martes, abril 28, 2020

En la muerte de Michael Robinson


En el improbable libro de Alex Leith sobre la primera temporada de David Beckham en el Real Madrid -"El Becks: A season in the sun"-, llega un momento en el que el autor se entrevista con Michael Robinson y como buenos ingleses lo hacen en un bar. Por supuesto, ambos acaban borrachos. Una borrachera de amigos que se ven por primera vez en la vida, de esas de película "bromance". Robinson llevaba por entonces ya años siendo una de las grandes referencias del periodismo deportivo, el experto por excelencia de las retransmisiones de Canal Plus, un hombre respetado y querido dentro de una jungla que poco entiende de empatía. Y, sin embargo, a la cita no se presentó el experto sino la persona. Y Leith lo metió en su libro porque, en buena parte, el propio libro había dejado de tratar sobre el fútbol y se había convertido en una celebración de la vida en España.

Nunca conocí en persona a Michael Robinson. No creo que hiciera falta para asegurar que era un hombre feliz y que encontró en España un auténtico parque de atracciones. Desprendía entusiasmo. El fútbol, el deporte en general, parecían una excusa en segundo plano para disfrutar del día a día, de la vida en su totalidad. Quizá por eso nunca se metió en guerras ni en discusiones mediáticas. Él había venido desde tan lejos para pasarlo bien, no para tirarle ladrillazos a nadie. Esa felicidad la contagiaba en cada entrevista, en cada retransmisión, en cada comentario. Nos enseñó que uno podía reírse en medio de un partido de la máxima sin parecer en ningún momento grosero ni ridículo. Que uno podía disfrutar de ese partido sin necesidad de histrionismos.

Supongo que Robinson apareció en mi vida como futbolista guerrero del Osasuna. Lo supongo pero ya no lo recuerdo. He visto muchas imágenes suyas pero sé que son posteriores. Para mí, Robinson era el comentarista un poco torpe con las palabras que me deslumbró en el Mundial de 1990. Ya por entonces tenía cierto gusto por hacerlo fácil. Eran los tiempos en los que no resultaba tan habitual que un ex futbolista -recién retirado, además- hiciera de comentarista y desde luego, que lo hiciera con tanta locuacidad aunque fuera complicado entender su castellano.

Creo que uno de sus grandes aciertos, una de sus marcas personales, fue no solo mantener la locuacidad y el entusiasmo sino la dificultad con el idioma. En eso recordaba al también fallecido Radomir Antic y no en vano el serbio le propuso un lugar en el banquillo del Atlético de Madrid justo cuando empezaba el famoso "año del doblete". Robinson hablaba raro y logró que eso formara parte de su encanto. La indefinición ante la "erre" que tanto caracteriza a los ingleses. Naturalidad ante todo.

Repasar la cantidad de programas de calidad en los que participó es ridículo y además puede que la memoria me falle, así que vayamos al primero: "El día después". En un principio, el programa estaba pensado para Nacho Lewin y Jorge Valdano, una combinación quizá excesiva en lo teórico. Pedante, vaya. Relaño vio claro que hacía falta otra cosa y que Robinson se lo podía dar. Y se lo dio. Desde la pizarra cibernética a lo que el ojo no ve a un divertidísimo "rap del inglés" que por mucho que busco en YouTube no encuentro nunca. 

Michael Robinson. Nos hemos acostumbrado tanto a la muerte en estas seis semanas, hemos visto tantos y tantos números por delante de nuestras narices que aún estamos demasiado en shock como para darnos cuenta de la realidad. Hemos normalizado la muerte diaria como normalizaba él la vida. Michael Robinson, por supuesto, en la portada del PC Fútbol, la mejor operación de marketing de la historia. Cuántos niños, cuántos adolescentes, crecimos con sus comentarios a los partidos en los que nuestro Leganés o nuestro Villarreal de turno le ganaba al Milan la Copa de Europa...

Creo que me faltan palabras, que no soy capaz de describir todo lo que Robinson ha significado en mi biografía. No ya como deportista ni como experto ni como ejemplo periodístico. Al revés, como ejemplo de vida. Leith y Robinson, borrachos como piojos en un bar comentando partidos de los 70 y 80 del Liverpool y el Arsenal. La vida, ya digo, y, después, todo lo demás. Con estilo, por supuesto, pero sin dramas. En un mundo de chapapote, consiguió salir limpio. Lloverán los homenajes y serán todos merecidos. Hay algo en la muerte de Robinson que recuerda a la de David Gistau: nadie saldrá a hablar mal de él, no se encontrará ningún enemigo ajustando cuentas. Y si alguien lo hiciera, si alguien se atreviera a tanto, sería unánimamente reconocido como un miserable.

viernes, abril 24, 2020

Lennon Remembers


Patricio empezaba siempre los conciertos sentado a un teclado al borde del escenario. Normalmente, hacía unos diez minutos de teclado y voz en los que poco a poco se iban incorporando los demás miembros de la banda, empezando por Chiloé, al que siempre recuerdo en un rincón del escenario del Búho Real, con su pelo largo y su barba y sus gafas de sol, un poco a lo Jimmy Ríos -"Open the door, goddamn it"- y continuando por todos los demás. La presentación de Patricio era sobria pero clara: aparte de su presencia imponente, flequillo que se empeñaba en soplar para apartarlo de la cara, dejaba a la vista en su teclado unas letras formadas con cinta aislante que leían la palabra EGO, en mayúsculas.

"Ego". Pensé en que esta entrada se hundiera en el fango del ego y repasara todos los libros que he escrito y traducido a lo largo de estos años, pero yo no soy Patricio, yo no tengo su facilidad para ponerme delante del mundo y mirarle de frente, no ya retador sino indiferente, y mandarle callar. Solo diré que cada cinco años hay uno en el que dejo de sentirme un miserable y de repente me siento tremendamente especial, orgulloso y capaz. El año en el que me publican algo. Y ahí sí que soy como un niño salido de una cuarentena, completamente descontrolado y eufórico, pegando saltos y carreras, gritando todo lo alto que permiten mis pulmones: "Soy escritor, soy escritor".

Lo cual, no nos engañemos, siempre ha sido cierto... pero, ay, el ego. El ego es jodido porque es frágil. El mío, al menos. La Chica Diploma me pide que disfrute de esto porque sabe que no se repetirá en tiempo. Que lo que vendrá será más feo y me hará dudar de nuevo y volveré a mi "éramos tan felices, éramos tan felices..." perpetuo con importantes dosis de frustración. No voy a decir que he hecho cosas que nunca habría soñado con hacer, pero es cierto que comparto catálogo en muchas editoriales con gente a la que admiro mucho. El siguiente paso sería plantarme ahí con mi libro, el que fuera, soplarme los rizos y mirar fijamente al público recordándoles que, no importa lo que digan, yo sé que me lo merezco. Seguimos esperando el día.

*

A las dos de la mañana me doy cuenta de que el móvil no se está cargando. Pruebo a cambiar el cargador de enchufe, pero no, sigue sin cargar. Es un momento de pánico no ya por mi evidente adicción a internet sino por una cuestión práctica: si tengo que ir en algún momento al hospital, si me tienen que ingresar y aislar -y un hipocondríaco siempre tiene eso en mente- mi teléfono móvil y mi cargador serán la condición de posibilidad de cualquier contacto con el mundo.

Las luces del patio interior siguen encendidas, han vuelto a dar cuerda al reloj de pared que da las campanadas como el Big Ben sin atender a horarios. En cualquier momento. Las dos y doce, por ejemplo, mientras enciendo de nuevo el ordenador y busco tutoriales por YouTube y encuentro a un hombre que explica un truco que funciona contra todo pronóstico. Además de hipocondríaco, soy pesimista, así que mis pronósticos nunca valen gran cosa, pero esa es otra historia.

Y así, ya puedo acostarme, porque, en fin, el móvil ya queda cargando desde su 40% de batería... pero no, no me fío, y me quedo de lado en la cama, con el cuerpo girado hacia la mesilla de noche, el teléfono en la mano, comprobando que sube, que llega al 41%, luego al 42%, y ya que estoy vuelvo a Twitter y vuelvo a Facebook y vuelvo a Instagram y vuelvo al EGO, al cultivo del EGO para ver si algún día crece sano y fuerte e incluso cuando por fin ya apago la luz y apago todo y me tumbo -deben de ser las dos y media, quizá más tarde- sigo inquieto porque sé que en algún momento, a traición, va a sonar el reloj lejano. Va a dar unas campanadas absurdas y en rigor no puedo saber cuánto tiempo falta igual que no sé siquiera ni qué hora es, y me angustia un rato hasta que por fin me duermo, no sé ni con qué sueño porque soñar cada vez es más difícil, y a las seis-siete horas me levanto fresco, optimista, alegre. Al menos hasta que vuelvo a encender el móvil.

*

En los ratos libres, en los pocos ratos libres, en vez de leer, me pongo la grabación completa de la entrevista de John Lennon para Rolling Stone en 1970, la que luego Jann Wenner publicaría como libro bajo el título "Lennon Remembers" para gran enfado del propio Beatle. No es lo mismo leer la entrevista que escucharla. Si se lee, Lennon parece un hombre alterado, demasiado angustiado por todo, loco por borrar su pasado cuanto antes, soltando leches a un lado y a otro (no tanto a Paul, sino más bien al "entorno Beatle", esto es, George Martin, Brian Epstein, Peter Brown, Derek Taylor, Neil Aspinall...), desquiciado.

De hecho, años después, cuando intentó hacer las paces con todo el mundo, vino a justificar que esa entrevista había sido una especie de catarsis y que utilizar una catarsis para luego echársela en cara continuamente era injusto. No lo sé. De entrada, lo que llama la atención es lo cansado y aburrido que está Lennon en toda la entrevista. No parece alterado en absoluto. No parece perder el control en ningún momento. Simplemente, empieza casi todas las frases con un "I don´t know". Por no saber, no sabe ni cuándo grabó "Rubber soul" y cuándo grabó "el disco ese con la portada en blanco y un dibujo de Klaus Voormann". Wenner le tiene que recordar que están hablando de "Revolver". No sé hasta qué punto "Lennon remembers" acaba siendo un título incluso irónico.

No sé, puede que fuera muy drogado y que las drogas le tranquilizaran. Es otra opción. Yoko parece tranquila, también. Ni siquiera parece que estén ajustando cuentas sino charlando con un amigo. Todo es "bullshit". Todo. "The Beatles´Myth". Años después, en cualquier caso, se le pasaría. Entre 1973 y 1975 ("The lost weekend"), Lennon daría cien entrevistas insinuando que quizá no sería mal momento para volver a reunirse, que empezaba a apetecerle. Por entonces, Paul tenía Wings y seguía sintiéndose dolido. En el fondo, de todos, y por raro que parezca ahora, Paul fue el que más distancia puso de 1970 en adelante con respecto al rollo Beatles. George estaba a sus cosas: asumiendo un éxito que no se repetía, destrozándose la voz en megagiras por Estados Unidos y divorciándose de Pattie Boyd.

En la entrevista, Lennon también habla del ego, de la necesidad de deshacerse del ego a veces pero también de decirse "Eh, eh, esperad, YO he hecho ESTO", aunque no se acuerde muy bien de en qué disco lo metió. Componer "I´m only sleeping", "Dr. Robert", "She said, she said", "Tomorrow never knows", "And your bird can sing", grabarlas a la vez y luego olvidarte incluso del título. Otro nivel.


domingo, abril 19, 2020

The smell of puke and piss


Una de las putadas de envejecer es que el recuerdo que dejas no siempre es el más amable. Por ejemplo, yo, que viví treinta años aproximadamente en casa de mi abuela, me he quedado para siempre con su imagen de los últimos meses, los de residencia Caser, los del deterioro físico y el mental, los cada vez más torpes paseos por el pasillo y al final la silla de ruedas. Me he quedado con su cara en medio de un grupo de ancianos que asiste a un concierto, todos en silencio, todos ausentes. Sus ojos encontrándome al fondo del salón y su sonrisa. La sonrisa de quien descubre a su nieto, de quien descubre en cierto modo el futuro.

Una de las putadas de que los demás envejezcan es que te acabas sintiendo culpable. Por ejemplo, de no haber provocado más sonrisas. No haber estado ahí más tiempo. Pero es normal, te dices, es normal. Tú tenías treinta años -ni siquiera-, tú intentabas construir ahí fuera una vida en muchos sentidos, tú tenías algo que quizá no fueran responsabilidades pero era vitalidad, tú escribías libros que quedaban en la estantería de su habitación y acumulabas vivencias e incluso encontraste un trabajo con el que ir pagando los excesos.

Y al fin y al cabo, tú estuviste ahí, no puedes decir que no. Porque si no hubieras estado ahí, no recordarías aún el olor constante a lejía y desinfectante, ni a la señora de pelo rubio, siempre engalanada, que se quedó con la habitación de al lado, ni los gestos perdidos de las manos, ni la búsqueda de la niña que no existía, ni te hubieras aprendido los paneles de "La ruleta de la fortuna" por las mañanas ni las peripecias de "Yo soy Bea" por las tardes. No sabrías quién era Belén, la directora, ni temblarías al recordar las caras desencajadas de los enfermos de la tercera planta. ¿Acaso no fuiste tú el que le llevaste el disco de Jorge Drexler?, ¿acaso no le colocabas los cascos de su pequeña radio?

Con lo que sí, estuviste, pero ahora no te parece suficiente porque basta la distancia para que cualquier cosa se vuelva diminuta. Es normal. Esto también pasará. Incluso escribiste varios capítulos de un libro sobre una chica que trabajaba de cuidadora y no sabía qué hacer. No le gustó a nadie pero tú tenías que escribirlo igual. Lo que a ti te gustaría es recordar lo anterior, simplemente, pero eso no siempre es posible. Recordar la infancia y la adolescencia y cómo se partía de risa viendo "El semáforo" o "La parodia nacional" o "La casa de los líos" o cómo miraba a Hache con cierta desconfianza cuando Hache pasaba por casa. Una vez, al menos. Después de ver una preciosa furgoneta naranja de la que se había enamorado.

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De entre la inmensa cloaca que es Twitter, sale de vez en cuando algo parecido a la compañía. Las pequeñas charlas con desconocidos que hacen amenas las tardes frente al ordenador organizando clases y ordenando videoconferencias. La gente perdida, como tú. Los que preguntan porque necesitan una respuesta, sea un poco la que sea, e intuyan que tú se la vas a dar, que tú te mueres por dar respuestas aunque no las tengas. Aunque no las des, de hecho, porque el traje de gurú te queda largo, porque te has convertido en algo así como el enano que susurra a Zaratustra: "¿Tú sabes eso? Eso no lo sabe nadie".

El chico que quiere saber si su hermano debe cancelar su boda. El que pregunta si debe despedir a la interna que vive con él y sus hijos en casa. Yo solo sé que no sé nada pero que, por lo que sea, lo parece. Yo antes era el que preguntaba pero me di cuenta de que las respuestas no tenían sentido. Mejor esperar y ver. Mejor aparcar la urgencia y darse cuenta de que cinco semanas no son tanto, que si un problema ha tardado cien años en presentarse, no se le puede despedir en lo que duran unas vacaciones de verano.

Y así pasa el tiempo. Con la extraña sensación de que te están escuchando. Con la enorme responsabilidad de que te estén escuchando. Y, por supuesto, tú piensas que no es para tanto porque tú eres así (aunque a veces... a veces sí te lo crees, sí, un rato, porque está bien un rato pero luego ya no) y, bueno, lees otro artículo, buscas otra mediación, despistas un poco al hambre y al sueño, ves el trailer de un documental sobre los Bulls de Jordan y te echas a llorar, olvidas tus medicaciones y cuentas el dinero: hasta noviembre, si no encuentro trabajo, hasta diciembre, quizá. Hasta enero, si todo sigue siendo pasta y huevos con patatas.

*

Una de las cosas que mejor funciona en "Lectura fácil" es el sexo. Yo creo que no tengo ni una sola escena de sexo en toda mi literatura, que empieza a ser amplia. No sé cómo hacerlo. González Pons, tampoco. Pero Cristina Morales, sí. Cristina Morales te impone tanto su universo, te deja tan claro los límites desde el principio, que estás dispuesto a aceptar cualquier cosa que suceda. Y si es comerse un coño o una polla es comerse una polla o un coño. Todo ocurre por la razón del personaje y punto.

Ahora bien, si eso ya tiene mérito, hacer metaliteratura erótica -una escena dentro de otra escena, una felación dentro de un cunilingus- es directamente asombroso. No sé, he tardado más de un mes en acabar el libro, pero ha merecido la pena. Me gusta mucho de una escritora que me diga "oye, este es mi libro, y estos son mis personajes y estas son mis reglas". Que no intente complacerme. Que no tontee conmigo ni se haga la seductora. Que imponga. Quizá todo libro deba ser eso: una imposición. Yo creo que "Limbo" es una imposición, aunque sea de otro nivel. Un libro debe atreverse a bloquear a cualquier seguidor antes de que su autor siga calculando las consecuencias.

Debe decirle al lector que se calle y escuche. Que no es su momento. No aún, por lo menos. Echarlo a patadas, si hace falta, y a la vez insinuarle que, si se queda, nada volverá a ser igual.

domingo, abril 12, 2020

Lectura fácil


A las 2,30 de la madrugada bajo las persianas de la habitación pero antes echo un vistazo al enorme patio interior. Casi todas las luces están encendidas. Una versión pandémica de "La ventana indiscreta", con sus balcones, sus cortinas descorridas, su intimidad en escaparate, casi como una invitación al extraño. ¿Habrá sido así siempre? No lo sé. Son las 2,30, insisto, y todos siguen despiertos, como si esperaran algo. Salones modernos con televisores de muchas pulgadas. Un insomnio en crecimiento exponencial.

En la parte de abajo hay una especie de terrazas de ladrillo donde a las ocho se juntan grupos de gente a aplaudir. Sospecho que no es la idea, pero bueno. No sé si fue ayer o fue el Viernes Santo, uno de los vecinos se arrancó con una saeta. No puse mucha atención pero sonaba bien. Mejor que "Resistiré", eso desde luego. Hace tiempo que a las nueve nadie sale con sus cacerolas, pero eso son rachas, pronto volverá la desesperación y el desencanto.

Desde mi patio interior no puedo increpar a nadie que se salte las normas pero sí puedo escuchar todo el día las sirenas. Sirenas que no sé si anuncian ambulancias o coches de policía; supongo que lo primero, porque cuesta imaginar una persecución por una calle completamente vacía. Un sonido lejano que se va acercando, se queda por toda la casa durante cinco segundos, y luego desaparece de nuevo. No exactamente como una alerta de bombardeo, pero supongo que parecido. Salvando las distancias, claro, que ahora mismo es lo suyo .

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En Teledeporte, echan la etapa de Hautacam de 1994, la de Leblanc, Induráin y Pantani. Sospecho que Televisión Española tiene algún problema con los derechos recientes porque no tiene ningún sentido no ver nada del Tour de Contador de 2007 ni el de Sastre de 2008 ni las luchas intestinas en el Astana de Bruyneel de 2009. Quizá simplemente están yendo por bloques y ya llegará el momento. No tengo ni idea.

Hautacam 1994, en cualquier caso. Santuario de Lourdes. Era julio y estábamos en casa de S. jugando a un rudimentario juego de fútbol para PC en el que los jugadores llevaban nombres falsos porque no tenían los derechos. Por ejemplo, Julen Guerrero era Guerro, sin más, y el comentarista lo pronunciaba con diéresis. Yo veía la tele, veía a toda aquella gente caer detrás de Induráin como si un imán les arrastrara a la base de la montaña y mi hermano y S. jugaban todo el rato distintas versiones del Brasil-Argentina. No recuerdo quién iba con quién pero sí recuerdo que los dos intentaban jugar bonito.

Tenia diecisiete años, ellos dieciocho. Si no me equivoco, durante esos días tenía que estar celebrándose el Mundial de fútbol y quizá ya habíamos vuelto de Portugal, aquellas noches de Barrio Alto, comas etílicos y pensiones de putas en el barrio de Intendente. Traté de escribir una novela sobre ello pero no me salió, claro. Tengo la tendencia a empezar en verano todo lo que escribo y así siempre hay margen para la decadencia. S. vivía en Hortaleza, casi Manoteras. En la misma casa que una chica que a mí me gustaba mucho. Años después, se mudó al lado del Malaspina y llegamos a ser muy buenos amigos, incluso fuimos a Albacete en su coche a ver el debut de Fernando Torres con el Atleti.

Luego, creo que se enfadó. No lo sé. Luego pasaron muchas cosas y es normal a esas edades. Yo no me enfadé, desde luego. Creo que le ha ido muy bien y ha estado en muchos medios y está ahora de jefazo en alguno de ellos. Era un buen tipo. Cuando estábamos en el Ramiro y jugábamos al baloncesto, los dos de lejos, sin arriesgar entre tanto atleticismo, con nuestro tiro de tres como único recurso, nos sonreíamos sudorosos y él me llamaba "compañero de estigma". Una definición preciosa que me apropié de inmediato.

*

A veces, también leo. Cuatro semanas para, por fin, tener casi terminado "Lectura fácil", de Cristina Morales. Y eso, insisto, que me está gustando... pero no tengo la cabeza para nada que no sean números, que no sea inmediato y que no sea yo. Me tumbo en la cama con el libro y tengo dos opciones: poner el piloto automático y pasar páginas como bobo o prestarle la atención que se merece porque es un libro en el que en cada página hay algo. Algo que te agradará o te desagradará pero que casi siempre te pillará por sorpresa. Es muy complicado hacer un libro en principio tan normal y que en realidad sea tan denso. Uno de esos libros de los que es imposible hacer sinopsis porque lo que hay es debate.

Mientras, estiro las piernas hacia el pecho o las retuerzo una contra la otra o las dejo caer a un lado de la cama. Me ha dado un ataque de ciática tremendo en el lado izquierdo y está pasando al derecho, como si fuera la conjuntivitis de un niño pequeño. Eso es de tanto sentarme, eso es de tanta tensión y tan pocas posibilidades de liberarla. La semana pasada eran los vértigos y la ansiedad, hoy son los piramidales y los muslos. La Chica Diploma me dice que busque una crema relajante, pero no está por ningún lado. Esta es una casa hecha a su imagen y semejanza y a mí me cuesta una barbaridad descifrar los espejos.

Veo una entrevista con Contador y leo un foro en el que hablan del uso de la EPO en los años 90. En Teledeporte han pasado a la lucha canaria. Las luces del patio, ya digo, encendidas, como encendidas al fondo las del edificio Vodafone con su rojo lejano. El primer día me saqué un pequeño taburete para trabajar en la terraza. Ahí se ha quedado. Lo que antes era pereza poco a poco va dando paso a algo parecido al pudor. El pudor de estar solo, quizá, y no tener ninguna gana de compartirlo.


viernes, abril 10, 2020

Limbo


Termino de leer mi novela apresurada y resulta que me gusta. Supongo que en realidad me gusto yo, pero, en fin, eso tampoco es mala noticia. La novela está bien escrita y cuenta exactamente lo que yo quiero contar y como quiero contarlo. Creo que eso antes no pasaba. Creo que antes todo era más académico, más "qué esperan los demás que escriba". Ahora, no. Ahora, quizá porque los dos experimentos anteriores han acabado aparcados en mi ordenador, he decidido hacer lo que me dé la gana y creo que así se va a quedar.

No es una gran historia. Tampoco es un gran personaje. Pero es una bonita narración, un poco como este blog. Un acompañamiento por un momento complicado y una isla complicada, simplemente. No va a cambiar el mundo y eso es un alivio estupendo. El libro ha pasado por varios títulos. Empezó como "Fuerteventura", sin más, luego pasó a "The lost weekend", lo cambié por "El juego de Chiara" (no sé por qué me pareció más comercial... pero Chiara es una mota en este jarrón) y parece que se va a quedar como "Limbo".

Me gusta la idea de "Limbo" porque es precisamente la idea de la que parte el libro y a la que llega. Ni santos ni diablos. Una historia de redención en un lugar para redimirse. Creo, además, que el limbo como tal ya no existe, y desde luego suena mejor que "purgatorio". Me gusta incluso la idea de hacer una trilogía con los otros dos libros y titularlos "Cielo" e "Infierno", no solo por capricho sino porque tendría sentido. Puede que un día lo haga. Solo por hacerlo, que es como se hacen las cosas.

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Parte de la idea del título está, por supuesto, en las páginas del libro, en la cantidad de veces que repetía la palabra en cada capítulo; tantas que he tenido que meter podadora a destajo. La comparación constante con "San Junípero", el capítulo de "Black Mirror". Algo así como un "San Junípero" en el que de repente algo sale mal y nadie sabe qué es. Ni hay por qué saberlo ni hay por qué explicarlo. La incomodidad y punto. Debe de ser frustrante.

Pero si el libro se llama así (de momento, esto va por impulsos) es porque en un momento dado se menciona la canción de Bryan Ferry. Una canción de 1987 que pasó completamente desapercibida, de la que nadie se acuerda, inquietante, inconexa y con un punto misterioso que no culmina en nada concreto. Como mi libro. Una canción que, como Chiara, es una mota dentro de la discografía excelsa de Ferry, sea en solitario o con Roxy Music (las horas con mi hermano escuchando "Avalon", en el cuarto de fondo mientras aporreábamos el teclado jugando al PC Fútbol).

Una canción, sin embargo, que me fascinó con once años, en un especial de esos de Nochevieja que hacían antes con artistas de todo tipo. Puede ser el de 1987 a 1988 o el de 1988 a 1989, el año que los Pet Shop Boys tocaron el "Domino Dancing" y Vaitiare me pareció la chica más guapa del mundo. La Nochevieja que pasé con mi padre, en su casa de Cuatro Caminos, estoy casi seguro, aunque en esto, como en casi todo, me puedo equivocar.

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El reloj se vuelve a parar a las 9.40, como si fuera una canción de Aute equivocada. Lo hizo ayer por la noche y lo ha hecho hoy por la mañana. Creo que no es una cuestión de pilas sino que las manecillas se paran ahí por pura mecánica. Como si me quisieran avisar de algo. Como si me dijeran: "mira, en serio, lo dejamos aquí". Pero no, claro, el ritmo no para. Además de rehacer novelas, escribo artículos y corrijo redacciones. Organizo videoconferencias para mis alumnos y calculo porcentajes de fallecidos en Bélgica.

Es una vida, quizá, con demasiada adrenalina. Ayer, hablaba con la Chica Diploma mientras tendía una lavadora. Al final, fueron dos. Siempre hay algo pasando en algún lado, incluso cuando en principio no pasa nada. Cuestión de expectativas. A las cinco estaba tan cansado que me eché a dormir. En general, el cansancio lo es todo. Un cansancio mental que puede confundirse a veces con irritación, poca paciencia. Acabo regañando a mi mujer y a mi hijo mayor. Mi hijo pequeño aún no me entiende. Le veo en vídeos y aquello no es un bebé, es un cachalote. Hemos creado un monstruo.

Vuelvo aquí. Tengo en este momento 34 pestañas abiertas en el portátil y no me pierdo. Sé dónde está Canarias y dónde está Castilla y León. Sé dónde está Worldometers y dónde está Cyclingnews. Sé dónde está Le Monde, dónde The Guardian y dónde The New York Times. Sé dónde están los enlaces al libro de Bugno y sé dónde están mis aulas virtuales. Funciono con dos pestañas de Twitter abiertas todo el rato porque a menudo las necesito. Mi reloj me da señales que yo ignoro. El otro día vi a Toni Kukoc jugar contra Italia una final de un Eurobasket y se me erizó la piel.

domingo, abril 05, 2020

La valse d´Amélie


Conocí a la Chica Portada porque me había enamorado de su amiga dos días antes. Dos meses después. me enamoré de otra amiga suya y así estuvimos un año y medio pero esa sería una historia muy larga. Conocí a la Chica Portada, digo, y esa misma noche me dijo que tocaba el piano... pero que nunca lo tocaba en público. Yo estaba borracho y ella probablemente también y le solté aquello de "ya verás, un día te podré oír tocar" y ella dijo "no" como le dice un borracho a otro cuando los dos tienen veintipico años: con una contundencia abrumadora. Aquella noche no era Nochevieja, pero todos quisimos pensar que sí.

El caso es que nos hicimos muy amigos. Tan amigos que parecíamos sacados de "Dawson crece", con nuestros portales bajo la lluvia. Ella era muy madridista y yo no. Tuvo una historia con un chico que era del Celta pero nunca quiso llamarlo "novio". Yo la vacilaba mucho. Ella sabía leerme a la perfección y nunca me pareció que fuera fácil. Ella sabía leer a todo el mundo a la perfección y por eso sabía siempre dónde colocarse. Puede que eso sea lo que Andrés Barba llame "astucia". Hubo un tiempo que pensé que me había enamorado de ella -hubo un tiempo que en fin...- y habría tenido toda la lógica del mundo. Como coincidió con que estaba leyendo "El libro de Rachel", yo le escribí "El libro de Rubio" y lo dejé metido en mi ordenador bajo llave. Solo se lo enseñé cuando ella ya estaba en otro continente y yo andaba casado y probablemente con un hijo.

Mucho antes de eso, antes quizá del enamoramiento o lo que fuera, me invitó a su casa. Yo he pasado en casa de la Chica Portada todo tipo de tardes improbables, pero aquella fue especial: efectivamente, se sentó al piano y tocó. Tocó "La valse d´Amélie", tocó "Clocks", de Coldplay, y seguro que tocó muchas más. En aquel momento, me sentí la persona más afortunada del mundo. La persona más querida del mundo. La Chica Portada desde luego nunca se enamoró de mí y desde luego nunca tuvo dudas ni escribió cuadernos prohibidos... pero se sentó al piano, venció su vergüenza y me hizo sentir importante. Y puede que al final el amor sea eso. El amor de verdad, digo, no el de "poli deluxe" y revista adolescente.

*

De todos modos, eso ya había pasado antes, ojo. Todo ha pasado antes, que diría Nietzsche. Pasó con la Chica Berklee en 2003. La chica Berklee, pianista profesional, también se negaba a tocar para sus amigos y solo cuando se rendía, cuando le daban esos ataques de ansiedad en los que se daba cuenta de que no podía sostener el mundo ella sola, me invitaba a su habitación enorme y se ponía a tocar cualquier cosa. Yo le enseñé una melodía con cuatro o cinco acordes muy básicos (yo también tenía piano en casa, el piano de mi tío, yo también estudié tres años en una academia cuando era un niño) y a ella le gustó y empezó a hacer variaciones y se comprometió a componer algo llamado "La incertidumbre de Ortiz" pero luego se fue a Boston a vivir y todo se complicó mucho.

Fueron aquellos días de junio y julio de 2003 algo extraños y divertidos. Me acuerdo que dormimos juntos varias veces. Solo dormir. Nos gustaba despertarnos el uno al lado del otro. A la Chica Berklee le gustaban los hombres pero sobre todo le gustaban las mujeres y en parte, eso decía ella, se iba a Estados Unidos a recuperar un amor de adolescencia. Por el camino, encontró otro y decidió quedárselo. Hizo muy bien. Cuando acabó esa relación -y duró casi seis años-, ya vivía en Nueva York, barrio de Brooklyn, estación de Prospect Park, pero estaba cansada. Organizó un viaje de tres meses por todo el país para encontrar una universidad donde pudiera dar clase de composición y yo le acompañé en la primera parte, hasta Seattle.

Íbamos en un coche amarillo del año 90, que nosotros llamaríamos Ford Fiesta pero ellos llamaban Ford Festiva. Le pusimos de nombre Ramón y nos obligó a visitar talleres mecánicos en varios estados de la unión. Por las noches, dormíamos en moteles Super 9 o en parques nacionales. Ella leía "Guerra mundial Z" (era 2009) y yo leía "2666". Teníamos un mapa enorme de carreteras y los destinos apuntados en una libreta. Seguía componiendo pero en vez de usar un piano, usaba una aplicación de Apple y se ponía cascos. En la tele no hacían más que pasar reportajes sobre Michael Jackson.

*

Sospecho que la vecina de al lado ha estado enferma. No lo puedo asegurar. Sí recuerdo las toses muy al principio, cuando cada tos era más motivo de chiste que de preocupación. Luego, algunas conversaciones sueltas. Vivimos en un bloque de pisos con tabiques estrechos. A veces, viene gente a visitarla y yo siento la tentación de llamar a la policía, rollo "Fresa y chocolate". Luego se me pasa. También es verdad, ahora que lo pienso, que quizá cantaba demasiado para estar enferma. Aun dando por bueno que "el que canta, su mal espanta", no puedo dejar de asociar música con alegría, con un cierto optimismo.

Desde hace una semana o así, su música ha desaparecido y queda el Canal 24 Horas y la radio. Es bonito escuchar la radio en una casa. No ya en el coche o de paso hacia algún lado. En casa. Elegir la radio frente a las demás alternativas, generalmente, creo, la SER, lo que la hace poco proclive a las caceroladas de las nueve de la noche. Cuando paso la aspiradora, me siento un poco culpable, e intento hacerlo lo más rápido posible. Sé que ella me escucha a mí tanto como yo la escucho a ella. Sé que ella también entiende parte de mis conversaciones de teléfono y se ha tenido que dar cuenta de que yo no oigo la radio nunca, pero tampoco veo la tele. Yo voy con el ordenador a todos lados y ahí me pongo Filmin o HBO o Movistar o lo que corresponda.

Música también, por qué no. Esta mañana me levanté con ganas de escuchar "Chica pop", de Zahara, que siempre me ha parecido una canción tristísima dentro de un disco que Universal se empeñó en vender como alegre. Después, me decidí por Yann Tiersen. Creo que si han llegado hasta aquí, no tengo que explicarles por qué. Volumen bajo, bajísimo incluso. Puede que antes de comer me ponga la banda sonora original de "Underground" por aquello de ir animando el día. Espero que ella lo entienda, espero que no se asuste al oír los disparos y las trompetas de los zíngaros. Espero que esto acabe cuanto antes. Ayer, en Twitter, un seguidor me dejó un bonito mensaje: "No quiero causarte ninguna molestia, pero creo que deberías descansar un poco". Más razón que un santo, tenía, pero es que yo nunca he sabido hacer eso.

miércoles, abril 01, 2020

La virgen de agosto


Creo que el objetivo de Jonás Trueba era que todos nos enamoráramos de Itsaso Arana -que todos entendiéramos su amor por Itsaso Arana- y quizá el de Itsaso Arana fuera que todos nos enamoráramos un poco de Madrid, no ya de Madrid en términos estéticos sino puramente sentimentales. Esto es, que nos reencontráramos con lo mejor de nosotros mismos recordándonos en esas terrazas, en esos parques, en esas verbenas. En cualquier caso, ambos lo han conseguido. También hay que reconocer que no era difícil.

"La virgen de agosto", con ese punto veraniego, luminoso, juvenil y su aire natural en unos diálogos que rozan intencionadamente la pedantería sin importarles, no puede sino recordarme a Eric Rohmer. Incluso los chicos que se cruzan en el camino de Eva, con sus pelos al viento y su aire atormentado, podrían haber protagonizado "Cuento de verano" o cualquiera de las "Rendez-vous de París" que tanto marcaron mi adolescencia. Es una película agradable, soberbiamente interpretada y dirigida... porque esa naturalidad ante la cámara no es fácil de pedir ni de dar. De hecho, en la naturalidad es donde buena parte de los actores españoles fracasan.

Hay un equilibrio tenso en toda la película. Cuando Arana, con sus sonrisas, con su actitud siempre positiva ante la vida, con su capacidad para solucionar problemas, empieza a parecerse a Amélie Poulain, el guion sabe poner el freno y pararla: "Qué haces tú aquí dándonos lecciones a todos", viene a decirle, buen rollito, uno de sus interlocutores. Por lo demás, no sé si la película tiene mucho interés para quien no sea madrileño porque las claves son demasiado internas. Desde luego, todo el mundo puede reconocer y valorar el Palacio Real o el Templo de Debod, pero el 90% de la película es una broma privada en el que el público tiene que ser cómplice para entender el contexto y su importancia.

¿Y saben qué? Que está bien que sea así y no se explique nada. Y que pasé un rato muy agradable. Y que no es nada fácil en estos momentos.

*

Por ejemplo, yo, si veo el templo de Debod me acuerdo de aquella actriz con la que paseaba por los lugares más tópicos allá por 2006, cuando ella tenía 22 años y yo 29 y todos mis intentos de seducción estaban llamados al fracaso pero aun así ahí seguíamos los dos, disfrutando de un juego que sabíamos condenado sin importarnos en exceso. A. y G. reflejados en A. y G., entrando en exposiciones, fantaseando con coger el funicular de la Casa de Campo, esperando autobuses nocturnos en un banco junto a la farmacia 24 horas de Cea Bermúdez.

Por ejemplo, yo, si veo la agitación de las noches de verano cerca del viaducto, si intuyo las escaleras que suben y bajan al café del Nuncio, si imagino el Contraclub con sus luces rojas, me acuerdo de aquella estudiante de periodismo a la que no le gustaba Love of Lesbian y con la que paseaba de la mano de madrugada, camino de su casa por si se perdía, mientras un grupo de alegres borrachines que encajarían perfectamente en la película nos gritaban "que se besen, que se besen" y nosotros nos mirábamos sin saber muy bien qué hacer porque obviamente queríamos besarnos pero a la vez estábamos abrumados por las consecuencias así que creo que sí, que nos dimos un pico, pero también puede que no y que eso fuera más tarde, pero en cualquier caso fue bonito. Bonito el paseo, bonita la hinchada, bonito Madrid. Grandes los lectores.

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Luego, claro, el contraste. La nieve del 30 de marzo, la lluvia del 31, siempre tras la ventana, por supuesto. El supermercado con las puertas cerradas para que vayamos pasando de uno en uno, para que en una extensión enorme no coincidamos más de diez personas, todos con nuestros guantes, la mayoría con sus mascarillas. Una cajera y un reponedor. La calle Clara del Rey ahora ya sí, por fin, totalmente vacía, con el 72 pasando regularmente, cada quince minutos, sin pasajeros, solo cumpliendo un trámite, y los coches de policía patrullando en círculos.

Esa es mi ciudad y esa es mi vida en comparación con la ciudad y la vida a la que remite Trueba. Hay momentos en los que siento que la angustia va a poder conmigo, en los que noto opresión por todo el cuerpo, dolores difusos, taquicardias, ganas de llorar, una soledad inmensa, mareos y vértigos. Miedo, en resumen, un miedo horrible al presente y un miedo horrible al futuro que es mejor ni mencionar. Documentales de deportes y series de narcotraficantes. Ansiolíticos a mansalva. Un desasosiego no ya de guerra, sino de preguerra. De ahí que hable de angustia y no de ansiedad, eso lo definió Barthelme mejor que nadie.

Las noches alargándose a las dos y media o las tres de la madrugada. Los despertares continuos. En la mesilla, un vaso de agua con un antibiótico y un Alprazolam. Me cuesta respirar pero respiro. Me cuesta comer pero como. Me cuesta estar aquí, concentrado frente al ordenador, pero estoy. Así ha sido mi vida en los últimos veinte años y así seguirá siendo. ¿Por qué no me acostumbro? Porque en eso consiste la enfermedad: en no saber acostumbrarse. No saber hacer caso a Larry David, sentarse en el sofá y hacer lo mínimo. Me pagarían igual, ¿no? Pero no, no puedo. Y en el pecado llevo la penitencia.