martes, abril 30, 2013

Entrevista a Aleix Saló


A sus 29 años, Aleix Saló se enfrenta de nuevo al reto de la divulgación. Desde que saltara a la fama con el vídeo de su libro “Españistán”, Saló es una referencia para muchos ciudadanos que no entienden lo que pasa en su país y en el mundo. Obviamente, eso tiene sus riesgos, como él mismo reconoce: “Al utilizar un lenguaje muy popular, tengo facilidad para manipular muchas cosas… y de hecho quizá lo estoy haciendo sin darme cuenta”. Lo cierto es que en “Euro Pesadilla” intenta ir un paso más allá, sin quedarse tanto en el presente y en el discurso más o menos directo, para explicar, en cambio, siglos y siglos de Europa y su lugar en el mundo. Si por algo destaca Aleix es por su claridad, eso nadie se lo puede negar. Su visión de la progresiva desaparición de la clase media, una clase media acostumbrada a planificar, caracterizada por la estabilidad y que ahora ve cómo todo se tambalea, es brillante. En esta entrevista intentamos alejarle un poco del entretenimiento para aclarar conceptos que pueden quedar perdidos en sus vídeos y sus libros. Otra cosa, como él mismo diría con su constante humildad, es que lo consigamos.

Después de “Simiocracia” desapareciste del espacio público para preparar este libro, ¿qué sensaciones tenías entonces, cuánto había de necesidad de prepararse y cuánto de necesidad de escapar de un estrellato tan repentino?
 
Déjame que ponga en duda lo de “estrellato repentino” porque creo que me viene un poco grande. Tener muchas visitas en YouTube es como un músico que toca en el metro: te pueden oír cien mil personas a lo largo del día y que por la noche nadie se acuerde de ti. De todos modos, mi retiro -que tampoco era tal, porque seguía colaborando en un programa de la SER- era más una cuestión de sensatez, de decir “me tengo que poner con el libro porque si no no voy a cumplir el calendario”. Las redes sociales te quitan mucho tiempo y yo las veo como trabajo. Y también un poco para dosificarme, porque a veces lo de estar permanentemente disponible hace que se devalúe un poco tu trabajo.

¿Qué tecla crees que tocaste con “Españistán” para conseguir un éxito así con el vídeo de un libro que se vendió relativamente poco?

¡Mucha gente me decía “El cómic me ha gustado”, refiriéndose al vídeo, cuando el libro llevaba un mes en las tiendas muerto de asco! Era una apuesta tan arriesgada, basándome en pura intención, que para mí fue un aprendizaje. Aquello fue un golpe de suerte más o menos desordenado, pero yo estoy mucho más contento de lo que ha venido después: con más conocimiento de causa y más opiniones para valorar mi trabajo, he ido redireccionando mi mensaje y quizás ahora me vea menos gente, pero vendo más libros. “Simiocracia” vendió más que “Españistán” y espero que “Euro Pesadilla” venda más aún.

Una vez dijiste “No tengo recetas para el futuro, pero me gusta explicar el pasado”. Sin embargo, la gente pide soluciones inmediatas para el presente, ¿cómo vives esa exigencia?

Es un equilibrio complicado. El análisis del pasado siempre lo he hecho y lo seguiré haciendo, entre otras cosas porque, recalco aunque parezca un pesado, yo no soy un experto: trabajo en una liga inferior y trato de hacer de puente entre el mundo popular y el académico. De hecho, el propio leitmotiv de este libro, el “vampirus ibericus”, es una recreación popular del ya famoso término de Robinson y Acemoglu de “élites extractivas” en su libro “Why nations fail?”(“¿Por qué fracasan las naciones?”). Es como llevar eso al “mainstream”, al cómic. Dicho esto, en serio, dudo que alguien me tome como referencia…

“Cada vez que Alemania se ha propuesto ejercer el liderazgo político, Europa ha temblado”, dices como conclusión en “Euro Pesadilla”, ¿cuándo en la historia ha dejado de temblar Europa y bajo qué liderazgo?

Puedes leer el resto de la entrevista de forma gratuita en la revista UNFOLLOW

domingo, abril 28, 2013

Otra de políticos haciendo el ridículo


El mantra obsesivo de la campaña electoral del Partido Popular fue “nosotros sabemos cómo crear empleo, lo hemos demostrado, y cuando creemos empleo el resto de la economía mejorará automáticamente”. Se apelaba entonces a la reactivación del poder adquisitivo de las familias, el comercio, la mayor recaudación del Estado sin necesidad de subir impuestos… Crear empleo lo era todo hasta el punto de que Rajoy se hizo su famosa foto en la cola del INEM para deleite de “El Mundo” y la melodía sonaba bien: efectivamente, con más gente trabajando y más dinero en circulación, las clases medias podrían volver a levantar el país y solucionar el resto de los problemas. O intentarlo.

Es cierto que el PP habría ganado esas elecciones sin necesidad de grandes ideas. Con haberse puesto un cartel de “Compro Oro” en la calle Preciados, a Rajoy le habría valido para ganarse la confianza de millones de españoles desesperados y sacar una mayoría absoluta, pero el mantra elegido fue el mantra elegido y de eso no tengo la culpa yo, así que permítanme que me choque que salga ahora Carlos Floriano, vicesecretario de organización del partido, a decir que la cifra del paro no importa tanto, que los índices macroeconómicos son los que cuentan y los que ayudarán a crear empleos en el futuro.

Carlos Floriano, ese hombre: la llegada del PP al Gobierno ha puesto de relieve que sus altos dirigentes pueden ser tan mediocres como los del PSOE y aquí estamos los ciudadanos, como idiotas, votándoles alternativamente: ahora ponemos a unos, ahora ponemos a los otros.

En fin, yo no sé mucho de economía. No sé casi nada, de hecho. Pero sí sé algo de lógica y de contradicciones y es desolador que un partido llegue al Gobierno diciendo que va a crear empleos para acabar con la recesión y el déficit y al año y medio uno de sus múltiples portavoces salga a decir exactamente lo contrario: que lo importante es acabar con la recesión y el déficit y así, ya veréis, niños, conseguiremos crear las condiciones necesarias para que aumenten los puestos de trabajo.

Alfonso Alonso, que ya me pierdo con los cargos, pero creo que es portavoz del grupo popular en el Congreso —y, por cierto, ¿González Pons qué es ahora, de verdad es imposible tener una sola voz en estos momentos o es que lo que conviene es el zumbido de abejas que se interrumpen unas a otras?- dijo el viernes que “hay que explicar las medidas a la gente aunque sean impopulares”. Bueno, eso está bien, pero para eso convendría que esos políticos supieran qué medidas son y por qué se toman y eso es lo que no se ve en ningún lado. No es que los políticos del PP no expliquen, sino que lo que explican es absurdo y demuestra o da a entender al menos que no tienen ni idea de lo que están haciendo.

Como la otra palabra clave era “confianza”, a ella se han agarrado con fuerza tanto el Gobierno como los medios afines. Parece ser que la bajada de la prima de riesgo demuestra confianza en España. ¿Confianza en qué y por parte de quién? Se habla de la confianza como si fuera un valor absoluto, objetivo y se obvia que esa “confianza de los mercados” muchas veces depende de algo tan absurdo como un tweet falso de la Associated Press. Con mejores datos, España tenía la prima casi en 600. Que la tenga ahora en 300, no indica nada necesariamente esperanzador. Que los mercados “confíen” en nuestro país no parece que esté provocando ninguna mejora para nuestros ciudadanos y un país no es sino la suma de sus ciudadanos, no lo olvidemos.

Estaba pensando en lanzarme al monte y pedir la dimisión del Gobierno. Luego me han entrado dudas porque no quiero que esto sea Italia y a ver si nos vamos a pasar cinco meses votando presidentes que no saldrán nunca. Quizá se podría llegar a un término medio: respetar los resultados electorales y las mayorías parlamentarias… pero quitar del poder a los actuales responsables, incapaces no solo de enderezar la nave, que quizá sea imposible, sino de ser mínimamente consecuentes con sus propias palabras, las que les llevaron al Gobierno.

Yo no voy a pedir milagros ni voy a culpar a Rajoy de una crisis económica mundial. Tampoco debería haberlo hecho Rajoy con Zapatero, por esa regla de tres. Lo que sí puedo hacer es dejar en evidencia que todo lo que en el período 2008-2011 el PP preparó para cuando llegara al poder no ha servido para nada, que el nivel de mediocridad que eso implica es alarmante y que quizás haya que buscar, dentro del partido o fuera del mismo, a alguien que tenga alguna idea de qué hacer. Una idea que no pueda travestirse por completo al año y medio, me refiero.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"

sábado, abril 27, 2013

Crematorio


Me he enganchado a "Crematorio" y quiero ser Pepe Sancho ahora que Pepe Sancho está muerto. Lo único que me molesta es la cantidad de escenas en las que uno de los participantes se va muy digno dejando al otro con la palabra en la boca. Creo que hay tres o cuatro por capítulo. Probablemente eso en literatura funcione mejor; cuando uno lo ve, cuesta creerse que alguien pueda marcharse sin más de en medio de una discusión después de haber sentado cátedra y los demás se queden ahí tan tranquilos, incluso con ganas de aplaudir al guionista.

Lo increíble de la serie es que consigan que sientas empatía por el malvado constructor. Sé que no es la primera serie en la que el malvado es el héroe, pero no es lo mismo un mafioso de Nueva Jersey que un constructor de Valencia, una alcaldesa corrupta, un concejal de urbanismo con pieles de oso en su mansión... Todo nos pilla demasiado cerca y sin embargo, como españoles, les deseamos la mejor de las suertes. Que sus engaños lleguen hasta el fin y podamos seguir soñando con ser como ellos mientras nos llevamos las manos a la cabeza durante el Telediario.

Sábado por la mañana en Planetario. Suena por algún lado "Nothing compares 2U" y yo pienso en "Love, thy will be done", la canción que le regaló Prince a Martika cuando Prince le regalaba canciones a todo el mundo. Eran tiempos felices. Conocí a una chica a la que llamamos Martika. Conocí a una chica a la que llamamos La Orca. No sé cómo nos llamaban ellas a nosotros, quedábamos en casa de Melo y pasábamos ahí la madrugada, a menudo charlando, sin más. Noches de Pachá y Ku y Cherry-Cola.

El jueves me pasó algo raro: estuve en el concierto de Tucan Morgan -eso ya lo saben- y me tomé una copa. Nada espectacular: un whisky con coca-cola, lo de siempre. El caso es que, como luego me fui corriendo y con la copa a medio terminar, había olvidado que el whisky seguía en mi cuerpo y sobre todo en mi cerebro. Lo había olvidado porque, sinceramente, no se notaba en nada: llegué a la COPE y nada. Usé un ordenador y nada. Hablé con Lartaun un buen rato de manera coherente y ni una señal del whisky. Todo hasta las 02,47, que empieza a sonar el "Perfect Day" de Lou Reed para anunciar el Tour de Perico de 1988 y me entra una sonrisa tonta, una sonrisa de niño malo y entonces caigo en que no es que esté de buen humor sino que se me ha ido a subir la media copa dos horas más tarde y hago esfuerzos por no reírme, por no decir en antena: Perico, Tour 1988, Probenecid, Perfect Day, ¿lo pilláis? ¿Lo pilláis cuando suena "The needle and the damage done"? ¿De verdad hace falta que meta la banda sonora de Trainspotting para saber de qué estamos hablando?

¿De qué estamos hablando?

La mañana sigue mientras leo "Perdida", un libro que me mandó Random House hace tiempo y que no he podido leer hasta ahora por razones obvias. Tiene buena pinta. Salen escritores y en las fiestas ponen "Take me out", de Franz Ferdinand. Deja de sonar Sinead O´Connor y llega el silencio. La Chica Diploma tiene mi iPad. En tres semanas -algo menos- cumplo 36 años, signifique eso lo que signifique. Me quedan nueve años para seguir siendo "un joven escritor" pero creo que debería ir dándome algo de prisa. En Twitter hablan de los premios del Festival de Málaga y sigo pensando que lo ideal sería estar ahí y que es bueno que haya un festival con suficientes premios como para que todo el mundo gane algo. Incluso Mario Casas.

viernes, abril 26, 2013

Tripping



Más canciones: esta mañana en Twitter se pedían discos de 1991-92 y yo, en mi habitual torpeza, propuse uno de 1993. El "Modern life is rubbish" de Blur. Aún nadie me ha desmentido pero lo harán pronto porque basta con mirar en la Wikipedia y comprobar que "Popscene" salió en 1992 pero el disco como tal es del año siguiente, empezando por una de las canciones más bonitas que he escuchado nunca: "For tomorrow". Cuántos sueños prometía "For Tomorrow" cuando yo tenía 16 años, creía ser ese chico del siglo veinte y tarareaba con mi hermano, con Jorge Tomasi, con Rafa Díaz, con todos los chicos pop del Ramiro de Maeztu, el "la la, la la la, la la la la la la la la la" del estribillo.

Dicen que Damon Albarn despreciaba Estados Unidos y su cultura o por lo menos despreciaba muy concretamente el grunge y que por eso Blur no triunfó en América. Lo chocante es que triunfara tanto en mi instituto y no lo hiciera siquiera en su país. El disco llegó a un modesto número quince en ventas y eso fue todo. Hay pocos discos pop más infravalorados que el "Modern life", que no solo incluye canciones adolescentes gamberras sino la también esperanzadora "Starshaped" -que daba nombre a un VHS que me compré como buen fan- y esa maravilla llamada "Miss America", ideal para canturrear lánguidamente desde el estadio de El Sardinero a la casa de mi padre cerca del Ayuntamiento de Santander después de que el Racing ganara 2-0 al Madrid de Valdano.

Y es que por entonces, a los 18 años, yo hacía esas cosas: cogía un autobús cargado de cintas de dEUS y me iba un fin de semana a Santander a ver el fútbol y a mi padre, quizá, desgraciadamente, por ese orden, y luego buscaba cabinas de teléfono -no habia móviles- donde localizar a T. y decirle "estoy perdido, estoy exactamente en el mismo sitio que hace un año pero sin ti... y por lo tanto perdido". La chica del siglo XX que se preocupa de que su chico no se ponga malo otra vez, que no se agobie, que no se angustie. Los años sin ansiolíticos.

Ayer, en el concierto de Tucan Morgan o quizás antes -o quizá después- pensaba en aquella frase de Gandhi que luego tomó prestada Robbie Williams en una de sus canciones: "First they ignore you, then laugh at you and hate you, then they fight you... then you win". A mí me gusta más cuando la dice Robbie Williams porque me la creo más, en Gandhi todo me parece impostado, me lo imagino tocando el piano y mirando intenso a la cámara mientras la Yoko Ono de turno, cualquiera de las múltiples Yoko Ono con las que compartía cama, le iba abriendo las cortinas para que la luz entrara.

Robbie Williams se limita a ser un borracho y un decadente, o a parecerlo al menos, y, estéticamente, lo prefiero.

Volviendo a la canción -o a la frase- me venía a la cabeza la posibilidad de que ese fuera mi momento actual o que fuera un pequeño resumen -una aproximación más bien- de todos estos años: a todos, al principio, nos ignoran, por decreto. Más si hemos nacido a finales de los 70 o a principios de los 80. Luego empiezan a fijarse en ti y no necesariamente a despreciarte pero sí a tratarte con cierta condescendencia. En un momento dado, puedes tener una época de pequeño esplendor, de publicar en dos o tres sitios y que cada cosa que hagas sea la leche, aunque no lo sea ni de lejos. Pero todo eso no vale de nada si al final alguien no coge y te pone en su sitio. Quizás, efectivamente, no ganas hasta que alguien te ataca. Necesitas el ataque, el freno, la realidad. Es bueno que surjan dudas. Yo, ahora mismo, necesito dudas porque quiero cambiar cosas y, ¿cómo hacerlo sin ningún feedback? Puede que ese sea el momento y haya que dar un paso atrás para volver con más fuerza. Asumir que no eres tan bueno. Que los demás lo asuman también y no nos creemos burbujas.

Benedetti lo llamaba "simulacros". Eran otros tiempos.

Y así, "tripping", es decir, "trastabillándome", salgo del Café La Palma, hablo de Perico Delgado y su Tour de 1988 en la COPE eligiendo una banda sonora de lujo que casi me provoca una carcajada desde los primeros acordes y vuelvo a casa en un taxi de madrugada, que es algo también muy decadente, ansioso por que llegue la mañana, vuelva a ver a mi novia, me coma el pollo con patatas que me ha hecho en señal de amor eterno, y me trague en el Yomvi otro capítulo de "Crematorio", esa serie en la que los actores no sobreactúan, en la que la trama no es una gilipollez compuesta a base de chistes propios de Benny Hill y los protagonistas no tienen que poner mil caras y mover los brazos como espantapájaros taquicárdicos.

Una serie española que no es para adolescentes ni para pensionistas. Una serie para treintañeros, cuarentañeros, con el único problema de que Pepe Sancho está tan bien que se come a todos los demás. Excepto, quizás, a Alicia Borrachero. Comerse a Alicia Borrachero es muy complicado y si alguien podía hacer de hija de Rubén Bertomeu, si alguien era creíble como portadora de sus genes, sin duda era ella.

miércoles, abril 24, 2013

Todas las canciones hablaban de mí


La primera canción que suena, inopinada, justo al salir del metro de Delicias, es "Faust Arp". Yo un día fui esa canción, fui el chico que cantaba "We thought you had it in you, but no", el chico que cantaba "Exactly where did you get off? It´s enough, it´s enough. I love you but enough is enough... for no real reason", incluso el que se reconocía cuando oía aquello de "Reasonable and sensible, dead from the neck up, because I´m stuck, I´m stuck, I´m stuck...". Recuerdo que ponía una y mil veces la canción en YouTube, una versión acústica en una especie de campo escocés y lloraba como un niño. Mi madre estaba hospitalizada, mi abuela acababa de morir, mi mejor amiga había intentado suicidarse, Valencia quedaba muy lejos, acababa de descubrir que mi libro no existía.

La Chica Indecisa no iba a contestar más mensajes de los necesarios.

Ahora la canción no habla de mí y desde luego no habla de Valencia ni de chicos demasiado racionales y sensatos. Puede que hable del "te quiero pero he tenido suficiente" aunque ahora hay motivos, claro que sí. La impulsividad es algo malo pero la asertividad es necesaria y en esa bámbola nos tenemos que acunar como podemos mientras el iPod pasa a "Coconut" y el humor mejora, claro, tanto que decido que en vez de ir por Párroco Eusebio Cuenca voy a coger la paralela, la que no va a ningún lado, la que deja un descampado a la derecha y un montón de pisos iguales a la izquierda. Son las siete y media de la tarde, hace un día espléndido y puedo gritar: "Doctor, is there nothing I can take?... Doooctor, to relieve this belly ache" e incluso sonrío, me parto de risa yo solo, falseteando la voz lo suficiente como para que todo el mundo piense que estoy loco. Ese es mi regalo a Planetario-Arganzuela. Os entrego mi locura de miércoles por la tarde, el chico de la emisora de radio anunciando la siguiente canción: "Here´s a new Lily Allen song that you probably don´t know", con el sarcasmo del que sabe que la canción no es nueva y no es de Lily Allen y así empiezan los primeros compases de "Womanizer" y estoy ya llegando a casa, al portal abierto de par en par porque el portero ha sacado los cubos, la piscina en obras, unos niños jugando al fútbol con su padre fuera del pequeño patio de columnas.

Sigo cantando, por supuesto. Canto antes de los niños, durante y después, canto "womanizer, baby, you´re a womanizer" y por un momento me siento lo que un día creí ser. Yo sí que he vivido por encima de mis posibilidades hasta el punto de ir a casarme con una de las mujeres más guapas que jamás haya conocido. Coqueteo con el desastre, con el recuerdo de tantos otros coqueteos, los mismos que a la Chica Diploma le aburren aunque sepa que ya no existen. Sonrío porque ya no existen. Me tomé tan en serio lo de ser un mujeriego que no lo disfruté en ningún momento. Siempre me pareció que se podía hacer mejor. Creo, también, que muchas de mis amigas hicieron un excelente trabajo a la hora de ayudarme a creerme lo que no era, lo que era evidente que no era, y así intentaban hacerme más feliz.

Sin conseguirlo, ya digo, porque lo que queda cuando me siento al ordenador -el reportaje sobre Van Basten abierto, información sobre el Tour del 88 de Perico Delgado y el probenecid- es "Something in the way" y la lánguida voz de Kurt Cobain, la voz que me acompaña desde los 15 años y me cuenta cómo vivía bajo un puente, cómo se alimentaba de hierba y restos del techo y me explica que al fin y al cabo está bien comer peces porque no tienen sentimientos. Algo en el camino. Esta mañana me preguntaba el psicólogo que querría ser y yo le dije que lo tenía claro. Obviamente, era mentira. Mi respuesta fue algo así como "quiero ser al que le encargan algo, lo hace, le pagan y le dejan en paz". Algo en el camino, si se quiere. Algo, solo eso. Sin grandes titulares. Sin grandes decepciones.

No alarms and no surprises, please.

Bayern Munich 4- Barcelona 0


Es difícil saber desde cuándo el emperador va desnudo. Es difícil saberlo entre otras cosas porque el emperador va a ganar la liga con casi 100 puntos y más de 100 goles, pero si la liga se ha convertido en "un torneo clandestino que se juega los fines de semana", en palabras de Andoni Zubizarreta, el problema es precisamente que dos clubes se han empeñado en que no haya competición y que uno de los dos vaya a ganar siempre con 100 puntos y más de 100 goles sin que tenga pinta de que esto vaya a mejor hasta que la burbuja se pinche y todo se vaya al garete.

Yo diría -y he dicho muchas veces- que el problema viene del año anterior. De hecho, ganar la liga este año, con todas las circunstancias ajenas al juego que se han dado, después de lo que pasó en la temporada 2011/2012 me resulta sorprendente. Cuando el Barcelona ha jugado con el Madrid este año, cuando ha jugado contra cualquier buen equipo, siempre ha dado la sensación de ser inferior, claramente inferior. ¿Cómo es posible que la diferencia sea de trece puntos entre ambos a favor del equipo más débil? Sinceramente, para mí es un misterio.

Volvamos, en cualquier caso, al año pasado. Al famoso verano de 2011. El Barcelona viene de ganar liga y Champions y perder la Copa en la prórroga. Se ha quedado a unos centímetros -el gol en fuera de juego de Pedro- de conseguir su segundo triplete en tres años. Alex Ferguson dice en rueda de prensa: "Nunca en mi vida vi a un equipo jugar al fútbol como el Barcelona". Se mira al futuro y todo el futuro pasa por Cesc Fábregas. La caza se convierte casi en una obsesión y la pieza acaba llegando por unos 45 millones de euros. Junto a Cesc llega Alexis, por 36 millones, un extremo del Udinese que viene de hacer una gran temporada en Italia. La prensa se crece: "Hemos fichado al mejor jugador de la liga inglesa y de la liga italiana". Puede ser. Nadie se para a pensar si son los jugadores que necesita el Barcelona.

Me paro un momento para aclarar: el problema no son Cesc y Alexis. Los dos son grandes jugadores que simplemente no se han acoplado en ningún momento a la dinámica del Barcelona. Jugaron un excelente partido en el Bernabéu el 10 de diciembre de 2011 y desde entonces solo se ha tenido noticias de ellos cuando el Barça ha jugado contra los Mallorca de turno. El problema es todo lo que no se arregla en la plantilla a cambio de poder gastarse 80 millones en Cesc y Alexis. El problema es que se va Gaby Milito, el central veterano que garantiza actuaciones puntuales llenas de profesionalidad, y no llega nadie. Se va Bojan Krkic, el delantero suplente con gol, y no llega nadie. Crece la idea de que se puede jugar sin defensas y sin delanteros, solo con centrocampistas y, quizá, algún extremo para abrir el campo. Puede que sea verdad como recurso pero como método es absurdo. El espejismo llega en el Mundial de Clubes, cuando el Barça le mete cuatro al Santos jugando un 4-6-0. Desde entonces, no se vuelve a saber nada del equipo, que toca ahí su techo y empieza a caer lentamente.

El problema del central se intenta tapar con la cantera, pero Fontàs fracasa en sus dos primeras apariciones y entra el pánico. El 3-4-3 se convierte en algo habitual, para poder hacerle un hueco a Cesc y utilizar de paso un defensa menos. Al Barcelona le empiezan a meter goles, aunque no demasiados porque sigue siendo el equipo menos goleado de la liga. Le meten goles en los partidos importantes, que es lo que de verdad molesta, y sobre todo no marca. Messi, sí, Messi marca muchísimo, una barbaridad, más que nadie en la historia, pero sus compañeros no colaboran. Villa se pierde todo el año por una lesión espeluznante y en la plantilla no hay nadie que pueda ocupar su lugar. En el filial, tampoco. Esa posición, por decreto, no se trabaja.

El año acaba con una falta de acierto increíble contra el Chelsea. Una falta de acierto que se combina con la falta de competitividad que supone que un equipo que no ataca te marque tres goles: dos justo antes de llegar al descanso, en la ida y en la vuelta, y el tercero con el equipo ya volcado, a la desesperada, en el descuento de la segunda parte. Mala suerte. Sí, puede que sí. Pero la suerte y el acierto se mezclan demasiadas veces y en eso consiste el deporte, en acertar. Te pagan por acertar, juegas para acertar. Fallar un pase por un milímetro no es mala suerte, es falta de acierto. Tirar al poste en vez de a la red no es mala suerte es falta de acierto. Dejémonos de complacencias: un equipo que tira 40 veces a puerta y solo marca dos goles es un equipo que no ha tenido acierto, y no lo digo en el buen sentido. El deporte de competición es acierto, se entrena durante una vida para eso.

Guardiola se va. El último año de Guardiola, en lo táctico, ya ha sido un pequeño caos que acaba con Cuenca y Tello como titulares indiscutibles, a lo Cruyff en 1996. La apuesta se celebra y hay razones: ambos son excelentes jugadores aun sin costar 81 millones. El equipo está confuso y sobre todo está cansado. Los jugadores que van a la Eurocopa lo acusan: ya en Polonia se nota que no están al cien por cien. Ni Xavi, ni Pedro, ni siquiera Busquets. Puyol y Villa siguen lesionados. Sin embargo, el Barça apuesta por la continuidad: a Guardiola le sustituye su segundo, Tito Vilanova, y el único fichaje digno de ese nombre es Alexander Song, un jugador que se ha acabado asentando como pivote -su lugar en el campo- después de que su carrera en el Barcelona estuviera a punto de arruinarse por empeñarse en ponerle a jugar de central.

¿Y por qué tenía que jugar Song de central? Porque, de nuevo, no había centrales. Puyol se volvió a lesionar, varias veces. El año de Piqué ha sido horroroso para un jugador de su nivel. Mascherano ha pasado de recurso a imprescindible. Abidal suficiente ha hecho con volver a pisar un campo de fútbol. Bartra, no sabe, no contesta. Después de pasarse todo el año sin jugar, viendo cómo hasta Adriano pasaba por delante de él en las rotaciones, acaba de titular en el partido más importante de la temporada. No lo hace mal. Falla algunos pases y se pone de los nervios cuando tiene que fusilar a Neuer, pero es comprensible. Lo que no es comprensible es que su debut realmente competitivo sea en un partido de este tipo.

Lo que nos lleva a un axioma pernicioso: todo lo que sale de La Masía es bueno. Miren, eso es imposible. Lo que ha salido de La Masía ha sido increíblemente bueno durante años, pero eso no puede durar eternamente. No digo que no haya que intentarlo, pero jugarte una semifinal de Champions con un chico que tú crees que es peor que Adriano jugando de central no es serio. ¿Cómo es posible que no haya nadie para cubrir a lesionados y sancionados después de dos años? Pues no, no hay nadie. Bartra. Probablemente será un excelente central pero necesita una confianza que no se le ha dado y si no se le iba a dar lo suyo habría sido cederlo y fichar a alguien experimentado y con menos ataques de ansiedad.

El Barcelona llega a Munich y pone en evidencia todas sus carencias, pero esas carencias estaban antes: de entrada, no sabe a lo que juega. Tiene el balón pero no sabe por qué. Es lo que Martí Perarnau llama "posesión defensiva" y que está muy bien en determinados momentos de un partido pero no se puede prolongar eternamente porque uno se acaba olvidando de que el balón tiene como objetivo la portería contraria. Esas circulaciones, que durante tres años y pico se hacían en los tres cuartos del campo rival, ahora se hacen en campo propio. Miren la posición de Busquets ayer y entiéndanlo todo. Ya no es el mariscal que colocaba su bandera a treinta metros de la portería contraria y se mostraba infranqueable, embotellando por completo al equipo rival. Ahora Busquets está perdido, no sabe si atacar o defender. Todo el Barça en general no sabe si atacar o si defender ni cuándo está haciendo cada cosa. Solo cuando Messi o Iniesta cogen el balón se sabe que va a pasar algo. Mientras, el tedio, el torpor, un equipo convertido en su caricatura de Punto Pelota.

La cosa empeora cuando Messi no está preparado para jugar y aun así le ponen. Ayer, Messi estaba lesionado, esto es un hecho. Se pasó el partido trotando y perdiendo balones y poniendo cara de "esto es todo lo que puedo hacer". Tuvo que ser frustrante. Xavi no está mucho mejor. Probablemente esté peor, de hecho. Todo el Barça está hecho añicos físicamente y no es una cuestión de músculo sino de energía, de rapidez, de presionar arriba con ganas, recuperar, cerrar espacios, coordinarse, estar fresco mentalmente para que el pase decisivo no acabe siempre en las piernas de un defensa alemán. La Messidependencia llega en Munich a su punto ridículo, el de jugar con un cojo. La épica de sus tres minutos ante el PSG ha engañado a todos, ha vestido de nuevo al emperador desnudo como lo hizo ante el Santos de Neymar.

Al fútbol puedes jugar tres minutos con un jugador cojo, pero no puedes jugar noventa. Lo siento, esto es así, sea quien sea ese jugador. No en Munich, desde luego.

El Barça lleva dos años navegando entre la temeridad y el conservadurismo sin saber qué hacer. Entre el equipo roto pero vertical que juega a ganar 4-5 en Riazor, como en los buenos tiempos de Cruyff, y el equipo que se acochina con la bola y encima se descompone cuando la pierde. La circulación es lenta, errática, no hay desmarques y no hay nada parecido a una presión o una colocación correcta en el campo. Cada pérdida ante el Bayern acaba en jugada completa de los alemanes, que llegan una y otra vez a línea de fondo y fuerzan un córner, otro córner, otro córner más... así hasta que llega el primer gol, con Piqué mirando como Müller marca en segundo esfuerzo.

Que la primera parte acabe 1-0 es un milagro, como lo fue eliminar al Milan, como lo fue empatar ante el PSG. El Bayern no ha querido ir a por el Barça porque le respeta, porque sus jugadores, con sus clubes y con sus selecciones alemanas, francesas, holandesas... han perdido demasiados partidos contra los Xavi, Iniesta, Busquets y compañía como para mantener un miedo lógico. Necesitará de un segundo gol para quitarse las angustias y liberarse y comprobar que enfrente el emperador está completamente desnudo y, lo que es peor, entregado. Es difícil asimilar la facilidad con la que van llegando los goles, una facilidad de 5-0 frente al Racing de Santander. Es difícil ver que en el minuto 92 los centrales del Bayern se pasan la bola entre sí y nadie les presiona. Xavi lo intenta, pero no puede. Messi hace lo propio. Alexis mira, los demás miran... y la jugada aún acaba en córner -otro más- para el Bayern.

La diferencia entre ambos equipos ahora mismo es la que reflejó el marcador. Si no más. Y es un punto duro desde el que recomenzar.

El Barcelona está fundido. Obviar esta parte del análisis sería absurdo. El método Guardiola se basaba en la técnica y el toque, sí, pero también en una organización táctica y física que recordaba al Milan de Sacchi y Capello o al Ajax de Van Gaal. Presión en las bandas, presión en el centro, línea adelantada, coordinación mental constante... sin todo eso, el equipo no deja de ser competitivo pero es desoladoramente vulnerable. Lo lleva siendo dos años. Muchos me preguntan si es una cuestión de actitud. No creo. Puede que darte cuenta de que no das para más, de que llevas desde 2008 jugándolo y ganándolo casi todo, veranos incluidos, haga que bajes los brazos. Sería comprensible. El caso es que sin la presión, sin la carrera constante, el equipo se descompone, es un juguete roto. Le da para la liga porque la liga es una broma, la han convertido en una broma de equipos en quiebra dispuestos a ser goleados como corderitos por los dos grandes minotauros, pero no más allá.

Dos años después, falta un central y falta un delantero que presione y marque, como Eto´o o como el propio Bojan en 2010, cuando Ibrahimovic decidió borrarse y el de Linyola apareció de la nada. Dos años después, no sabemos cuál es el rol de Cesc en el equipo y desde luego él no tiene ni la menor idea. Tampoco la tiene Alexis, del que sabemos que lo intenta y eso no se le puede reprochar pero sin tener claro si es un delantero que arrastra centrales, un extremo que desborda o un media punta que pueda llegar desde atrás con potencia. Su torpeza con el balón en los pies, además, no le ayuda. Una torpeza que, entiendo, tiene que ver con los nervios. Yo me quedaría con los dos en el equipo, pero solo si me convencen de que van a hacer algo más que "lo correcto": que van a desequilibrar. Uno no paga 81 millones de euros por tíos que se asocian decentemente y arrastran centrales. Eso lo hacen Thiago y Jonathan Soriano. A las grandes estrellas hay que pedirles que actúen como tales.

En fin, el futuro no es fácil. No es fácil porque faltan piezas y no se sabe dónde buscarlas. Una de las cosas más raras de los últimos cinco años del Barcelona es su impermeabilidad con respecto al exterior, lo que hace que la sensación de burbuja aumente: de todos los jugadores que han salido del Barça solo uno ha triunfado moderadamente en otro equipo: Touré Yayá. De todos los que han llegado solo dos han triunfado sin paliativos: Mascherano y Dani Alves. Es muy complicado saber cómo acertar, con qué nombres. En cualquier caso, convendría que antes de gastarse millonadas en jugadores se tenga una idea aproximada de qué van a aportar al proyecto. Si la apuesta es que Cesc domine el medio del campo e imponga su ley, que así sea. Si la apuesta es que los centrales los saque la cantera, que así sea. Si el nueve va a ser siempre falso, muy bien, pero que no sea siempre el mismo falso nueve porque entonces si se lesiona todo se viene abajo.

El Barcelona ha bailado demasiado tiempo sobre el alambre y se ha caído de bruces. Puede pasar y no es ningún drama. Xavi dijo antes del partido en Munich: "Si disfrutamos, probablemente sacaremos un buen resultado". Nadie disfrutó ayer en el Allianz Arena. Nadie salió al campo con cara de ir a disfrutar nada. Puede que la solución esté dentro o que esté fuera. Culpar a Tito de esto cuando se ha pasado medio año luchando contra un cáncer es miserable. Si vale o no para el puesto se demostrará cuando tenga un año entero al menos para arreglar el equipo sin quimioterapias. Tiene que haber un punto medio entre "el mejor equipo de la historia" y lo de ayer. No todo tienen que ser grandes titulares ni juicios categóricos. Puede que baste con decir "se ha jugado mal" cuando se juega mal sin que eso sea una crítica a la totalidad. Para cambiar el juego hay que cambiar el análisis y con esto no me refiero solo a los técnicos, también a algunos periodistas o, más bien, forofos.

lunes, abril 22, 2013

Recuerdos del Festival de Málaga


Desde la distancia suficiente, creo que algunos de mis mejores momentos los viví en Málaga. Desde luego fue así en 2009 y quizá no tanto en 2010. La sensación de que todo era mentira, una recreación de algo, la estética del francotirador, cambiar hoteles, esperar la llamada de Madrid para volver y que esa llamada no llegue nunca. Fiestas de inauguración, visitas a radios, gritos desde las azoteas. Dani Sánchez-Arévalo lo resumía perfectamente hace poco en una entrevista a La Sexta 3: "Málaga es como una burbuja. La gente te para en la calle, te grita, se vuelve loca, te pide un autógrafo, te llama "guapo" y después te dice "¿y tú quién eres?". Las colas de niñas monas esperando a la puerta del Liceo por si viene Hugo Silva y las salva de algo.

Málaga era diversión. La posibilidad de sentirte importante y saber que estábamos todos juntos: directores, productores, actores, críticos... Echo de menos Málaga. Echo de menos sentirme importante y estar todos juntos, supongo. Medina del Campo es Malasaña, Málaga es un chiste, es un sketch, AC Palacio y multitudes aporreando coches. La Calle Larios llena de alfombras rojas y carteles de actrices. Fernando Alonso conmpitiendo por las mañanas en circuitos asiáticos.

Eran años locos, aquellos, años de San Sebastián y Valencia y Almería. Entre la gente del cine siempre me he sentido cómodo porque no esperaban nada de mí, porque me trataban con la necesaria superficialidad que requieren estos momentos: hoy somos los mejores amigos del mundo; mañana, no nos conocemos. Eso es necesario porque la intensidad tiene también sus límites. Estaría bien dedicarle un último año a eso: a desaparecer entre festivales. El último baile.

Por lo demás, esta mañana me ha sucedido algo extraño: he entrado en el baño a ducharme e instintivamente, al cerrar la puerta, he levantado la mano para encender algo. ¿El qué? El calentador de casa de mi abuela, la que dejé hace seis años. Es extraño que sucediera, porque no hacía frío y no estaba dormido -llevaba un tiempo perreando, leyendo un libro de Paul Kimmage en el iPad- y sobre todo porque es la primera vez en mucho tiempo que algo me remite a la casa de mi abuela. Quiero pensar que es un signo de que me siento en casa, porque yo "en casa" solo me sentí ahí, en Ramos Carrión 3, donde la COPE, extrañamente, me sigue mandando las transferencias.

Lo demás han sido buenos lugares de paso, y los lugares de paso son necesarios, pero casa, lo que se dice casa... la que no fue mía, la que no tenía calefacción central sino una pequeña cuerda que colgaba de un radiador para calentar el cuarto de baño y lo que hiciera falta. Cada vez que pasamos por la A-2 se lo recuerdo a la Chica Diploma: ahí murió mi abuela, ahí vivía Lucía. Los misterios de la Calle Santa Hortensia. La Chica Diploma lo lleva con una entereza admirable porque tiene que estar harta: ella ya sabe que en esa residencia murió mi abuela y ya sabe que frente a la residencia vivía mi ex novia. De mis ex novias, lo sabe todo, de hecho. Pero no le importa porque sabe que la quiero y que, si no la quisiera, probablemente, no me atrevería a hablar de ellas.

Los mecanismos de la culpabilidad son bastante predecibles.

domingo, abril 21, 2013

Emmanuel Carrère- Limónov





De Carrère nos fascina su sobriedad. Su manera de contar las cosas de una manera objetiva pero sin omitir juicios ni procesos mentales. Es la realidad pasada por la narración y, dentro de la propia narración, un autor que a veces sentencia y a veces duda y es precisamente esa duda abierta la que nos hace sentir que el tipo está siendo honesto. Nos gustó en “El Adversario”, nos encantó en “De Vidas Ajenas” y vuelve a ser su punto fuerte en “Limónov”, cuya lectura al principio es un poco tortuosa y acaba siendo una gozada.

Hay en este último libro una mezcla de reportaje para revista y biografía clásica. Los dos estilos se mezclan en el libro y eso a veces es bueno y a veces no lo es tanto. Me explico: todo aquel que compra la biografía de un personaje que considera interesante sabe que tiene que apechugar con las inevitables primeras páginas centradas en su niñez, sus padres, sus problemas, el colegio, etc. Generalmente, esas páginas son insufribles y mucho más si al personaje en cuestión ni siquiera le conocemos. No nos hagamos los estupendos ahora: Eduard Limónov es una figura que ha pasado siempre de refilón en España y solo los muy interesados en literatura rusa tienen una opinión formada sobre sus libros igual que solo los que realmente siguen la política de aquel país pueden saber sus problemas con la justicia y su empeño por formar distintos partidos que se opongan a Putin.

Por eso decía al principio que cuesta arrancar con Limónov y su infancia en la URSS estalinista. Cuesta ver qué hay de interesante en ese personaje más allá de su carácter pendenciero.

Para mitigar ese efecto, Carrère utiliza las armas típicas del reportaje periodístico: un primer capítulo introductorio nos ubica al protagonista en una manifestación en algún momento de finales de los 2000. Ese encuentro fugaz con el autor, le permite a Carrère ir hacia atrás y contar más sobre el personaje. Este truco de “cercanía-distancia-cercanía” se emplea solo al principio y al final del libro pero con éxito. En medio, quedan trescientas páginas de excesos. A Carrère le sorprende la entereza con la que Limónov vive el dramatismo de su vida, lo intolerable de sus opiniones sociopolíticas… y al lector le sorprende la relación amor-odio que Carrère mantiene con Limónov.

Hay en este libro algo que se insinuaba –y se criticaba- en “El Adversario”: la simpatía hacia el diablo. La compasión, más bien. La redención, si quieren. En la historia de Romand esta simpatía está más mitigada porque el tipo poca simpatía podía merecer, pero ya le llovieron entonces las acusaciones de “hacerle el juego” al múltiple asesino de mujer, hijos, padres y perro. Él quería pasar a la posteridad y gracias al libro de Carrère de alguna manera lo consiguió. Eso debió de perturbar al escritor y aquí se lanza directamente hacia cierto tipo de psicoanálisis compartido -¿por qué Limónov es así, por qué me gusta que Limónov sea así cuando debería odiarlo?- y una relación basada en la complicidad culpable.

No se puede acusar a Carrère de ocultar cartas bajo la mesa. Eso nunca. Limónov es un pro-estalinista, un tipo desagradable en el trato, extremadamente violento, habría matado ya de pequeño si hubiera tenido la ocasión, no supo digerir la derrota ni el éxito, perdió a todas las mujeres de su vida, se desentendió de sus padres, trepó mientras acusaba a los trepadores y a partir de la cincuentena derivó en un paneslavismo enloquecido que le llevó a hacerse amigo de Arkan y Karadzic, defender públicamente la posición serbia en Bosnia e incluso marcharse a Sarajevo a jugar al francotirador. ¿Jugar tan solo? Carrère tiene dudas.

Coqueteó con el terrorismo, no creyó nunca en la democracia, admiró a Charles Manson y a cualquier hombre que impusiera su voluntad personal sobre las convenciones sociales. Despreció y odió toda forma de compasión. Moral de señores frente a la molesta, cristiana, despreciable moral de esclavos.

Y, sin embargo, con todos esos datos sobre la mesa, se mantiene la lucha de Carrère por detestar a alguien detestable sin conseguirlo. La continua explicación de la explicación. Un matiz tras otro. El autor condena a su protagonista en una sola frase y luego dedica páginas a “salvarlo” de alguna manera. Hay en todo el libro la sensación de “este tipo, desde el poder, podría ser un nuevo Stalin, un nuevo Pol Pot, un nuevo Hitler… pero nunca llegará al poder. Nunca podría soportarlo”. La exención estética. Carrère intenta colocar a Limónov ahí, en la estética, porque sabe que desde la estética puede redimirle, igual que se puede redimir a Nietzsche.

La vida de Limónov es una vida de aventurero desde Yakóv a Moscú, desde Moscú a Nueva York, desde Nueva York a París y luego vuelta al mundo eslavo. Solo la biografía como tal ya merece un libro y desde luego se agradece un libro tan honesto y completo. A veces a algunos les puede molestar esa pose de Carrère, que parece gritar a quien quiera oírle “¡Eh, miradme, yo no escribo novelas!”, cuando sus narraciones coquetean continuamente lo novelesco y la introspección en los personajes y sus pensamientos es mucho más propia de un escritor de ficción que de un periodista riguroso que solo contara los hechos.

Hay en “Limónov”, como lo hay en toda su obra desde 1999, una mezcla de hechos, juicios de esos hechos, hipótesis sobre esos juicios y a la vez hipótesis sobre esos hechos. Lo prodigioso de Carrère es que se sumerja tanto en el psicoanálisis sin acabar siendo un auténtico coñazo. Lo contrario: uno acaba el libro sin ninguna gana de conocer al Limónov de verdad, sin interés siquiera de googlearlo, que es lo mínimo en estos tiempos, pero con la sensación satisfecha de haber estado compartiendo tardes y noches con un personaje que la merecían. Un personaje odioso, sí, pero personaje.

Si Carrère hubiera, de verdad, querido retratar a la persona, no habría podido siquiera empezar el libro.

Por otro lado, y esto no conviene olvidarlo, buena parte de la biografía de Limónov es la biografía de Rusia. De la Rusia soviética y de la Rusia de Yeltsin y Putin. La fascinación de Carrère por el país viene de familia y está muy presente en el libro. En especial las últimas páginas, las que abarcan el período desde la toma de la Duma por parte de Yeltsin hasta la elección de Medvedev como presidente para dejar a su jefe Putin como primer ministro, son más un ensayo de política que otra cosa. Un ensayo dentro de una novela de aventuras, que es exactamente lo que soñaba con hacer Carrère y que además cumple con éxito, así que, de nuevo, enhorabuena.

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo

sábado, abril 20, 2013

The cocoon


Salir de la burbuja. Me explico. La burbuja de la muerte de un padre. Los días anteriores a la muerte, los meses anteriores. La sensación, una vez acaba todo, de que nadie espera nada de ti. Esa maravillosa sensación. La burbuja, en definitiva. El horror y la burbuja que te protege porque es un horror muy comprensible, muy fácil de explicar: "Ha muerto mi padre", como la primera frase de un libro de Albert Camus, y ya caen los abrazos y las condolencias y los mensajes en Facebook. La protección interna y externa. El respeto al duelo. El duelo.

Luego pasan los días y hay que volver, es decir, hay que salir. Pasa una semana y vuelves al trabajo, vuelves a las clases, vuelves a los artículos, vuelves a la radio. De repente, te sientes expuesto y no de cualquier manera, porque expuesto estás siempre: ahora te sientes expuesto y a la vez exageradamente vulnerable. Groggy. Si alguien preguntara, yo diría que el adjetivo sería ese: ni triste, ni enfadado, ni nada de eso. Sonado. Sí, ese sería el adjetivo en castellano: sonado como un boxeador en un octavo asalto al que le limpian la boca y le obligan a salir con un empujón porque ha sonado la campana.

Son tiempos de campana, eso es todo. La campana suena y sales ahí y empiezas a repartir puñetazos como un loco sin saber exactamente quién es el rival ni dónde está. Pura inercia. Si no fuera por la inercia, te quedarías en la cama, deprimido, coleccionando libros y series y autocompadeciéndote, pero te han enseñado a no autocompadecerte -y eso fue una buena enseñanza solo a medias- así que sales ahí fuera como si nada, solo que la propia expresión es ridícula. ¿Cómo si nada? No. Mi padre ha muerto. Esta es la segunda vez que usted lo lee y es la tercera o la cuarta que mucha gente lo oye. El efecto en ellos no es el mismo. No puede serlo. Yo siento que no es el mismo al menos porque la protección, el cariño, los abrazos (la burbuja) tienen su tiempo limitado, es normal, ley de vida, así que yo sigo sin padre pero el mundo ya sí empieza a volver a pedir algo de mí, lo que sea, algo que se parezca a lo de antes. Los nombres contables y los incontables, por ejemplo.

Y así la confusión no va a menos, claro, porque lo que sientes es algo parecido a la amenaza. La amenaza de un golpe que no llega porque, insisto, no sabes dónde está el enemigo ni si hay enemigo, es todo angustia y ansiedad, entendida a lo Donald Barthelme, y así voy yo por las clases, los bares, las presentaciones, las radios... repitiendo a todo el mundo aquello de "se ha muerto mi padre" de una manera que ya no se parece a Camus sino a José Luis Cuerda, a ese personaje de "Amanece que no es poco" al que el médico incluso le felicita: "Qué bien se me ha muerto su padre" y luego pasa de cantina en cantina intentando que los demás le comprendan o que, en su defecto, le dejen leer sus novelas.

martes, abril 16, 2013

La última derecha de Ivan Lendl



Ivan Lendl llegó a Madrid en 1994 para jugar un torneo de tierra batida relativamente modesto, nada que ver con el Masters 1000 que se juega ahora en la Caja Mágica. Era una competición del Club de Tenis Chamartín, con pistas pequeñas que admitían poco público y estrellas selectas. Durante años se llamó Torneo Villa de Madrid porque lo pagaba el ayuntamiento, luego dejó de llamarse de ningún modo porque desapareció y hubo que esperar a 2002 para que la capital volviera a tener tenis profesional, esta vez en pista dura y bajo techo, hogar de los Agassi, Safin, Federer y Nadal.

Aquel Ivan Lendl tenía poco del Lendl imperial de los 80. Era un estadounidense de 34 años que había caído hasta el puesto 22º del ranking ATP. Sus articulaciones no funcionaban bien: llegó a cuartos de final pero allí el servicio le falló hasta en once ocasiones —creo recordar que perdió un juego al servicio en blanco con cuatro dobles faltas seguidas— y el rival de aquella tarde de abril en la que por fin pude ir a ver a mi jugador favorito era ni más ni menos que Thomas Muster, dominador de la tierra batida durante los dos años siguientes. El último set, para mayor escarnio, acabó con un 6-0 para el austríaco.

Que Lendl sea tu ídolo supongo que es una forma de vida porque Lendl lo tenía todo para caer mal a cualquier tipo sensato. Como jugador y como entrenador. Su hieratismo, su manía de arrancarse pestañas en medio de los partidos, su empeño en tirar al cuerpo con todas sus fuerzas cuando el contrincante subía a la red. Su competitividad extrema, en definitiva, la que le mantuvo 270 semanas como número uno del mundo en el período de 1983 a 1990, cuando fue destronado definitivamente por Stefan Edberg después del US Open de aquel año.

270 semanas repartidas en ocho reinados distintos que incluyeron luchas contra Connors, contra Becker, contra Edberg o Wilander… y sobre todo contra John McEnroe. Si el tenis de finales de los 70 se resume en los Borg contra Connors, el de mediados de los 80 se centra en los Lendl vs. Mc Enroe, el cerebro contra el corazón. Big Mac y sus ataques de rabia ante cualquier juez de línea, su necesidad del espectáculo constante hasta el punto de casarse con una actriz; al otro lado de la red aquel checoslovaco que ganó una Copa Davis para su país y salió de ahí corriendo, como hiciera Navratilova.

Lendl era un tipo machacón. De enero a diciembre. Torneos y torneos. Finales y finales. Hay que recordar que en un principio el checo era un perdedor y tuvo que quitarse el estigma a base de músculo y constancia. Perdió sus primeras cuatro finales de Grand Slam y estuvo a un paso de perder la quinta, la que sí ganó en el Roland Garros de 1984 frente al omnipresente McEnroe en cinco angustiosas mangas después de perder las dos primeras, evitando el ridículo y la burla del niño terrible del tenis masculino, quien no volvería a ganar nunca más un Grand Slam.

Sigue leyendo de manera gratuita el artículo sobre "El último baile" de Ivan Lendl, en la revista JotDown Magazine

lunes, abril 15, 2013

Gran Hermano 14: El proceso


Yo imagino el proceso porque lo mío siempre han sido los procesos y no los finales. El camino. Imagino la llegada de la chica -rubia, relativamente guapa, muy delgada y eso siempre es bueno en la tele- al casting y su confesión inmediata acompañada de una risa nerviosa: "Estar en Gran Hermano siempre ha sido mi sueño, no me pierdo ni una edición". Imagino la satisfacción del redactor o la redactora, el aleteo del buitre, la carne de cañón. Sigue, le dicen, y ella enumera ganadores y situaciones de ediciones pasadas y recuerda todas las veces que ha estado en ese mismo casting acumulando fracasos.

Solo que esta vez es distinto. Esta vez tiene algo más que ofrecerles: se casa. ¿Pronto? Prontísimo, nada más salir de la casa si es que gana. En junio. Los redactores se miran. No se lo pueden creer. ¿Y de verdad te quieres meter en Gran Hermano a punto de casarte? La chica rubia sigue sonriendo porque cree que si sonríe todo será más fácil y dice que sí, que es un cambio en su vida, un antes y un después, y que para cerrar esta etapa necesita -insiste en la frase- "cumplir su sueño".

En Zeppelin están a punto de dar saltos pero saben que su trabajo es no dar saltos, solo esperanzas. Le dicen que vuelva otro día, le dan una nueva cita. La chica llega a casa y lo comenta con su prometido. A él no le hace ninguna gracia pero cómo no va a confiar en ella, por qué no iba a confiar en ella si se van a casar. Desconfiar a los 24 años es condenarte a una vida entera de insomnios.

La chica tiene que saber que va a entrar. Aunque la certeza llegue entre ataques de dudas, tiene que saberlo. Es un plato demasiado apetitoso y está dispuesta a dejarse comer entera.

Mientras, en el proceso, como decía antes, un grupo de guionistas, redactores, productores... planifican cómo le van a destrozar la vida a alguien. De eso se trata. Celebran el odio y la pelea y la cancelación de la boda y el "aquí todo se vive de otra manera" antes incluso de que salga la lista definitiva de concursantes. Es su trabajo y no otro. Destrozar vidas. Hacer todo lo posible por destrozar vidas. Otra cosa es que luego lo consigan o no, porque no nos equivoquemos: eso no depende de ellos. Depende del prometido y de la chica rubia que llora emocionada mientras le pide, le ruega que vaya a apoyarla al plató, que se lo han pedido en la productora y a ella le parece una excelente idea, porque así, amor, estaremos siempre juntos, yo sabré que estás ahí cada lunes, cuando llame la presentadora para alimentarnos y ponernos más agujeros en la caja.

Minutos antes de desnudarse, publicitar un libro o pedir ayuda por la esclerosis múltiple.

domingo, abril 14, 2013

Horror has a face



Lo impresionante de la escena, mil veces comentada, es el chasquido del fruto en la boca de Marlon Brando mientras explica que el horror tiene una cara. He elegido la versión original porque no quería intermediarios. El horror tiene una cara. La mayor transformación que se ha hecho en el cine, una transformación de la que Coppola es ajeno porque ya se encontró así a Brando, es la de convertir al moribundo Kurtz de la novela de Conrad, ese enjuto comercial esclavista, en un hombre gordo, corpulento, seguro de sí mismo, capaz de medir cada una de sus palabras con parsimonia, con distancia. La distancia ante el horror. Por supuesto, el Kurtz de Conrad tenía esa distancia pero no ese rostro, esa calma sádica.

He recordado mucho las palabras de Brando estos días. Es lógico. Las repetía en voz alta cada vez que salía de casa de mi padre, especialmente en las últimas dos semanas, cuando instalamos una cama en el salón para que pudiera seguir con el simulacro de que en el salón no iba a morirse -se negaba a acostarse en un dormitorio, se negaba a dormir por la noche, se negaba a rendirse-. Estas cosas tienen sentido, no hay por qué decirle al niño que el monstruo aparecerá igual con la luz encendida ni al moribundo que la muerte no entiende de horas, aunque al final, como él temía, llegara de madrugada, pasada la una.

Yo bajaba las escaleras después de haber hecho mucho o haber hecho poco, eso dependía del día, y me repetía a mí mismo "The horror... the horror...", no como en la última escena de Kurtz, la de su propia muerte, que siempre me pareció reiterativa, sino copiando la inicial, ese paseo comiendo lo que yo quiero pensar que son pipas, a lo mejor de calabaza, el chasquido, la mirada, la lentitud en la conversación. La distancia, en una palabra. Buscaba la distancia porque, efectivamente, más allá de la distancia solo quedaba el horror. El horror en toda su expresión, en el gesto demacrado -Conrad, de nuevo- de mi padre, sus temblores y sus movimientos con la mano intentando coger algo, agarrarse al vacío.

El fin de semana antes de su muerte, estuve con la Chica Diploma en Medina del Campo. Era mi séptimo año consecutivo y yo fingía ser feliz como mi padre fingía esquivar la noche. Probablemente, de hecho, lo era. Me dieron una suite y un par de invitaciones y hablaba con Dani Pérez Prada sobre la situación que quedaba en Madrid. El horror sin cara. Hablaba de la distancia y de la necesidad de pensar que ese que tiembla no es tu padre, que es un enfermo, sin más, y que estar enfermo, morir en definitiva, es solo parte del ciclo de la vida y bla, bla, bla... Esos espejismos a veces funcionan y a veces, no. Funcionan mientras no vuelvas a Madrid y te encuentres la enfermedad de frente, cara amarilla, ojos casi en blanco, gemidos intermitentes mientras en la tele echan Texas Ranger.

El horror... el horror. Y las pipas.

Así que las cosas siguen así, en ese intento de poner distancia para luego arremeter el capote, porque tendrá que haber capote tarde o temprano y tendrá que haber embestida. Retrasar las cosas: el trabajo, la rutina, la ausencia. Salir a andar un domingo por la mañana, algo trivial, un paseo, y acabar haciendo veinte kilómetros en dos sectores de diez interrumpidos por una paella y un pincho de tortilla. Amago de escrache en Casa Mingo. Al llegar a casa, pensar en un post sobre cuando intentaba cambiar la vida a las chicas incluso en las oficinas del paro. Un post que ya debo de haber escrito mil veces y que hoy, curiosamente, no me salía.

A lo mejor mañana. Quién sabe.

A la muerte de mi padre




Un día del pasado mes de julio, Gonzalo Canedo, editor de Libros de Silencio, me llamó para proponerme la publicación de mi novela. Gonzalo estaba entusiasmado y eso me entusiasmó a mí porque yo he publicado libros, de acuerdo, pero para sentirme escritor de verdad necesitaba pasar por la prueba de la novela, como el adolescente que pretende hacerse un hombre sin saber que ya lo es. La llamada de Gonzalo acabó con una cita para vernos en Madrid, Hotel de las Letras; cita que tendría lugar y en la que dejamos todo a punto de caramelo.

Unos veinte segundos después de colgar a Gonzalo –y no lo digo por decir, no pudieron ser más de veinte segundos porque ni siquiera me dio tiempo a ir al baño en mi piso de 25 metros cuadrados- sonó el móvil de nuevo y lógicamente pensé que era él, que algo se le había olvidado. No era el caso. Quien llamaba era una amiga de mi padre y me anunciaba entre lágrimas desde Santander que le habían detectado una metástasis en el hígado, que aún no sabían dónde estaba el foco principal y que mi padre le tenía tanto respeto al hospital que habían decidido esperar a confirmar el diagnóstico con no sé qué prueba.

Así, en esos veinte segundos, había recibido una de las mejores noticias de mi vida y una de las peores con lo que eso conlleva: no saber lo que se espera de uno, lo que se espera de sus sentimientos, la imposibilidad de asimilarlo todo a una vez. Lo cierto es que nueve meses más tarde, Gonzalo está muerto de cáncer, la novela nunca se publicó y mi padre acabó falleciendo hace apenas unos días después de una agonía que demostró que el eufemismo “una larga enfermedad” a veces es cierto, no tanto por la duración de la misma sino por lo eterna que se hace a familiares y enfermos.

Mi padre tenía 58 años. No es edad para morir. Quizás eligió la semana apropiada para pasar desapercibido, la semana de Sara Montiel, Margaret Thatcher y José Luis Sampedro, todos con los 85 ya cumplidos. En su momento, cuando empezaba en esto de la escritura, me gustaba hacer necrológicas, como Jude Law en “Closer”: recuerdos que partían de un momento vivido con la persona fallecida de fondo, fuera personal o generacional; de un tiempo a esta parte, sin embargo, me resulta una tarea imposible porque una vida tiene demasiados matices. Ante la avalancha de hagiografías y demonizaciones de la pasada semana yo me mantenía al margen sabiendo que pronto, muy pronto, tendría que escribir la inevitable, que mi padre se apagaba en casa, una casa pequeña, de no mucho más de 25 metros cuadrados tampoco, donde ningún editor llamaba con ningún entusiasmo.

Se apagaba sin ruido, porque perdió la voz tiempo atrás. El núcleo de la enfermedad resultó ser el pulmón y luego la metástasis pasó al cerebro y por apagarse se apagó hasta el pelo y luego las piernas y quedó la cama y los quejidos y las pastillas que pasaron a ser inyecciones subcutáneas y el silencio de todos reunidos durante tres días esperando el momento sin que el momento llegara y creo que los que hemos vivido esto, mi padre ya semi-inconsciente, incapaz de reaccionar a estímulos, los ojos abiertos pero con la mirada perdida, sabemos que al final uno se acaba incluso cabreando por el hecho mismo de que no muera de una vez, que no se acabe todo cuanto antes, que pase una mañana y una tarde y otra madrugada sin escuchar el estertor final ni recibir la llamada definitiva.

Una llamada que llegó a la una y cuarto de la noche, jueves 11 de abril, a tiempo para salir de la cama sin haber entrado y empalmar un día con otro, un tránsito de tanatorios y crematorios buscando un recuerdo, uno solo que poder utilizar para empezar este obituario, para que sirviera de guía y ustedes pudieran divertirse o al menos entretenerse compartiendo el dolor.

Pero no, no encontré ninguno. La muerte es la muerte y supongo que ese es el nexo de unión y al fin y al cabo a mí con mi padre me sucedió lo mismo que con Thatcher, Sampedro o Montiel, que no conseguía ponerme de acuerdo en si le quería o le odiaba o exactamente dónde estaba el punto medio. Lo cual supongo que es triste, ya lo sé, pero es lo que hay y eso mismo quería contarles. Disculpen la tristeza.

Artículo publicado originalmente en el diario "El Imparcial" dentro de la sección "La zona sucia"

sábado, abril 13, 2013

Los escraches y el nazismo


Hace poco, en el Festival de Medina del Campo, programaron un corto documental llamado "El violinista de Auschwitz". El documental era impactante aunque en realidad no contaba nada nuevo. Se trataba del testimonio en primera persona de un superviviente del campo de exterminio por excelencia que contaba sus vivencias ahí, es decir, desde la primera estrella amarilla en Salónica hasta la detención y deportación masiva de miles de familias, la llegada en tren, la manera de arrebatarles todas las posesiones, matarles de hambre, observar cada día el fuego negro pestilento que salía de los crematorios, la conciencia de que de ahí no se va a salir, el miedo, los perros, los compañeros perdidos, los esqueletos andantes, la grasa humana convertida en jabón, la convivencia de griegos con italianos, rusos, polacos, alemanes, austríacos, franceses... porque el proyecto nazi de exterminio racial e ideológico no tenía fronteras, no tenía límites y todo el mundo asistía complacido.

Contaba la salida a través del violín, formar parte de la orquesta ante la que desfilaban los que iban a morir con sus pelos rapados, sus trajes a rayas sucios, rotos, el frío horroroso del invierno polaco y él tocando lo que sabía y trabajando para Bosch, donde el dueño le salvó literalmente la vida considerándole un trabajador imprescindible, es decir, un esclavo imprescindible que se acabaría salvando del humo negro, de la cámara de gas donde te daban una pastilla de jabón-grasa judía y te quitaban ya lo último que te quitaban antes de asfixiarte durante segundos, una muerte horrible, calculada, planificada desde lo más alto y aceptada por la sucesión necesaria de funcionarios a lo Eichmann que celebran las órdenes o se limitan a cumplirlas sin discutir.

El horror. El horror sin matices. La mayor crueldad que se conoce en la historia contemporánea de occidente. Las declaraciones de Primo Levi sobre Auschwitz y Dios, Auschwitz y la poesía. El nazismo. La refinada crueldad del holocausto, los millones de muertos por toda Europa.

No es que necesitara de ese cortometraje en concreto para recordar lo que fue aquella barbarie, pero hoy me he acordado de ese violinista y su número grabado en el brazo, con la condena de muerte en forma de triángulo incluida. Me he acordado al oír que María Dolores de Cospedal consideraba que los escraches eran nazismo. Y yo, que no soy un apasionado de los escraches, desde luego, no he podido evitar un ataque de rabia, de profunda rabia y desprecio. Por razones obvias. Por la profunda ignorancia y el horror que supone no solo que se ataque algo que, ya digo, me parece mejorable sino que se trivialice aquello, que alguien pueda pensar en algún sitio: "Ah, pues lo de los nazis no fue para tanto, total si es lo mismo que hace la PAH....".

No cabe un sinvergüenza más en este país y eso es un hecho.