jueves, mayo 30, 2019

Patricio Barandiarán y el rayo que no cesa



Mientras todos se empeñaban en ser Sabina, Lichis, Ismael Serrano o incluso Radiohead, Patricio solo pretendía parecerse a Serge Gainsbourg. Precisamente él, el más guapo de todos, el más seductor, el que tenía como otro referente estético a Julio Iglesias. Escuchar aquellas primeras canciones de Patricio casi diez años después nos confirman lo que ya sabíamos: eran maravillosas. Cinematográficas. Divertidas. Agudas. Su gusto por las letras excéntricas y la acomodación posterior de la música al capricho no solo le vincula a Gainsbourg sino vía Brassens al mismísimo Javier Krahe, incluso en la gestualidad.

Lo único que, a diferencia de Krahe, Patricio era optimista, fardón, dibujaba escenas imposibles con dos o tres palabras y unas cuantas onomatopeyas. Patricio nos hacía felices en cada concierto y no sé si él es del todo consciente de eso, de hasta qué punto todos nos aprendimos sus canciones y las vivimos como una esperanza de lo que quizá estuviera por venir. Ese punto de dandy abatido que gastaba en ocasiones -"no te logro olvidar y creo que es injusto... y lo que es peor, mi amor, es que al amarte traicioné mis gustos"- para a continuación hablar de una Chica Caramelo o de putas japonesas en Nueva York o de rayas que aparecen inopinadamente en mitad de la noche.

Látex y hoteles. Bourbon y fresas. La decadencia contada desde la perspectiva opuesta al canallita. Gainsbourg, de nuevo.

Patricio era maravilloso pero era disperso. Excesivo, en ocasiones. Dio el paso a un personaje llamado "Patricio B." que rozaba la caricatura. Probablemente fuera un error, aunque nadie fue nunca más feliz equivocándose. Un poco perdido en Madrid y con la pretensión de volver "a las esencias", publicó un segundo disco en dos partes, con una presentación algo estrambótica en Galileo. Las canciones seguían siendo buenas, pero el envoltorio no acababa de encajar. No sé explicarlo y quizá nadie sepa. Fue ahí más o menos cuando perdimos el contacto. Sé que quedamos para tomar café en Malasaña un día de verano de 2012 en el que España rozaba la bancarrota y ya no se volvió a saber.

Al poco, él se fue a sentar la cabeza a Bruselas. Yo me casé y tuve un hijo. Estando ahí, le "atravesó un rayo", como él mismo cuenta. Serios problemas neurológicos y sentimentales. No me enteré de nada. Pensé que Bélgica era un buen sitio para alguien como él, porque Bélgica es una Francia aún más decadente y un lugar donde los pillos tienen barra libre para hacer carrera. Pensé que era feliz y que todo le iba bien porque realmente uno no puede pensar en Patricio de otra manera.

Me equivocaba.

Todo eso lo descubrí hace poco, a principios de año. Me quedé tan en shock que ni siquiera reaccioné como debía: un mensaje, un correo, algo. Fracasado como amigo, pensé que al menos aún podía servir como admirador, porque al fin y al cabo yo le descubrí así: en un concierto al que asistí por curiosidad y que me dejó impactado durante días. Cuando vi que tocaba en Libertad, 8 hice lo que no hago nunca (solo quizá si tocan Lichis o los Troublemakers) y dejé a mi familia en casa y me fui yo solo a reencontrarme con el pasado y conseguí un sitio en una mesa, algo arrinconado, para no molestar, sino disfrutar tan solo y disfruté de un concierto precioso, como todos. El concierto de alguien atravesado por un rayo pero que sigue adelante con un enorme agujero en el pecho.

Las canciones antiguas, ya quedó dicho, son mejores cada día, y las nuevas, lógicamente más tristes, siguen teniendo hallazgos descomunales como ese "Reímos y bailamos, mas cuando llega el ocaso... ella se pone a llorar, yo no la sé consolar y llamo a payasos" o toda la canción "Sexy Esther" de pe a pa, con su crueldad irónica marca de la casa culminando en el verso "Hice bien en no tocarte... por no mancharme, Sexy Esther". Da la sensación de que ha encontrado buenos compañeros de viaje en Iñaki García y Paco Salazar y desde luego la producción resulta mucho más atractiva y refuerza la valentía y el morrazo que no ha perdido Patricio en ningún momento sin caer en el tópico "Soy un truhán, soy un señor".

Cuando acaba el concierto, todos aplaudimos y nos ponemos de pie y la ovación no parece emocionarle demasiado, como si a estas alturas, total... pero es una ovación sincera, una ovación que no es de amigos sino de fans. De admiradores irredentos que estuvieron ahí, que están y que estarán hasta que él quiera o pueda. No sé si es el mejor músico de su generación -Luis Ramiro podría ocupar ese lugar perfectamente- pero desde luego es el más original y el más valiente. Talento puro, vaya. Y al talento no hay tormenta que se lo lleve por delante.

martes, mayo 28, 2019

When we was fab



Si el tema de los cuarenta es la nostalgia, imaginen la nostalgia de un Beatle. Mañanas enteras escuchando el "When we was fab" de George Harrison en bucle como si al escucharle de alguna manera se le pudiera devolver al mundo o aparecieran por sorpresa otras doscientas canciones suyas. La complicidad con Ringo en la batería, el traje de Sgt. Pepper´s, la contraportada del "Imagine" de John Lennon bajo el brazo de un hombre que pasa delante de la cámara como si nada, los violines tan George Martin del inicio de la canción.

Todos soñamos con ser "fab" y probablemente todos lo consiguiéramos en algún momento pero nadie más se dio cuenta. A algunos, el sueño se les fue de las manos. Precisamente el otro día leía una entrevista con George justo de 1970, con los anuncios de separación ya anunciados y el litigio de Paul McCartney en los tribunales. Él aún optaba entonces por seguir, por dedicar dos o tres meses al año a grabar juntos, solo por complacer al mundo. Reconozco que me cuesta entender a Harrison y siempre me ha costado. No sé cuándo habla en serio y cuándo habla en broma. Si alguien odiaba a Yoko -o la presencia de Yoko, más bien- era George, si alguien disfrutó abiertamente del fin de los Beatles fue George y si alguien se negó siempre a un regreso fue el propio George.

Y sin embargo...

En fin, YouTube de fondo mientras suena el estribillo. Un estribillo que una mañana fantaseé con adaptar al español después de que me saliera algo así como "Tan... tan fácil somos de olvidar. Tan... tan imposibles de contentar". Y después, suena "He thought of cars" (and where to drive them and who to drive them with).

*

En mi muro de Facebook aparece esta maravilla, compartida por Antonio Ferrer:

Es todo tan perfecto, que parece imposible que la canción no sea de esa chica o que esa chica no sea ya una estrella de algún país vecino. Ese "Tienes cara de que me vas a joder la vida" y ese ambiente de madrugada tardía, principio de mañana en un piso que solo puede ser del centro de alguna ciudad decadente. Y sin embargo, ni la canción es suya ni la chica es una estrella. El original pertenece a un grupo llamado Baco Exu do Blues y deja bastante que desear. En una especie de tecno chill-out se pierden todos los matices de la rima, incluso la genialidad de añadirle una "i" final a "Woodstock" y "Van Gogh".

La chica tampoco es ninguna celebridad. Tiene un canal de YouTube y hace versiones, eso es todo. No recuerdo un impacto igual desde aquel lip-sync del "Hey" de los Pixies que anegó nuestros blogs de TwentySix. El "Toxic" de Britney Spears le sale bastante peor, todo sea dicho.

*

De un padre se suele valorar su "amor incondicional", pero ese amor no es ni de lejos es el más bonito. El amor de verdad es el que se siente siendo perfectamente consciente, el momento en el que tu hijo deja de ser una responsabilidad, un peso, una carga, una amenaza a tu vida tal y como la entendías y se convierte en un compañero más. Cuando por fin sois tres sin problemas y él te cuenta y tú le cuentas y no es exactamente que seáis amigos porque tú eres su padre y él es tu hijo pero digamos que ya no estáis ahí porque no quede más remedio o por alguna especie de obligación moral sino porque queréis estar ahí; porque, inopinadamente, resulta que os caéis bien y "el niño" se convierte en un "compañero vivo" más.

lunes, mayo 27, 2019

No, no son gilipollas


Que Carmena no iba a retener la alcaldía lo sabíamos todos a las seis de la tarde, cuando salieron los datos de participación distrito por distrito. Las casualidades demoscópicas no existen o, al menos, son escasas. En qué demonios estaban pensando los de Sigma Dos cuando publicaron los sondeos que publicaron es imposible saberlo, pero la realidad estaba ahí en forma de porcentaje y ante la realidad poco puede hacerse.

Quedaba aún la Comunidad y ahí quizá había más motivos para ser optimistas porque al fin y al cabo Ayuso es tonta, ¿no habíamos quedado en eso? ¿Quién iba a votar a Ayuso después de tantas barbaridades y tantas risas? Es imposible, hombre. Llevamos ya cuarenta años de democracia y me sigue maravillando la incapacidad de los distintos bandos ideológicos para empatizar con el contrario. Sí, la gente de izquierdas que de todos modos no habría votado jamás a ningún candidato del PP, se reía mucho de Ayuso, pero Ayuso no les hablaba a ellos sino a los propios, que son muchos. Sobre su torpeza comunicativa se ha hablado mucho en este blog así que no voy a insistir, pero junto a la torpeza estaba un conocimiento tremendo de la Comunidad y una seguridad creciente en sí misma a la hora de explicarse, como si una vez sorteado el abismo solo cupiera subir y subir la montaña.

Ayuso y Almeida se beneficiaron de un perfil cada vez más bajo en la campaña electoral -cosa que Ciudadanos, como siempre, obvió, lo que le llevó, una vez más, al tercer puesto, muy lejos de los dos primeros-, de una trama de apoyos y contactos dentro del PP que les permiten controlar los problemas y posibles soluciones de cada rincón de Madrid... y de una tradición histórica inapelable: la derecha gobernó la alcaldía de Madrid de 1989 a 2015 de forma ininterrumpida. Llovió, tronó, entró gente en la cárcel, salió... y siguieron gobernando. En la Asamblea -tamayazo mediante- llevan desde 1995 sin pestañear. Ganar a la derecha en Madrid es una anomalía que sucede una vez cada veinticuatro años, como una liga del Atleti o algo incluso más improbable.

Eso, la izquierda no supo verlo porque la izquierda estaba en sus batallas internas y estaba a las risas y los memes. El convencimiento de que el otro es gilipollas hasta que te das cuenta de que igual no, igual no son gilipollas. Igual no les votarías en la vida pero otra gente sí y para eso se hacen elecciones, para decidir. En la resaca de la derrota madrileña -luego hablaremos del resto de España- los votantes progresistas siguen maravillándose de lo ocurrido y buscando culpables, echándose los perros unos a otros. Seamos claros: la división de Madrid en Pie y Más Madrid fue un error estratégico. Ahora bien, habría dado igual. Ni aunque todos los votantes de Madrid en Pie hubieran votado a Carmena habrían salido las cuentas para la izquierda.

Otra crítica es a los abstencionistas. De acuerdo, hubo más abstención y en más lugares clave. En eso tuvo mucho que ver precisamente el hartazgo por tanta división interna, pero es que tú  no le puedes pedir a un socialdemócrata que sea anticapitalista ni a un anticapitalista que sea socialdemócrata. Ahora bien, hace un mes hubo unas elecciones generales en Madrid, votó casi el 80% de los ciudadanos... y los resultados de la derecha fueron incluso mejores. Madrid es Madrid, punto, y así hay que tomarlo.

¿Las consecuencias? Nada que no hayamos visto de manera casi ininterrumpida durante casi tres décadas... salvo por la presencia de Vox. Y no es poca salvedad, desde luego. No sé qué exigirán para la investidura ni hasta qué punto se pondrán farrucos. No sé cuáles serán sus mínimos ni sus plazos. No sé qué medidas sociales se verán afectadas por sus presiones. Intuyo, en cualquier caso, quizá porque soy pesimista en la incertidumbre pero relativamente optimista en la desgracia, que PP y Ciudadanos podrán gobernar por su cuenta como hacen en Andalucía y sacar sus medidas a veces con la abstención del PSOE y a veces con el apoyo de Vox.

A nivel estatal, está claro que Almeida y Ayuso le han salvado la vida a Casado. En el resto del país, el PP se desangra tanto como lo hizo hace cuatro semanas: de hecho, de no haber logrado la presidencia de la Junta de Andalucía el año pasado, los populares estarían en mínimos históricos desde los tiempos de Fraga: pierden La Rioja después de 24 años, no recuperan Valencia ni Sevilla, aguantan en Málaga por los pelos, desaparecen prácticamente en las capitales vascas (aguanta solo Sémper, que no es casualidad) y en Barcelona entran con un 5,01% y una presencia completamente residual. Para la situación que se presentaba tras el 28 de abril, no está tan mal. Si tenemos en cuenta el poder que tuvo ese partido de 2011 a 2015, el resultado es horrible y la tendencia sigue siendo a la baja.

En cuanto al PSOE, los resultados son buenos. En Barcelona, excelentes. En Madrid, decepcionantes, pero ya hemos dicho que Madrid es Madrid y de todos modos ellos no han perdido nada ahí y mantienen posiciones fuertes en el Cinturón Rojo de la ciudad. Ganan en Baleares por primera vez en 24 años y tienen un resultado espectacular en Canarias. En Asturias, Castilla La Mancha y Extremadura directamente arrasan. En Murcia y Castilla León habrá que ver qué pasa con las derechas, en Navarra ocupan un papel bisagra hasta cierto punto interesante si luego quieren los votos del PNV para investiduras e historias y solo tienen el problema de Aragón y de Zaragoza, donde las cosas se les han complicado mucho.

Es una situación parecida a la del PP pero al revés: si se compara con las expectativas del CIS enloquecido de Tezanos, el resultado provoca insatisfacción... pero si la referencia es la situación de hace dos años, con aquellas primarias desmadradas y la guerra abierta entre unos y otros, esto es el paraíso.

En medio quedan Unidas Podemos y Ciudadanos. Son dos situaciones distintas en muchos sentidos. Para empezar, la debacle de Unidas Podemos no es la de Ciudadanos. Podemos prácticamente ha sido aniquilado del mapa salvo en aquellos lugares donde Pablo Iglesias no tiene plaza en mando: Zamora, donde Izquierda Unida seguirá gobernando cuatro años más, y Cádiz, donde el gran rival de Iglesias seguirá también de alcalde. Todo lo demás, arrasado. En Madrid, ridículo histórico, hasta el punto de que Isa Serra se quedó a décimas de ni siquiera entrar en la Asamblea. En Barcelona, la coalición con Colau, derrotada in extremis por el independentismo. En Valencia, hace tiempo que Compromís prefirió desligarse de su compañía. Desaparece de casi todas las autonomías y queda en una función parecida a la de Izquierda Unida en los noventa o en la época de Zapatero: un apoyo, un bastón del PSOE, poco más.

El cabreo con Iglesias de buena parte de su electorado potencial -mitigado en las generales, donde el resultado fue malo, pero mucho mejor del esperado- le coloca en una situación personal complicada. Él ya ha dicho que quiere ser vicepresidente del gobierno o como mínimo ministro, que es "de sentido común" -ya habla como Rajoy-, pero, ¿con qué va a amenazar?, ¿con una repetición de elecciones?, ¿en serio? Si se repiten las elecciones generales por culpa de Podemos, no sé qué pasaría con Sánchez pero Iglesias se va al paro de cabeza. Poco margen de maniobra, en definitiva.

Y acabemos con Ciudadanos. Los resultados son muy buenos y está todo el mundo muy contento y con la chulería habitual de los últimos cuatro meses. Se han gastado un pastizal en publicidad, en cuñas en radios, en sábanas gigantes cubriendo edificios... todo para acabar terceros en todos lados, pegarse un batacazo en Cataluña y el País Vasco, superar por los pelos a Unidas Podemos en las europeas y no conseguir ni un solo ayuntamiento. Ni adelantan al peor PP de los últimos treinta y cinco años ni por supuesto adelantan al PSOE. ¿Hacía falta tanto dinero, tanta exageración, tanta crispación, tanta tierra quemada para conseguir unos resultados tan asépticos? Ellos tendrán que juzgarlo.

El papel de Ciudadanos, en el fondo, será el mismo que ha sido desde 2015: un apoyo al PP allá donde el PP lo necesite. Rivera insiste en que "esto no hay quien lo pare y las siguientes elecciones serán nuestras"... pero las siguientes elecciones quedan a cuatro años vista porque todo se ha jugado ya en un mes. Si son listos y para centrar al partido un poco a ojos de todo el electorado potencial que se han dejado por el camino en esta deriva, llegarán a algún acuerdo sorprendente con el PSOE en alguna alcaldía o alguna autonomía relativamente menor (no hablo de Madrid, por supuesto). No parece que estén en ello o no a corto plazo. El tiempo dirá. Y Vox. Porque si gobernar con los anticapitalistas cuatro años ya es complicado, gobernar con ex falangistas, ya ni te digo. Mucha suerte a todos porque la necesitaremos.

viernes, mayo 24, 2019

Todos te quieren cuando estás muerto



A veces me gustaría recordar todo lo que hice en los años 2000. A veces. El único problema es que de algunas cosas han pasado veinte años y lo único que queda, de fondo, es la música, una especie de banda sonora de la juventud. Sobre los hechos reales, mejor no pronunciarse: algunos han quedado demasido documentados y otros directamente los he olvidado, que es algo muy veinteañero.

La música: el coche de la Chica Diploma atascado en Arturo Soria mientras suena "Lady", de Modjo y ella se asombra de que me acuerde de que era un grupo francés porque no sabe que "Lady" y aquel vídeo maravilloso en el que tres chavales desafiaban al mundo y se desafiaban a sí mismos formó parte de esa sucesión de canciones que echaban en bucle en Quiero TV o después en la MTV -años anteriores a las Kardashian- y que estaban siempre ahí, a lo lejos, mientras yo escribía algo en mi ordenador.

Canciones como "Rock DJ", como "Hey Ya!", como "One more time"... canciones que en rigor se entienden por sí mismas y sin contexto porque no pertenecen a ningún contexto (no así "Feel", que es claramente L. o, más tarde, "Young folks", que remite automáticamente a la Chica Indefinible). Canciones que no son de desamor sino que simplemente son compañía. Compañeros vivos, que diría Zaratustra, pero compañeros, ¿de quién? ¿Quién era yo? ¿Qué hacía? ¿Es verdad que cogía aviones de madrugada para entrevistar estrellas de rock y reservaba en preferente para observar el mar abrirse a mi derecha cuando llegábamos a la altura de Sitges? Puede.

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Hablando de canciones de los 2000 y entrevistas a estrellas del rock: "Todos te quieren cuando estás muerto", de Neil Strauss. Comprado por sugerencia de Nacho Vegas en una revista o un libro, no recuerdo, y empezado a leer con todos los prejuicios del mundo ante el "name dropping" y el aire "enfant terrible" del personaje. Y, sin embargo, la cosa funciona. Strauss sabe echarse a un lado y no caer en topicazos y aunque es la realidad la que se empeña en repetirse una y otra vez, lo cierto es que el narrador siempre mantiene la distancia, que es esencialmente su trabajo.

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El último clavo sobre el ataúd de un Joe McCarthy ya avejentado y con claros problemas de alcoholismo y drogodependencia lo puso, el 9 de junio de 1954, Joseph N. Welch, a la sazón abogado jefe del Ejército de Estados Unidos, uno de cuyos generales, Ike Eisenhower, ocupaba la presidencia del país en ese momento. El ataque de McCarthy contra el ejército estadounidense, un ejército victorioso y dominante, fue un error estratégico similar a la pulsión de algunos dictadores por invadir Rusia en pleno invierno y lo pagó con una frase que supondría el final de su carrera, ese "Have you no sense of decency, sir? At long last, have you left no sense of decency?" que resume perfectamente el papel de McCarthy en la historia política de postguerra.

La decencia es algo importante y que está por encima de las cuestiones ideológicas. También es algo subjetivo y peligroso, por supuesto, pero esto es como lo de San Agustín y el tiempo, incluso lo que no sabemos definir es fácil de reconocer. Yo no tengo problema con que la gente que no piensa como yo ocupe puestos de poder. Solo faltaría. Votamos para eso. Si todos estuviéramos de acuerdo -esto es Aristóteles- no haría falta votar nada ni elegir a nadie como representante. Vivo en una Comunidad donde la derecha ha gobernado durante los últimos 24 años y me gustará más o menos pero es lo que hay, ningún escándalo al respecto.

Mi problema, por tanto, con los populismos y en este caso mencionaré en concreto el populismo agresivo, barato, procurador solo de odio y enfrentamiento al que se ha entregado Ciudadanos, no es ideológico. No creo que la izquierda ni los políticos que representan a la izquierda tengan intrínsecamente una ventaja moral con respecto a los políticos de derecha. Mucho menos sus votantes. Sí me gustaría que el debate quedara dentro de los límites de la decencia y no los de la mentira, el espectáculo y la degradación de la democracia y la sociedad. Ni fotos de Lenin ni sábanas de quince metros cubriendo el edificio Iberia alertando de la formación de una "Comuna" presidida por... Ángel Gabilondo.

Mi miedo de cara a las elecciones del domingo no es que gane la derecha o la izquierda sino que gane el odio. Que el odio, la mentira, la demagogia, la manipulación, el populismo en definitiva, dé réditos y alcaldías o gobiernos autónomos. Como he dicho antes, esos defectos no son patrimonio de ninguna ideología y han sido ampliamente utilizados por todas ellas en algún momento. En una época en la que todo parece una constante caza de brujas por parte de hombres eternamente indignados, hay límites que no se pueden cruzar. El respeto al adversario es uno de ellos.

lunes, mayo 20, 2019

Isabel Díaz Ayuso ¿contraataca?



Parecía un disparate pero puede que no lo haya sido. Puede, tampoco lo afirmo. De entrada, el PP o su propia candidata han conseguido que la campaña en Madrid gire en torno a ellos. Que hablen, aunque sea mal. Han convertido a una política completamente desconocida en portada de periódicos digitales y en Trending Topic constante en Twitter. Han establecido, por así decirlo, una marca. Una marca de la que muchos se burlan -la mayoría los que de todos modos nunca votarían a un candidato del PP- y por la que otros se han ido interesando como posible alternativa.

Con el tiempo, incluso, a Díaz Ayuso se le está poniendo cara de lideresa; como si una vez pasada la tormenta y aguantado en su puesto, incluso repuntando en las encuestas, ya nada malo pudiera pasarle. Como si, en definitiva, el pánico de las torpezas y la resaca electoral del 28A ya hubieran quedado atrás y tras el fatalismo quedara la ilusión, el "¿y si...?". Volvamos al "efecto Gran Hermano": cuando muchos se unen contra alguien y le hacen el centro de atención del público, ese alguien empieza a ganar adeptos de forma inopinada. Es automático. "Se meten con ella porque es de derechas", "se meten con ella porque es mujer", "lo sacan todo de quicio porque se niega a ser como ellos"...

Este discurso está en la calle y lo estoy oyendo. También está en las redes. Díaz Ayuso tiene la inesperada posibilidad de caer bien, algo que nunca ha estado en sus planes... y hay que reconocer que su campaña ha tenido al menos dos aciertos: primero, la han alejado de la exposición pública propia de todo candidato nuevo y en la que tan mal se manejaba porque ya estamos todos los demás haciéndole publicidad, aunque sea negativa. Segundo, es cierto que ha abandonado -o casi- su discurso de "podemitas okupas, os odio, sois la escoria de este mundo" y se ha lanzado a una serie de propuestas que gustarán o no, que en su mayoría ya existen o han sido ya presentadas en otras convocatorias pero que entroncan su candidatura con los 24 años de gestión del PP madrileño. Hasta ahora, parecían un partido más de la oposición y eso era ridículo.

En definitiva, que muchas risas pero Díaz Ayuso está a uno o dos escaños de gobernar durante cuatro años la Comunidad de Madrid. Uno o dos escaños que pueden marcar la diferencia entre el bloque de izquierdas y el de derechas... y uno o dos escaños que la pueden separar a ella misma de Ignacio Aguado. En ese sentido, habrá que ver cómo afecta al resultado de Ciudadanos la entrada de Rivera y Cañas en campaña, con su "stop okupas" y su discurso demagógico habitual. Puede que, visto lo visto, al final votar a Ayuso sea una muestra de cordura, al menos en comparación.

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Cuarenta años ya de la tía Julia -antes conocida como la prima Julia- celebrados en un bar del barrio de Prosperidad, cerca del Auditorio. Ahí también se habla de política, aunque no demasiado, afortunadamente. Guille Galván, por ejemplo, sí que está interesado y nos tiramos un rato hablando con C. de tácticas y estrategias. Luego pasamos al tema estrella de este fin de semana, al menos en mi cabeza: los adolescentes. Lo jodido que es ser adolescente y lo mucho que tarda uno en darse cuenta. También la posibilidad de que no seamos más que una panda de paternalistas que veamos problemones donde solo hay problemitas y sigamos creyendo que por tener veinte o veinticinco años menos que nosotros no van a poder resolverlos solos.

La sensación de que están siendo continuamente evaluados. Evaluados en sus centros educativos, en sus familias, en las redes sociales. El odio. Lo fácil que es transmitir el odio o al menos la sensación de que alguien no te gusta y lo complicado que es asimilarlo para ese alguien cuando apenas ha dejado de ser un niño. Un odio, un disgusto que ya no queda para la conversación privada, el teléfono o la charla entre amigos sino que se puede expresar de mil maneras distintas, en mil plataformas y ante los ojos de absolutamente todo el mundo. Hay una tendencia en todo adolescente a querer gustar y a no saber cómo. Ahora, esa exigencia se multiplica y hasta cierto punto se transforma: ¿cómo hacer para no molestar?, ¿cómo hacer para esquivar burlas y desprecios? Evaluación, de nuevo. Luego vienen a clase y se echan a llorar al primer contratiempo y uno no sabe qué hacer.

También puede, insisto, que esto no sea sino una construcción de Peter Pan adulto, o de Holden Caulfield, más bien, intentando evitar que estos chicos caigan del campo de centeno. Puede que ellos estén tan panchos como lo estaba yo a su edad, cuando nunca pensé que nadie me exigía más de la cuenta y cuando me sentí tan perdido como me puedo sentir ahora. En palabras de C. -aunque referidas especialmente a adolescentes con éxito- : "A veces me pueden dar mucha pena, pero luego tengo que pasar lista y se me pasa".

C., obviamente, es profesora.

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Volvió el dolor. No hay nada poético en esto. Volvió el dolor físico después de varios meses ausente y con el dolor se disparan de nuevo las alertas frente a toda evidencia médica. Si ya por instinto el dolor es imprescindible como señal de peligro, como grito de ayuda que nos manda el cuerpo para que nos enteremos de que algo va mal, socialmente el dolor cumple una labor parecida. ¿Qué es lo primero que le decimos a un niño tras una caída, un golpe...? "¿Te duele, te has hecho daño?".

El dolor, por tanto, está grabado en nuestras mentes como un motivo de preocupación y del dolor crónico en principio injustificado, ya ni hablamos. Básicamente porque atenta a toda lógica: si el dolor es alerta de algo, ¿cómo puede estar provocado por nada?, ¿cómo vivir con ello veinticuatro horas al día y no acabar un poco loco?

El dolor volvió, decía, y durará un tiempo. El asunto, mientras tanto, es intentar olvidar no sé cuántos siglos de evolución y hacer como el que le pica un eczema. Solo que no es fácil. Ni en términos de concentración ni de disfrute de la vida. El dolor arrasa, esa es su función. Imponerse a las demás sensaciones. Y así, tengo la sensación de que si la cosa se prolonga el único tema del que voy a poder escribir este verano en Fuerteventura va a ser precisamente de ese: de convivir con el dolor, de la vida, cada segundo, visto desde la perspectiva distorsionada de alguien con dolor físico constante.

martes, mayo 14, 2019

El Niño Bonito en el Wanda Metropolitano


La primera vez que fui a un estadio de fútbol tenía ocho años. Estoy casi seguro, aunque me puede fallar la memoria. Todo apunta a un Real Madrid 3- Racing 0 en el Bernabéu con Míchel medio debutando y Pancho y yo riéndonos mucho de él porque el pobre, nervioso perdido, no daba una. A mi hijo, la oportunidad le llegó con cuatro años menos y la aprovechó mejor porque a él le gusta ya el fútbol mucho más de lo que a mí me gustará jamás. Ahí se plantó en el palco del Metropolitano, tarde de sábado, haciendo el caso justo a las tentaciones en forma de patatas, zumos de piña o jamón ibérico y concentrado en cada jugada de Atlético de Madrid y Valladolid.

El partido, por si no lo recuerdan, acabó 1-0 y el gol fue en propia puerta. Es decir, un partidazo impresionante. El tío no nos perdonó ni un minuto de descuento, preocupado como estaba de que a Jan Oblak le metieran algún gol. Lo bueno de todo, además, es que el Niño Bonito no es del Atleti, por mucha camiseta y pantalón que llevara orgulloso por las inmediaciones. El Niño Bonito es del Atleti, del Madrid, del Barcelona, del Rayo, del Getafe, del Leganés, del Eibar y en algún momento ha sido del Valladolid y del Sevilla pero, no sé por qué, se le ha pasado. De seguir este camino, el Niño Bonito conseguiría el milagro de poder disfrutar de cualquier competición sin odios y con la seguridad de que va a poder celebrar cualquier triunfo, del equipo que sea.

Aún más emocionante es que el que nos invitara al Wanda fuera precisamente Pancho, el mismo que me hizo debutar en el Bernabéu pese a todas sus convicciones. Y no solo eso, sino que él también se acordara de aquel partido contra el Racing, incluso del resultado, sin necesidad alguna de confirmarlo en internet (cosa que, en cualquier caso, también hicimos). Porque yo a mi tío le echo mucho de menos y me hizo muy feliz durante aquellos años en los que compartimos casa e incluso después, cuando venía de visita y mi abuela se volvía loca de alegría y había cuarenta duros en cromos o pegatinas para chapas o partidos del Estudiantes en el Magariños. Y como no me atrevo a decírselo en persona a él -los dos tenemos muchos años, somos ya dos señores responsables- lo pongo aquí en confianza de que algún día lo lea o alguien se lo cuente.

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Hablando del Niño Bonito... Mis cuarenta y dos años empiezan en su clase, con unos quince micos de cuatro-cinco años delante escuchándome leer un par de cuentos. "Peppa Pig at the museum" y "The three little pigs" en una versión algo extraña. Los leo en inglés pero se enteran perfectamente, alguno incluso me contesta con una pronunciación perfecta. No solo no es un apuro sino que me quedaría toda la mañana leyéndoles y leyéndoles como le leo por las noches a Álvaro las (a menudo incomprensibles) historias de Winny-the-Pooh, Christopher Robin, Porquete, Conejo y compañía.

Al lado de mi silla, además, han colocado una para él, para que también se sienta un poco protagonista, y de vez en cuando se acerca a mí y me pone la cabeza en el hombro y me intenta abrazar o dar besos incluso en mitad de la lectura, como si quisiera decirles al resto de los niños: "Os lo presto un rato... pero es mío". Y los niños se ríen y se acercan a ver los dibujos y muestran ese agradecimiento exclusivo de los niños felices, siempre contentos, siempre atentos a cualquier tontería que les puedas decir. "El otro día marqué un gol con la pierna así", me dice Hugo, que recuerda alguna conversación que hayamos tenido al respecto mientras Manon me da un beso e Irene se pega a mi pierna cuando leo.

Por supuesto, todos ellos olvidarán este día y estos cuentos. También lo olvidará mi hijo y es muy probable que incluso lo olvide yo. Pero el objetivo, por una vez, no era hacer historia sino estar ahí, solo eso. Instant street. Un montón de chulapos y un tío raro con barba hablando como un presentador de la BBC.

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Sigo con la manía de leer dos libros a al vez. Uno en casa y otro en el autobús a Valdemoro. Leí "El director", pero no tengo mucho que añadir a lo que se viene diciendo. A mí me gustó pero yo tengo una relación muy revanchista con el mundo y especialmente con el periodismo, así que es normal que me gustara. Leí "19 días y 500 noches" y me pareció que Juan Puchades hacía un excelente trabajo y conseguía formar un relato coherente sobre esa época sin caer en tremendismos, cosa que se agradece. Si está ahí toda la verdad o no lo tendrán que decir sus protagonistas, aunque ya les voy adelantando yo que no y que probablemente Puchades no tenga la culpa.

Leí más cosas pero las he olvidado, así que supongo que será por algo. Ahora mismo, estoy con "Todos te quieren cuando estás muerto", de Neil Strauss, publicado hace (muchos) años por Contra y, por refrescar la mente un poco, una biografía de Bernard Hinault en inglés, escrita por William Fotheringham, el hermano de Alastair, otro loco de las bicicletas. Con todo, he tenido tiempo incluso para releerme a mí mismo: el Compendio Deportivo que publiqué en Debate hace cinco años y que fue un fracaso comercial con mayúsculas. Me gustó. Me pareció bastante mejor de lo que me había parecido en su momento. Tanto que me animé a mandarle un mensaje a Miguel Aguilar haciéndoselo saber. Afortunadamente, él pensaba lo mismo.

lunes, mayo 13, 2019

Cómo cumplir cuarenta y dos años



Contra toda superstición, decidí celebrar mi cumpleaños tres días antes. Dicen que da mala suerte, pero total ya... Fue una celebración moderada, como todo a los cuarenta y dos años. Una celebración que hasta cierto punto chocaba con otras, más juveniles, que se vivían en la propia plaza de Olavide. Gente con planes que va y que viene y que te deja algo de cariño de por medio. Algunas raciones y, como mucho, vino.

Conviene decir que no siempre mis cumpleaños fueron así. De entrada, mis cumpleaños casi siempre fueron Las Vistillas y San Isidro por aquello de cumplir justo el día catorce, víspera de festivo en la ciudad donde nací. Aquellos cumpleaños eran algo... tardes larguísimas en Casa Tere, donde siempre acabábamos encontrando una mesa en la terraza, no sé muy bien cómo, y copeo con minis en La Champañería. En 2004, se nos murió Jesús Gil. En 2008, acabé con la chica más guapa del mundo desayunando churros en San Ginés. Hubo un año, incluso, justo al cumplir los treinta, en el que me dio por organizar una fiesta a lo Jay Gatsby que acabó en división de opiniones. Como celebración con los amigos, bien. Como concurso de popularidad, mejorable.

Era precisamente la época en la que decidí convertir mi vida en un continuo espectáculo ante el profundo desagrado de mi psicóloga. Conocía a demasiada gente y en vez de presumir de mí, me empeñé en presumir de ellos. Vaya error adolescente a una edad impropia. Reservé "El Naranja", un bar en Noviciado, y compré de antemano muchas más copas de las que pudimos consumir los que al final fuimos allí. En pocas palabras, no disfruté. Para los cuarenta -lección aprendida- quedamos en el barrio y limitamos la cosa a los más fieles, a los que de verdad importan.

Con todo, durante años, mi cumpleaños significó que iba a ver a mi padre. Creo que nunca faltó a la cita. Recuerdo que en 1989 lo celebramos con Mercedes en el Parque de Atracciones. Hay que decir que a mi padre lo del Parque de Atracciones no le hacía especial ilusión, pero lo hacía por mí y yo sabía que lo hacía por mí y así todos nos sentíamos bien. Me suena que era un sábado. Comimos fuera y vimos la penúltima etapa de la Vuelta a España y Fabio Parra atacó en Navacerrada y Perico Delgado casi pierde la carrera y a mí me entró un dolor de cabeza horrible que me acompañó después durante toda la tarde.

Aun así, lo intentamos, los dos. Tengo el recuerdo de que él se empezó a desesperar en algún momento porque yo no tenía ganas de subirme a ningún sitio, pero también es posible que ese recuerdo sea inventado o al menos exagerado. En cualquier caso, yo me sentía culpable y me he venido sintiendo culpable durante todos estos años y, sin duda, si tuviera la oportunidad de repetir un cumpleaños no sería el de la chica más guapa del mundo ni el del concurso de popularidad ni aquel en el que acabé en la cama de la Chica Langosta -sin la Chica Langosta- tarareando una cancioncita preciosa de los Cranberries que decía "21, today". Sería aquel en el que mi padre y yo vamos al Parque de Atracciones y nos lo pasamos de puta madre o al menos yo me lo paso de puta madre y él sonríe satisfecho, con el orgullo del deber cumplido.

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Por cierto, esta anécdota al final se ha quedado fuera del libro que he escrito para la Editorial Contra y que se llama "El chico que quería ser Gianni Bugno". Dicen que da mala suerte -todo da mala suerte, qué manía- anunciar estas cosas antes de que pasen pero en principio saldrá en 2020 y supondrá la vuelta a las librerías después de cinco años. Justo los que tiene mi hijo.

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No hay consenso acerca de qué pasará en las elecciones municipales y autonómicas. No en Madrid, al menos, que es donde vivo. Empiezo a pensar que el mismo "efecto Gran Hermano" que creo que benefició a Pedro Sánchez puede acabar beneficiando a Isa Díaz Ayuso. Ya saben: cuánto más se mete la gente con alguien, más probabilidades tiene ese alguien de ganarse la simpatía del público más o menos neutral. Es cierto que en este caso al menos sus contrincantes no han participado del escarnio sino que la cosa se ha quedado más bien en los periódicos y, sobre todo, en las redes sociales, pero puede influir.

En contra de Isa juegan su nula capacidad de comunicación pública y su escasa preparación para el cargo. A su favor, juega la historia, como cuando el Real Madrid se presenta en una final de Champions y, nadie sabe cómo, la gana. El PP lleva ganando elecciones en Madrid desde 1991 y gobernando desde 1995, concediendo que el "tamayazo" tuvo mucho que ver en esa continuidad. No voy a hacer pronóstico alguno porque ya ha quedado claro que yo no sé pronosticar nada y que si me encontrara con Carlos Sobera en la calle me diría "Juega, juega, juega" con los ojos fuera de las órbitas porque sabría lo que está haciendo, pero digamos que me cuesta ver a la izquierda ganar en Madrid comunidad y mucho más en Madrid capital.

Me cuesta porque los números de las generales no daban y porque, ya digo, los números de los últimos 24 años solo han dado dos veces y las dos con Aguirre como representante popular. Nadie moviliza a la izquierda como ella. Me cuesta, además, por una cuestión meramente estadística: contar con una candidatura -Madrid En Pie- que no va a llegar al 5% con lo que no tendrá representación... pero sí va a arrastrar a un 1-2% de posibles votantes de izquierdas hace que la derecha no solo tenga que perder sino perder por goleada. Y eso, sinceramente, como con el Madrid, me resulta casi impensable.

miércoles, mayo 08, 2019

Liverpool 4- Barcelona 0. Habrá que volver a saber por qué corremos


 Siempre vi en el Barcelona de Guardiola más cosas de Van Gaal que de Cruyff. En eso he sido y sigo siendo un excéntrico, aunque concedo que aquel Ajax de Van Gaal de 1993-1997 ya era de por sí una evolución del método de Johan. La clave, para mí, estaba en la diferencia entre el "tiene que correr el balón, no el jugador" de Cruyff y "el esfuerzo es innegociable" de Guardiola, traducida en una presión constante, agobiante, que permitía recuperar el balón a los pocos segundos y acababa embotellando al rival en su campo.

¿Cómo convenció Guardiola a gente como Xavi, Iniesta, Henry o el propio Piqué de dar el máximo físico en cada partido, en cada entrenamiento...? Estableciendo unos límites sensatos y acorde a sus propias condiciones. Durante la época Guardiola, como el Ajax durante la época Van Gaal, todos los jugadores corrían como locos pero no corrían necesariamente rápido ni en cualquier dirección. El orden posicional era la clave para que en pequeños sprints, en pequeñas ayudas de cinco-diez segundos el rival ya quedara sin salida. No eran carreras de área a área, no era un ir y venir constante a lo Arturo Vidal detrás de balón, jugadores y lo que se ponga por delante. Eran pequeños esfuerzos de una importancia clave si todos lo hacían en el momento justo y con la misma intensidad.

Todo lo demás viene de ahí y parte de ese punto. Cuando hablamos de "el Barcelona debe tener el balón" no hay que dar por hecho que el balón va a aparecer mágicamente en tus piernas. Cuando eso pasa, suele ser mala señal: eso es porque el rival te lo ha regalado a cambio de alguna cesión táctica. No, especialmente en la élite, "tener" el balón consiste en "recuperar" el balón. No interceptarlo ni interrumpir la posesión contraria con un despeje o un "tackle", como bien apunta Ignacio Benedetti. Recuperarlo, esto es, robarlo... y jugarlo.

Las superioridades surgen a partir de ahí: el rival pierde el balón en la salida, queda descolocado y tú puedes guardártelo o puedes ser vertical y tirar un contraataque... pero desde el campo contrario y ante una defensa atemorizada.

Porque ese mito de que el Barcelona no puede jugar al contraataque o que el sistema de Cruyff no permite el contraataque no es más que eso: un mito. El Barcelona de Cruyff empezó a funcionar a toda máquina cuando incorporó a Stoichkov, que era una bala y un contragolpeador excelso. El de Guardiola contaba con Pedro y con Villa, dos tipos que no van a recibir de espaldas y aguantar la pelota sino que necesitan ser verticales, necesitan tener espacio donde buscar desmarques y superioridades. El asunto es desde dónde tiras ese contraataque. Si te tiras atrás y esperas a que el balón lo despeje Sergi Roberto de cabeza para meter un patadón adelante y confiar en que Luis Suárez o Messi corran en un dos contra el mundo o si lo haces desde una posición natural de ventaja, ya instalado en el campo contrario.

Por supuesto, el "dos contra el mundo" -tres si contamos a Ter Stegen, a veces cuatro con Piqué- puede funcionar. Para la competición española basta porque la competición española no existe como tal o no existirá mientras el Madrid se sienta más cómodo centrándose en Europa que peleando en los campos de los Alavés de turno. Ahora bien, es complicado que funcione a alto nivel, en la Champions, y sobre todo tiene el problema de que si el partido se tuerce no se tuerce en plan 2-1, se tuerce en plan 4-0 en París, 3-0 en Turín, 2-0 en el Calderón, 3-0 en Roma y 4-0 en Liverpool.

La llegada de Luis Enrique -quien como jugador era precisamente un hombre que destacaba en el arriba y abajo, la llegada, la aparición fugaz sin relación apenas con el balón o con los demás compañeros- en 2014 inició un cambio de paradigma. Poco a poco fue desapareciendo el fútbol de posición y los fichajes de Neymar y Suárez acabó de confirmar el nuevo estilo. El Barcelona seguía ganando porque incluso con el Tata Martino estuvo a un gol de ganar liga y copa, pero el juego cada vez era peor. Sobre todo porque, sí, el equipo seguía corriendo y seguía teniendo el balón... pero nadie sabía muy bien por qué corría ni qué hacer exactamente con esa cosa redonda, problema que se agravó con la marcha de Xavi, jugador ya residual en aquella temporada del triplete.

El asunto no ha ido a mejor, precisamente. El Barcelona se sostiene ahora mismo por la increíble calidad de sus dos hombres de arriba y su portero. Ahora bien, cuando se hunde, se hunde con todo porque no sabe a lo que juega. El entrenador sigue poniendo a los Piqué, Busquets, Lenglet y compañía pero la pelota va de un lado a otro a una velocidad que hace que sea imposible dominar el juego. Contra el Liverpool se vio lo mismo que se había visto en las debacles anteriores: un equipo que no se impone, que no junta jugadores sino que los separa, que no utiliza el pase para organizar el ataque sino para ganar tiempo y que no puede defender las acometidas contrarias porque no tiene jugadores que puedan hacerlo.

Valverde no cree en el juego de posición y no cree en la presión alta. No son cosas que se entrenen normalmente y así cada uno acaba haciendo la guerra por su cuenta. Todas las críticas recaen en Busquets y, sí, es posible que a sus 31 años, Busquets ya no esté para el juego de más alto nivel, pero es que poner a Busquets a dirigir esta orquesta es como poner a Stephen Curry a jugar de pívot. No tiene ningún sentido. Busquets no puede mandar y no puede recuperar en un partido loco. Busquets necesita que todo el mundo esté colocado y que de esa manera él pueda anticipar la jugada rival. Su mejor versión se daba ya instalado en el campo contrario, pasando a una banda, moviendo a la contraria, mareando, en definitiva, al equipo rival. Ahora, a Busquets le criticamos que no sea Casemiro sin ningún rubor y por eso mismo decimos que está acabado... cuando con lo que han acabado es con el modelo del Barcelona.

¿Y qué es ese modelo? ¿El tiki-taka? No, Guardiola ha dicho mil veces que odia el tiki-taka y en verdad que es odioso. El pase ha de generar superioridades y espacios. Te tiene que dar lo que difícilmente te da el regate salvo que seas Messi. Te permite saltar líneas y te permite evitar contraataques furiosos si sabes agruparte y colocar al rival donde tú quieres. El pase te permite dormir a los once jugadores del Liverpool y a los 50.000 aficionados de Anfield, hipnotizados ante la velocidad y la precisión con la que se mueve el balón. El pase, en definitiva, imponía una jerarquía en España y en Europa y es precisamente ese pase -que no se mide en porcentajes de posesión- lo que ha desaparecido del equipo de Valverde.

¿Cuánta culpa tiene el entrenador en esto? Toda y ninguna. Esto no lo empezó él, lo empezó Luis Enrique en connivencia con una directiva que solo piensa en el corto plazo y que sigue pensando que el corto plazo requiere de urgencia, tanto en las decisiones de los despachos como en el campo. Fichar de ciento cincuenta millones en ciento cincuenta millones con la esperanza de que los jugadores fichados te ganen los títulos ellos solos. Irónico cuando ya tienes al mejor jugador del mundo y los partidos los podría resolver él si estuviera rodeado de amigos y no de enemigos.

Por otro lado, Valverde no solo no ha hecho nada para evitar la deriva sino que se ha dejado arrastrar por ella. Ha preferido no molestar y a la vez mantenerse en su propia zona de comfort. El actual Barcelona no tiene el balón porque no es capaz de arrebatárselo al rival, no tiene las armas tácticas necesarias para hacerlo. ¿Cómo era posible que Xavi e Iniesta, dos enclenques, acabaran rebañando todos los balones? Colocándose bien y beneficiándose de la buena colocación de sus compañeros. Eso ya no existe. Existen once tíos que en las buenas parecen imparables y en las malas no son capaces de ayudarse, de centrarse, de jugar como un equipo. Once tíos que al segundo gol entran en pánico y directamente desconectan del partido, incluyendo la pantomima del córner que originó el 4-0.

Cuando se habla de qué necesita el Barcelona, parece que hay cierto consenso -al menos cuando no se gana al Leganés de turno- en que sería conveniente volver a la posesión del balón, pero hay un paso previo a todo eso: el Barcelona necesita volver a correr y correr organizadamente. Necesita el balón pero para generar superioridades y necesita alguien que dé un golpe sobre la mesa y moleste a los jugadores como los molestó Guardiola en 2008 o incluso el primer Luis Enrique en 2014. Y molestar no significa gritar mucho, hacer muchos aspavientos y llevarte la mano a los cojones cuando tu equipo marca un gol. "Molestar" consiste en convencer a tus jugadores de que tu idea tiene sentido. Aunque sea distinta, aunque sea arriesgada, aunque haya días en los que las cosas no van a salir y vas a perder. Convencerles de que, haciendo lo que tú dices, todos se van a ver beneficiados y que no estás pidiendo imposibles.

En el cortoplacismo actual, es difícil encontrar un técnico así. Valverde, desde luego, no lo es. Klopp lo podría ser pero Klopp tampoco cree en el juego de posición. Ya que se han gastado trescientos millones en sustituir a Neymar sin éxito alguno, igual podían reservar una partida para formar entrenadores capaces de transmitir una idea que pueda dominar Europa. No digo ganar TODAS las Champions, porque no hay idea en el mundo que supere el propio azar del juego, la propia belleza de su indeterminación. Digo dominar, imponerse, hacer que todos olviden remontadas imposibles incluso con un primer gol a los primeros minutos. Coger el balón y no soltarlo. Y cada vez que te lo quiten, luchar como si te fuera la vida para recuperarlo.

En definitiva, un técnico que no negocie los esfuerzos.

lunes, mayo 06, 2019

Loro (Silvio y los otros)



Llegamos el sábado y en vez de ir al cine -estamos cansados, pero, ¿de qué?- decidimos quedarnos en casa y buscar una película en la tele. Encontramos "Loro", de Paolo Sorrentino, bajo el nombre español de "Silvio y los otros" porque ya se sabe que los distribuidores tienden a pensar que los espectadores españoles somos idiotas y tal vez estén en lo cierto. Sorrentino se atrevió a llamar a su película "Ellos" y el título era poderosísimo, porque, efectivamente, la película va sobre "ellos" y Silvio Berlusconi no es sino uno más, un hombre decadente perdido en un oasis de poder y belleza.

El tema, de nuevo, como siempre en Sorrentino, es precisamente la decadencia. La decadencia y el aburrimiento. En casi todas las películas del italiano, los protagonistas se aburren y todas las excentricidades, todas las fiestas, todas las drogas no son sino paliativos de ese tedio vital, ese tedio Gambardella, ese "no sé quién soy, no sé quién fui" que también está en las canciones de Lichis. Silvio sabe sus limitaciones y sabe lo que es un fuego de artificio y lo que no. El volcán que erupciona al apretar un botón de un mando. Los demás no lo tienen tan claro. Esto, en Sorrentino, es clave: no ya la apariencia sino la reacción ante la apariencia.

En este caso, "Loro" es un juego de poderes. El poder casi  metafísico de Silvio, al que se conoce como "LUI" durante buena parte de la película y el poder físico, carnal, evidente, deslumbrante de las modelos y prostitutas. Todos son conscientes de ese poder y de sus consecuencias y todos tienen sus inseguridades. Dejar de ser la elegida, por ejemplo. Que la jovencita de veinte años te diga a la cara: "Usted tiene aliento de viejo". Se agradece un relato de Berlusconi no moralista. Un relato de Mediaset no moralista, por mucho que se cuele algún diálogo disonante. Fiestas, belleza y aburrimiento. El propio gobierno como forma de escapar de Villa Morena, casi como unas vacaciones de adrenalina.

Por lo demás, el preciosismo. La primera media hora, como sucede siempre con Sorrentino, es de un preciosismo descomunal. Cada plano vale toda una película. No tiene ni cincuenta años y no soy capaz de contar la cantidad de escenas que ha ido dejando en su filmografía y que le valdrían pasar a la historia del cine. Sorrentino sigue a la búsqueda de la gran belleza y sigue sin encontrarla, lo que supongo que es una buena noticia. De momento, a lo Stendhal, se rinde ante la belleza circunstancial, normalmente, insisto, decadente. En ocasiones, incluso, bucólica. Triste, siempre. Bellezas lánguidas y aburridas. "La alegría a tu edad debería ser una obligación", le dice un sonriente Silvio a una de sus presas. Pero la chica ya se ha dado cuenta en la adolescencia de que eso no es alegría, solo un simulacro.

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El domingo toca acabar la tercera temporada de "Merlí". Mucho mejor que la segunda, casi al nivel de la primera. Volvemos a la filosofía, volvemos a los Hegel y compañía, a la dialéctica del amo y el esclavo. ¡Lo que he escrito yo sobre la dialéctica del amo y el esclavo en las relaciones personales y todo sin leer una página de la "Fenomenología"! Como la noche que me quedé en vela hasta la mañana dándole vueltas a si el principio de identidad (A=A) era realmente indiscutible o si el A sujeto nunca puede ser igual que el A objeto. Dialéctica.

Por lo demás, choca de "Merlí" el trato hacia las mujeres. Mientras las tramas de los chicos son siempre complejos -crisis de identidad sexual, crisis de madurez, problemas con las drogas, peleas familiares...- las chicas no son sino objetos de deseo correspondido o no correspondido. Parece que no fueran capaces de pasar de la frase "Me gusta fulanito" o "Qué rollo me está dando este tío". Creas un personaje como Oksana, adoptada de niña de un país extranjero, madre a los diecisiete años, y no gastas ni un plano en hablar de sus problemas, solo de cómo sus problemas afectan a los demás chicos de clase, incluso a sus profesores.

Las mujeres son invisibles en "Merlí" o por lo menos son mucho más objeto que sujeto. Hay madres y hay amantes, eso es todo. En ocasiones, las dos cosas. En las tres temporadas solo he encontrado dos personajes femeninos que realmente se sostengan por sí mismos, con personalidad, que no dependen de ningún hombre para justificar su presencia: Silvana, la profesora de Historia, y Coralina, la directora. Una es una traidora que va siempre por la espalda y la otra es directamente una bruja maléfica cuya muerte no llora nadie.

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Mientras caminamos hacia Malasaña y desde Malasaña -veinticuatro horas sin niño dan para muchísimo- se me viene a la cabeza constantemente Isa, la niña perdida ahora conocida como "Díaz Ayuso". La casa de los padres de Isa en General Martínez Campos; la casa compartida de Isa en la calle Viriato, donde seguíamos la "última hora" del día para publicarla en El Semanal Digital. Un restaurante gallego al que me llevaba siempre y la plaza donde me dejaba a la vuelta de las reuniones en Pozuelo. Conducía ella y me suena que llegábamos siempre tarde.

A veces, le digo a la Chica Diploma, me gustaría mandarle un mensaje y decirle algo así como "tienes 41 años, no puedes tirar tu carrera a la basura de esta manera". Solo que sería paternalista y además probablemente se perdiera entre otros cuatrocientos mensajes más que debe recibir al minuto. Los resultados del 28A y las últimas encuestas ya dan a Ciudadanos por delante del PP así que es posible -aún no digo probable- que Isa consiga ser la primera en perder unas elecciones para el Partido Popular en Madrid desde 1987, cuando ni siquiera tenía ese nombre. Incluso Gallardón en 1991 y Esperanza Aguirre en 2003 ganaron sus elecciones, aunque uno no pudo gobernar y la otra tuvo que "encontrarse" con dos tránsfugas para conseguir repetir comicios.

Si eso pasa, adiós a "Díaz Ayuso". Adiós por completo a los años de preparación y de ilusiones. Tal vez no debería haber intentado llegar tan alto, tal vez debería haber sido más consciente de sus limitaciones. Tal vez podría haber hecho política y política relevante sin tanto circo y sin tanta ambición. Por otro lado, siendo positivos, a los 41 años te queda toda una vida por delante para darte cuenta de qué has hecho mal y no repetirlo. Decirte a ti misma: "Qué cojones, fui candidata a la presidencia de la comunidad de Madrid y lo fui por el partido que yo quería" y con eso detrás, ponerte a cualquier otra cosa. Al periodismo, por ejemplo.