martes, marzo 29, 2022

More than words


Yo supongo que a todos nos desconcertaba un poco que los dos pidieran tanto compromiso a una misma chica. Porque, claro, es lo que pasaba con los duetos y, poco después, con las "boy bands". Los cinco tenían que cantar la canción con el mismo entusiasmo, con la misma pasión, con la misma cara compungida en el vídeo-clip. Los corazones rotos. Los cinco pibones con el corazón roto y el sexto pibón -es decir, la chica- caminando por la playa como si fuera una pasarela. Todos, así, muy "bromance", dándose palmaditas y abrazos ("tienes un corazón que no te cabe en el brazo", le decía Clavelito a Esteban en la primera temporada de "Gandía Shore", llevamos diez años esperando la segunda), como si no fuera la misma chica para todos, como si eso no fuera justo lo contrario a lo que la canción pedía.


"More than words". Yo no entendía muy bien a qué se referían porque yo no tenía ni palabras y, desde luego, a los trece años, con palabras me habría conformado de sobra. Yo era un romántico de libro, quizá demasiado cómodo en mi papel. Lo entendí más tarde, claro, como todos, pero, para entonces, la canción se había convertido ya en algo demasiado grande, demasiado repetido, demasiado Kiss FM, Los 40 Classic, Rock FM y así sucesivamente. Habría que hacer más énfasis en el saqueo de nuestra infancia, el saqueo de nuestra adolescencia que han perpetrado determinadas radiofórmulas.


*


Cuando empieza el dolor, lo primero en lo que pienso es en la soledad de la sala de espera de urgencias, la larga noche por delante, el sueño invencible, las miradas constantes al móvil para no cerrar los ojos, las ecografías, las resonancias, los boxes. No ya la enfermedad, no ya la molestia, sino la soledad en la que vivir todo eso. También pienso, por supuesto, que podría no ser la vesícula sino directamente el corazón. Podría ser que el agotamiento se cobrara su víctima más prestigiosa y el dolor en forma de cinturón a la altura del tórax significara el fin de la noche y no el principio.


Para relajarme, porque está claro que me hace falta, me incorporo en el sofá y enciendo la tele. Son las doce pasadas. La calle está en absoluto silencio, solo se oyen voces desde una casa distante. El Rey Sol tose una, dos, tres veces en su habitación. A la cuarta, se levanta de nuevo la Chica Diploma e intenta calmarle, pero no hay manera. Llevamos desde las ocho de la tarde intentando dormir niños, pero nunca se nos ha dado demasiado bien. Ahora, mi dolor en el pecho se junta con el suyo en la pierna, de tanto mover la hamaca, y culmina en un "No puedo más, encárgate tú".


Y yo me encargo, claro. Y al encargarme, poco a poco, se me quita el dolor, el Rey Sol se va calmando hasta quedarse dormido y yo me pongo medio edredón por encima y decido dejarme vencer por el sueño, al menos un par de horas más entre despertares cada veinte minutos. Todo hasta las cuatro y algo, cuando el Rey Sol se despierta del todo y decide que quiere ir al salón y tomarse ahí un biberón. Su madre, al rescate, se lo lleva de nuevo al cuarto. Tres horas más tarde, al despertar, me los encuentro en el sofá, donde empezó toda esta historia.


*


Liza Minelli. La gala de los Oscars estaba pensada para que acabara en un enorme homenaje a Liza Minelli, cuyos problemas de salud parecen demasiado obvios como para extenderse en ellos. Liza Minelli, la hija de Judy Garland. Liza Minelli, la hija de Vincent Minelli, la protagonista de "Cabaret", la protagonista de "New York, New York". Yo tuve una vez una novia que se parecía a Liza Minelli, pero esa es otra historia. Liza Minelli está ahí, diminuta en su silla de ruedas, y al lado le han puesto a Lady Gaga para que la ayude, la reconduzca y la haga sentir bien. Exactamente lo que lleva años haciendo con Tony Bennett.


Liza se pierde todo el rato, está confusa, y lo que hace es sonreír y saludar a todo el mundo todo el rato. Gaga le pone la mano en el pelo, para calmarla, y le dice suavemente, justo después de introducir un vídeo: "I got you", que viene a ser un "Estoy aquí, yo me ocupo de ti", y Liza contesta "I know" y es un momento precioso, tan precioso como para romperse a llorar delante de la pantalla del ordenador y recordar al vanidoso que arruinó este momento, que olvidó que cuando hay un guion y ese guion acaba con Liza Minelli sobre el escenario, todos los demás se apartan y se quedan sentados y dejan sus pleitos de instituto para otro momento. 

jueves, marzo 24, 2022

Bittersweet Symphony

 

Cause it´s a bittersweet symphony, that´s life


Try to make ends meet, you´re a slave to the money, then you die


Sí, ese sería un buen resumen. No lo piensas a los veinte años, de vuelta de Londres, la felicidad desparramada por hoteles de Sussex Gardens, pero sí a los cuarenta y cinco. Es normal que sea así y quizá haya que mirar lo positivo: todos los años que he conseguido esquivar esta sensación de habitación que se cierra sobre sí misma. El otro día hablaba con L. de la posibilidad de salirse de la rueda, de qué demonios, para empezar, era eso de la rueda. Blow, blow me out, I am so sad, I don´t know why. La posibilidad de algo parecido a la artesanía o a los sueños que nos trajimos la Chica Diploma y yo cuando volvimos de Fuerteventura: pulseras y guitarritas, esculturas de arena en la playa, tal vez viajes programados para turistas.


La vida "tienda Quechua", la vida "apártate, que me tapas el sol". Una gozada de vida, supongo, pero inviable. Esta noche soñé que volvía a mi casa de la calle Churruca. Es curioso porque no recuerdo haber soñado antes que volvía a mi casa de la calle Churruca. Todo empezaba con un avión que tenía que coger a algún lado y que en realidad era mi dormitorio en casa de mi abuela y, a partir de ahí, la cosa se complicaba. En Churruca, 4, 3º dcha. había gente, mucha gente, todos dormidos porque era tarde. Yo no quería dormir ahí sino en un hotel. Yo quería ir al cuarto de baño con tantas ganas que, de repente, me empecé a hacer pis encima. Tendré que mirarme otra vez la próstata.


La vida Churruca. Uno echa de menos la vida Churruca, pero luego se agobia porque no puede pagar colegios de lujo. Uno se siente fuerte, pero está perdido. No pasa nada por estar perdido, por otro lado. Lo que pasa es que das demasiadas vueltas, y te cansas, y nunca sabes si has llegado porque no sabes dónde estás. Que no voy yo a echar de menos ahora el camino, ojo, eso nunca. No voy a echar de menos saber dónde estoy. Yo elegí la incertidumbre como forma de esperanza y la elegí hace tantos años que ya ni me acuerdo. Pero, en fin, hay días. Solamente es eso.


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Mirando las clases desde fuera, con sus ventanas abiertas, con sus niños asomándose de vez en cuando para ver padres, como el que se acerca al zoo a ver hipopótamos, me pregunto si no es la inocencia lo que realmente me enamora del Niño Bonito. Esa inocencia inteligente de niño de siete años, tan maduro y tan pequeño al mismo tiempo. Como he llegado pronto, casi no hay nadie junto al portón y los que hay llevan paraguas cuando ya no llueve. Nadie les ha avisado. El móvil está cargando en casa. Al Rey Sol le hemos comprado una moto y se ha llevado una sorpresa enorme.


La inocencia del Niño Bonito, su descubrir el mundo. No sé a qué venía el pensamiento. Cuando le recojo, me dice si puede jugar en un equipo de fútbol, un equipo organizado, con sus entrenamientos y sus partidos. Yo le digo que no, y él lo entiende. Le insisto en que, aunque lo entienda, no tiene por qué estar de acuerdo, que son cosas distintas, que le puede parecer fatal y odiarme por ello, que está en su derecho. Le digo que no me gusta el ambiente del fútbol infantil organizado y que lo mismo eso es un prejuicio pero es el prejuicio de su padre y es lo que le ha tocado.


No parece importarle. Hace tiempo que quiere jugar en un equipo de fútbol, tal vez porque sienta que encaja mejor en una disciplina que en un entorno salvaje de patio de recreo. De nuevo, hasta cierto punto, la inocencia. De nuevo, la madurez. "El año que viene vas a jugar al baloncesto en un equipo, pero será el equipo de tu colegio, entrenarás allí, jugarás allí, no tendremos que llevarte a demasiados sitios", le digo, pero a él no le gusta el baloncesto. Lo acepta como un mal menor, pero no le gusta. Nunca le hemos llevado a un partido, nunca se lo hemos puesto en la tele. No hay nada atractivo socialmente en el baloncesto porque el baloncesto en este país ha muerto.


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Cuando llegamos a casa, nos ponemos a hacer el Wordle. Primero, en español; luego, en inglés. Los martes, lo hace con su abuela; el resto de los días, conmigo. El Rey Sol sigue con su moto y sus abuelos, encantado de la vida. Nosotros probamos letras un poco al azar hasta que nos ponemos en serio. Al Niño Bonito le gusta tanto ganar que no le importa que sea yo el que acierta las palabras. Tal vez por eso quiera jugar en un equipo. Luego, pasa la tarde un poco aburrido, dándole golpes a un globo. De vez en cuando, entra en mi cuarto y me abraza y yo tengo que cambiar esta pestaña para que no sepa que estoy escribiendo sobre él.


Mucha gente me dice que le hará mucha ilusión leer todo esto cuando crezca. No sé, yo no estoy muy seguro. Yo no sé si a mí me gustaría que hablaran tanto de cada cosa que hago. ¡Mi padre, además! ¡Ya podría estar mi padre dándole golpes al globo conmigo en vez de estar escribiendo su poesía en prosa! Sí, es un escándalo, pero volvemos a lo de antes: es el padre que le ha tocado. Y eso no quiere decir que tenga que estar de acuerdo ni que no pueda indignarse. Te doy permiso.

martes, marzo 22, 2022

We were never being boring


Yo no sé cómo lo vivieron los demás, pero sé cómo lo viví yo. Sé cómo deslizaba el final de mi infancia hacia algo parecido a la pubertad sin mirar atrás en ningún momento, disfrutando de cada segundo como si de verdad aquello fuese un mundo totalmente distinto. 1991. Los tres-cuatro meses finales de aquel curso, de aquel colegio, de aquella Educación General Básica. El vértigo y a la vez la pausa, el tiempo parado en aquellas fiestas en garajes, en aquellos bailes buscados, en aquellas oportunidades que de repente se abrían y que eran siempre gozosas.


La mano de A. en mi mano en el Pasaje del Terror, las tácticas, las estrategias, la lluvia... Los cumpleaños en La Vaguada, con sus bolas tiradas con efecto que acababan en cualquiera de los dos extremos. Las cintas de REM, los vídeos de REM. Canal Plus y Los 40 Principales. We were never being boring. La fascinación por una juventud que aún no era la nuestra. De nuevo, el vértigo. De nuevo, las prisas. Palma de Mallorca. Sergio Dalma cantando en un salón con el televisor encendido. El apogeo de las discotecas light. Las miradas perdidas de M., su fragilidad que detectaba la mía. Mi cabeza en su hombro viendo "Cyrano de Bergerac", su cabeza en el mío viendo "Robin Hood. Príncipe de los ladrones".


La excitación. Las sorpresas. El inicio de una década que nadie reclamaba. Como un perrito en una gasolinera. In the nineteen nineties. Las cintas grabadas de los Beatles, las noches esperando a que el tipo de la CNN se pusiera la máscara de gas en una ventana de Tel-Aviv. No éramos aburridos y no nos aburríamos nunca. Siempre había una excusa para algo más, para algo sencillo como una pachanga en un parque al lado de la M-30. Para un combate del Último Guerrero o un nuevo panel del VIP Noche. No sé ni explicarlo. Comparado con lo de ahora, supongo que parece de lo más inocente, pero era la nuestra una inocencia tan preciosa, tan lista para romperse en cualquier momento, tan de gafas de sol y vaqueros anchos, tan imperfecta en todos los sentidos, que no podría haberse hecho mejor.

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El documental del 11M de Netflix. Interesante si uno obvia demasiadas cosas. Emotivo durante la primera media hora, algo menos. Todos los documentales sobre el 11S se centran en el momento y las víctimas. Testimonios de bomberos, de policías y de supervivientes. Los documentales del 11M lo intentan, pero, en seguida, tienen que acabar metiendo a Aznar y Acebes. No me interesan demasiado Aznar y Acebes a estas alturas de la vida. Es como si, al igual que durante esos tres días, alguien me quisiera parar el llanto y me dijera: "No, no llores, mira esto, indígnate". Y yo no quiero indignarme, quiero llorar, quiero recordar la mañana en casa de mi abuela con "Clocks" de Coldplay en bucle y las prisas por ducharme y donar sangre y la llamada a mi hermano y el sentimiento de horror y tristeza que se prolongó durante los siguientes días.

Ahí también habría un documental. Los siguientes días al 11M. Los de la ciudad golpeada. Los del trauma. Los de la mirada de pánico tras cada mochila fugazmente abandonada. Los de la desconfianza ante el color de la piel. Sin embargo, no, Jiménez Losantos y Rubalcaba. Pues, bueno, vale. Es curioso que se omita la clave de todo el asunto político, que, básicamente, es Carod-Rovira. Según el documental, el PP se empeña en que es ETA porque su política contra ETA había sido muy buena y la banda estaba muy débil. En ese caso, ¿no tendrían que estar horrorizados por que fuera ETA? ¿No echaría por tierra toda su propaganda?

No. El PP se empeña en que es ETA porque quiere tirarle los muertos al PSOE. Ni siquiera es un acto defensivo -eso vendría después-. Tiene que ser ETA porque si es ETA es Carod-Rovira, que se ha reunido con ETA en Perpignan y que ha acordado que los terroristas atenten fuera de Cataluña. Si es Carod-Rovira, a su vez, es Zapatero, el máximo valedor del tripartito que gobernaba por entonces en Cataluña, ya sin Carod, dimitido de su cargo al filtrarse la reunión en la prensa. Nada de eso se explica y, desde fuera, supongo que no tiene sentido.

Pero así fue. El PP le quiso tirar los muertos al PSOE y el PSOE se los acabó tirando al PP. Lo curioso, y eso tampoco se dice del todo en el documental, solo se muestra -igual que Acebes iba mostrando la furgoneta, las cintas, los vídeos, las detenciones... pero se negaba a sacar la conclusión evidente-, es que ambos estaban equivocados. Ruines y equivocados, tiene mérito. Ni era ETA, por supuesto; ni la participación de Al-Qaeda tenía nada que ver con la invasión de Irak. De hecho, los últimos quince minutos del documental se dedican a explicar esto... pero llegan cuando ya nos hemos tragado no sé cuántas fotos de las Azores.

En fin, flojito. Los buenos y los malos. Lo de siempre. Yo quería recordar mi ciudad y mi gente y mi dolor, pero no fue posible. Habrá que seguir esperando.

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El Rey Sol lleva dos noches seguidas durmiendo razonablemente bien. No sé yo, no sé yo... en cualquier caso, lo dejo aquí por escrito, no vaya a ser que estemos ante el anhelado cambio de ciclo.

miércoles, marzo 16, 2022

Here comes the mayo

 

Tardé demasiado tiempo en entender qué era ese "mayo" que estaba a punto de venir en la canción de Molotov. Demasiado. La película se estrenó en el Festival de San Sebastián de 2001, el primero al que fui como espectador. Tenía 24 años y un dolor en el testículo derecho de los de hacer historia. Mariam y mi hermano se pasaban el día repitiendo: "No mames" y llamando a la gente "carnal". Puede que ese año fuera también el de "Amores Perros". No sé, tendría que mirarlo y, sinceramente, ahora mismo no me apetece. Por lo demás, sé que llegué tarde, como a todo, y que compartíamos un piso en el Antiguo con gente a la que no sé si puedo mencionar, pero a la que le ha ido muy bien en la vida.


Las canciones de principios de siglo tenían todas un punto de banda sonora de algo. Supongo que siempre había sido así, solo que entonces me hice más consciente de ello. Estaba el "Porcelain" de Moby, por ejemplo -"a fragile piece of porcelain" fue la descripción que me regaló John Malkovich- y estaba el "All the way to Reno", de REM, aunque creo que no la metieron en ninguna película por entonces. Supongo que a alguien se le habrá ocurrido en algún otro momento. La canción de Moby la asocio a las noches leyendo "El Gran Gatsby" en una edición "unabridged" de Penguin. La asocio a la melancolía y a la huida. "I never meant to hurt you, I never meant to lie, so this is goodbye". 


Yo era un pésimo mentiroso y un penoso fugitivo. A mí me tuvieron que dejar en el puerto para que me diera cuenta de que navegar me mareaba. Luego, todo cambió y no sé por qué. El Festival de San Sebastián y las llamadas perdidas y los móviles que coqueteaban sobre la mesa mientras nosotros iniciábamos nuestros propios coqueteos. "You know what you are, you´re gonna be a star", El convencimiento de que eso sería verdad. El convencimiento de que eso, además, sería compartido. Todos seríamos estrellas -"Snipers shoot stars", de Jetlag, en el "currently playing"- y estaríamos más allá de los juicios.


Pero ¿en qué consistía ser una estrella? El otro día me decía mi hijo mayor que no le importaba que fuera famoso, que lo llevaba bien. ¿Famoso? ¿De qué estamos hablando? Yo solo quería ser una estrella y en esto tengo que remitirme a la definición de Ray Loriga: "aquel cuyo nombre repiten un millón de personas... o una misma persona un millón de veces". No encajo en ninguna de las dos. No sería deseable. Quizá sí con 25 años -16-0 aquella temporada, invictos en liga regular, el autobús me dejaba al amanecer en la Plaza de Cuzco y yo cogía Sor María de la Cruz rumbo a un neón rojo- pero no a los 45, desde luego. Ahora, que de casi todo hace ya veinte años. Estoy convencido de que la apelación a Reno no es casual, como no lo era la de la mayonesa, pero de momento no quiero perder la inocencia. 


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El Rey Sol llega con su pachorra y su abrigo azul, como Pedro por su casa, con los abuelos detrás. Se quita él solo el abrigo y, cuando se lo dice su hermano, se sienta en el suelo y se quita los zapatos. No hay rastro de fiebre, no hay rastro de enfado, no hay rastro de las noches sin dormir con los ojos hinchados. Queda algo de moco, pero es lo normal en un niño de guardería. Dice la Chica Diploma que, en una de las noches en blanco, se puso a contar, que reconoció el "nueve". Yo, en ocasiones, reconozco el "siete". Lo demás es un ritmo sin fonemas, el que utilizamos cuando le ponemos los aerosoles por las noches, antes de acostarle un poco para nada.


Por las mañanas, a veces quiere estar con Nadiya y a veces, no. Es normal y depende, obviamente, de la fiebre. Si quiere estar con su padre, su padre tiene un problema. Puede pasar -y pasa- que su padre esté agotado, de los nervios, que lleve despierto desde las cinco, tenga trabajo para aburrir y venga de dejar al Niño Bonito en su colegio de pago. Puede que en ese momento le dé una subida de tensión, o un ataque de ansiedad, y lo único que pueda sea tumbarse y mover el pie como un autómata para mecer la hamaca y tranquilizar los llantos.


Puede, incluso, que los propios llantos aumenten la ansiedad -o la tensión- y todo se convierta en un círculo cerrado en el que se oye la voz de la Chica Diploma preguntando si necesita un ansiolítico. Solo que el padre acaba de tomarse uno. Y una pastilla para las taquicardias. Lo que no ha hecho es desayunar. Desde las cinco arriba y ni un café solo descafeinado. Es un escombro físico y mental del que se exige una reconstrucción total para esa misma mañana, esa misma tarde, esa misma noche. "Que Sirius no pare, no pare, no", cantaba el padre, con música de Patricia Monterola, cuando soñaba con ser una estrella.


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¿Y qué más? ¿Qué más puedo contar? ¿Negociaciones de paz, ciudades sitiadas? Siempre pensé que podría ganarme la vida adelantándome... y a la vez nunca pensé que fuera de esta manera.

martes, marzo 08, 2022

In it for the money


¿En qué sentido cambiaba nuestra vida un nuevo disco de Supergrass? ¿Cómo conseguíamos enterarnos de que Dave Grohl había fundado los Foo Fighters? ¿Qué sentíamos cuando el viento helado iniciaba "The Bends"? ¿Me gustaban realmente los Bluetones o simplemente era un complemento para las mañanas en las que quedaba en el Cercanías con la Chica Langosta? ¿Qué empezaba y qué acababa en cada uno de los síncopes de "Supervixen", en qué consistía esa montaña rusa?

¿Por qué había que comprar el tercer disco de dEUS en la FNAC de Toulouse? ¿No podía esperar de ninguna manera? Todo para acabar escuchando "Solo quiero decirte adiós", en bucle. ¿Realmente era necesario? ¿Cómo eran las cartas que escribía Nuria desde el futuro y por qué me recordaban a "Strange news from another star"? ¿Es normal que cada una de estas canciones tenga un momento asociado, como una fotografía de carnet, un momento, un contexto? ¿Realmente le gustaba a esa chica que cantara "Wonderwall" tirado en la cama de René? ¿Realmente le gustaba yo?

La Chica Diploma no se sabe la historia de la Chica Indecisa, pero yo estoy seguro de que se la he contado mil veces. Todo lo he contado mil veces, pero, aun así, ¿por qué no? Un par de chavales cantan "Creep" casi treinta años después en la plaza de la Catedral de Barcelona, a pocos metros de un señor que entona "Sabor a mí" con su guitarra. La Chica Indecisa trabajaba en el Carrer d´en Guignás. Estoy casi convencido de eso. Era un bar que podríamos llamar peligroso, un bar de puerto. No sé qué música sonaba en el bar de la Chica Indecisa, pero ella tenía un grupo que no sonaba a nada parecido. La quisieron cambiar porque su inglés no era perfecto, pero al final lo que hicieron fue desaparecer y punto.

Hicimos un taller y de ahí salió gente muy famosa. A mí me gustaba un verso de la Chica Diplomática que decía "A ver cómo suenas sin palabras". Me pareció maravilloso porque había ahí una desnudez nada impostada. Una desnudez terrible, de psicoanálisis. Se acabaron las palabras, se acabó el ruido y, ¿qué queda? ¿Qué eres tú más allá del ruido? ¿Qué eres tú más allá del "Coming up" de Suede, comprado en Madrid Rock con Dani, qué eres tú más allá de Doctor CD, qué eres tú más allá del cuarto de baño de un parking mugriento en pleno Port Vell, no demasiado lejos ya de la Barceloneta? 

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"Cómo suenas sin palabras". Yo venía a escribir de otra cosa y se me ha quedado esta frase pegada. Una frase de hace quince años. Yo venía a escribir de la paz burguesa de Sitges, de los Rodalies amb destinaciò Castelldefells, Sant Viçenç de Caldès. Venía a escribir sobre las vistas desde una terraza mojada, el viento incómodo, la señora del bañador lista para meterse en el agua. Venía a escribir sobre la calle de los ositos y sobre Gonçalo Guedes rematando de cabeza un centro preciso de Carlos Soler. El Sports Bar de la esquina. Venía a escribir sobre la chica que no quería ser camarera, sobre el arroz con pescado, el hotel sin segunda planta.

Yo venía aquí solo para escribir sobre los ataques de ansiedad y sus interpretaciones. "El lobo hombre en París" sonando en una fiesta improvisada de cincuentones a la hora del aperitivo. Mañana de sábado. Un tiempo agradable. No tenemos ningún destino ni ningún asidero, así que somos algo así como náufragos. Venía a escribir sobre la Chica Diploma y su manera de dejar la cabeza caer sobre mi hombro entre callejuelas. Escribir sobre una playa desierta de noche, un paseo marítimo lleno de gritos, una azotea con vistas a unas vías de tren.

El hotel Le Meridien. Venía a hablar sobre el hotel Le Meridien en 1995 y en 1998. Sobre las pensiones de las Ramblas, sobre los hoteles NH, sobre el Tryp Apolo y el Meliá Barcelona. Venía a hablar sobre mi vida de joven exquisito en vagón de primera clase. Una hamburguesa en el New York Burger, unas patatas bravas al lado de Santa María del Pi. Una calle eterna, larguísima, que no acaba nunca. Una confusión en las distancias y los tiempos. El portal del Ángel Caído, tan esquivo como siempre. El café Moka y los recuerdos del POUM. El Zurich. La calle Balmes. El bar donde tocó Pablo un lunes, en el Paseo de Colón. Tres o cuatro canciones y luego micro abierto. Un lunes, insisto. Al lado del bar donde trabajaba la Chica Indecisa, que no sabía si llevarme a su casa o no. 

Yo venía a hablar de todo eso, pero, de repente, la frase. 

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Bueno, yo sigo, como lo del tonto y la linde. Els Quatre Gats. Fuimos una tarde a Els Quatre Gats y se hicieron unas fotos muy divertidas, así de siglo XIX. Todo era la leche, por entonces, también ellos. Al día siguiente, fuimos T. y yo y no conseguimos encontrar el café. Era increíble, como si hubiera desaparecido de la noche a la mañana. Dábamos vueltas y vueltas y no lo encontrábamos y dábamos más vueltas y de alguna manera nos empezábamos a divorciar. Descubrir Barcelona es de esas cosas que pasan una vez en la vida, más que nada porque Barcelona está ahí para ser descubierta, esa es su gran razón de ser. Una ciudad para chicos de veintiún años que no saben de la vida y se rinden ante la belleza.

La Chica Diploma no se acuerda si hemos ido juntos dos veces o tres. Yo tampoco me acuerdo. Diría que dos, porque solo recuerdo dos... pero me suenan tres. A ella le pasa igual. El problema es que no recordamos qué hicimos. Ahora, de repente, mientras escribo esto, creo que estuvimos en el Parc Güell, pero lo mismo no, lo mismo el Parc Güell ni lo pisamos y nos limitamos a subir al Tibidabo y a tomar algo en un bar que había a medio camino, en pleno descenso, un bar que no era el Mirablau o que yo creo que no era el Mirablau porque juraría que en el Mirablau (como en la Razzmatazz) solo he estado con Fer, pero lo mismo sí era.

¿Qué más? ¿Iríamos al NH Constanza? ¿Tomaríamos algo por el barrio de Gràcia? ¿Cuántos días nos quedamos? Fuimos en AVE y subimos por la Calle Numancia, supongo. No nos metimos en el Workcenter de la Diagonal porque no hacía falta, no hicimos noche en el NH Les Corts porque hace demasiado frío y tienen la fea manía de ponerte junto al ascensor y luego no duermes por la noche. ¿Qué hicimos la Chica Diploma y yo en Barcelona dos, tres veces? Ni idea. No nos acordamos. Cogemos la Avenida Roma y contamos los pasos. Jonathan mira el móvil nervioso para comprobar cuántas estrellas le hemos puesto. Las cosas no deberían funcionar así. Las maletas esperan en la consigna. Es hora de irse.

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Yo quería dejar claro que el Rey Sol sigue sin dormir, para que lo recordemos. Eso es todo. Nada más. Un saludo. Buenas noches.

jueves, marzo 03, 2022

Aproximaciones (Sitges)

La Chica Diploma está preocupada porque dan lluvia todos los días. Tal vez preocupada no sea la palabra, simplemente decepcionada. Una pena. Adiós paseos junto al mar, adiós Barcelona en lunes. A mí no me parece tan grave porque la lluvia puede caer mucho rato pero se entiende que no va a caer siempre. Habrá respiros. Habrá treguas. Y, a las malas, queda una decadencia a lo Bolaño, una decadencia "El Tercer Reich" de pueblo de playa en invierno, el cielo gris confundiéndose con el mar, algo parecido a una bruma por la mañana que se va despejando (o no) según avanza el día.


A la Chica Diploma no le va la decadencia Bolaño y no la culpo por ello. Hemos cogido una habitación con terraza. También es bonito ver llover sin mojarse. Lo bello y lo sublime. Una tormenta espantosa, brutal, chuzos de punta, y nosotros ahí, mirando, hipnotizados, desde nuestro cuatro estrellas, como buenos burgueses, como personajes de Cheever. En mi mano, un libro de Wenceslao Fernández Flórez. En la suya, la tablet, alguna serie de Netflix, tal vez Movistar Plus. La vida como una canción de Tom Petty que cantaste hasta las lágrimas cuando tenías quince años.


En Sitges he estado varias veces. La primera de todas, la iniciática, fue un día de invierno con lluvia. O eso recuerdo. Si no llovió, estuvo a punto. Y fue precioso. Me despedía como se despedirá el Niño Bonito de sus compañeros de campamento dentro de unas horas, todo para volver a juntarse al día siguiente. Solo que para mí no había día siguiente, había un auditorio enorme -yo quería reservar el Meliá Sitges porque yo soy de ese tipo de persona que vuelve a todos los lugares donde ha sido feliz, como si solo en ellos se sintiera realmente a salvo- y había un paseo marítimo y había algo parecido a una camaradería, no sé explicarlo.


Luego, Sitges se convirtió en lugar de paella con Sandra, con Dani, incluso con Fer... pero eso eran casi siempre viajes veraniegos, festivos, de calor y moscas. Sandra reservaba y Dani me llevaba en coche. Puede que estuviera también con B. en alguna ocasión. Tiene sentido teniendo en cuenta que pasamos diez días juntos en Casteldefells. No lo recuerdo, en cualquier caso. Recuerdo los días con bastante precisión: el Mundial de Japón, el Show de Cándidos, una derrota de Federer contra Murray cuando Murray tenía diecinueve años, algún escalope al lado de la playa, las bolsas del supermercado y la sonrisa de perro abandonado cuando ella volvía del trabajo justo para comer juntos. Pero lo de Sitges no, no lo recuerdo.


*


El Rey Sol es oficialmente un bicho. Se siente orgulloso de ello, además. Corre hasta la pared más lejana cuando le dices que le vas a cambiar el pañal y, una vez rodeado, se tira al suelo y ejerce su derecho a la resistencia pasiva. Cuando le dices algo que no entiende dice "no" y luego dice "sí", para mantener el suspense. En ambos casos, acaba sonriendo, con esos dientes descolocados de niño de dos años con la manía de meterse el pulgar en la boca. Le gustan los coches y los vídeos de YouTube con animales y bebés. Le gustan los animales y los bebés, en general, en cuanto ve un carrito, se detiene el mundo.


Dice su profesora que en clase abraza a todos los compañeros, pero que a algunos no les gusta. Hay algo confuso en el Rey Sol: es el más pequeño con diferencia (nació un 21 de diciembre), pero lo suple con un tamaño y un entusiasmo propios de cualquier otro mes, cualquier otra edad. Les abraza y les empuja. Les abraza y les tira. Los primeros días, volvía a casa con algún arañazo en alguna parte de la cara. Se ve que la civilización va llegando a ese aula y han aprendido a quererle como es. 


Pero ¿cómo es el Rey Sol? ¿Es el niño eufórico de las nueve de la noche, empeñado en bailarlo todo con su hermano mayor, o es el niño más bien taciturno, digamos que autosuficiente, de algunas mañanas juntando bloques de Lego? Ni idea. El Rey Sol se va haciendo y simplemente no estamos acostumbrados a ese ritmo. Para cuando quisimos darnos cuenta, su hermano ya estaba hecho, listo para los zoológicos y las patrullas caninas. Dispuesto a huir de Bob Esponja y hacer puzles de Peter Pan. El Rey Sol será lo que sea pero no tiene prisa. Él es feliz así, a su ritmo. Todos los demás buscamos señales de madurez en cada cosa que hace, pero esa es una urgencia nuestra que no va con él. 


Él, cuando viene A., se mete en el cuarto de su hermano e intenta pertenecer. Él chapurrea un idioma imposible que ya tiene que intuir que nadie entiende. Él es enfático, eso sí. Enfático e insistente. Si su hermano es una terraza de Sitges mientras llueve, él es la tormenta. 


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Café con L. en Alonso Martínez. No me gusta mucho hablar de L. porque intuyo que a L. no le gusta que hable de ella. Pero, bueno, café con L. en Alonso Martínez, dos horas de tregua y un poco de terapia. Las responsabilidades y la incapacidad de gestionarlas y el peterpanismo y todo eso. En la mesa de enfrente, se sientan un grupo de viceversos o aspirantes a viceversos, no sé. "El futuro está en el trono", como aquel corto que planeé en 2010 o 2011, cuando hacía esas cosas. La historia de una chica que venía a Madrid a participar en un programa de televisión y Madrid, para ella, era como Manhattan para cualquiera que vea los dos primeros minutos de la película de Woody Allen. Voz en off y blanco y negro.


No sé si llegué a hablar con alguien para que se encargara de la fotografía. Yo creo que era una idea bonita y que, como casi todas las ideas bonitas, era muy cara. Eran los años del Notodo, años curiosos y llenos de creatividad. Todos queríamos hacer algo. Todos. Yo rodé mi propio corto y preparé el siguiente. Teníamos los actores y el equipo y nos reunimos varias veces, creo recordar, en una calle del barrio de Tetuán y en un bar de Malasaña. No recuerdo en qué acabó la historia, o, más bien, no recuerdo por qué la historia acabó en nada. Alguien discutiría con alguien. Alguien -probablemente, yo- no se sentiría a la altura del reto.


Entre L. y yo hay más de diez años de misterio. Diez años de vida no compartida y eso incluye los años de los cortos y los de Castelldefels. Todo, cuando se le cuenta a L., es en rigor nuevo. Quiero pensar que todo lo de L., cuando me lo cuenta a mí, tiene el atractivo del que cuenta de nuevo su historia. "Sicilia, 1914...". No sé. No quiero hablar de L., ya lo he dicho. Los chicos viceversos se multiplican y se dividen. Unos skaters amenazan con tomar la plaza. Hay algo pesado en el ambiente, una mezcla de viento y sol. Son las cinco de la tarde, luego las seis. No hay prisa. L., supongo, representa el mundo antes de la prisa. Un mundo bonito. Un mundo feliz.