sábado, julio 25, 2015

Et moi, et moi, et moi...



Lo que recuerdo de los cursos de idiomas, los del Institut Français, los de Istituto Italiano di Cultura, los del Goethe Institut... son las canciones. El excelente gusto de los profesores para elegir canciones pegadizas que pudiéramos recordar con los años. Creo que con el inglés es más complicado porque el inglés está demasiado sobado en nuestros oídos y yo lo intento, claro, y les pongo Paul Simon o Leonard Cohen, pero no, no es lo mismo que el "Bella" de Jovanotti o el "Tre parole" de Valeria Rossi, incluso el "Michelle" de Gerard Lenorman, ese gran hortera, que marcó de estética perdedora toda una adolescencia.

Con todo, me quedo con Jacques Dutronc, el maravilloso Jacques Dutronc. No sé quién nos puso "Il est cinq heures, Paris s´eveille", probablemente fuera Valerie en aquel intensivo de julio, pequeño campamento de verano en Marqués de la Ensenada. Uno empieza con Dutronc y no para, como le puede pasar con Gainsbourg, Brel o Hardy o en menor medida con France Gall. Por supuesto, estamos de nuevo hablando de estética, esto es, no solo la música sino la sensación de que el que la canta va completamente mamado, está totalmente perdido y todo ello le hace el hombre más feliz del mundo.

Y si esa estética le encanta a él, ¿cómo no te va a encantar a ti? París a las cinco de la mañana, las chicas preciosas del barrio de las que enamorarse a cada momento y esos setecientos millones de chinos (y yo, y yo y yo...). Cuando la Chica Diploma pone los discos de nuestra boda en el coche, solo pierdo la compostura con dos canciones: "Je veux te voir", de Yelle, y la prodigiosa "Ça planne pour moi", de Plastic Bertrand. Supongo que el francés es un idioma que gana con la distancia y lo bueno, precisamente, es que siempre está lejos.

Hasta que alguien se preocupa en acercártelo.

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Hablando de los cursos de idiomas, menudos años raros aquellos. Todo empezó en 2000 con el alemán, continuó en 2001 con el francés y en 2002 perfeccioné el italiano por si acaso a mi mujer le picaba un mosquito en plena luna de miel y tenía que explicárselo a una dermatóloga en el hospital de Siena. Para que luego digan que no soy previsor. Aprendía idiomas porque estaba perdido y diría, incluso, que "perdido" se queda corto.

De aquellos años -y para resumirlo todo, vamos a quedarnos solo con 2001- recuerdo las mañanas viendo videoclips en Quiero TV, los peores videoclips posibles, como los de Paulina Rubio o Jennifer López, y los mejores, como el "Rock DJ" de Robbie Williams o el entrañable "Lady, hear me tonight", de Modjo, con esos tres adolescentes descubriendo mundo, tan frágiles, tan indefensos y a la vez tan felices contemplando el abismo, como si esperaran que Holden Caulfield viniera a rescatarles en cualquier momento.

No solo eso, claro: la Nochevieja que pasé viendo el streaming de GH1, incluso compartiendo sus resacas del día siguiente en el 24 horas que inventaron los de Endemol. Los chats de internet, las chicas que conocía en chats de internet y con las que acababa acostándome por la noche o simplemente volviéndome por donde había ido. Noches de Ópera y noches de La Latina. Viajes a Bilbao y a Santander y a El Bierzo. Ellos no me querían a mí y yo no les quería a ellos, como la canción de Elastica.  Bares a la salida del metro de Núñez de Balboa, explosiones en Nueva York.

Aun así, lo más raro fue ese trabajo que me llevó de Pacífico a Haarlem con el ojo hinchado y esa semana releyendo emails y viendo putas en el Barrio Rojo con mis jefes. Los emails con nombres de canciones que le mandaba a la Chica Langosta y que ella contestaba casi al instante, como si de alguna manera se sintiera sola. Tenía sentido, al fin y al cabo vivía por entonces en otro continente. Cuando T. me dejó, yo tuve un amago de re-enamoramiento y ella salió corriendo a Iowa City en una maniobra que se debería estudiar en todos los libros de táctica militar. Una noche de verano fuimos a ver a Canaletto a la Thyssen. Nos sentíamos muy cómodos en la pedantería. Tan cómodos que creo que nos podríamos haber quedado ahí para siempre.

viernes, julio 24, 2015

Cuando el Partido Popular decidió convertirse en Podemos



Lo más curioso de la reforma electoral del Partido Popular es que pretende acabar con la democracia representativa en favor del líder carismático. Muy chavista todo. El candidato más votado por encima de su pleno de ayuntamiento o su parlamento autonómico. La imposibilidad de una oposición parlamentaria, el fin del parlamento como tal. Lo que molesta al Partido Popular, al parecer, es precisamente que se hable, se negocie y se pacte. Hay cosas que son la esencia de la democracia los días pares y la gran rémora de la democracia los impares.

Con todo, es una reforma que puede funcionar en España, un país desde siempre harto de los políticos y con unas ganas locas de acción directa. ¿Qué más directo que escoger al alcalde por aclamación sin oscuros contubernios detrás? El Partido Popular pide, en definitiva, que se acabe con los partidos políticos, como esos mensajes del Inspector Gadget que se autodestruían nada más leerlos. Con la muerte de los partidos políticos en favor de los populismos, obviamente caería el llamado Régimen del 78 y la Cultura de la Transición y todo ese rollo.

¿Qué me parece a mí? Atroz, por supuesto, pero a la vez divertido. Lo poco que ha tardado el PP en convertirse en Podemos es cómico. Ni siquiera en Podemos sensu stricto sino en la caricatura que ellos mismos han hecho de Podemos. Hay cosas que si hacen los demás son golpes de estado y si las hace uno mismo son reformas que pide el pueblo. Supongo que siempre ha sido así pero me sorprende la tranquilidad con la que los analistas tragan con estas historias. Claro que tantos años tragando para vomitar ahora es un poco tontería.

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Los homenajes a Saza ya se hicieron en vida así que insistir sería redundante. Quedémonos con lo único bueno de su muerte, que ha sido la emisión inmediata de "La escopeta nacional" en La 2 de TVE. Todo en esa película es maravilloso y a la vez triste en la distancia: como diría Beatriz Sanchís, "todos están muertos". Esos planos secuencia de Berlanga, esa ironía de Azcona, la sonrisa inimitable de Saza -quizá el mayor éxito de Cuerda en "Amanece que no es poco" fue inmortalizar a un Sazatornil serio, de orden-, los enfados de Agustín González, la lealtad de Luis Ciges, la bonhomía de Antonio Ferrandis, la lujuria disparatada de José Luis López-Vázquez y por supuesto la elegancia decadente de Luis Escobar. Lo dicho, todos muertos, y aun así nos dan la mejor hora y media de lo que va de año televisivo.

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En la conversación aparece Marta, la chica de la que recuerdo hasta su número de teléfono del barrio de Aluche. Nunca le he hablado de Marta y la Chica Diploma se espera otro de mis largos flash-backs, pero no, la historia de Marta pilla demasiado lejos y es demasiado habitual: chico conoce a chica y flirtea con ella en bar de Malasaña, chica se muestra interesada como en aquella canción de Paul Simon: "She looked me over and I guess she thought I was alright... alright in a sort of a limited way for an off-night", unos cuantos besos en la calle Velarde, un paseo por Malasaña cogidos de la mano y un inmediato desinterés mutuo antes incluso de llegar a la parada del búho, donde ir a pasar el resto de la noche juntos a su casa queda completamente descartado.

De quedarme con algo de la historia, me quedaría con el contexto: aquella Malasaña, aquellos amigos de Marta, aquel insólito bar que era el Baroja, aquella hija de presidente de gobierno con sus escoltas, aquella máquina del Tetris en el Mission Claimd con la que me entretenía mientras ella intentaba besarme y sonaba "Disco 2000" de Pulp. El mismo Mission Claimd, como concepto. Me quedaría incluso con el epílogo, porque los epílogos, a diferencia de los prólogos, son lo mejor de las novelas: cuando fui a recogerla a su facultad solo para poder volver con ella en tren y que nos dijéramos lo poco que nos necesitábamos y cuando jugamos con fuego en aquella fiesta de psicología, cuando yo era un hombre ya casi casado.

Todo eso me lo quedo para mí, de hecho me quedo hasta el nombre porque al principio no lo recuerdo. A cambio, le cuento otra vez cómo empezó aquel verano -los primeros capítulos también pueden ser interesantes- y lo de la Chica Langosta en Londres dando vueltas por Hyde Park buscando un hotel mientras A. esperaba en casa de sus tíos. De A. no hablamos porque no me atrevo, se lo digo así de claro. "No me atrevo". Ni en público ni en privado. Ya tiene que ser alguien importante en tu vida para que se escape de todos tus cotilleos. Ni que fuera un trineo y se llamara "Rosebud".

martes, julio 21, 2015

FIB 2015. .Trouble in the message centre



La cara de Damon Albarn en las pantallas gigantes. Primeros planos de un hombre agotado, rozando los cincuenta, la mirada fija en algún punto, ensimismado, un diente que falta en cada sonrisa, un agujero negro. Un concierto extraño, el de Blur en Benicassim, pero un buen concierto. La lista de canciones más rara de la historia, incluyendo medio "Parklife" y las magníficas "Bad head" y "Trouble in the message centre". Alex James con su tradicional camiseta ajustada con cuello de pico, como si nada hubiera cambiado. Graham Coxon cantando "Coffee and TV" entre la algarabía británica.

Vuelvo a Albarn, a la sonrisa mellada de Albarn cuando se da cuenta de que o sonríe o se cae de agotamiento y mejor sonreír, claro, así que por uno o dos minutos vuelve a botar y a gritar y a correr y a perderse entre el público, todo para acabar de nuevo rendido. Albarn en 2015 y Albarn en 1993, "Street´s like a jungle, so call the police", esa especie de "Escuela de calor" que es el "Boys and girls", aún hoy probablemente su mayor éxito, quizá junto a "Song 2". Albarn joven y guapo y "starshaped", como anunciaba la canción, como confirmaba el VHS que compré cuando estaban empezando.

La canción habla de unas vacaciones con Justine Frieschmann, cantante de Elastica, en Magaluf, o al menos eso dice la Wikipedia, porque en la letra se menciona a Grecia claramente, quizá para despistar. Magaluf y el sexo en todas partes y la juventud de hoy que choca con la juventud de ayer. No solo su juventud, que ese es un problema suyo, sino mi juventud. Veinticinco años casi de "She´s so high" y "There´s no other way". Empiezo a ser carne de "Qué tiempo tan feliz" y lo llevo fatal, qué quieren que les diga.

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Por ejemplo, mi cara en una foto que nos saca una chica durante el concierto de Vetusta Morla. Éxito rotundo de la dieta Tony Aguilar. La Chica Diploma se empeña en tener fotos juntos pero a mí no me gustan porque yo en las fotos salgo feo y gordo, y con los traumas adolescentes sin resolver ya tengo suficiente. Mucho mejor aspecto, donde va a parar, el de Jorge Garbajosa, cantando voz en grito todas las canciones del concierto sin que nadie le reconozca ni le acose ni ande pidiéndole autógrafos. Cuando le menciono en Twitter, responde, educado, eso es todo. El sábado estuvo Claver, con gesto de agobio.

Es un concierto corto pero bueno. No sé cuántas veces he visto ya a Vetusta ni en cuántas ciudades. Probablemente tengan el record. No voy a negar que llega un momento en el que uno se cansa, pero quizá porque lo saben o quizá porque intuyen que están en un festival británico, hacen unas quince canciones a toda velocidad, las más movidas, sin más concesiones que a la empalagosa "Copenhague". Los Vetusta más rockeros y más Radiohead, los que me gustaron desde el principio, pasando de soslayo por el segundo disco hasta que deciden cerrar con un único bis: "Los días raros".

Todo tiene un punto extraño, ya digo, porque uno se ha acostumbrado a las masas entregadas y en Benicassim las masas entregadas están viendo a Public Enemy y a Franz Ferdinand en el escenario secundario. En el principal quedamos pocos y ni siquiera seguimos el "Saharabbey Road" y si lo seguimos, desde luego, no lo parece. Está bien porque el entusiasmo agota y la adoración aún más y dar un concierto donde la gente viene a escucharte y no a entregarse a tus pies solo te puede hacer mejorar como músico.

Y como espectador.

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Recuerdo a las niñas todo el rato. Supongo que es inevitable. Aquel julio de 2009 que supongo que marcó un antes y un después. Me gustaría recordar a Hache pero se me hace imposible así que recuerdo a la Chica Portada, con su marca de sol en la espalda, su sombrero y su disgusto enorme cuando le pasaba el brazo por el hombro porque así le alejaba pretendientes. No sé cómo lleva la Chica Diploma todo eso. Entiendo que se lo esperaba. Me gusta decirle: "Si estoy todo el rato recordando lo que hice tal o cual año, es que mi vida ha tenido que ser la hostia".

Sí, mi vida ha sido la hostia, muy por encima de lo que se podía esperar, sin duda. También le digo, en una estación de servicio, ya de vuelta: "Probablemente es todo una cuestión de miedo. Tengo tanto miedo a lo que pueda pasar en el presente que cuando ya ha pasado me da el subidón y me parece todo increíble". Debe de ser complicado cuando el presente es ella, pero también es verdad que intento ser lo menos gilipollas posible y la dejo dormir casi toda la tarde y ponerse guapa y no me importa perderme Public Enemy ni Kaiser Chiefs con tal de estar con ella, y cuando Franz Ferdinand empieza a tocar "Do you wanna?", en vez de quedarme a botar y esperar pacientemente "This fire is out of control", me voy con ella a tomar un helado lejos de ahí, en el paseo marítimo de Benicassim lleno de imitaciones.

Y acabamos en la playa, en un lugar tremendamente agradable, muy de parejas que se acaban de conocer, ella con su tarrina y yo con mi Magnum, el mar oscuro a pocos metros, la arena justo debajo de nuestros pies, y por supuesto me acuerdo de las niñas, de las mañanas bajo el sol y la paella, pero estoy ahí, con ella, y ahí me gustaría quedarme mucho rato, aunque estemos hablando todo el tiempo del Niño Bonito y de lo mucho que lo echamos de menos, porque, sí, lo echamos de menos, pero para echarlo de menos, obviamente, tenemos que poner un poco de distancia. Aunque entiendo que lo mío con la distancia a veces es de psicoanalista.

viernes, julio 17, 2015

That´s not my name



Marhuendas aparte, algunas diferencias entre el caso Rita Maestre y el caso Guillermo Zapata: puede que el humor denote una visión del mundo y si esa visión es ofensiva, bien está que uno pida disculpas y se abstenga de ocupar cargos de representación pública. No digo que sea obligatorio, pero bien está. Ahora, entrar en una capilla, enseñar las tetas y gritar "Arderéis como en el 36" no admite muchos matices. Eso sí que es una visión del mundo y lo demás son tonterías. Rita Maestre y los demás organizadores de la performance tenían todo el derecho a estar ofendidos porque hubiera una capilla católica en una universidad pública, pero de la ofensa a la revancha hay un trecho y ese trecho conviene no disfrazarlo sin más de "activismo".

Yo, como ateo redomado, tengo la suerte de que me ofenden pocas cosas. Me da igual que se construyan mezquitas mientras no recluten yihadistas y me es lo mismo cuántas capillas o catedrales tenga una ciudad siempre que los curas no toqueteen a los niños, algo que por otra parte no es competencia exclusiva. Mi ofensa está en el delito, vaya, nunca en la fe, por absurda que me parezca. Si he de luchar por la aconfesionalidad del estado lo haré con las armas legales a mi alcance sin necesidad de andar atacando a nadie.

Porque, al fin y al cabo, Rita Maestre no fue a esa capilla a desnudarse porque tuviera calor sino porque sabía que así les jodía bien a los de dentro. En su puta cara. Como si voy yo y me saco el rabo, vaya. Muchos han querido exculparla con la vana excusa de que "era demasiado joven" pero entre los excusadores ni ha estado ella ni ha estado el líder de su partido, Pablo Iglesias. Ambos consideran que eso es "activismo", à la Nelson Mandela, y elevan bien orgullosos el mentón. Puede que tengan motivos para el orgullo, yo en eso no entro. Lo que tengo claro es que luego no puedes ir representando y dando voz desde el gobierno a esos mismos a los que has querido aguar la fiesta solo por darte el gusto. 

Hubiera bastado, como Zapata, con pedir perdón y reconocer que las cosas que no nos gustan no se solucionan a las bravas, pero eso sería, precisamente, renunciar a su visión del mundo. Lo que va, insisto, del chiste al acto.

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Las mañanas transcurren al ritmo de los Ting Tings. No sé por qué. Tantas veces he escuchado el "We started nothing" que he acabado encontrando un patrón en "That´s not my name" que me recuerda al "Bella figlia dell´amore" de Rigoletto. Fíjense a partir del minuto 2:30 aproximadamente, cuando Katie White se interrumpe a sí misma y sobre el "Are you calling me darling, are you calling me bird?" vuelve a recitar el estribillo "They call me Bell, they call me Stacey, they call me her, they call me Jane..." y así hasta que entra Jules Di Martino con su propio recitado -no he encontrado la letra y me pierdo entre tanta voz- y ya para rematar de nuevo White por encima de todos: cuatro voces, aunque tres sean de la misma persona, a la vez.

No es algo inhabitual en el pop inglés, incluso en el americano, aunque sí lo es en el español, donde rara vez se oye algo que no sea al cantante y las segundas voces quedan relegadas a matices de armonía sin más. La cosa funciona como un tiro igual que funcionaba el Duque de Mantua tratando de enamorar a la cortesana, la propia cortesana rechazando coqueta sus encantos, la enamorada hija de Rigoletto llorando desconsolada por las esquinas y Rigoletto, voz de barítono rencoroso, advirtiéndola: "Taci, che piángere non vale", las cuatro voces mezclándose y saliendo y entrando como si en vez de en La Scala estuvieran en un festival indie.

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El libro de Juan Tallón: llega a los relatos de Ernest Hemingway y no solo eso sino que menciona "The short happy life of Francis Macomber". Le escribo inmediatamente: llevo toda una vida intentando escribir ese relato. Una vez, de hecho, estuve a punto de conseguirlo. Los riesgos de la valentía, la constatación de que no todo el mundo está preparado para ser valiente. Me contesta que todos queremos escribir como Hemingway y cuando no lo conseguimos intentamos escribir como Monzó y cuando no conseguimos escribir como Monzó, pues escribimos lo mejor que sabemos y punto.

Tiene razón. Yo también tuve mi época Monzó y cuando lo comenté en la Escuela de Letras casi me echan antes de empezar la primera clase. Por lo demás, Tallón menciona también a Descartes y el "Discurso del Método" porque tiene un punto más novelesco que las "Meditaciones Metafísicas" aunque le falte el apéndice de comentarios de la segunda, su correspondencia con Hobbes y los empiristas británicos, su propia refutación del "Pienso, luego soy" convertida en "Yo pienso, yo soy", porque el "luego" ya implica una inferencia y toda inferencia podría ser falsa.

Pero esto no se lo digo porque no quiero parecer pesado, claro. Esto solo se lo digo a ustedes, que ya saben que no tengo remedio.

lunes, julio 13, 2015

Libros peligrosos


Perder contra Nadal resultaba irritante, más que nada porque todos sabíamos que Federer era mejor, incluso el propio Nadal, que corría a repetirlo en cada entrevista como el militar aquel al que se le murió Unamuno en plena conversación y tuvo que salir gritando "Yo no he sido, yo no he sido". En aquellas derrotas, primero en cinco sets, luego en cuatro y ya por último en tres, creció una especie de anti-nadalismo que solo era rencor disfrazado de teoría: no hace más que correr, solo pasa bolas, desespera a cualquiera con el tiempo entre punto y punto, mano en la cabeza, en el culo, en la oreja, en la otra oreja...

Federer era entonces intocable y estas pequeñas manchas eran afrentas que se calmaron un poco en 2009, cuando Nadal se quitó de en medio ante Soderling y dejó que el suizo ganara por fin Roland Garros. El dominio de Roger de enero de 2004 a enero de 2010, con el pequeño hiato del verano de 2008, fue tan marcado que difícilmente veremos nada parecido. Tenía 28 años y medio cuando ganó su decimosexto torneo de Grand Slam. Nadie habría dicho entonces que solo ganaría uno más, en 2012, la pista central de Wimbledon techada y Andy Murray en medio de un ataque de nervios.

Perder contra Djokovic, ahora, es otra cosa. Duele, por supuesto, pero tiene ese punto de lo inevitable, como cuando te toca el Barça en cuartos. El serbio, a sus 28 años, es el dominador y Roger, a los casi 34, suficiente hace con tocar las narices un rato, hasta que se cansa y empieza a ver que todos los restos van a la línea y que este tío no solo es capaz de hacer como el otro: correr de lado a lado de la pista a devolver pelotas imposibles sino que además saca como los ángeles y no cede ni un segundo de tregua. Entonces, solo entonces, Roger entra en modo de ahorro de energía, y se autodestruye como los mensajes de Mortadelo, reveses a la red y voleas al tendido, gesto enfurruñado, como si su reino no fuera de este mundo y no se mereciera un trato así.

La gente se pregunta ahora hasta dónde llegará el dominio de Djokovic. "No tiene rival", dicen, lo que no deja de ser una obviedad. Cuando uno reina, los demás son súbditos. Sampras no tenía más rival que el viejo Agassi en 2000 , cuando ganó su séptimo y último Wimbledon, tampoco lo tenía Federer en 2010, después de su cuarto Open de Australia ni se atisbaba límite al Nadal que ganó en 2013 el doblete Roland Garros-US Open, combinado con el número uno del mundo. Todos cayeron como cayó Roma. Es lo que tienen los imperios.

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Empiezo a leer "Libros peligrosos", de Juan Tallón, con todos los prejuicios del mundo y en las primeras páginas veo confirmada mi arrogancia: si hay dos cosas que me disgustan cuando se dan en exceso son el alcohol y las citas, y Tallón no se priva de ninguna de las dos. Sin embargo, llega la cuarta página y la quinta y la sexta... y junto a la propia narración de Tallón van cayendo los libros peligrosos, la selecta lista de libros peligrosos cuyas citas ya no son empalagosas y estupendas sino una verdadera delicia. Pizarnik y Cortázar, Fitzgerald y Dos Passos, el entrañable Parménides de Elea y las paradojas de Zenón. Aquiles y la tortuga y el movimiento como algo imposible.

Es un libro de un riesgo enorme precisamente porque uno no puede ponerse a hablar de Juan Rulfo sin tener nada nuevo que decir, pero es un libro que te arrastra por el río en medio de una comodidad impensable. La comodidad, entiendo, de la pasión, del disfrute. En el fondo, Tallón, lee como bebe, sin mirarse las manos, y así llega también su escritura. Es probable que no nos conozcamos y que cuando nos conozcamos no nos caigamos bien. Hay un aire a tristeza común que conviene no compartir. Algo parecido pasó con Manuel Jabois, cuando llegó a Madrid y se rompió todo el encanto entre nosotros, si es que alguna vez lo hubo.

Quedará sin embargo la admiración y será una admiración sincera. Un "ahora lo entiendo" que en el fondo alivia, porque siempre es bueno que el valor y el talento se abran camino, sin ponernos ahora a diferenciar si ese talento y ese valor son propios o ajenos.

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Puede que lo haya contado ya, pero no me importa repetirlo: le di a leer una de mis novelas a Andrés Barba y la destrozó en un solo email. Con "destrozar" quiero decir destrozar. Plaza y Janés es mucho más tibia a la hora de descartarme aunque solo sea porque Plaza y Janés sabe que los milagros ocurren pero no sabe cuándo va a ocurrir el siguiente y conviene no fustigar demasiado a los leprosos. A mí el email me dolió como me duelen las derrotas de Federer contra Djokovic, pero, de nuevo, lo consideré algo que entra dentro de lo normal: uno no le da un libro a un amigo para que le guste sino para que lo lea. Obligaciones, las justas.

Contesté a Andrés con toda la tranquilidad del mundo, una especie de "bueno, pues hablemos de otra cosa". Él estaba ya en Buenos Aires y pretendía desaparecer una temporada, pero tuvo tiempo todavía de responder a mi correo lleno de extrañeza: "Pensé que no ibas a contestarme, que no me volverías a hablar". Pasado el tiempo, he llegado a creer que quizá la crítica era simplemente eso, un intento de quitarme de en medio, pero eso habría mostrado una enorme falta de astucia en alguien que ha hecho de la astucia su gran tema narrativo.

Si hablamos bien solo de los amigos y hacemos nuestros enemigos a todos los que hablan mal de lo que hacemos estamos condenados a algo peor que la soledad, que es la estupidez. Porque sentirse solo, por mucho que la idea le espante a la Chica Diploma, es algo al menos tolerable, pero saberse estúpido... sinceramente, no creo que pudiera soportarlo.

domingo, julio 12, 2015

Javier Krahe, el hombre que pudo reinar



Es difícil saltarse la unanimidad en el elogio a Krahe y este artículo no será la excepción. Krahe era un genio, sin matices. Quizá no lo fue toda su vida pero lo fue el tiempo suficiente como para quedarse en la memoria de al menos dos generaciones. La última vez que le vi, en una fiesta posterior a un concierto de Joaquín Sabina, le recordé que cuando tenía ocho años perseguía a su hija Violante por su chalet de Ciudad Jardín y le pedía matrimonio. La cosa pareció hacerle gracia, aunque no sé si me recordaba a mí o si simplemente recordaba mi estatus: el sobrino de Pancho, el hijo de Gloria.

De Krahe eran las primeras canciones que escuchaba en aquel "Si yo fuera presidente" donde se consolidaron los músicos de La Mandrágora, cortesía del enorme Tola, el omnipresente y calmado Tola. A mí deberían haberme gustado las de Sabina pero me gustaban las de Krahe porque eran más divertidas y a los diez años eso es todo lo que importa. Krahe, además, tenía ese punto que me recordaba a mí: no era tu mejor amigo pero sabía cuándo no molestar, una virtud poco reconocida.

De manera algo injusta, su personaje quedó un poco a la sombra de Joaquín. Tan a la sombra que esta es la tercera vez que Sabina aparece en este artículo y solo llevamos dos párrafos y medio. No sé si se sintió cómodo con ello o no, solo sé que se limitó a hacerse a un lado. Durante años y años hizo de la Sala Galileo su hogar y cada mes salía a cantar las canciones de siempre y las nuevas, que recordaban a las de siempre de manera escandalosa y a la vez entrañable.

La que se suele destacar de su repertorio es "La hoguera", una canción brillante pero en absoluto a la altura de "Un burdo rumor". Incluso la polémica "Cuervo ingenuo" era maravillosa y quedó enterrada en un mar de conflictos políticos. Aparte de eso, esperar a Marieta como un gilipollas, madre, versionear a Brassens todo lo posible y mantener ese gesto serio, siempre de pie, sin guitarritas ni historias, cigarrillo en la mano, cara de perplejidad ante el propio chiste, movimientos casi espasmódicos de manos, torso y cabeza.

La crítica al machismo -o, quizá, simplemente, la burla al hombre español de los ochenta, tan Imanol Arias en "Cuéntame"- la bordó en "¿Dónde se habrá metido esta mujer?" y ese Yo que le iba a contar lo de García y de cómo le he parado los pies... Krahe fue mi infancia de manera directa y mi adolescencia cuando buscaba un poco de rebeldía. En cuanto a mi vida adulta quedó por siempre como una referencia del tipo que quizá yo quería ser. Loriga escribió aquello tan bonito de "¿Qué te convierte en una estrella? ¿Que un millón de personas digan tu nombre o que una persona lo repita un millón de veces?" Krahe nunca tuvo millones de personas que le llenaran plazas de toros ni le auparan en las listas de ventas pero tuvo miles dispuestos a repetir su nombre millones de veces.

Quedará en la historia, en parte, como el hombre que pudo reinar, el que de verdad tenía talento en aquella manida Mandrágora, la antítesis de la Movida madrileña, el anti-Rockola de finales de los setenta y principios de los ochenta. Sería más justo referirse a él como el hombre que no quiso reinar nunca y se mantuvo a una enorme distancia de todo. Si alguna vez Violante hubiera dicho sí a mis múltiples peticiones de mano, hoy habría muerto mi suegro. Habría muerto en Cádiz, además, que es donde hay que morir si se quiere vivir en calma. Vaya mi abrazo para su hija y sus amigos. El tópico de las necrológicas dice que la muerte nos deja más solos. En este caso, el tópico es cierto.