestro destino de hoy, medio camino hacia Portland, donde pasaremos dos días. Nos cuentan que hay una especie de "underground city", casas e incluso pasadizos metidos debajo de la ciudad de verdad, construidos por los chinos que huyeron después de la guerra contra Japón, supuestamente la de 1937-1945, aunque quizás cualquiera de las anteriores. Los chinos construyeron su barrio, como en Chicago, como en Nueva York, y jugaron con la idea de una ciudad subterránea.

Lo que pasa es lo de siempre: que cuando llegamos al hotel, a eso de las 5,30, no tenemos ganas más que de tirarnos en la cama y ver "Family Guy" por cuatriplicado y solo conseguimos movernos cuando ya es de noche cerrada, downtown pequeño y oscuro y casi vacío. Un sitio donde no hay comida pero sí bebida y cierto ambiente juvenil de pueblo. Otro sitio metido en un callejón, con apariencia de estar cerrado y unas escaleras que bajan hacia un salón enorme. Como un Laidi Pepa pero en menos decadente: varias televisiones con béisbol y fútbol americano, una mesa de billar e incluso máquinas tragaperras.

El bar se llama Crabbies y sirven comidas. En concreto, unas alitas de pollo. Nos las sirve el propio Crabb, dueño del local. Es martes por la noche. Las diez de la noche, que en Oregon deben de ser las dos de la madrugada -de hecho, en Madrid, literalmente, son las siete y en España empieza a amanecer-. Un tipo se acerca a pedir cambio a la barra y Crabb no mantiene conversación con él, simplemente le da las monedas e intercambia monosílabos. Nosotros hablamos de Herreros, Pepu Hernández, Pinone, Jiménez, Chandler Thompson, Pancho Jasen, Orenga y Danko Cvjeticannin.

Inés no sabe quién es Cvjeticannin. El otro día discutimos sobre si Xavi era el mejor jugador español de la historia, pero tampoco nos pusimos de acuerdo.

martes, agosto 25, 2009

Boise, Idaho


En Idaho no hay nada. Inés dice que en vez de vaqueros hay granjeros y cada tantos kilómetros hay algún recuerdo de la búsqueda del oro. Lo cierto es que granjeros, en rigor, tampoco hay. Ni granjas. Nada. Tan nada que han conseguido encontrar una nada bonita, volcánica, lanzaroteña. Una nada negra, de ensayos pre-espaciales, viajes a la luna, colinas enormes tras las que se esconden otras colinas enormes. El Craters of the Moon National Monument.

La vacuidad absoluta. Desde arriba, alguna montaña y el resto, verde o amarillo o rojo en millas y millas.

El encanto de las carreteras comarcales. Desde Chamberlain, más o menos, viajamos por carreteras comarcales que atraviesan pueblos que no existen. Pueblos idénticos: una gasolinera con tienda donde sirven algo de comida rápida, una main street con algún diner y algún motel no recomendable y un cartel verde a la entrada con la altitud del pueblo y su población, con suerte, 900 habitantes, normalmente menos.

En Idaho, ya digo, no hay nada y por supuesto no hay nadie que se haya quedado a verlo. Nadie por ningún lado. Atravesamos Hill City, marcada en principio en nuestro plan de paradas y con su propio circulito en el mapa Michelín de viaje y resulta que Hill City son tres granjas desperdigadas. Ni población ni altitud.

Hace mucho tiempo, comentábamos ayer mientras veíamos reposiciones y reposiciones de "Family Guy" en una habitación idéntica a esta e idéntica a la de mañana, que no se ven negros. Casi desde Minnesota. No se les ve. No están. Ni en South Dakota ni en Wyoming ni en Idaho. Ni en las tiendas ni fuera. No visitan parques nacionales. Los asiáticos, sí, pero los afroamericanos, no, y nosotros somos tan europeos que tardamos cinco días en darnos cuenta.

Pero nos damos cuenta.

En el motel de Boise, la capital del estado, 200.000 habitantes, hay un periódico que recomienda restaurantes por especialidad culinaria geográfica: comida americana, mexicana, china... vasca. Cuatro restaurantes vascos en medio de Idaho, es decir, en medio de la nada. Recuerdo entonces vagas noticias  de los gobiernos nacionalistas y sus relaciones con Idaho. Este tipo de relaciones. Es completamente imposible que aquí entiendan nada. Imposible. No del País Vasco, de nada. Ayer o antes de ayer, en una cadena un chico repetía que la evolución es un invento y que sólo existe Dios Todopoderoso creador de todas las cosas.

Una creencia bastante extendida por la Mountain Time.

La tarde se hace larga y decidimos ir al centro de la ciudad, aprovechando que esto sí es una ciudad y no un parking lot rodeado de Applebees. Entramos en unos multicines y compramos dos entradas para "Inglorious Bestards", de Tarantino. Durante dos horas es un peliculón tremendo y durante media hora -la final- es una exageración constante. Lo cual, por otro lado, es bastante Tarantino, también. Leí a un crítico decir que esta película deshonra su anterior producción, como si su anterior producción fuera inmaculada o como si el gamberrete de serie B no estuviera siempre preparado para montarla, incluso en "Reservoir Dogs".

La película no es una maravilla, sino que es irregular. La trayectoria supuestamente traicionada de Tarantino es de por sí irregular. Tiene que serlo. Es una filmografía hecha a base de caprichos y los caprichos por definición no siguen un patrón.

A la salida, Boise sigue ahí y para ponernos a prueba nos manda de nuevo a la carretera, como si ese fuera nuestro lugar natural, lo cual es muy posible. Sin embargo, a base de instinto y algo de memoria, conseguimos regresar y quedarnos. Nos quieran o no.

lunes, agosto 24, 2009

Blackfoot, Idaho



Llueve en Idaho. Llueve con ganas, de manera silenciosa pero violenta, vengativa. Llueve mientras Ramón intenta subir el Teton Pass a duras penas y mientras lo baja como un campeón, orgulloso, altivo, amarillo, Ramón. Alrededor, los bosques de siempre, con sus ríos y sus lagos. La exageración de belleza y el misterio estilo "Blair witch project". Estando aquí, entre pinos y caminos hacia ningún lado y osos y bisontes, se entiende. Se entiende la posibilidad de perderse y se entiende el pánico.

Algunas otras cosas siguen sin entenderse, pero bueno.

Anoche hubo fiesta en el sitio de acampada de al lado. Risas y vino. Hasta las doce y media, que Inés salió a pedirles por favor que se callaran, con su sonrisa habitual y ellos, con otra sonrisa, dijeron que vale y se callaron de inmediato. Me asombra la capacidad para resolver los problemas con dos palabras. Sólo dos palabras y todo solucionado. Que no? Supongo que entonces solo me queda retarle a un duelo, forastero, y el que gane, que apague el fuego.

La mañana es tranquila, claro. Es mañana de resaca de domingo y de nubes bajas y grises y a partir de Idaho, ya lo he dicho, es mañana de lluvia e incluso en el hotel es tarde de lluvia, una lluvia que, permítanme el tópico, lo limpia todo: el cansancio, las picaduras, la suciedad en sentido estricto. Una lluvia que nos mantiene en la habitación de otro de estos moteles extraños, moteles de lujo a 50 euros, rodeados de McDonald' s y de parking lots.

Así hasta la noche, que aquí empieza a eso de las 7. Los sheriffs beben coca colas en un cruce de semáforos. Nosotros pasamos por distintos restaurantes cerrados y acabamos en un McDonald's, donde un post adolescente nos desea con todo entusiasmo que tengamos una noche estupenda y que la disfrutemos.

Cenamos y paseamos de vuelta. Hay algo que no nos creemos y somos nosotros. Somos nosotros paseando por un parking lot de un motel de Idaho. No nos lo creemos, es decir, somos increíbles. Hablamos de nuestras antiguas parejas y hacemos números. A mí me sale un número con el que nunca habría soñado, lo que me recuerda un poco a The Killers otra vez, y su rollo "All these things I' ve done".

Hubo un momento, solo un momento pero que valió por una eternidad -otro tópico- en medio de aquel Grand Teton que era Constanza en el que me di cuenta de todo lo que había hecho. De todo. No darse cuenta en el sentido de poder resumirlo y contarlo aquí sino de sentirlo como algo propio: sentir las novelas, los relatos, los poemas, las obras de teatro, los cortometrajes, las entrevistas, los moteles, los festivales de cine, de música, los lagos, las montañas... como algo mío. Algo que me incluye, al menos. No las montañas y yo enfrente, sino las montañas y yo. No Idaho. Sino yo en Idaho, llegando al motel y poniendo "El diablo viste de Prada" otra vez, como cuando la veíamos juntos y yo intentaba besarte y tú, for reasons unknown, no es que te negaras pero tampoco mostrabas mucho entusiasmo.

Como si supieras que, tarde o temprano, iba a acabar convirtiéndote en un número dentro de una conversación con un McNugget en la mano.

Y eso no te gustara.

O sí.

domingo, agosto 23, 2009

Yellowstone and Grand Teton National Park


Cada uno imagina el infierno a su manera. A mí se me presenta en forma de camping. No solo de campo, sino de camping. En forma de tienda que hay que montar y desmontar y bichos dentro y fuera, picaduras, cuartos de baño llenos de arañas, vecinos ruidosos, humo e intentos de parrillada...
No ayuda que en Yellowstone huela a azufre constantemente.

Los recuerdos anteriores: patilargas en Gredos, aquellas tiendas azules con poste en medio, las mochilas detrás del poste, los sacos delante. Cuatro o cinco por tienda. 1986, 87 y 89. Vagones con olor a sudor y a pajas, San Martín de Valdeiglesias, pinos y mosquitos, canciones grunge, 1994. Traumas de infancia, una especie de promesa de no repetir jamás, ataques de ansiedad nada más llegar a las ordenadísimas y numeradas zonas de acampada.

Yellowstone, 2009: Nada más llegar, un lago enorme -un país lleno de lagos- y un bisonte en medio de la carretera. La gente para su coche, hay más bisontes, los niños salen y hacen fotos, los conductores les animan, como si fueran cervatillos. No, no son cervatillos, son bichos de 800 kilos y que pueden correr a un máximo de 50 kph. Así lo pone en el folleto informativo. Por supuesto, yo participo del entusiasmo irresponsable y me pongo en medio de la carretera y saco mi foto. Esta foto:



Pero luego vuelvo corriendo como un cobarde y le digo a los que aún se preguntan por qué están parados: "a bison, a bison". Aunque no es un bisonte, son muchos, bisontes por todos lados y luego ciervos, ya sí, y por la noche los lobos aúllan, mientras yo me caigo de la esterilla y tengo frío y los lobos siguen aullando a lo lejos, las cuatro de la mañana, Inés también los oye, y en medio un montón de árboles quemados, recuerdos de un incendio brutal en 1998, una belleza insatisfecha, una enormidad sin Yogis ni Bubus sino familias y sobrepoblación de turistas. El azufre. Los geisers blancos. Los ríos y los lagos, como siempre.

Ríos y lagos en Grand Teton, también, parque contiguo. Grand Teton tiene menos y más. Menos gente, mucha menos gente. Menos cuidado, también, y a su vez más dejadez y más suciedad y desde luego muchos más mosquitos, no sé por qué pero más mosquitos y ningún oso, vale, ninguno, en ningún lado, pero sí ciervos y ardillas, incluso a la salida del baño. Sales del baño y ale, un ciervo mirándote, a su bola, pasando de largo, tan tranquilo. Hola. Hola.

Grand Teton es un monte enorme. Una montaña. Es Suiza. Un lago descomunal, azul, rodeado de piedras y turistas rusos que se bañan en el frío y a sus espaldas unas montañas de 4000 metros, con una tierra caliza, blanca, arriba del todo que se confunde con la nieve. Esa es la presentación y nosotros nos tiramos entre las piedrecillas y las tiramos al lago, aunque no boten. Yo escribí un relato sobre una Inés y un Guille que hacían esas cosas en Ávila en 2001 y nosotros procuramos estar a la altura.

Es uno de esos momentos de felicidad absoluta. De los contados que hay en una vida. Un momento suizo. Mi felicidad tiene algo que ver con la decadencia suiza y su naturaleza de balneario. Nada que ver con las familias estruendosas y sus conversaciones de madrugada o con los mosquitos voraces o con las caravanas aparcadas junto a antenas parabólicas -yo me quedaría con los Alpes de Wyoming, sus lagos, sus bisontes y sus ciervos furtivos y probablemente dejaría la tienda para otro y me pondría a ver la Supercopa, por ejemplo-.


El caso: rodeamos el lago por todos los lados, pero no se rinde. Yo me quedo junto a la tienda leyendo Sports Illustrated -este fin de semana es el Football Fantasy Draft- y Bolaño, mucho Bolaño, todo Bolaño. Inés se pone el bañador, se va con los rusos y se baña.

viernes, agosto 21, 2009

Cody, Wyoming


Cody is no Almería. Cody es el Oeste, no tanto como lo es Ten Sleep, con sus diners y sus vaqueros y su convención de moteros y la sensación de que algo podría ir mal en cualquier momento, carretera comarcal, main street con state, batido de chocolate y mirada desconfiada, pero es el Oeste. Cody, con sus rodeos a las ocho de la noche, ya oscuridad absoluta en América, con sus cowboys montando a caballo en medio de la calle y esa sensación de que prácticamente todo el mundo va armado. Amables, claro, pero armados.

Alguna tienda ocasional, por supuesto. En el Oeste lo que se vende es la macarrada y ponen cara condescendiente, de Chuck Norris, y dicen:" Venga, va, inténtalo tú también, haz el ridículo comprándote un sombrero como el mío, unas botas como las mías, una réplica de mi pistola. Make my day", y los turistas compran, claro que compran, estamos a los pies de Yellowstone, esto no es Almería, vale, pero tampoco es el desierto de Sonora.

Haciendo el recuento en el coche, nos salían diez estados visitados y tres por visitar. Solo hoy, de Sturgis a Cody, hemos hecho casi 600 kilómetros. Carreteras principales y secundarias. Del esplendor de la montaña a la pradera vacía y yerma, extractoras de petróleo y la Devil' s Tower recordándonos que habíamos cambiado de película, que ahora estábamos en "Encuentros en la Tercera Fase". Wyoming y sus nubes bajas y su sensación de Arizona, de diligencia, de ataque imprevisto en cualquier momento.



Decidimos improvisar y cambiar el itinerario para ser más turísticos aún. De la 90 pasamos a la 16 y atravesamos el Big Horn National Forest. En Dakota todo era Custer, aquí todo es Buffalo Bill. Pasamos de un general a un macarra. Me pregunto si habrá por Andalucía monumentos a Curro Jiménez. O al Algarrobo. El Big Horn National Forest no es Black Hill ni es Badlands, pero aun así es impresionante. Arriba y abajo. Pinos y precipicios y riachuelos y piedra esculpida por la erosión del viento y lagos enormes y luego de nuevo la nada y el petróleo y el humo de los incendios.

Las carreteras se hacen verdaderamente infinitas y los destinos se ven a 30 millas de distancia. Ramón, en ocasiones, protesta. Inés se preocupa como buena madre.



En vez de comer, de comer de verdad, vamos picando porquerías por el camino: Ten Sleep, sí, pero también Worland y Greybull. Una sola calle y un montón de establecimientos alrededor. Luego, en el motel, el cansancio de todo el día. La renuncia al rodeo -idealmente, literariamente, haber ido a un rodeo hubiera sido algo maravilloso, pero en la realidad de las 7 de la tarde y el atardecer y el dolor de cuerpo y el sueño, las dos horas viendo caballos salvajes se hacen dos días o dos meses- y el paseo por el downtown. Por llamarlo de algún modo.

Aquí da la sensación de que los saloons son saloons y los moteles, moteles y que el artificio, si existe, está tan logrado que se confunde sin problemas con todo lo demás. Aquí, por cierto, la gente es particularmente encantadora. Cuanto más al Oeste, más encanto. En Nueva York ni siquiera te saludan y en Wyoming todo es "how do you do today?", "can I help you?", "thanks so much", "you' re so welcome" y las correspondientes dosis de "have a nice day".

Uno se pasa meses fantaseando con el miedo, con la posibilidad de que un país salvaje le esté esperando para acabar con él, y luego resulta que el país está a otra cosa.

jueves, agosto 20, 2009

Sturgis, South Dakota


En seguida te das cuenta de que Estados Unidos no existe y que como no existe tienen que apelar al himno, a la bandera y a los colores. Estados Unidos no puede existir, no puede ser un país, no tiene ningún sentido. Puntos comunes, eso es todo. Demasiada gente distinta, demasiadas tradiciones, demasiados acentos, demasiados prejuicios y valores... Sería como pedirle a un solo tipo que gobernara España, Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, Rumanía, Grecia, Polonia, Rusia...

Imposible. Eso no existe. Si quieren lo inventamos y le damos un nombre común, pero no hay manera de encontrarlo de ninguna manera. Lo llaman América y así disimulan su incapacidad. Hacen monumentos grandiosos, como grabar en la roca las caras de cuatro presidentes al azar, obra de una especie de pirado que ahora es héroe nacional, porque, saben qué? Le salió bien chulo.

Es un día de lluvia. Un día estético. A las seis y cuarto, las holandesas de al lado salían en su coche y la gente que me cruzaba camino al baño murmuraba "morning" y amagaba una sonrisa. Ni siquiera amanecía, eso fue a las cinco. De repente, se nubló todo. Entré de nuevo en la tienda e intenté dormir. Lo conseguí, por supuesto, pero ahí estaba la lluvia. La hermosa, indescriptible sensación de que esa tienda, esa tela endeble se yergue frente al viento y la lluvia de la inmensidad y que tú estás ahí, en parte a la intemperie, en parte protegido. La naturaleza desde la distancia calculada. Kant.



En Mount Rushmore chispea, pero poco. A ratos. Washington, Jefferson, Lincoln y Theodore Roosevelt. Nos preguntamos qué hace ahí Roosevelt. Sin acritud, pero, por qué no Adams, por ejemplo? Porque no. Porque da igual Porque no existe. Porque lo único que cuenta es el símbolo y el símbolo es una convención y si hay que admirarse ante Roosevelt pues Roosevelt y punto. Decidimos comer en Keystone, otro símbolo. Sin vaqueros de verdad pero con muchos vaqueros ficticios y peleas organizadas en los saloons. Almería. Uno sabe cuando está en Almería y cuando está en South Dakota, por mucho que se empeñen.

Custer State Park. Es difícil ver algo más bonito y variado en una hora y apenas 20 millas. Poder parar en cada rincón y admirar un paisaje, un burro, un ciervo, un bisonte, una cabra... las construcciones verticales de piedra caliza en forma de aguja, los túneles de una sola dirección, pite antes de pasar. La camaradería del extranjero. Obviamente, ahí, en ese parque todos somos ajenos y todos curioseamos. No son las Badlands. Es una chica muy guapa frente a una chica misteriosa. Esta es la guapa, la evidente, la que todos persiguen en el instituto. Sí, pero Fuerteventura, Badlands, los misterios...

Yo y los misterios, qué tema recurrente.



La lluvia, de nuevo, camino de Sturgis. La lluvia y un frío terrible, de repente, nada comparado con el invierno en el norte de Estados Unidos -media de temperatura máxima en Black Hill durante el invierno, menos un grado centígrado-. La noche, de repente. Atardece muy lentamente pero anochece sin más, en un instante. Las cinco de la tarde pueden ser las siete, pero las ocho.... las ocho pueden ser las cuatro de la madrugada.

Inés acaba sus partituras y orquestas y yo saco la cena del coche: zumo de naranja y jamón de york, con patatas de bolsa como complemento. De vez en cuando, tomo notas para novelas que me darán la fama y serán espantosas.

Badlands National Park


El atractivo es parecido al de Fuerteventura. Es el atractivo de la naturaleza muerta. Algo más suave: la naturaleza estática, tranquila, callada, petrificada, una naturaleza que no crece ni mengua más que a velocidades imperceptibles y por lo tanto irrelevantes. Es un atractivo imponente y a la vez relajador. Me explico, es el atractivo de lo que te sobrepasa tanto, está tan por encima de ti, que sabes que no va a hacerte ningún daño, que en realidad podrías ser cualquier persona, absolutamente cualquiera, un escritor madrileño o un narcotraficante colombiana y la tierra te miraría con la misma condescendencia. Saben ese punto de las putas del Oeste? Las putas cansadas y despechadas de tanto visitante indeseado. Ese es el punto de las Badlands, ahí abiertas para todo el mundo, pero con una indiferencia absoluta, una indiferencia de "no en la boca".

Montañas por todos lados, montañas de algo parecido a la arena. Algo que se te pega a los pies, como si de repente te fuera a tragar, antiguas lagunas secas con el paso de los siglos. Tierra que no te sostiene. Tierra de la que debes desconfiar. Hemos cambiado de película, definitivamente. Hoy, estamos en "Con la muerte en los talones", las extensiones de trigo, el silencio, las carreteras infinitas y las avionetas que sobrevuelan los campos y los fumigan desde la distancia, cualquier distancia.



Es la felicidad. La felicidad absoluta de la tienda de campaña en medio de las oleadas de viento y la vista en el horizonte. La felicidad de la carretera que se mueve por acantilados. Es otra película, una película de indios y vaqueros, es el desfiladero por el que los héroes, buscavidas incluidos, pasan mientras los sioux -esto es tierra de Sioux, de Wounded Knee y Seated Bull- les esperan con sus flechas envenenadas.

Es el Oeste, señores. El Oeste como recuerdo y el Oeste como negocio, claro. La ciudad artificial de Wall, por ejemplo, a medio camino entre las propias Badlands y el monumento de Mount Rushmore, incluso a medio camino de cualquier lado y Yellowstone. Un pueblo inventado a sí mismo, construido gracias al turismo, interno y externo. El Wall Drug, por ejemplo, con sus folletos que cuentan la historia del fundador: quería estar en un pueblo pequeño pero con iglesia. Quería ir a misa todos los días. Él y su mujer. Su mujer también quería ir a misa todos los días, pero el negocio no funcionaba, Dios les había olvidado, Dios no se fijaba en ese pueblucho de trescientas personas en mitad de ningún lado. Se le ocurrió -a la mujer- vender agua helada a los conductores hacia el resto del Oeste. No es una idea como para que tardes ocho años en descubrirla, pero más vale tarde que tardísimo. Era 1936. Todo el mundo era asquerosamente pobre en Estados Unidos, pero Dios les ayudó y les hizo inmensamente ricos y pudieron cuidar de su familia y vender agua helada durante décadas.

Dios no olvida a nadie, esa fue su conclusión.

Un vaquero, un vaquero completo y no inventado, no una réplica de foto inventada, sino un tipo que cuando se levanta no se ducha sino que se pone una camisa de cuadros pequeños sobre su camisa interior, unos tejanos ajustados, un sombrero y unas botas de montar, sale de la tienda de Hardware donde Inés y yo acabamos de comprar un enchufe. Anda como un vaquero, como si tuviera el caballo todavía entre las piernas y habla como un vaquero, es decir, en un tono completamente incomprensible.



Nosotros nos perdemos por una carretera que lleva a la Reserva India pasando por Interior, un pueblo improbable, caótico, de otro país, probablemente México, pero la Reserva India tiene sus carreteras sin asfaltar y eso es demasiado para nuestro pequeño Ramón. A cambio, nos sentamos en nuestro merendero, al lado de nuestra tienda de campañas, nos ponemos varios jerseys porque en esta película hace frío, mucho frîo y mucho silencio, leemos bajo una linterna y paseamos imaginando el Norte mientras las estrellas se van formando poco a poco.

Cuando ya están todas, decimos buenas noches y nos intentamos dormir sobre un suelo poco uniforme.

martes, agosto 18, 2009

Chamberlain, South Dakota


Harold trabaja todos los días doce horas. Así nos lo dice mientras cerramos los papeles en su oficina. Trabaja doce horas y no puede andar pagándole las cosas a la gente que no trabaja. No le parece justo. Estamos en Sioux Falls, inicio de Dakota del Sur y por lo tanto verdadero inicio del Oeste americano y patria de los sioux, como su propio nombre indica. Una tierra de reservas y casinos. Inés, mi hilo en este laberinto, dice que la imagen actual de los nativoamericanos -los indios- es la de un tipo en un bar, borracho, a punto de meterse en una pelea.

Su dinero, básicamente, sale de los casinos. La historia de los casinos probablemente la conozcan y si no la conocen probablemente no les interese, pero se la voy a contar igual: las leyes federales no afectan a las reservas y por lo tanto, los nativoamericanos pueden darse sus propias leyes y por ejemplo legalizar el juego, y así competir con Atlantic City y Las Vegas, los únicos sitios de EEUU donde el juego está aceptado.

Qué hacemos en Sioux Falls con un empleado conservador? Arreglar a Ramón. De hecho, Ramón nos ha dado bastante la lata todo el día: salimos tres horas tarde, colocando ruedas y matrícula, luego, de manera inesperada, en la W90 de Minnesota, empezó a perder potencia. No es que se parara, pero no aceleraba. De 65 pasamos a 50 y no había manera de seguir. Nos desviamos en Welcome, un lugar improbable, con calle principal vacía, un puesto de correos, un par de bares turbios y un mecánico que no quería trabajar y contestaba a todo con evasivas. Nos dijo que lo lleváramos a otro pueblo y así lo hicimos.

Otro pueblo de Minnesota, típico pueblo de "aparecen muertos dos turistas españolas en Carson, Minnesota, tras ser atacados por un grupo de moteros que querían robarles la cámara de fotos". O una secta satánica. En este otro pueblo, el mecánico, un señor de 60 años, sonriente y pequeñito, con su mono y su calva y algo de pelo blanco, nos echa un líquido mágico en el tanque de la gasolina y nos aconseja que lo llevemos a un sitio más grande, donde nos puedan cambiar los filtros. Por ejemplo, Sioux Falls, que al fin y al cabo está a 100 millas solo.

Las distancias en este país. Imagínense a alguien que se parara en Arévalo, por ejemplo, y le dijeran: "No nos quedan piezas de repuesto de este modelo, pruebe a Madrid, son solo 160 kilómetros.



Nos incorporamos a la W90 y volvemos a bajar de 65 a 50. De hecho, en las cuestas nos quedamos en 45, pero en las bajadas llegamos a los 70. Tiene un punto divertido. Un punto "Little Miss Sunshine", nuestro Ford Festiva amarillo de 1990 adelantando y siendo adelantado según el desnivel de la carretera. Las millas bajando de 100 a 0 y luego ya Harold y dos horas de reparaciones y paseos y filtros y ajustes hasta que Ramón deja de toser y se pone bueno y la mujer de Harold le prepara la cena y nos desea un buen día -aquí siempre, absolutamente siempre, hay que decir "have a nice day" o a lo sumo "have a nice rest of the day"- y nosotros vemos atardecer y ponemos rumbo a Dakota.

Es un atardecer largo. Un atardecer de postales y lagos manchados por el sol derretido. Esas cosas, ya saben. Lo han leído mil veces. Dakota es más amarillo, me parece. Más inmenso, en parte, sin nada a los lados, solo explanadas de terreno. La tarde se convierte en noche, y nos movemos en medio de una nada de doble sentido. Al fondo del todo, Chamberlain, una reserva y el río Missouri a oscuras, completamente a oscuras, esperándonos ya para mañana porque hoy hemos llegado tarde.

Río Missouri y Badlands. Si hay camping, no habrá Internet. Puede incluso que un oso se coma toda mi ropa. A veces, pasa.

lunes, agosto 17, 2009

Owatonna, Minnesota


Esta tarde cruzamos el Mississippi. Sería a eso de las seis de la tarde, después de ocho horas de viaje. Inés y yo nos apartamos a un área de descanso, dejamos el coche aparcado y nos tumbamos en el césped después de sacar unas fotos del río. Estábamos sobrepasados por la belleza natural de Wisconsin y Minnesota, un preludio de lo que serán los parques nacionales de la semana que viene.

En la orilla de enfrente, un grupo de chicos se bañaba desafiando el ocaso.

No había sido un principio fácil, todo lo contrario. La salida de Evanston nos tomó dos horas exactamente. Conseguimos perdernos y tomar todas las decisiones incorrectas. Acabamos en el aeropuerto O' Hare y de ahí, gracias al instinto de la conductora, ya sí que llegamos a la W90, la carretera que nos trae prácticamente desde Nueva York.

Después los atascos de Illinois. Illinois es una desgracia de estado, nos pongamos como nos pongamos. Un estado feo, colapsado, lleno de obras y coches. Wisconsin fue otra cosa, un espectáculo de verde y carreteras de película, de esas en cuesta con el horizonte delante y apenas dos motas a lo lejos. La cuenta atrás hacia La Crosse, frontera natural de los estados, ciudad por donde cruza el río que divide en dos el país, o que está a punto de hacerlo: numéricamente, quedan todavía unas 250 millas para llegar a la mitad exacta del camino.

Desde La Crosse, la carretera cambia al internarse en Minnesotta. No cambia el paisaje. Abrumador. Cambia la carretera, que pasa de dos carriles a uno y de un asfalto firme a otro lleno de baches. Por qué? Cómo puedo yo saberlo? Lo más que puedo hacer es lanzar alguna suposición al aire y esperar que caiga cara o cruz. Por ejemplo, ésta: la carretera en Minnesotta no es de pago, no tiene tolls, es del estado. El desprecio de este país por lo estatal resulta exagerado, absurdo. Para ellos, el Estado es fascismo o comunismo, y no les falta cierta parte de razón histórica. Igual que en Europa el Estado es la solución para todo, aquí es la base de todos los problemas.

Incluso en Minnesotta, el único estado que votó demócrata en las elecciones de 1984, las más desiguales de la historia, las de la re-elección de Ronald Reagan.

Estamos en tierra de indios y amish. Anuncios de casinos y queso de vaca. Rodeo en la televisión. Han sido 650 kilómetros y ahora mismo no sé ni si saldremos a cenar. Mañana nos tocan otros 500, luego las cosas se tranquilizarán un poco. Es casi como hacerse Madrid- París en dos días. Y luego seguir hasta Moscú, por ejemplo.

La sensación de avanzar es tremenda. La sensación de estar recorriendo América, de estar conquistando el oeste poco a poco. La recepcionista del Super 8 de hoy era una señora muy mayor clavada a Barbara Bush. Curiosamente, por el camino, nadie habla del desastre de Tiger Woods ni de la hazaña de Usain Bolt. Por el camino, nadie habla, en general. Una simpatía equilibrada, ya lo habíamos dicho antes.

domingo, agosto 16, 2009

Evanston, Illinois (II)


Atardece en Evanston y yo salgo a los escalones del porche a ver el sol entre las casas de enfrente y a un grupo de hispanos recoger las cosas que han estado poniendo a la venta todo el día en su jardín. Al lado, tres señoras muy midwestern charlan en voz alta junto a una bandera estadounidense. Inés sale para colocar la matrícula al nuevo Ramón, enfermo hasta ayer, curado y como nuevo, hoy, un día de retraso que recuperaremos en la carretera.

Repaso todos los mensajes que tengo en el móvil, todos los que he recibido en el último año, empezando por los que tú me mandabas a San Sebastián. La melancolía es una cosa muy sana, más en los atardeceres americanos. Luego, pongo el iPod y pienso que Mai Meneses es una de las mejores compositoras de los últimos años y después siento un escalofrío mientras la lluvia introduce a Jim Morrison y "Riders on the storm".

Los vecinos de enfrente siguen recogiendo. Hablan entre sí en un español difuso. Ellos también tienen una bandera estadounidense y están dispuestos a acogerse a cualquier tradición que les haga sentirse menos de fuera y más de casa. Como cuando en La Paloma, ahora mismo, visten a los niños de chulapos y manolas. A los inmigrantes latinoamericanos se les podrá reprochar muchas cosas, pero la falta de entusiasmo no es una de ellas.

Por ejemplo, Susana. Susana Moen, empleada de unos 50 años en un centro de reparación de coches de Evaston, Illinois. Susana nos explica que es boliviana, que todos son bolivianos, y de hecho cuando tiene que abroncar a sus empleados, sus mecánicos, lo hace en español. "En Bolivia, estamos acostumbrados a reparar, aquí simplemente cambian una pieza por otra. Nosotros somos más imaginativos", nos dice, a los dos españoles, pero nos lo dice en inglés. Un inglés con un acento terrible y lleno de incorrecciones pero ese inglés que le hace sentirse más lo que es ahora y no lo que era antes. Una manera de no rendirse, supongo.

Susana Moen y el portorriqueño de la tienda de móviles. Todo en inglés también, pese a tener delante a una Inés y oírnos hablar en español. No, él tampoco cede. Él también tendrá su bandera estadounidense en su porche y se comprará discos de Frank Sinatra.

La gente es amable, muy amable, pero no se mezcla. Eso los inmigrantes lo saben mejor que nadie. O se mezclan lo justo. Quiero decir, todos estos esfuerzos, estas banderas, este idioma, esta limonada en el jardín... no deja de ser en parte un ejercicio inútil. Los estadounidenses ya les quieren como son, pero les quieren exactamente como son: extranjeros. Y les quieren a una distancia adecuada. Por lo demás, sí, son amables. Con nosotros, muy amables, porque nosotros podríamos ser perfectamente midwesterners o incluso westerners directamente.

El primer día aquí, por ejemplo, cuando no teníamos llaves y le preguntamos a una vecina si ella tenía copia. A la vecina equivocada, es decir, a la vecina que no sabía que veníamos. La vecina que, pese a todo, abrió su puerta con una sonrisa y casi nos invita a una empanada. Aquí la gente se mata, es cierto, pero uno no sabe si es por un exceso de maldad o un exceso de inocencia, de ingenuidad. Creo que nunca he visto a gente tan ingenua y con un sentido tan estricto de lo correcto y lo incorrecto jamás. Supongo que, en parte, de ahí vienen sus problemas: Estados Unidos es ante todo un país ingenuo, de puertas afuera y de puertas adentro.

Sólo tiene una serie de enemigos declarados, para poder seguir adelante, y una vez identificados como tales, se llevan todas las culpas. Por ejemplo, el comunismo. En 2009 se sigue hablando de comunismo en los Estados Unidos para criticar el intento de la administración Obama de hacer algo parecido a una Seguridad Social. Es fácil apelar a las presiones de los lobbys de las aseguradoras para explicarlo todo, pero los lobbys saben muy bien dónde presionan. Los estadounidenses están encantados de dejarle una caja de aspirinas a su vecino o incluso llevarle al hospital, pero bajo ningún concepto van a pagarle su médico, o por lo menos no van a dejar que nadie les obligue a que se lo paguen.

Lo que a nosotros, los europeos, nos parece algo obvio: educación y sanidad para todos, no está tan claro aquí. Si yo me pago mi seguro y puedo hacerlo, por qué tendría que financiar con mis impuestos tu médico de la Seguridad Social que yo no necesito? Pídeme un favor y te lo haré encantado, oblígame a hacerlo y te patearé el culo. Hablar de pacto social es complicado en un país lleno de gente tan solitaria. Gente que sonríe y luego entra en un gimnasio y se lía a tiros, o acaricia a su perro mientras ve la Fox y su sucesión inacabable de anuncios.

Un país que se siente continuamente observado. Cualquier idiota madrileño viene aquí una semana y se siente legitimado a escribir su teoría sobre cómo son y por qué hacen lo que hacen.

En el fondo, aquí todo se basa en un equilibrio indescifrable, incomprensible e inexplicable. Un equilibrio sin balanzas, un ejercicio de fe. Estados Unidos entero es un ejercicio de fe sin saber muy bien fe en qué. De ahí la ingenuidad. De ahí, supongo, también, Susana Moen.

sábado, agosto 15, 2009

Chicago, Illinois


En el bar se combina "Saber y ganar" por triplicado, Jordi Hurtado y un grupo de "magníficos", en el canal internacional de TVE, con una canción de King Africa seguida por otra de Georgie Dann y luego ya una sucesión de merengues. Los camareros mezclan idiomas y las patatas bravas pican demasiado, pero los chorizos están ricos y el lomo de buey sencillamente delicioso, todo a precio de barrio alejado del centro de Chicago.

Después de "Saber y ganar", repito, lo único realmente español del spanish bar, ponen "Amar en tiempos revueltos". Inés no conoce a ningún actor, yo tampoco. Pensamos si es posible que, para hacer sentir a sus espectadores como en casa, TVE haya establecido distintos horarios para sus programas, de manera que en Chicago, después de comer tengamos Hurtado y culebrón, mientras en Pekín, por ejemplo, están ya con el Canal 24 Horas y las noticias de la madrugada.

Pero, de qué madrugada?

La calle se llama Lasalle. En inglés, esta frase no rima y no queda ridícula. Hemos subido en paseo turístico y prometemos bajar haciendo lo mismo. Tiger Woods se deja una opción de birdie en una pantalla gigante. De Evanston a aquí hay unos 45 minutos con un solo transbordo. Metro o tren, llámenlo como quieran. Bajamos en Jackson y giramos hacia el Millenium Park. Un sitio hermoso el Millenium Park, un sitio de reflejos distorsionados. Por el aire, un grupo de cazas hacía acrobacias y dejaba humo por todos lados. Los turistas agitábamos como locos las cámaras de fotos, como defensas anti-aéreas.



Nos preguntamos si era un día festivo y decidimos que sí, pero que quizá no y toda esa gente estaba de vacaciones. Al pasar por el estadio de los Cubs, vimos que el campo ya estaba lleno de público a las dos de la tarde. Es ese un horario de día laborable?

Tres horas más tarde, bajamos Lasalle y callejeamos hacia la Sears Tower. Un espectáculo, la Sears Tower, actualmente el edificio más alto de los EEUU. Pensamos en subir hasta la azotea, donde parece que unos limpiadores de cristales están haciendo malabarismos a unos trescientos metros de la tierra, pero la cola nos echa hacia atrás. Paseamos nuestro cansancio hacia un Starbucks. La gran revelación de este viaje está siendo el caffe latte descafeinado con hielo. Las escaleras de "Los intocables de Elliot Ness" nos decepcionan. Un montón de afroamericanos venden periódicos supuestamente equivalentes a "La Farola".

"No se ven negros por la calle", le digo a Inés, porque en verdad no se ven negros en la calle, apenas hispanos o asiáticos. Se les ve en los barrios pobres y detrás de algún contador, pero no paseando, ni con traje de ejecutivo ni con la familia disparando cámaras. Sabes que están ahí, pero no sabes dónde ni si te están esperando ni para qué demonios tendrían que estar esperándote. En cambio, abundan los "americanos medios" -Inés los llama "midwesterners" y sospecho que no es la única-, con sus caras arrugadas, sus camisas blancas con barras y estrellas, sus calcetines blancos, sus zapatillas blancas y su colección de hijos o nietos.

Es agosto en Chicago y sin entrar en muchos detalles, da la sensación de que la gente está en estado de alerta, como si esto no fuera lo normal: los 90 grados, los turistas, las comidas en los parques, las terrazas donde un señor se va sentando con la gente de manera aparentemente azarosa... Un grupo de chicos viene de la playa. De lo que parece una playa, pero es la costa de un lago. Un lago que está helado durante diez meses al año.

En las calles, en las señales con los nombres de las calles, se ve un logo de Chicago 2001. No recordamos qué pasó en Chicago en 2001 o qué se suponía que debía haber pasado. Tampoco recordamos exactamente si el gol de Mendieta de volea a la salida de un corner desde fuera del área fue en el 3-4 de Liga o en el 2-3 de Copa. El viaje de vuelta es bonito porque atardece y el tren nos enseña suburbios en alerta de viernes noche.

Inés dice que Chicago es más bonito que Nueva York, pero sospecho que no es objetiva. Yo no me pronuncio porque sería injusto juzgar una ciudad por un día. Al llegar a Evanston, pensamos en cenar pasta pero luego nos miramos con cara de pereza, de embutido, esa cara de pareja recién casada. Mañana salimos hacia Wisconsin, una sucesión de paradas transitorias hacia las Badlands y el Monte Rushmore.

En la tele, sea cual sea la cadena, combinan cinco minutos de programa con cinco minutos de anuncios.

viernes, agosto 14, 2009

Evanston, Illinois


Illinois ni saluda, para qué. Se limita a aparecer, sus fábricas y su olor a Torrelavega después de unas 1000 millas de verde y más verde. Ni una sola señal que fotografiar. Solo un cartel anunciando Chicago y punto. De repente estás en Indiana y de repente estás en Chicago y eso es todo. Inés me avisa de lo que va a venir y yo lo recojo con escepticismo. Creo que está harta de mi escepticismo y creo que tiene toda la razón.

Dice: "Esta es la carretera más bonita de todo Estados Unidos" y yo por si acaso cojo la cámara, sí, pero sin ninguna fe, hasta que de repente, a la izquierda surge todo el skyline de Chicago, con la Torre Sears por encima de todo, pero no solo la Torre Sears, una especie de Manhattan gigantesco, brillante, plateado, que se acerca y se aleja detrás de los puentes, y cuando te acostumbras, a tu derecha aparece el Lago Michigan, sus barcos, sus yates, su playa -en Chicago hay playa, eso es algo que nunca podría haber creído sin verlo-, sus bikinis californianos en pleno Central Time.

Inés está emocionada a su manera, es decir, con el cansancio de las cinco horas de viaje desde Ohio. Ella vivió aquí muchos años y sabe dónde está todo: a tu derecha, el Shea Stadium, a tu izquierda, el hotel donde detuvieron a Al Capone. Yo le digo que es precioso, que realmente es precioso. Toda la Lake Shore Drive, una delicia inesperada. Ella dice que sí, orgullosa, como si la hubiera construido ella, pero avisa: "es precioso cuatro semanas al año, solo eso", "y el resto del año?", "demasiado frío, lluvia y hielo. Durante meses esto -y señala a la playa- está totalmente cubierto de nieve pero ahora..."



Ahora los cachas lucen músculo y pasean con sus cascos puestos, como por Florida. Ahora, las niñas monas se ponen morenas. Ahora, llegamos a Evanston, un barrio residencial de Chicago, al norte y callejeamos y nos perdemos y cuando conseguimos alcanzar nuestra casa -que es la de unos amigos de los padres de Inés solo que ellos no están- resulta que no hay vecinos y no hay llaves y nos enfadamos un poco, solo un poco, y andamos por las calles sin mirarnos y sin tocar las manos, sin hablar siquiera, hasta que entramos en un café y yo le digo que lo siento, que estoy muy cansado y ella lo entiende y leemos juntos "The Onion" y volvemos a sonreir y acabamos comprando libros con un dinero que en rigor no tenemos y el Dios de la literatura nos premia con una llave y una casa enorme.

Sin televisión -Estados Unidos se estremece ante el hecho de que Paula Abdul haya abandonado American Idol- pero con Internet.

jueves, agosto 13, 2009

Toledo, Ohio



Jay dice que Los Ángeles es una ciudad perfectamente prescindible y yo digo entusiasmado "Ya, pero es LA" y me siento de nuevo como un paleto. Jay es profesor de universidad y el nuevo marido de Molly, también profesora de universidad, y escritora, y amiga de Inés desde la adolescencia. Los dos tienen una casa preciosa y una vida admirable. Vuelven de un viaje por California y Oregon y nos recomiendan Portland, justo la ciudad que nosotros pensábamos eliminar del trayecto.

Nos cuentan sus 56 horas de viaje en tren de Chicago a San Francisco. Nos cuentan cuando alquilaron un coche y empezaron a oír algo raro y Jay puso su mente de ingeniero a pensar y redujo las opciones problemáticas a unas pocas, entre las cuales se incluía que una rueda estuviera mal y que saliera volando y decapitara a alguien. Eso es un problema, digo yo, y él sonríe y vuelvo a explicar mis problemas con el inglés, en el sentido de que puedo mantener cualquier conversación privada pero el espacio público se me resiste en cuanto alguien hace una pregunta inesperada. Algo del tipo "la leche, desnatada o entera?"

Digo: "Claro, como no parecemos los típicos dos españoles..." y él, muy serio, dice "pues a mí es lo que me parecéis, dos españoles", y sonríe. Comen la tortilla y la ensalada y se desviven por que estemos cómodos y descansemos y nos sintamos en casa, que es exactamente lo que consiguen.

Al día siguiente, en otro cálculo de "worst case scenarios" y al oír un ruido del motor del coche, nos avisa de que probablemente no se nada, pero que si es el evacuador, que es lo que parece, igual se acaba de romper y entonces los gases irían al interior del coche y si tenemos la ventana subida, podriamos morir sin enterarnos. Por lo demás, no tiene que haber problemas. Sonreímos, le damos las gracias por el aviso, bajamos las ventanas, por supuesto, y salimos rumbo a Ohio, con la sensación de que hubiera estado genial seguir con ellos al menos un dia más.

La salida de Pittsburgh, la salida de Pennsylvania es una sucesión de parques y viento fresco. Canciones de La Cabra Mecánica. Ramón -Inés le puso el nombre al coche, ni yo ni mi nostalgia tenemos nada que ver en esto- ruge por la carretera y yo me peleo por conseguir una foto cada vez que veo la señal al lado de la carretera. Esta señal:



Cruzamos la frontera con Ohio y pasamos al lado de Cleveland. Paramos y estiramos las piernas. Cinco horas ayer y cinco horas hoy. Ohio es tan verde como Pennsylvania y tiene el mismo aspecto limpio, cuidado, que tiene todo el país. Una tranquilidad de francotiradores, como si en cualquier momento fueras a escuchar un disparo o algo así. Escuchamos Estopa y cantamos a pleno pulmón. Estamos cansados, muy cansados, pero contentos. El motel es una barbaridad: una señora gordísima pero encantadora nos dice que ella tenía un coche igual y que no se rompen nunca. Eso es mejor noticia, claro.

Nos llama a los cinco minutos "just to check out if everything' s OK". ' Tis.

El curioso mundo de los moteles en EEUU, lejos de las versiones cinematográficas: por 50 dólares tienes una habitación enorme con dos camas dobles, WiFi gratis, plancha, lavandería, desayuno continental, nevera y televisión por cable. A cambio tienes que conformarte con una urbanización y no con una ciudad, pero a menudo uno piensa que las ciudades norteamericanas no son sino urbanizaciones superpuestas, con sus mismos diners, grills, spas y health centers.



Inés trabaja y yo leo a Bolaño. Me parece un país perfecto para leer a Bolaño. Al rato, pongo la tele. Una chica gorda, no demasiado fea, pero tampoco guapa, presenta ToledoVision. Son todo canales locales, excepto alguno de los grandes, donde David Hasselhoff, presumiblamente borracho, grita enfervorizado y anima a una de las concursantes de "America's got talent", en concreto una señora de 63 años que baila en paños menores el "Push it", de Salt N Pepa.

Salimos a pasear. Es un momento de una felicidad enorme. Atardece. Todo es horizonte. Pisamos el verde y cenamos en un Applebee en el que nos hacen descuento por ser clientes del motel. Inés pregunta por Elvis Presley, luego por Kurt Cobain, luego por Monica Lewinsky... tengo los ojos rojos y un sueño descomunal. Todo físico, nada mental. Cuando llegamos al motel, yo me conecto al mundo y ella pone la tele a todo volumen. Un programa precioso que se llama "I shouldn' t be alive".

No sé por qué asociación de ideas, me vuelvo a acordar de Jay y del principio de otro día de 16 horas.

miércoles, agosto 12, 2009

Pittsburgh, Pennsylvania


Entramos en casa y el gato apenas nos mira y pasa de largo. Es mi problema con los gatos: podríamos ser unos peligrosos asesinos o una pareja de mormones o los amigos de sus dueños que andan de road trip por la zona y a él le daría exactamente igual. Inés me dice su nombre pero en lo que a mí respecta es "gato" y punto y le dejo fuera de la habitación mientras me echo un amago de siesta y él rasca la puerta para que le deje entrar como si hubiera ahí algo que realmente necesitara, que le hiciera absolutamente imprescindible el subir al sofá y despertarme y arañarme el brazo...

Fuera, llueve. Con ganas. Es la primera vez que llueve con ganas en todo el viaje, el calor es a veces tan agotador como la propia carretera. Estamos en una zona residencial de Pittsburgh llamada Squirrel Hills realmente preciosa, con sus porches y sus patios y su vegetación por todos lados y toda la tranquilidad y variedad que le falta a Manhattan en una sola calle.

Todo aquí es verde. Todo. Desde Nueva Jersey hasta aquí, una sucesión de bosques que no consigo fotografiar desde el asiento de copiloto. A veces la cámara corta a lo obvio: a las cabinas que hay cada milla para que llames si tienes un acciente, al coche de policía esperando en un camino de tierra para salir disparado detrás de cualquier espídico...

En Estados Unidos, todo lo has visto antes y no sabes hasta qué punto eso te tranquiliza o te inquieta.

Creo que el viaje de la mañana nos ha dejado algo tocados a los dos. Seis horas de carretera sencilla, pero carretera. Mucho sol, ya lo dije. Agua caliente. Todo malas combinaciones. Al menos, eso sí y como siempre, nuestra banda sonora. Tiene un punto impresionante escuchar determinadas canciones en determinados paisajes.

Yo, con mi afán de hacer historia en cada cosa que hago, me conformo con pequeñas cosas: no me importa ver la mitad de lo que debería o ponerme delante del televisor a engancharme con reposiciones de "Salvados por la campana" o "El show de Bill Cosby". No, no me importa porque luego pienso para mí, "vale, pero estoy en Pennsylvania" o "vale, pero mañana estaré en Ohio" y el personaje sonríe satisfecho, objetivo cumplido.

La persona? Bueno, la persona está todavía un poco dormida y cansada y no se entera cuando le hablan en los supermercados. Eso es lo que más le molesta de todo: no enterarse cuando le hablan, porque al fin y al cabo, se supone que la persona es bilingue e igual que al personaje ese punto ausente, de inmigrante perdido, le queda bien, al ego de la persona -a mi ego, caramba- le resulta un poco humillante. Yo le prometí al hombre de inmigración que era profesor de inglés. Tengo unas responsabilidades.

Molly y J. aún no han venido. Creo que vamos a hacer tortilla de patata. Este es el típico comentario intrascendente, ahora que lo pienso. Siempre he perdido interés por cualquier historia de viajes que llegue al punto "vamos a hacer una tortilla de patatas". Eso quiere decir que desde este momento están legitimados a dejar de leer.

En fin, que haremos tortilla de patata, repasaremos pasados y nos acostaremos pronto. Mañana iremos a Toledo, Ohio, a hacer noche. No les hizo siempre gracia lo de que hubiera un Toledo en Ohio? A mí, sí. Por eso, vamos, creo. Por eso y porque Chicago está demasiado lejos, así que vamos a moderar los esfuerzos un poco. Pittsburgh, Toledo, Chicago y luego creo que Sioux City. No lo diría seguro. Lo diré seguro cuando esté ahí.

Ahora les dejo, la cebolla me espera.

martes, agosto 11, 2009

Allentown, Pennsylvania


Para llegar al motel atravesamos tres estados: salimos de Nueva York por el puente de George Washington y entramos en Nueva Jersey. Es una zona preciosa, llena de verde por todos lados y el Hudson como presencia constante, vigilante. Una zona de campsites, con su tienda correspondiente donde Inés compra una neverita y una pequeña parrilla y me pregunta cómo quiero hacer fuego para el café, si con unas ramitas o con carbón y yo, claro, la miro lejano, ausente, como si me preguntaran quién prefiero que gane si los Red Sox o los Yankees -juegan todos los días, todos los santos días-.

Luego se hace de noche y vamos cambiando de carreteras. Es el viaje más corto pero también el más complicado, probablemente, porque es el primero y porque hay que estar atentos todo el rato a un mapa que se ve cada vez más pequeño, más entre tinieblas. Al final, casi, entramos definitivamente en Pennsylvania y ahí nos quedamos, en un motel de Allenwood, cerca del aeropuerto, cerca de unas ciudades con nombres preciosos: Bethlehem y Nazareth. Como en un libro de Joan Didion.

El motel no tiene nada de cinematográfico, salvo quizá la entrada con los coches, pero no hay balcones ni tiroteos, solo una puerta del baño rota, supuestamente a patadas, probablemente por alguien que se quedó encerrado dentro. Ni siquiera hay un conducto de aire acondicionado donde dejar maletines llenos de dinero. Cogemos el coche y volvemos una milla atrás, a un diner barato lleno de partidos de béisbol.

Le digo a Inés que tengo miedo, que todo este país me abruma, me supera, pero ella me dice que todo va a ir bien (la frase de ayer de Amy fue "In the end, everything will be fine and if it's not fine, then it's not the end").

Todo ahora que había equilibrado el horario físico, las horas de sueño e incluso me había permitido pasar parte de mi día de turista en Nueva York en un cine, viendo "The hangover" detrás de un negro enorme que se encargaba de hacer los comentarios de cada jugada. Al rato, entró un homeless. Nada espectacular: se sentó en una de las primeras filas y se quedó dormido.

Paseé por última vez por Times Square, claro, pero uno se acaba acostumbrando a la excepcionalidad. Pensé en pasarme por el Metropolitan, pero estaba cerrado. Qué hacer un lunes en una ciudad ajena y en funcionamiento? Echarse a un lado. Starbucks y McDonald's.

El asunto es ahora y ahora es Letterman, O' Brien y Leno en distintos canales. Chandler Bean y Monica Geller, el trailer de "The final destination", John Cena contra Chris Jericho. Los ruidos de los pasillos y las familias con su comida basura en take-away, los tipos duros sin camisa rodeando el motel, quizá rodeando nuestro pequeño coche amarillo, el Texas Holdem en uno de los cincuenta canales de cable. El mundo cabe en un motel de Allentown, eso lo dice todo sobre el mundo.

lunes, agosto 10, 2009

Rutinas, parques, barrios y viajes


Rutinas.- Durante dos dias, me levanto a las 7 de la manana, enciendo la tele, veo las noticias en la CBS y leo a Roberto Bolano hasta las 8. El tercer dia me levanto a las 8, asi que prescindo de la lectura. Salgo a desayunar a las 8,30. Eso es pronto un fin de semana, me di cuenta en seguida, incluso en NY, pero es relativamente tarde el lunes: los sitios ya estan llenos de ejecutivos y en mi Starbucks se nota la urgencia, esa urgencia de dependienta americana que te pregunta lo que quieres a gritos porque estas todavia a cinco metros de la caja. A las 9 vengo aqui, a una tienda de souvenirs que tiene Internet en la planta de abajo. Una planta vacia, casi siempre, por otro lado. Incluso en lunes. A las 10, una hora de actualidad despues -haganse una idea: el sabado no habia muerto nadie, el domingo solo habia reacciones a lo de Jarque y yo sin saber aun que demonios le habia pasado a Jarque-, vuelvo al hotel, cojo la camara de fotos, me aseo un poco, pillo algo de dinero y me voy a algun lado.

Generalmente, a Times Square.

Parques.- Descubri Hyde Park yo solito. No tenia especial merito y de hecho aquello no era Hyde Park sino Kensington Gardens. A mi me daba lo mismo. Iba cada manana a leer y escribir apoyado en un arbol y el cielo de Londres me parecia agresivamente alto y azul, como si no fuera el mismo. En Central Park sucede algo parecido: entro con El Pais bajo el brazo, pero El Pais del dia anterior, igual que yo les cuento hoy lo que hice ayer, es decir, ustedes leen ahora que yo leia El Pais del sabado. Bajo por un caminito hacia el Pond y me quedo en un banco. Patitos y ancianos y footing dominical.

A lo lejos hay una especie de feria, un pequeno parque de atracciones, probablemente, tambien, cosa de los domingos. Lo rodeo cuidadosamente, sacando fotos, y me subo a una colina de hierba que deja abajo el parque y me coloca frente a un buen monton de rascacielos. Cierro los ojos y descanso al sol. Una nina mexicana juega con su padre a manejar un helicoptero, otro nino, estadounidense, creo, juega con su madre a lanzarse el freesbee. La madre muestra cierta torpeza.

Yo quedo en medio. Ausente. Central Park para mi solo tambien. Algun dia vendre con alguien, quizas contigo, y te explicare todo esto con la meticulosidad con la que le explicaba todo a T. en Londres. A veces, me siento un explorador. Una pareja llega y se pone a jugar con un zapato. El intenta tirarlo a lo alto de la copa de un arbol y ella se rie y le agarra y le tira y juegan. Es bonito. El amor es una cuestion de distancias y a esa distancia es bonito.

Barrios.- Caminamos hacia el oeste, esta vez. Hacia el West Village. Todo mas pijo. El oeste es lo que tiene. Caminamos hacia la Avenida de las Americas y llegamos a la Septima y ahi bajamos, serpenteando: West Village, con sus portales de pelicula de Woody Allen y sus bares cool con elegantes restrooms -soy un artesano del restroom neoyorquino-. Hablamos de algo, Ines y yo. Probablemente de Jarque. Probablemente de mi capacidad sorprendente para no disfrutar las cosas cuando pasan y sublimarlas despues de una manera desmedida. Algo asi. Entramos en Chelsea. "Es el barrio gay", dice Ines, " espero que no te escandalice", anade en broma. Yo vivo en Chueca, o suficientemente cerca de Chueca como para que no me escandalice nada.

Tampoco es para tanto, en cualquier caso. Amy se une a nosotros en una esquina, justo en el momento en que Ines toca "America" en el ukelele y yo hago lo posible por no salirme demasiado de tono. Es un momento bonito. Un momento sublimable, desde luego. Barajamos opciones italianas, asiaticas y francesas. Nos quedamos con esta ultima. Es un restaurante con aires europeos pero merengue y bachata como banda sonora. Cuando entramos, o justo al sentarnos, no recuerdo, ponian "Sentia" de Mecano, probablemente su mejor cancion.

Amy nos miraba como si se estuviera perdiendo algo en la traduccion.

Viajes.- Dejo el hotel a las 12 y vagabundeare hasta las 5 o asi, que vendra Ines con el coche y nos acercaremos poco a poco a Pittsburgh. Descartada la idea de hacer todo de una sola vez. Pararemos en un Super 8 del camino -Ines asegura que ya ha reservado, pero yo conozco a Ines y algo me dice que...- y ya manana acabaremos por la manana el camino. Eso nos deja un dia de estancia en Pittsburgh, en casa de Molly y su marido. Yo tampoco se quien es Molly, solo de oidas. Estaremos a miercoles cuando salgamos a Chicago, pero tampoco esta claro que vayamos a ir directamente alli, sino probablemente paremos en cualquier otro sitio de en medio para no cargar demasiado. Puede que sea una esquina de Indiana, puede que sea un pueblo que queda a cuarenta y cinco minutos de la ciudad.

Go with the flow, de eso se trataba, no? La pacificadora sensacion de que no soy yo el que tiene que tomar las decisiones, que vagabundear es todo lo que se espera de mi y me manejo con cierta facilidad al respecto.

domingo, agosto 09, 2009

Times Square es una puta

Como deciamos ayer, uno se siente tentado a decir obviedades, del tipo "que bonito esta Nueva York a las ocho de la manana mientras acaba un chubasco nocturno y la ciudad esta llena de un gris melancolico". Lo cual es cierto, claro, como podria decirse casi de cualquier ciudad del mundo. Una ciudad que no sea bonita un domingo a las ocho de la manana despues de una tormenta de verano es una ciudad que no merece tal nombre.

Nueva York y nuestras peleas: las cesiones y las exigencias. De un lado, las revistas americanas bajo el brazo, que me hacen sentir mas comodo: Rolling Stone -atraido por la promesa del analisis de Michael Moore de los primeros meses de Obama en la Casa Blanca-, Tennis -Federer en portada, basta de explicaciones- y Sports Illustrated. Del otro, la negativa a renunciar a mi banda sonora. MI banda sonora en vuestra jodida ciudad de raperos y coches descapotables.

Zahara en la Quinta Avenida, Emite Poqito en Madison, Sidonie en la calle 42 y Nacho Vegas en Times Square, ese lugar donde el mundo se detiene, especialmente tambien por las mananas, porque Times Square, de noche, permitanme la excentricidad, tiene un punto vulgar, un punto topico... pero por la manana... por la manana, Times Square esta aun desprevenida, alterada por los excesos de la madrugada anterior, con los neones justos, con la facilidad de impresionar que tendria un boxeador vestido de calle, los musculos apretados contra la camisa.

Ese efecto intimidatorio.

Probablemente, de hecho, Times Square sea lo mas intimidatorio que he visto nunca: yo, diminuto, en una silla de tela y plastico de las que ponen en la confluencia con Broadway y todo lo demas girando alrededor de mi, sin mirarme apenas. No puede haber un lugar en el mundo mas emblematico: Times Square en el cruce de la 42 con Broadway. Cuenten las palabras, no sobra ninguna. La experiencia nocturna, ya digo, fue decepcionante. La plaza se habia convertido en una puta.

Podria hablar del cansancio, pero el cansancio va de suyo. Ustedes podran imaginarse que estoy cansado. Quiero decir, estaba cansado cuando me fui de Madrid y en medio ha habido un vuelo de ocho horas y unos paseos monstruosos a horario cambiado. Paseos a Central Park y a Union Square, paseos a las pharmacies para comprar colirios -yo y mi pasion por los colirios-, paseos rumbo a hamburguesas, como si esto fuera Medina del Campo, paseos con Ines, de tarde, con la sensacion constante de que va a llover, de que va a pasar algo, pero no.

Las calles de Greenwich Village y del Soho. La ternura de Ines en cada palabra, su inocencia: aqui solo hay neoyorquinos, dice tras cruzar un mercadillo sorpresa, para trazar la linea supuesta entre dos Manhattans. No, Ines, aqui no hay ni un neoyorquino. Aqui hay italianos, sobre todo, y algun hispano sirviendo en un McDonalds. Aqui hay grupitos de turistas agolpados en las terrazas de Thompson Street. Agosto ha llegado a su ciudad y a Ines le ha pillado en un sueno, como siempre. Una chica que siempre te va a contestar con una sonrisa. Siempre. Incluso cuando sabes que esta fingiendo.

Ines y yo en Staten Island. Miento. En el muelle del que sale el ferry camino de Staten Island. La Estatua de la Libertad atardeciendo. Todo vacio. Espectacular, a su manera. El barrio financiero, el recuerdo del World Trade Center, la reserva federal, el claustrofobico edificio AT&T, el propio muelle y la propia estatua e incluso New Jersey al fondo... todo vacio. La ciudad esta a otras cosas. Esta buscando cadaveres sobre el Rio Hudson -entre los edificios, al fondo de una avenida, me parecio ver un avion que volaba muy bajo-, esta gritando a los neones y entrando en museos de cera. Esta en algun musical que empieza a las 8. Pero no esta aqui.

Hermosa sensacion esa: ir a contracorriente.

Ines y yo en el Metro de Nueva York mientras una chica preciosa de no mas de quince lanza miradas furtivas mientras sostiene su pijisima bolsa de Marc Jacobs y otra chica preciosa, mayor, rubia, entra con su bolsa de Desigual. Materia de relato. Las chicas preciosas de quince siempre son materia de relato y de obsesion. Times Square, de nuevo, ya lo he dicho: vestida como una puta, maquillada como una puta y abriendose ahi para que todo el mundo entre, entremos. Pienso en ir a ver "Hangover", pero la cola es muy larga y tengo mucho sueno.Temo a la muchachada.

Ceno en un diner cualquiera, con ese empeno mismo en parecer un diner cualquiera, y miro a traves de una ventana. La gente se hace fotos con un Samuel L. Jackson de mentira, Broadway se vuelve a separar de la 42 y yo giro hacia el este sin piedad, las calles vacias y el humo saliendo de las aceras. Americas, Sexta Avenida, Quinta Avenida, luego ya Madison.

Ahi ya basta con contar hacia atras y caminar hacia abajo: 42, 41, 40, 39 y 38.

sábado, agosto 08, 2009

Madison con la 38



Yo intento hacer una cronica con estilo, un personaje sobrado y conocedor que disfruta de lo que Nueva York le ofrece con serenidad, aplomo y experiencia. La pose de todos los que estuvieron aqui antes, en sus teclados sin tildes.

Intento hablar del East Village, de la hamburguesa que nos sirvio un chico clavado a Andy Roddick y los "sides" de aros de cebolla y patatas fritas. Intento hablar de Ines. Intento hablar con Ines y que no sea en espanol para que no me pasen muchas de las cosas que me estan pasando, este sentimiento de perdicion absoluta, de Paco Martinez Soria en medio de un monton de rascacielos. Ningun glamour. Creanme. Mi personaje no tiene nada de sabio ni de intelectual europeo. Es un hombre con boina y baston que entra en los restaurantes y se sale porque no sabe ni siquiera como pedir el desayuno.

Un hombre abandonado en este momento: Ines compone mientras yo paseo por Manhattan, Quinta Avenida hacia abajo, hasta un parque que se llama Madison algo, creo, y luego Broadway probablamente hacia arriba -sur, norte, este, oeste, lo que quieran-. Tengo un mapa doblado en el bolsillo y dentro de ese mismo bolsillo una camara de fotos. Imaginen la pinta que llevo. Quizas todo el problema sea ese: mi negativa a aceptar mi condicion de turista. Quiero ser un turista, pero con todas las armas en el bolsillo para que nadie las vea, quiero hablar rapido y con acento con los dependientes indios, pero ni siquiera recojo el cambio luego y tienen que gritarme: "Your change, sir" como si yo fuera Dudley Moore.

Si, es eso, un Dudley Moore sin acentos.

Duermo en un hotel que tiene alguna vinculacion con NH, pero no se cual. Mi movil funciona pero he decidido apagarlo porque quiero desaparecer. El tipo de aduanas sonrio cuando le dije que era profesor de ingles. Le parecio bien. Por cierto, ahora que lo leo, ser profesor de ingles en este teclado parece algo mucho mas divertido. No se lo que le parecio a el, se que me dejo entrar en su pais.

Fue un detalle.

Y luego? Pues eso, Ines en la pick-up, un trafico inmenso, un monton de coches y motos a punto de estrellarse entre si, la sensacion de que estas dentro de una pelicula, Brooklyn, el puente de Manhattan, los rascacielos, Madison Avenue y la 37 y un bar del East Village donde juegan al billar y yo le digo a Ines: "Este es el tipico sitio que cuando estemos en Ohio a mi me daran una paliza y a ti te violaran entre tres".

Para animarla.

Dudley Moore en Ohio, me gustara ver eso.

La frase favorita de Amy es "Go with the flow". No se si es su favorita, al menos es la que mas utiliza para referirse a mi situacion: "Just go with the flow", dice, e Ines sonrie porque sabe. El taxista amenaza con llevarme por Brooklyn de nuevo pero yo bromeo con que conozco la ciudad y saco la cabeza casi por la ventanilla para ver bien el camino.

Por la manana -o lo que sea, porque las mananas se alejan sospechosamente estos dias- una chica preciosa -blanca, rubia, todo tan esperable- da el tiempo en la television y pienso si realmente haran los castings en las facultades o si el titulo de meteorologa es un eufemismo como otro cualquiera.