sábado, diciembre 31, 2011

Yo sobreviví a 2011


A mí que tanto me gusta llorar y que tantos motivos debería tener en un 2011 que ha sido pésimo para tanta gente, no me va a quedar más remedio que hacer un post alegre, de celebración y entusiasmo. Será un post corto, a diferencia de otros años, porque ya se sabe que la tristeza da para mucha más literatura que la alegría y en términos generales aunque, insisto, estéticamente me joda, me resulta complicado pedirle más a un año de lo que me ha dado este.

Ha sido un año de viajes a Nueva York y conciertos de OK Go!, que para mí es mucho decir. Un año de encontrar trabajo, muchos trabajos, de hecho, y estar contento en ellos hasta el punto de poder decir que no a las grandes estructuras, que es lo que todos deseamos. La vida de profesor salvaje es mejor que la vida de profesor interino que tiene que dar gracias por todo. Simpatía por el riesgo. Un año de cursos de literatura creativa, cursos de inglés, clases particulares...

... Y además un año clave en mi carrera "periodística", sea eso lo que sea. Tengo la sensación de trabajar exactamente donde me gustaría trabajar si no estuviera ya ahí. A lo largo de estos doce meses he colaborado de una manera u otra en JotDown, Panenka, El Imparcial, Culturamas, MSN, Zona de Obras, Freek!, Revista Eñe, Fiebre de Fútbol, Neo2, Sigueleyendo, más mi blog noventero y por supuesto, este... Y lo sensacional es que prácticamente en todos lados cobrando. Sí, ha habido problemas, claro, pero el hecho de que siga como colaborador de todas las revistas menos de Culturamas, por razones personales que no vienen al caso, y MSN, por fin de contrato y condiciones abusivas, deja claro mi grado de satisfacción en todos lados.

Las redes sociales: presumir de 1.250 seguidores en Twitter cuando Justin Bieber tiene 40 millones es absurdo, pero yo no soy Justin Bieber ni pretendo serlo. Como dijo Ray Loriga, a mí me da igual que un millón de personas griten mi nombre o que una persona lo grite un millón de veces. Pensar que hay 1.250 ordenadores distintos atentos a las chorradas que yo pongo en Twitter me parece la leche, en serio, no podría haberlo imaginado nunca. Para mí, 1.250 seguidores son el universo. Más allá pierdo la cuenta.

Lo que nos lleva al terreno personal. Ayer se lo decía a una amiga: no me imagino rodeado de gente mejor. En todos los aspectos. Supongo que todos pensamos que nuestros amigos son los mejores del mundo, pero en mi caso es sorprendente darte cuenta de que son tantos. En serio, a mí me parece sorprendente, desde mi familia a los recién llegados, saber que hay tanta gente ahí sensacional, talentosa, entregada, valiente... y que de vez en cuando quieren verme, pasar su tiempo conmigo. Añadámosle el triunfo del "quiero verte porque quiero verte", el desguace de las narrativas... las comidas imprevistas en bares de Medina del Campo, las noches viendo al Barça y al Madrid en distintas casas, distintas ciudades, con distintas recompensas, los cumpleaños emotivos...

De salud, mejor. No diré bien porque no es cierto. Pero mejor que en 2009 y 2010, esos dos años viscosos. Lo suficientemente mejor como para disfrutar las cosas, que es lo que faltaba.

Pongamos un pero: mi lucha con el mundo editorial de ficción. Una lucha que acabará muy pronto, en el momento exacto en el que me dé cuenta de que luchar no es necesario. Sin embargo, 2011 ha sido el año de mi segunda novela, "El pingüino", la sensación añorada de pasarse un verano entero escribiendo y escribiendo las aventuras de Iratxe Añorga por Madrid y Estados Unidos. Ha sido el año de volver a los cuentos, a algunos guiones... Saldrán o no saldrán. Los leerán treinta personas o treinta mil. Eso da igual. Ya les he dicho que a partir de determinadas cifras yo me pierdo por completo.

Pero alguien las leerá y le gustarán o no y eso es lo importante. El resto es silencio.

Me gustaría pensar que 2012 será mejor que 2011 pero a mí me resulta complicado imaginarlo, así que permítanme al menos deseárselo a ustedes. Gracias por estar ahí. Este año, nuevo record: 101.652 visitas, 135.063 páginas vistas, 14.694 visitantes que repiten... Eso en un blog, un miserable blog que nació hace seis años para promocionar un libro. Gracias, en serio. Dormíamos. Despertamos. Disfruten de esta noche.

viernes, diciembre 30, 2011

Biografías en Panenka: El Balón de Oro



"Yo tenía 39 años. Llámenme conservador si quieren, pero es una edad a la que uno se empieza a plantear un poco de estabilidad y los cambios le cuestan; sobre todo si llevas toda la vida de un lado a otro del continente. Ya creía que lo había visto todo, como buen francés, cuando resulta que me mandan a Liberia. “¿Dónde demonios está Liberia?”, pensé. Lo habría buscado en Google pero por entonces ni siquiera existía Google. Imaginen el desconcierto. Hasta ese momento, si había que hacer algún viaje excéntrico a la Unión Soviética, se hacía, además me trataban bien, no lo voy a negar, pero eso era lo más lejos que había llegado.

Yo creo que hay un antes y un después de Liberia. No busquen aquí ideologías, busquen pereza. Nada más destetarme me mandaron a Inglaterra con un tal Matthews, un señor que tenía nombre de lord del siglo XVI. Yo no sabía muy bien qué hacer así que me limitaba a dejarme acurrucar, mimar, posar... Todos los niños se manejan bien en la adulación y aunque echaba de menos algo más tradicional: una familia, unos padres fijos, algo más que vagar de casa en casa, de país en país, tampoco puedo decir que me aburriera.

A los 10 años, ya había conocido a Di Stefano, a Eusebio, a Yashin, a Charlton, a Kopa, a Suárez… "

Lee el artículo completo en el número de diciembre de la Revista Panenka y consulta gratuitamente el "Cómo se hizo" en el blog de la revista.

jueves, diciembre 29, 2011

El Rey y la crisis política


Francisco Camps, Jaume Matas, José Blanco, el Duque de Palma... y los que quedan por venir. Todos ellos son inocentes hasta que la Justicia determine lo contrario pero la acumulación de causas pendientes es sin duda preocupante, demasiado como para insistir en que no hay más crisis en España que la económica: cuando dos ex-presidentes de Comunidades Autónomas, un miembro de la Familia Real y un ex-portavoz del Gobierno se tienen que citar ante el juez para dar explicaciones, es lógico que haya un motivo de preocupación.

En el pasado discurso de investidura, Rajoy criticó duramente que UPyD apelara a estos casos de corrupción y pusiera el foco en la desconfianza hacia los políticos. Yo mismo he criticado duramente a UPyD en otras ocasiones pero aquí Rosa Díez tenía toda la razón: es obvio que hay un clima de desconfianza y es obvio que algunos políticos no han hecho demasiado por evitarlo, sea de manera activa o pasiva, es decir, callando y manteniendo hasta el último momento.

Lo más novedoso de la situación -porque aquí ministros y presidentes en los Juzgados los llevamos viendo 20 años- es la imputación de Iñaki Urdangarín. Es especialmente grave por dos motivos: por primera vez, la Casa Real queda con las manos manchadas, una institución que hasta ahora había sabido -con un indudable apoyo mediático- mantenerse por encima del bien y del mal. Sin embargo, con todo, eso no es lo más grave si se mira con perspectiva. Lo grave es que hubiera tantos y tantos políticos dispuestos a dejarse corromper o a ayudar con gastos públicos al enriquecimiento del Duque.

La postura del Rey al respecto es decepcionante. No me atrevo a decir que delictiva porque me falta información, pero lo que no tiene ningún sentido es que se venda una imagen por la cual el perjudicado es él. Todos esos aplausos y vítores en la inauguración de la legislatura para reparar el agravio... ¿El agravio de quién? La figura de la monarquía en España es difusa, sus atribuciones, en la práctica, muy reducidas, y aunque sea el Jefe del Estado, es obvio que no le vamos a pedir al Rey explicaciones sobre los problemas reales de ese Estado porque no depende de él sino del poder legislativo.

Otra cosa es que nos creamos que el Rey no controla la Casa Real. ¡Hasta ahí podíamos llegar! O bien el Rey sabía lo que estaba haciendo Urdangarín -el sumario apunta en esa dirección, pero es solo un sumario no una sentencia- o bien no sabía nada, en cuyo caso habría que preguntarse dónde demonios estaba mirando. Lo que no resulta creíble en ningún caso es que el Rey sea la víctima y hará mal si se enroca en esa  posición. Los sistemas de vigilancia han fallado y esos sistemas los pone él. Hace bien en no culpar públicamente a quien no deja de ser un imputado sin sentencia, pero haría aún mejor en reconocer esos fallos, prometer mejoras y pedir disculpas al respecto.

Algo así como "nosotros también investigaremos, nos consideramos en deuda con la sociedad" estaría bien. Sin más.

Pero no, mejor aplausos interminables y poses dignas y declaraciones filtradas para mayor gloria de la Casa Real, agraviada por la conducta de una manzana podrida. Con tanto aplauso lo raro es que los gusanos no se multipliquen. La monarquía en estos tiempos es casi indefendible desde el punto de vista teórico. Nos queda, sin embargo, la realidad, el hecho práctico, la posibilidad de que, pese a todo, un país pueda funcionar mejor con un Jefe del Estado no electivo. Si se aleja de la realidad, al Rey, a la Casa Real no le queda nada.

La dama de hierro


Margaret Thatcher. Es más, Meryl Streep interpretando a Margaret Thatcher. Para los que crecimos en los 80 y 90 es imposible no encontrar algo atractivo en esa combinación. "La dama de hierro" corre riesgos narrativos pero sobrevive siempre gracias a la actuación de su protagonista, de nuevo bordando el papel, con esa capacidad de Streep para conseguir que no la veas a ella sino que veas al personaje. No todas las actrices, y desde luego no todas las actrices multipremiadas, lo consiguen.

Sin embargo, la película tiene un problema de enfoque, que a veces se resuelve positivamente y otras no tanto. Me explico: la película es una retrospectiva de Thatcher desde la actualidad, los últimos días de una anciana acosada por las alucinaciones, necesitada constantemente de ayuda y que recuerda los momentos en los que gobernaba no solo su país sino el mundo junto a Ronald Reagan. Los tiempos de gloria que quedan atrás por la traición y la cobardía de sus propios diputados.

Esa idea es potente. La idea de la decadencia en sí, imaginar a Margaret Thatcher pidiendo ayuda, llorando, desolada ante la realidad, su propia demencia, atrae a cualquiera... y los recursos tanto narrativos como visuales están bien utilizados. Otra cosa es la importancia que uno le quiera dar a esa historia. Como introducción hubiera funcionado bien, para enmarcar el relato principal: el de la "Dama de Hierro" en sí, es decir, la primera ministra de Gran Bretaña. Como hilo principal, se queda corto.

Cargar tanto las tintas en la parte decadente, la parte personal, las alucinaciones, los recuerdos, las lágrimas... hace que quede poco tiempo para explicar la obra, es decir, la política. Sí, en la película se habla de los inicios de Thatcher como Margaret Roberts, su entrada en el partido conservador, su llegada al Parlamento, su papel como ministra de uno de los múltiples gobiernos Heath, su liderazgo en el Partido, luego en el país... y a partir de ahí la reconversión minera, las huelgas, la represión, el IRA, las Malvinas, el boom de los 80, la nueva recesión de principios de los 90, las disensiones internas y su dimisión forzada.

Lo que yo no veo, y llámenme soso, es que las dos historias tengan un mismo valor. Me puede interesar una pincelada de "humanidad" lacrimosa pero pasar por 40 años de la historia de Gran Bretaña de puntillas y a todo correr es como mínimo arriesgado. Dudo que sin saber quién es Margaret Thatcher nadie salga del cine con una idea aproximada de cuál fue su importancia real, más allá de si quería a su marido y a sus hijos que, lo siento, pero no me interesa.

Los críticos dirán que el retrato es benevolente, amable... que pasa por encima de la cantidad de miseria que dejaron sus políticas industriales, la privatización constante de los servicios públicos, el gasto obsceno en una guerra absurda o su constante desprecio por toda idea contraria a la suya. Los partidarios dirán lo contrario, que se la dibuja como una mujer fría y distante, tópica, que no se valoran sus esfuerzos por reactivar la economía y crear empleo, su lucha obstinada contra el terrorismo, su papel en la caída del Telón de Acero...

Y, bueno, ambas partes tendrán razón porque es verdad: la película no explica nada de eso. De repente hay una bomba, de repente hay unos mineros, de repente hay unos acorazados... pero no hay una hilazón en el discurso. Algunos dirán que para eso está la Wikipedia y los reportajes del Canal Historia, pero tener a todo un personaje como Margaret Thatcher en tu guion y dejarlo escapar de esta manera es hasta cierto punto decepcionante.

Por lo demás, la película, ya quedó dicho, se sostiene por la inmensa Meryl Streep y porque el personaje, incluso en fast forward, es completamente fascinante. Sin duda, una de las grandes figuras de la segunda mitad del siglo XX en Europa para bien o para mal. Ahí está el reto de la película, retratar esa grandeza en toda su complejidad. Explicar su importancia desde el relato de sus éxitos y sus fracasos. A veces, se consigue. Otras veces, demasiadas quizá, no. Simplemente se pierde en la historia de una demencia senil cuya importancia real solo se justificaría explicando en detalle las decisiones que en su momento tomó esa persona.

Lo dicho, partiendo de dos grandes ideas, y agradeciendo el esfuerzo, me temo que se queda demasiadas veces a medio camino. Aun así, solo por las cosas buenas, la película es recomendable.

miércoles, diciembre 28, 2011

Estudiantes campeón, chim-pum


El día antes de las semifinales de la Liga Europea contra el Joventut de Badalona, Nacho Azofra publicó un artículo en El País en el que imaginaba una final contra la Philips decidida con un mate de Ricky Winslow sobre “Gorilla” Dawkins, el pívot ex NBA de los italianos. Hasta ahí llegaba el sueño del Estudiantes en Estambul, la gesta del hermano pequeño que llega a lo más alto sin plena conciencia aún del vértigo. Primavera de 1992. Atrás quedaba el Maccabi, atrás los años luchando por no descender, atrás Fernando Martín, Vicente Ramos, Aíto García Reneses, el mismísimo Antonio Díaz-Miguel…

No tan lejos: en 1989, el Estudiantes aún deambulaba por la ACB sin más fama que la del “matagigantes” puntual. De pronto, cambiaron las cosas. Todas a la vez, en un momento mágico: la llegada de un patrocinador sólido como Caja Postal, un cuadro técnico encabezado por Miguel Ángel Martín y Pepu Hernández, y un cambio generacional que supuso la marcha de Vicente Gil, David Russell o Javi García Coll en favor de los José Miguel Antúnez, Nacho Azofra, Alberto Herreros o Ricky Winslow. Sumen a eso el fichaje de Juan Antonio Orenga, casi desahuciado por sus problemas de rodilla en el Cajamadrid, la resistencia de Pedro Rodríguez, Carlos Montes, John Pinone… y de repente, de la nada, había surgido un señor equipo.

El primer aviso del nuevo Estudiantes llegó en la temporada 1989/90, cuando eliminó al Caja de Ronda de Rafa Vecina, Fede Ramiro, Joe Arlauckas, y Mario Pesquera, plantándose en semifinales contra el todopoderoso Barcelona. Aquello acabó en una paliza por triplicado pero era un paso necesario, el amago de todo equipo que aspira a ser grande. El año siguiente, las cosas fueron a mejor: con Winslow asentado en su papel de anotador compulsivo, John Pinone poniendo orden bajo los tableros y unos inconmensurables Antúnez y Herreros, Estudiantes llegó a la Copa del Rey de Zaragoza y despachó de forma contundente y consecutiva al CAI y al Joventut, por entonces el mejor equipo de la liga.

La final, de nuevo, le enfrentaba al Barcelona. Conducidos por un vertiginoso Antúnez y con Orenga dominando la pintura de manera inesperada, los colegiales llegaron a tener 12 puntos de ventaja… solo para ver cómo “Piculín” Ortiz igualaba las cosas canasta a canasta, tablero a tablero, mientras Epi y Solozábal se dedicaban a repartirse las demás jugadas. A los últimos segundos se llegó con 67-65 a favor del Barça y posesión para el Estudiantes. La jugada marcada por Miguel Ángel Martín salió a la perfección y Alberto Herreros, el mejor tirador del equipo, pudo lanzar un triple frontal prácticamente solo.

Falló.

Podía haber sido el primer título del Estudiantes en 29 años. La decepción, lógicamente, fue tremenda. Hubo que recomponerse para llegar de nuevo a las semifinales ligueras y darle más guerra aún al Barcelona, que solo pudo ganar en el cuarto partido de la serie y después de dos prórrogas agónicas, con José Luis Galilea convertido en héroe por un día. Aquella liga, la “liga de Montero”, se la llevó el Joventut de Jordi Villacampa y Lolo Sainz.

El verano fue movido en la calle Serrano. Pese a los intentos de renovación, José Miguel Antúnez decidió marcharse al Real Madrid entre los habituales gritos de “pesetero, pesetero”. La marcha del director de juego suponía una mayor responsabilidad para Nacho Azofra, aún una incógnita, y la subida definitiva al primer equipo de Pablo Martínez Arroyo, último miembro hasta aquel momento de una ilustre familia de enormes baloncestistas salidos del Ramiro de Maeztu.

La temporada empezaba con muchas incógnitas alrededor del Estudiantes, más allá del puesto de base: ¿Podría Pinone aguantar un año más a un alto nivel?, ¿daría por fin un paso adelante Alberto Herreros?, ¿acusarían la falta de centímetros dentro de la zona? Todas esas dudas se disiparon en un par de meses. En el mejor arranque de su historia, el Estudiantes ganó los primeros 13 partidos y se colocó líder absoluto de la competición con un baloncesto agresivo y basado en el contraataque constante y una alta anotación.

Obviamente, el equipo era aún demasiado inexperto para mantener un ritmo así y pronto empezó a perder posiciones en la liga. A la sucesión habitual de partidos del fin de semana, había que añadir ese año la participación en la Liga Europea por primera vez en su historia. Tanta lucha acabó agotando al Estudiantes, que llegó a la cita anual con la Copa del Rey descompuesto y humillado después de recibir una paliza impresionante en el Palau Blaugrana, rozando el ridículo.

Para más inri, el primer rival en Granada era ni más ni menos que el Real Madrid, el archienemigo, el equipo que se había llevado a Antúnez ese mismo verano. Los colegiales no solo llegaban en un pésimo momento de forma sino que contaban con la lesión de Azofra, lo que convirtió a Juan Aísa, precisamente un canterano del Madrid que había llegado durante el verano para sustituir a Carlos Montes, en el encargado de dirigir al equipo. Lo hizo a la perfección y aún le dio tiempo a anotar un triple agónico que daba el pase a semifinales ante la atónita mirada de los jugadores del Madrid, que ya contaban con la victoria.

Frente al Joventut, el héroe fue el otro base, Pablo Martínez Arroyo, y en la final hubo un poco de todo, aunque la entrada inesperada del propio Azofra para revolucionar el partido y dar ánimos a sus compañeros y a la hinchada a lo Willis Reed en 1973 probablemente fuera la clave, junto a un mate imposible de Winslow a menos de un minuto para el final del encuentro. Esta vez no hubo nervios ni inexperiencia. El CAI de los hermanos Arcega se veía obligado a doblar la rodilla y John Pinone levantaba la Copa de campeón y a la vez la de MVP, al borde de la retirada.

La Copa estaba muy bien, pero la Demencia pedía más. El grito “Que nos vamos a Estambul, chim-pum”, que remedaba al histórico “Estudiantes campeón, chim-pum” se convirtió en una obsesión constante. En Estambul se disputaba la Final Four de aquel año y ser del Estudiantes, ser “demente”, se convirtió de pronto en una moda por todo Madrid, una ciudad harta de los fracasos de su equipo insignia, perdido desde la marcha de Drazen Petrovic a la NBA y la terrible muerte de Fernando Martín en accidente de coche.

Justo la semana posterior a la consecución de la Copa del Rey, Estudiantes viajaba a Tel-Aviv para jugar el primer partido del play-off que daba acceso a la ronda final en Turquía. Era un formato extraño: el primer partido se jugaba en Israel pero los dos siguientes se disputarían en Madrid la semana siguiente. Los macabeos se adelantaron en un partido épico, prórroga incluida. Estudiantes igualaría fácilmente unos días después y todo quedaba para el tercer partido en el Palacio de los Deportes, tensión absoluta, marcador bajísimo, el “Que nos vamos a Estambul” silenciado por la propia tragedia del momento.

Ninguno de los dos equipos conseguía una ventaja destacable. Cuando Martínez Arroyo anotaba un triple, contestaban Goodes o Jamchy con otro. En un final histérico, se repetía la situación de la Copa del 91 pero al revés: Estudiantes ganaba por un punto de diferencia (55-54) y el Maccabi sacaba con pocos segundos en el marcador. El Palacio se puso en pie para defender también la última posesión pero no fue necesario: un resbalón milagroso de Dorom Jamchy, la estrella israelí, hacía que el balón y la eliminatoria se escaparan fuera de banda.

Estudiantes se iba a Estambul, chim-pum. La promesa que uno hace en plena borrachera y nunca piensa cumplir, de repente, al alcance de la mano.

Se hizo lo que se pudo. La mayoría de los aficionados del Estudiantes, modas aparte, eran estudiantes del Ramiro o recién salidos del instituto y sin poder adquisitivo. El club ayudó y unos cuantos cientos, quizá un millar, se marcharon con sus chilabas y sus turbantes. Dementes sin remedio. Fue entonces cuando Azofra contó su sueño y lo materializó en letras. El sueño del campeón de Europa salido del patio de colegio.

Ya lo saben. No pudo ser.

A los diez minutos del primer partido, el Joventut había cogido quince puntos de ventaja y no se permitiría ni una licencia. El Estudiantes no llegaría ni a la final. Tampoco importaba. Fueron apalizados en las semifinales y fueron apalizados por el tercer puesto. Perdieron pero estuvieron ahí, de eso se trataba. Nunca una derrota se vivió de antemano como una victoria tan dulce. Llegar, eso era lo importante. Ganar era de horteras. De eso, que se encarguen otros, que diría el Gavioto.


Artículo publicado en la revista JotDown dentro de la sección "No pudo ser"

martes, diciembre 27, 2011

Seis años después


Tengo amigos de un talento impresionante. La semana pasada me dio un ataque de admiración y empecé a dar nombres como loco en las redes sociales, nombres que vienen a ser más o menos los mismos de siempre: Lara Moreno, Pepe Albert de Paco, Manuel Jabois... Justo ese fin de semana cumplía años Andrea Trepat. Es muy probable que ustedes no conozcan a la Trepat pero parece claro que tarde o temprano la conocerán. Aquello fue una pequeña fiesta de amigos, pero de esas que te dejan con una sensación de plenitud reconfortante: oír hablar a María García de Oteyza o a Eduardo Chapero Jackson y saber que su propio talento me libera del mío, es decir, que no hace falta que yo sea la hostia porque ellos ya serán la hostia y está bien así.

Hoy quería hablar de otra cosa. De la piel. No quiero insinuar siquiera que estos otros amigos no tengan talento, simplemente se manejan fuera de los focos. Creo que para ser amigo mío hay que tener un talento notable en algo y ser muy buena persona. Resultar atractivo. Si eres chica, probablemente además seas terriblemente guapa, pero eso tiene que ver con mi síndrome de Stendhal y ya me ayudará el psicólogo a solucionarlo algún día.

Íbamos a lo del atractivo. No quiero llevar la estética a este punto. Para mí alguien atractivo es, literalmente, alguien que me atrae, alguien con quien quiero pasar mucho tiempo. Pongamos seis años de mi vida. Yo soy un hombre de plazos muy cortos y con una estética de francotirador, es decir, que cada cierto tiempo necesito cambiar de azotea y de objetivo y no suelo moverme en grupos numerosos. En esas circunstancias, seis años son una barbaridad y sin embargo son exactamente los que van de diciembre de 2005 a diciembre de 2011.

Algunos de los nombres que estaban ayer, en el bar de entonces, son los mismos que aparecen en mi libro de 2007 y en varias entrevistas sueltas. Yo soy muy de entrevistar a mis amigos porque les admiro. Porque sé que son mejores que yo en tantas cosas que necesito gritarlas bien alto para que todos se enteren. No, no estoy borracho, no se preocupen, simplemente me parece que hay algo especial, algo llamativo en que justo por la mañana lleguen los 50 ejemplares de "Cuando las cosas dejaron de tener sentido" y por la noche estén los mismos personajes tomando mojitos.

La amistad se ve siempre obligada a superar muchas barreras pero, ojo, superar un libro es una de las más altas.

Y en fin, allí estábamos: Fer Cabezas, Carmen Simón, Beatriz Belda, Vega Pérez-Chirinos, Álida Campo, Carmen Cordero, Rocío López e Irene Serrano. Como ven, casi todo chicas. Stendhal de nuevo. Quelle festose giovane invidiar sembrò escribí hace seis años, cuando no me preocupaba tanto mi ego ni mi Barça ni colaboraba en cincuenta revistas. A veces me sentía como el argentino de "Amanece que no es poco" que es invitado a las reuniones de mujeres solo para mirar y que se rían de él. Yo acepto que se rían de mí porque me quieren. Yo acepto su talento y su sombra y su paciencia y su insultante juventud. Porque les quiero.

Y no confundo cinco estrellas con el firmamento. "Mi gente" son ellos. Ellos y muchos más, especialmente tú, por supuesto, pero a la mayoría no la encontrarán en la portada de ninguna revista.

Salvo, claro, que esa revista sea mía.

viernes, diciembre 23, 2011

Vacaciones



Es algo así como poder despertarte a las tres y media de la mañana, ir al cuarto de baño, y decidir que ya que estás, te quedas, por si acaso. Encender el ordenador, esperar tranquilamente a que se cargue cada aplicación y ver la final de la Copa Asobal de balonmano como el que ve el mundo desde un telescopio, es decir, como un extraterrestre. Consultar Twitter y Facebook y poner La Sexta para ver a Silvia Raposo durante un cuarto de hora, media hora, tres cuartos...

Silvia Raposo y sus caras ante la cámara. Las llamadas inexistentes. Ahora, la moda es "regalar" llamadas, es decir, que si tú llamas y dejas tus datos, ellos te llaman de vuelta. Ni por esas. A Silvia Raposo no la llama nadie y a la chica que está en un recuadro a la derecha y abajo, menos. Pienso que es terrible. Tengo una novela sobre un hombre que trabaja en un "call-show" y una chica que ve pingüinos y hace castings mientras sueña con huir, sin saber muy bien adónde.

La mística de la huida.

Pienso en la pobre mujer del recuadro. Raposo tiene un plano grande, una banda detrás que finge tocar la guitarra y una entusiasta presentadora que habla de ella como quien habla de Warren Sánchez... pero, ¿qué tiene la mujer del recuadro? No recuerdo su nombre, disculpen. Estaba ahí, tan tranquila, sonriendo a la cámara, sabedora de que en ese momento ella sostiene el programa, que mientras ella mantenga la sonrisa, la esperanza... el programa no terminará de venirse abajo, que no puede despistarse, nada de parpadeos, nada de cuartos de baño, nada de ansiolíticos que provoquen a la vez sueño e insomnio...

Silvia Raposo despacha las pocas llamadas que entran y yo llamo a Nueva York. Mi vida es esa: Silvia Raposo y Nueva York. La madurez es eso que se alcanza cuando a uno le van bien las cosas y no le parece mal. O al revés: cuando le van mal y no le parece bien. A mí las cosas me van tan bien que asustan, pero no me asusto porque soy maduro, ya lo he dicho antes. 34 años y un montón de huesos. Llamo dos veces pero nadie contesta. En otro canal, buscan que alguien diga "Clementina". Lo piden a gritos pero nadie entra en directo. A veces pienso en llamar, en saber lo que se siente, pero imaginar lo que se siente tiene, a la fuerza, que ser mucho mejor.

Vacaciones. Dos semanas y tres días. Vacaciones. Levantarse a cualquier hora y redactar biografías, la única rutina que queda como obligación. Levantarse a cualquier hora y contestar 20 preguntas sobre el Barça. Hay dos tipos de personas en el mundo: los que nacen para hacer preguntas y los que nacen para contestarlas. Manuel Jabois sería de los primeros, yo soy de los segundos. Sueño con que me pregunten muchas cosas para poder decir muchas veces "no lo sé" y decirlo con una sonrisa enorme, una sonrisa de "no pasa nada", una sonrisa de "¿Tú sabes eso, Zaratustra? Eso no lo sabe nadie". Una sonrisa congelada, de recuadro abajo a la derecha.

Pienso en "La generación Factual", la posibilidad de formar parte de una generación. "Amusant", que diría Duchamp. Punto. Pienso en eslogans: "La generación Factual será cínica o no será", "La generación Factual será maldita o no será". No será, eso es lo más probable. ¿Por qué probarlo? Mejor imaginarlo de nuevo. Llamar otra vez a Nueva York y consultar los mensajes del teléfono, fotografías de 2008, 2009... Luego caer rendido en la cama, como si esa hora hubiera sido un nuevo día, como si de una manera raposa hubiera conseguido alargar mis vacaciones: los planes para esta noche, quedarme en casa y leer; los planes para mañana, quedarme en casa y leer; los planes para el domingo...

A veces me animo a mí mismo y me digo: "Hay más verdad en un capítulo de mi Estética de Francotirador que en cualquiera de sus manuales de estilo". Luego bajo a la tierra y pienso que eso no es cierto y que aunque fuera cierto daría igual porque la gente lo que quiere son fantasías, nada de chicas psicóticas, para eso les basta con bajar a la calle cualquier viernes.

miércoles, diciembre 21, 2011

La Copa de Europa de Butragueño


El tiempo es injusto. Durante años, Emilio Butragueño no fue solo un jugador de fútbol, sino una marca nacional. Puede que fuera por su exótico apellido, reminiscencias bandoleras, o por su tendencia a destacar en partidos internacionales, pero los 80 fueron tan suyos como lo fueron de la Bola de Cristal o de Mecano. Butragueño era puro pop, testículos al aire en portada de Diario 16, cara de niño, rubio y callado, excelente alumno, canterano madridista llamado a dar nombre a una quinta gloriosa, la quinta que instaló a Mendoza en la Cibeles con sus cinco ligas consecutivas.

La quinta que acentuó todos los complejos barcelonistas robando cualquier narrativa: no solo ganaban, sino que jugaban mejor.

La consagración de Butragueño hay que buscarla en Europa. 12 de diciembre de 1984. “El Buitre” tiene 21 años y discute titularidad con los Juanito, Valdano, Santillana y compañía. No son buenos tiempos para el Madrid, ni mucho menos. Su última liga se remonta a cinco años atrás y Amancio está a punto de dejar el banquillo en manos del eterno Luis Molowny. A una pobre actuación en el campeonato local se une un resultado penoso en la Copa de la UEFA. Ya es suficientemente triste que el Madrid juegue la UEFA como para que encima el Anderlecht te meta un 3-0 en su campo todavía en octavos de final.

Aún no habían llegado los tiempos del miedo escénico y la garra de Juanito. Los noventa minuti son molto longo. Era un equipo inseguro condenado a la eliminación hasta que el chaval rubio decidió liarla parda en una primera parte de escándalo: después del gol de Sanchís a los dos minutos, Butragueño marca su gol a los 16 y cede a Valdano para igualar la eliminatoria en tiempo récord. El gol de los belgas no sirvió de nada: Butragueño se inventó otra asistencia y otros dos goles. En 49 minutos firmaba su primer hat-trick y culminaba el 6-1 definitivo.

El Real Madrid ganaría esa edición de la UEFA y la siguiente, ya con Hugo Sánchez, Gordillo, Maceda y compañía en la plantilla.

Sin ser un goleador, Butragueño dominaba el área como nadie. Marcaba los tiempos. La parada y la carrera. El regate. Al principio, Butragueño era un regateador por excelencia, un Onésimo precoz de internada por la banda y pase atrás. Con el tiempo afinaría el remate, la llegada, el desmarque… Por supuesto, todos recordamos Querétaro y los cuatro goles a Dinamarca, una goleada tan espectacular como inútil pero que le valió un Balón de Bronce en tiempos donde el fútbol español no existía para los redactores franceses.

Butragueño era la modernidad, era el cambio, era la movida. Butragueño, Sanchís, Míchel, Martín Vázquez y el exiliado Pardeza, condenado de por vida a esos montajes fotográficos del Marca o el As cada vez que el Zaragoza llegaba al Bernabéu. Julio Iglesias, Espartaco y Butragueño, no necesariamente en ese orden. Butragueño y Tierno Galván. Butragueño y Valdano. Butragueño marcando goles imposibles al Cádiz…

La “quinta del Buitre” tuvo una relación muy extraña con la Copa de Europa. Aquel equipo se diseñaba todos los años para ganar la máxima competición y todos los años algo raro se interponía. Allí no valían las remontadas que valían en la UEFA. No convenía ser perezoso y ese Madrid tenía un punto de pereza en los laureles que incomodaba al aficionado en los grandes partidos. Remontadas ante el Inter, el Borussia Mönchengladbach, el Estrella Roja… y decepciones improbables en las eternas semifinales. El Real Madrid siempre era el máximo favorito y el título se escapaba como arena entre los dedos. En 1987, el primer año de la Quinta al más alto nivel europeo, el Bayern de Munich abrió la penúltima eliminatoria con un 4-1 y ahí no hubo espíritu de Juanito que valiera. No pareció importar, habían pasado seis años desde la final de París y todos tenían la sensación de que algo nuevo empezaba. Algo grande.

El sorteo del año siguiente deparó una primera ronda frente al Nápoles de Maradona, campeón italiano. Aquello era empezar duro. ¡Primera ronda! 2-0 en el Bernabéu en un campo vacío, los gritos de apoyo a Solana en todos los televisores: “¡Chuchi, Chuchi!”, gritaba el cuerpo técnico como el que vende walkmans en el Rastro, y 1-1 en San Paolo. Segunda ronda contra el Oporto, vigente campeón de Europa aunque ya sin Futre, vendido al Atleti: 2-1 en el Bernabéu y 1-2 en Das Antas, cortesía de Paco Llorente Gento. En cuartos, repitió el Bayern de Munich, el temible Bayern de Matthäus, con el pisotón de Juanito aún en la memoria. Aquello era una carrera de obstáculos que el Madrid seguía sorteando, esta vez con los deberes bien hechos en Alemania (3-2) y la resolución en casa (2-0).

Era el año de la Séptima, estaba en los escritos. La famosa Séptima soñada desde los tiempos de los ye-yes. Parecía justo que la levantara esa generación mágica, canterana y pija a la vez, de discoteca y traje de Emidio Tucci. En el bombo de semifinales, junto al Madrid, quedaban tres equipos: el Steaua de Bucarest, el Benfica y el PSV Eindhoven, que había llegado a esa ronda por penaltis ante el Girondins de Burdeos.

Cuando tienes las muescas de Maradona, Madjer y Rumenigge en tu revólver, ¿qué puedes temer de rumanos, portugueses y holandeses?

Tocó el PSV, equipo con nombre de cooperativa. La ida, en el Bernabéu. La confianza por las nubes, los billetes a Sttutgart en el bolsillo… Todo empezó a tomar sentido a los cinco minutos cuando Hugo Sánchez se inventó un penalti de Van Breukelen y convirtió el 1-0, el rostro de Guus Hiddink tenso en el banquillo, como esperando una goleada de aúpa. Una goleada que nunca llegó. El Madrid dominó el juego y el PSV dominó la contra. A los 20 minutos, desastre total, Linskens recibe solo y su tiro hace un extraño en la hierba que despista a Paco Buyo. 1-1 y 70 minutos por delante. 70 minutos de descontrol y rabia que no sirvieron para nada.

La vuelta en Eindhoven fue un “quiero y no puedo”. Dominio absoluto, pléyade de delanteros desplegada por Leo Beenhakker y Van Breukelen sacando un balón tras otro para confirmar el 0-0 que eliminaba al Real Madrid. Esa era la Copa de Europa de Butragueño y de alguna manera todos lo sabíamos. No pudo ser. El PSV se llevó el título por penaltis, miserables penaltis, después de un nuevo empate a cero ante el Benfica.

Tras el desastre holandés, aún llegarían tres participaciones más en la Copa de Europa, pero el tiempo del Madrid había pasado. En 1989, después de eliminar, esta vez sí, al PSV de Romario en cuartos de final con gol en la prórroga de Martín Vázquez, los blancos se enfrentaban al Milan de Arrigo Sacchi. La trayectoria de los italianos no era demasiado impresionante: eliminaron al Estrella Roja por penaltis en octavos y sufrieron lo indecible en cuartos de final ante el Werder Bremen. En el partido de ida, de nuevo en el Bernabéu, la cosa acabó empate a uno y sí, aquel equipo apuntaba maneras pero nadie imaginaba lo que pasaría en San Siro dos semanas después; aquel doloroso, humillante 5-0. Un fin de ciclo como dios manda, presión en todo el campo, llegadas en tromba, goles de Ancelotti por toda la escuadra…

Ese partido acabó con la Quinta del Buitre. Sí, cayó la liga de aquel año y la del siguiente, pero no se volvió a saber nada de Butragueño y sus chicos en Europa. En 1990, de nuevo el Milan se cruzó en el camino, esta vez en octavos y con Toshack ya en el banquillo. La temporada fue un despliegue de goles sin sentido: otra liga de paseo y otra decepción europea. Lo del año siguiente mejor ni mencionarlo: la lesión de Hugo Sánchez, la marcha de Martín Vázquez… ni siquiera el mejor año de Butragueño como goleador, pichichi con 19 goles —lo que ahora consiguen Cristiano Ronaldo o Messi en poco más de tres meses— sirvió para acercar al equipo al Barcelona de Cruyff o para pasar los cuartos de final de la Copa de Europa, incluyendo una humillante goleada en casa a manos del Spartak de Moscú.

El pichichi de Butragueño fue a la vez el final de su esplendor. Tenía 28 años pero todo el mundo se había hartado de él. Los aficionados que alababan su elegancia criticaban ahora su incapacidad para meter la pierna. El Mundial del 90 fue de espanto; a los dos años, Clemente lo apartaría definitivamente de la selección y en 1993, Raúl lo sacó del once inicial en su propio equipo. Con 31 años se fue a México, harto de tanta sobre-exposición. Los noventa, siempre tan crueles con los ídolos ochenteros. Cuando parecía que nadie de su Quinta acabaría ganando jamás una Copa de Europa apareció Mijatovic y tumbó a la Juventus. El central titular de aquel equipo seguía siendo Manolo Sanchís, el jugador que iniciara la remontada contra el Anderlecht catorce años atrás.

Butragueño ya se había retirado en el Atlético Celaya.

Artículo publicado en la revista JotDown dentro de la sección "No pudo ser"

martes, diciembre 20, 2011

Lucía Etxebarría y los piratas editoriales


Esta primavera, en los estertores de la Feria del Libro, hablaba con dos editores relativamente importantes sobre el futuro del libro impreso y las amenazas de la piratería sobre la industria editorial. Yo he visto caer desde dentro dos industrias poderosísimas como el cine y la música, las he visto descomponerse durante años y años e imaginaba que las editoriales contaban con un plan para la cuestión, es decir, que estarían preparándose para ofrecer productos que compensaran la gratuidad de las descargas igual que ahora un CD de música suele ir acompañado de un DVD con extras, grabaciones, entradas para conciertos...

Su respuesta, impertérrita, fue: "La mística del papel no se perderá nunca".

Miren, señores, cada vez que un editor habla de "la mística del papel", Amazon baja 10 euros el precio del Kindle. Lo que salva a cada industria en cada momento es el precio del soporte utilizado para disfrutar de lo pirateado. Mientras no hubo reproductores MP3 a un precio razonable, mal que bien, la industria de la música tiró para adelante, desde entonces, directamente se ha derrumbado. Si las editoriales no han tenido problemas con los piratas simplemente es porque no había e-readers suficientemente baratos e interesantes.

No voy a entrar en cuestiones morales. Yo lo tengo muy claro y creo que no hay que ser un genio para intuir que cuando uno hace algo se merece una compensación económica. Puedo entender las referencias a la copia privada y sé que legalmente es todo complicadísimo. Ahora, en vez de grabarle un CD a un amigo se lo subo a un servidor donde, casualmente, tengo otros 100.000 amigos y en mi actividad, como acaba de sentenciar el juzgado que trataba el caso de Pablo Soto, no hay delito alguno. Es una cuestión tecnológica. ¿Cómo se puede legislar al respecto para que eso sea delito sin coartar la libre circulación de contenidos por Internet? No tengo ni idea, en serio, ni idea.

A lo que voy es a las soluciones, porque está claro que de momento la piratería es imparable y la gente se descarga ya libros como se descargaban películas, series o discos de Manolo García. El Kindle está aquí y cuando no sea el Kindle será el iReader de última generación y el caso es que estoy compitiendo con un software que ofrece no solo una lectura clara y poco molesta sino la capacidad de almacenaje de miles de libros y varios diccionarios por si me da por leer en idioma extranjero, más conexión a Internet... Eso frente a la mística del papel.

La mística del papel, manda cojones.

Ahora, Lucía Etxebarría dice que ella no escribe hasta que no le garanticen que va a ver un dinero por las lecturas de su libro. Me parece sensato. También me parece sensato que se culpe a la industria editorial por mantener a precios imposibles productos no competitivos o por limitarse a escanear y hacer un PDF para vender un "libro electrónico" a 10-15 euros. Es una locura, te van a comer vivo. La posición de Etxebarría me parece coherente: sus lectores tendrán que saber que, o compran su libro por los conductos que a ella le provocan un beneficio... o no leerán nada más suyo.

Otra opción, también coherente, es que Etxebarría -o quien sea- decida publicar con editoriales que cuiden algo más la competitividad de su libro en el mercado. Sé que lo que estoy diciendo es duro, pero es la realidad. Editoriales que bajen los precios de los libros, ofrezcan algo a cambio o presenten versiones electrónicas más complejas de difícil pirateo basándose en lo que la industria discográfica trata de hacer desde hace más de un lustro. El problema es que ellos no saben que tienen un problema. O no lo han sabido hasta estas Navidades. Ahora se van a enterar, y pondrán el grito en el cielo e irán a los tribunales y un juez les dirá que no, que eso no es ilegal, que probablemente sea inmoral por completo, pero que no puede hacer nada.

Y en esas estamos, obligando al autor a desaparecer, la verdadera muerte de la novela, conscientes de que hay suficientes millones de libros en el mundo ya escritos como para que alguien eche de menos el nuestro, es decir, muy jodidos... y muy mal asesorados, como suele ser habitual en el gremio.

Drazen Petrovic, la forja de un rebelde genial...


Sabonis le odia, Corbalán le odia, Fernando Martín le odia, Meneghin le odia, Antonello Riva le odia… media España le odia mientras la otra media celebra —“Sí, sí, sí, me mola Petrovic”, canta la Demencia—… Es el verano de 1987 y a sus 24 años, Drazen Petrovic reina en el baloncesto continental después de dos Copas de Europa consecutivas, la primera ante el Real Madrid, la segunda ante el Zalgiris de Kaunas y una Recopa ganada al Scavolini italiano. En medio de la euforia y las celebraciones, en medio de los bailes y las burlas, los odios, los silbidos y las persecuciones por toda la cancha para tumbar al provocador, el yugoslavo anuncia su fichaje por un gran equipo europeo. “La próxima será mi última temporada en la Cibona”, dice, ante la decepción del público de Zagreb, que sabe que con él se escapa un mito.

Ese gran equipo, luego se sabrá, es el Real Madrid, referencia inevitable en todo lo que tenga que ver con Drazen. El mito no haría sino crecer, entre más títulos, más medallas, más reconocimientos y una muerte terrible que sacudió a todo el mundo del deporte en lo más alto de su carrera. Como las estrellas de cine. La historia de Drazen Petrovic probablemente dio un giro aquel junio de 1987 pero no era sino un giro más de los muchos que merecen ser contados, desde su debut con 15 años hasta el trágico viaje a Munich que acabó con su vida. Esta vida.

De Sibenik a Zagreb

Todo el mundo sabe que Petrovic era de Sibenik, igual que todo el mundo sabe que Mozart nació en Salzburgo. Poco se sabe sin embargo del equipo de su ciudad, el KK Sibenka, donde se desfogaba en su juventud Alexander, el hermano mayor, miembro de la selección yugoslava ya en 1982, con solo 23 años, medalla de bronce en aquel Mundial de Cali donde Sabonis empezó a asombrar al mundo. Alexander era un base maquiavélico y desesperante. Un tipo carismático, capaz de poner a la vez la provocación y el sentido común. Tirar la piedra y esconderse en la tangana.

El Sibenka había pasado casi toda su trayectoria en las divisiones inferiores de la liga yugoslava hasta que en 1979 ascendió a Primera y la nueva generación lo convirtió de inmediato en un equipo de categoría nacional, una alternativa a los Partizán, Estrella Roja, Zadar o sobre todo el Bosna Sarajevo, gran referencia de los 70. Alexander, la gran estrella, tenía además un hermano pequeño, Drazen, del que se venía hablando mucho tiempo por sus actuaciones en los juveniles, sobrepasando a menudo los 40, 50, 60 puntos por partido. Su debut con el primer equipo llegó en 1979, con apenas 15 años. Coincidió brevemente con su hermano, que fichó por el gran equipo croata, la Cibona de Zagreb, y aceptó inmediatamente su rol como sucesor familiar al frente del equipo.

Aquel chico era completamente distinto de todos los demás. No solo tenía el carisma de su hermano sino que le superaba en prácticamente todas las facetas del juego. Era un tirador excelso y un penetrador como no ha habido otro en la historia del baloncesto europeo. Capaz de irse a los 50 puntos y a las 25 asistencias en el campeonato local, su ausencia de la lista yugoslava para el citado Mundial de Cali fue considerada una barbaridad. Estamos hablando de un chico de solo 18 años, de acuerdo, pero que en solo una temporada ya había llevado al Sibenka a la final de la Copa Korac, que perdería con el Limoges francés.

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lunes, diciembre 19, 2011

UPyD empieza con muy mal pie



Que UPyD tenga grupo parlamentario me parece buena noticia. ¡No me lo va a parecer si les voté en las pasadas elecciones! Ni siquiera me escandaliza que tengan que formarlo por la puerta de atrás con un pacto fugaz con el partido de Álvarez-Cascos, siempre que se cumpla la legalidad. Si es el único resquicio posible, está bien, que lo hagan. ¿Supone una contradicción con lo que dijo Rosa Díez respecto a IU-ERC-BNG en 2008? Sí, sin duda. ¿Se podría asumir esa contradicción y explicarla? También.
El problema es el discurso autocomplaciente de UPyD, que desde luego no es nada nuevo. Ellos mismos centraron su campaña en el “cada voto cuenta”, dejando claro al electorado que el objetivo, más allá del número concreto de escaños que consiguieran, era llegar al 5% del total nacional. ¿Es justo que un partido con el 4,7% de los votos no tenga grupo y uno con el 1,3% sí lo tenga? Bueno, no lo parece, pero mientras la provincia sea la circunscripción electoral y el reglamento del Congreso exija cumplir una serie de normas, la cuestión no es de justicia moral sino de ley.
Insisto, UPyD lo sabía, por eso el 5% estaba en boca de todos sus candidatos.
El resultado fue el que fue, es decir, que no llegaron. Eso es perder unas elecciones. A mí me puede fastidiar más o menos porque, insisto, les voté, y porque Rosa Díez me parece una excelente política con un mensaje más que interesante y lleno de sentido común, más allá de lo que digan los medios, siempre obsesionados con el “conmigo o contra mí”. En cualquier caso, su objetivo era el que era y no lo consiguieron.
A partir de ahí puedes tomar distintas decisiones. Una, la más coherente, es decir: “Señores, nosotros dijimos que nos ateníamos a la norma del 5% para formar grupo, hemos considerado en el pasado una chapuza los pactos de conveniencia al respecto, así que nos vamos al mixto”. Otra, la más pragmática, ceñirse al reglamento y caer en la tentación de los pactos puntuales, que al final es lo que han hecho.
Las dos me parecen correctas. No creo que un partido político tenga que ser un ejemplo estoico de moralidad. Con la legalidad, como ciudadano, me basta.
Lo que no puedes hacer es elegir una opción que a ti te parece dudosa y echarle la culpa a los demás, que es exactamente lo que ha hecho UPyD. El rollo de “Nosotros somos buenos y cuando somos malos es porque no nos dejáis más remedio”. A ver, de entrada, pactar con otro partido, insisto, no tiene nada de malo. Segundo, si tú consideras que eso es una chapuza y que tu electorado no lo va a entender, no lo hagas. No tiene sentido que al final la culpa de que tú pactes con el Foro Asturias para conseguir tu grupo parlamentario sea del PP o del PSOE o de IU.
El enorme José Antonio Montano decía recientemente que su voto para Rosa Díez se basaba en que “tenía los mismos defectos que los demás políticos pero al menos tenía algunas virtudes”. Puedo coincidir. Los discursos de Díez en el Congreso suelen ser impecables, su programa es sensato e inteligente, sus resultados electorales han sido muy buenos. De acuerdo. ¿Podría servir esto para acabar con esa especie de “El infierno son los otros” que rezuma en el seno del partido?
Todos los demás lo hacen mal, todo el rato. Ellos lo harían mejor. Incluso cuando los demás aciertan, ellos ya lo habían propuesto antes. Eso ha sido así durante cuatro años y es preocupante, porque el nivel de autocrítica no parece muy alto y la autocrítica en política es muy necesaria. Empieza la legislatura y lo que tenemos es un “y tú más” dirigido a los demás partidos, especialmente a los que han hecho pactos semejantes en otros momentos.
Uno no vota a UPyD para que su justificación sea “es que ellos más” o “es que ellos lo hicieron antes” o “es que ellos no nos quieren como nos merecemos”. Eso ya lo había oído. Uno vota a UPyD para que tome decisiones y las defienda con argumentos. Que se olvide del “ellos” y nos hable de “nosotros”. Si esto era lo mejor que podían hacer, que lo digan. Insistir en que todo es culpa del PP, del reglamento, de las leyes, de los dioses… resulta de un nivel político muy bajo e inesperado.
Artículo publicado en el diario "El Imparcial" dentro de la sección "La zona sucia"

domingo, diciembre 18, 2011

Barcelona 4- Santos 0



Antes de la final del US Open de 2006 que le iba a enfrentar a Roger Federer, el estadounidense Andy Roddick declaró envalentonado: “Yo voy a jugar al ataque, como siempre, y si él es demasiado bueno, entonces es demasiado bueno y punto”. Efectivamente, Federer fue un vendaval para Roddick y se llevó el que era su tercer US Open consecutivo, pero al menos el estadounidense, dirigido entonces por Jimmy Connors, tuvo la valentía del suicida. Contra Federer se ha perdido de todas las maneras posibles. Ser valiente, al menos te da ese punto de satisfacción contigo mismo.

Algo parecido sucede con el Barcelona, la comparación es inevitable. El Santos salió a la final del Mundialito de Clubs con la posibilidad de intentar la machada, de presionar arriba, demostrar sus propias armas… y sin embargo eligió suicidarse. No es que se echara atrás a defender, es que lo hizo sin tener ni idea de en qué consiste eso. Son tácticas entrenadas y aceptables en un Getafe o un Racing de Santander, pero no en un campeón de la Copa Libertadores, no tiene sentido alguno.

El Santos debió decirle al Barcelona: “Si me quieres ganar, tendrás que ser demasiado bueno” y obligar a los de Guardiola a demostrarlo. No fue el caso. Desde el primer minuto entregó el balón al rival y confió en el milagro. Enfrente, un equipo que es un verdadero recital táctico. Disculpen mi insistencia, pero lo que hizo este domingo Pep Guardiola es una nueva exhibición como entrenador. No se fijen en los regates y los pases, fíjense en la colocación y los espacios. Fíjense en la recuperación, basada en pequeños sprints de jugadores necesitados solo de 20 metros de acción.

Fíjense en más cosas aparte de los goles de Messi o el juego de Xavi. Los detalles de equipo. Los detalles del día a día desde hace años y que van más allá de la narrativa: engañar al rival proponiendo un embudo lleno de centrocampistas y sorprenderle con Alves de extremo y Thiago abriendo el campo en la otra banda. Fíjense en Busquets, por favor, es un escándalo. El momento en el que Busquets tira del equipo hacia arriba y lo coloca a treinta metros de la portería rival, de manera que el gol sea cuestión de minutos y, lo más importante, la contra sea una entelequia.

Busquets y Puyol. Pocos focos se centrarán en ellos porque el partido de Alves fue prodigioso, igual que el de Xavi o el de Messi, la primera parte de Cesc y la segunda parte de Iniesta. Pero sin el vértice, ¿qué hacemos con el triángulo? Busquets ubica al equipo donde es necesario y Puyol corrige siempre, una décima más rápido que el delantero. Si Neymar no existió fue en buena parte, como se dijo en la previa, porque el Santos no tuvo el balón, pero el marcaje casi al hombre del capitán azulgrana, adelantándose siempre y sabiendo aguantar cuando el brasileño llegaba antes fue de manual.

En fin, que la primera parte fue un espectáculo. Es complicado encontrar un equipo en la historia reciente del fútbol que domine los partidos de esta manera. El Santos pareció un equipo mediocre porque su entrenador así lo quiso, pero no es un equipo mediocre ni mucho menos. El fútbol sudamericano pasa por una crisis muy grave que se demostró en el pasado Mundial de Sudáfrica. Aun así, el campeón de Brasil y de la Libertadores siempre es un rival temible. Tiene que serlo. No es normal que le caigan cuatro, dos al poste y otras cuatro que el Barça estrelló contra el portero.

Guardiola ha transformado un equipo espirituoso en una máquina impecable. Ese es su mérito. Guardiola, lo he dicho mil veces, es el anti-Cruyff, es lo opuesto al “salgan a divertirse”. No niego que el jugador del Barcelona se divierta cuando juega, lo que es obvio es que detrás de esa diversión hay una organización coral impresionante: tres Zamoras consecutivos para Valdés y un Mundialito del que sale sin recibir un solo gol en contra. Eso es fútbol total, eso es fútbol moderno. Mucho más que un tiqui-taca. Muchísimo más.

Otra cosa es que el tiqui-taca nos guste. Nos apasiona, por supuesto, porque nos recuerda a la calle, nos invita al campo abierto y la combinación imposible. Toque, toque y toque hasta que Xavi controla de espuela, cede en profundidad a Messi quien, con la colaboración inestimable de un central -no solo no consigue despejar sino que ni siquiera se molesta en seguir la jugada- pica el balón por encima del portero como si fuera la cosa más sencilla del mundo.

Toque, toque y toque hasta encontrar a Alves solo por la derecha, de nuevo inesperado, de nuevo sin defensa, que centra hacia atrás para que Xavi la controle de primeras y la empalme rasa. ¡Xavi sacando el balón y llegando al remate! Eso es el Barcelona. Eso es Guardiola. El movimiento constante, bajar y subir, reubicarse, aparecer por todos lados. Ahora es Cesc el que entra por la izquierda, ahora es Thiago el que tira la pared en el medio, ahora Messi cae a la banda derecha para iniciar la jugada o Iniesta baja para mejorar la circulación o Xavi consigue el 2-0 libre de marca. ¿Quién le espera ahí?

Toque y oportunidad. La competitividad de un equipo que lleva 13 títulos en poco más de tres temporadas. El mejor fútbol y una cantidad de títulos impresionante, ¿qué más se puede esperar? Un nuevo pim-pam-pum que acaba en llegada de Iniesta, rechace de Alves, nuevo rechace a Cesc y pase a las mallas en el minuto 45. Todo el Barcelona en el área rival. Aquí, en España, es normal que nos ceguemos en filias y fobias. Es comprensible porque eso es el fútbol, pero la imagen desde fuera debe ser colosal. La final de la Champions y la primera parte del Mundialito. Exhibiciones técnicas pero sobre todo exhibiciones tácticas.

Bajó el pistón el Barça en la segunda mitad. Bajó la presión y bajó la concentración. Es lógico. Neymar tuvo un par de oportunidades pero las desperdició. Recientemente, Tomás Guasch decía que quien fichara a Neymar dominaría la próxima década y hoy en Twitter se le linchaba por paquete. El chico no tiene ni 20 años. El término medio no existe en el análisis futbolístico ni al supuesto más alto nivel.

El partido se convirtió en un toma y daca algo intrascendente. Cesc tiró al palo, Alves tiró al palo, Messi tiró contra el portero, el árbitro se sacó de la manga unos cuantos fueras de juego dudosos. Nada que inquietara al gigante. Cerca de acabar el partido, de nuevo la presión, la recuperación, el jugarse la cabeza de Alves, ¡en la media punta!, balón para Messi que regatea al portero como la cosa más fácil del mundo y marca el 0-4, su segundo gol en la final. No sé cuántos van en la temporada, en el año, en su historial desde que llegó Guardiola.

No sé qué más pedirle a Messi, sinceramente. Comparen o no comparen. Yo no vi a Maradona cada semana. Ni a Pelé, ni a Cruyff ni a Di Stefano ni a Puskas, Best, Platini, Beckenbauer… vi exhibiciones de Zidane o de Ronaldo pero no vi el concepto de “exhibición diaria desde cualquier posición”. Recibir en la banda o en el medio campo, regatear a todo el equipo contrario o avanzar a base de paredes y regalar el gol o marcarlo él mismo. Messi tiene 24 años. A veces decirlo da respeto.

En definitiva, el Barcelona vuelve a ser campeón del mundo de clubes. Un año entero con la copa en la camiseta. Trece títulos en la era Guardiola: 3 ligas, 2 Champions, 2 Supercopas de Europa, 2 Mundialitos, 3 Supercopas de España y 1 Copa del Rey. Esto no ha terminado. No terminará mientras el equipo siga saliendo a hacer lo que sabe y el rival se limite a confiar en que ese día todo falle, sin atreverse siquiera a ponerle a prueba, a demostrar que es demasiado bueno, consciente desde el vestuario de que sí, como el Federer de 2006, este Barça te va a ganar cuándo y cómo quiera.

viernes, diciembre 16, 2011

Gui Ortiz


Más o menos sé cuándo empezaron a llamarme Guille de manera cariñosa. Creo que siempre ha sido así en mi familia y lo agradezco. Mi nombre viene de Guillermo Brown, el héroe de los cuentos ingleses, "Guillermo y los proscritos". En realidad, por tanto, yo siempre he sido William, me lo llamen o no mis alumnos. Mi origen es inglés. Si hubiera sido chica, eso mantiene mi madre, me hubieran llamado Celia, que es un nombre contra el que no tengo nada específico pero me parece mejorable.

Lo mismo me pasa con Guillermo. Siempre me he sentido incómodo siendo Guillermo. Supongo que como a todos los que hemos crecido con diminutivos, el nombre completo nos suena a regañina, la fórmula de nuestros padres o nuestros abuelos de dirigirse a nosotros cuando habíamos hecho algo malo. Tiene un punto de distancia, también. Si asocias Guille al cariño, luego te cuesta acostumbrarte al Guillermo. La Chica Langosta, por ejemplo, detestaba llamarme Guille, es más, se negaba en redondo. "Para mí, tú eres Guillermo", decía con esa sobriedad de entomóloga, y supongo que incluso ahora, si por alguna razón reapareciera, los términos del contrato seguirían siendo los mismos.

Cariños con la Chica Langosta, los justos. Para ella yo era alguien importante y la importancia requería como mínimo de tres sílabas.

Lo que ya no tengo tan claro es cuándo esto de "Guille Ortiz" pasó a ser de dominio público. Sinceramente, no lo recuerdo y no sé si me gusta o no. "Guillermo Ortiz" me suena más a escritor o articulista importante, "Guille Ortiz", no sé por qué, me suena a miembro de pandilla de "Verano Azul". Mi imagen pública es un diminutivo y una foto sonriendo frente a un vaso de whisky, eso lo dice todo de mis asesores. El paso de "Guillermo" a "Guille" en buena parte de mis colaboraciones, obviamente ha tenido un efecto dominó en mis relaciones más personales: si "Guille" era el término cariñoso para "Guillermo", ¿qué hacer cuándo "Guille" ya se convierte en el nombre oficial?

De una manera espontánea, a la que tampoco sabría poner fecha, empezó a popularizarse el "Gui". A mí lo de "Gui", de entrada, me parece ridículo. Creo que nadie debería permitir que le llamaran "Gui" bajo ningún concepto. Si la Chica Langosta se enterara me mandaría dos sopapos por correo certificado desde Bruselas. El problema es que, por auténtica casualidad, ese dimi-diminutivo solo me lo han dicho cuatro o cinco personas a las que he querido muchísimo en mi vida. Muchísimo. Sin relación entre sí, además: creo que ninguna de las cinco se conocían absolutamente de nada y ninguna empezó a llamarme así por haberlo oído antes, sino por generación espontánea.

Todo ello hace que el "Gui" al final funcione de manera pavloviana, es decir, que interprete que cuando alguien me llama "Gui" es porque esa persona me quiere y cuando me llama "Guille", simplemente me llama y luego ya veremos. Todo esto es ridículo, pero lo es desde el primer párrafo, así que no sé de qué se sorprenden. Cuando empiece a firmar mis libros "Gui Ortiz" -que no queda tan mal, recuerda un poco a Ray Loriga- tendré que reducir aún más mis formas cariñosas. Desde que se lo vi a Arcadi Espada, por ejemplo, casi siempre firmo mis emails como "G.".

Quizás ese sea mi destino a medio-largo plazo, convertirme en una inicial. Supongo que sería una desilusión para mis padres, porque no se pasa uno una vida planeando el nombre de su hijo para que al final se lo jibaricen de esta manera, pero si es el precio que hay que pagar, se paga. No todo va a ser estética en esta vida y supongo que ellos serían los primeros en entenderlo.

jueves, diciembre 15, 2011

"La Torre", de Uwe Tellkamp




La Torre, de Uwe Tellkamp. En fin, voy a intentar ser lo más honesto posible y confiar en que ustedes me entiendan. La novela habla de los años 80 en la República Democrática Alemana, los estertores del régimen comunista auspiciado por la Unión Soviética. A mí todas estas historias decadentes me apasionan, sea la de un nuevo rico que se estrella en sus negocios o la de una utopía que se ahoga dentro de su propio horror. Además, la historia del colapso comunista en Alemania ha dado al menos dos grandes películas: Good-bye, Lenin y La vida de los otros… ¿Por qué no intentarlo?

Las primeras dudas llegaron al recibir el libro: 887 páginas de narración. Bien, eso no es necesariamente un problema. El problema llega cuando nada más empezar hay una clave de personajes para que no te pierdas. Eso es una excusatio non petita como una casa. Si la editorial piensa que te vas a perder ya desde la página uno, mal vamos, aunque eso, insisto, no es lo peor, lo peor es que sea verdad.

La escritura de Tellkamp, o su traducción al español, es densa desde el principio, con un abuso de las descripciones que tiene difícil comprensión. El narrador aparece en todas partes: incluso cuando uno de los personajes empieza un discurso, ahí está el autor para meter la cuchara y cortarle cada tres por cuatro entre mis gritos desesperados: “¡Déjale hablar, por dios!”. Los personajes se suceden entre confusos nombres y apellidos, todos, absolutamente todos los lugares, sin jerarquía, merecen descripciones de páginas y páginas que no parece que sirvan sino para definir una atmósfera que ya está en la mente de cualquier lector avezado: sí, la RDA era un horror, era opresiva y el control sobre los ciudadanos era absoluto.

Por favor, no nos hagas lo mismo.

Resulta obvio que al principio Tellkamp intenta angustiar al lector mediante una retórica pesada que nos recuerde la propia sociedad que describe. ¿Qué pasa cuando eso ya lo has pillado en la página 30 y seguimos en las mismas en la 315? Es complicado. Puede que todo esto sea problema mío, pero no lo creo.  Como profesor de narrativa y literatura creativa, decidí utilizar el libro como ejemplo para mis alumnos. Al llegar a la página 49 ya había doblado tres páginas para recordarles todo lo que sobra en una narración: cómo una excesiva adjetivación rompe el ritmo, descompone la trama, aleja al lector en mil detalles, muchos de ellos sin trascendencia…

Sin embargo, continué. Los chicos se reían de mí pero yo continué porque esa era la idea que tenía de mi trabajo como crítico. Probablemente yo podría haber escrito que La Torre no aguantaba ni las primeras 70 páginas de lectura y eso de por sí ya habría sido una crítica bastante elocuente, pero, ¿cuántas veces hemos leído maravillas que arrancaban cuando ya estábamos a punto de tirar la toalla?

Allá por la página 177 sopló un viento de esperanza. Por fin aparecía un personaje vivo, sin interrupciones. Un personaje que se definía por sus acciones y no por dos párrafos de explicación agotadora. Verena, se llamaba la chica. En el instituto, aprovechando el centenario de la muerte de Karl Marx, le preguntaban las razones por las que el socialismo había demostrado ser superior al capitalismo como modelo de organización social y político… y la chica entregaba el folio en blanco. Sin más. Ahí había algo, una actitud, una rebeldía, una protesta… Solo una acción, solo dos líneas y aquello parecía ir a algún lado.

Desgraciadamente, Tellkamp cambió de tema y nos volvió a dejar abandonados, como si no estuviera dispuesto  que la tal Verena le quitara protagonismo alguno.

No sé decir si Tellkamp escribe mal, está mal traducido o simplemente yo no le entiendo. Sin duda, no soy el tipo más listo del mundo, pero tampoco el más tonto y me considero un buen lector. Cuando leo 310 páginas y me sobran 300 creo que el libro tiene, objetivamente, un problema. No lo pensaron así en Alemania cuando lo nombraron libro del año en 2008. Uno se siente culpable cuando le presentan un libro como una obra maestra pero no encuentra prácticamente ni un motivo que lo justifique.

En fin, aguanté. Estamos hablando de más de un mes de lectura para llegar a la página 314, de nuevo un personaje divagando entre interrupciones y páginas y páginas en cursiva. No, ni siquiera la edición ayuda. Sábado por la noche. La duda vuelve y esta vez la tentación es más poderosa: a lo mejor, La Torre es un libro imprescindible para entender la República Democrática Alemana y su descomposición, pero no pienso esperar otras 500 páginas para averiguarlo. Creo que un escritor se merece tiempo y un lector se merece ciertas cortesías, entre ellas, ante todo, la claridad.

Me acabé rindiendo. Eso es todo lo que les puedo decir del libro: que por más que lo intenté, me acabé rindiendo. Si es un libro muy malo o es un libro solo para valientes, decídanlo ustedes si se atreven. Yo, avergonzado, me retiro a mis cuarteles y me pongo con la caída de la URSS. La decadencia, de nuevo. De mí se podrán decir muchas cosas pero que no me va la marcha no es una de ellas.

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo

miércoles, diciembre 14, 2011

El anillo de Karl Malone


Karl Malone llegó a los Utah Jazz como número 13 del draft en el verano de 1985. No era el primer milagro de ese tipo para la franquicia de Salt Lake City: el año anterior se habían permitido esperar hasta el número 16 para elegir a John Stockton. Fue el azaroso inicio de una asociación letal que duró 18 temporadas, el reflejo de la inutilidad de muchos “general managers” y la necesidad hecha virtud para los Jazz, una franquicia acostumbrada al rechazo de los grandes jugadores, con un mercado difícil en una ciudad aburrida del medio-oeste americano…

Acertar en la selección de universitarios lo era todo.

La presencia de Stockton y Malone se hizo notar desde el principio. Los Jazz eran un equipo incómodo construido desde la defensa del gigante Mark Eaton, la inteligencia de Stockton, la capacidad anotadora de Darrell Griffith y la contundencia de Karl Malone, exquisito en su regularidad. Si le llamaban “el cartero” era precisamente por su capacidad para hacer puntualmente su trabajo cada día, sin un solo descanso.

Al principio, Malone era un jugador explosivo y ágil. Nada que ver con el hipermusculado que se convertiría con el paso de los años. Un hombre de contraataque y salto poderoso. Algo parecido a Larry Nance, en el ocaso de su carrera. Cuando el entrenador Jerry Sloan se unió a la parejita de All-Stars, en 1988, Utah se consolidó una serie record de temporadas consecutivas clasificándose para los play-offs de la Conferencia Oeste, dejándola finalmente en 20, la tercera mejor de la historia de la NBA.

Pese a no llegar a ninguna final en todo este primer período, la condición de estrellas de Stockton y Malone se vio avalada por su selección para el famoso Dream Team de 1992. Malone, ferviente patriota, sumó un segundo oro cuatro años después en Atlanta. Aquel título de 1996 tenía que marcar el final de su carrera… pero en realidad anunciaba un nuevo comienzo.

La temporada 1996/97 la empezó con 33 años, Stockton tenía 34. Junto a ellos, Sloan había formado el enésimo equipo rocoso apoyado por un público infernal: los Hornacek, Eisley, Russell, Morris, Ostertag, Carr, Keefe… intendencia de la buena para apoyar a las dos estrellas, en el mejor momento de sus vidas deportivas. Por supuesto, a esa edad, Malone ya no era un saltarín. Su juego se basaba en un físico imponente que le ayudaba en el rebote y el juego al poste bajo, y un tiro en suspensión desde tres-cuatro metros absolutamente imparable, normalmente después de pase de Stockton tras bloqueo en la línea de tres puntos.

Canasta a canasta, los Jazz se plantaron en su primera final de la NBA desde que llegaron a Salt Lake City sumando la friolera de 64 victorias. Solo un equipo en toda la liga había ganado más partidos que ellos y jugaba en el Este: los Chicago Bulls de Michael Jordan. La final se fue a seis encuentros. El quinto, en Utah, pasará a la historia por los 45 puntos de Jordan, con una gripe estomacal de órdago y anotando el último triple al borde del desmayo. No eran las mejores noticias para los Jazz porque a nadie le gusta llegar tan lejos y volverse a casa con las manos vacías pero ahí había algo: competitividad, ganas, equipo.

El año siguiente, Stockton y Malone no parecieron tener un año más sino un año menos. En liga regular volvieron a pasar de las 60 victorias y tras varios sustos llegaron de nuevo a la final de la NBA por segundo año consecutivo. ¿Quién los esperaba? Los Bulls de Jordan, por supuesto, pero esta vez con el factor campo a favor de los Jazz. La serie empezó con un empate a uno en Salt Lake City y salió de Chicago con 3-2 para los Bulls. Los dos últimos partidos se celebrarían en el feudo más ruidoso de la liga. Había una seria posibilidad de conseguir por fin el anillo, el deseado anillo. Nadie lo merecía más que estos dos jugadores y así lo demostró Stockton cuando anotó un triple a poco más de 30 segundos para el final del sexto partido que ponía a su equipo tres puntos arriba ante el delirio de una grada que pedía a gritos un séptimo encuentro.

El resto es historia: la canasta de Jordan contra el mundo, el robo posterior de balón, precisamente a Malone cuando iniciaba su enésima travesía por el poste bajo, el dribbling cruel sobre Bryon Russell y la canasta que daba el sexto anillo a los Bulls ante las caras de incredulidad de todos los jugadores de Utah, conscientes de que aquella era su última oportunidad.

Esto fue en 1998, pero los Jazz no se rindieron. Malone fue el MVP de la liga la siguiente temporada, pero los Spurs se cruzaron en su camino. En 2000, 2001, 2002 y 2003 volvieron a clasificarse para las series finales, con Malone siempre por encima de los 35 minutos y los 20 puntos por partido. Al final de esa frustrante temporada 2002/2003, y ya con 41 años, Stockton decidió retirarse. Cansado de decepciones, su compañero de pick and roll optó por tragar ego y buscar por fin su anillo, dejando atrás el club de las estrellas sin título como Charles Barkley o Patrick Ewing. Después de aceptar una oferta por el salario mínimo, se fue a Los Angeles Lakers junto a Kobe Bryant, Shaquille O´Neal y Gary Payton. Nadie duda de que formaban uno de los mejores equipos de la historia.

Sin embargo, las cosas tardan en funcionar. Incluso con Phil Jackson en el banquillo, la unión de cuatro estrellas siempre es complicada. Payton y Malone aterrizan en plena guerra civil entre Kobe y Shaq, seguida capítulo a capítulo en ruedas de prensa y sesiones de entrenamiento. A base de calidad y tiros imposibles de Derek Fisher, los Lakers llegan a la final, el anillo de Karl Malone a solo cuatro partidos de distancia.

El problema es que la rodilla de Malone ya no está ahí. El hombre indestructible empieza a flaquear justo al cumplir los 40, justo en el momento más importante de su carrera. Visiblemente cojo, Malone hace lo que puede por ayudar a sus compañeros pero más que ayudarlos, los perjudica. Enfrente tienen a los Detroit Pistons, un equipo completamente inesperado, salido de las catacumbas guerreras de la Conferencia Este, apoyado en Billups y Hamilton por fuera, la versatilidad de Prince y Rasheed Wallace más la contundencia expeditiva de Ben Wallace por dentro.

Los Pistons ganan el primer partido en el Staples Center y dejan escapar el segundo en una prórroga que nunca debieron permitir. Aquello se considera el gran momento de la serie, el punto de inflexión. Los Lakers salen de Los Angeles tocados pero vivos. En Detroit tienen la opción de recuperarse y ofrecer una última y merecida medalla de servicio a su ala-pivot.

Sin embargo, no hay noticias del equipo amarillo en el tercer partido. Ni en el cuarto. Malone sigue cojo, Shaquille tiene las maletas hechas, Kobe se empeña en resolver por su cuenta y Payton parece un jubilado frente a la explosividad de los de Michigan. Con 3-1 en el marcador y pese al claro favoritismo de apenas dos semanas antes, ya nadie confía en los Lakers. El quinto partido se disputa el 15 de junio de 2004 en Auburn Hills.  Malone ni siquiera puede vestirse de corto. De nuevo liderados por Chauncey Billups y la defensa ninja de Larry Brown, la pesadilla del gran Andrés Montes, los Pistons se imponen con una facilidad insultante: 100-87.

Así acaba el sueño del anillo de Karl Malone: a los 41 años, después de 19 temporadas consecutivas al más alto nivel, dos MVP, dos medallas de oro y tres finales perdidas, el segundo máximo anotador de la historia de la NBA detrás de Kareem Abdul-Jabbar anuncia su retirada entre lágrimas, los diez dedos desnudos, condenado a convertirse en leyenda, nunca en campeón.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "No pudo ser"

martes, diciembre 13, 2011

Paraguas, croissants y reportajes suicidas


Compaginar la vida de profesor con la vida de colaborador, articulista, escritor o lo que quiera que sea yo a estas alturas es complicado. Se puede hacer pero, ya digo, es complicado. El requisito imprescindible es no tener vida personal, hasta ahí podíamos llegar. Si uno es capaz de limitar sus sentimientos a un día y medio y vivir el resto de la semana como un autómata, no hay problema, lo que no está claro es que eso sea deseable ni siquiera posible.

De repente se te cruza un paraguas o unos croissants y la existencia se te complica sobremanera.

Vivir en "El diablo viste de Prada" es tentador. No solo la hiperactividad de por sí, que para mí siempre será un abismo por el que despeñarme, sino el hecho de que lo que hago me gusta, así que no sabría por dónde empezar los recortes. Las clases de inglés me resultan tremendamente reconfortantes y me dan el dinero con el que pagar el piso. Lo demás son monográficos sobre baloncestistas a los que adoro, entrevistas con Leticia Dolera, análisis del mundo del cortometraje, artículos para El Imparcial, textos para libros de La Fábrica, biografías inéditas para Panenka, relatos en los que Cenicienta se convierte en puta de lujo...

El problema es cuando no hay una continuidad de sensaciones, es decir, sabes que haces tu trabajo bien, que gusta, lo cuidas... pero no tienes tiempo para disfrutarlo. Esos primeros artículos en los que había entusiasmo detrás de cada coma y uno se leía y se leía a sí mismo en pleno autoerotismo... Yo ya no sé ni lo que publico como para pedir a los demás que lleven la cuenta. De repente, una mañana de martes te encuentras ante una tarea a la que le dedicarías una semana y veinte páginas pero resulta que solo tienes esa mañana y seis folios como máximo.

El reportaje en cuestión junta a Lara Moreno, Elvira Navarro, Pablo Gutiérrez y Coradino Vega. Algunos ya conocerán varios de estos nombres por las listas Granta y demás concursos de popularidad, pero la historia entre ellos va mucho más allá, es apasionante, realmente apasionante, podría publicar páginas y páginas en una revista imaginaria solo con sus respuestas a mis cuestionarios. La literatura en sus márgenes. La literatura en cualquier lado. Entrevistar a escritores que son mejores que tú te hunde un poco en la miseria, sobre todo después de hablar con un editor que reconoce que tiene tu anterior novela desde febrero de 2010... pero aún no ha tenido tiempo de leerla y no sabe si alguien más lo ha hecho.

Mundo sobrepasado.

Eso es lo bueno, por otro lado, de esta vida de reportero suicida y profesor salvaje: que no hay tiempo para las decepciones. Yo podría pensar en lo mal que me va todo y por qué no me publica nadie, pero en ese momento alguien llamaría al telefonillo y le tendría que explicar el pasado perfecto. Las cosas en este microuniverso funcionan así. Un microuniverso ansioso que se podrá descifrar dentro de cuatro años cuando escriba mi séptima novela y en la editorial me digan que están acabando con la segunda.

Yo no podría trabajar en una editorial. Me sentiría desbordado y culpable todo el rato. Sería terrible.

En cualquier caso, el trabajo no es el problema. Este era un post sobre paraguas y croissants. La posibilidad de vivir en un mundo, una realidad, donde haya tiempo para los croissants y los paraguas y todos sus derivados. Algo estamos haciendo mal -algo estoy haciendo mal- cuando no hay tiempo para la piel y el cariño sino que todo se reduce a una sucesión de nombres propios y/o formas gramaticales. ¿Saben lo que pasa? Que me ofrecen otro encargo y yo digo "sí", que me ofrecen otra clase y yo digo "sí". Y lo peor/lo mejor de todo es que digo sí porque me apasiona lo que hago, me apasiona escribir 150 biografías, descubrir y transformar a 150 desconocidos y desde luego me vuelve loco la idea de que el Balón de Oro en realidad sea un señor francés malhumorado, votante de Le Pen y al borde de la jubilación.

Por no hablar de Drazen Petrovic.

Quejarse de ser feliz. Esto sí que es la monda. Pues sí. A veces uno tiene tantos motivos de felicidad que se solapan y vuelven los pensamientos de felicidad de tienda Quechua, es decir, la felicidad rendida. Cortita y al pie, por favor. Correr es de cobardes.

domingo, diciembre 11, 2011

La publicidad y el "sueño español"


Hannah Arendt, en esa maravilla de la crónica histórica-política-jurídica que es “Eichmann en Jerusalén”, advertía contra la auto-inculpación de la sociedad alemana como conjunto a la hora de recordar los crímenes del régimen nazi. Está bien lo de decir “todos somos culpables”, venía a explicar Arendt, pero el problema es que si todos somos culpables perdemos la perspectiva de quiénes fueron los culpables de verdad.

Algo parecido está pasando en España con un cierto discurso autocompasivo: “Vivimos por encima de nuestras posibilidades”, dicen los medios de comunicación y los grupos de presión para que el españolito de a pie interiorice su culpa. “Pedimos préstamos que no podíamos pagar”, se repite, como si hubiéramos robado ese dinero o hubiera caído del cielo. “Todos hemos vivido en una burbuja estos años”, se insiste, para diluir las culpas en una especie de conmiseración nacional.

Voy a empezar por el principio. Niego la mayor. Puede que España como país haya vivido por encima de sus posibilidades, con sus decenas de aeropuertos sin tráfico, sus construcciones megalómanas, sus 400 euros de regalo sin discernir antes quién los necesitaba y quién no, como una empresa que reparte dividendos entre sus accionistas… Otra cosa es que los españoles hayan vivido por encima de esas posibilidades y desde luego otra cosa aún más diferente es que sea culpa suya.

Yo sé que cuando se insiste en este discurso no se está hablando de mí. Yo y mi piso alquilado de 25 metros cuadrados, mi condena al mileurismo. Ni de mí ni de tantos como yo que no vimos ni una ventaja en los años de vacas gordas y ahora se nos piden hombros y cinturones en los de vacas flacas.

Entiendo que el mensaje va dirigido a los que se metieron en hipotecas imposibles con sueldos precarios, los que aprovecharon ese crédito para comprar de paso un coche o un paquete de vacaciones o simplemente unos muebles más caros o un colegio privado para los niños.

Es decir, los que hicieron lo que todo el mundo les decía que tenían que hacer.

Tengamos memoria: durante años este país se llenó de anuncios grotescos, de publicidad brutal anunciando hipotecazos, creditazos, todo a su medida, no se preocupe, no sea tonto, pídalo que se lo damos… Imaginen al trabajador o a la trabajadora media que, sentados delante de su televisor, ven día tras día, mes tras mes, toda esa exhibición de derroche y ese canto de sirenas: “Todo esto es tuyo, solo pásate por tu sucursal” y luego la imagen del director sonriente, la familia sonriente, el constructor sonriente, todos contentos y en paz.

Súmenle a esa avalancha publicitaria —correos individualizados, llamadas por teléfono, anuncios en prensa, en radio, en televisión, antes de las películas en los cines…- la complacencia de los políticos, su confianza en que todo va bien, todo crecerá, sus apelaciones a la “Champions League” económica… ¿De verdad podemos ahora echarle la culpa a ese albañil o a ese reponedor o a esa teleoperadora por no saber descifrar bien los mensajes? Hay que ser serios en esto: ¿Tienen ellos la culpa de creerse lo que llevaban años diciéndoles, no ya los amigos, sino economistas prestigiosos, grandes empresas, grandes bancos, políticos presuntamente solventes?

Pues se conoce que sí. Vivieron por encima de sus posibilidades y ahora se quedan sin coche, sin casa y con una deuda de por vida. Y es culpa suya, recuerden. No del licenciado en económicas, director de sucursal, que ofreció y concedió un préstamo imposible con unas condiciones inasumibles, sino del teleoperador. El teleoperador tiene la culpa de no saber que cuando todo el mundo le decía que hiciera algo en realidad le estaban diciendo “no lo hagas, puede ser peligroso”.

Bien, parte de eso puede ser cierto. Una ración de autocrítica siempre viene bien y sirve para aprender. Pero quedarse en eso, en un “fue culpa nuestra” resignado no ayuda en nada a que los verdaderos responsables —los verdaderos irresponsables, quiero decir- se sientan de verdad culpables y no repitan todo esto otra vez. Que lo harán, porque las sirenas es lo que tienen, pero al menos la próxima vez pidamos un buen palo donde atarnos o al menos algo de cera para los oídos. Artículo publicado originalmente en el diario "El Imparcial", dentro de la sección "La zona sucia"

Real Madrid 1- Barcelona 3



Hay algo en el Real Madrid cuando se enfrenta al Barcelona que escapa a lo comprensible. Por supuesto, el Barça es un equipazo y supo hacer su juego y confiar en sí mismo en los momentos más complicados, pero la manera de venirse abajo del Madrid después del empate de Alexis es difícil de entender, una rendición absoluta, una sensación de inferioridad que no se justifica viendo las plantillas de ambos equipos y sus onces en el campo.

En fin, empecemos dando mérito al ganador. El Barcelona se mantuvo fiel a su estilo hasta lo absurdo, como a veces sucede. En esa constancia está su éxito. Por sacar jugada la pelota desde el primer segundo empezó el partido con un gol en contra: Valdés jugó con fuego, entregó el balón al contrario, Piqué se metió atrás rompiendo cualquier fuera de juego y Benzema solo tuvo que remachar después de un rechace.

Seis puntos de liderato, catorce victorias consecutivas, goleada tras goleada en el Bernabéu… y el Madrid se pone 1-0 por delante. ¿Qué mejor escenario posible?, ¿qué necesitan los blancos para creer en sí mismos? No le importó al Barça pasar por unos minutos de deriva en los que Cristiano Ronaldo pudo marcar el segundo gol y Lass demostró que para presionar arriba es un jugador perfectamente válido aunque con el balón no sepa qué demonios hacer.

El equipo de Mourinho entregó el balón al de Guardiola con la esperanza de recuperarla cuanto antes y en posiciones peligrosas. Alves adelantó su posición al extremo, dejó a Alexis de punta, bajó a Cesc para combinar con Iniesta y Messi y conforme mejoró su juego ofensivo, se expuso en el defensivo: Puyol tenía que caer al lateral, Abidal ocupaba el interior izquierdo, lo que dejaba a Piqué y Busquets como únicos defensas, expuestos a las contras rivales, un uno contra uno constante especialmente en la banda izquierda, donde caían Benzema y Cristiano.

De Ozil no hubo noticias por enésimo partido crucial consecutivo y Di María se vio acelerado y posiblemente afectado por un mal giro en la primera parte que le supuso molestias musculares.

El Barça tomó riesgos pero creyó en ellos. Es una máquina de fútbol. Con sus gripajes ocasionales pero con una fe que mueve montañas. Incluso después de encajar el gol por sacar el balón jugado de manera probablemente innecesaria, no se movieron del esquema ni un segundo: toque, toque, toque… hasta que Lass empezó a cansarse, Di María se terminó de desenchufar y Xabi Alonso se vio obligado a ir a ayudas imposibles.

En esas quedó libre el medio. Parece increíble que sea así pero sucede en todos los partidos: los entrenadores se queman las pestañas viendo cómo parar a Messi y el argentino acaba recibiendo en tres cuartos completamente solo. Descolocada la defensa madridista –intrascendente de nuevo en un partido ante el Barça-, el próximo Balón de Oro se deshizo de tres jugadores y metió el balón en profundidad para que Alexis empatara el partido cruzando el balón al poste contrario de Casillas.

El partido del chileno fue sobresaliente, mejorando conforme su condición física le va ayudando. Este sábado estuvo en todos lados y abrió huecos importantísimos, volviendo loco a Coentrao al principio y luego a Pepe y Ramos.

A partir del empate el partido cambió por completo. El Madrid se vino abajo, cayó en sus inseguridades y el Barcelona se limitó a seguir haciendo lo que hacía antes con esa fe admirable que le da la narrativa que tanto le criticamos otras veces. Solo faltaba un invitado a la fiesta y en cuanto se unió, el encuentro se acabó: Iniesta. La aparición en la segunda parte del manchego fue demasiado para la frágil moral de los madridistas. Messi supo echarse a un lado e intervenir lo justo para darle el protagonismo al héroe mundialista. Por momentos, fue un espectáculo. Cayendo a la banda o entrando por el centro, desequilibró por completo a un equipo partido en dos.

Si hubo un momento para meter un tercer medio centro fue ese, pero Mourinho no lo anticipó y se encontró con el 1-2 en una jugada accidentada en la que Marcelo –inédito, por lo demás- desvió a la portería un disparo de Xavi desde la frontal.

El gol fue muy afortunado, desde luego, pero para entonces ya el juego era totalmente blaugrana, convirtiendo al Madrid en un equipo menor, encerrado, en ocasiones rozando la desesperación. Se instaló en los tres cuartos del campo madridista como si jugara ante el Levante y ahí se acomodó, esperando el pase decisivo. Llegó cuando Alves –enorme partido el suyo- volvió a entrar por la derecha con total libertad y puso el balón en el segundo palo para que Cesc remachara el 1-3.

La defensa madridista era mantequilla frente al cuchillo azulgrana. Por momentos, la sensación del Madrid fue parecida a la del 2-6 y si la goleada no fue mayor fue simplemente porque no era necesario. Los locales bajaron los brazos y Mourinho volvió a no encontrar remedios. Uno ficha al mejor entrenador del mundo para estos partidos y necesita algo más que excusas y gestos excesivos en el banquillo. Necesita demostrar que puede cambiar una inercia más allá de goleadas ante el Rayo Vallecano.

Higuaín, Kaká y Khedira, los recambios, no mejoraron en nada al equipo, aunque tampoco se esperaba mucho en ese momento del partido. La superioridad del Barcelona iba más allá del juego propio y se basaba en la desidia ajena. Tuvo sus oportunidades el Madrid precisamente por el empeño visitante en no cerrar el encuentro y seguir dejando el campo abierto. Kaká se dio cuenta, bajó un par de veces a recibir y dio sensación de peligro. A su lado, nadie. Cristiano Ronaldo lo volvió a intentar, no se le puede negar, pero su acierto fue nulo. Benzema fue con mucho el mejor jugador merengue.

En el campo contrario, Iniesta seguía haciendo lo que quería, Cesc iba y venía, Messi daba pausa y velocidad según conviniera y ni siquiera la habitual desubicación de Villa cuando salió el campo sirvió para una remontada en la que nadie creía.

Me parece increíble escribir esto: “una remontada en la que nadie creía”. Precisamente en el Bernabéu, precisamente el Madrid, que siempre ha demostrado una fe que mueve montañas. Incomprensible, ya digo. Van ya cinco partidos de Guardiola en Madrid con cuatro victorias y un empate. En sus enfrentamientos con Mourinho el resultado es parecido. Demasiadas victorias como para no considerarle el mejor entrenador del mundo. Espera Japón y el posible segundo Mundialito en tres años.

La liga irá de un lado o del otro pero la imagen de esta noche de diciembre hará mucho daño al Madrid en todo el mundo y debería invitar más al psicoanálisis que a la autocrítica.