jueves, marzo 28, 2019

La haine


"La haine (El odio)" es la típica película generacional que cualquiera que tenga en torno a cuarenta años recordará fácilmente pero que no ha pasado a la historia del cine, o no al menos a la del cine comercial. La película empezaba con el relato de un hombre que se tira desde lo alto de un edificio de diez plantas y a cada piso va repitiéndose a sí mismo: "Hasta aquí, todo va bien... hasta aquí, todo va bien...". Pero lo importante, recuerda el narrador, no es la caída sino el aterrizaje.

Me pregunto qué clase de aterrizaje tendremos nosotros. Ni siquiera sé quiénes somos nosotros, la verdad. ¿España? ¿Europa? ¿El mundo occidental? ¿El mundo, sin más? Nunca el odio ha llevado a algo que no sea la violencia. Es cierto, y en eso hay que darle la razón a Pinker y a sus defensores, que de manera asombrosa, milagrosa casi, la sociedad resiste. Resiste las insidias, las mentiras y la falsificación constante de los hechos. Resiste a la mediocridad y al relativismo. Donde antes las masas enfurecidas lincharían al enemigo solo por el hecho de que alguien hubiera decretado que es el enemigo, ahora se le tritura en las redes sociales y ahí queda la cosa.

Puede que, después de todo, con Internet esté pasando lo mismo que pasó con el fútbol en la posguerra, que no sea sino un útil artificio para volcar ahí toda nuestra bilis y evitar que nos matemos por la calle.

Porque, a veces, da la sensación de que hay demasiada gente deseando que nos matemos por las calles. O al menos, que nos despreciemos, que no reconozcamos al otro como un igual con ideas distintas, sino, en palabras del siglo XVIII rescatadas por el propio "presidente del mundo libre", como un enemigo del pueblo. Entrar en las miserias del día a día de estas trescientas campañas electorales por las que está pasando España me da una pereza enorme, pero tampoco puedo pretender colocarme por encima del bien y del mal, o al menos no ahora. Puedo cambiar la emisora y escuchar una vez más "Twist and shout" en Rock FM pero, ¿no estaría haciendo como el hombre que al pasar por el quinto piso respira aliviado porque aún no le ha pasado nada?

De la mediocridad de la izquierda se ha hablado aquí muchas veces. La mediocridad de Iglesias, la mediocridad de Sánchez. La mediocridad casi como forma de entender la política Ahora bien, de la mediocridad al odio hay un paso gigantesco. De la mediocridad a la mentira organizada hay un salto al abismo. Recientemente, el candidato a la Comunidad de Madrid por Ciudadanos afirmaba solemnemente que jamás entraría en un gobierno con Ángel Gabilondo por el apoyo del PSOE al independentismo catalán. Hemos llegado a un punto en el que Ángel Gabilondo es un paria del constitucionalismo mientras los "sin complejos" son nuestra salvación.

Hemos llegado a un punto en el que el partido que estaba en el poder cuando la ANC les montó el 9-N (y miraron descaradamente a otro lado), el partido que estaba en el poder cuando Puigdemont rompía frente a las cámaras resoluciones del Tribunal Constitucional, el mismo del que dependía garantizar que no hubiera un referéndum el 1-0 y el que aún tuvo el cuajo de mandar cartas a la Generalitat para preguntar si de verdad habían hecho una declaración unilateral de independencia o si estaban de broma, acusa a los demás de vender España y querer partirla. Presume de ser "el único" que puede acabar con el conflicto que les estalló a ellos a la cara y culpabilizan de la situación, no ya a los propios independentistas sino incluso a cualquiera que haya negociado algo con ellos alguna vez.

El tipo que hablaba catalán en la intimidad, muy chulito, diciendo "lo de la derechita cobarde no me lo dicen a mí a la cara".

Y detrás, van todos. Detrás va Ciudadanos, vaya, pero no solo Ciudadanos también la inmensa prensa afín. Esta mañana, un personaje que es una vergüenza para el periodismo -no es el único, desde luego- afirmaba en Onda Cero que "en Cáceres, en Zamora... castigarán a Sánchez porque no van a olvidarse fácilmente de lo que ha pasado en Cataluña, no son idiotas". ¿Qué ha pasado en Cataluña? ¿Qué demonios ha hecho el peligroso, felón y traidor Sánchez en Cataluña más allá de apoyar el artículo 155 cuando así se lo solicitó el gobierno de aquel momento, el que formaba el PP con el apoyo parlamentario de Albert Rivera?

Y el problema no es ese, por supuesto, porque estos personajes están a sueldo de la mentira. Son los pastores del odio. El problema es el resto de la tertulia -salvo Rubén Amón, todo hay que decirlo- callando ante la mentira, permitiendo que no ya la opinión sino la distorsión de los hechos resuene por las ondas como si fuera verdad. Que los encargados de amar los hechos como si fuera su propia vida, los que se supone que han hecho de la realidad su profesión, callen ante tal tergiversación. Eso es lo desolador. Los que callan. El horror se divide siempre entre los que hacen, los que colaboran y los que callan. Puede que el horror esté cerca y puede que no. No sé, simplemente tengo la sensación de que los pisos se van acabando.

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Aún no sé si "Merlí" es una gran serie. Sí sé que te vende la idea de que podemos hacer del mundo un lugar un poco mejor. Todos, pero especialmente los profesores... y aun más los profesores filósofos. Y yo necesito ahora mismo que alguien me venda la idea de que el mundo puede ser un lugar un poco mejor y que yo puedo ayudar a ello. Aunque no acabe de creérmelo.

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Después de Onda Cero, como he dicho antes, vino Rock FM. Yo no puedo explicar con palabras lo que la música me hace sentir. Yo no puedo explicar de una manera racional, una manera que todos entiendan lo que recorre mi cuerpo cuando pronuncio la palabra "Incesticide" o cuando veo en YouTube una sugerencia del "For Tomorrow" de Blur o cuando paseo por los pasillos de la Escuela tarareando "I took a showgirl for my bride, thought my life would be brighter, took her bowling, got her high... took myself a showgirl bride". Puedo explicar más o menos, e incluso a veces me cuesta, alguna película o algún libro. Pero, ¿la música? No. Imposible. Nada me es más íntimo y nada resume mejor mi vida.

Ayer, viendo la -para mí larguísima- última secuencia de "Cinema Paradiso" se me ocurrió pensar que la mejor despedida que nadie podría darme sería una lista de reproducción. Una canción tras otra. No haría falta nada más, porque las personas, los momentos, ya estarían ahí, inmediatos, perros de Pavlov.

martes, marzo 26, 2019

This charming man


Quizá estemos dando demasiadas cosas por normales. Todos nosotros, supongo. Quizá entendamos que es normal llegar a Valdemoro a las once de la mañana aún con síntomas de gastroenteritis, ponerte a corregir exámenes pendientes durante cuatro horas, preparar clases, sufrir una especie de frío que no se sabe si es interno o externo, comer un arroz y volver al aula para dar cinco horas seguidas de docencia. Y cuando digo seguidas son seguidas porque no hay tiempo que perder en medio y las explicaciones se acumulan como se acumulan las tareas y la responsabilidad. El otro día una alumna -no es lo habitual- me escribió para darme las gracias por lo que les estaba ayudando y a mí no me salió sino contestar con sinceridad: "Yo siento siempre que podría ayudaros más, que podría explicar mejor...".

Ese bucle de exigencia atroz en el que me he metido este año -unido a varios factores que me conviene no enumerar- se hace más evidente que nunca a las ocho y media de la noche, cuando ya van casi diez horas metido en el aula y acaba el segundo grupo y tengo que estar atento a las exposiciones de los alumnos, porque si ellos las han estado preparando durante semanas, qué menos que yo les preste toda la atención de la que soy capaz durante diez minutos. Así hasta que llega un momento en el que me doy cuenta de que no voy a poder levantarme. De que el cansancio físico y mental llega hasta el punto de que no sé si me voy a sostener de pie y mucho menos si voy a poder matizar los conceptos que he encontrado interesantes en la exposición.

Pero lo hago, claro. El otro día le dije claramente a la Chica Diploma que no pensaba llegar a los 50 años con vida. Luego bajé la cifra a los 45. Voy a cumplir 42 y sinceramente no tengo el reto nada claro. Quizá, ya digo, es que damos demasiadas cosas por normales: las eternas correcciones, las clases sin descanso, la responsabilidad extrema... y todo eso mientras escribes tu undécimo libro por la mañana -siete publicados, dos e-books y dos novelas inéditas, no cuento las tres traducciones con Turner, incluso la que no me pagaron-, buscas colaboraciones y cuelgas por aquí algunos lamentos.

Todo esto para poder dedicar el fin de semana a ejercer de padre, con la misma entrega, la misma responsabilidad y la misma frustración, en ocasiones, que pongo de lunes a viernes. No, igual no es normal. O sí lo es, pero tiene sus efectos secundarios: todo el día como un zombi, escasísima claridad de ideas y cuentas atrás constantes: me quedan tantas páginas para acabar el libro, me quedan tantas clases antes de llegar a Semana Santa... La vida entendida como "un día menos" sin tener muy claro un día menos para qué.

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En cuanto a entretener al niño, he de reconocer que tampoco es lo más complicado del mundo. Un fin de semana típico con él viene a ser verle correr por el pasillo imaginando que está jugando un Real Sociedad-Betis "en el Estadio de la Cerámica", oírle repetir tópicos de comentarista deportivo y repetir nombres de jugadores que a veces ni yo mismo conozco. Cuando se cansa, se sienta en el sofá y en vez de poner dibujos animados, se ve el "Ahora caigo" -repite "cinco mil, cinco mil" con las manos hacia abajo cuando así lo pide Arturo Valls- y, sobre todo, el "Pasapalabra", del que está perdidamente enamorado. Para él, Jero y Messi vienen a ser lo mismo. De vez en cuando, jugamos a que él completa un rosco con preguntas mías. A mi mujer le parecen demasiado fáciles pero lo de mi mujer con las exigencias ya es de otro nivel.

Después de "Pasapalabra" suele haber fútbol. Como este viernes no había liga, se tragó un buen trozo de un España-Serbia de balonmano femenino. A mí que me registren. "El balonmano es bonito", me dijo como excusa. Eran las diez de la noche.

El sábado toca teatro y comida en casa de los abuelos. Otro rato de fútbol en el patio exterior y de vuelta a casa, a jugar a la oca y al dominó, por si alguien dudaba de que en vez de cuatro años tiene ochenta y ocho. Sentado a la mesa, agitando sus dados y calculando qué ficha colocar a continuación, El Niño Bonito es la viva imagen de la felicidad. Adora competir. Adora ganar. Y el caso es que gana. No es la típica victoria de adultos que se dejan para que el niño no llore. No, jugamos dos veces a la oca y gana las dos. Jugamos cuatro veces al dominó y gana la mitad, dejándonos a mi madre y a mí una victoria para cada uno. Está exultante, tan exultante que no sabe ni qué hacer así que se sienta en la mesa y empieza a levantar los brazos como loco. "Tienes la suerte de tu abuelo", le digo, recordando que su abuelo, hasta arriba de morfina y a dos días de entrar en coma, aún tuvo energía para quedar con sus amigos del trabajo y desplumarles a todos jugando al póquer. Y eso que, por supuesto, ellos tampoco se dejaron.

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Estoy con la biografía de Paul McCartney. El autor es Philip Norman, el mismo que escribió la de John Lennon. Desde el principio se ve que está enamorado del personaje. Igual que es relativamente sencillo tenerle manía a McCartney y su afectación desde la distancia, debe de ser facilísimo que te fascine en las pequeñas distancias. This charming man. Por lo demás, vuelve a dar la sensación de que era el único que sabía lo que quería y el único que se lo tomaba en serio. George Harrison empezó a detestar a los Beatles desde su viaje a India de 1965, Lennon ya los detestaba desde el mismo momento en el que dejaron de ser sus Quarrymen y Ringo... en fin, Ringo pasaba por ahí y suficiente hacía con hacer de pegamento entre tanto ego.

Sin embargo, a Paul le iba la vida en ello. Para Paul, los Beatles nunca fueron una nostalgia sino un presente excitante, una promesa de futuro y por eso la gran viuda de los Beatles es él y nunca Lennon, al que probablemente ni siquiera le gustara la música. Una de las frases de las que más se arrepiente Norman es cuando afirmó a finales de los setenta que Lennon no era solamente un cuarto de los Beatles sino "que era tres cuartos". El talento de Lennon es indiscutible pero su falta de implicación también lo es. Precisamente por eso acabó tan harto de Paul, siempre queriendo hacer cosas, siempre curioseando por las zonas más "trendy" de Londres, por las exposiciones de arte, con sus novias actrices...

Lennon quería que le dejaran en paz, Paul quería gustar a todo el mundo y George directamente se largó a otro planeta mientras no dejaba de refunfuñar. Con todo, a mí la parte que me interesa de la biografía no es la de los Beatles porque esa ya me la sé, sino la posterior. La del luto que sigue llevando, el único que porta la antorcha del grupo por todos lados, incluso cuando saca un disco nuevo y nadie le pregunta por él sino por "Yesterday". También tengo cierto interés por su carrera en solitario, incluso por sus problemas con Michael Jackson, de los que tengo una vaga noción. A la vez que leo sobre Paul, en mis viajes de autobús devoro "1947", de Elisabeth Asbrink. Es tan bueno que probablemente merezca una entrada aparte.


jueves, marzo 21, 2019

He thought of cars


Me levanto con "He thought of cars" en la cabeza. Blur y su excelente gusto para las canciones tristes, normalmente con un punto de esperanza aunque no en este caso: "He thought of cars and where to drive them and who to drive them with... but there was no-one, no-one". Por lo demás, el resto de la letra es incomprensible, propia, quizá de alguien que ya coqueteaba descaradamente con la heroína.

"He thought of cars" era el título de una cinta recopilatorio que tenía en casa. Una de tantas. Cintas grabadas en 1994, 1995, 1996... cintas que me acompañaban a todos lados y que no sé muy bien en qué mudanza se habrán quedado. Si no recuerdo mal, fue la canción estrella del extraño curso 1995/1996, aunque no deberíamos olvidar tampoco el "Miss America" y su "Here is here and I am here, where are you?". La adolescencia...

Precisamente estoy escribiendo un libro sobre mi adolescencia o sobre parte de esa adolescencia, la más vinculada al mundo del ciclismo. Lo estoy reescribiendo, de hecho, y la verdad es que el original necesitaba una reescritura brutal. Harto de hablar de mí mismo, harto incluso de repetir las hazañas de Induráin que todos han glosado durante años, centré el libro primero en Gianni Bugno y después, harto incluso del perdedor por excelencia, lo he convertido en algo así como un "playlist". Así, "He thought of cars" ha pasado del nombre de una cinta perdida en alguna casa al nombre de un capítulo en el que una chica que nunca existió -o no así, al menos- me regala precisamente un recopilatorio con ese nombre.

La misma chica con la que, supuestamente, compartía los "Unplugged" de Nirvana y los primeros discos de Violent Femmes y que, según se describe al personaje en el libro, no solo es "Suzanne", a la manera de Leonard Cohen, sino que a menudo es el propio Cohen jugando a que "Suzanne" sea yo. De momento he decidido llamarla Rosa, más que nada porque nunca hubo una Rosa en mi adolescencia, nunca me grabó ningún recopilatorio y nunca tuvimos historia de amor imposible alguna... y así nadie puede darse por aludida y sentir que estoy invadiendo su privacidad.

Ahora bien, sí hubo una chica que me grabó el "Unplugged" y el primer disco de Violent Femmes, sí hubo una chica que se fue a estudiar al Colegio de Brujas, sí ha habido -años después- una chica gallega con padres que habían emigrado a Suiza y sí hubo, por supuesto, una chica cuyo padre murió bastantes años antes de que muriera el mío. Hasta ahora, me había acostumbrado a desparramar mi yo en varios personajes. Por primera vez, creo, estoy consiguiendo, juntar a todas las chicas que alguna vez han sido algo en mi vida en un solo personaje ficticio, entrañable y del que cualquiera se podría enamorar. Un personaje que tiene algo de la Michelle de Gerard Lenorman y algo de la Deborah de "Disco 2000" -que a su vez tiene un aire a Dolores Haze, aunque de aquella manera-.

Diría que en general es un buen libro. Imposible de clasificar porque se habla de ciclismo pero no con el suficiente rigor, se habla de lo que fueron esos años entre los últimos ochenta y los primeros noventa pero como un ruido de fondo no demasiado preciso y se habla de mí, pero ni siquiera mi yo ficticio es tan interesante -un cromo de Fignon comprado por mi abuelo en un quiosco como magdalena de Proust y a partir de ahí una mezcla de amistades y relaciones en su mayoría inventadas porque, se dice desde el principio, esto no es una (otra) autobiografía-. Por supuesto, no le gustará a nadie porque lo tiene todo para no gustar, pero al menos quedará un título bonito y eso es algo: "El chico que soñaba con ser Gianni Bugno".

Y algo siempre es mejor que la tristeza.

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Me felicita en Twitter un alumno cuyo profesor ha dedicado la clase a comentar un artículo sobre Nietzsche que publiqué en el número impreso de JotDown de hace un porrón de años y que han rescatado recientemente para la edición digital. Es un artículo sorprendentemente bueno. Digo "sorprendentemente" porque siempre que leo algo mío que me gusta me quedo sorprendido, la verdad, y aquí no hay falsa modestia. Supongo que toda la frustración acumulada últimamente tiene que ver con eso, con el hecho de que después de que -sorprendentemente- haya escrito durante años, buenos artículos sobre filosofía, sobre política, sobre cine, sobre música, sobre literatura y, por supuesto, también sobre deporte, nadie los haya visto más que como un objeto de consumo del que prescindir cuanto antes sin exigir continuidad alguna.

Nadie... menos un profesor de filosofía contemporánea de algún sitio que consiguió que al menos uno de sus alumnos se pusiera en contacto conmigo para felicitarme, porque igual los adolescentes o los universitarios saben más que las directoras de revistas molonas. Lo que, sin duda, sería una excelente noticia.

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La Chica Diplomática -no confundir con...- me menciona en su propio blog y habla sobre su propia crisis del "tú antes molabas". Yo creo que es algo generacional y que le llega a cualquiera que se acerque o sobrepase los cuarenta. Habrá quien lo lleve mejor que otros, pero es duro ver que de la burbuja ya no queda ni una pompa. Sí, conocimos a la misma gente; sí, fantaseamos con las realidades paralelas y, sí, sobre todo nos divertíamos. Nos divertíamos en el dolor y en la alegría. No todo era perfecto pero teníamos el valor -nietzscheano- de asumirlo como tal y de pedir que se repitiera otra vez, millones de veces, toda una eternidad.

El problema fue cuando dejamos de divertirnos e inmediatamente dejamos de ser divertidos. Cuando nos convertimos en niños enfurruñados. Si yo tuviera que definirme ahora mismo de alguna manera sería así: "un niño enfurruñado al que todo le parece una ofensa". Un niño pasado de vueltas, vaya, encerrado en casa, encerrado en sus responsabilidades y sin atisbo de diversión por ningún lado. La vida adulta era esto, supongo, y yo al menos tengo una familia que me quiere y a la que quiero. Nada me garantiza que sin esa familia la cosa fuera a ir mejor, más bien al contrario. Yo me rebelo contra la madurez y sus cadenas pero al menos tengo a un enano de cuatro años que me llama "papi" y me abraza y me hace notar que soy lo más importante para él.

Y, claro, esa es una enorme responsabilidad y casi mejor el Honky a las cinco de la mañana.... pero es una responsabilidad que le hace sentirse a uno vivo, también a la manera de Nietzsche, que le hace dejar de ser camello por un momento y transformar su alma hasta llegar al puro juego, un juego con reglas extrañas, como debe ser, en el que cada frase modifica la partida porque la partida la vamos construyendo entre los dos con nuestros actos.


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Después de tres cuartos de hora escuchando en Onda Cero una serie de delirios sobre la posesión de armas, creo que lo mejor es copiarle a Manuel Astur lo que colgó el otro día en su muro de Facebook (y espero que no se enfade por encontrarlo aquí; si es así, disculpas)

1. Un grupo de tontos desconocidos dice unas tonterías.

2. Miles de listos se escandalizan con las tonterías que dicen los tontos y las repiten a todas horas en público para demostrar que ellos no son tontos.

 3. Cientos de miles de tontos escuchan las tonterías de los primeros tontos gracias a las personas supuestamente listas.

 4. Los tontos se hacen muy famosos y poderosos.

 5. Los listos son unos putos gilipollas bocazas.

 6. Idos todos a la mierda ya.

martes, marzo 19, 2019

El chico que navegaba entre Radiohead y Frank Sinatra


Sala de urgencias oftalmológicas del hospital Nuestra Señora de América. Domingo por la tarde. Día primaveral en la calle Arturo Soria pero calor infame en las dependencias, con la calefacción aún a tope. La puntuación de los hospitales en las reseñas de Google suele ser baja porque nadie va contento a un hospital -mucho menos a urgencias- y nadie suele salir satisfecho. Ahora bien, lo de Nuestra Señora de América es escandaloso: no llega al dos sobre cinco y a alguien habrán tenido que curar...

Lo mío no es grave. O no parece grave. Tiene pinta de orzuelo, duele, pica y conviene que le echen un vistazo cuanto antes no vaya a ser que se infecte. En la sala hay otras quince personas amontonadas y una sola oftalmóloga que capea el temporal como puede. El otro día vi un reportaje en el que los médicos de urgencias reconocían que las agresiones eran su pan de cada día, que casi lo tenían asumido. Metes a quince personas que creen que se les está cayendo el ojo y les haces esperar dos horas y pico por cabeza y a alguno se le tiene que ir la olla, pero ahí nadie parece agresivo: una familia con dos niños se sienta delante de mí y muestran una paciencia estoica, una pareja de novios se enseñan fotos con famosos y otra pareja algo extraña -él le dobla la edad a ella- muestran su preocupación por si todo esto les puede arruinar su viaje a Brasil.

De todos estos grupos, los amigos de los famosetes son los más pesados. Ninguna sorpresa, en ese sentido. Porque hablan todo el rato y por el tono de condescendencia que él muestra. Todo ese "mi amor", todo ese "mi vida", todo ese no dejarle hablar nunca cuando la enferma es ella. No es el único. El señor que dobla la edad de su pareja y la quiere llevar a Brasil tiene un libro en la mano y de vez en cuando le lee extractos. A ella le duele el ojo a rabiar pero él quiere instruirla porque hay un tipo de hombre muy peligroso -o muy coñazo, sin más- que se cree Pigmalión a todas horas.

Al rato, llega un hombre de mi edad que parece venir de jugar un partido de algo -probablemente, baloncesto- y entra en la sala directamente con una gasa en el ojo. Pienso que, si hubiera un triaje de algún tipo, ese hombre tendría prioridad sobre mi orzuelo, pero esto es la selva. Esto es sentarse con el libro abierto y esperar, esperar, esperar... hasta que una voz lejana -la oftalmóloga no tiene ni enfermera- grite desde su despacho tu nombre. Y así estamos todos, quitándonos capas de ropa y desesperándonos con educación. Los teléfonos móviles suenan constantemente y nadie entiende que hay que hablar bajo, pero, en fin, suelen ser conversaciones de tres minutos que no merecen la pena ni el reproche.

Yo tengo el móvil en silencio porque siempre tengo el móvil en silencio. ¿Qué puedo perderme? Al principio era algo que hacía de vez en cuando y ahora es una costumbre asentada: no quiero saber lo que pasa ahí fuera salvo que yo lo decida. Si lo decido, entonces, de acuerdo: mirar tal resultado, consultar tal red social, mandar o contestar un mensaje. El resto del tiempo, no estoy. Si no estoy para mí, no estoy para nadie. Tengo mi biografía de Stefan Zweig sobre María Antonieta y paso página tras página ajeno al mundo. Cuando por fin dicen mi nombre, entro en consulta y efectivamente me diagnostican un orzuelo aunque, como buen hipocondríaco, desconfío del diagnóstico.

Da igual. Es lo que hay. No voy a pasar otras tres horas en otro hospital para que vuelvan a no convencerme. Salgo a la calle -un poco más de frío, noche casi cerrada, poco tiempo para que empiece el partido del Barcelona- y compro en la farmacia la crema que me han mandado. I go through the motions. Así cada día. Going through the motions and that´s all. De vez en cuando, busco un momento para quedar con alguien, si es que queda alguien ahí afuera, y no lo encuentro. Trabajo desde primera hora de la mañana hasta última de la noche, a veces sin tiempo ni para comer pero al parecer no trabajo lo suficiente. Da igual. Todo da igual. Hemos pasado del "nada es crucial" al "nada importa", que no es ni mucho menos lo mismo. He vuelto a convertir mi vida en una canción de Radiohead y me preocupa.

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Hablando de la biografía de María Antonieta, hay que decir que empecé la lectura con muchas dudas. Durante años, el libro de Zweig se tomó como la gran referencia en la materia, pero creo recordar que en los últimos años ha caído en desgracia. Algo que estaba mal, algún dato desmentido...la lectura de las primeras hojas -y son más de quinientas- se hace un poco pesada porque desconfío continuamente de lo que el autor me cuenta, como si en vez de un libro de historia estuviera leyendo una ficción, sin más.

Ahora bien, qué ficción. A las cien páginas uno ya se ha olvidado de posibles inexactitudes y a las doscientas está volcado en la lectura. Como siempre. Investigando sobre el libro, encontré una reseña de alguien que decía que Zweig era un escritor menor, autocomplaciente, con demasiado gusto por el folletín y el psicodrama. Es cierto que en términos de ficción, las novelas y los cuentos de Zweig no son de la más alta categoría... pero los retratos. ¡Ah, los retratos! Qué maravilla. Dejemos a un lado su batiburrillo mental en torno a la mujer como concepto, su capacidad para mostrar un irritable tono de superioridad con respecto al "carácter femenino" y la fascinación a la vez con la que habla de sus personajes y los lleva más allá de las convenciones de género que él mismo ha dado por buenas momentos antes, probablemente influido por el espíritu de su tiempo -primer cuarto del siglo XX- y su entrega absoluta al psicoanálisis de Freud.

A las trescientas páginas, los ojos directamente vuelan. Vuelan sobre esa catarata de hechos. Hechos que probablemente no estén del todo fundamentados y sobre los que habría mucho que discutir pero que cuadran precisamente porque Zweig no solo no es un escritor menor sino que es un escritor enorme, capaz de hacer literatura de calidad incluso metiendo una frase entre exclamaciones en cada página, que en principio no parece una gran idea. Versalles, las Tullerías, Varennes, el Temple, la Convención, las sucesivas guillotinas... Es cierto que hay momentos demasiado "románticos", que pierden aún más pie con las pesadas explicaciones freudianas, pero aun así compensa. Zweig consigue lo que pocos logran: que seas feliz leyéndole, que obvies la veracidad y te empapes en la verosimilitud. Que te dejes de preguntas y de historias. Que quede solo el texto y ni siquiera te preocupes en andar dando por culo con exégesis e historias.

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Otras cosas que he hecho y que recuerdo sin venir a cuento: componer la letra del himno de la Copa Colegial. Eso en términos más glamourosos, por decir algo. ¿Quieren algo poco glamouroso, algo de lo que uno hace por ganar una miseria pero poder aportar algo a la familia, a la crianza de un niño de apenas unos meses? Recorrerse Madrid en invierno, frío gélido, amago de nieve, acabar en Sanchinarro o en Moratalaz o en La Moraleja o en Tres Cantos, con tu libreta, con tu supuesto prestigio de periodista deportivo de revista "cool" y anotar las canastas de chicos y chicas para luego, de madrugada casi, poder escribir las crónicas en casa, ya casi cuarenta años, viernes noche de insomnio porque el niño no va a dormir de todas maneras. Estadísticas y estadísticas y tono épico porque quieren tono épico... todo para que al día siguiente la crónica aparezca con mi nombre, efectivamente, pero con el texto completamente cambiado porque hay alguien que se cree que puede hacerlo mejor que yo, que no sirvo ni para escribir crónicas de partidos de adolescentes.

Sí, eso lo he hecho yo y no solo fundar revistas, igual que he ido con mis libros y mis apuntes de centro cultural en centro cultural, de domicilio en domicilio, recaudando 15,20,25 euros por una clase, confiando en que la siguiente no se cancele, que no haya cambios de horarios, que nadie se levante sin ganas de dar clase de inglés y mande un mensaje de madrugada... La indefensión absoluta. La precariedad. Lo asombroso de mi vida es la capacidad con la que he convivido con algo parecido al lujo y algo parecido a la miseria. Hijo de mi tiempo, supongo. A veces, más que una canción de Radiohead, un himno decadente de Frank Sinatra.

lunes, marzo 11, 2019

Tú antes molabas...


Lo que yo quería decir aquí, más que nada por si algún día mi hijo lo lee, es que yo he hecho un montón de cosas chulas y ya llevaba un buen tiempo sin hacerlas. Es decir, que sobrevivía a base de escudriñar el último Real Madrid-Ajax y aventurar sobre la carrera de Luka Doncic, pero no era más que eso: pura supervivencia. Que, en estos veinte años de coqueteo con el periodismo y la literatura, han sido muchos más los pros que los contras. Que le he aguantado la mirada a Robert Rodríguez mientras se tomaba un plato de patatas fritas con ketchup en una suite del Ritz, que he conseguido que Terry Gilliam se tumbara en un sofá para poder hacerle unas fotos más divertidas o que he despertado a las ocho de la mañana a Bret Easton Ellis para preguntarle a bocajarro sobre la frase "There is no power like my pretty power", de Courtney Love.

Que he ido a decenas de festivales de cine y de literatura y me lo he pasado genial. Que he visto crecer a toda una generación de músicos españoles, los mismos que ahora copan las salas y las radios. Que he fundado una revista, que he creado mi propio festival de música y poesía, que he vendido cortometrajes, que he trabajado en una cadena nacional de radio con mi propia sección en directo y que he firmado durante años en la Feria del Libro, a veces más, a veces menos... Que muy probablemente nunca he sabido venderme mejor ni hacer entender que yo valía para todo esto -porque valía, eso estaba claro-, que nunca he recordado lo suficiente, por ejemplo, que yo he tenido columna fija de opinión en dos periódicos digitales importantes y que en ambos me pagaban bastante bien.

Que quizá dejé que Twitter comprara demasiado fácilmente la teoría por la que yo solo era un periodista deportivo y olvidara mis relatos, mis novelas, mis intimidades contadas en este y otros blogs. Que no supe imponerme a la hora de exigir entrevistas que fueran más allá de Risto Mejide o la página de consolación que me dieron tras mandarme a Roma a entrevistar a Philip Glennister. Sí, hice cosas chulas y luego dejé de hacerlas y no sé muy bien por qué. Mi vida cambió en muchos sentidos y la "industria" cambió en muchos más. En GQ y en Líbero me despidieron sin llegar a decirme nunca que me habían despedido, limitándose a no contestar propuestas tras años de colaboraciones; en JotDown están viviendo unos apuros económicos que ni siquiera ellos se preocupan en ocultar y en Letras Libres me acaban de comunicar que el nuevo equipo no está muy interesado en el deporte, lo que me deja sin ingreso alguno vinculado con el periodismo.

En cualquier caso, todo esto es normal. Hay muy poco espacio para gente que no grite y somos muchos los que intentamos hacernos un hueco. La mayoría, tan buenos o mejores que yo, porque al fin y al cabo para analizar el juego de Benzemá tampoco hace falta tener un doctorado. Es normal que las editoriales no apuesten salvo por lo que ven claro y es normal que las revistas se desocupen de buscar el talento cuando hay tanto talento llamando a la puerta que es imposible distinguirlo. El otro día hablaba con Gonzalo Vázquez sobre todo esto y no podía sino mostrarme optimista. Creo que las cosas van a ir bien. No a corto plazo, quizá, pero en algún momento. Yo y mi fe inquebrantable en la estadística. Si todo va bien, en 2020 publicaré otro libro y antes, alguien habrá contactado conmigo para ofrecerme algo. Que haya perdido colaboraciones en unos veinte medios durante los últimos siete años no debe hacer olvidar que hubo veinte medios pidiéndome que colaborara con ellos en un momento u otro de estos siete años.

Así que, en fin, que aquí estoy. Libre como el viento. Capaz de hacer algo más que hablar de Roger Federer pero dispuesto a hablar de Roger Federer si hace falta. Si les interesa, avísenme. Pero que sea un interés sincero, que uno ya no tiene edad de perder el tiempo.

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Tras el 8M llegó el 9M y la rebelión de los señores. Sorprende la cantidad de gente que no entiende nada sobre el feminismo y que se sienten amenazados por algo tan obvio como es la reclamación de la igualdad. "Ya somos iguales", dicen, contra toda evidencia, e intuyen que lo que se está pidiendo en realidad es una especie de venganza. Lo llenan todo de ideología porque no entienden la realidad de otra manera y por eso atienden solo a los mensajes ideológicos que llegan del otro lado, que no dejan de ser una enorme minoría. Ven al feminismo como un enemigo, como algo que ha venido a tocar las pelotas, como algo intrascendente e innecesario. Piden a gritos que todo quede como está. En definitiva, dejan bien claro que las cosas no les van nada mal así.

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Vemos la primera parte del documental sobre Michael Jackson y el abuso a los niños. Diego Manrique lo califica de plano y soporífero y algo de razón tiene. Los testimonios no aportan nada nuevo a partir de las tres primeras confesiones. Apela Manrique además al hecho de que a Jackson ya se le juzgó por casos similares y siempre fue declarado inocente. No siempre. En 1993 llegó a un acuerdo extrajudicial con la familia de un niño que años después reconoció que se había inventado todo para sacar dinero.

Compara también el crítico la situación de Jackson con la de Woody Allen, pero aquí creo que merece hacerse una distinción. A Woody Allen no le han acusado decenas de menores durante veinticinco años, solo una, su hija, y el caso no llegó ni a juicio con lo que no hubo ni acuerdo extrajudicial porque nadie creyó la versión de Dylan ni la de su madre. Cada ataque a Woody Allen no es más que la repetición del mismo ataque mientras que los ataques a Jackson vienen de todos los lugares del mundo, estos últimos desde Australia.

Para el espectador, por tanto, hay tres posibilidades: una, la que pide el documental a gritos, es creerse a pies juntillas la versión de los acusadores y ver a Jackson como un monstruo; otra, la que pide Manrique, obviar todo lo dicho como una repetición de lo que ya dijeron otros con mayor o menor elocuencia y dar el caso por juzgado y olvidado. Posiblemente sea lo mejor para todos porque si se demostrara que efectivamente Michael Jackson estuvo abusando de niños durante casi dos décadas mientras paseaba públicamente de la mano con ellos por todos lados delante de las cámaras como si nada, el papel de la prensa y de la prensa musical en concreto no quedaría demasiado bien.

Hay, sin embargo, una tercera, que es suspender el juicio. Reconocer que algo huele a podrido en Dinamarca pero no participar del linchamiento. De momento, y a falta de ver la segunda parte, es a la que me atengo.

martes, marzo 05, 2019

Postguerra





Tony Judt termina su portentoso "Postguerra" con un chiste armenio:

"¿Es posible predecir el futuro? Sí, no hay problema. Sabemos exactamente cómo será el futuro. Nuestro problema es el pasado: que siempre está cambiando...".

En efecto, la modificación de los hechos del pasado para interés propio ha sido y es una constante en la política mundial. Lo que no se había visto hasta ahora -no al menos en democracia, no en estados de derecho- es tal manipulación del presente. La facilidad para mentir a sabiendas sobre lo que está pasando, sobre lo que acaba de pasar, con datos falsos, sacados de webs imposibles o directamente inventados. En esto llevan un tiempo los partidos de oposición, asegurando que el gobierno ha hecho cosas que no ha hecho... pero justo es decir que no es un invento suyo: Podemos ha basado buena parte de su actividad en las redes en difundir un bulo tras otro o, en el mejor de los casos, en retorcer los datos hasta que dijeran exactamente lo contrario de lo que de hecho decían.

Tampoco es fácil encontrar momentos en la historia reciente en los que el futuro haya importado tan poco. Cualquier proyecto de futuro es catalogado inmediatamente de "demagogia" y solo quedan proyectos de pasado: volver a 1996, volver a 2011, volver a Don Pelayo... El asunto no es ya entusiasmar al elector con promesas exageradas sino llamar a sus entrañas, cultivar el odio al otro visto siempre como enemigo -"traidor, felón, fascista..."- antes que como conciudadano. En Madrid, por ejemplo, estamos viviendo una cosa inaudita: el candidato Martínez-Almeida ha llenado buena parte del mobiliario público para promocionar su candidatura... sin hacer una sola referencia a lo que va a hacer. Todos los anuncios consisten en poner fotos o declaraciones de Monedero, Carmena, Puigdemont, Sánchez... e insistir en que "ellos no quieren que Almeida sea alcalde".

Efectivamente, en Waterloo están preocupadísimos con la cuestión.

El triste mensaje post-punk, post-grunge "no hay futuro" que fue lo que estalló recientemente en el 15-M y sus derivados no parte ya de "la juventud ociosa" como queja vacía sino que se fomenta desde las propias élites: a nadie le interesa construir nada en común. Durante décadas, comunistas y anti-comunistas se han estado tirando el "1984" de Orwell a la cabeza: "Habla de vosotros; no, habla de vosotros". Nunca imaginamos que hablaría de nosotros, de la famosa generación empoderada y sabelotodo que es capaz de creerse cualquier cosa que Steve Bannon le ponga en Facebook con enlace incluido. O esto acaba pronto o va a acabar mal. No vale con que determinados partidos se arroguen la superioridad intelectual de "somos la única alternativa sensata". También hay que demostrarlo. No tiene sentido llenar la plaza de Colón de banderas e improperios por un hecho falso cuando has estado sosteniendo a un gobierno al que la realidad le golpeó en forma de referéndum ilegal y declaración unilateral de independencia en los morros mientras seguía intentando que Santi Vila les prometiera algo que les gustara.

O eso quiero creer, claro, que a lo mejor es demasiado optimista.

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Siguiendo con Tony Judt, las tardes de autobús las dedico a su pequeño libro de ensayos sobre León Blum, Albert Camus y Raymond Aron. Tres intelectuales que supieron decir "no" a las irresponsables mareas de opinión francesas. Tres intelectuales que se ganaron a pulso la marginalidad -una marginalidad, por otro lado, muy matizable, pues Blum fue primer ministro del país y Camus recibió el premio Nobel- por mantenerse firmes respecto a sus ideas. Atrae, en cualquier caso, la extraña relación de Judt con Francia, en general. Extraña, digo, porque Judt era un experto en historia francesa y cursó buena parte de sus estudios en ese país... y sin embargo, o precisamente por ello, no duda a la hora de arremeter contra sus prebostes.

Si "Posguerra" está lleno de críticas voraces contra Mitterrand y su cínico "sentido de estado", en este librito llamado "The burden of responsibility" encontramos mandobles en todas las direcciones: la derecha antisemita, el comunismo vendido a Moscú, el existencialismo estupendista, el compromiso con el horror... Lo otro curioso es que, a la espera de ver qué pasa con Aron, ni siquiera las partes dedicadas a Blum y Camus son decididamente elogiosas. Se salvan de la quema y eso es todo. Judt va exponiendo todas sus carencias para después intentar disculparlas en nombre de la buena fe.

El último libro de Judt se llamó "Algo va mal" y todo apunta a que incluso un pesimista como él se quedó corto.

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Volvimos al cine. Vimos "La favorita" y nos gustó. Había algo de "Canino" en cada plano pero un algo mitigado, lo que es muy de agradecer. Decía Segurola en la radio que le sobraba media hora pero probablemente con prescindir de los últimos quince minutos sería suficiente. Las tres actrices están soberbias, pero eso ya lo habrán leído en muchos otros sitios y a estas alturas una de ellas tiene incluso un Oscar en su casa. La indeterminación histórica ayuda: sabemos que es Inglaterra e intuimos que es una recreación del siglo XVIII, pero en realidad podría ser cualquier lugar en cualquier momento. Eché en faltar algún reconocimiento para Nicholas Hoult, pero eso son debilidades propias, supongo.

También vimos "Tu hijo", aunque esta vez en casa. Tal vez no fue la mejor decisión posible.