martes, julio 31, 2012

El libro que leería durante la película que no me puedo perder



Lo desolador del payaso Hans Schnier no es su pierna dolorida ni su decadentismo etílico. No es la tensa relación con sus padres o la intuición autocomplaciente de que no ha cumplido los treinta años y ya no le queda ninguna sorpresa que descubrir, nada mejor que arrastrarse hasta la calle, confiar en que alguna amiga le rellene la nevera y conseguir algunos marcos escandalizando burgueses en el metro de Bonn.

Lo desolador del payaso Hans Schnier son precisamente sus opiniones: su convencimiento de que Marie Züpfner en realidad le sigue amando, de que todo lo que le pasa, esa sucesión de sabotajes en la que se ha convertido su vida, es una consecuencia de la marcha de su novia con un educado y adinerado señor católico y no en gran parte su causa. Su empeño en imaginarse como un ser querible y nunca como un egoísta que acaba convirtiendo a su novia en una maleta más de viaje. Sus ínfulas de artista rebelde. Su pose estética ante el mundo; su negativa, en general, a admitir la realidad en ninguna de sus formas.

“Solo soy un payaso y colecciono momentos”, dice Schnier, casi al final del libro, sin saber si Heinrich Böll pone esa frase en su boca como reivindicación de una dignidad perdida o como última muestra de la irritante autocompasión con la que el protagonista se trata a sí mismo a lo largo de cada conversación telefónica, de cada ironía, de cada superioridad moral… Marie no estaba enamorada de Schnier. Puede que lo estuviera en algún momento porque, como dice Loriga, nadie sabe qué demonios pasa por la cabeza de una mujer, pero desde luego dejó de estarlo, y dejó de estarlo exactamente cuando se dio cuenta de que Hans ya no estaba enamorado de ella, de que no era sino una más de sus pantallas de protección frente al mundo.

Una ensoñación. Un invento. Marie. Y frente a Marie, el mal, el dinero, el catolicismo y el protestantismo, las convenciones sociales, las herencias familiares, las hermanas muertas, los recuerdos del nazismo, los pactos vergonzosos, las colaboraciones indignas… El mundo, payaso, el mundo. Marie no iba a ocultarte el mundo como si fuera un satélite de tu infancia y por eso salió corriendo. Marie Züpfner quizá fantaseó con la idea de ser Marie Schnier porque incluso las adolescentes alemanas son adolescentes, pero la gravedad siempre gana.

Schnier cantando canciones en el metro, maquillado y vestido de borracho, huyendo del lignito.
Hay algo contagioso en “Opiniones de un payaso”, algo que hace que el libro se pueda releer muchas veces –no siempre eso es posible, por ejemplo uno lee a Stefan Zweig una vez y ya no puede volver a hacerlo, no vaya a ser que lo estropee, como en “Amanece, que no es poco”- y se debe a la posibilidad de que ese tardoadolescente, ese Peter Pan germánico, sea a su vez el espejo de tus propios odios como lector, de tus propias falsas dignidades, tus prejuicios, tu estética de perdedor. Que tu juicio –leer es juzgar, puede que no condenar, pero juzgar casi siempre- varíe según pasen los años y la rutina te seduzca y los excéntricos te resulten cada vez más aburridos.

Que Hans Schnier en el fondo seas tú, igual que Marie era Hans Schnier reflejado en una nada. La tristeza. La nostalgia. La necesidad de salvarse y ser salvado. Los conceptos de traición y posesión y todo el daño que hacen, el mismo daño que siente Waldo Lydecker en la película de Otto Preminger cada vez que Laura, su angelical Laura, se humaniza para cohabitar con otro hombre mucho más vulgar que él -¿un payaso, quizás?-. Es curioso que Lydecker sea la antítesis social de Schnier y sin embargo su amenaza sea la misma: la realidad. Lydecker huye de la vida como huía Borges, viviendo en otro siglo, solo que a diferencia de Borges, Waldo no creía en los tigres sino en la belleza.

No hay evidencia de que Marie Züpfner fuera especialmente bella. Solo hay el relato de un payaso alcohólico que parece repetirle al lector “éramos tan felices, éramos tan felices…”. Un narrador poco fiable. Sin embargo, la belleza de Gene Tierney es incontestable. “Nunca olvidaré el fin de semana que Laura murió” anuncia la voz en off del propio Lydecker al principio del filme. Pobre Lydecker, que ve fantasmas en cada reloj de pared. Lydecker y sus recuerdos de cosas que nunca sucedieron. Otro coleccionista de momentos. Schnier y Lydecker juntos en la taberna, armados y peligrosos. Un suicida y un asesino. El solemne escritor de alta alcurnia y el rebelde sin causa apartado de los negocios familiares pidiendo a sus amadas que vuelvan y sus amadas siempre en otro lado, con otros hombres. Hombres reales.

Compañeros de viaje buscan, como Nietzsche, pero compañeros vivos.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown

lunes, julio 30, 2012

España 97- China 81


1.- Los manidos nervios del debut, la responsabilidad olímpica, las expectativas desmesuradas… Todo el mundo daba por hecho que esta selección ya tenía la plata en el bolsillo cuando ni siquiera había empezado el primer partido ante una selección tradicionalmente peligrosa para España. Resultado: en los primeros cuatro minutos apenas tres puntos y todos de tiros libres.
2.- Creciendo de dentro afuera. El poderío de los pívots españoles es conocido por todas las selecciones, así que es normal que se cierren en defensa. La receta es simple y complicada a la vez: buscar posiciones desde fuera… pero además meter los tiros. Afortunadamente, en la primera parte se dieron los dos factores. Primero, Calderón; luego, Navarro; y en el tercer cuarto incluso Rudy y el propio Pau Gasol. Una vez abierta la defensa, sí, balón dentro a Ibaka, balón dentro a Ibaka y balón dentro a Ibaka.
3.- La mejoría de este jugador de un año a otro es sensacional. No es una cuestión de puntos o tapones sino de entendimiento del juego. En el Eurobasket 2011, Ibaka era un jugador perdido en la cancha, sin saber muy bien cuánto aguantar en una ayuda, acumulando faltas con una rapidez tremenda y demasiado tímido en ataque. Nada que ver con esta versión como finalista de la NBA. Tiene 21 años y los árbitros han pasado de masacrarle en Lituania a respetarle en Londres. Tanto que incluso pudo marcarse unos dobles de escándalo sin que nadie se atreviera a pitar nada.
4.- De los chinos hay que admirar su competitividad. En baloncesto como en todos los demás deportes. No se rinden nunca. Incluso cuando parecía que España abría brecha al descanso con doce puntos de diferencia supieron capear el temporal y agarrarse a Yi Jianlian para mantenerse en el partido, en esa diferencia incómoda de los siete-ocho puntos que hace que pierdas dos balones, te metan dos triples y se te venga Conçeiçao con toda su Angola del 92 a la cabeza, como en los anuncios de coches.
5.- Si China compitió bien, tuvo a un gran Yi, encestó su cantidad habitual de triples y tuvo una buena lectura táctica del partido, ¿por qué recibió 97 puntos? Porque España es demasiado buena. No tan buena como Estados Unidos, pero sí lo suficiente como para ganar a cualquier rival que no sea excelente. España tiene el reto de conseguir su sexta medalla en siete campeonatos consecutivos. Es una hazaña tan difícil que preocupa la facilidad con la que se lanzan las críticas cuando no ganan desde el minuto uno y por aplastamiento. Igual que sucede con el Tour, unos Juegos no se ganan en el primer partido pero sí se pueden perder en ese primer partido. Visto con perspectiva, el debut es difícil de mejorar.
6.- Difícil de mejorar por la victoria, por la recuperación de Marc Gasol y Sergio Rodríguez –su último cuarto fue sensacional– y por la actuación coral del equipo, con roles bien definidos, a veces hasta el exceso: todos anotaron al menos un punto salvo Víctor Claver, acostumbrado a ser el duodécimo hombre y que, para evitar confusiones al respecto, solo disputó los últimos dos minutos y cuando ya ganaba España por veinte puntos de diferencia. Si alguien cree que es fácil plantarse en unos Juegos y tener a once tíos que te anoten, le voy avisando de que no lo es.
7.- Los especialistas: por lo que se vio en el primer partido, Llull será un defensor más que un atacante, al menos los días que Calderón esté acertado. Se le sigue viendo un poco acelerado pero si no estuviera acelerado no sería Llull, sería Claver. Felipe Reyes disputó menos minutos que en la preparación y a un nivel más bajo. Se confirma, pues, como cuarto pívot tras la recuperación de Marc. Un excelente cuarto pívot, desde luego. San Emeterio tendría que jugar todo el partido como jugó el final del último cuarto: liberado, sin complejos, tomando la responsabilidad. En cuanto al puesto de base suplente, tanto Sada como Rodríguez mostraron sus cartas, solo que el partido estaba mucho más para Sergio que para Víctor, cuya obsesión por dar un pase más y no tirar ni cuando está solo es difícil de entender. Un jugador que recibe solo ha de tirar siempre, aunque la falle. El rival no puede intuir que no hay peligro en dejar al base contrario solo en el triple porque no va a tirar. Por lo demás, partido completo del catalán, eclipsado por la velocidad y sentido del juego de Sergio.

8.- Precisamente en Sergio Rodríguez quería pararme porque yo era de los que no entendía qué pintaba en esta selección. Lo entendí en la preparación y más aún en este partido: sabe jugar pocos minutos en partidos importantes. No todo el mundo sabe. No todo el mundo coge el balón por primera vez en el minuto 31, da un par de asistencias y mete un triple con la serenidad de quien fue campeón del mundo con 20 años. Este año ha habido bases mejores que Sergio en la ACB. ¿Sabrían reaccionar igual en los momentos clave de unos Juegos Olímpicos? No lo sabemos. Sabemos que Sergio ha estado ahí y ahora es su labor demostrar que Scariolo no se equivocó dándole la responsabilidad.
9.- Por cierto, Scariolo… Después de cuatro años parece que ya ha dado al equipo ese punto intermedio entre juego libre y ordenamiento táctico. Al italiano le ha tenido que costar porque ha mamado un baloncesto lento, defensivo, de complejos sistemas… y aquí se encuentra con que jugadores y afición le piden 100 puntos y un montón de mates. Es una transición muy complicada. Prefiero que deje jugar a que intervenga demasiado. Eso no quiere decir que tenga que limitarse a ser un acompañante de los jugadores pero tampoco lo es Coach K en Estados Unidos y su equipo juega de maravilla. ¿Tendrá algún ataque de entrenador? Creo que se le pasaron todos en Polonia 2009, pero hay que entender su posición: ha ganado dos Campeonatos de Europa y en cuanto algo funciona mal le caen tortas por todos lados.
y 10.- Y Pau Gasol… Su superioridad a nivel FIBA solo tiene equivalente en Luis Scola. Maneja el repertorio ofensivo a su antojo y aparece cuando le da la gana. Hay dos Españas: una con Pau en la cancha y otra sin él. No hay que escandalizarse, le pasaría a cualquier equipo. Sin aparente esfuerzo, anotó 21 puntos incluyendo triples, tiros de cinco metros laterales, mates tras giro por la línea de fondo y algún ganchito de los suyos. Cuando Wang Zhizhi le puso en dificultades sacándole de la zona y metiéndole triples, su reacción fue muy NBA: pedirle al base que la siguiente se la diera a él, llevar a Wang al poste bajo y meterle un mate en la cara.

Crónica publicada originalmente en el Magazine de Martí Perarnau

viernes, julio 27, 2012

La policía del liberalismo


La pérdida de sentido –o más bien de referencia- de la mayoría de los términos políticos y económicos más utilizados en estas últimas décadas vertiginosas de charlatanería ya viene reflejada en el maravilloso libro de Irene Lozano, “El saqueo de la imaginación”. No se puede decir que en los cuatro años trascurridos desde su publicación, las cosas hayan ido a mejor sino más bien todo lo contrario. Pongamos por ejemplo, la manida palabra “liberalismo”, que tantos odios y filias provoca sin que esté muy claro de qué demonios estamos hablando. No es lo mismo ser liberal –o librecambista- como lo eran Adam Smith o Stuart Mill que ser liberal como lo era Ortega y Gasset.

Y desde luego nada de lo que leemos en sus libros tiene que ver con las proclamas de los autoerigidos “liberales” o incluso “neoliberales” de hoy en día, más preocupados en proteger y alzar el estandarte que en plantearse qué están defendiendo y qué consecuencias tiene.

Resulta preocupante ver que demasiados economistas y politólogos asocian sin más liberalismo con desregularización, sea para criticarlo o para ensalzarlo. En una lectura absurda de ese “mundo perfecto sin Estado” que algunos nos presentan podríamos llegar al caso en el que un violador de niños se indignara ante su persecución y viera “su libertad personal de acción claramente limitada por la fuerza impositiva del Estado”. Nadie lo ha intentado hasta ahora, pero den tiempo.

Obviamente, el Estado es necesario aunque solo sea como regulador. De acuerdo, en el siglo XVIII era el enemigo del comercio mundial, pero ahora mismo no le podemos pedir que se aparte más y siga mirando continuamente hacia otro lado, porque el Estado no es más que una construcción de cesiones privadas encargada precisamente de proteger derechos. El Estado legisla, enjuicia y ejecuta y lo hace mediante regulaciones votadas por representantes de los individuos. Sin esa acción, de hecho, el propio comercio, la noción liberal de la economía, no solo de la vida, sería imposible. Todo acabaría en una ley del más fuerte en todos los ámbitos. Mad Max.

Ningún comerciante querría un mundo ingobernable, ningún liberal querría un mundo sin leyes, sin límites, sin especialistas que mediante su trabajo den orden a esa red de acuerdos y cesiones. Especialistas que se pueden llamar “tecnócratas” cuando deciden pero bien se pueden llamar “funcionarios” cuando se encargan del trabajo sucio. El orden es ese: democracia-libertad-derechos-legislación que garantice esos derechos-gente que haga cumplir esa legislación con la mayor eficacia posible-economía de emprendedores que saben a qué atenerse dentro de un marco regulador.

Se puede discutir la eficacia del sector público de un país, pero no su necesidad. Es absurdo. Enfrentar, sin más, individuo y Estado, es lo menos liberal del mundo, tal y como yo entiendo el liberalismo: la defensa de un espacio propio de decisión y acción dentro de un espacio común de garantías democráticas. El Estado democrático occidental no tiene como objetivo luchar contra los derechos del individuo, al revés, ¡los protege! Pretender que no legisle en lo que no me interesa y que legisle cuando siento la amenaza es ser un tramposo. Ni un liberal ni un neoliberal ni historias: un trilero.

El otro día en Twitter, alguien hablaba de mis artículos en este diario advirtiendo que en ellos siempre, “al final, final del pasillo” se me veía “una vena izquierdista antiliberal”. Eso quiere decir que hay gente buscando venas izquierdistas antiliberales incluso al final, final de los pasillos. Una policía del pensamiento. No sabría decir exactamente qué soy. Si alguien me lee con regularidad, sabrá que en general procuro pensar en una solución para cada problema sin ponerle antes una etiqueta. Llamarme “izquierdista” es absurdo porque no lo soy. No me tengo que defender porque sea deshonroso sino simplemente aclarar que no, que no soy de izquierdas. Lamento la decepción.

Y tampoco soy antiliberal, todo lo contrario. Desde hace muchos años –quizá, precisamente, desde que estudié en profundidad a Ortega- cada vez me han preguntado en esos incomodísimos términos, he contestado “soy liberal”, aunque bien podría estar muy cercano a la “socialdemocracia”. ¿Qué más da? Es el concepto el que tiene que amoldarse a la realidad y no la realidad al concepto. Supongo que si Ortega tuviera Twitter recibiría críticas tanto de policías del Estado acusándole de facha irredento como de policías de la libertad acusándole de izquierdista. Así de estúpido se ha vuelto todo esto.

Tanto, que la sola idea de que Ortega quisiera estar en Twitter me ha parecido una idiotez enorme nada más escribirla, así que la retiro. 

Artículo publicado originalmente en el diario "El Imparcial", dentro de la sección "La Zona Sucia"

lunes, julio 23, 2012

Como si nada

Cerrar el acuerdo para publicar un libro como si nada. Comer en el VIPS, un menú del día, hablar de prólogos y epílogos como si nada y luego dar una clase de inglés con una sonrisa enorme porque a uno le pagan por ofrecer una sonrisa enorme y porque,sinceramente, si no pudiera mantener la sonrisa, dar clase no tendría ningún sentido, ni siquiera económico.

Organizar una revista online como si nada. Como si no pasara nada. Fijar contenidos, posibles entrevistados, secciones, periodicidad y por supuesto trabajar cada mañana en diferentes artículos para diferentes publicaciones -evidencias sobre Facebook y Twitter sobrevaloradas y crónicas de jugadores de baloncesto croatas- que le gustan a algunos, afortunadamente a muchos, y no le gustan a otros por razones normalmente muy perezosas. Leer las razones muy perezosas como si nada y seguir adelante, la siguiente semana otros temas, otros comentarios.

Reunirme con un editor en una cafetería de un hotel de la Gran Vía y hablar durante dos horas de distintas cosas y solo de vez en cuando mencionar algo, mencionar los viajes y el futuro, la prima de riesgo mezclada con los trenes que salen a las 8,30 y llegan a las 12,45. Tomar unas tortillas, unas botellas de agua, hablar durante horas por teléfono hasta el punto de que Vodafone te informe de que te has fundido la tarifa plana del mes a los diez días. Sonreír, de todas maneras, sonreír siempre. Como si nada. Descargar libros del "Dream Team" y leerlos en el propio tren, legañoso, estúpido después de darte cuenta de que has comprado un billete para el día anterior y a punto has estado de quedarte en tierra.

La tentación de quedarse en tierra.

Leer, decía, como si nada. El chico de al lado peleándose con Air France por una maleta perdida. Chicos Loewe. Chicos que no están en preferente porque no sepan ni cómo hacer una reserva el día correcto. Llegar y discutir y andar y sufrir y comer hamburguesas diminutas mientras mi sobrinita duerme y pone caras. Tres meses. Llegar a casa agotado, sudado, sucio, maloliente, las horas del viaje de vuelta en coche y de toda la semana sin dormir ni comer encima, el dolor en la parte alta del pecho. Organizar las clases de la semana siguiente como si nada, cenar como si nada, escuchar la respiración dormida de la Chica Diploma, ir a su trabajo al día siguiente, reunirme con la trabajadora social, arreglar el mundo en dos-tres horas consciente de que el mundo se volverá a estropear en cualquier momento -el mal nunca descansa- y luego, ya sí, llorar en su hombro mientras ella me abraza y me toca la cabeza y yo solo puedo decir: "Simplemente, me parece precioso que esta gente se preocupe tanto por los demás, me parece precioso".

Y dormir un poco, levantarte más agotado aún y volver de nuevo a clase, claro, a trabajar y sonreír. Los tres usos de la pasiva en inglés. La tristeza. La rabia. El orgullo.

viernes, julio 20, 2012

Facebook y la idiotización de España



El primer bulo de todos es que las redes sociales nos harán más libres. No hablo de su capacidad, que eso sería discutible, sino de que de hecho lo vayan a hacer, una mentira como una casa. Durante años, todos hemos recibido emails en cadena con protestas o reivindicaciones o supuestos manifiestos firmados por grandes intelectuales que jamás escribieron ni una palabra de las que aparecían en el correo, pero lo bueno de ese “spam” era que tomaba su tiempo, es decir, que para que un amigo se animara a mandarte un correo así necesitaba copiar todo el texto o al menos darle al reenviar y ponerse a elegir direcciones entre sus contactos.

Twitter y sobre todo Facebook han acabado con eso: ahora, inventarse cualquier historia y difundirla a los cuatro vientos es más fácil que nunca. La idiotez se ha democratizado y el mundo es un enorme patio de vecinos gritándose incoherencias. De un tiempo a esta parte, si tienen una cuenta en cualquiera de las dos plataformas citadas, coincidirán conmigo en que el ambiente es irrespirable; no ya porque se hable de política sino porque nadie habla con su propia voz, todo el mundo ejerce de pregonero de una supuesta verdad que no se molesta en contrastar.

Al principio, uno respira hondo y pasa al siguiente mensaje. Le dicen que Sampedro ha llamado hijo de puta a Rajoy –antes fue a Zapatero- y no entra en polémicas, le dicen que en España hay medio millón de políticos, así a bulto, y no se pone a explicar que eso es imposible. Sale una foto manipulada de Andrea Fabra sacando el dedito a pasear frente a un grupo de  manifestantes y a lo mejor te puedes molestar en buscar la noticia original, la foto auténtica, y aclarar que no, que la muy maleducada señora Fabra no es la que aparece en la foto, pero lo normal es que entonces te respondan: “¡Y qué más da!” y su cabreo se doble.

La masa enfurecida no solo quiere linchar sino que se niega a conocer las causas del linchamiento.

Lo último ha sido lo de los 56 días de Hollande, un documento que ha pasado de cuenta en cuenta, de muro en muro y que habla de las maravillas que habría implantado el presidente francés en sus dos meses al frente de la República. No sé si saben de lo que les hablo, pero es muy fácil de entender: Hollande habría hecho todo lo que alguien, en algún lugar de España, ha decidido que es lo que hay que hacer, tenga o no sentido, inventándose las cifras, algunas ridículas, y organizando un “Pásalo” en toda regla con el aviso: “Esto no son palabras, son hechos”.

Ya es sospechoso que ninguno de los hechos te suene, pero es que basta con llegar al tercer párrafo para saber que es otro bulo dentro del gran contenedor de bulos. Lo que me preocupa no es eso. No es que alguien se invente algo e intente manipular a los demás. Al fin y al cabo, eso está muy visto y discutirlo es incluso pueril. Lo que me preocupa es que la gente no se atreva a pensar por sí misma ni a elegir sus propios ejemplos, sus propias soluciones, su propia indignación.

Uno pasa por las redes sociales y no ve sino repeticiones de una misma foto, un mismo eslogan, un mismo documento. Nadie quiere individualizar el discurso. Decir “esto es lo que pienso yo”, explicarse qué está pasando. Es muy triste. Denota una idiotización bárbara. La pena no es que tus amigos llenen sus muros de reivindicaciones políticas sino que esas reivindicaciones ni siquiera sean suyas. Queremos que los demás nos den las arengas, que piensen por nosotros, que nos lo den mascado y luego no nos explicamos por qué algunos políticos creen que es tan fácil manipularnos.

No, las redes sociales no nos harán más libres. Y no será porque no puedan sino porque nosotros no queremos, porque preferimos atarnos a la indignación y al odio y a la consigna ajena sin cuestionarla, sin leerla, sin más criba que la de “¿es de los míos o es de los otros?” y de ahí al muro, bajo tu nombre, cómplice tú también de la estupidez masiva.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"

jueves, julio 19, 2012

Toni Kukoc, el asesino con cara de niño



Un triple. Y luego otro triple. Después un tercero. Los comentaristas italianos directamente se ríen porque no se pueden creer lo que están viendo, es casi una burla. Dos triples más, después el sexto, y seguimos en la primera parte. Enfrente, la poderosa selección juvenil de Estados Unidos, país que extendía su dominio total en el baloncesto FIBA con dos triunfos en las dos ediciones anteriores del Mundial Sub 20. Cuando Kukoc llega a su séptimo triple hay gestos de desesperación en el banquillo porque ese chico se supone que no es un tirador ni un anotador. En ese equipo, los tiradores son Ilic y Djordjevic y los anotadores son los pivots: Vlade Divac y Dino Radja. Larry Brown, el entrenador estadounidense, pretende formar una tela de araña en la zona y ese espigado niñato no hace más que dejarlo en ridículo.

En Bormio, verano de 1987, la grada enloquece y cada vez que Kukoc se levanta se oye un griterío que antecede al sonido de la pelota entrando limpia en la red. Ocho triples, nueve. Gary Payton y Larry Johnson no saben qué hacer. Stacey Augmon mira a Scott Williams con cara de desconcierto. ¿De dónde ha salido este hijo de puta? Kukoc mete su décimo triple y luego el undécimo en doce intentos. Es un partido de primera fase, en principio intrascendente, pero quiere marcar bien pronto el terreno. Yugoslavia ya ha ganado sus anteriores partidos con una media de 119 puntos ante rivales muy inferiores como China o Nigeria.

Esto es diferente. Esto es Estados Unidos…

Y ese día a Estados Unidos le caen 110 puntos, así como suena. 37 de ellos firmados por el espigado número siete que no se sabe muy bien si juega de base, de alero tirador o de ala-pivot, posición que le debería corresponder por su altura, en torno a los 2,05. El resto de la anotación corre por cuenta de Ilic, Djordjevic, Pecarski y en menor medida, Divac y Radja. Sin duda, es el principio de una época, un cambio de paradigma. Aquel equipo yugoslavo se volvería a encontrar con Estados Unidos en la final del torneo y, con más dificultades, volvería a vencer. La primera vez que un equipo no estadounidense se alzaba con el triunfo, un previo de lo que podría venir en Seúl 88 o Argentina 90. La llegada de un mito, del jugador total, de la fantasía hecha baloncestista.

Los años de la Jugoplastika

Bormio fue la consagración de Kukoc a nivel internacional pero eso no quiere decir que fuera un desconocido. Todos los miembros de su generación, la inigualable generación yugoslava del 68, venían arrasando en cada campeonato europeo, humillando a soviéticos, italianos, españoles… Pocos meses antes, Kresimir Cosic había hecho debutar a tres de ellos —Kukoc, Radja y Djordjevic-— en el Eurobasket de Grecia, y Divac ya había tenido la peor presentación posible en el Mundobasket de 1986, en Madrid, cuando brindó la oportunidad a la URSS de remontar un partido imposible con unos pasos propios del juvenil que era.

Todos ellos estaban bajo el radar europeo aunque no bajo el radar estadounidense, que seguía despreciando absolutamente a cualquiera que no hubiera salido de una de sus universidades. A los europeos se les criticaba su falta de físico y de mentalidad defensiva. Normalmente, una cosa iba unida a la otra, el ritmo de la NBA era simplemente demasiado fuerte.

El caso es que Kukoc y su generación aparecieron en un momento extraño para el baloncesto yugoslavo, un momento de transición. La selección llevaba ya siete años sin ganar nada, desde aquel oro en Moscú sorprendiendo en semifinales a los anfitriones soviéticos. Eran los tiempos de Delibasic, Dalipagic, Kikanovic, el propio Cosic… Desde entonces habían salido muy buenos talentos sueltos, anotadores compulsivos que se echaban el equipo a la espalda pero que no conseguían unir sus fuerzas con éxito como equipo: los hermanos Petrovic, Cutura, Perasovic, Dusko Ivanovic… Ese mismo año 1987, el combinado yugoslavo solo había podido ser bronce después de caer con Grecia en las semifinales y ganarle a España en el partido por el tercer puesto.

Yugoslavia estaba acostumbrada a más. Los 70 la habían colocado como referencia del baloncesto europeo y se sentía incómoda en los puestos intermedios. A nivel de clubes, todo funcionaba mucho mejor: al Bosna Sarajevo de Delibasic, sorprendente Campeón de Europa en 1979, le siguió la Cibona de Zagreb con dos títulos en 1985 y 1986 mientras Estrella Roja, Sibenka o Jugoplastika coqueteaban con las finales de torneos de segundo nivel como la Recopa o la Copa Korac.

En aquella época, salir de Yugoslavia antes de cumplir la treintena era casi imposible. Drazen Petrovic había conseguido la autorización para marcharse sin llegar a los 25 con la condición de que se quedara un año más en Zagreb y no fichara por el enemigo estadounidense sino por el Real Madrid. El resto de las grandes estrellas seguían jugando en sus clubes de origen: Paspalj y Divac en el poderoso Partizán, junto a Djordjevic; Cvjeticanin, Drazen Petrovic y Zoran Cutura, en la Cibona; Nebosja Ilic y Goran Grbovic en el Zadar… Velimir Perasovic y Goran Sobin en la Jugoplastika de Split.

Ahí nos quedamos, en Split...

Lee de manera gratuita el artículo completo sobre Toni Kukoc, desde sus años en la Jugoplastika hasta su retirada en la NBA pasando por su participación en la Yugoslavia imbatible del 89 al 91, su fichaje millonario por la Benetton y sus tres anillos de campeón en los Bulls de Jordan y Pippen, en la revista JotDown.

martes, julio 17, 2012

Epic fail


Cuando cumplí 30 años decidí hacer una fiesta claramente por encima de mis posibilidades. Aquello no era una celebración, era un autohomenaje de esos a los que uno acude rodeado de gente con gafas de sol, brazos cruzados y codazos en el palco. El lugar que elegí fue "El Naranja". No sé si "El Naranja" sigue existiendo, estaba en San Vicente Ferrer y era un sitio pequeño pero bastante cómodo. Tenía miedo de que se me quedara corto porque, ya digo, yo invité ahí a medio Madrid y como en esa época andaba haciendo entrevistas compulsivamente, aprendiendo de todos lados, asumí que mis amigos "famosos" se presentarían ahí en manada, como si aquello fuera el Gabbana..

Para mí era importante que esa gente -actores, actrices, cantantes, directores...- estuvieran ahí conmigo. Lucir nombre ajeno. Cuando el día llegó, víspera de San Isidro, noche maravillosa que invitaba a tirarse por las Vistillas con un mini en el costado, ahí no apareció nadie más que mis amigos. Y yo me di cuenta de que era un idiota absoluto y que ya estaba bien de convertir mi vida en un concurso de popularidad -esta frase creo que fue de mi psicóloga- y no disfrutar de lo que uno realmente tenía.

Así que los treinta años fueron una especie de maduración a base de prueba y error. Pruebas a ser un gilipollas y lo consigues así que la siguiente vez intentas equivocarte en algo. Sentarte en la mesa adecuada. Esto es un poco como "Cheers": rodearte de la gente que se sabe tu nombre.

A los 35, uno se ha llenado de códigos absurdos y muchos prejuicios. Por ejemplo, una vida dedicada a la popularidad se puede convertir en una vida que anhela lo mediocre. No creo que sea mi caso porque la verdad es que a mí me rodea gente muy poco mediocre, pero es cierto que las caras conocidas, de por sí, ya no me dicen nada, no les veo el encanto. La gente que de verdad merece la pena puede estar sentada en cualquier rincón de cualquier bar. Simplemente, pueden no estar compitiendo. No competir es algo muy sano y ayuda a ver las cosas con cierta perspectiva: diez personas son diez personas. Punto.

Si pasada esta edad uno sigue pensando que solo va a encontrar un reconocimiento en los labios de quien ha triunfado por su propio talento, es decir, un reconocimiento por ósmosis, el asunto me parece un poco infantil. Creo que estaría bien revisar los valores porque si no esa persona se va a quedar muy sola. Primero, los amigos. Después, los amigos. En tercer lugar, ya si eso, Quique González. Salvo que Quique González sea uno de tus amigos, cosa que complica mucho la cuestión pero aun así tendrá que haber plazos y momentos y si vas a ir a un bar -llamémosle Libertad 8- donde las mesas se dividen por castas y los baños se llenan de cocainómanos compulsivos, creo que lo más elegante -porque al final, en esto Patricio y yo estaríamos de acuerdo, todo es elegancia- es ponerte en la mesa de los parias y esperar en la puerta para mear.

Porque fuera de la elegancia solo hay dioses y bárbaros y ser un dios sí que es una exigencia de popularidad desorbitada.

En ocasiones, incluso cutre.

lunes, julio 16, 2012

El asesino hipocondríaco


Al volver de casa de la Chica Diploma, veo un partido de fútbol y abro el siguiente libro en la lista de pendientes aunque en realidad no haya tal lista, solo una balda llena de libros sin leer de la que voy sacando uno u otro según tenga el día, de ahí que mis retrasos puedan ser prodigiosos. El libro en cuestión es "El asesino hipocondríaco", de Juan Jacinto Muñoz Rengel. Debería haber sido "Vida de un escritor", de Gay Talese, porque tengo una crítica pendiente, pero no me siento capaz. Será el siguiente. Lo juro.

A Juan Jacinto le ha ido muy bien con el libro. Yo me alegro mucho porque le tengo un enorme cariño. El cariño que se tiene por alguien que apuesta por tu libro y lo saca en un programa de Radio 5 cuando ni siquiera la editorial confiaba en él y eso que lo había pagado. Es bonito ayudar y ser sincero. Si hay que escupir, siempre escupir hacia arriba. A las pocas páginas -voy y vengo, en medio pongo la televisión y veo un especial sobre un tío que intenta entrevistar a Michael Jackson y acaba peleándose con Uri Geller- encuentro una referencia a la prostatitis crónica.

Es curioso, porque yo escribí esto sobre la prostatitis crónica, una enfermedad que estoy empezando a pensar que no existe y que no es más que el cebo para cualquier hipocondríaco como el del libro o como yo, sin ir más lejos. Se podría decir que esa enfermedad cambió mi vida y sería una verdad como un templo. Lo curioso es que no lo hizo para mal. Luego recuerdo que un personaje de mi última novela también tiene prostatitis, o yo lo imaginaba con prostatitis, al menos, y no sé si al final lo dejé simplemente como un cincuentón impotente o si especifiqué la enfermedad en cuestión.

Puede que quedara simplemente como un misógino, no sé. A mí es un personaje que me cae bien. Es grande y fuerte y mata a gente por dinero pero en el fondo tiene algo de buen tipo. Se llama Viggo. Hace lo que tiene que hacer, punto, como cualquiera de nosotros.

El caso es que, prostatitis apartes, que son mucho más escandalosas en los libros que en mi vida, la hipocondriasis ha sido siempre una constante desde pequeño con picos que suelen coincidir con momentos en los que todo va bien, es decir, momentos en los que todo puede perderse. Angustiarse en el fracaso es estúpido. Alguna gente dice "hipocondriasis" y otra gente dice "hipocondría", yo digo lo primero porque me ayuda a parecer un pirado con estudios. Si estás dispuesto a pasarte una mañana sintiendo cómo no ves bien del ojo derecho y quejándote de un temblor en el ojo izquierdo que puede relacionarse con un desprendimiento de retina -lo juro, estoy aquí escribiendo sin parar, Toni Kukoc y ahora esto, convencido de que tengo un desprendimiento de retina en el ojo izquierdo- mientras imagino los múltiples tumores de mi zona intestinal, lo mínimo que puedes hacer por lo demás es confirmar tu imagen de excéntrico inventando palabras como quien inventa enfermedades.

Todo esto me lleva a otro personaje de otra de mis novelas, la primera por orden de escritura. Era un chico muy pedante y que tenía todo el rato un miedo atroz a su propio cuerpo. En todos los aspectos. El chico abría y cerraba el libro aunque no era ni mucho menos el protagonista. Es una buena novela. Una muy buena novela, incluso. El chico intentaba seducir a chicas rubias que se parecían a Inma del Moral y acababa convertido en algo parecido a una estrella fugaz. Un entrañable miembro del club de suicidas que compone la novela coral. Para no escandalizar a nadie, en vez de "suicidas" les llamé "francotiradores" pero ya habrán apreciado que no soy demasiado preciso en el lenguaje.

Cuando leyó uno de los capítulos, la Chica Portada se maravilló: "Has conseguido que todos los personajes en el fondo sean tú". Como si eso no tuviera mérito.

viernes, julio 13, 2012

Demagogia y populismo



De mi casa en la calle Churruca a mi puesto de trabajo en la calle Mejía Lequerica hay apenas unos 300 metros. Soy un afortunado, desde luego. Todas las tardes paso por delante de la discoteca Pachá a eso de las seis y media. A esa hora, si no es viernes, el local está cerrado y no hay más que unas escaleras vacías para que se siente quien quiera. Al principio, aprovechaban dos o tres cuarentones con sus botellas de cerveza para coger sombra y charlar un rato. Con el tiempo, esos dos o tres se han convertido en diez o quince, de manera que las escaleras están más concurridas que una bancada del Gobierno cuando habla un portavoz del Grupo Mixto.

No sé de dónde vienen, la verdad. Diría que no tienen ningún otro lado donde ir. No molestan a nadie, se limitan a estar ahí y beberse el verano. Puede que sean más jóvenes de lo que yo creo porque la calle envejece mucho. El suyo no es un fenómeno aislado en el barrio: a unos pocos metros, casi en la calle Fuencarral, hay otro espacio común de taxistas, “homeless” y lo que se viene a llamar “perroflautas”. Curiosamente, se reúnen en la puerta de un Burger King y de vez en cuando entran a comprar algo.
No piden, no roban, no intentan dar lástima. Se limitan a dejarse estar. Cuando cierra el Día y sacan los contenedores, la mayoría sale corriendo para hurgar restos de comida y así tener una cena.

El resto va a un comedor social que hay en la calle Barco. El problema con ese comedor social es que está lleno de gente y tiene unas colas enormes. El otro día paseaba con una amiga, que me decía, algo desconcertada: “¿No te hace plantearte cosas ver a tanta gente normal haciendo cola?” El concepto de “gente normal” es políticamente incorrecto. Ningún político ni intelectual ni columnista podría utilizarlo, pero mi amiga, que es fisioterapeuta, sí. Y yo la entendí tan bien como ustedes me están entendiendo a mí.

Todo esto que les acabo de contar, la realidad de cualquier día en Malasaña, no tiene ningún valor de debate. Exactamente ese es el problema de la razón, que se ha vuelto cínica, tan cínica que ha perdido su relación con la realidad. Si yo contara esto en cualquier discusión de mediana intención intelectual, alguien me diría: “Eso es demagogia”. La realidad es demagogia. Si algún partido político propusiera una ley que ayudara a esa gente o que al menos intentara impedir que el número de gente sin posibilidad de tener un techo y una comida aumentara a cambio de suprimir algunos cuantos cargos de libre designación, le acusarían de “populista”.

Con esas dos palabras, eliminamos no ya la crítica sino el debate intelectual. Las palabras quedan del lado de una razón cínica que ha conseguido hundir el proyecto de la razón emancipadora, la razón ilustrada. Ya no hay evidencia, solo hay refutación. Puede que en la ciencia eso funcione muy bien y efectivamente la falsación sea un método más fiable que la verificación para una teoría, pero ni la ciencia ni nuestros cínicos, como diría Montano, entienden una cosa: la puta calle.

Hablar de la puta calle es poco elegante y maniqueo. No hablar, pretender que no existe, estipular que, porque un caso no se puede universalizar, ese caso directamente no merece atención es ruin. Efectivamente, no todos los madrileños nos morimos de hambre ni buscamos al anochecer comida entre basura, pero hay quien lo hace. Demasiada gente lo hace. ¿Qué hacemos con ellos? El peligro es que la clase media-baja se convierta en eso, en una especie de lumpen que ni siquiera espera a las orillas de las fábricas sino que se limita a pasar el día entre escaleras.

Es un peligro.

Si usted preside un país en recesión y toma medidas que hacen que ese peligro aumente, creo que se está equivocando. Si además usted mismo nos ha estado explicando por qué esas medidas perjudican a la clase media apenas meses antes de tomarlas, es un mentiroso. Si no quiere pasar por mentiroso ni tonto sino que prefiere convertirse en un pelele y lamentarse públicamente: “No queda otra salida”, lo que debe hacer es irse inmediatamente. Me da igual si se llama Zapatero o si se llama Rajoy. Usted llegó allí porque dijo que tenía soluciones y las soluciones implican libertad. Si no la tiene, si no puede aplicar lo que usted cree justo y correcto, si no puede, en definitiva, ejercer el mandato democrático, no se manche las manos, dimita.

O por lo menos, y creo que es lo mínimo que se puede pedir, no aplauda.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la serie "La zona sucia"

jueves, julio 12, 2012

Ander Izagirre- Plomo en los bolsillos



Por alguna razón que se me escapa, un país con una tradición deportiva casi enfermiza y una cierta ligereza a la hora de publicar y publicar libros, se vendan luego o no, no ha conseguido establecer una literatura sólida en torno al deporte, con muy contadas excepciones, entre las cuales no incluyo, por supuesto, ni las autobiografías de jugadores de 19 años, ni las hagiografías del periodista vendido de turno, ni los forofismos a lo Tomás Roncero.

Con literatura deportiva tampoco me refiero a literatura sobre la historia del deporte o a la clásica recopilación de artículos o crónicas, sino a un modo de narrar con estilo, calidad, color y empatía momentos clave del deporte mundial a lo largo de este siglo. Eso es lo que está intentando hacer Libros del KO con sus libros de “Hooligans ilustrados” o el maravilloso “Plomo en los bolsillos” de Ander Izagirre. Por supuesto, los resultados no siempre son perfectos, como sucede en cualquier género, pero se ve un intento de que escritor y evento se mezclen, de manera que no sea todo una sucesión de datos ni un onanismo forofo y a menudo paleto.

No sé hasta qué punto “Plomo en los bolsillos” podría interesar a gente ajena al ciclismo. Yo creo que al menos existe la posibilidad. Desde luego para los aficionados a ese deporte o a cualquier competición en general es un libro imprescindible. Cualquiera que entienda que la vida misma es en el fondo un juego en el que uno recurre a valores, trampas, atajos, drogas, pactos, traiciones y dolor, mucho dolor, para tirar adelante encontrará momentos interesantes en el libro de Izagirre, escandalosamente bien escrito.

Hay que reconocer que el libro en sí es irregular, pero seamos justos: es irregular dentro de la brillantez. La mística de lo lejano en el tiempo, la excentricidad de los comportamientos de principios de siglo XX que no podemos conocer, hace de las primeras historias de “Plomo en los bolsillos” una sucesión de sonrisas cómplices, fascinación, sensación de estar viviendo en un mundo distinto. A través de la carrera, de sus mineros o sus lisiados intentando apuntarse al Tour, sus tramposos cogiendo trenes para acortar, sus organizadores mafiosos decidiendo las victorias a su antojo… se nos presenta un mundo, no una carrera.

Conforme el libro avanza, las historias no pierden interés pero ganan actualidad y eso, que es inevitable, hace que disminuya la magia. Me explico: Izagirre se centra en los campeones pero también en los segundones. Es más, desde la distancia, incluso los campeones, con sus tubulares colgados del cuello, sus condiciones infrahumanas, sus pequeñas miserias… también aparecen como perdedores ocasionales: gente llevada al extremo y que a menudo ni siquiera recibe el aplauso del público en la victoria, léase el caso de Jacques Anquetil.

Creo que hay un libro antes de las historias de Coppi y Bartali y otro libro después, por la sencilla razón de que hubo un ciclismo antes y otro después. Cuando los Bahamontes, Jiménez, Poulidor, Gaul y compañía aparecen, ya la historia es otra. Por decirlo de alguna manera, deja de ser la historia del Tour y pasa a ser la historia común que el Tour lleva compartiendo con nosotros todos estos años. Aun así, insisto, ¿cómo evitarlo?

Hay momentos en “Plomo en los bolsillos” maravillosos. Aparte de la descripción de las escaramuzas de principios de siglo o la enternecedora historia de los distintos “farolillos rojos” incluyendo al entrañable Vansevanant, el episodio de la muerte de Tom Simpson es magnífico, precisamente porque pertenece a ese imaginario común del aficionado al ciclismo pero lo trasciende: drogas, sufrimiento, ambición, casualidad… la vida está ahí, en ese zigzag del ciclista inglés en el Mont Ventoux y en la habilidad de Izagirre para contarlo. Lo mismo sucede en los retratos de Ocaña o de Walkowiak, dos ganadores-perdedores de lujo.

Los capítulos dedicados a Perico, Induráin, Armstrong, Contador… están demasiado vinculados a la actualidad. ¿Cómo escribir un libro sobre el Tour sin mencionarlos? Sería imposible. Tremendamente injusto. El dopaje pasa por las páginas como una realidad incuestionable y por eso mismo terrible. Un mundo de velocidad enloquecida. Un mundo demasiado rápido. Así, en general. Por eso, lecturas pausadas, entretenidas, divulgativas como las de Izagirre se agradecen tanto.

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo

miércoles, julio 11, 2012

Un previo sobre demagogia y populismo


Supongo que al diario El Imparcial no le importará que adelante una parte pequeña del artículo que acabo de mandarles. Necesito sacarlo de dentro. Prométanme que luego irán a leerlo allí entero, ojo...


"... Todo esto que les acabo de contar, la realidad de cualquier día en Malasaña, no tiene ningún valor de debate. Exactamente ese es el problema de la razón, que se ha vuelto cínica, tan cínica que ha perdido su relación con la realidad. Si yo contara esto en cualquier discusión de mediana intención intelectual, alguien me diría: “Eso es demagogia”. La realidad es demagogia. Si algún partido político propusiera una ley que ayudara a esa gente o que al menos intentara impedir que el número de gente sin posibilidad de tener un techo y una comida aumentara a cambio de suprimir algunos cuantos cargos de libre designación, le acusarían de “populista”.

Con esas dos palabras, eliminamos no ya la crítica sino el debate intelectual. Las palabras quedan del lado de una razón cínica que ha conseguido hundir el proyecto de la razón emancipadora, la razón ilustrada. Ya no hay evidencia, solo hay refutación. Puede que en la ciencia eso funcione muy bien y efectivamente la falsación sea un método más fiable que la verificación para una teoría, pero ni la ciencia ni nuestros cínicos, como diría Montano, entienden una cosa: la puta calle.

Hablar de la puta calle es poco elegante y maniqueo. No hablar, pretender que no existe, estipular que, porque un caso no se puede universalizar, ese caso directamente no merece atención es ruin. Efectivamente, no todos los madrileños nos morimos de hambre ni buscamos al anochecer comida entre basura, pero hay quien lo hace. Demasiada gente lo hace. ¿Qué hacemos con ellos? El peligro es que la clase media-baja se convierta en eso, en una especie de lumpen que ni siquiera espera a las orillas de las fábricas sino que se limita a pasar el día entre escaleras.

Es un peligro.

Si usted preside un país en recesión y toma medidas que hacen que ese peligro aumente, creo que se está equivocando. Si además usted mismo nos ha estado explicando por qué esas medidas perjudican a la clase media apenas meses antes de tomarlas, es un mentiroso. Si no quiere pasar por mentiroso ni tonto sino que prefiere convertirse en un pelele y lamentarse públicamente: “No queda otra salida”, lo que debe hacer es irse inmediatamente. Me da igual si se llama Zapatero o si se llama Rajoy. Usted llegó allí porque dijo que tenía soluciones y las soluciones implican libertad. Si no la tiene, si no puede aplicar lo que usted cree justo y correcto, si no puede, en definitiva, ejercer el mandato democrático, no se manche las manos, dimita.

O por lo menos, y creo que es lo mínimo que se puede pedir, no aplauda."

martes, julio 10, 2012

El típico gilipollas


El verano son recuerdos. El calor es recuerdo, en general. Las mañanas recorriendo Madrid en busca de camisetas y finiquitos. Algunas cosas sueltas: el viaje a Pamplona para los Sanfermines de 1996. El horror, ah, el horror. Alguien ponía en Twitter que 9 de cada 10 personas que van a los Sanfermines se divierten y el otro es el típico gilipollas.

Yo soy el típico gilipollas.

La Plaza del Castillo en las horas previas al Chupinazo, la sensación de avalancha continua, de Heysel, sentirse un muñeco manejado por multitudes que han perdido el sentido del control a las once de la mañana. Todo lo demás: la necesidad de la fiesta constante, los jerseys perdidos, las piscinas públicas, las cabezas aplastadas por patas de toros. Nunca le vi el encanto. Acabé en casa de una especie de tíos lejanos durmiendo en el salón a una hora impropia, levantándome a las 8 para ver el encierro en televisión, como lo podría ver en Moralzarzal. Elchicoquenoqueríaserernesthemingway.

Julio de 2009, un salto adelante. Paella con Sandra en el Puerto de Barcelona, paseo largo hasta Colón, luego las Ramblas, entrada furtiva en un bar de deportes, un enorme bar de deportes donde después he visto cosas improbables como Copas Intercontinentales y goles de Abidal. Federer contra Roddick en la final de Wimbledon. Yo iba ahí a levantar la copa y Roger me tuvo cuatro horas esperando, 16-14 en el último set. A mí y a Sandra, que aguantó estoicamente mis ataques de pánico.

Barcelona, en general, es el verano. Dani Pacios, en el solitario 2001, Lucía, en 2002, comportándome como un gilipollas -quedó dicho anteriormente, pero no quiero que les quepan dudas al respecto-, Bea en 2006, una combinación de Casteldefells, Sant Feliu de Guixols y Paseo de Gracia. Radio 4; Inés en 2007, NH Calderón, paseos por cuadrículas hablando de valencianas, Fer en 2008, yendo más allá de la resaca, una combinación de excesos nocturnos acompañados por carreras de Michael Phelps y partidos de la selección española de baloncesto.

También he ido solo, claro. A Barcelona he ido solo muchas veces, más de las que debería. Incluso en verano. El año del Forum -¿2004?- estuve cinco días en un hotel del Paralelo -Barcelona, para mí, son sus hoteles- y salí tres como mucho, uno al citado Forum, en el que duré una hora y media por mi condición de aburrido, y los otros dos supongo que al Maremagnum, ese decadentísimo abandonarse en los bancos junto al mar. Cuando iba a Barcelona solo, siempre cogía billetes en preferente, incluso cuando no podía pagarlos. Llámenme snob, pero viajar solo requiere una cierta concentración: el Mediterráneo a la derecha al paso por Sitges, la libreta con apuntes de relatos que empiezan, la prensa acumulada en la bolsa del asiento de delante.

Barcelona, Pamplona y Bambú, en Pinar de Chamartín. La visita a Bambú, esa estación que parece un edificio más, incrustada dentro de un muro y el paseo hasta Pío XII, donde vivía la Chica Sardina. Es curioso que la Chica Sardina sea ahora parte de mi familia. Ya es jodido que uno no pueda elegir su familia como para que ni siquiera pueda elegir que sus iconos adolescentes sean parte de su familia. La extrema dureza de 2007. Todo será mejor que 2007, siempre. Incluso la tristeza. Arriba y abajo es mejor que la tristeza y la tristeza es mejor que 2007.

Ese es el orden de las cosas en verano.

lunes, julio 09, 2012

El mejor jugador de la Historia


Animada charla en Twitter con Roberto Carretero, Carlos Moyà, Rafa Plaza y Álvaro Rama entre otros sobre quién es el mejor jugador de tenis de la Historia. Un debate apasionante pero muy complicado. Salieron algunos nombres, vamos a jugar a fiscal y abogado y que cada uno se quede con lo que quiera. Son los nombres que me vienen a la cabeza, puede que haya más:

Jimmy Connors (USA) 5 US Opens, 2 Wimbledons, 1 Australian Open. 


¿Por qué es el mejor de la Historia?

Porque nadie ha ganado tantos títulos como él, hasta 109 a lo largo de 23 años como profesional, una media impresionante de más de cuatro por año. Porque fue número uno del mundo en los 70 durante más de tres años consecutivos, acabando de 1974 a 1978 como número uno al final de temporada. Porque si no ganó el Grand Slam en 1974 fue probablemente porque no participó en Roland Garros, algo que no haría con asiduidad hasta 1979, pasados sus mejores años. Porque ganó solo 8 Grand Slams, de acuerdo, pero hay que tener en cuenta que solo disputaba tres por año: ¿Cuántos habría ganado de atreverse a la aventura australiana? Participó dos veces: en 1974 (campeón) y 1975 (finalista). No se le volvió a ver. Porque acabó doce temporadas consecutivas (1973-1984, inclusive) entre los tres primeros de la ATP. Porque jugó doce semifinales seguidas en el US Open e incluso llegó a esa ronda en 1991 con 39 años. Porque es el único jugador de la historia en ganar este torneo en tres superficies distintas: tierra, hierba y cemento.

¿Por qué no es el mejor de la Historia?

Porque la cantidad no hace la calidad y nunca sabremos lo que habría pasado de jugar en Australia 20 veces. A lo mejor tampoco habría ganado ninguna vez o no las suficientes. Porque cuando llegaron Borg y luego McEnroe al circuito fue inferior en la mayoría de sus enfrentamientos. Porque, en definitiva, ocho Grand Slams se antojan pocos y nunca ganó Roland Garros, fuera por la razón que fuera.

Bjorn Borg (SUE) 6 Roland Garros, 5 Wimbledons


¿Por qué es el mejor de la Historia?

Porque ganó once torneos del Grand Slam pese a retirarse con 25 años y no disputar Australia más que una vez. Porque compitió con Connors, con McEnroe, con Lendl y con varios de los candidatos a mejores jugadores de todos los tiempos. Porque además de sus 11 Grand Slams, fue cinco veces finalista (4 en el US Open y una más en Wimbledon). Porque desde los 17 años ganó cada temporada al menos un torneo de Grand Slam y nunca bajó del número cuatro del mundo, liderando la clasificación en 1979 y 1980. Porque ganó dos Masters y fue finalista en otros dos. Porque tiene el mejor porcentaje de partidos ganados en Grand Slam con casi un 90%. Participó en 28, fue finalista en 16 y ganó 11. Buena parte de ellos, como adolescente.

¿Por qué no es el mejor de la Historia?

Le faltó entrega. No es culpa de nadie más que suya que decidiera retirarse tan joven, hastiado del tenis. Sí, probablemente de haber seguido tres o cuatro años más habría llegado a los 15 Grand Slams pero si no lo sabemos es culpa suya. Pese a su gran registro en los Grand Slams, solo fue número uno dos años, es decir, no se fajó lo suficiente en los demás torneos del circuito, como sí hacían los Vilas, Connors, McEnroe o Lendl. Nunca ganó el US Open por mucho que lo intentara y eso le marcó. Tampoco ganó Australia, y si no lo intentó, insisto, no es culpa nuestra.

Rafael Nadal (ESP) 7 Roland Garros, 2 Wimbledons, 1 Australian Open, 1 US Open


¿Por qué es el mejor de la Historia?

Porque, a los 26 años, su palmarés está a la altura de los Borg o Federer sin que se vea de momento un final cercano. Porque tiene un registro individual favorable con todos los grandes tenistas de su época: Federer, Djokovic, Murray... Porque es el mejor competidor que probablemente hayamos visto en ningún deporte. Porque a sus 11 Grand Slams hay que añadirle el record de Masters 1000, la participación en 4 Copa Davis y un oro olímpico. Porque no ha caído del top 3 de la ATP en los últimos siete años. Ni una semana. Porque ha acabado como número uno dos veces (2008, 2010) en los tiempos de esplendor de los mejores jugadores del deporte.

¿Por qué no es el mejor de la Historia?

Porque, pese a conseguir victorias en todas las superficies, su palmarés está demasiado cargado por la tierra batida. 7 de sus 11 Grand Slams los ha conseguido en tierra y el 75% de sus Masters 1000 también han llegado en la tierra de Montecarlo, Roma, Hamburgo o Madrid, donde no ha encontrado más rival ocasional que Federer o Djokovic. Porque desde su irrupción en el circuito como estrella en 2005, solo ha sido número uno del mundo durante 102 semanas, mientras que en ese mismo período Federer lo ha sido durante más de 200. Porque fuera de la tierra y la hierba, como le pasó a Borg, sus resultados son buenos, pero no espectaculares y eso que él sí juega Australia cada año. Nunca ha ganado el Masters.

Rod Laver (AUS) 4 Wimbledons, 3 Australian Opens, 2 US Opens, 2 Roland Garros


Porque es el único jugador en la Historia en lograr el Grand Slam -los cuatro grandes en un mismo año- y hacerlo además como amateur (1962) y como profesional (1969). Porque durante cinco años, de 1963 a 1967, incluso períodos de 1968, no pudo jugar en los grandes torneos por su pase al profesionalismo. Teniendo en cuenta sus resultados de 1960 a 1962, con seis torneos en tres años, no sería una locura pensar en otros seis u ocho torneos más, lo que nos daría una cifra cercana a la veintena. Porque, aunque se valiera de la ausencia de lo profesionales para ganar en sus años de juventud, demostró que era capaz de hacer lo mismo cuando se abrió el circuito. Porque ganó cuatro Copa Davis consecutivas como amateur y una última, en 1973, como profesional.

¿Por qué no es el mejor de la Historia?

Porque en su período estelar (1960-1962) no compitió contra los mejores jugadores de tenis del mundo como se hace ahora, sino que competía contra los amateurs. Porque sus años de profesionalismo fueron muy buenos, pero tanto Rosewall como Pancho González como el veteranísimo Lew Hoad se mostraron muchas veces superiores a él. Porque sí, perdió cinco años de ganar títulos, pero, ¿cuántos habría ganado hasta 1969 de estar todos los jugadores en los torneos? Las mismas reglas que le perjudicaron, le beneficiaron como no profesional. Porque, aparte de su glorioso 1969, su participación en la Era Open dejó que desear. De hecho, pese a contar con "solo" 31 años, no volvió a ganar ni un solo gran torneo el resto de su vida, disputando solo cinco Grand Slams más por cuestiones de contratos. ¿Habría ganado muchos más de haber participado? Es probable, pero ahí, de nuevo, la decisión fue solo suya.

Pete Sampras (USA) 7 Wimbledons, 5 US Opens, 2 Australian Opens


¿Por qué es el mejor de la Historia?


Porque acabó número uno del mundo de manera consecutiva hasta seis años (1993-1998, inclusive), llegando a un total de 286 semanas como líder de la ATP, empatado con Roger Federer en lo más alto. Porque ganó al menos un torneo del Grand Slam durante ocho años seguidos (1993-2000, inclusive) y jugó al menos una final desde 1992 hasta 2002, once años consecutivos. Porque ganó el US Open como un adolescente de 19 años en 1990 y lo ganó como un veterano de 31 en 2002. Porque jubiló a los Mc Enroe, Connors y Lendl, dominó a Becker, Edberg, Courier, Chang y Agassi, y plantó cara a los Safin, Hewitt, incluso Federer, que sudaron sangre para ganarle siendo ya un treintañero. Porque además de sus 14 Grand Slams, ganó 5 veces el Masters y tres veces la Copa Davis.

¿Por qué no es el mejor de la Historia?

Porque nunca ganó Roland Garros y su desprecio por la tierra batida fue tal que solo ganó dos torneos en esa superficie en toda su carrera. En París, las semifinales de 1996 fueron su mejor registro, un agujero demasiado grande. Porque era consistente, sí, pero poco variado en su juego: servicio y derecha o volea. Todo el rato lo mismo. Le faltaba imaginación. Porque aparte de los Grand Slams y el Masters, no destacó en los Masters 1000 y la inmensa mayoría de sus triunfos se produjeron en suelo americano, consiguiendo innumerables victorias en medianos y pequeños torneos estadounidenses que le permitían mantenerse en lo alto de la clasificación. Porque la única vez que jugó con Federer, en Wimbledon, después de cuatro títulos consecutivos y cuando el suizo apenas tenía 19 años, perdió.

Roger Federer (SUI) 7 Wimbledons, 5 US Opens, 4 Australian Opens, 1 Roland Garros

¿Por qué es el mejor de la Historia?

Porque tiene todos los récords: 17 Grand Slams, 24 finales, 286 semanas como número uno, 6 Masters... Porque acumuló cuatro años y medio consecutivos liderando la clasificación mundial sin ceder ni una sola semana, desde enero de 2004 hasta agosto de 2008. Porque no tiene una superficie "débil", incluso en tierra ha demostrado ser el mejor de su generación detrás de Nadal, el mejor especialista de la Historia. A su Roland Garros hay que añadirle otros 6 Masters 1000 en esa superficie y 4 finales en París, todas perdidas ante el mejor Rafa. Porque incluso cuando fracasó en su intento de ser oro olímpico en individuales se inventó un oro olímpico en dobles eliminando junto a Wawrinka a los hermanos Bryan en Pekín. Porque es el más imaginativo y espectacular de los jugadores de su generación, dominando todos los golpes: servicio, derecha, volea, dejada... el revés que tanto le perjudica en tierra batida es un arma explosiva en hierba.

¿Por qué no es el mejor de la Historia?

Porque el mejor de la Historia tiene que batir a los mejores de su generación y Federer tiene un registro contra Nadal lamentable: 10 victorias en 28 partidos. Es cierto que la gran mayoría de esas derrotas se han producido en tierra, pero también perdió una final en Wimbledon y otra en Australia, ambas a cinco sets. Porque tiende a venirse abajo mentalmente en los momentos clave: aparte de esas dos finales perdidas con Nadal, también cedió en cinco mangas ante Del Potro en el US Open de 2009 y dos semifinales que tenía ganadas ante Djokovic en Nueva York 2010 y 2011. Porque nunca ha ganado el oro olímpico individual aunque siempre haya sido su gran objetivo. Porque nunca ha ganado la Copa Davis, ni siquiera ha sido finalista, pese a hacer una pareja con Wawrinka que podría dar más réditos. No sé, no se me ocurren más, lo siento.

domingo, julio 08, 2012

17 veces Federer


Carlos Moyà comenta a menudo que vio a Federer al borde de la retirada después de perder en dos sets las semifinales de Cayo Vizcaíno en 2011. Por entonces ya llevaba un año sin llegar siquiera a una final de Grand Slam y el dominio de Djokovic en pista dura y del propio Rafa en tierra batida parecía dejarle poco hueco. No solo eso: mientras sus rivales no habían cumplido los 25, él estaba a un paso de los 30, casado, con dos gemelas, la vida solucionada, un montón de records en su palmarés. ¿Por qué seguir con esa agonía de recorrer el mundo torneo a torneo, con dolores, con sufrimiento, con derrotas que en otro momento hubieran sido inconcebibles?

Federer envejecía y a la vez se resistía a envejecer: en Roland Garros de ese año batió a Djokovic y fue competitivo en la final contra Nadal. Ser competitivo es lo más que se puede pedir cuando se juega contra Rafa en tierra batida. Su verano no fue esplendoroso: perdió dos sets de ventaja para caer en cuartos de Wimbledon contra Tsonga, sumó dos derrotas tempranas en la gira estadounidense, cayó fugazmente al cuarto puesto de la ATP por primera vez en ocho años y sufrió una derrota dolorosísima en las semifinales del US Open, torneo que ha ganado cinco veces: después de volver a adelantarse dos sets a cero y con doble punto de partido al servicio, dejó que Djokovic le ganara cuatro juegos seguidos y el partido.

Recuperarse de eso parecía imposible. A mí me parecía imposible y me resigné a que mi ídolo fuera desvaneciéndose poco a poco, un lento apagarse hasta la retirada con, quizá, algún torneo suelto. "No volverá a ganar un Grand Slam", dijeron, y sinceramente yo llegué a creerlo. Lo que pasa es que después de esa derrota, ya treintañero, Federer saltó como un tigre a por el destino: ganó Basilea, ganó París, ganó el Masters, ganó Dubai, Rotterdam, Indian Wells... en medio perdió otra semifinal contra Nadal, pero se impuso en la superficie deslizante de Madrid. Él seguía repitiendo: "Si gano un Grand Slam, seré número uno", pero parecía demasiado lejano. Djokovic se deshizo de él fácilmente en las semifinales de Roland Garros.

Él único que creía en Roger era Federer: jugó la final en Halle, que perdió incomprensiblemente ante el veteranísimo Tommy Haas, se plantó en tercera ronda de Wimbledon y tuvo que levantar dos sets a cero a Julien Benneteau, después se dejó una manga y parte de la espalda ante Malisse en octavos. Cuando todos apuntaban incluso a una retirada del torneo, apalizó a Youzhny en cuartos y ganó con solvencia a Djokovic en semifinales. Estaba de nuevo en la final, en su 24ª final de Grand Slam, por supuesto, record absoluto.

Sí, Federer era el favorito porque el año de Murray no está siendo precisamente brillante, pero la estadística jugaba en su contra: Murray ya había perdido tres finales de Grand Slam -dos contra Roger-, algún día tenía que llegar el primer triunfo. Y Murray salió a por todas, se llevó el primer set con dos breaks en los momentos clave y apuró al suizo todo lo que pudo en el segundo. Federer, poco acostumbrado a dominar los puntos decisivos, supo salvar bolas de break con 2-2 y 3-3 y superar después de un par de deuces el 4-4 y el 5-5. Cuando todo olía a tie-break rompió por fin el servicio del escocés y ganó el set: 7-5.

Ahí cambió el partido. No solo porque pasaran a jugar en pista cubierta, unas condiciones a las que Federer se ha ido habituando con los años, sino porque el golpe de moral era tremendo. Si jugando mucho peor que Murray iba empate, ¿qué pasaría cuando dejara de cometer errores no forzados? Andy se resistió pero ya había un solo dominador en el partido: 6-3 en el tercer set, 6-4 en el último. Un break por manga y sin casi concesiones al servicio. Roger Federer había ganado en Wimbledon en 2012 después de haber ganado en 2003. Solo me viene a la cabeza una distancia mayor: Pete Sampras ganó el US Open en 1990 y lo volvería a ganar en 2002, su último partido como profesional.

Mi idilio con Federer va más allá de su palmarés. Nunca he visto a nadie jugar tan bien al tenis. Eso ya lo dije en 2004 cuando se llevó por delante a Hewitt con dos roscos en la final del US Open. En cualquier caso es bueno echar un vistazo a sus vitrinas: 7 Wimbledons, 5 US Opens, 4 Australian Opens, 1 Roland Garros (más cuatro finales, perdidas ante Rafa Nadal), 6 Masters Cups, finalista en todos los torneos Masters 1000 -no ha podido ganar ni en Montecarlo ni en Roma, donde ha llegado a la final cinco veces-, 286 semanas como número uno que se verán ampliadas en al menos un par de ellas más, medalla de oro olímpica en dobles, 75 torneos ATP en 106 finales.

No sé si decir que tiene ya 31 años o que tiene solo 31 años. Agassi ganó su último Grand Slam con 33 y no tenía el talento de Roger. Lleva ocho años seguidos sin caer antes de cuartos de final de ningún grande, lo que le deja siempre a dos-tres partidos del triunfo, ¿por qué no soñar con algo más? Lo único que le queda, para rizar el rizo, es el oro olímpico (Wimbledon será la sede en menos de un mes), la Copa Davis y los dos torneos de Montecarlo y Roma. Conseguir eso también no sería de genio, sería de abusón, así que si las cosas se quedan como están, yo ya me daría por satisfecho.

viernes, julio 06, 2012

El caso Videla


Lo prodigioso de la sociedad humana, de la evolución durante siglos y de la capacidad de los ciudadanos del llamado "mundo occidental" para acoplarnos a las leyes y dejar al Estado todo el monopolio de la venganza y la violencia se ha visto ejemplificado estos días en el juicio al General Videla, golpista y asesino en serie durante un lustro relativamente reciente en Argentina.

Por supuesto, los pequeños milagros ocurren cada día: que nadie se tome la justicia por su mano en violaciones, asesinatos, secuestros, mutilaciones, acosos... ya es algo impresionante, pero esto va más allá. Aparte de los muchísimos torturadores con nombre, apellidos y cara que seguro que siguen deambulando de manera más o menos anónima por las calles de Buenos Aires, Belgrano, La Plata, Rosario... estaba este hombre, este anciano ya, con su amago de bigote blanco, que había pagado su intento de genocidio -y creo que aquí la palabra está justificada, aunque su intento no fuera erradicar una raza sino una resistencia- con cinco años de cárcel hasta que Menem lo indultó.

Cinco años por miles de muertos, miles de familias destrozadas.

Y todos esperando a que 36 años después de su Golpe de Estado, la justicia por fin lo condenase. No hablamos de un ex-dictador a lo Pinochet, que se buscó su sitio como senador y vivía rodeado de protectores de todo tipo sino de un anciano caído en desgracia con apariencia de que cualquier soplido lo tumbaría. Nadie intentó tumbarlo. La sentencia del caso Videla, por tanto, no es una buena noticia tan solo por lo que tiene de castigo al mal sino por recompensa al bien, a la creencia en el bien, en el estado de derecho, en las instituciones.

Sinceramente, hay veces que yo no tengo tan claro que pudiera mantener tanta calma y tanta cordura.

jueves, julio 05, 2012

Arrugas


Miércoles por la noche en Olavide. Todo está lleno. Cada uno de los bares con sus decenas de mesas en la calle. La crisis de consumo. Cuantos menos coches compres más pinchos de tortilla te puedes tomar. Hubo un verano en el que no dejaba de encontrarme a gente por la calle. Era un verano en el que yo solo quería encontrarte a ti pero no había manera así que no me quedaba más remedio que vagabundear por el 2 de mayo, por la Calle Luchana, hasta que aparecía alguien y empezábamos una charla más o menos anodina.

Estaba bastante enfermo, por entonces, o eso es lo que recuerdo.

De momento, no sé qué opinar sobre julio. Tengo la sensación de que he acelerado tanto que me he salido de plano y estoy esperando a que la realidad me alcance, lo que requiere que yo mismo baje el ritmo de manera insospechada y me cueste mucho reconocerme. Hoy pretendía ir a la presentación de un libro pero no sé ir a presentaciones de libros. Lo he descubierto con el tiempo: no es un problema de ganas, simplemente es que no sé, punto, prefiero pensarlo así.

Acabo la clase y voy a casa a escribir y leer. Esta tarde empecé y terminé "Arrugas", esa fugaz maravilla de Paco Roca. Por supuesto, la mayoría de las cosas me recordaron a mi abuela y a mi propia novela sobre residencias de ancianos. Creo que más temprano que tarde lograré tener una novela inédita sobre cualquier tema que les interese. Expect me. No se rían, que a mí me frustra bastante. La novela gráfica tiene ese punto minimalista al que estamos tan acostumbrados los que leemos traducciones: no hay explicaciones, solo actos. La crueldad, el destino, la enfermedad, la soledad...

Por lo demás, la de hoy ha sido una buena clase, no siempre sucede.

Escucho Lana del Rey cada dos horas, más o menos, hasta que me agoto. Generalmente "Born to die", "Blue Jeans" -mi favorita- y "Videogame". Lo peor no es el tedio, lo peor con diferencia es que yo me pego al tedio como una lapa y me siento tan a gustito. Debería irme a Barcelona, probablemente lo haga. Un verano sin Barcelona, aunque sean tres días es un verano perdido. El siguiente libro es de Irene Lozano, se lo compré a Diego Salazar en su mercadillo. Echo de menos a Diego y a mucha otra gente. Al final la elección es entre estar solo en casa o estar solo en la presentación de un libro y ya he dicho que una cosa me sale mucho mejor que la otra.

La elección es siempre lo que uno se busca. Necesito escribir algo. Escribir tapa el silencio. A Loriga le funcionaba con las canciones pero las canciones para mí son ya como los ansiolíticos, que van perdiendo su eficacia con los años. Lo bueno de escribir, además, es que no necesitas que te lea alguien. Con eso me pasa como conlas presentaciones, que en realidad yo no sé que me lean, ni sé cómo reaccionar ante el halago ni ante la crítica ni qué cara poner ni dónde meter las manos.

En Grand Teton yo soñaba con ser Archimboldi. En Grand Teton empezó "El Pingüino".

miércoles, julio 04, 2012

Sé que mi padre decía


Medianoche en casa de la Chica Diploma. Una piscina azul iluminada tres pisos más abajo. Un salón a oscuras que recuerda que es verano, que por fin es verano porque el verano no es solo calor y calendario, es, sobre todo, la libertad de la madrugada. La ausencia de responsabilidades. La Chica Diploma duerme desde hace una hora, acurrucada en una cama enorme. La Chica Diploma es preciosa, no saben hasta qué punto.

Durante un rato, leo a su lado, intentando no hacer más ruido que el pasar de las páginas. El libro en cuestión es "Sé que mi padre decía", de Willy Uribe. Yo sabía que iba a escribir "El Pingüino" pero no sabía que lo iba a escribir como Willy hasta que leí su "Los que hemos amado". Uribe ha vendido libros muy por debajo de sus posibilidades. Lo que hace podría llamarse "novela negra" si no fuera "novela sórdida". Hay algo de Highsmith y algo de Bolaño en su literatura. Algo de Faulkner en su retrato de un País Vasco opresivo, peligroso, acechante. Un País Vasco yoknapatáwphico. Entre ETA y la política nos han privado de nuestro propio sur de Estados Unidos en el norte del país y es bueno que alguien lo rescate de vez en cuando.

Véase "Bosque de sombras", de Koldo Serra.

Yo leo, la Chica Diploma duerme y la piscina borbotea. Ha sido un día extraño: he tenido mi primer dolor de muelas de toda mi vida y ha durado solo unas horas. Se ha ido con un paracetamol. Como dolor de muelas reconocerán que es algo decepcionante. El problema sobre todo fue la clase de la tarde. Dar clase durante dos horas, esas dos primeras horas del curso a las que todo profesor tiene pánico porque intuye que se juega mucho. Mi boca dolorida y las palabras saliendo en inglés como buenamente podían. Algunas caras perplejas, algunas críticas desde el fondo sur.

He escrito un libro de 125 páginas en siete días. Además, por lo que dicen, está bien, yo aún intento averiguarlo. Haces cosas que crees que puedes hacer y luego van las muelas o el paladar o la garganta o el ojo y empiezan a quejarse. Te levantas para dar una clase de conversación y te vuelves a la cama. Quieres desaparecer. Lo bueno de la casa de la Chica Diploma es que no es mal sitio para desaparecer. Uno llega allí a las diez de la noche y puede prescindir de casi todo porque está ella. Fantasear con prescindir de casi todo porque está ella. No tener miedo.

La estupidez nos rodea. Recuerdo aquella frase de Coetzee: "Pero, ¿cómo decirle que ocurren cosas horrorosas por la noche mientras nosotros dormimos?" Duerme, con el punto de fragilidad de todas las mujeres hermosas. Ocurren cosas estúpidas. Esperando a los bárbaros.

La casa de la Chica Diploma tiene algo de chalet en la Sierra porque a mí una vez que me llevas al sur de Atocha es como si me llevaras a Lekeito, vaya, que lo mismo me da. Piscina, silencio nocturno, madrugada de julio. Es tan dulce que duerme casi sin respirar, como si temiera despertarse a sí misma. Yo, al contrario, ronco como un animal, o eso dice ella, como si tuviera que vengarme en sus oídos de todas las chicas preciosas que negaron mi acceso a su cama.

Cuando eso sucede, me coloca de lado y se me pasa. Solo hay una cosa que se me dé mejor que mandar, y es obedecer.

lunes, julio 02, 2012

Y ahora, si quieren, bostecen con Del Bosque




La pena es que solo durante diez minutos de esta final pudiéramos ser conscientes de hasta qué punto es heroico lo que ha hecho esta selección. Esos diez minutos después del gol de Silva en los que los jugadores españoles se fueron un poco atrás, pequeño ataque de altura, y los italianos se lanzaron a la presión, adelantándose en cada defensa, empujando a España contra la portería de Casillas: un córner, dos corners, una falta lateral...


España parecía agotada. Como lo pareció tantas veces. Si no lo estaba, simplemente, fue porque en todo momento supo jugar, porque siempre supo cuáles eran sus bazas y no dejó que la prensa ni los críticos desviaran el plan. No solo tenía el reto histórico de ganar tres torneos de primer nivel de manera consecutiva sino que ninguna selección había repetido jamás Eurocopas sucesivas. Eso por el lado de la estadística, pero además de la estadística, estaba el reto físico, el enorme reto físico. Y solo se podía solventar mediante técnica y táctica.

Cuando varias selecciones se estaban concentrando, Athletic de Bilbao y Barcelona estaban aún jugándose a 35 grados en Madrid el último título de la temporada de clubes. Los primeros partidos de preparación los jugamos con chicos que al final ni siquiera irían a Polonia y Ucrania... porque los designados de estos dos equipos estaban disfrutando un fugaz reposo necesario. Si Llorente y Martínez apenas han jugado, ahí pueden encontrar una explicación.

Aparte del cansancio físico estaban las bajas: Puyol y Villa, que ponían de relieve los puntos débiles de una selección donde no hay delanteros goleadores y donde no hay laterales derechos de verdadera enjundia. Ramos tuvo que irse al central y Arbeloa cumplió en cada partido, subiendo y bajando, fallando porque no es un talento, pero dejándose el alma y con una colocación táctica exquisita, incluyendo una final impecable. Paró a Ribery, paró a Cristiano, vigiló a Cassano y Balotelli mientras mantenía la posición en ataque, a veces con éxito, la mayoría, sin él. Pero sin dejar de intentarlo nunca.

Arbeloa era el síntoma de una selección poco brillante en lo ofensivo, una selección agotada, que necesitaba construirse en torno al balón, que necesitaba esas pausas que da la posesión y que sabía que la clave volvía a ser mantener la portería a cero partido tras partido. Silva se dejó el físico haciendo ayudas, igual que Busquets, Xabi Alonso... Xavi ha jugado medio cojo y aun así ha brillado en la final. Iniesta se ha enfrentado a un uno contra cinco constante que nos permite ver hasta qué punto es un jugador maravilloso y diferencial.

La gente decía que se aburría. Campeones de Europa, del Mundo, imbatibles en defensa y la gente se aburría. Qué fácil hubiera sido borrarse. Estos chicos lo han ganado todo con sus clubes y con su selección. Todo. El doble pivote. El falso nueve. Los debates estériles. La Eurocopa de Del Bosque ha sido una exhibición táctica, explotar al máximo unos recursos muy limitados por el cansancio. Él lo sabía y lo decía, pero nadie escuchaba, solo se escuchaban los bostezos. Qué injusticia.

La gente le reprochaba copiar a Guardiola cuando él ya puso a Guti de delantero centro hace diez años y el 14 se hinchó a marcar goles aquella temporada.

Tenía que llegar una final así, una final con cuatro goles e innumerables tiros a puerta para reivindicar estilos. Eso sí, sin recibir un solo gol. 16 horas y media sin recibir un gol en cruces. Por eso se pone un doble pivote, señores, por eso se necesita la posesión para relajarse y correr menos. Ser maravilloso siempre es imposible, España se ha limitado a ser lo mejor que podía ser en cada momento Cuando acababa un partido era difícil decir “España ha jugado bien” pero muy complicado criticar a ningún jugador. ¿Quién ha sido el mejor? Jordi Alba, Sergio Ramos, Iker Casillas, Andrés Iniesta...

Pero, ¿por qué no Silva con sus 2 goles y 3 asistencias o Cesc con su gol decisivo ante Italia y su penalti ante Portugal?, ¿por qué no Torres, quien, pudiendo lucirse con la Bota de Oro prefirió regalar el cuarto gol de la final a su compañero Mata? España pasa a la Historia y eso no lo regalan. Puede que algunos piensen que sí, pero no, no lo regalan. Aquí, si quieren, algunos pueden seguir bostezando. Conseguir esto era tan improbable, tiene tanto mérito, que racionalizarlo es imposible. Sigan soñando.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"