martes, febrero 25, 2020

Como un dolor de muelas



Nos juntamos los cuatro en la consulta del pediatra. De dos en dos. El Niño Bonito espera paciente a que le confirmen que tiene que vacunarse contra la varicela y el Rey Sol llora preventivamente, un continuo "por si acaso". Después, nos vamos a desayunar al VIPS, como toda familia madrileña de clase media. El mayor está feliz, como siempre. El pequeño duerme... y cuando no duerme, su padre le coge y le tranquiliza.

Todo gira en torno a esta imagen. Y cuando digo todo, es todo; nada más que contar, nada nuevo. Tal vez las noches llenas de pesadillas en las que resulta que trabajo de profesor y tengo que volver al centro y ni siquiera sé explicar qué hago ahí, por qué he faltado tanto tiempo y pruebo a esconderme dentro del propio sueño, a hacerme invisible para que nadie me pida cuentas, para quedar menos expuesto, menos vulnerable, menos "piece of fragile porcelain", que diría Juan Pablo III. 

Cuando B. vino a mi boda, reconoció que nunca se habría imaginado que yo me fuera a casar. Que en sus larguísimas noches en Kenia o en Somalia o donde fuera imaginando al detalle el presente y el futuro de cada uno de nosotros, jamás cayó en que yo pudiera enamorarme y casarme con alguien. Siete años más tarde (seis y medio) no solo estoy casado sino que tengo dos hijos. Si B. se entera, me mata. Es raro, solo quiero decir eso. Y si alguien me pregunta "¿qué es raro?", yo tendría que decir "todo" y encogerme de hombros.

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Empieza justo después de tomar una onza de chocolate, un dolor profundo en la encía, de diente roto, astillado, clavado donde más duele. La cosa se queda así durante unas horas y luego empeora, mejora y empeora. El mundo en vilo por un virus y yo muerto de dolor por una muela. Cuando llamo a Adeslas, me dicen que mejor me vaya a Urgencias, que es más fácil eso que pedir hora en consulta. Es lo que debería hacer. Según Internet, siempre el mejor médico, estoy a un paso corto de un infarto o una endocarditis. Y, sin embargo, aquí estoy, desoxidándome, haciendo como si nada y prolongando las molestias, bañándolas en colutorio, llamando al New York Burger y celebrando íntimamente que se hayan olvidado las patatas fritas.

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Vi "Parásitos". Una película que me resulta imposible odiar, despreciar ni admirar. Dos horas de mi vida. Punto.

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Por supuesto, como todos, he tenido tiempo para investigar sobre el coronavirus hasta el punto de convertirme en algo parecido a un experto. Es complicado encontrar términos medios pero tal vez sea bueno buscarlos. Los brotes de coronavirus son peligrosos. Son muy peligrosos. Otra cosa es la concepción que tengamos del peligro, claro. No estamos ante un apocalipsis ni esto es "REC"  ni habrá una invasión de ultracuerpos a partir de un crucero amarrado en Japón. No parece un virus especialmente contagioso ni especialmente letal. Simplemente es nuevo y no es poca cosa. Cuando la gente lo compara con la gripe común obvia una cosa: la gripe la conocemos, estamos habituados a ella, sabemos combatirla... y aun así nos mata. Una cosa no sustituye a la otra. Si el coronavirus se confirma como pandemia, si el número de casos crece sin control, simplemente los sistemas sanitarios de buena parte del mundo estarán en un buen lío y nadie quiere eso.

Si a los miles de afectados por la gripe o por la neumonía en cada país, le añadimos otros tantos ingresados con otra enfermedad contagiosa, el reto será mayúsculo. No un reto por sobrevivir, no un reto por mantener nuestra sociedad tal y como la conocemos, simplemente un reto de adaptación a las nuevas circunstancias. Las dos cosas han de tenerse en cuenta: no vamos a morir todos, pero tampoco es un catarro de invierno. Las precauciones son lógicas y necesarias, sin que eso requiera un tratamiento mediático de carrusel deportivo. Minuto y resultado. Aún es demasiado pronto para determinar tendencias, las muestras son pequeñas y probablemente erráticas: ¿cuántos casos de gripe o neumonía fueron en realidad coronavirus y a los pacientes se les dio de alta sin más al recuperarse?, ¿cuántos en un país de 1500 millones de habitantes, muchos de ellos en zonas rurales con escaso control sanitario?

Eso es lo bueno y lo malo: probablemente -y esto no es caer en una conspiranoia-, el número de afectados sea mucho mayor del que se sabe. Por otro lado, si es así, simplemente es porque el resto ha pasado desapercibido. 

miércoles, febrero 19, 2020

The New Pope


El Niño Bonito pide agua. Son las doce y media de la noche, casi la una, y acabo de cenar corriendo un bocadillo de chorizo. Desde las nueve, he tenido un niño de dos meses colgando de un fular pegado al pecho. Los dos tumbados en la cama, el chupete siempre en la boca por si acaso, algún despertar fugaz apagado por el correspondiente meneo. La respiración agitada, que es la manera que tienen los bebés de demostrar que su sueño es profundo, los ojos moviéndose detrás de los párpados. ¿Sueña el Rey Sol con ovejas eléctricas? ¿Sueña con la calle oscura y los neones de las tiendas interrumpiendo la monotonía negra? ¿Con el fraseo incomprensible de las señoras de abrigo de piel que se acercan a decirle monerías?

Su padre, mientras, mira el móvil. A veces, comprueba que el Atlético de Madrid sigue ganando -le va mucho en ello, le va la alegría de su otro hijo- y a veces se pone un capítulo de "The new Pope", la serie que le tiene fascinado. Es la suya una fascinación estética que no tiene por qué compartirse. Una fascinación de frases precisas, planos perfectos, chicas bailando al compás de música electrónica, un abuso quizá de la cámara lenta. Una fascinación por las referencias y el subtexto. Alguien en Twitter lo comparaba con Lynch y puedo estar de acuerdo en parte, pero yo a Lynch nunca lo he entendido, nunca he sentido que se dirigiera a a mí. Sorrentino, sí.

Sorrentino, a punto de cumplir los 50, que decide no hacer una continuación al uso de la anterior temporada sino que crea casi una serie nueva con nuevos protagonistas y la llena de personajes improbables y de subtramas que darían de por sí para nuevas películas -así, Ester; así, Voiello; así, Adam; así, el médico de Venecia y su vida de palacio-. El complejo universo Sorrentino. De Andreotti y la Democracia Cristiana a la curia vaticana pasando por Jep Gambardella y Silvio Berlusconi. ¿Cómo se hace eso, Paolo, me explicas? ¿Cómo se convierte cada sueño en una imagen y esa imagen a la vez en la reproducción de una obra de arte del Renacimiento? ¿Cómo se reconstruye Italia en cada secuencia?

El padre pregunta y nadie responde, claro, solo faltaba. Se levanta y deja al bebé en el carrito. La Chica Diploma duerme a su lado. Espera el bocadillo, el agua del Niño Bonito y una noche corta. Como todas.

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Entre las anécdotas que Paul McCartney repite en cada entrevista está la charla con Elvis Presley, el día que fueron a visitarle a su mansión en Los Ángeles. Sobre el encuentro en sí, la verdad es que he leído muchas versiones: que Paul cogió el bajo y se pusieron a tocar, que Elvis estaba viendo la tele y no les hizo apenas caso, que estuvieron tanteándose un rato y al final, ya aburrido, Elvis sacó una especie de casino portátil y se pusieron todos a jugar para especial deleite de Brian Epstein, ludópata de primera...

Otra cosa que le gusta contar a McCartney es que en la versión que hacía Elvis de "Yesterday" cambiaba la frase "I said something wrong" por "I must have said something wrong", lo que a Paul le hace mucha gracia porque le parece un pelín arrogante. Es curioso porque en Spotify se puede encontrar la grabación del concierto de 1969 en Las Vegas y no cambia la letra en absoluto. En otras versiones de años posteriores, sí hay alguna modificación algo fanfarrona pero no respecto a esos versos: en vez de "I´m not half the man I used to be", Elvis canta "I´m not half the stud I used to be" entre risas cómplices. Probablemente estuviera drogado. Para encontrar la modificación de McCartney hay que irse a la grabación de un ensayo y la verdad es que suena casi más bonito así.

Creo que en el fondo lo que le hace gracia a Paul es que Elvis estuviera cantando SUS canciones. No las de John, no las de George, sino las suyas. El medley "Yesterday / Hey Jude" que también puede encontrarse por Internet, por ejemplo. Gracia y un cierto orgullo, por supuesto. Si en algo coincidían los cuatro Beatles era en su admiración por "El Rey". Ringo, por ejemplo, cuando les introdujeron en el "Rock and Roll Hall of Fame", soltó un irónico "vaya, siempre nos habían dicho que éramos un grupo de pop". No lo eran. No lo fueron hasta Epstein y no lo fueron después.

Excepto, quizá, Paul McCartney.

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Después del vaso de agua queda el móvil. Es un error pero es mi error y tampoco voy a andar pidiendo disculpas por todo. Ya casi la una y Genko (Miguel) y yo seguimos hablando del viaje Fin de Curso a Atenas. Sé quién es pero también sé que apenas tuvimos trato. Ninguno de los dos acierta a entender por qué. Yo soy consciente de que fui un adolescente gilipollas, pero no recuerdo que los demás fueran otra cosa, salvo quizá Dani Pacios. Teníamos muchos amigos en común pero no consigo recordar ni una conversación. Tal vez sobre fútbol. Tal vez sobre el Estudiantes. ¿Jugaba Genko con nosotros al baloncesto? En ese caso, quizá fuera tan malo como yo y por eso no me acuerdo, aunque los compañeros de estigma tienden a reconocerse...

Más raro es lo de Atenas porque Atenas, por raro que parezca, acabó siendo más pequeña que el Ramiro de Maeztu, reducida a un par de plantas de hotel y cuatro o cinco habitaciones donde nos reuníamos y nos separábamos y nos escondíamos y nos besábamos furtivamente. Yo creo que recuerdo al grupo de Miguel, creo que es el grupo que se sentaba al fondo del autobús y conseguía que todos nos partiéramos de risa. Lo tengo como un grupo carismático o como mínimo admirable. Un grupo con el que pasé mucho tiempo porque mucho tiempo pasé con Dani y con Javi y con Silvia y con Miriam y creo que ahí las fronteras empiezan a borrarse.

Atenas, en cualquier caso. Genko recuerda el museo arqueológico. Yo recuerdo que fui con Bruno porque me gustaba una chica (¿Patricia?, ¿quizá Cristina?) y que acabó sangrándole la nariz y nos tuvimos que quedar fuera. También recuerdo que Silvia y yo intentamos volver más tarde pero nos perdimos y acabamos tomando pollo en el Barrio de Plaka. Nos perdíamos mucho y no estoy seguro de que lo hiciéramos a propósito. Una vez acabamos en una pista de baloncesto jugando con unos griegos con pinta de matones. Por supuesto, no nos atrevimos a ganar. La última noche acabó con un despliegue de fuegos artificiales y a mí me pareció una despedida fantástica. Luego me explicaron que celebraban la independencia.

Hice unas fotos maravillosas que revelamos en la Calle Stadiou. Al año, las había perdido. En una de ellas, mi riccordo, sí, io mi riccordo, hacíamos una foto de grupo en una isla del Egeo. Algunos de pie y otros sentados. Como parecíamos un equipo de fútbol, yo crucé las manos sobre el pecho como hacían los porteros en los ochenta. Nadie entendió el chiste. Nadie entendía nada, de hecho, y casi nadie lo intentaba.

lunes, febrero 17, 2020

Mi amor por los espejos


Quizá San Junípero no sea Fuerteventura y tal vez el acmé, el famoso acmé, no haya que cifrarlo en 2011 ni en 2005 sino en 2003, siempre que sea un acmé de los sentidos -una explosión, vaya- y no una madurez en sentido estricto. El poder y sus márgenes. El momento, ahí quería llegar yo, que uno elegiría repetir durante toda una eternidad en bucle. Vivir siempre entre el jueves en el que M. y yo entramos ansiosos buscando una habitación de una noche en el Tryp Gran Vía y acabar en el domingo en el que R. se despide en la Estación de Sants con un "Cuídate mucho, Guille" y la mirada que Wendy dedica a los niños perdidos.

Tal vez, sin contexto, sin la enorme amoralidad de esa alegría, es decir, separándola de lo que yo era y lo que me convertí, de lo sucio del antes y lo solitario del después, esa sea la sensación que quisiera repetir por siempre y no ya una visión paradisíaca de una isla en lontananza, no ya un concierto bajo la nieve. San Junípero en forma de Alvia de cinco horas con un CD "quemado", lleno de canciones de Franco Battiato y de Lucio Dalla y aquel "All the way to Reno" de R.E.M. en el que creía como si estuviera compuesto para mí, solo para mí.

La arrogancia post-adolescente. Si algún día le preguntara a Jude Law en lo alto de un autobús de dos pisos cuál es mi eufemismo, incluso él diría "arrogante". Un arrogante depresivo y todo lo que eso implica. Una montaña rusa. Viernes, sábado y domingo en el Meliá Barcelona. A moveable feast, a fucking moveable feast, C.C. recién salida del baño y la calle Aribao y un paseo por la playa de Sitges en pleno febrero bajo una iluminación de película de Woody Allen. La bolsa de McDonald´s en una habitación triple para uso individual y una versión merengue de "Ne me quitte pas" (daños colaterales del Kazaa) en la bañera. La soledad saciada. La plenitud, de nuevo. La incertidumbre. Lo dicho, San Junípero.

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El problema de la plenitud o más bien el problema de fijar la plenitud hace diecisiete años y por razones tan inmediatas, tan piscina, tan "lo que sea cuando sea", es que el resto de tu vida se convierte hasta cierto punto en decadencia o, si se quiere, en un lento desenamoramiento de uno mismo. De ahí, quizá, los hijos. De ahí, quizá, una especie de testigo que va pasando: lo que uno ya no va a vivir -y es duro saber que no vas a volver a vivir lo que tú mismo has catalogado como el momento más feliz de tu vida, es decir, que hasta cierto punto todo va a ser un pequeño simulacro mejor o peor llevado- que lo vivan ellos. Que investiguen en su propia exaltacion física, en su propio enamoramiento, en su propio investigar los límites. A veces pienso que abrazo a mis hijos como Nietzsche abrazaba caballos, con una nostalgia previa. Yo, pequeño gordo cuarentón que no ama lo que hace, que cuenta las semanas de baja hacia atrás porque teme a la realidad, que incluso prefiere esta especie de limbo retribuido, de fortaleza de pañales, antes que volver a enfrentarse con los hechos: una vida laboral incompleta, apenas elegida, sobrellevada con ansiolíticos y canciones de los Beatles a pleno pulmón por las escaleras.

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Sigo impresionado por la muerte de Gistau. O por la vida de Gistau, más bien. Por todo ese amor que ha salido de golpe y en todas las direcciones. Dan ganas de traerle de vuelta a la vida no solo por él sino por todos los que le amaron. La amistad. Gistau es para mí la imagen de la amistad y a veces me invade cierta tristeza, incluso cierta envidia: yo siempre quise tener esos amigos, ese grupo de amigos hombres, leales, que se entienden con gestos y perdonan todo. Partido y copa en el bar. Nunca he sido capaz. Creo que siempre he aspirado a la amistad masculina y siempre he fracasado sin que pueda culpar muy bien a nadie. Quizá, en el fondo, el Niño Bonito sea el último intento.

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Antes siquiera de llegar al hospital, la oficina de management de Sabina ya había anunciado la fecha de su siguiente concierto. Eso es, en resumen, todo lo que va mal del caso Sabina y ahí es dónde deberian apuntar las miradas en vez de tanto fijarse en el dedo.

martes, febrero 11, 2020

De vuelta del asador de pollos


El Niño Bonito tose, el Rey Sol tose. El Niño Bonito tose, el Rey Sol tose. Sorben sus mocos y se enfadan y los dos a su manera gritan "mami" pero no se despiertan o al menos no de momento. Para eso estamos sus padres. El Niño Bonito gira en su cama nido hasta que se da con uno de los lados, suena "pam" y se queda tranquilo. Por la mañana, cuando le pregunte por todo esto: por las toses, las quejas, los pañuelos, los golpes secos... dirá que no se acuerda y será verdad. Nuestro pequeño sonámbulo.

Lo del Rey Sol es otra cosa. El Rey Sol, con laringitis a sus siete semanas, con los ojos rojos de colirio y sus intentos de queja que se quedan en un ronquido afónico a lo Abuelo Rabbit en Peppa Pig. El Rey Sol y algo que entendemos que es carraspera porque no es exactamente ahogo. Muchas cosas a la vez, cara de "bueno, ¿pero cuándo empieza lo bueno aquí?". La noche se juega en dos habitaciones y los dos equipos luchan por el empate. Tardes de Niño Jesús y virus flotantes. Un niño chino con la cara roja y un montón de gente esquivándole con cara de espanto.

A las siete y cuarto, como siempre, me despierto, pero tardo un rato en hacerme a la idea de que el ciclo empieza de nuevo. Cuando voy a la cocina a tomar mi ansiolítico, oigo una puerta e imagino que es la Chica Diploma, tan desesperada como yo, pero no, es el Niño Bonito que ha salido de la habitación dando tumbos y en cuanto me ve, se le pone una sonrisa de oreja a oreja y me abraza y así nos quedamos los dos un buen rato antes de que se haga demasiado tarde.

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Voy donde Juanma Trueba y charlamos un rato de Gonzalo Vázquez. De la necesidad de Gonzalo Vázquez en cualquier proyecto que quiera presumir de calidad. Él no le conoce pero Emmanuel sí y entre los dos vamos turnando nuestro entusiasmo. En ese momento, las cuatro y media de la tarde, Gonzalo es un genio sin reconocimiento... pero a las seis horas, sigue siendo un genio con un Premio Gigantes del Basket en la mano junto a su inseparable Andrés Monje. Me parece una curiosidad bonita que seguro que él sabe llevar con la distancia necesaria pero que de alguna manera es lo que parece: el reconocimiento no solo a un presente sino a una trayectoria enfrente de todo el mundo del baloncesto, incluyendo los que en más de una ocasión no le han valorado lo suficiente.

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Por cierto, una vez estuve en la fiesta de los Premios Gigantes y me sentí como Kenneth Branagh en la fiesta que da Leonardo di Caprio en "Celebrity". Todo el mundo era mucho más guapo y ahí estaba yo, con un bebé de nueve meses, en el paro, mendigando una colaboración, una palabra de ánimo, un email o un teléfono al que llamar más adelante por si acaso. Mucha gente dijo que me conocía pero con el tiempo no estoy muy seguro de que fuera verdad. Sí recuerdo que un famoso periodista que empezaba en un proyecto muy bueno me dijo que me estaban considerando para encargarme de la sección de deportes y me pidió que estuviera atento para hacer la entrevista.

Era justo antes de Semana Santa y nos íbamos de vacaciones. Mi mujer planteó la posibilidad de que canceláramos todo y nos quedáramos, pensando que si alguien te dice algo así, si alguien te ve desesperado y te dice algo así, es porque de verdad lo piensa. Mi mujer no es periodista. "No va a llamar", le dije, y todo siguió como estaba planeado. Pasó la Semana Santa y el puente de mayo y empezó el programa en cuestión y efectivamente aquel tipo no llamó nunca. Probablemente ni siquiera se lo planteara. Me dejó su número de teléfono para localizarle pero siempre estaba apagado. Recuerdo que en aquel momento pensé que lo mismo me había dado un número falso.

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Lo que mejor retrata a David Gistau no es lo que dicen sus amigos, por bonito que sea, sino lo que decimos los que apenas le conocimos. Toda la cantidad de historias que empiezan por algo así como "me ayudó desinteresadamente cuando no teníamos casi relación". Esa también es mi historia. En mayo de 2011 yo era un entusiasta educado del 15M y Gistau era uno de sus educados detractores. Coincidimos en Twitter y conectamos de inmediato. Le interesaba mi punto de vista, me escuchaba, no se dejaba llevar por prejuicios... nos intercambiamos teléfonos y hablamos de quedar un día en persona, pero nunca lo hicimos.

Cuando le dije que estaba preparando un libro al respecto, habló inmediatamente con Ymelda Navajo, editora de La Esfera de los Libros, y me consiguió una entrevista. Por entonces, yo no había tenido nunca una entrevista con un editor en mi vida y estaba histérico perdido, como si se abriera un campo enorme delante de mí. Lo primero que me dijo Navajo fue "Me ha dicho David que eres un tipo muy interesante".

David no sabía a ciencia cierta si yo era un tipo muy interesante o no, pero prefirió jugársela y decir que sí.  Un santo decir sí nietzscheano, ese era Gistau para mí. Nos vimos en persona unos años después, creo que en 2014, en la clásica fiesta de El Mundo por la Feria del Libro. Charlamos un rato, se acordaba perfectamente de mí aunque hacía tiempo que había dejado Twitter -y eso también dice mucho de él, dice que no estaba para gilipolleces- y nunca habíamos pasado de la fase WhatsApp. Creo que estuvimos hablando con Santiago González de que el PSOE iba camino de convertirse en el PASOK y a mitad de la charla desapareció en la noche o tal vez desaparecí yo.

No volví a saber de él más que en referencias de Rafa Latorre, Manuel Jabois o algún otro de nuestros amigos comunes. Me enteré de que estaba en coma como todo el mundo, por el artículo de El Español. Cuando preguntaba a sus conocidos, me decían "va mejorando, poco a poco". Probablemente era una versión pactada y en cualquier caso era lo que querían pensar. Por las redes vuelan sus columnas sobre la paternidad y sus entrevistas donde solo quería seguir vivo. También algunas fotos donde era feliz, sin matices. Y esas, que son las más alegres, son a la vez las más dolorosas.

viernes, febrero 07, 2020

Por qué creo que el Barcelona no jugó bien en Bilbao


Después del partido entre el Athletic de Bilbao y el Barcelona -un buen rato después, de hecho, porque tenía que dormir al niño- puse en Twitter una serie de comentarios sobre lo que me había parecido el encuentro. En general, no eran precisamente positivos porque la sensación que me había causado el equipo no había sido positiva en absoluto. Sin embargo, el sentir generalizado que percibí es que yo había visto otro partido y que el Barcelona había jugado muy bien, había dominado, había tenido oportunidades y no había merecido perder.

En lo de la victoria o la derrota no entro, porque si me he pasado un año y pico criticando el juego del equipo con Valverde pese a ganar ligas y copas, no voy a justificar ahora una opinión porque Unai Simón hiciera dos intervenciones fabulosas. Más allá del resultado, hay cuestiones que doy por hechas y que por tanto no valoro. No digo que no tengan valor sino que no entran en mi análisis y explico por qué: que un equipo objetivamente superior al otro y con mejores jugadores dé sensación de dominio y tenga más oportunidades es algo que doy por hecho. Obviamente, el plan del Athletic no era tener el balón, jugarlo, acorralar al Barcelona y juntar una ocasión de gol tras otra. La idea era dejar que el contrario lo tuviera, presionar lo más arriba posible, juntar muy bien las líneas para que no hubiera superioridades, confiar en tu portero porque es algo inevitable -recuerden lo de Unai en el Bernabéu- y fiarlo todo a una o dos oportunidades que puedas tener arriba.

Eso es el previo. Ya sé que fue un partido muy entretenido, con cierta sensación de velocidad y que Messi y Griezmann tuvieron dos oportunidades muy claras, más claras que las que tuvo Iñaki Williams, desde luego. Vamos ahora a otra cosa, al juego más allá de los highlights del resumen de televisión.

El Barcelona, en mi opinión y no cabe descartar que haya visto otro partido, no controló el juego. Lo intentó, ojo, que ya es un avance, pero no lo consiguió. Hasta cierto punto es normal después de cinco años de frenesí y transiciones. No puedes enseñar conceptos básicos de asociación y posición en tres semanas ni cambiar de la noche a la mañana tantas costumbres. Tuvo el balón pero casi siempre fue una posesión defensiva, casi de supervivencia, para evitar perderlo. A mí me parece que los jugadores están inseguros desde el primer partido, que no "rompen a jugar", que están más preocupados por el error que por generar algo nuevo. Es una percepción, pero me dura desde el día de Granada, no puedo evitarlo.

De esa manera, el Barcelona tiene problemas con el balón en los pies desde el inicio de la jugada. Es decir, tiene problemas serios para generar jugadas. No para culminarlas, porque efectivamente para eso está Messi o está Griezmann o podría estar cualquiera de los jugadores de 100-150 millones de euros que ha ido fichando el club si no estuvieran lesionados o cedidos. La mejora está en el inicio. Está en que Ter Stegen no acabe rifando balones en la salida o regalándoselos directamente al rival porque no hay otra opción o que el ataque empiece por un carrilero que además no maneja bien la pelota.

Quique sabrá la razón por la que sigue insistiendo en el 3-5-2 que ya hacía en el Betis con matices, pero tengo la impresión de que en el Barcelona no sale bien porque no acaba de conseguir lo que busca. Me explico: el tercer central es Sergi Roberto. ¿Su función es defender? Obviamente, no. Incluir ahí a ese jugador, como cuando Cruyff colocaba a Eusebio de lateral, es un recurso para poder sacar el balón jugado desde atrás sin tener que recurrir a Lenglet. El problema es que la circulación no mejora con Sergi Roberto o los demás compañeros no tienen paciencia y lo que  nos encontramos es que Messi acaba bajando cincuenta metros a recibir e inventarse jugadas.

¿Qué pasa entonces? Que Messi es la leche. Y como Messi es la leche, la sensación de peligro es constante, porque además ayer estaba motivado y cabreado después de lo de Abidal. Y Messi te puede hacer una jugada individual hasta el área, o meter un pase entre líneas a lo Xavi o hacer lo que le dé la gana. Pero el objetivo no es que Messi haga eso sino que lo hagan los dos centrocampistas por los que has pagado otros 150 millones de euros y que Messi reciba donde realmente genera una diferencia única. Eso ya se hacía con Valverde, y al menos, como estaba Suárez, pues entre los dos se lo comían y se lo guisaban. Sin Suárez, ¿quién culmina el heroísmo de Messi si consigue salir del embudo? ¿Ansu Fati? ¿Esta versión de Griezmann? Es complicado.

De hecho, la salida de Arthur, que sigue siendo suplente primero de Vidal y luego de Rakitic dio paso a los mejores minutos del Barcelona. Yo creo que la gente directamente ha olvidado esos primeros veinte minutos tras el descanso de errores constantes y recuerda solo esta parte en la que las cosas empezaron a funcionar con sentido: si Arthur hace su trabajo, Messi no lo tiene que hacer por él y puede hacer el suyo. Lo mismo pasa con Griezmann o Fati o el acompañante que sea. El problema que hay en ese momento aún es que es muy difícil generar superioridades más allá de la genialidad si el ataque tiene que ir constantemente por el centro porque el balón no se abre con garantías a la banda.

Vamos al siguiente punto: la amplitud del campo. Cruyff cogía a Stoichkov y lo pegaba a la línea. Al búlgaro no le hacía ni puta gracia pero tenía que apechugar porque marcaba menos goles pero ayudaba más al equipo... y el equipo ganaba y esa es la manera más rápida de llevarse Balones de Oro. Van Gaal lo hizo después con Rivaldo y Guardiola con Henry y Villa. El objetivo de poner ese tipo de jugadores en la banda es doble: por su calidad, obligas a los defensas a tener que cerrar un doble hueco: el propio del extremo y la diagonal con el central. Eso te obliga a pensar y te descoloca si quieres controlar el juego atrás. Puede que el balón esté en la otra punta del campo, pero tú tienes que estar pendiente del tuyo, que te puede atraer a su posición o arrastrarte a la suya. Si el ataque consiste en Messi driblando jugadores por el centro, sí, claro, la genialidad forma parte del juego y puede acabar en gol. De hecho, estuvo muy cerca muchas veces, pero para mí -para mí- no es jugar bien al fútbol.

Setién juega con dos carrileros. Ya lo hacía en el Betis. Ayer, los carrileros fueron Alba y Semedo. A mí no me parece mal jugar con carrileros si luego ayudan en el centro del campo o al menos fijan posiciones rivales. Alba es tan potente que genera desequilibrios solo con sus desmarques, pero Semedo ni eso. Ninguno de los dos participa con éxito de la salida del balón porque no tienen calidad para ello (Guardiola llegó a jugar con Alaba, Lahm e incluso Alves de "falsos" medio centros). El único perfil de Alba y Semedo es "para adelante y a centrar". Eso es relativamente fácil de controlar, sobre todo si no hay un arrastre anterior, y en ocasiones te obliga a atacar con nueve hombres en vez de once. De hecho, supongo que el aficionado recuerda los minutos de descuento después del gol en los que Semedo no sabía qué demonios hacer con la pelota y hasta tres veces la pasó a su central, que a su vez se la devolvió mientras el partido expiraba, todo para coger y tirar para adelante en conducción y que sea lo que dios quiera. La jugada acabó en falta y la falta, blandita, blandita y bombeada en las manos del portero.

Yo no digo que el Athletic propusiera mucho más, pero es que no estaba obligado a ello. El Athletic, de entrada, era un equipo que estaba pasando una mala racha y que no ganaba en casa desde diciembre. Un equipo con muchísimos problemas para marcar goles pero con una defensa, a diferencia de otros años, bastante apañada si no la meneas. El Barcelona no la meneó. Fue a chocarse contra el muro constantemente y, sí, hubo oportunidades por el mero aplastamiento y si alguien cree que mereció ganar, pues es libre de hacerlo porque no sé cómo se miden esas cosas... pero creo que se le puede exigir más.

Un matiz sobre la exigencia: todos estos comentarios son, hasta cierto punto, abstractos. Me explico, de nuevo: Setién acaba de llegar y no ha tenido tiempo para trabajar con el grupo. Qué demonios, ni siquiera hay grupo, son quince o dieciséis jugadores y encima cabreados con el director deportivo y con el presidente y con el Mundo Deportivo o el Sport o el que toque... Cuando digo "hay que exigirle" lo digo por decir. Es muy lógico que este equipo en este momento juegue así porque el trabajo está apenas iniciado. Ahora bien, si esto se hubiera hecho antes, cuando hubo que hacerlo, en el verano, estoy convencido de que los resultados serían mejores.

¿Qué futuro le espera al Barcelona? Solo me faltaría a mí saber eso, pero no pinta bien. Hay un punto de descontrol y desesperación y falta de confianza en el sistema y en ellos mismos. Los defensas siguen corriendo hacia atrás despavoridos en cuanto hay una pérdida. Ayer, Piqué dejó un metro y medio de distancia a Williams en un contraataque cuando Iñaki ya estaba incluso dentro del área. Le faltó meterse en la portería. Viene pasando mucho durante los últimos años. Hay confusión. Una confusión lógica pero innegable. Una mezcla entre los nuevos conceptos y el instinto del futbolista, que en las malas, tira hacia su zona de comodidad. Un equipo incómodo e inseguro es a la vez un equipo que comete más errores y que falla más oportunidades, siempre ha sido así.

Al Athletic le bastaron cinco minutos de apretón para solventar la eliminatoria. No sé si los jugadores del Barcelona estaban cansados pero entregaron la pelota en el peor momento posible. En dos centros laterales pudo marcar Williams pero en el primero pifió el remate cuando estaba solo delante del portero. A la segunda, fue un despeje de Busquets el que se coló en la portería. Eso es mala suerte. Lo que no es mala suerte es que en el minuto 92 estés defendiendo en tu área. Eso es descontrol. Y a eso me refería con que el Barcelona no jugó bien en Bilbao.

miércoles, febrero 05, 2020

Joaquín Sabina, los neones y la revista Almiar


Un año y medio antes de que muriera mi abuela, es decir, un año antes de que perdiera la cabeza, escribí un reportaje sobre el concierto de Joaquín Sabina en Salamanca para la revista Almiar. El reportaje era un poco tramposo porque en aquel momento vivía perdidamente enamorado de mí mismo y se hablaba casi tanto de mí y de mis compañeras de viaje como del propio Joaquín, limitado a cinco minutos de conversación intrascendente en su camerino. La última vez que le vi fuera de un tanatorio.

El caso es que, pese a todo, el reportaje era bonito, o parecía bonito y salía mi tío, claro, y a alguien se le ocurrió imprimirlo y medio encuadernarlo para que mi abuela lo pudiera leer y tuviera un recuerdo orgulloso de aquel viaje y todo lo que significaba. Hasta cierto punto, una continuidad entre el niño que crió en los años 60 y el adolescente que había soportado en los 90.

En cualquier caso, la experiencia estuvo muy por encima del reportaje, como no siempre ocurre. Una noche de finales de enero o principios de febrero en una ciudad llena de nieve y neones de puticlubs. Sé que en un momento dado me eché a llorar y que fue solo por un ojo. No recuerdo cuándo ni por qué lado. Tampoco recuerdo si B. se sentaba ahí o no. Creo que si. Tenía 28 años y todo iba sobre ruedas. Cuando pienso en mi acmé suelo situarlo en 2011, cuando vivía en Malasaña, colaboraba en doscientos cincuenta y tres medios de comunicación y escribía novelas de crimen y misterio en la Sierra de Madrid. Quizá sea una idea equívoca de lo que es la plenitud. Quizá la plenitud fuera la salud de mi abuela, todos vivos, aquella casita de Ramos Carrión y el entusiasmo del futuro por delante.

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El reportaje, ya digo, era para la revista Almiar. Si hablamos de acmés (que también son ganas), probablemente mi etapa en la revista Almiar sea la más fructífera de mi vida y la más completa. Hacía lo que me daba la gana y, sí, lo hacía gratis porque merecía la pena y porque en esa página no había ni un mísero banner de publicidad. Gracias a Almiar pude entrevistar a un montón de artistas emergentes: estuve en la grabación del último capítulo de La Hora Chanante, entrevistando a Dani Mateo en "Noche Sin Tregua", con Nena Daconte mucho antes de "Tenía tanto que darte" y con Christina Rosenvinge y sus dos niños en la Plaza de la Paja.

Cualquier cosa que quisiera hacer, Pedro Martínez me la permitía. No he conocido a nadie en estos años posteriores que tuviera la confianza ciega que Pedro tenía en mí ni que le echara las horas que le echaba al margen de su trabajo en pulir y editar mis desbarres. Esa amabilidad sonriente propia del que disfruta haciendo lo que hace. Su generosidad sin límites. Volviendo a la entrada anterior, aunque es probable que mi mejor trabajo se haya publicado en JotDown o en GQ o vaya usted a saber dónde, lo cierto es que nunca fui tan feliz como en Almiar, con mis propios universos, mi curiosidad, mi entusiasmo y mis crónicas desde el Festival de San Sebastián.

Dejé de colaborar en torno a 2008 o 2009, cuando empecé a tener un piso que pagar y unas responsabilidades que me consumían demasiado tiempo. En Almiar publicó también Lara Moreno sus poesías bastante antes de que le publicaran poemarios y tuviera columna en El País. Todo el mundo era bienvenido. No sé qué habrá sido de Pedro ni de la revista -sí sé que sigue en funcionamiento- pero me gustaría decirles que les echo mucho de menos.

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Como Pancho va a Operación Triunfo a hablar de composición e intuyo que básicamente habla de Sabina (como yo), decido ponerme de nuevo en Spotify el disco que compusieron casi entre él y mi madre para Ana Belén y que se llamaba "Como una novia". Dice mi madre que es un disco triste y desde luego alegre no es. Cuando lo grabaron yo tenía trece años y no entendía las canciones o no quería entenderlas porque tampoco era fácil para mí.

Sin embargo, ya entonces, pese a toda mi rebeldía preadolescente, tenía la sensación de que eran magníficas: "Será porque..." que se convirtió en "Camino de vuelta", "Debajito de un árbol", "Los restos del naufragio", "Como una novia" o la perturbadora "Sola en el lugar". De la grabación de aquel disco, recuerdo una tarde en el estudio escuchando a Ana Belén meter voces y quedarme con la boca abierta, completamente fascinado ante aquel chorro que hacía lo que quería con la canción.

Y, pese a todo, sigo creyendo que la maqueta era mejor, pero puede que me equivoque. Creo que a esas canciones les sentaba mejor la voz de Pancho, incluso la de Antonio García de Diego, que la de Ana Belén. A esas canciones. El disco, de hecho, pasó bastante desapercibido en un momento en el que Ana Belén aún era alguien importante, justo entre el "Arde París" y el "Derroche". Aparte de las canciones de mi madre y mi tío hay una joyita de Manolo Tena que se llama "El fantasma del Estudio Uno" y que, por lo que sea, tampoco me cuadra con la cantante. No sé, como si toda esa infelicidad, todos esos relatos de pequeñas derrotas no cuajaran con una producción algo excesiva y una de las sonrisas icónicas de este país. Puede que sea cosa mía.

sábado, febrero 01, 2020

La isla de las tentaciones


Era el principio del siglo y veíamos la televisión aún con algo de inocencia. "Ed TV" y "El show de Truman" no quedaban ni cinco años atrás, "Gran Hermano" había sido una sorpresa por la ternura de sus participantes, de "Operación Triunfo" mejor ni hablamos: lágrimas y lágrimas y emociones patrias. En ese contexto apareció "Confianza ciega". En un contexto en el que los concursantes eran reales o lo parecían y los guionistas tenían menos trabajo o desde luego menos exigencias.

Precisamente esa inocencia es lo que hacia del programa algo cruel, descarnado. Tres parejas se separaban durante dos semanas para vivir la experiencia rodeados de modelos. Tres parejas que de verdad se querían. Tres parejas que no pensaban más allá del concurso, un mundo sin "Sálvame Deluxe" ni polígrafos. Y, sin embargo, el objetivo era que sufrieran. El objetivo -"jo, Nube, tía, los hemos perdido"- era que ese amor supuestamente sincero se acabara a cambio de un poco de audiencia y mofa popular.

L. y yo nos llamábamos en cada descanso y comentábamos el nuevo escándalo. Eran escándalos sutiles porque la televisión de entonces, ya digo, no admitía ni el "edredoning". Fantaseábamos con nuestro propio programa, "Confianza Cero", en el que poder ponernos las botas. A nuestra manera, éramos felices.

Tal vez lo que eche de menos de aquel programa sea a mí mismo y a mis veinticinco años. Tal vez lo que eche de más de esta especie de continuación llamada "La isla de las tentaciones" es lo burdo que es todo. Tronistas de Mediaset buscando "repre" a tanto la hora. De paja para arriba. Lo que veo que no cambia es que las malas son las mujeres. Nube enamorándose de Pedro. Fani en la picota pública. Bien, puede ser verdad, pero no coincide con mi experiencia del mundo. Aunque mi experiencia del mundo, ya se ha visto, quizá sea demasiado naïf.

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Las mañanas del Rey Sol son lo mejor del día. Tiene sueño después de buena parte de la noche comiendo y se le puede dejar a la luz de la ventana, tumbado en la cama, posición de ranita ("cucaracho" le llama su hermano), investigando el mundo, incluso sonriendo a veces. Nos lo pone fácil y eso que no está el horno para bollos. Dos hijos es mucho esfuerzo, es un trabajo a tiempo completo y no puede uno en medio de su baja laboral sino acordarse de los siglos y siglos en los que esto no se consideró siquiera un trabajo. Incluso a John Lennon le tomó cinco años cuidar a Sean y eso que estaba en el Dakota rodeado de cuidadoras y astrólogos.

En fin, el Rey Sol. Difícil pronunciarme al respecto porque el listón está tan alto... tan, tan alto. Me gusta su punto ausente, la constancia de que todo este debate interior a él no le afecta en absoluto, más que nada porque no se lo merece. Las dudas de los padres no son las de los hijos. De vez en cuando le dan accesos de llanto y no hay dónde esconderse, la casa se hace diminuta y la Chica Diploma y yo nos miramos desesperados, diciéndonos con los ojos: "No puedo hacer más, me encantaría pero no puedo".

Y no podemos, esa es la verdad. Sobre todo ella, desde luego. Yo me conformo con que pase el tiempo y a veces le digo "te quiero" porque es imposible no querer a un bebé bizco, débil, que apoya la oreja a tu pecho para oír el corazón latir, que gruñe cuando respira por los mocos -"Porquete", le llamamos nosotros- y que te necesita tanto que no sabes dónde meterte. Un bebé de seis semanas que en su momento fue un bebé de un día, dos días, tres días, completamente perdido y ajeno. Se va haciendo al mundo. Poco a poco. Y nosotros, supongo, a él.

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A la espera de saber qué es el "coronavirus" -sí, un virus que se contagia y mata gente, como todos los virus-, el tratamiento mediático vuelve a rozar lo bochornoso. Ayer, en La Sexta -"periodismo en estado puro"- hicieron un carrusel deportivo entre opinadores, supuestos expertos y conexiones con el aeropuerto donde iban a llegar los repatriados de Wuhan. Horas y horas en bucle sin avanzar nada, sin poner un punto de sensatez, de calma, de datos.

Por lo demás, las redes se llenan de conspiraciones y vídeos de gente desplomada por la calle como si fuera una película de zombis. Se cuentan los casos y los países y se advierte: todo esto hay que multiplicarlo por diez, por cien, por mil. Yo no digo que la cosa no sea para alertarse porque desde luego en China con calma no se lo han tomado pero no se puede tratar una epidemia como si fuera el fichaje de Mbappé.

A veces, pienso que nos aburrimos demasiado y que necesitamos vivir en esta especie de alerta constante. En las trincheras. Así hasta que llegue la realidad y nos pille dormidos.