sábado, diciembre 28, 2019

Here comes the Sun King


Las diferencias entre el Rey Sol y el Niño Bonito son tan obvias que me da incluso un poco de apuro ponerlas por escrito:

1- De entrada, el Rey Sol duerme. No es que duerma a tramos, es que es capaz de caer fulminado en la cama después de mamar a las dos de la mañana y seguir así hasta las nueve, cuando no nos queda más remedio que despertarle porque, vaya, en algún momento tiene que comer.

2- Por mitificado que tengamos lo del sueño y por mucho que sea lo primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en la anterior crianza, yo diría que lo más desesperante del Niño Bonito era el lloro constante. No ya el lloro, el grito. A las cuatro de la mañana, a las cuatro de la tarde. Acostarte con el grito y despertarte con el grito, con los ojos cerrados, la boca desencajada y la espalda torcida hacia atrás en algo que podría ser reflujo pero que nadie nos supo decir nunca en qué consistía exactamente. El grito y el sueño, juntos, hacían de ser padre una experiencia espantosa, terrible, ante la que solo cabia resignarse, luchar y apretar los dientes. En ningún caso disfrutar.

3- Puede que tenga que ver con lo anterior pero puede que sea distinto: el principal cambio de esta crianza con respecto a la primera no tiene que ver con los niños sino conmigo y diría que es algo parecido a la rendición. Hace cinco años, casi seis, yo aún soñaba con ser un escritor y periodista de éxito, aún consideraba que ese era mi verdadero camino en la vida y que tenía que hacer cualquier cosa por avanzar en el mismo. En ese sentido, pese a todo el amor, pese a toda la entrega, el Niño Bonito tenía una parte de molestia y solo ahora he sido capaz de darme cuenta de ello. El Niño Bonito como obstáculo para ser yo, como excusa para todos mis fracasos profesionales.

Y el caso, ya digo, es que eso ha cambiado. No es que haya cambiado el sábado a las 01.50 de la madrugada sino que llevaba  tiempo cambiando y puede que por fin dicho cambio se haya completado. Puede que, por fin, después de tanto dolor, de tanto sufrimiento, de tanta angustia, de tanto rechazo, de tanta inseguridad... puede que después de todo eso, la escritura ya me dé igual por completo. Puede que haya entendido que cuidar a mis hijos es lo más importante del mundo y que da igual que desde fuera se entienda regular o se vea precisamente como lo que es, ya digo, una rendición en toda regla. Puede que de ahora en adelante siga habiendo libros y siga habiendo artículos pero ya no como fin sino como medio, como el divertimento que nunca debió haber dejado de ser.

Y creo que es importante decir que ese cambio, esa rendición que en el fondo llevaba anhelando diez, quince años, casi desde antes de empezar en esto, por supuesto es mérito de la Chica Diploma pero también es mérito, sobre todo y por irónico que parezca, del Niño Bonito. Porque es él, con su propia entrega, con su propio amor, con su ayuda constante, con su sonrisa, con sus enfados, con su paciencia y su forma de entendernos desde una edad a la que no debería entender nada, la que me ha hecho entender que existe eso que llaman amor incondicional, amor por encima de todas las cosas, y que no solo no es un estorbo ni lo ha sido nunca sino que él ha sido el camino que de verdad me ha hecho conectar con algo mucho más grande que un montón de directores ególatras y editoras psicópatas.

En otras palabras, y esto jamás lo habría imaginado en su momento, sin Niño Bonito no habría Rey Sol. No este Rey Sol, al menos, no estos sentimientos míos hacia los dos y hacia mi familia y este convencimiento de que por fin puedo rendirme porque hay algo que realmente justifica el abandono y no es ya una pataleta sino un apartarse, sin más, un coger distancia, una especie de I am leaving, I am leaving, but the fighter still remains... he still remains.

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Lo de "Rey Sol" me parece una horterada y muy probablemente lo vaya puliendo, pero la hipérbole está justificada: cuando nació el Niño Bonito y aún estaba calmado en el paritorio antes de darse cuenta de que todo mal, me dio por tararearle "Michelle", que siempre me pareció una excelente canción de cuna. Durante estas últimas semanas, he estado pensando qué canción le cantaría a su hermano y después de darle muchas vueltas, me incliné por "Here comes the sun". Lo que pasa es que por alguna razón el parto fue distinto. De entrada, más rápido, que se agradece. De madrugada, además, con el cansancio que eso conlleva. Esta vez, el bebé pasó mucho más tiempo con su madre y para cuando por fin me lo dejaron en brazos, el entusiasmo ya era mucho menor y, sí, las palabras salieron de mi boca, pero sin sentir del todo lo que estaba diciendo.

Aparte, me pareció que recurrir a esa canción era demasiado fácil. Demasiado obvio. Así, cuando mandé el típico WhatsApp a amigos y familiares con la foto del recién nacido y empecé a escribir ese "Here comes the sun..." me di cuenta que era más potente llevarlo de Harrison a Lennon sin cambiar siquiera de disco y añadir lo de "King" al final, que siempre me ha parecido una genialidad. De hecho, en el mensaje original omití la "s" del final de "comes" porque en el disco no la pronuncian... Una semana después, no sé si como reconocimiento de que aquello estuvo bien hecho, el niño abre los ojos e interrumpe el llanto cuando suena el "medley" de Abbey Road y acaba quedándose dormido en "Golden Slumbers", que por otro lado es lo suyo.

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En la cena de Nochebuena mencionamos de pasada esta versión de "While my guitar gently weeps" del homenaje a George Harrison. A las cuatro guitarras rítmicas están Jeff Lynne, Tom Petty, Stevie Winwood y Dhani Harrison. A la eléctrica, la que "llora", está Prince dando un espectáculo. Es una versión preciosa, no tanto por el solo de Prince, que a veces me resulta exagerado y me parece que pierde el punto de verdadero llanto, verdadero dolor incluso, que tenía el original de Clapton en el "White Album", sino por las voces maravillosas de Petty y Lynne y el propio arreglo que permite al de Minneapolis lucirse. Ese continuo "while my guitar gently weeps" de fondo que hace que uno desee que la canción no acabe nunca.

Dicen que Prince actuó no tanto por que le gustaran los Beatles sino por pura admiración hacia George Harrison, punto. Es curiosa la cantidad de músicos americanos que empezaron su carrera en los setenta o llegaron al esplendor en esa década que sentían verdadera devoción por George. A la altura de John, diría. Muy por encima de Paul, al que, en rigor, en la mesa solo defendió mi hermano, con algo de ayuda de mi madre.

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Jueves de documentales deportivos: el de Informe Robinson sobre la Quinta del Buitre es fantástico. Habrá a quien le falten cosas porque resumir doce años de fenómeno en una hora no es sencillo, pero no creo que sobre nada. Como mucho, la inclusión de una canción de Golpes Bajos en la parte de la Movida madrileña. Hugo Sánchez tenía que estar ahí porque Hugo Sánchez era uno más de la Quinta del Buitre por mucho que naciera en México D.F. Quizá podría haber estado Gordillo pero, insisto, no se puede todo. La selección de la temporada 1987/88 como culmen de su trayectoria y la eliminación contra el PSV como gran decepción y punto de inflexión de ese grupo es muy adecuada. Yo, desde luego, como niño, lo viví así. Y aparte, permítanme, qué guapos. Qué guapo Butragueño -a su manera aniñada, de acuerdo-, qué guapo Martín Vázquez con su aire maldito, también un poco George Harrison y qué guapo sobre todo Míchel, aunque eso todo el mundo lo ha sabido siempre.

En cuanto a Pardeza, mi recuerdo de niño de diez años es de madrugada, noches en el Elígeme, no tanto por la bebida sino por la música. De ahí podría salir un spin-off sin ningún problema.

Por la tarde y la noche, me veo los especiales de la ESPN sobre el paso de Michael Jordan por los Birmingham Barons de las Minor Leagues y el que repasa la vida de Dennis Rodman. Del primero, me quedo con lo que debió de suponer para toda esa gente del sur convivir durante casi un año con una estrella de ese calibre e incluyo ahí a sus propios compañeros. Jugaban CON Michael Jordan. Al béisbol, vale, pero jugaban todos los días a algo, lo que sea, con Michael Jordan. La ausencia casi completa de testimonios invita a pensar que igual las relaciones no eran del todo buenas.

Del de Rodman me quedo con todo. Es el gran personaje de la NBA de los últimos treinta años. Un chico sin padre que acaba viviendo en la calle, luego va a la Universidad cuando ya tiene 21-22 años, se convierte poco a poco en una estrella del baloncesto, es medio adoptado por una familia blanca ¡de Oklahoma! y a los 25 años debuta en la liga, gana dos anillos con los Pistons, intenta suicidarse, saca de quicio a David Robinson, se lía con Madonna, se va a jugar con el equipo pop por antonomasia -los Bulls de Jordan y Phil Jackson-, se emborracha todas las noches, se casa, se divorcia, tiene hijos, gana otros tres anillos cumpliendo un rol vital en la cancha y acaba retirándose a los casi 40 en una espiral de autodestrucción que no solo no acaba con él sino que le lleva a hacerse amigo de Kim Jong-Un y Donald Trump quince años después.

Para verlo, ya digo. Y en cuanto a lo que dicen de que cambió la manera de entender el baloncesto, es cierto. La cambió. Yo, en el patio, con doce años, ya no jugaba a ser Magic ni Larry porque obviamente no podía, jugaba a ser Rodman y luchaba cada rebote como si me fuera la vida y basaba mi defensa en forzar faltas al atacante. El problema es que nunca las pitaban.

miércoles, diciembre 18, 2019

A marriage story



Hay cierto consenso (OJO: SPOILER) en que la mejor escena de "Historia de un matrimonio" es cuando Adam Driver y Scarlett Johansson se echan toda la mierda a gritos y acaban llorando en el suelo de un apartamento alquilado en Los Ángeles. Yo no estoy del todo de acuerdo. A mí, lo que más me gusta de Johansson, de Driver y de la relación entre ellos es precisamente la inevitabilidad tranquila con la que todo sucede, la resignación con la que van asumiendo el ocaso de su matrimonio, las faltas del otro, el desencantamiento y todos los problemas prácticos que todo eso conlleva.

Lo que diferencia la película de cualquier otra más facilona es que no es romántica y en la definición de "romanticismo", desgraciadamente, incluyo cualquier exceso como desconchar la pared de un puñetazo. Estremece la naturalidad de esa bajada a los infiernos, la prudencia con la que cada uno intenta no pisar al otro o cederle el paso en el pasillo mientras a sus espaldas un montón de multimillonarios se lucran jodiéndoles la vida para siempre. Creo, incluso, que las licencias que se toma el guion -los dos tienen dinero para meterse en esa espiral de abogados, los dos triunfan a su manera, los dos son guapos y listos- ayudan a evitar el tremendismo.

Reconozco que hubo un momento, al poco de empezar la película, en la que pensé que no iba a poder seguir viéndola. No recuerdo qué escena era pero recuerdo la fragilidad del niño. No podía soportar la fragilidad del niño porque yo tengo uno de esa edad y sospecho que yo, que no soy rico, ni soy un triunfador ni mucho menos guapo ni listo, me derrumbaría constantemente ante la posibilidad de perderle de vista, de dejar de alguna manera de ser su padre. Creo que sé de lo que hablo. Los dos personajes pueden llegar a ser unos auténticos hijos de puta pero siempre tienes la sensación de que no quieren ser unos hijos de puta, de que toda la película es un intento por no perder los papeles y mantener la cordura. No culpar a nadie por la falta de amor.

Afortunadamente, al niño se le mantiene bastante al margen. Habría sido facilísimo incluir dos o tres momentos tensos para que el drama se convirtiera en dramón. Alguien decidió no hacerlo y con eso salvó la película. Es una película dura porque es real. Porque la gente se deja de querer y tampoco hay que dar muchas más explicaciones. No se centra en el proceso de desenamoramiento sino que lo da por hecho. Pasó. Éramos jóvenes. Nada es para siempre. Desde la primera escena, lo que están intentando es limitar los daños, eso es todo. Quizá vivir sea eso, después de todo: limitar los daños. No creo que sea fácil, por otro lado. No sé en qué película uno de los personajes le decía a su abogado que quería un "divorcio cordial" y el abogado le miraba de arriba abajo y le contestaba: "No existe tal cosa".

Por lo demás, aunque a veces haya un abuso de simbología en los planos, es indudable que en su mayoría están muy logrados... y en cuanto a las actuaciones, aunque los dos protagonistas me sigan dejando algunas dudas, producto probablemente de mis prejuicios más que de su talento, el despliegue de Alan Alda, Laura Dern y sobre todo Ray Liotta es impresionante, sin olvidar a Julie Hagerty, la entrañable azafata de "Aterriza como puedas" a la que creo que perdí la pista en "Vaya ruina de función".

En resumen, la película es dura pero sabe aflojar cuando hace falta. Presenta una situación dramática, pero no terrible, y de alguna manera, como decía, los daños se acaban limitando y quedan las lágrimas, claro, pero otro tipo de lágrimas: no tanto de desesperación como de dolor y recuerdo. Lo que pudo haber sido o, peor aún, lo que fue.

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Hay que tener cuidado con los sentimientos primarios. El Estado como organización es, de hecho, una construcción frente a los sentimientos primarios, al menos, desde luego, entendido según la ilustración inglesa, que es la que más valió la pena. Por ejemplo, si una niña de quince años dicen que han abusado de ella entre tres chicos de veinte años, deportistas y con una superioridad física tan grande, lo normal, lo humano, lo primario es ponerse del lado del débil y exigir condenas ejemplares, cadenas perpetuas y todo tipo de humillaciones públicas.

Sin embargo, entiendo y aprecio que el sistema no funcione así. Que el sistema se preocupe de comprobar que lo que esa chica dice es verdad, que su apreciación de los hechos se adecúa a los hechos en sí. El sistema no lincha, el sistema juzga, y dentro de lo posible deja ese juicio en manos de las personas más preparadas, otorga todo tipo de derechos y oportunidades a las partes y deja que los sentimientos den paso a una intensa maquinaria legal y racional de pruebas, indicios y razonamientos lógicos.

Lo que me cuesta más es entender qué demonios pasa por la cabeza de alguien que cuando ve la noticia y oye a la chica no solo no se pone de su lado sino que salta instintivamente en su contra y que incluso cuando el sistema le da la razón sigue vejándola y culpabilizándola. Hay demasiadas cosas chungas ahí. Pongamos incluso que los acusados tienen razón y no hubo abuso de ningún tipo, solo una agradable conversación -sobre esto no hay consenso: casi todos los críticos con la sentencia vienen a dar por hecho que sí que hubo sexo pero que en ningún caso se puede considerar no consentido y que la chica probablemente les mintió con respecto a su edad-, en ese caso los condenados aún tienen la posibilidad de recurrir a un organismo superior.

Cada día que pasa, yo me entrego más al sistema y su garantía y obvio más sus errores. No pretendo convertirme en experto de nada ni enmendarle la plana a nadie que sepa cuatrocientas veces más que yo al respecto. No tengo ningún interés en que los jugadores del Arandina se pasen media vida en la cárcel pero menos lo tengo en que esos crímenes queden impunes. En mi vida había visto algo parecido a lo que hemos visto estos días, con tantísima gente -una minoría, lo sé, pero es que solo faltaba- llamando guarra a una chica legalmente violada, con una sentencia judicial a su favor, mientras se trataba a sus tres violadores poco menos que como héroes o pardillos engañados por la enésima bruja que inopinadamente ha decidido arruinarles la vida mientras la "dictadura progre" se une a la fiesta.

Diría que todo esto es un asunto de VOX pero sería mirar el dedo y no la luna. Si VOX existe, si VOX tiene 50 escaños en el Congreso es porque hay millones de personas que creen que esa argumentación no solo es sensata sino que es plausible. ¿Saben lo peor de todo? Intuyo que muchos de ellos incluso son amigos míos y desde luego no votan a Abascal.

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Algún día habrá que reconocer que la música de Kurt Cobain no se entiende sin el bajo de Krist Novoselic. Parece fácil decir que el paso del punk-rock a los Beatles necesitaba a su Paul McCartney pero, en realidad, escuchando el "Nevermind", uno no puede dejar de pensar en los Pixies y la talentosa Kim Deal dándole sentido a cada canción. Así, por ejemplo, "In Bloom"; así, desde luego, "Lithium" o "Come as you are".

jueves, diciembre 12, 2019

Tardes de persianas bajadas



Lo primero que hay que decir del nuevo libro de Brett Anderson es que está fantásticamente bien traducido y que el traductor es Federico Corriente. No le conozco de nada, por si las suspicacias. Lo digo así, de entrada, porque no me parece un libro fácil de traducir, no recordaba que el estilo de Anderson en su primer y más sentimental libro fuera tan florido, tan adjetivado y tan lleno de descripciones físicas que pretenden entroncar con lo anímico. La memoria juega malas pasadas, pero lo que me conmovió de aquella primera entrega era precisamente un cierto perfil bajo, junto a ese continuo "Oh, Justine" y el sincero pedir disculpas al universo, como si se hubiera dado cuenta por fin de todos sus errores, treinta años después de cometerlos, algo muy mío.

"Tardes de persianas bajadas" es mucho más oscuro, como su nombre indica. Es más oscuro en la forma, ya digo, y también en el mensaje, porque ya no es un libro sobre un post-adolescente un poco insoportable que no hace más que herirse y herir a los demás sino que es un libro sobre una exitosa megaestrella del pop que no hace más que herirse y herir a los demás y, claro, las consecuencias no son las mismas. Podría haber sido el clásico libro de música y drogas pero Anderson no quiso que así fuera y el lector se lo agradece. Cuando aparece la heroína, aparece como lo que es: una mierda, y aparece en escenarios rodeados de basura, de podredumbre y de gente extraña. Nada de glamour, nada de cocoteros.

Sigue habiendo un aire algo pretencioso en la percepción que Anderson tiene de su grupo, pero tampoco voy a culparle yo, que consumí su música apasionadamente y que años después la sigo escuchando y admirando sin que el paso del tiempo la haya pisoteado como en algunos otros casos. El desprecio por todo el movimiento "Cool Britannia" es obvio y creo que no hay nada malo en decir que Anderson se presenta a sí mismo demasiadas veces como un "snob" que evita mezclarse con la chusma. Probablemente, ahí resida su encanto.

Los dos grandes personajes secundarios del libro son Bernard Butler y Justine Frischmann. Lo primero era inevitable aunque también peligroso: en lo que ha sido siempre una relación muy complicada, creo que las disculpas del primer libro eran sinceras y probablemente suficientes. Reabrir el melón y volver a hurgar con el dedo tal vez sea excesivo y no sé qué habrá pensado Butler al respecto, pero no es difícil imaginárselo. En cuanto a Justine, como siempre, el trato es exquisito. Reaparece en su vida en 1997-1998, después del éxito de "Coming up" y en pleno "helter skelter" de adicciones. En ningún momento se dice que ella también estaba pasando por su propia montaña rusa, que Elastica se venía abajo por segundos, que gran parte de sus amistades la habían abandonado ni que su relación con Damon Albarn se estaba derrumbando.

Falso. Sí que se habla de su relación pero no se menciona para nada a Albarn, como si no existiera. Aunque existió. Y de qué manera.

Creo que al libro le ha venido mal coincidir en el tiempo con el formidable documental de Mike Christie. Un exceso de información en apenas dos años después de casi diez de silencio casi absoluto. Por lo demás, ya digo, está bien escrito, está bien traducido y la historia es la que es, apasionante para los amantes del pop británico de los años noventa por mucho que se niegue a llamarse a sí mismo "brit pop" . El narrador, que no parecía tener miedo a mostrarse en "Mañanas negras como el carbón", aquí sí que se aleja, respondiendo quizá a la imagen que se tiene de él. No es una biografía para cotillas sino para amantes de la música. Eso se agradece en estos tiempos.

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Vemos "El Irlandés" en dos entregas pero no nos convence. Es este un juicio completamente subjetivo que no pretende sentar ninguna cátedra. Entiendo que la película no es solo el homenaje a un género sino a una generación de actores pero a la vez me cuesta mucho ver a Robert de Niro con 76 años interpretando a un matón de 40 o a Al Pacino con casi ochenta haciendo de Jimmy Hoffa en su esplendor de los años cincuenta o sesenta, es decir, cuando también acababa de entrar en la cuarentena. Joe Pesci parece un señor muy mayor desde el primer plano, con lo que hay que obviar que pasan unos treinta y cinco años desde ese primer plano hasta el último, en el que, más o menos, sigue igual.

Que eso es buscado no se me escapa. Otra cosa es que, como espectador, pueda abstraerme de ello. No quiero hacer spoilers, pero una de las últimas escenas es en un banco y se supone que estamos a finales de los años 90. Toda la escenografía, la decoración, las luces... remiten sin embargo a las películas de postguerra. Solo falta Sinatra sonando por un altavoz. Eso es bonito, supongo. Tan bonito como ver anochecer lentamente y soñar con que por un momento puedes parar el tiempo y quedarte en ese momento que definió tu vida. Tú y tus amigos. Pesci, Pacino y De Niro. No necesariamente en ese orden.

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Si Brett Anderson puede parecer un snob, ¿por qué no voy a poder parecerlo yo? Ahí va mi comentario: ¿en qué momento dejó de ser "Merlí" una serie inteligente sobre personas inteligentes para convertirse en "Elite"?

miércoles, diciembre 04, 2019

Tiro, defensa y otras supuestas carencias de Luka Doncic


De Luka Doncic se habla tanto y de una manera tan entregada que a veces parece que la única manera de hacer un análisis medianamente original sobre su juego es rebuscar en los puntos débiles y cebarse con ellos. No va a ser ese el caso en este artículo. De entrada, todo lo que se diga sobre Doncic es poco, y las virtudes son tantas que es imposible dejarlas a un lado: su dominio del juego, su visión de la cancha, su facilidad para la penetración y en general la abrumadora producción ofensiva que absolutamente nadie esperaba, incluso en tiempos de récords en la NBA.

Sus números son espectaculares y aún podrían ser mejores con un par de cambios en el equipo. Solo imaginar qué sería de los pases a las esquinas de Doncic -su mejor faceta como pasador- si el triple final no estuviera en manos de Finney-Smith o de Tim Hardaway Jr. da miedo. Tampoco la conexión con Porzingis acaba de funcionar y en eso tiene mucho que ver el precario estado de forma del letón, algo muy lógico teniendo en cuenta la lesión de la que sale. Incapaz de desarrollar su juego habitual cara al aro, Porzingis tiene que buscarse las habichuelas como un Powell más, posteando y posteando para acabar soltando una pedrada de tres metros a la media vuelta. Ese no es su juego y es de suponer que cuando se encuentre más seguro y mejor de piernas veremos una versión más completa y parecida a la que vimos en los Knicks.

Por otro lado, no nos engañemos, si Doncic tuviera mejores compañeros se vería obligado a compartir más las responsabilidades. Ahora mismo, todos los ataques de Dallas pasan por sus manos excepto cuando sale J.J. Barea o en ocasiones Delon Wright, los únicos jugadores exteriores de los Mavs capaces de generar juego por sí mismos. Con todo, 31 puntos, 10 rebotes y 9 asistencias de media en 34 minutos es una barbaridad... y lograrlo mientras tu equipo no deja de ganar partidos ya es la leche.

Esto no quita, ya decía al principio, para que los "peros" lluevan sobre Doncic... y yo creo que los "peros" están muy bien y aún mejor cuando el jugador es joven y tiene margen de sobra para corregirse. Entre las principales pegas que se ponen al esloveno están sus frecuentes pérdidas de balón, su defensa y sus tiros algo precipitados. Vamos a estudiar caso por caso:

- Pérdidas de balón

Probablemente, el aspecto más diferencial de Doncic es el uso de su cuerpo. Es un base de 2,05 con una capacidad para generar espacios tremenda. Ahora bien, el hecho de que asuma la dirección de todas y cada una de las jugadas de su equipo en ataque a veces frente a dos o incluso tres defensores, multiplica el riesgo de perder la pelota, especialmente ante defensores más pequeños que hacen que tenga que preocuparse más del bote que de la situación de sus compañeros, como se vio el otro día con Pat Beverley.

El juego de Doncic es un juego arriesgado y todavía está en el proceso de saber cuándo tiene sentido arriesgar y cuándo es una locura sin sentido. Abusa quizá del pase en salto y del cruce por la zona, algo que quizá -no es broma- ha aprendido de Sergio Llull. Como en el caso del mallorquín, cuando la jugada sale bien, la ventaja es enorme... pero cuando sale mal, el contraataque suele ser de los de mate seguro.

Como muchas otras facetas de su juego, da la sensación de que las pérdidas de balón disminuyen conforme se acerca el final de los partidos. Ahí, selecciona mucho mejor sus opciones y procura no complicar tanto las jugadas. Mientras tenga la confianza de Carlisle -y se nota que a Carlisle le cuesta porque no deja de ser Carlisle- podrá permitirse algunos lujos, pero, vaya, con 20 años, tampoco vamos a pedirle que sea Jason Kidd a los 35.

- Tiros precipitados

Pese a que Doncic roza el 50% en tiros de campo -una barbaridad para un base que anota tal cantidad de puntos-, su porcentaje en tiros de tres sigue siendo bastante bajo: apenas por encima del 33%. No extraña teniendo en cuenta que muchos de sus lanzamientos son francamente mejorables y sin duda mejorarán con el tiempo. En mi opinión, ese empeño en el tiro exterior tiene varias razones y mencionaré algunas de ellas: 

En la NBA actual, un jugador exterior que no amenace con el tiro es un jugador llamado casi siempre a la irrelevancia, especialmente en los playoffs, donde la mayoría de las penetraciones acaban con el atacante en el suelo y el árbitro mirando a otro lado. Si no, que se lo pregunten a Antetokounpo. Para aprovechar su mayor virtud, que es esa penetración a cámara lenta generando espacios con el cuerpo y protegiendo el balón hasta el último momento, Doncic necesita ser una amenaza desde fuera. Necesita lanzar y lanzar y mandar el mensaje de que no va a dejar de intentarlo. Conforme vayan mejorando sus porcentajes, las defensas se pegarán más y será más fácil penetrar y sacar faltas.

Aparte, como decía, el lanzamiento exterior te da una cantidad de "puntos gratis" tremenda y Doncic va a necesitar esos puntos cuando quiera jugarse títulos. Necesita ir creando un "tiro propio", que puede ser ese step back hacia su izquierda con tiro enteramente de muñeca. Es un tiro complicadísimo pero imparable. Probablemente le compense soportar esos malos porcentajes si le sirve como práctica para ir perfeccionando el movimiento y su eficacia. Si de verdad empieza a meter esos tiros con cierta regularidad, a lo Kevin Durant, estaríamos ante un jugador imparable en ataque.

- Defensa

En un mundo de prejuicios, ser europeo y blanquito como la leche lleva inmediatamente a que todo el mundo piense que eres "blando" y mal defensor. No hay nada en el juego de Doncic que justifique esa opinión. Por supuesto, teniendo en cuenta la enorme carga ofensiva que asume y las limitaciones de todo cuerpo post-adolescente, hay multitud de jugadas en las que Doncic "descansa" en defensa. De hecho, Carlisle ha diseñado un sistema que no penaliza apenas esas desconexiones: Dallas defiende con tal cantidad de ayudas y cambios que al final parece que estén haciendo una zona de ajustes en la que Doncic juega como hombre liberado, atento a las ayudas y soltando rápido a su defendido en los uno contra uno.

En ese sistema, Doncic se siente cómodo y no es en ningún modo un problema para su equipo. De hecho, los equipos rivales apenas le atacan porque saben que superarle es muy complicado: tiene una gran envergadura, es rápido, se desplaza bien lateralmente y tiene un gran sentido de anticipación de la jugada. No sería de extrañar que con los años acabara entre los que más balones roban por partido con esos brazos enormes. Para defender, hay que tener cuerpo, inteligencia y ganas. Doncic tiene las tres cosas y solo le falta algo de experiencia, pero eso se resolverá.

¿Es Kawhi Leonard? Hombre, pues no, obviamente. Pero tampoco es Carmelo Anthony. Dallas es un equipo que defiende muy bien aunque todavía a rachas. Cuando consiguen cerrarse bien y llegar a las ayudas sin perder poder en el rebote, los parciales son de escándalo. Algo bueno estará haciendo Doncic en ese sentido. Aparte, insistamos en ello: tiene 20 años, ¿qué jugador de 20 años era un excelente defensor en su segunda temporada en la liga? Lo normal es que estés de tercer año en alguna universidad. Todo esto se verá más claro cuando lleguen los play-offs y se acaben las zonitas y las historias, pero por lo que he visto hasta ahora, Doncic no me parece ningún "chollo" atrás. Aguanta, sufre y pelea. De eso se trata.





 

domingo, diciembre 01, 2019

Popscene


Siempre tuve la sensación de que las grandes discotecas "indie" de Madrid pretendían imitar al "Popscene" de Londres... aunque también es verdad que cuando iba a Londres yo solo visitaba el "Popscene", así que tampoco tengo mucho con qué comparar. En 1996, por ejemplo, con Dani y Jone y todas aquellas chicas catalanas con las que cantaba Albert Pla en taxis ilegales. El "Popscene" era algo así como el paraíso porque yo ya había estado antes en discotecas así de grandes pero en ninguna de ellas me ponían a Radiohead ni a The Verve ni mucho menos a The Bluetones ni a The Auteurs, por mucho que los Auteurs siempre pensaran que tenían poco que ver con el "Brit Pop" ni desde luego con el "Cool Britannia".

Y es que el Cool Britannia era cosa seria y además coincidió con la Eurocopa de fútbol, la del "it´s coming home, it´s coming home... football´s coming home". Por mucho que se quiera asociar a Tony Blair con el movimiento, lo cierto es que su esplendor y el inicio de su decadencia fue cosa de John Major y el partido conservador. En el apoliticismo de aquellos hedonistas macarras había bastante de conservadurismo patriotero, como recuerda Brett Anderson en sus memorias. Mucho más en la prensa afín, empeñada en colocar banderas británicas por todos lados, aunque fueran sobreimposiciones.

Así, ya digo, el "Popscene" y esa tradición tan julio de 1996 -Inglaterra ya había perdido con Alemania en penaltis, Tim Henman había caído en cuartos de final de Wimbledon- de estrellar la copa de cristal en la cara del otro. La violencia del "Popscene" era la misma violencia que había visto en "Pachá" o "Ku" o "Archie´s" o cualquier lugar donde los skinheads y similares campaban a sus anchas a mediados de década. La diferencia era la música y por entonces la música era todo. Richard Ashcroft apartando el mundo a empujones y el mundo conenado a tener que apartarse.

Noches de tortilla española, chicas pelirrojas y un poco de "Je t´aime" junto al inevitable "Moi, non plus".

*

Todos mis problemas adolescentes con J. -y creo recordar que no fueron pocos- quedan perdonados con la cinta maravillosa que nos grabó y que de alguna manera educó nuestro gusto musical. Era una cinta sesentera, de clásicos. Solo había una canción de los Beatles y era el "reprise" del Sgt. Pepper´s, que yo no sabía que existía y que es doscientas veces mejor que el tema original. Ahí estaba el "If you wanna be a rock and roll star" de los Byrds y todo ese optimismo 1967-1968 que contrastaba con los Incesticides y los Black Hole Suns.

Una cinta muy Malasaña, si se quiere, muy último metro de la 01,30 dirección Esperanza. La única canción que no encajaba por fecha -"There she goes", de The LA´s- encajaba perfectamente por estética. Era una cinta feliz, con los Rolling Stones cantando "Let´s spend the night together" y los Kinks descargando adrenalina con el "You really got me". Aunque había grupos americanos, la cinta era muy "Swinging London" y así todo el pasado se nos vino encima de repente: sábados de The Animals y domingos de Jimi Hendrix.

De lo que fue mi adolescencia tengo recuerdos confusos, como de casi todo. Recuerdo haber sido muy feliz y recuerdo no haber tenido nunca la conciencia de estar siendo feliz. Sí recuerdo la música como un tesoro, como mi tesoro, como una especie de lenguaje propio que servía para salir de la egolatría de los diecisiete años. Mañanas buscando las "demos" del "Achtung Baby" por el Rastro y de acabar berreando "Salome" esperando a que pasara el 19. Una cierta sensación de equilibrio y belleza y dolor, todo junto, como un estupefaciente de acción inmediata. Algo de secuencialidad pero simultaneidad casi siempre, con todas sus consecuencias.

*

"My sweet lord" es Fuerteventura y así será siempre. El chiringuito camino de Corralejo, con su piscina y sus hamacas y sus camareros italianos y su música maravillosa. El whisky con Coca-cola y la Isla de Lobos. Esa burbuja en la que en cada minuto me sentía un escritor, un artista, un bohemio y de alguna manera -una manera-burbuja, un sueño que es imposible diferenciar de la vigilia- eso mismo me convertía en un bohemio, un artista, un escritor.

Por otro lado, "My sweet lord" también, junto a muchos otros mantras musicados, de camino al HiperDino para comprar espagueti sin gluten y algo de chocolate con leche. El día que Federer perdió un partido que ganaba 8-7, 40-15 y que yo seguía por una aplicación de móvil mirando las estadísticas hasta que me di cuenta de que no podía más, quizá al 9-9 o al 10-10 y me fui a pasear, a comprar, a lo que fuera. "Wah-wah" en los oídos y en la garganta y Federer estrellando pelotas contra la red y una enorme sensación de tristeza que no se compensaba ni con los gritos de la casa de al lado, donde una familia serbia celebraba.

Fuerteventura era eso y entiendo que no sea fácil encontrarle el atractivo: camareros italianos, familias serbias y George Harrison y Eric Clapton por todos lados, como si la isla la hubiera comprado Pattie Boyd. La simultaneidad, de nuevo. Las hormigas correteando por la encimera. Las palmeras golpeadas por el viento de madrugada y exactamente la misma temperatura, la misma, desde la mañana hasta la noche.