martes, julio 30, 2019

Tender



Como no tenemos aire acondicionado, vamos al cine. Somos una familia económicamente desconcertante. No es de los peores días de julio en Madrid pero aun así a las cuatro hace un calor pegajoso, aliviado tan solo -ay, los recuerdos- por un pequeño atisbo de lo que en la costa se llamaría brisa. Hay en nuestro paseo por el barrio de Prosperidad algo del padre y el niño de "Graceland", la canción de Paul Simon, pero a nosotros no nos rodean peregrinos de ninguna clase y no tenemos intención alguna de hacer historia: tan solo queremos ver una película y de camino, quizá, pillar un Magnum de chocolate, que es de lo mejor para el dolor de tripa, ya se sabe.

Al Niño Bonito no le gusta especialmente el cine pero le encantan las palomitas y básicamente ese es el anzuelo que le lleva a caminar durante veinte minutos bajo un sol irritante. Cuando llegamos, me pregunta: "¿Es una peli de verdad o una peli con señores?" En realidad, no es ninguna de las dos cosas. Señores no salen. De dibujos tampoco es. "Realidad modificada por efectos de ordenador" me parece una respuesta demasiado compleja. "De señores", respondo, a la espera de que aparezca alguno por casualidad... pero no, son solo animales y en cuanto se da cuenta el niño se queja, pero sigue comiendo y se le pasa.

Una particularidad reciente es que le ha dado por hablar en el cine. Antes, se metía en la sala y guardaba una actitud reverencial, como si estuviera un poco amedrentado por el ambiente. Ahora, no. Ahora el mundo es poco a poco su casa y eso incluye la sala seis de los cines Morasol, así que de vez en cuando comenta como esos jubilados que van a ver películas de ciencia ficción o de asesinatos. Al salir -la película le ha gustado, aunque se ha pasado la última media hora mirando atentamente su chupachups-, decidimos coger el camino a la sombra porque aún hace un calor de escándalo y pasamos por el V.O. y no sé por qué me acuerdo de L. O sí sé por qué pero no voy a contarlo ahora, no viene al caso. También me acuerdo de cuando tiroteaban a gente a la salida, pero ese es un recuerdo aún más feo.

El niño tiene tres euros en mano y amenaza con utilizarlos.

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Los sueños buenos de verdad son los que hacen que te despiertes con los ojos llenos de lágrimas, es decir, los que consiguen emocionarte hasta el llanto y cruzan la barrera de lo real y lo imaginario. Por ejemplo, anoche, con "Tender", de Blur sonando en bucle y yo explicándole a alguien -no sé si a la Chica Diploma- que esa era la mejor canción de la historia, que era perfecta, tan perfecta que ante tal belleza solo cabía rendirse y echarse a llorar. Algo raro, porque a mí "Tender" me gusta pero tampoco demasiado y ni siquiera creo que sea la mejor canción de Damon Albarn.

Otro escenario recurrente de mis sueños es que tengo un piso para mí. Supongo que lo habré visto en alguna película o lo habré leído en algún libro: yo vivo en mi casa con mi mujer pero tengo un piso propio, un alquiler que no he dejado de pagar porque yo lo valgo y así, cuando tengo que huir, huyo ahí y me ahorro una pasta en Fuerteventuras y Alicantes y me impregno de los restos de mí que quedan en cada rincón. Las paredes son blancas como mi casa de Churruca, la felicidad es prácticamente la misma. I´m waiting for that feeling, waiting for that feeling to come.


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Terminé de ver "El Pionero". Había un lector en Twitter muy indignado porque decía que la serie no blanqueaba en ningún momento a Gil. Es un argumento que se puede defender aunque sea con dificultad durante tres capítulos y tres cuartos. Efectivamente, alrededor de Gil no hay mentira alguna: todos los datos están ahí y no se ocultan. Otra cosa es de qué manera se jerarquizan y quién los comenta. La presencia invasiva de la familia, en su mayor parte como familia y punto, es decir, sin nada concreto que añadir a esos datos más que la exoneración del conocido.

Ahora bien, lo de los últimos diez minutos roza el escándalo y ya siento el spoiler: Jesús Gil absuelto por "Tribunal Popular", el público entregado aplaudiéndole; Jesús Gil en su jacuzzi dejando su verdadero epitafio, el que la televisión le ha regalado: "Aquí yace el que luchó contra los imbéciles, contra los poderosos". Jesús Gil ya convertido finalmente en Robin Hood o en Curro Jiménez o lo que ustedes quieran con su hijo pequeño en el papel de Pepe Sancho.

Si el debate "héroe o villano" ya me parecía asombroso, imagínense esta conclusión ominosa, esta glorificación del finado. En los agradecimientos, por supuesto, la familia Gil ocupa un plano y todos los demás se agolpan en el siguiente. Aún hay clases. Por librarse, se libra hasta Isabel García Marcos, de cuyo oscurísimo papel en la Operación Malaya apenas se habla. Un mal catarro que se curó y punto. De hecho, en general, Malaya es una nota al pie y al pie, encima, de Julián Muñoz, el malo oficial.

Supongo que es en parte una producción para consumo externo, es decir, una manera de lanzar un personaje exótico a las filiales de HBO repartidas por el mundo. En ese sentido, si hasta Pablo Escobar tenía matices, ¿qué esperar de un mafioso de tercera?

domingo, julio 28, 2019

El chico que soñaba con ser Gianni Bugno


Cantabria nos despide con dos días de lluvia sin concesiones. Como si quisiera insinuarnos algo. Justo al tercero, en el que nos vamos de verdad, decide abrir con un sol maravilloso que entiendo que aún durará. Son días, por tanto, tranquilos, sin Rayos Verdes ni Pájaros Amarillos. Días sin baloncesto ni fútbol. Días más bien aburridos, vaya, de los que vuelven loca a la Chica Diploma. En un respiro del sábado, conseguimos bajar al pueblo con mi hermano, su mujer y sus hijos. Un respiro de parque, caballitos y manzanilla en un bar de jubilados.

El Niño Bonito revive en las treguas. Los tres primos se suben en lugares imposibles, sobre todo para la mayor, que tiene siete años ya. De vez en cuando viene alguien y le da un dinero "para que te compres lo que quieras". No saben lo que hacen; mi hijo tiene gustos extrañísimos. Dentro de poco serán cuatro y a ver cómo encaja la cosa. Me pregunto hasta qué punto no somos unos ludópatas, todos, hasta qué punto la vida no tiene un punto de jugador de casino que necesita barajar las cartas y repartir otra vez, sea porque hasta ahora todo ha ido bien o porque hasta ahora todo ha ido mal y es momento de recuperar las pérdidas.

Aquí estamos, barajando y esperando la carta y confiando en que no sume más de veintiuno. La Chica Diploma, con su media tripita ya, cuatro meses y medio, mitad de trayecto prácticamente. El Niño Bonito con sus dudas, sus enfados, sus reivindicaciones. Un rey que se resiste a abdicar. Yo les miro a todos y me quejo porque yo me quejo siempre: noches sin dormir por dolor de tripa, décimas de fiebre en escenarios insospechados. La vida, de nuevo, y lo que ello implica.

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Eduard manda un mensaje: ha leído los cuatro primeros capítulos de "El chico que soñaba con ser Gianni Bugno" y le han encantado. Contesto: "No sabes lo que me alegra oír eso" pero es una respuesta incorrecta. La más justa habría sido: "No sabes lo que me alivia oír eso". He trabajado meses solo en esos primeros cuatro capítulos: tono, extensión y contenido. Solo queda que le gusten los demás y que todo salga a término. Hijos y libros, aquí sólo faltan árboles para convertirme en un topicazo andante.

Por lo demás, creo que es un buen libro pero también creo que me van a caer palos por todos lados porque mezclar vida personal con contexto social con deporte suele generar más detractores que otra cosa. Con razón pero es mi estilo, qué le vamos a hacer. He tenido dos años y pico para escribirlo y reescribirlo y si por mí fuera me tiraría otros dos corrigiendo detalles, añadiendo anécdotas, eliminando frases innecesarias. Una cosa que no dije cuando aseguré que era un escritor sin talento es que poco a poco voy convirtiéndome en un escritor con criterio, que es un gran avance. Con criterio y sin miedo a borrar.

Escribir es básicamente saber lo que sobra. Entre otras muchas cosas, por supuesto, pero por encima de todas ellas.

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Castilla. Ni siquiera Madrid, Castilla. Comida familiar, voces que llegan del patio mientras atardece. Juegos de cartas y gin tonics. Una tierra que no aspira a que nadie venga y diga: "Esto es un paraíso". Una tierra consciente de sí misma y orgullosa, a veces hasta el exceso. El color pardo invadiéndolo todo, la llanura yerma, una especie de "waste land" a la española. Alguien gana y alguien pierde, la fiesta siga. Mi última neura: unos calambres en los antemuslos, una especie de abotargamiento en la cabeza. Me gusta contar lo que me pasa no vaya a ser que un día salte la noticia "Guille Ortiz ha muerto" y nadie pueda decir: "Sí, lo adelantó ayer en su blog". La letra "v" no funciona y tengo que cambiarla por la "v" en el borrador. Es posible que alguna se haya quedado en el texto definitivo pero hemos venido aquí a jugar y eso estamos haciendo.

viernes, julio 26, 2019

El Rayo Verde



En vez de a Gerra, vamos a “El rayo verde”, que es el sitio que han puesto en el prado contiguo. Las vistas no son las mismas, pero sin duda nos sirven. No hay la grandilocuencia Hotel Gerra Mayor sino algo más simple, más de andar por casa, de chill out y mojito sin alcohol y un montón de chavales con sus copas por la noche; gran parte de ellos, supongo, windsurferos.

Como la lluvia pone en peligro la instalación eléctrica, los cafés hay que cogerlos en el restaurante de al lado, una marisquería de perfil bajo, nada que ver con el Boga Boga o todas las que copan la zona de los arcos en San Vicente. Hace un frío tremendo. Esto no es Fuerteventura, aquí el viento no sirve para equilibrar el calor extremo. Aquí el viento no amaga, dispara.

Aun así, la Chica Diploma se pone su chal por encima y tira como puede. Son las cinco de la tarde, más o menos, y apenas hay dos o tres grupos repartidos por las distintas mesas: por ejemplo, dos chavales con su propia música puesta a todo volumen mientras por los propios altavoces de El Rayo Verde suena música de los setenta. A la vuelta, cogemos la carretera larga, la que pasa por las distintas playas antes de llegar a Merón y ahí ya sí enfilar el cruce hacia La Revilla.

Puede que sea un paraíso pero es un paraíso menos salvaje, más acomodado. Un paraíso sin rocas ni lava ni olas gigantes ni hostilidad ninguna más allá del viento. Un paraíso “light” hasta cierto punto pero un paraíso necesario. Imagino Madrid, ahora, y quiero morir.

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Cuando salimos del parking, el Niño Bonito está enfadadísimo. De un tremendo mal humor. Ha estado durmiendo gran parte del trayecto hasta Santander y verse de repente en medio de una feria no le hace ninguna gracia. “¿Por qué han puesto todo esto aquí?”, dice. “Porque están de fiestas”, contesta su madre. “Pues tampoco hacía falta emocionarse tanto, ¿no?” contesta en su mejor versión de Mister Scrooge. Le ofrecemos montarse en un carrusel enorme en medio del parque, pero pasa. Le ofrecemos subirse a las camas elásticas pero dice que le da igual.

Como queda media hora hasta que venga Mercedes, le propongo dar un paseo pero su respuesta está a la altura del momento: “¿Y para qué vamos a dar una vuelta? Yo entiendo que vengamos aquí para hacer algo, pero para esto....”. Está aturdido, creo, y echa de menos a sus abuelos. Con nosotros, por muy a gusto que esté, tiene dudas con respecto a la diversión potencial: intuye que en cualquier momento le vamos a arruinar la fiesta y prefiere lanzar un ataque como defensa.

Poco a poco se le va pasando. Un agua con gas y unas patatas en una terraza. Un bicho raro que le regala Mercedes en un puesto y que al principio, para variar, no le gusta nada pero del que termina enamorándose. Unas croquetas en la Casa de Comidas de Tetuán, justo al lado de Santa Lucía, donde vivió mi padre cuando llegó aquí hace 37 años y de Peña Herbosa, donde salíamos a tomar vinos todas las mañanas. Entre otras cosas.

Antes de entrar en el coche, le explicamos: “Es un camino largo de vuelta, es muy de noche, puede que te duermas, lo mejor es que te pongas un pañal” y por primera vez le sale toda la rabia del orgullo: “Siempre me tratáis como si fuera un bebé... y yo ya no soy un bebé”. Como es inevitable en estos momentos de tan alta intensidad, nos partimos de risa.

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No es que quiera meterme a estas alturas en política, pero diría que los votantes de Podemos están muy indignados por la oportunidad histórica que se ha perdido y que quizá jamás se repita en la historia de este país... y los del PSOE están silenciosos, puede que aliviados, reflejando la enorme desconfianza que tanto ellos como los políticos que han elegido sienten hacia la formación de Iglesias. Otra cosa sería Errejón, supongo. Claro que Errejón es un vendido a la CEOE y no sé qué. Cuando uno vive en la indignación constante y hace carrera de ello, luego es muy complicado descender a la realidad. Y la realidad no espera.

miércoles, julio 24, 2019

Playa de Oyambre



El Niño Bonito y la Chica Diploma vuelven al agua para quitarse la arena. Yo les miro desde lo alto de un chiringuito. Cada cuál según sus posibilidades, a cada cuál según su necesidad. Es una tarde de playa en el Cantábrico y el mar está más caliente que nunca, un mar recalentado de olas mediterráneas. El niño salta pero salta a destiempo, aún no ha aprendido y se divierte como un aprendiz. Sistemáticamente, el salto llega antes de la ola y al caer la ola le tumba. Risas. Todo le hace gracia. Todo es fascinante. Álvaro vive en una canción de Sidonie.

A su padre lo quiere para jugar a las palas pero tampoco sabe jugar a las palas. Coge la suya como si fuera una raqueta de tenis e intenta golpear plano, fuerte, buscando ángulos. No lo consigue. Esta misma tarde me ha ganado un partido de baloncesto sin necesidad de que yo me dejara. Poco a poco va haciendo progresos y, lo que es más importante, poco a poco va dejando atrás el fútbol, al que siempre miro con desconfianza.

Cuando le pregunto si le hace ilusión tener un hermanito, tuerce el gesto y me dice: “Ahora ya no tanto”. Le entiendo. “Yo estoy tan bien aquí solito que, claro...”. Le acaricio el pelo para que sepa, aún no sé muy bien el qué. Es difícil explicarle que todo va a ir a mejor en parte porque ni yo lo tengo claro. Su madre, tampoco, también es hija única. Acudimos a clichés y confiamos en que los clichés funcionen. Después le compramos unos sobaos para compensar cualquier daño.

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Marcos Pereda me espera como siempre en la media rotonda de entrada a nuestra urbanización y, como siempre, acabamos en el Hotel Gerra, desayunando de nuevo ante un mar enorme. “Estuve a punto de casarme aquí”, le explico, “pero era muy caro y estaba muy lejos”. A Marcos le conozco desde hace poco más de un año pero es como un amigo de toda la vida. Cosas del ciclismo y de determinada estética, supongo.

Me regala una revista francesa en la que colabora y me anima a que les escriba yo y ofrezca algo pero yo ya no sé qué ofrecer, no sé qué queda. Cuando hablamos del Tour, los dos estamos de acuerdo en que Pinot es nuestro favorito y que eso debe ser razón suficiente para que le pase cualquier cosa y pierda diez minutos en algún arcén. Yo presenté su libro y confío en que él, algún día, presente el mío.

Al volver, me deja en casa, donde todo es cuestión de cambiar de coche e ir a Solís, en concreto a Casa Jandro. Hace un bochorno terrible, como si ya no pudiera entender la vida sin viento. La Chica Diploma me pregunta si ya no estoy tan triste y yo le digo, para empezar, que en realidad nunca estuve tan triste, que simplemente echo de menos algunas cosas. Los dos cuidamos nuestra relación juntos cuidando nuestra relación por separado. Creo que hacemos bien.

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Murió Rutger Hauer, es decir, murió Roy Batty. Hace unos cuantos años, me encargaron un perfil del replicante para la edición impresa de la revista GQ. Eso fue antes de convertirme en colaborador de la edición digital. Ambas colaboraciones acabaron de la misma manera, con un silencio atronador. Quedan, en cualquier caso, las palabras.

martes, julio 23, 2019

The Dakota Building



La niebla cae sobre la autovía de Reinosa como lo hace en el norte: sin avisar. Son las once de la noche y el niño sigue sin dormirse así que lo damos por imposible y nos ponemos a hablar con él. El tema son las cosas que se pueden y que no se pueden contar a los padres. Yo defiendo la postura de que hay cosas que no hay por qué contar y que pertenecen a cada uno y que da igual si ese uno tiene cinco años o cincuenta: es su intimidad y punto.

Mi hijo piensa lo mismo. De hecho, lo practica. Precisamente por eso, en el fondo, mi argumento es una estrategia desesperada: si le dices a un niño que te lo cuente todo, la sospecha se instala inmediatamente en su cabeza. Si le dices que no hace falta, lo que se instala es la curiosidad. Hay un punto desesperante en ser hijo y yo aún me acuerdo de ello. Por ejemplo, cuando sé que se está haciendo pis y se lo digo y él se echa a llorar porque no entiende cómo lo sé. No lo entiende, no es justo y le da una rabia enorme.

Si vamos a ayudarnos el resto de la vida, mejor será empezar a saber cómo.

Llevo desde las once de la mañana viajando y con algo parecido a una gastroenteritis que puede ser tristeza, sin más. Muchas horas de Fuerteventura a Madrid y unas cuantas de Madrid a La Revilla. Quiero dormirme cuanto antes y no entiendo cómo el niño desaprovecha estas oportunidades como si nada. Está con sus padres y eso le basta, supongo. Tener cinco años y estar con tus padres, por muy sabihondos que sean, es la leche. Sigue bajando la niebla y empieza algo parecido a una tormenta. Desde la curva que da acceso a la casa nos mira una vaca, pensativa.

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Ahora bien, la pena como tal se dispara el martes por la mañana y es una pena hacia adentro, como siempre. Una pena de desdoblar camisas y deshacer maletas y darte cuenta de que todo acabó. Por ahora. Vuelve a caer la niebla, esta vez a las doce, y vuelve a hacerlo sin avisar. En la radio hablan de una alerta de tormenta que incluiría granizo. Bajamos al pueblo para comprar algunas medicinas y porque el niño quiere comprar un álbum de cromos que no sabe si existe. La expectativa determina la infancia.

San Vicente es el mismo de todos los veranos, es decir, una agradable mezcla de madrileños y vascos. En la panadería no queda pan y el cajero se traga las tarjetas. En la tienda de los periódicos nos confirman que los únicos álbumes de fútbol que quedan son los del año pasado y que –nadie entiende por qué- se siguen vendiendo de maravilla. El nuevo saldrá en agosto, dice el tendero, y el Niño Bonito asiente mientras señala lo siguiente que quiere comprar: unos sobres que se llaman “Egg´z world” y que básicamente son huevos de colores de tamaño diminuto a un euro la unidad.

Me equivoqué de carrera.

Después, nos reunimos con la Chica Diploma y entre los dos le compramos unos tickets para que se suba a los caballitos. Él prefiere un caldero que da vueltas a toda velocidad y, de hecho, él sigue girando y girando incluso cuando la música se para. Le estamos malcriando, ya, pero tampoco tenemos nada mejor que hacer. Tampoco sabemos hacerlo de otra manera, por otro lado. Es verano y este es su San Junípero. La casa de la playa. Si él pudiera elegir limbo, lo elegiría con porterías y canasta, como ha llegado este año.

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Las primeras páginas de “Freak Scene” son fascinantes y todo apunta a que el libro va a ir a mejor. Podrían haber empezado por The Stooges o la Velvet Underground pero han decidido empezar con Rough Trade y no me parece mal. De ahí a Tony Wilson y de Tony Wilson, ya se sabe, a Madchester. 24 Hour Party People. La última vez que vi esa película lo hice en casa de una chica que me invitó, probablemente, para hacer algo más que ver la película... pero yo me mostré irreductible. Poco después (o poco antes, imposible acordarse) yo la invité a mi casa a ver “Closer”. La que se mostró irreductible fue ella. Hizo muy bien.

domingo, julio 21, 2019

The Lost Weekend XXI. My sweet lord.


Salgo a la calle por penúltima vez (la última será mañana, a las once, cuando me recojan para ir al aeropuerto) y por un momento todo me resulta hostil, como si esta isla ya no me perteneciera, como si yo estuviera aquí de prestado y de prestado, deprisa, deprisa, pudiera mirar por última vez los hoteles, las piscinas, la marea altísima, más alta que nunca, como si me estuviera gritando "insert coin" con cada ola que rompe en la orilla.

Afortunadamente, la sensación se pasa rápido. En cuanto llego a mi bar con piscina, el bar que ha sustituido al "Waikiki" en mi pequeño corazón de turista. El que me recibe con "Hey Jude" a todo trapo y deja la canción hasta el final, minutos y minutos de "na... nanananananá" mientras Paul McCartney se desgañita por encima. He pasado 35 años de mi vida negándome a la evidencia de que esa canción es un temazo. Con "Let it be" sí que no trago.

El camarero sabe lo que tomo y me lo sirve directamente. Es canario y vacilón. De hecho, me llama "el señor Jameson con Coca-Cola" y cuando se lo comenta al camarero italiano de las otras veces siento la tentación de corregirles: il dottore Jameson con Coca-Cola, prego! El buen rollo es tremendo, a la altura de la música. Suena "Here comes the sun" y luego todos silbamos al ritmo de "Walk of life". Para culminar diez minutos mágicos, nos ponen "My sweet lord" y uno se pregunta cómo es posible juntar la música de "She´s so fine" con un montón de cantos budistas y que te salga esa puta maravilla. El abismo entre el todo y las partes.

La siguiente es "Pumped-up kicks", de Foster The People. Casi nadie se la sabe. Incomprensiblemente, además, bajan el volumen.

Yo sé que San Junípero es el limbo. He estado pensando mucho en el tema estos días y en rigor no puede ser otra cosa: un lugar de paso cortesía de la sanidad privada. San Junípero es el limbo, sí, pero yo no he conocido aún ningún lugar mejo, aí que para mí seguirá siendo siempre el paraíso. Hasta que muera.

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Durante el camino de la costa hacia el pueblo, el viento trae canciones del otro lado de la bahía. De vez en cuando, también, trae la voz de una niña y eso es más inquietante. La voz de una niña que canta con un megáfono o más bien con un micrófono de esos de karaoke casero. Un sonido a la vez infantil y metálico que retumba en cada piedra y parece esconderse en cada seto hasta el punto de que me paro varias veces y miro cuidadosamente por si hay alguien ahí, pero no, no hay nadie, solo submarinistas y pescadores. Última hora de la tarde.

En el "Waikiki" (el rey ha muerto pero sigue siendo el rey) me ponen una nueva versión de "Layla". Esta vez cantada por una chica en un tono muy alto, popero, pero con base de hip-hop detrás. Incalificable. El chileno ha vuelto a su bar y cuando me ve, me pregunta "¿qué tal todo, mucho trabajo?" y al decirle yo que me voy mañana, se sorprende: "Pensé que vivías aquí, como vienes tanto...". Dos semanas en esta isla es un mundo, por supuesto, casi nadie se atreve a tanto. Dos semanas y te dan la nacionalidad, así de sencillo.

Le mando un mensaje a la Chica Diploma con lo que siento en este momento: "no pinto nada en Madrid, veníos vosotros". Sé que no le va a hacer gracia pero es la verdad. Aquí podríamos ser todos felices; a veces, tengo la sensación de que en Madrid no es feliz nadie. En la playa están haciendo una sardinada y cantando canciones tradicionales. Dos chicas francesas se lanzan a la arena desde lo alto, unos tres metros. Las miro hipnotizado y me pregunto cómo es posible que ninguno les estemos diciendo nada, como si formaran parte de mi novela o algo así.

Luego sus voces se oirán con eco por las piedras y nos preguntaremos por qué.

La casa está ya prácticamente como me la dejaron. Es el momento más triste del día: el de barrer, fregar, recoger, hacer la maleta. No digo el más pesado, digo el más triste. Esta mañana vi el tercer capítulo de  "El pionero" por si había algo que contar aquí pero no daba para una entrada. Más de lo mismo: no hay jerarquía. El otro día me dijeron en Twitter que no era verdad que blanquearan a Gil en el documental. Lo que no es verdad es que mientan acerca de Gil, pero eso yo no lo he dicho nunca.

sábado, julio 20, 2019

The Lost Weekend XX. Isn´t it romantic?


La arrogancia de la juventud, de los cuerpos prietos y las expectativas. Es fin de semana y es verano y un grupo de chicos canarios se explican unos a otros el caso Alcasser siguiendo la premisa: "Es como lo de Julen pero más bestia". Me siento bien pero un poco descolocado. Mañana, domingo, todo irá mejor. Siempre he sido un chico de domingos y ahora puedo tambièn ser un perfecto padre de familia en fuga. He terminado la parte de la novela que vine a escribir (103 páginas al final, nueve capítulos, queda un cuarto aproximadamente) y me ha dado por ir a celebrarlo con un copazo a la terraza de los italianos.

Las vistas son las mismas que cada día pero cada día consiguen parecer distintas porque son siempre maravillosas. Mi San Junípero. Me pregunta mi madre si ya estoy triste por irme pero no, todavía  no, todavía mi cabeza está en la novela y en el libro de Gianni Bugno y en parte también en qué voy a inventarme para esta penúltima entrada del viaje. He llegado al límite. Estoy como Geraint Thomas subiendo el Tourmalet, al primer ataque me voy a la lona.

Ayer no hubo fuegos artificiales pero sí música hasta altas horas de la madrugada. Yo intentaba dormir y no podía, como siempre. Yo estaba pasado de revoluciones Yo ya no soy joven ni arrogante ni memorioso y cada idea me tiene que pillar con la libreta JotDown al lado, en la mesilla, para encender brevemente la luz y apuntar lo que haga falta. "Meter anécdota de algo" en el peor de los casos. Veinte de veintiuno. No es exactamente pena pero sí vértigo. La misma sensación del primer día: ¿por qué no aquí, por qué no toda la vida? En mi novela, los chicos desaparecen porque no es oro todo lo que reluce. Vida de salón de juegos y decadencia. Una manera como otra cualquiera de convencerme de que esto pudiera no ser el paraíso sino simplemente el limbo. Con sus peligros.

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Haciendo tiempo para el sueño que no llega y acabado ya el libro de Richard Ford, decido ponerme "Isn´t it romantic?", la comedia romántica de Netflix contra las comedias románticas. Abunda en lo que decía el otro día sobre determinadas producciones españolas: la cosa más sencilla, menos pretenciosa y más llena de clichés de la ficción estadounidense tiene más gracia en una escena que muchas de nuestras comedias más "originales" en una temporada entera. Siento ser injusto porque seguro que hay excepciones; que Globomedia y Paquita Salas me perdonen.

La actuación es irreprochable y el guion funciona. Por supuesto, es una comedia romántica, con lo que eso conlleva para quien no sea un entregado del género pero cumple su función y la cumple en menos de una hora y media. Los guapos son muy guapos y los feos son muy feos sin que haga falta que nos lo recuerden a cada momento. Liam Hemsworth, de hecho, es probablemente el hombre más despampanante sobre la tierra y en eso hasta la Chica Diploma estará de acuerdo. ¿Qué más? Pocas cosas. Una escena de karaoke rollo "La boda de mi mejor amigo" muy lograda y un cameo de Jennifer Aniston.

Mucho dinero en muy poca cosa, eso también es verdad y quizá debí haber mencionado este "detalle" antes de liarme a comparaciones. Puede que un solo plano ya cueste lo mismo que "La vergüenza" entera... y así, hacer humor, es un poco más fácil.

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Algunas reacciones a mi valoración de ayer como escritor mediocre. Javier Lorenzo me manda un mensaje de lo más amable y Jorge Díaz insiste en que soy el mejor escritor de mi generación, cosa que lleva diciendo muchos años. Es admirable que no se canse. Yo no pretendía reflejar un estado de ánimo sino una percepción objetiva: creo que mi obra literaria -no hablo de mis artículos o mis posts aquí o algún hallazgo puntual- no está a la altura de los autores que leo. Creo, de hecho, que hay un abismo entre los autores que leo y lo que a mí me sale cuando me pongo delante del ordenador con tres semanas por delante.

Eso por un lado. Por otro, es la constatación también de hechos objetivos que no tienen que ver conmigo. Si mañana mismo, Random House o Planeta vinieran a pagarme 200.000 euros por cualquiera de mis tres novelas inéditas, yo seguiría pensando que son mediocres, pero no solo ese no es el caso sino que la realidad va por otro lado, claramente:

- Todas las editoriales del mundo, las grandes y las pequeñas, rechazaron mis dos novelas. Todas menos una rechazaron mi libro de relatos y resultó que no tenía distribuidora. Las rechazaron tras leer las obras y tras no dignarse siquiera a leerlas. No puedo pensar que son todos tontos.

- Trabajé como traductor y me echaron. No es que me echaran, es que me insultaron, nigunearon mi trabajo, me llamaron estafador, no me dieron ninguna opción a defenderme, borraron mi nombre apropiándose de mi trabajo y no pagaron un duro. Quien lo hizo, recibió a cambio un importante puesto en el sector.

- Colaboré en muchas revistas y muchos medios. Con algunos acabé en el juzgado porque no pagaban, pero eso no era culpa mía. En otras, directamente, fui fulminado. A menudo, sin razón, sin un solo mensaje, sin una llamada de explicación. Sin contestar siquiera cuando tragaba orgullo y pedía otra oportunidad. Me trataron como a un perro, en definitiva.

Cuando se juntan las dos cosas: una valoración subjetiva con unos indicios objetivos llega ese juicio quizá demasiado estricto pero sincero: con talento, todo esto no habría pasado. Dice la Chica Diploma que tampoco habría pasado con un poco de don de gentes pero recurrir al "don de gentes" para excusar mis fracasos me parece aún más triste. Lo dicho: un buen jugador para el Racing y en determinadas posiciones. Poco más. No es lo que esperábamos. Cierro el debate.

viernes, julio 19, 2019

The Lost Weekend XIX. Magaluf sin balcones.


El momento cómico del día llega cuando miro mis apuntes para el capítulo octavo de la novela y empiezan por un "meter anécdota de algo" para la primera escena. Cojonudo. Ese soy yo cuando me veo inspirado. Una anécdota de algo. A bote pronto. De la nada. Y lo curioso es que voy y me pongo y escribo tres, cuatro, cinco páginas hasta llegar a las noventa que van ya en apenas diez días, más los diecinueve posts con este más tres o cuatro poemas más la corrección de un libro más una canción. Sé que no es la primera vez que lo digo, pero obviamente es porque necesito decirlo, necesito escribírmelo y que no se me olvide.

Con todo, creo que este fin de semana perdido no ha hecho sino reforzar mi condición de "escribidor". Dominic Thiem perdiendo una nueva final de Roland Garros. Como escritor, más bien poco. Como narrador, como creador, prácticamente nada. Bolaño critica a los que escriben para la inmortalidad y creen que lo van a conseguir. Lo mío es mucho peor: escribo para llegar al 22 de julio y a estas alturas no creo ni que me publiquen una novela en vida. Y mira que esta es la tercera.

No importa. Hay que escribir mejor, supongo. El problema ya no es ajeno, es propio. Estas tres semanas me han servido para ser aún más consciente de mis carencias. Quizá si a estas tres le siguieran otras tres y luego otras tres... pero ahí ya estamos como el jugador que le pide al Real Madrid partidos que solo puede tener en el Betis. Mi ausencia de talento, de originalidad, de ingenio, es escandalosa y nadie me va a convencer de lo contrario. Queda el hígado. Tirar hacia adelante con el hígado y "meter anécdota de algo" para rellenar páginas. El escribidor. Poco más, ya lo siento.

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Ayer amenazó tormenta. La primera vez en serio en estas dos semanas. Amenazó tormenta y aun así yo me fui a mi bar con piscina... solo que cambié las chanclas por zapatillas. Seguía el camarero italiano pero había pocos turistas. A mí la lluvia me encanta, como me encanta este cielo gris, triste, un cielo que separa héroes y villanos. Los que se quedan en casa y los que salimos pese a todo. I´m only happy when it rains, I´m only happy when it´s complicated. No solo me tomé mi café sino que fui al  pueblo en busca de bronca, es decir, de cena.

El bar del chileno es por las tardes el bar de un chico al que no le entiendo cuando habla. Un chico muy simpático, por otro lado, nada que reprocharle. Se da un aire a Peter Sellers en "El guateque". Pido una hamburguesa con patatas y me sirven una maravilla. Las nubes siguen ahí pero no rompen, igual solo querían echar un vistazo. Ver que todo está en orden. La terraza se llena de gente y la noche cae muy deprisa, algo de lo que no me había dado cuenta hasta ahora: lo que dura el atardecer y lo rápido que anochece.

Paseo por la calle principal, la calle Magaluf sin balcones. Los bares están abarrotados y de uno de ellos sale el sonido de una chica haciendo una versión preciosa del "Dakota" de Stereophonics. You made me feel like the one, made me feel like the one. The one. Mejor eso que todo el chill out y la bossanova y el fingir que se es algo que no es. Me quedaría y grabaría un vídeo pero tengo obligaciones. Capítulo séptimo, segunda parte. "Meter anécdota de algo". Que lo mismo podría esperar diez minutos más, pero no, yo no soy de esos. El escribidor vuelve a casa y nada más llegar oye el sonido de bombas a lo lejos que resultan ser fuegos artificiales. Alguien celebra una fiesta a lo grande. El 18 de julio. En Canarias.

*

"Vota Juan" me dura tres capítulos, a diferencia de "Vergüenza", que me duró uno. No es mi tipo de humor, supongo. Creo que tenemos un problema si vendemos todo como una obra maestra, incluso si vendemos todo lo que hacen nuestros amigos como una obra maestra. Entiendo los miedos, ojo. Yo dije hace unos meses que una película no me había gustado y un amigo de hace años enseñó los dientes. Nadie quiere verse en situaciones incómodas.

Pero supongo que hay que hacerlo. "Vota Juan" es una mezcla de personajes estereotipados y chistes fáciles que provocan que incluso Javier Cámara quede mal. No lo consiguen con María Pujalte, eso sí. El guion me recuerda a esos que escribía yo para mis cortometrajes y que no pasaban una segunda lectura. Quizá al audiovisual también le haga falta un Bolaño, alguien que ponga los puntos sobre las íes. O quizá baste con ser consciente de que no se puede acertar siempre y no pasa nada. No todas mis clases son maravillosas, muchas de ellas son infumables.

Eso no quiere decir que sea mal profesor.

jueves, julio 18, 2019

The Lost Weekend XVIII. Bohemian like you


Izquierda en vez de derecha y un nuevo bar con una piscina redonda en medio, llena de agua de un tono esmeralda. Suena una canción al piano. Al fondo, la Isla de Lobos. El camarero es un italiano que ejerce de italiano, algo realmente insólito en Corralejo y francamente molesto. Le dura lo que tarda su compañera en quitarse la ropa de trabajo y marcharse a casa. Sin público, no hay espectáculo. Ese es el principio. Un grupo de turistas ingleses formado por una o quizá dos familias llegan y se empeñan en que el chico ponga a Harry Belafonte.

Ellos también ejercen de turistas ingleses y también resultan molestos hasta que empieza a sonar el "Come mister tally man, tally me banana" y nos envuelve en su buen rollo y hay una chica tumbada en una hamaca, descalza, que mueve los brazos mientras suena la música y fuma un cigarrillo. Lleva un traje azul estampado en flores, con cierta clase, y se viene definitivamente arriba cuando suena "The house of the rising sun", acompañando cada acorde con un chasquido de dedos, como si estuviera dirigiendo una orquesta de Eurovisión.

Aparte del italiano, los ingleses, la chica y yo hay una pareja de rusos tomando una copa. Él baila al ritmo de America -"I´ve been through the desert on a horse with no name, it felt good to be out of the rain"- y ella farfulla incómoda. Es un buen sitio para leer y yo termino el libro de Bolaño. Tendría ahora 66 años y llevaría dieciséis escribiendo obras de arte. Todos somos, en cierta medida, sus huérfanos. Cuando acaba "Paint it black" ya casi es de noche y pienso en irme. El atardecer aquí es larguísimo y me parece que llevo la vida apurando este descafeinado.

*

Cuando éramos jóvenes, teníamos algo parecido a un listado de canciones en medio de las cuáles uno no se podía ir bajo ningún concepto. Una de ellas era "Bohemian like you", de The Dandy Warhols. Queda raro escuchar la canción en medio de tanto "oldie goldie" pero supongo que a estas alturas "Bohemian like you" es un "oldie goldie" también.

En lo que a mí respecta, y Honky Tonk aparte, la canción es una mañana de sábado en San Sebastián, pase de las nueve de "Delirious", la película de Tom Di Cillo. Una resaca espantosa, histórica, que se convierte de nuevo en borrachera tras la entradilla frenética. Cuando era bohemio, como tú. Cuando me gustaba todo el mundo, dipsomanía de cariño. El otro día, en casa, me puse el disco famoso de Deacon Blue y no me acordaba de lo bueno que era. Era muy temprano, las ocho o las nueve de la mañana, y probablemente fuera sábado.

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Roberto Bolaño llega a Santiago de Chile en 1998, meses después de la muerte en el DF de su amigo Mario Santiago (Ulises Lima). De creer lo que él mismo ha escrito en "La muerte de Ulises", acaba de ir a visitar su casa de camino a la Feria de Guadalajara. Le han abierto tres mexicanos enormes, sin camiseta, que aseguran ser los últimos seguidores de Santiago y que se maravillan ante el hecho de que él sea ni más ni menos que Roberto Bolaño. Le invitan a beber pero él no puede beber ni agua y se limita a contar su biografía y ahí acaba el relato incompleto.

Han pasado veinticinco años del golpe de Pinochet y su huída precisamente a México. Dice que se siente raro por no sentirse raro. Que esperaba otra cosa. También le extraña que haya en el mundo más chilenos. "Desde hace más de veinte años cuando hablaban de el chileno ese a la fuerza tenía que ser yo". Tiene varios compromisos mediáticos. Acaba de recibir el Premio Rómulo Gallegos por una novela aún no publicada y que se llama "Los detectives salvajes". Mario Santiago es uno de sus protagonistas. De momento, la gente le conoce por "La literatura nazi en América" y sobre todo por "Estrella distante", su última novela.

Su éxito es relativamente reciente, lo ha conseguido a los cuarenta y dos años después de dedicarle toda una vida. Para cuando le ha llegado, su hígado ya está al límite y quien dice el hígado dice también el colon y el páncreas. Tampoco es nada nuevo, lleva muriéndose desde que era joven. Una de las entrevistas le lleva a la cadena de televisión Arco Iris, en concreto al programa "Off the record", que es un título absurdo para un programa de entrevistas. Bolaño no lo conoce, eso se ve desde el principio. Ni conoce el programa ni conoce al presentador, Fernando Villagrán. No hay, desde luego, complicidad alguna entre ellos y de hecho los malentendidos son frecuentes.

Bolaño, ya a los cuarenta y cinco, se muestra condescendiente. Los medios son escasos. Hay que ver bien el vídeo de YouTube para darse cuenta de que no es un vídeo de YouTube. En 1998, YouTube no existía, así que ha de tratarse de una televisión local. Es amable en las respuestas y duro en los juicios. Tiene mucha rabia aún dentro. Todos los años del ninguneo. Sabe (o intuye) que se está muriendo y habla ya de "Amuleto", que saldrá en pocos meses. Su vida se ha convertido en una cuenta atrás para publicar todo lo que ha ido esbozando durante años y aprovechar el tirón para dejarle alguna herencia a su mujer y a sus hijos.

Cuando habla de la nueva narrativa chilena dice que ni es narrativa ni es nueva. Cuando le hablan de poesía, arremete contra el verso libre y la prosa recortada sin más. Cuando le hablan de premios, dice que él siempre había competido en regional preferente y lo dice con un acento casi completamente castellano y que se dio cuenta de lo triste que era todo cuando vio que Antonio di Benedetto también se presentaba para poder sacar dos duros. De vez en cuando, el presentador lanza un elogio y Bolaño, cortés, se desvive en agradecimientos. Las pausas comerciales no son sino una sobreimpresión en blanco y negro que dice: "Este programa no cuenta con el apoyo del Ministerio de Educación (Ni de la División de Cultura)".

El programa también está dolido. Quién sabe qué será del hígado de Villagrán. Bolaño fuma. Pide que si hay una pelea, que si la crítica española se decide a vapulearlo por "Los detectives salvajes" que por favor no le toquen el hígado, que todos los golpes vayan al rostro ("como Robert de Niro en Toro Salvaje"). A la hora, todo ha acabado y todo empieza: un nuevo coche, una agente de prensa que le lleva a un nuevo estudio, un nuevo entrevistador que intenta sacar algo en claro de aquel semidesconocido.

A los cinco años, morirá sin ver el éxito mundial de "2666". Su última entrevista saldrá en Playboy. El mismo tono, la misma severidad. El mismo listón al que nos asomamos con pánico los mismos impostores.

miércoles, julio 17, 2019

The Lost Weekend XVII. Sharp Objects


Estoy en la terraza del bar del chileno y un niño se aburre. Estas cosas pasan. Se desespera entre sillones e interrumpe a sus padres con un "aita, aita" repetitivo. Los padres no le hacen caso y se masca la tragedia. Por los altavoces suena una versión chill out, casi bossanova, de "Wonderwall". Hace diez minutos, en otro bar, la misma canción sonaba a ritmo "be bop". Esta vez, el colmo del despropósito es "Tears in Heaven" en reggae. Si ya no respetamos ni a Eric Clapton, creo que hemos tocado fondo.

El niño, que tiene seis años y se llama Dani, sigue aburriéndose. Sus padres quieren tomarse un gin tonic mientras miran al mar y él quiere cualquier otra cosa. A los seis años, uno no entiende de más paraíso que el de jugar con tus padres, tus tíos, tus abuelos... Así, el niño va tensando la cuerda hasta que se rompe. Y es un momento desagradable, la verdad, no solo por los gritos del padre y el llanto desconsolado del niño que grita a su vez como si esto fuera una serie de HBO sino por los propios reproches entre adultos: "Es que no le entiendes", " es que siempre le permites todo, cuestionas mi autoridad".

La mecha ha prendido y ya no paran de explotar bombas.

Por mi parte, yo intento tomar mi filete vigilando que la cosa no se salga de madre porque si se sale de madre y le tumbo con dos puñetazos de artes marciales sé que al menos la mitad de Twitter dirá que he hecho bien. La otra dirá que he hecho mal, claro. Intento tomar mi filete y la cosa se calma, pero no puedo evitar pensar en el Niño Bonito, en que nosotros nunca hablaremos así al Niño Bonito -y no estoy diciendo que potencialmente eso no sea un error- y que nunca nos hablaremos así entre nosotros. Que el día que nos hablemos así entre nosotros, delante de todo el mundo, delante de nuestro hijo, será el último día.

*

Todavía aturdido, con mal cuerpo, cojo las chanclas y vuelvo a casa andando en vez de en taxi. Cruzo la playa, especialmente bonita bajo esta luz menguante. La tranquilidad de los pueblos de costa a las nueve de la noche. Una calma que anuncia tormenta. Hay tribus ocultas cerca del puerto. Llamo a la Chica Diploma y le cuento la historia porque estoy aún conmovido. Luego se la cuento al Niño Bonito, que pone todo su interés, como si le fuera mucho en entender lo ocurrido.

"¿Qué hizo mal el nene?" es su primera pregunta, porque no tiene madera de Espartaco todavía. Le explico que lo único que hizo mal el nene fue aburrirse, pero no acaba de entender. "¿Entonces qué hizo mal?" Mal y bien. La educación moderna va por un lado y el instinto por otro: dos opciones, ni una más. "Yo creo que a los nenes no hay que gritarles así ni aunque se porten mal", le digo, pero no tiene opinión al respecto. Igual a él le parece bien gritar a los nenes porque a veces los nenes pueden ser muy mezquinos unos con otros.

Le interesa más contarme que quiere hacer dos colecciones y me lo dice con el convencimiento con el que yo dije: "Me voy a ir tres semanas a escribir" y me he metido en este lío en el que cada dos horas le mando algo a mi mujer para que vea que no me relajo. Que igual podría relajarme, de hecho ella me lo pide, pero yo no sé relajarme, ese es mi gran problema. Yo veo en cada oportunidad, un reto, a mi manera. Por lo demás, Orestes ha ganado y el Atleti va a fichar a muchos jugadores. Esto me lo explica tres veces porque, aunque lo entendí a la primera, él está convencido de que es demasiado complejo para mí.

No, nunca gritaré así al Niño Bonito. Será un criminal despiadado e iré a la cárcel a abrazarle. Un niño mimado y consentido, sin valores. Incapaz de olvidar el día que Griezmann se fue al equipo de su padre.

*

Lo mejor de "Sharp Objects" son las horas que paso hablando con mi madre para que me explique un final que sigo sin entender. Una serie que une familias, no es poco. Sin entrar en demasiados detalles para evitar spoilers digamos que es el típico producto Gillian Flynn en el que todo es excesivo y no deja de dar vueltas. No hay una narración lineal de los acontecimientos porque siempre hay una sorpresa nueva que descoloca todo lo anterior. Los indicios del capítulo uno no existen en el cinco y los del cinco se pierden en el ocho. O, más bien, en cada capítulo se van desperdigando tantos indicios que al final cualquier solución es plausible.

La ambientación es prodigiosa, eso sí, y ahí la serie no escatima. Yo habría escatimado pero ellos no y esa parte la entiendo. Si los objetos van a estar afilados que lo estén a la vuelta de cada esquina. "Heridas abiertas" lo han llamado en castellano, que no es exactamente lo mismo pero no está mal. Misuri. Los confederados. Recuerdos de la guerra civil. Escribía Joan Didion en sus notas: "La Guerra de Secesión fue ayer pero de 1960 ha pasado un siglo". Y eso lo escribía en 1969.

Los actores están soberbios. A mí me puede molestar ligeramente que Amy Adams se pase ocho capítulos susurrando, pero supongo que le han dicho que lo haga así. Lo de Patricia Clarkson es un espectáculo y Eliza Scanlen es todo un descubrimiento, más que nada porque el papel de adolescente traviesa está muy trillado y es muy fácil hacerlo mal en ese terreno. En general, dentro de lo que es una serie tramposa se podría añadir una trampa más: todo el mundo es demasiado guapo. Hasta los policías. Es un mundo de guapos peligrosos y desde la inversión de valores que supuso "American Psycho", sabemos que cuanto más guapo, más peligroso. Como si el mundo, encima, les debiera algo.

martes, julio 16, 2019

The Lost Weekend XVI. El secreto del mal.



Me levanto a las siete de la mañana para poder quedarme a vivir ahí, a contratiempo, pero no me dejan: al rato son las ocho y luego las nueve y para las once ya he participado en un podcast, he puesto una lavadora que ha dejado el suelo del patio empapado (sin rastro de la cucaracha, fue un trabajo limpio y rápido), he corregido tres capítulos de mi libro sobre Gianni Bugno para la Editorial Contra y he leído unas cincuenta páginas del enésimo libro póstumo de Roberto Bolaño, en este caso, "El secreto del mal".

Sobre los libros póstumos de Roberto Bolaño no hay consenso alguno: están quienes los odian y están quienes los adoran. Yo tiendo a adorarlos. Especialmente los que están hechos de pedazos y no aspiran a una continuidad, como este. Los que son ejercicios, relatos breves, reflexiones... Tanto en los que salen policías y jorobaditos como en los que se analiza el futuro de la literatura argentina. Bolaño es desbordante. Bolaño fue un grito de esperanza durante años: si a él empezaron a publicarle en serio con cuarenta años, ¿por qué no podría pasarme a mí?

Pero yo ya no cumpliré cuarenta años. Y yo no escribo así ni por asomo.

Bolaño narra bailando desde el precipicio y yo cuento todas mis historias mirándome los pies no vaya a pisar a alguien. Una torpeza entrañable. Mi novela va por las sesenta páginas y sigo sin saber muy bien qué estoy haciendo; prefiero al menos no mirar atrás, que ya es un avance.

*

Cuando me siento demasiado cansado (he conseguido rellenar cada minuto del día con una obligación) me tumbo en la cama y abro la ventana para oír el viento golpear las palmeras. Es un sonido de lo más relajante y por un momento puedo cerrar los ojos, sentir el aire y pensar que estoy en Santander, como cuando llegaba de viaje y lo primero que hacía era subirme a mi habitación y dejar que una brisa parecida pero más tranquila me arrullara hasta dormirme. Los pósters en las paredes, los libros de Philip K. Dick...

El problema es que aquí no duermo. Recargo pero no duermo. Demasiado activado el cerebro como para  bajar a cero a voluntad. Mejor las siete, insisto. Mejor la primera luz del día y el lento despertar propio. Las persianas bajadas de los vecinos y el borboteo del agua de las piscinas en esta especie de urbanización.

*

He cambiado la rutina de visitas a Corralejo de la mañana a la tarde. De entrada, hace más frío o menos calor, como prefieran. La gente es distinta: si hay bañistas es porque están volviendo, el resto vamos de domingo, aunque un domingo de isla canaria, con sus bermudas y sus camisas largas. El atardecer se convierte en el gran y único espectáculo y a las terrazas no les importa invadir el camino de la costa. El Savannah lleva unos días cerrado, así que me siento enfrente del Waikiki, justo en la punta del cabo y me pongo a leer mientras temo que la sombrilla se venza y acabe en mi cara.

La música sube un peldaño en sofisticación. Ya no hay reggaetón ni salsa. Es todo chill-out o algo parecido al house. El despropósito culmina en el bar del chileno con una versión reggae del "Don´t dream it´s over" de Crowded House. Ni rastro de "Layla" por ningún lado, eso son vicios diurnos. El hombre  que se parece a Mark Knopfler canta "Brothers in Arms". No sé si pescado o carne, así que carne en el restaurante y luego otro café mirando este atardecer larguísimo, porque aquí amanece muy rápido, más de lo que a uno le gustaría, pero atardece a gusto del consumidor. Hasta que no pague el último, el sol no se marcha.

lunes, julio 15, 2019

The Lost Weekend XV. Dolor y gloria


Como ya no les dejo fuet en la cocina, a las hormigas no les queda más remedio que comer cucarachas. Ayer salí a comprar mientras oía cánticos Hare Krishna en la lista de reproducción que Spotify le dedica a George Harrison. Pocas cosas, pero necesitaba respirar: escribo en tres sitios distintos mientras leo dos libros y sigo una serie - "Sharp Objects"- que es demasiado truculenta. Mucho cachondeíto con lo del tío que se escaquea tres semanas, mucho "te tendrían que poner un monumento", pero en una semana van casi cincuenta páginas y quince posts y ocho libros y un corazón roto a manos de Novak Djokovic.

Otra cosa es Sonja, claro. Sonja festeja en su casa porque nació en el mismo pueblo que Nole, que es el mismo pueblo de Vlade Divac. Serbia es lo que tiene. Sus gritos no ahondan mi duelo, al contrario, lo mitigan. ¿Saben un problema que me estoy encontrando? Que cada vez vivo más en la ficción y no me encuentro a mí mismo; que cada cosa que hago ya está pensada únicamente para ser escrita. Que, de hecho, paso más tiempo frente al ordenador que en la playa o el pueblo o los Hiper Dinos que llenan la isla.

En rigor, ahora mismo, medio en trance, podría estar en cualquier lado. Pero prefiero estar aquí. Una periodista me escribe para que le mande unos audios sobre "Ganar es de horteras" y se sorprende porque los envío al momento. Easy come, easy go. Todo va bien pero me va a faltar una semana. También es cierto que, una semana más, y me acabaría volviendo loco.

*

"Dolor y gloria" es una delicia. Es curioso adjetivar de esta manera una película de Almodóvar, quien destaca habitualmente por lo contrario, pero se agradece este tono fin de fiesta. Todos los personajes están comedidos, las situaciones están controladas, no hay presidiarios disfrazados de tigres e incluso el humor huye de lo escatológico. Sensaciones a flor de piel acompañadas de su habitual gusto por la escenografía y una menor pomposidad en los diálogos.

Nadie ha dirigido mejor a Penélope Cruz en toda su carrera. Penélope Cruz es y será siempre la chica de aires cojos que iba cargada con una bolsa de plástico camino a su casa en "Jamón, jamón" mientras Javier Bardem le decía obscenidades. Cuando Penélope Cruz se pone a gritar, a soltar, a explotar... no queda más remedio que mirarla como Scarlett Johansson, con cara de "qué me estás contando".

Pero eso da Oscars, claro.

Con "Dolor y gloria", lo más que conseguirá será una nominación al Goya que gane otra mientras el presentador de turno se pasa la gala vacilándola. Tener 45 años y seguir aparentando 18, eso es magia, eso es inocencia. ¿Y qué decir de Antonio Banderas? Tener 60 y ser tan increíblemente guapo, tan pausado, tan creíble, tan George Clooney si George Clooney pudiera hacer de Almodóvar. Banderas se fue a Holywood y se convirtió en poco más que una mascota. El puto gato con botas. Cuando vuelve y no le obligan a hacer como si estuviera en El Hormiguero, demuestra ser un actor soberbio.

Por lo demás, en la película no pasan grandes cosas y no saben lo que se agradece. Un director avejentado, en crisis, hipocondríaco, con un miedo horrible a la muerte y a la vida, entendiendo por vida lo que ocurre "ahí afuera". Un hombre mayor con adicciones de hombre joven. Un montón de médicos. Le explica al cirujano sus proyectos de futuro pero sus proyectos de futuro solo sirven para que el anestesista le duerma. Creo que vi a Alba García, estoy casi seguro, pero en los créditos pusieron Alba Gómez. Fueron dos horas de buen gusto y tranquilidad. Hace ocho años -cuando la película del tigre y de los transplantes de piel y no sé qué historias- me prometí no volver a ver una película suya pero yo tengo más peligro que Espinosa de los Monteros en una investidura, lo que a veces es una ventaja.

Del "Macguffin" de la tos y los ahogos, mejor no hablamos que no quiero más spoilers.

*

Termino "Sur y oeste", las notas de viaje de Joan Didion para dos reportajes que nunca llevó a cabo. Didion es admirable a tantos niveles que es difícil quedarse solo con uno. De entrada, es admirable en sí misma. Admirable y fascinante, por qué no decirlo: toda esa seguridad que transmite el personaje Joan Didion, esa contundencia en el juicio, en la descripción, la precisión quirúrgica de la frase, del diálogo... y la enorme fragilidad de la Joan Didion persona, sus cuarenta kilos, sus inseguridades, la manera en la que habla de sí misma. La cantidad de alcohol que aparece en cada libro...

A Joan Didion ya la conocía de sobra antes del famoso documental, "The center will not hold", pero me impresionó verla así, tan deslavazada, tan dubitativa, tan negándose a la realidad de las adicciones de su hija Quintana Roo. Quintana Roo, la compañera de juergas de Bret Easton Ellis en las universidades de California, ahí es nada. Tan, tan fuerte, tan Oriana Fallaci a veces, tan Gertrude Atherton incluso, y tan, tan delicada, tan fácil de tumbar soplándole como a una pluma.

Pero, sobre todo, es admirable y fascinante como escritora. No sobra nunca una palabra. Hay reportajes más logrados y reportajes menos conseguidos. Está ese maravilloso "Slouching toward Bethlehem" y el mejorable en ocasiones "A book of common prayer" (en ocasiones, insisto), pero lo impresionante de Didion es lo alto que coloca el listón. A partir de ahí, a veces lo supera con más suficiencia y a veces con menos, pero no lo derriba nunca. Para una escritora compulsiva, el reto es formidable. ¿Cómo escribir tanto y hacerlo siempre bien? La pulcritud, la exactitud, la fortaleza.

El sur como tierra de salvajes sin solución; hormigas y cucarachas. El oeste como magdalena de Proust. La chica que hacía de animadora mientras editaba el periódico del instituto.

Joan Didion como cheer-leader, a qué cosas obliga la adolescencia en un país obesionado por los concursos de popularidad.

domingo, julio 14, 2019

The Lost Weekend XIV. El pionero (II)


La segunda entrega de "El pionero" abunda en la primera y en el debate que la propia HBO está lanzando en las redes: "Jesús Gil, ¿héroe o villano?". Es desolador. El caso es que en cada uno de los capítulos hay información suficiente como para hacerse una idea de la respuesta a esa pregunta, pero la habilidad para diluir esa información en el montaje es tremenda: lo mismo parece valer el testimonio de fiscales, abogados e investigadores que el de hijos, amigos y hermanos, empeñados lógicamente en el "era un tío cojonudo".

El documental, en ese sentido, no jerarquiza. Estamos viendo a una banda mafiosa operar y a la vez nos enseñan a los afines justificando esas operaciones o yéndose por las ramas. Todas las explicaciones se dan por buenas, vengan de quien vengan y tengan la enjundia que tengan. Como lo esencial está en los detalles, quedémonos en la agresión a Fidalgo, el gerente del Compostela. El espectador ve perfectamente el puñetazo en pantalla y ve a quién se le da ese puñetazo... pero al instante escucha a uno de los hijos de Gil decir que lo recibió Caneda, el presidente. Eso era el gilismo: yo reparto mandobles, le doy a quien se ponga en medio aunque sea un don nadie y luego vendo que soy un Don Quijote contra los poderosos.

Otra declaración sorprendente y que entiendo ayuda a dar validez al título de la serie es la del propio fiscal Castresana cuando dice que Gil "se adelantó en casi una década" a Berlusconi a la hora de aunar fútbol, política e intereses privados. Si uno mira las fechas, es cierto que Berlusconi llegó antes al Milan pero no formó su "Forza Italia" hasta dos años después de la victoria electoral de Gil en Marbella. Ahora bien, si no se había presentado antes era porque no lo necesitaba: Berlusconi fue un personaje apoyado por las mafias durante toda su carrera y aupado al poder después de la operación "Manos Blancas" para que todo siguiera como estaba. Si Silvio no fue más "pionero" que Gil es simplemente porque antes de él estuvieron otros. Andreotti, por ejemplo. Craxi, desde luego.

Puede que la distinción fútbol-política o negocios públicos-política estuviera clara en Italia antes de Gil, pero Gil no hace sino llevar a España una estructura mafiosa previa y juntarla con el tangentópoli Milán-Roma, indultos incluidos. Y si se hiciera un biopic sobre Lendoiro en A Coruña igual tampoco salía muy diferente... pero, ay, Lendoiro nunca le ganó a Paco Vázquez.

Por lo demás, el uso del archivo televisivo es excelente, aunque quizá eche de menos que alguien explique por qué todas las imágenes vienen de Telecinco, es decir, de Berlusconi. Por qué Telecinco se volcó de esa manera con Gil y hasta qué punto "el pionero" no fue más que una cobaya.

*

Por las noches hay cortes de luz. No a lo loco como en Manhattan, pero inquietantes. De pronto, todo el apartamento y los alrededores se quedan en penumbra y en el fondo sería ideal que quedara todo así un buen rato: Fuerteventura en estado aún más salvaje, el desierto clamando por lo que siempre fue suyo. En mi novela tendrá que haber una escena del tipo. Yo siempre hablo de Corralejo para simplificar pero en realidad esto no es Corralejo: el término municipal se llama La Oliva y la zona es la de las Grandes Playas. Si en vez de a la izquierda girara a la derecha cuando salgo a la costa, acabaría en las Dunas. Algún día lo haré, me queda aún una semana.

Fui a tomar un café en el Savannah y acabé en el Waikiki. Cosas que pasan. Fiestas rave en el Di Saronna mientras una pareja de cincuentones bailan con sus minis en mitad de la playa. Los demás: todos jóvenes, todos guapos, todo muy Pasolini, si se piensa. Por el camino, me los cruzo con sus andares ya algo torcidos de las ocho de la tarde y no sé cómo reaccionar. Hago como si no les viera porque doy por hecho que ellos no me ven a mí. Lo que en "La Grande Bellezza" era decadencia aquí es normalidad. Sin noticias de Raffaella.

En fin, que tomo una hamburguesa mirando el atardecer. Un atardecer larguísimo el canario, porque empieza antes -la hora menos- pero a la vez termina casi igual de tarde. Incluso cuando ya estoy en el taxi de vuelta a casa porque cuatro paseos en un día me parecen muchos sigue el sol cayendo, como si se resistiera,como si estuvieran convenciéndole. Le explico al taxista dónde está mi apartamento pero parece enfadarse. Digo "parece" porque con los canarios nunca se sabe. Te vacilan mucho y son más listos que el hambre. Cuando le explico que yo soy de Madrid y que ahí cada taxi es una caja de sorpresas me empieza a hablar de política y consigue defender a Vox, a Ayuso y a Sánchez en un solo trayecto. Sospecho que Rivera no le cae muy bien.

Una vez dentro, me esperan "Sharp Objects", Joan Didion y el final del tercer capítulo de la novela. Me duele la tripa. Tiene sentido.

sábado, julio 13, 2019

The Lost Weekend XIII. Kid A.


El "Savannah" es un "Waikiki " sin pretensiones. "Our cozy local bar", el único que da al mar en este lado de la costa. Por la noche dan conciertos -entiendo que tocarán "Layla"- pero por la mañana, el sitio está un poco desangelado, ideal para repatingarme en la silla y pedir un descafeinado mientras miro el agua y hablo por teléfono. La camarera se dirige a mí en inglés pero luego lo hace en español al ver lo que estoy leyendo -Joan Didion. "Sur y Oeste". Traducido.- y al final resulta ser italiana, como casi todo el mundo. Percibo una cierta obsesión por la música "chill-out" en la isla, como si quisiera ser Ibiza cuando está claro que su encanto es precisamente no ser Ibiza en absoluto.

No importa, está bien. Casi todo son versiones de canciones al estilo del programa de Bertín Osborne y de vez en cuando algo de música magnética, evasiva, algo que por momentos podría ser un disco de Radiohead. El "Kid A" o el "Insomniac". Knives out, cut him up, squash his head, put him in the pot... He vuelto a dormir mal. Ayer estuve escribiendo hasta la una, en parte porque me quedé a ver repetido el partido de Federer y Nadal hasta la doce. Luego intenté tomarme una copa en un lugar raro que tiene piscina pero hacía un frío horrible, un frío de envidiar, un frío canario, y todo estaba muy oscuro y la gente era muy joven y ningún camarero me quería atender.

Como si ya hubiera empezado el fin de semana y nadie me hubiera avisado.

*

Decido comer de nuevo en la Cofradía pero hoy es todo un desastre. Empiezo a entender por qué el sitio con mejores vistas a la playa está vacío. La música vuelve a no ayudar: si el fin de semana ha traído camareros sobrepasados, también ha traído reggeaton y unos ritmos raros que supongo que será lo que llaman "trap". El pez espada estaba rico, eso sí. En la mesa de atrás, un niño habla de pedos. Debe de tener la edad del Niño Bonito y su madre está embarazada. "Si es una niña, la querrás igual, ¿verdad?", le dice, y él contesta que sí, aunque no muy convencido.

En una de las ventanas del establecimiento han pegado un cartel morado que dice "Lugar seguro para mujeres". Lo dice en serio aunque el camarero se pase la hora y pico silbando a turistas y gritando cosas como "Cada día estás más guapa. Me vuelves loco". No sé si es una táctica para que entren, se sienten y ahí, ya, pues eso, seguras. En el camino de vuelta, la cara me arde. Recordemos que esto es el desierto y que el viento lo marca todo: las noches gélidas y las tardes sofocantes. En la playa, los chicos que hicieron un dragón el otro día, hoy han hecho algo que parece la cara de un niño, aunque también podría ser la de Yul Brynner. Algo rutinario porque todos necesitamos desafiar las expectativas de vez en cuando, incluso Rafa Nadal.

De todos modos, les dejo un euro porque yo sueño con esa vida como la única vida posible en Fuerteventura: la Chica Diploma, los niños y yo, en la playa todo el santo día haciendo esculturas de arena y viviendo de ello. Puede, incluso, que alguno aprenda a tocar la guitarra y entonces, bingo, podremos retirarnos.

*

Mientras hablo con mi esposa se masca la tragedia. Ella tiene la voz resacosa aunque no pueda beber y yo acabo de encender el ordenador. Me está contando la noche que pasó con sus amigas mientras busco el archivo donde estoy guardando mi libro. El problema es que no está. Sigo escuchándola y sigo asintiendo con monosílabos, pero el archivo sigue sin aparecer o, más bien, aparece con una versión antigua que no recoge los cambios de ayer.

Sería una excelente excusa para mandarlo todo a la mierda porque lo de escribir es muy bonito y suena muy bien pero hay que hacerlo, ¿eh? Hay que ponerse frente a la pantalla y sacar diez páginas de la nada, de un montón de ideas vagas que dicen cosas como "(...) se va a Fuerteventura con una pareja de amigos que resulta que son Carlos y Laura". Ah, muy bien, ¿y cómo se supone exactamente que acaban siendo Carlos y Laura?, ¿cómo presento a Carlos y Laura en la escena?, ¿cómo llevo al protagonista de un entierro en Santander a un retiro en Fuerteventura? ¿Qué hago con los demás personajes que he ido inventando?

En una película, el director y el productor pueden matar al guionista diez mil veces, pero en un libro resulta que eso se llama suicidio, y, así, lo más que puedo hacer es dejarme el hígado en esto y no dejar de insultarme cada dos páginas, en plan, "¿pero cómo demonios quieres que haga esto?, ¿cómo se supone que tengo que avanzar?". Todo para, al final, después de treinta páginas sin demasiado sentido (pero muchísimo empeño, que eso quede claro), meter al niño bailando "la danza del culete" y a tomar viento.

Actualización: ha aparecido el archivo. La lucha sigue.

viernes, julio 12, 2019

The Lost Weekend XII. Sobre el deporte.



A las ocho y cuarto de la mañana todo es silencio en Corralejo. Saco mi desayuno -yo ya estoy despierto y duchado desde hace un rato- a la terraza y disfruto de un cielo gris con su suave brisa. La felicidad es esto. Odio el verano y sus excesos. Odio el invierno y sus limitaciones. Esto, siempre esto: el viento que acaricia y la promesa de tormenta mientras pongo la lavadora y me tumbo en una hamaca a leer a Pasolini.

En Lanzarote llovía, al menos ese es uno de los recuerdos de mi infancia. Llovía a lo grande y nosotros corríamos, cinco sombras entre la tiniebla rumbo a algún SPAR donde protegerse. Los SPAR ahora se llaman Hiper Dino, excepto alguno que ha resistido con el mismo nombre supongo que para ganarse la confianza extranjera. Tal vez toda esta fascinación por Fuerteventura no sea sino un eco de mi fascinación por Lanzarote, es decir, mi fascinación por la infancia.

Tal vez, sigo pensando que aquí nadie me puede hacer daño.

El libro de Pasolini, por cierto, es excelso. De lo mejor que he leído en años. Más allá de sus referencias deportivas, la sintaxis, el vocabulario, el continuo ir un poco más lejos en el razonamiento. El vitalismo, por supuesto, y sus coqueteos con la estética, que para algo es Pasolini. Cuando uno se lanza a escribir entre signos de admiración cabe esperar cualquier cosa: dioses y bárbaros, de nuevo. Al hablar de Coppi y Merckx, Pasolini dice: "¡No se trata de determinar si Merckx es más o menos grande que Coppi! ¡No son dos pasteles!". Era 1969, la tiranía no había hecho más que empezar. Eso me recuerda que esta tarde juegan Federer y Nadal en Wimbledon.

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Yo no le encuentro ningún placer a trabajar y esto no es ninguna obviedad: hay quien necesita trabajar y le tiene un verdadero horror al vacío. Por eso mismo, creo que la etiqueta "workaholic" me encaja de maravilla: habitualmente, un alcohólico no encuentra ningún placer en lo que bebe. Así, en la hamaca duro lo justo, y ya estoy aquí escribiendo y escribiendo. Puede que alguien entienda que eso no es trabajar y los Dire Straits le darían la razón: "That ain´t working, that´s the way you do it", solo que sin chicas y sin dinero.

Ayer acabé mi primera canción de este fin de semana perdido y mi primer poema. Terminé de escribir el undécimo post en once días y llegué a la página diez de algo que podría ser una novela pero que probablemente se quede en un borrador larguísimo, un ejercicio sin más (en algunas cosas, no aspiro más que a becario). Cuando hablo con la Chica Diploma por teléfono, me dice "no sé cómo te cunde el tiempo para tanto", que es su manera de decirme: "No te agobies, no te exijas, soy perfectamente consciente de que no estás ahí tocándote las pelotas".

Que, por otro lado, no sé qué habría de malo en estar aquí tocándose las pelotas. Voy a morir joven y me lo tendré bien merecido por no hacer caso y no aprovechar del todo la vida. Por no aceptar el "bien, otra vez", no escuchar a Nietzsche y empeñarme en ser tan camello, incluso en tierra de dromedarios. Tampoco es que a Nietzsche le fuera mucho mejor (de Pasolini, ni hablamos), pero hay en ellos un compromiso con la vida que a mí me falta o que he ido perdiendo. Un amor irredento que ha acabado convertido en rutina de funcionario.

Funcionario en San Junípero, que a veces hay que joderse con lo que uno tiene que leer, pero, en fin, ya me conocen... La tormenta no llega y yo me impaciento.

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También en el libro de Pasolini: "(...) Esta velocidad ha creado un nuevo y gran jugador: Capello. Cuando Capello -según el mito del juego a la italiana, Meazza- Rivera- iba al trote o al medio trote, era un buen jugador y nada más. Ahora se ve obligado a correr, y mucho, de modo que se ha convertido en un gran jugador. Y ello porque ha demostrado que tiene buen toque en velociad (mientras que, antes, el toque era flojito naturaliter). El secreto del juego moderno, en el plano individual, es la precisión máxima a la máxima velocidad: correr como loco y ser, al mismo tiempo, estiloso. Esto es lo que ha sucedido a Capello". Es decir, el Milan de los noventa.

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He estado buscando excursiones para ver OVNIs pero sorprendentemente no he encontrado nada. Supongo que hoy pasaré el resto del día en casa.

jueves, julio 11, 2019

The Lost Weekend XI. Romeo and Juliet


En uno de los bares del camino suena "Romeo and Juliet". When you´re gonna realise it was just that the time was wrong? La voz se parece sorprendentemente a la de Mark Knopfler como se parecía la de aquel señor de Roma que cantaba "Sultans of swing" en mitad de una calle peatonal. Pero no, no es Mark Knopfler. ¿Se imaginan? Son las doce y poco de la mañana pero ya tengo hambre así que me meto en el restaurante al que íbamos a comer a menudo la Chica Diploma y yo pero en vez de una hamburguesa me pido otro lenguado. Si vamos a ceñirnos a las rutinas, nada me impide llevarlas al extremo.

Hace un calor impropio en Fuerteventura y los locales se quejan. Rozan los treinta grados y los bañistas ocupan las playas como ratas. Una pareja se entrelazaba en mi cala durante el camino de ida. Por no molestarles, prescindí de mi baño. El calor en Fuerteventura solo puede querer decir una cosa: que no hay viento. El viento vuelve loca a la gente pero a cambio rebaja la temperatura y estadísticamente esa es una buena noticia. Malo sería que el loco te tocara justo a ti.

Llevo mis dos periódicos y un libro de Pier Paolo Pasolini que me regaló Dídac, de la Editorial Contra, cuando nos vimos en la Feria del Libro. Es un libro pequeño y sospecho que me hace menos interesante -también menos rarito, recuerden que en Alicante ese era el debate-. En la terraza del chileno un par de niños se aburren y se tiran sobre los sillones vacíos mientras su padre fuma algo que no sé lo que es pero huele muy bien. Hablan en francés. El mar sigue teniendo tres colores, en ocasiones, me parece ver un cuarto.

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La vuelta la hago por el camino corto, pero como me pierdo acabo tardando más y quemándome la cara. No me encuentro demasiado bien: esta mañana me he levantado a las seis y cuarto y ya no he podido volver a dormirme. A las siete y pico estaba frente al ordenador escribiendo mi novela imposible y recreando la muerte de mi padre, solo que en la ficción somos tres hermanos y mi padre muere en Santander y mi madre lleva un montón de tiempo en una residencia después de un ictus. Una nueva comedia de Guillermo Ortiz.

Aparte del sueño y las ansias, empieza algo parecido a una gastroenteritis. Le pongo ese nombre porque es el que le pondría cualquier médico de urgencias si le contara los síntomas... pero no es una gastroenteritis. Pueden ser nervios o puede que algo me haya sentado mal y punto. A las once ha venido un señor a desinsectar la casa. Que también podrían haber aprovechado y haberla desinsectado antes de llegar yo, pero no voy a entrar en polémicas.

El Corralejo Bay está cerrado. Obras, parece. De todas las rutinas es, con diferencia, la que más echo de menos. Su piscina gigante, su desayuno inabarcable, sus habitaciones en las que de repente se colaba Don Diablo por la terraza -le dieron un Goya a Don Diablo, lo que nos pudimos reír...-, los jacuzzis con la Chica Diploma, la italiana que alquilaba coches y leía libros, más lo segundo que lo primero. El hotel donde vi al Racing clasificarse para la UEFA y a Federer perder una final de Montecarlo. La habitación donde leí "Rosas, restos de alas".

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Veo en Netflix el documental sobre Parchís. Es una joya. Parece mentira que hayan tardado tantos años en hacerlo. Amaga y en ocasiones incluso golpea, cortesía casi siempre de Joaquín Oristrell, al que no ubicaba en ese mogollón por aquello de que para mí Oristrell es Cristina Rota y la catarsis y el anticapitalismo pero se ve que no. Están todas las fichas y el dado. De hecho, el dado parece con diferencia el más simpático de todos. Siempre tuve problemas con Parchís porque a mí me pillaron muy pequeño. Tan pequeño que a los niños les confundo con los de Barrio Sésamo y al gordo de las películas lo confundo con Piraña.

Tal vez debería haber metido algo de esto en mi libro sobre mi infancia ciclista en los ochenta, pero me he prometido no tocar una coma y espero poder ser fiel a mi promesa.

"Malaherba", de Manuel Jabois, es otra maravilla. A veces con un exceso de chascarrillos, todo hay que decirlo, pero entretenida. No cambiará la historia de la literatura y no lo pretende. La edición está un poco descuidada y se cuelan demasiadas erratas como si alguien muy paranoico hubiera decidido ahorrar costes para evitar el engaño de algún malvado corrector. Por lo demás, momentos muy divertidos, muy Jabois, que ya tiene un sello propio que demasiada gente intenta copiar sin éxito.

Reconozco que al principio me costó un poco enfrentarme al libro porque Manuel no es mi amigo pero a veces lo parece y a la vez no me vendría mal que alguna vez se equivocara en algo para alimentar mi leyenda de fracasado incomprendido. Pero no, a lo que se ve, los dos estamos bien donde estamos. A veces, incluso, en la misma conversación de WhatsApp.

miércoles, julio 10, 2019

The Lost Weekend X. Santa Maradona


Alguna tarde será la última tarde y yo cogeré mi libro, el que sea, y caminaré los cincuenta metros que me separan de la costa llena de piedras negras y me quedaré ahí mirando el mar en tres colores y aguantando el viento contra la cara. Alguna tarde diré adiós a San Junípero-Corralejo con lágrimas en los ojos y una tremenda sensación de vacío e impotencia, quizá después de haber escrito cinco páginas de una novela, como hoy, quizá después de haber escrito cinco párrafos, como ayer. Quizá después de, derrotado, no haber escrito nada.

Algún día será el último día y se parecerá a todos los demás: "the routine", que le explico a Giulio, mi nuevo interlocutor. El mismo desayuno, el mismo paseo, la misma cala donde mojarse los pies, el mismo café en el Waikiki y los mismos periódicos en el mismo comercio. Creo que solo yo sería feliz en "Atrapado en el tiempo". Alguna variación; por ejemplo, los vecinos: los de la villa de atrás tienen una muñeca hinchable desnuda tirada en medio del césped; los de la villa de al lado tienen una batería y están dispuestos a utilizarla. Lo práctico supera con mucho lo moral en este caso.

Puede variar también el lugar donde comer. Hoy, por ejemplo, he ido hasta la Cofradía de Pescadores, donde algo ha debido de pasar desde 2008, cuando fuimos todos los que quedábamos del Festival de Dunas a hacer una última cena que tendría que haber pagado Arturo pero se dio a la fuga. Aquel lugar estaba hasta arriba y el de hoy, pleno julio, está vacío, incluso con un hombre en la puerta pidiéndome casi por favor que me tome un lenguado que se sale del plato, recién pescado, por once euros. Tuve que aceptar.

Al rato, además, apareció el típico chico con la guitarra. No creo que fuera el mismo de ayer pero sí volvió a tocar "Layla". En este pueblo es verdadera devoción lo que se siente por Eric Clapton. Después, se arrancó por Sabina y una canción sobre el río Paraná que no conseguí identificar. Había un borracho por ahí dando vueltas así que pagué deprisa y me fui a por mi segundo descafeinado al bar del chileno, hoy un poco más amable. Las vistas eran al mismo mar pero desde distinto ángulo. Poco a poco mi cabeza va configurando un Aleph de este Atlántico caribeño. Poco a poco, también, va anticipando la desgracia, tal vez para evitar el drama.

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¿Qué se puede contar de Diego Armando Maradona que no sepamos? Poca cosa. Probablemente, el documental de Asif Kadapra haya rebañado ya definitivamente los pocos restos. Aun así, la cinta tiene un aire de familia a "Open", la autobiografía de Andre Agassi: creo que será más valorada cuanto más lejos estés del fenómeno. En mi caso, poco puedo decir: todo me era familiar. Ceñir la película a los años del Nápoles es un acierto, como lo es no pasar por alto los Mundiales de 1986 y 1990 porque no fueron poca cosa.

Como los vínculos con la "camorra", los excesos y las infidelidades ya las conocía, me centré en el fútbol... pero el fútbol, ay, me sonaba también. Aquellas ligas italianas de los 80 en las que el máximo goleador acababa con quince tantos. Aquella violencia constante. Aquellos ultras y aquellos odios. El mismo país que ahora vive gobernado de facto por la Liga Norte, cuyos líderes llenaban los estadios de Turín o de Milán al grito de "napolitanos leprosos". Todavía en 2002, una compañera del curso de italiano repetía todo el rato: "De Roma abajo, todos moros".

Aun así, hay que reconocer que está todo y que yo lo conozca porque soy un marisabidillo no es un demérito del reportaje. Los dos scudettos, el doblete imposible de 1986, la corrida memorable, el gol de Burruchaga, las patadas, las genialidades, la adicción a la cocaína. Hace bien en Kadapra en dejar al personaje en 1992 porque a partir de ahí lo que queda es un pelele paranoico, que es lo que sigue siendo. Si el objetivo era separar la figura de Maradona de la del humilde Diego, la deriva de los últimos noventa y principios de siglo hubiera arruinado tal propósito.

Las imágenes de los partidos son maravillosas, un trabajo de documentación brillante, como ya hizo en "Amy". Tal vez irrita ese sonido de "chof" cada vez que la pelota toca la red; un sonido que uno no sabe si es propio o añadido. Irrita, hay que insistir, porque yo tiendo a la irritación... a cualquier otro incluso le tranquilizaría.

En definitiva, estamos ante el resumen perfecto de un diablo con vocación de santo que acabó corriendo despavorido de su propia iglesia. Es lo mejor que se podía hacer, porque, en realidad, que el personaje sea inabarcable tampoco es culpa de Kadapra ni de nadie.

Más que de él mismo y sus adoradores.

martes, julio 09, 2019

The Lost Weekend IX. San Junípero


Todo va bien hasta que al despertarme descubro que la cocina está infestada de hormigas. Hormigas diminutas que vienen desde el jardín y llenan el fregadero al olor de un trozo de fuet que me dejé ayer sobre la repisa. Esto no es Madrid. Intento avisar a Sonia pero no lo consigo. Busco un anti-hormigas por toda la casa pero no lo encuentro (estaba en el baño, justo delante de mis narices). Al final, Sonia aparece de la nada y le explico y rocía todo con un líquido "bío" y las hormigas poco a poco detienen su curso, se van quedando quietas y acaban muertas y pegadas al mueble. "Abbiamo vinto", dice Sonia con una sonrisa, como si esto fuera "La vida es bella" y acabáramos de liberar Auschwitz... El fuet se va a la basura.

Pasada la masacre, todo vuelve a ser maravilloso, incluso el hecho de que toda comunicación con el exterior sea en italiano y yo, en rigor, no debiera saber italiano porque solo lo estudié durante un mes y de eso hace ya dieciséis años. Cuando le propongo a Sonia cambiar al inglés porque me siento más cómodo, llama inmediatamente a su marido en un ataque de pánico y soy yo el que tengo que tranquilizarla con un "è bene cosí, ci capiamo" que devuelve la estabilidad a la relación.

Son las nueve de la mañana, las diez en la península. Llevo ya una hora despierto, he hablado con la Chica Diploma y me dispongo a ducharme y desayunar en el jardín. Una tortilla, un zumo de manzana y un poco de pan con aceite. Como regalo, dos onzas de chocolate. No hace calor pero tampoco hace frío. Temperatura mínima, 21 grados; temperatura máxima, 25. De vez en cuando sopla viento porque esto no deja de ser un desierto. Me tumbo en una hamaca y cierro los ojos.

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El camino al pueblo ("il paese") es precioso, como era de esperar. Bordeo la costa, con su lava incrustada, con sus piedrecitas blancas, con el mar aún azul oscuro y no verdoso. Hay dos Corralejos incluso a estas alturas: el turístico, que se empeña en vender cada bar como si estuviéramos en Hawaii y el fugitivo. A mí me gusta más el segundo. Aun así, la magia está en la convivencia: en la sucesión de "villas" con el muro bajo, de manera que al pasear puedes hacer como el nadador de Cheever e imaginar que vas atravesando cada una de sus piscinas hasta el agotamiento final. En eso, Corralejo es como el Mid-West: nadie contempla siquiera la posibilidad de que vayan a saltar el muro y atracarles o robarles algo. ¿Por qué iba a hacer nadie eso en el paraíso? Mejor dejar el muro bajo y que se puedan ver las olas, los volcanes de Lanzarote, los surfistas desafiando al viento.

En uno de estos bares (demasiado grande para llamarlo "chiringuito"), un hombre toca la guitarra y canta. Es algo relativamente habitual. Me hace gracia que toque "Layla" porque el otro día mencioné a Pattie Harrison en este blog. Más gracia aún me hace que la siguiente canción sea "Free falling", de Tom Petty, compañero de George en los Traveling Wilburys. A veces me pongo las sandalias y a veces voy descalzo. Pantalones cortos y camisa de cuello mao como si esto fuera Ibiza. A veces me acerco a la orilla, decidido, como si fuera a cruzar a Lanzarote caminando. En una de las calas, una pareja de extranjeros han construido un dragón de arena, con fuego en los ojos. Mi madre dice que esto es mi "shangri-la" particular, pero yo, que no sé del todo bien lo que es un "shangri-la" prefiero pensar que es mi San Junípero, el lugar donde pasaría la eternidad mientras mi cuerpo se consume lentamente.

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Compro un monedero nuevo, dos periódicos y busco el sitio donde parábamos siempre la Chica Diploma y yo cuando paseábamos en 2014. Un sitio con aire caribeño, para variar, desde el que podías oír a alguien tocar "Wish you were here" mientras tomabas un mojito. Cuando lo encuentro me doy cuenta de que no es exactamente ese sitio o que lo que hay -como le pasaba a los Celtas Cortos- ha cambiado. El camarero es chileno y absolutamente encantador con un grupo de australianos que han venido a la boda de un amigo. Ahí podría haber una novela.

Sin embargo, no es tan encantador con el resto. No conmigo, a pesar de la sonrisa de emporrado que llevo todo el día colgada de la boca. De hecho, tuerce el gesto cuando le pido que me repita la historia que ha contado ya en inglés, pero concede: trabajó en Corralejo de 2003 a 2008, ahí llegó la crisis, como en mi relato, y arrasó con todo. No solo las urbanizaciones quedaron a medio destruir -las casas estaban equipadas, dice, y durante meses la gente se dedicó a entrar a robar lavadoras, neveras, microondas...- sino que muchos de los que ya estaban instalados se limitaron a llevar el coche al aeropuerto, dejar las llaves puestas, abandonar el llavero de casa en uno de los asientos y marcharse de ahí antes de que les echara un banco.

Los fugitivos es lo que tienen, tampoco puede uno sustentar la economía de una isla en ellos.

Él se fue en 2009 a Barcelona y esperó a que amainara el temporal. Cuando todo se tranquilizó, volvió a Corralejo como hormiga que vuelve al fuet. Lo entiendo y a la vez me desconcierta. Lo entiendo porque yo lo haría pero me desconcierta porque nadie más lo hace, porque no es tan obvio abandonar tu país -aquí es muy complicado ver a un canario- y acabar en una isla perdida en medio del Atlántico, justo frente al atractivo Sáhara Occidental. Este San Junípero moderno no es sino la prisión antigua donde mandaban a los rebeldes para que se murieran de asco. De momento, no he visto todavía ningún dromedario.