sábado, enero 25, 2020

Valencia 2-Barcelona 0


¿Qué quiere hacer el Barcelona? Cambiar el estilo de juego a mitad de temporada y a la vez seguir optando a todos los títulos. Sinceramente, no sé si eso es posible ni realista. Tendría que ser tan superior a los demás candidatos como para permitirse hacer la adaptación en plena competición y que aun así le valiera para seguir ganando. En realidad, lo práctico, lo asumible habría sido elegir entre estas dos opciones:

- Seguir como estaba, es decir, seguir con los contraataques y el juego de áreas y confiar en que aunque sea por poco se gane algún título.

- Afrontar una verdadera revolución de juego, volver a juntar jugadores, asociarse en torno al balón, superar líneas con el pase y desconfiar del constante uno contra uno... aunque eso cueste tiempo y probablemente resultados.

En Valencia vimos lo peor de las dos versiones: el equipo no ganó y tampoco se avanzó en el aprendizaje táctico. Vamos con algunas cuestiones, sin ánimo de hacer de esto un tratado sino la simple opinión de un aficionado al que le gusta analizar a su equipo:

1. La puesta en escena fue buena. A mí me pareció buena, al menos. Toque, toque y toque. Teniendo en cuenta la cantidad de goles que recibía el Barcelona de Valverde en los primeros minutos de los partidos, era una buena noticia ver al equipo instalado en campo contrario, sin crear apenas peligro pero demostrando quién mandaba ahí.

2. La disposición táctica me resultó algo confusa: empezó en algo que podría ser un 3-5-2 con Fati y Alba de carrileros, pero en el que Fati se solía colocar más arriba, de extremo, con lo que a menudo pasaba a un 3-3-4 con el balón en los pies. En defensa, Alba bajaba la posición y Sergi Roberto dejaba la posición central para cubrir banda. 

3. El problema es que en el juego de posición -si de eso se trata- no debería haber un "en defensa" y un "en ataque" sino una posición desde la que se juega el balón o se intenta recuperar con la ayuda de los compañeros. Durante veinte minutos se hizo bien pese a ese desequilibrio de bandas. Eso sí, en ataque, nada, todo por el medio, con Griezmann y Messi de delanteros centros sin prácticamente oler el balón.

4. Ahora bien, a partir del minuto 20, la cosa cambió mucho. El Valencia pudo marcar una, dos, tres veces. Piqué hizo un penalti cómico y Ter Stegen y el poste evitaron un gol cantado cuyo rechazo tampoco se pudo aprovechar. Al principio, el Barcelona reaccionó como debe: con una posesión de dos minutos que sirvió no para atacar sino para defenderse y congelar el ímpetu del Valencia. Esa fue una buena decisión, muy de Guardiola, pero que no vio continuación: Alba se echó para atrás para formar definitivamente defensa de cuatro, Griezmann pasó a banda derecha, dejando a Fati la izquierda con Messi como delantero centro. El problema seguía siendo el mismo: el centro del campo no generaba juego, no generaba peligro, la circulación seguía siendo lentísima y no forzaba al equipo contrario.

5. Un inciso. En el fútbol siempre va a haber contraataques. Lo ideal en este esquema de juego no es evitarlos sino obligar al contrario a que los inicie lo más lejos posible de la portería y de manera más o menos forzada: un lateral acosado que tira un balón para arriba y llega al delantero casi por casualidad, una pelota dividida que genera una superioridad inesperada... pero en los demás casos, el rival debe estar más preocupado de defender que de preparar el contraataque y no debe tener tiempo para organizarlo. Esa es la esencia del juego de posición y es lo que no hizo el Barcelona: pese a la cantidad de pases, pese a una organización más o menos sensata, el Valencia ni se cansó ni tuvo que dejar de pensar ni se vio obligado a opciones desesperadas para iniciar su ataque. Al revés, se replegó lo justo y esperó el error, sabiendo que llegaría tarde o temprano.

6. Y en esas comenzó la segunda parte y comenzó con gol del Valencia (seis jugadores del Barcelona en el área pequeña y Maxi Gómez remató solo) y ya sí que se vino todo abajo. El equipo no había tirado a puerta, había concedido muchas oportunidades... pero mantenía una cierta cordura de juego. Busquets intentaba mantener la posición, Arthur jugaba al primer toque, la pelota circulaba... A partir del minuto 60, aquello fue el caos. Y lo peligroso es que ese caos no se medía solo por el resultado, sino por el juego en sí mismo, por la disposición táctica que invitaba a ello.

7. Vidal entró por Arthur y el caso es que el entrenador nunca supo qué hacer con él. Al principio, mandó a De Jong a hacer una especie de triple delantero falso con Messi y Griezmann mientras encargaba a Vidal la dirección del equipo. O eso o así se organizaron ellos. En cualquier caso, fue un desastre. Luego, Vidal también se colocó pegado al área, de espaldas a la portería, pero no bajó De Jong, de manera que durante veinte minutos, el Barcelona tenía a Fati y a Alba pegados a la banda pero incapaces de abrir el campo ni de desbordar -el partido de Fati fue especialmente malo y van tres, pero si no se perdonan cosas a los diecisiete años, no se perdonan nunca- y a otros tres jugadores pisando la frontal del área, estáticos. ¿Se imaginan un escenario mejor para los defensas rivales?

8. ¿Quién quedaba? Messi, por supuesto. Y Messi lo intentó. Y pudo marcar. Pero ya no era el Messi que remató la jugada colectiva contra el Granada, era el Messi de los viejos tiempos, el Messi héroe que tenía que absorber todo el juego y tirar paredes o regatear a medio equipo contrario. El hecho de que aun así casi lo consiguiera habla muy bien de él pero muy mal del engranaje colectivo. De Jong estaba completamente perdido ahí, Griezmann también, a Vidal me cuesta ubicarle pero aparte de tumbar a tres rivales en tres entradas de tarjeta no hizo mucho más. La hipótesis "Messi como héroe" no requería una revolución y ahí llega lo verdaderamente peligroso de la derrota.

9. Porque si el Barcelona pierde 2-0 en Valencia como perdió 2-0 en Granada, pero hace sus rondos, crea sus superioridades, interioriza conceptos, se acerca a los objetivos de su técnico... pues estupendo. Responde a la segunda posibilidad que se esbozaba al inicio de este artículo. Pero no, el Barcelona perdió 2-0 en Valencia (y aún no sé por qué el VAR decidió que no fuera 3-0) jugando veinte o veinticinco minutos a la desesperada, con Vidal como única esperanza, con cinco tíos arriba completamente parados y sin medio del campo: solo Messi para generar paredes y Busquets detrás, solo contra el mundo. Si a eso le unimos que Sergi Roberto empezó a subir un poco para ayudar a su compañero, pero sin fijar tampoco ninguna posición ni ningún rival, fuimos pasando del 3-2-5 a una especie de 2-2-1-5... y cuando uno tiene que utilizar tantos números para definir una táctica, es que no es una táctica, es un arrebato.

10. Así, estaba claro que en cuanto el Barcelona perdiera un balón, el Valencia iba a marcar. Y perdió muchos, pero el Valencia solo hizo sangre en uno, lo que al menos evitó la humillación. Setién hizo los cambios en el minuto 85, pero obviamente no modificaron nada y el partido se fue diluyendo como si nada, con los únicos espasmos de vida de alguna jugada completamente individual de Messi, justo lo que tanto criticábamos.

En definitiva, no solo se perdió sino que ni siquiera se sentaron bases para ganar en el futuro. No hubo juego colectivo como tal en toda la segunda parte, el equipo dejó de estar junto ya en la primera y siguieron los problemas para crear peligro porque con carrileros es muy difícil generar superioridades. Te vale para llegar y meter un centro -varios hubo- pero, ¿quién los remata? Messi pilló uno, pero, claro, es Messi, mide 1,65 y suficiente hizo con que no se le fuera muy lejos. Los extremos en el Barcelona clásico, fijan al lateral y crean la superioridad con el lateral contrario para después hacer diagonales sin balón y que el de atrás llegue con ventaja o se pueda filtrar un pase de gol. No vimos nada de eso. Vimos a Fati contra tres una y otra vez sin ayuda alguna o a Alba instalado en una posición a la que debe llegar.

Nada más lejos de mi intención sacar conclusiones tan pronto. No voy a ocultar que Setién me gusta, que me ha gustado en sus otros equipos y que me parece un técnico válido y sólido. Hará bien en mantenerse firme y no buscar atajos. Puede que el Barcelona gane algún título porque es el Barcelona pero pinta a que no. Ya pintaba con Valverde. Al menos, que se mantenga firme en su idea y que caiga con ella si es que hay que caer. Si al final puede quedarse tres años, que vaya poniendo las bases. Si se va en verano, bueno, que le echen de menos. Pero esto, no. Bajo ningún concepto. 

miércoles, enero 22, 2020

The love you make


Me despierto en torno a las 4.30. El Niño Bonito y yo compartimos cuarto, él tose esporádicamente y murmura expresiones del tipo "quiero mamá" o "papá bueno". El Rey Sol ocupa mi sitio en la cama de la Chica Diploma. De momento, ha tenido a bien no darnos ni una noche toledana. De momento. Come, duerme y de vez en cuando llora sin que sepamos por qué. Todos estamos aún un poco descolocados.

Como llevamos durmiendo desde las once -nunca más tarde-, resulta que ya no tengo sueño y pronto me doy cuenta de que no me voy a volver a dormir o no tan fácilmente. Me duele la nuca, quizá por una mala postura, quizá por un exceso de estrés. De vez en cuando me mareo y me sobresalto y me angustio y pienso en irme al sofá a ver a Luka Doncic pero el partido de Luka Doncic ya ha acabado y solo me queda coger el móvil y repasar las estadísticas.

De repente, me encuentro mirando calles de Londres en Google Maps. Las cinco de la mañana y el padre insomne repasa con la mirada sus paseos de hace veinticinco años por Bayswater Road, por Queensway, por Gloucester Terrace... sus hoteles en Sussex Gardens, la estatua de Peter Pan en Kensington, el Serpentine calmado bajo un cielo extrañamente azul. Londres. Ese nombre solía decirme algo. Solía decirme mucho, de hecho y ahora no sé bien por qué. Qué tendrá Londres que no tenga Corralejo.

Qué tenía Londres más allá de los cuadros expuestos en las verjas de Kensington Gardens, más allá de la luna baja sobre un puente en Saint James´s Park, más allá de la eterna Marylebone Road hasta el cruce con Baker Street, camino del Meliá White House. Espacio, quizá. Sensación de espacio, quiero decir, solo que con los años el ahogo llega a un punto que requiere algo más que casas de dos pisos, requiere de mares e islas al fondo. Londres ya no es un ansiolítico, no es un sedante, hace falta doblar la dosis antes de que lleguen las seis de la mañana en las campanadas de un reloj de pared descompasado.

Orchard Hotel. Donde empezó todo. Edgware Road, donde los McChicken complementaban una dieta de salchichas y fish and chips. Park Lane y sus concesionarios de coches de lujo. Marble Arch, por supuesto. Ampliar y reducir el mapa hasta que pase por fin la noche, pase por fin el insomnio y duerma una media hora final, justo antes de que la alarma anuncie que ya es hora de despertarse, de despertar al niño, de preparar todo para llevarle al colegio. Justo antes de que la Chica Diploma entre con el Rey Sol en brazos, ojos como platos desde las siete de la mañana, y nos salude con su "hola, chicos" y todos nos enredemos en sus piernas.

*

Pero antes del insomnio, el sueño, claro. Un sueño raro, de otro tiempo. Algo londinense, en parte, porque la Chica Langosta es Londres también, es su gesto serio saliendo del metro de Hyde Park Corner y buscando su propio hotel donde trabajar de limpiadora. Si tuviera que definir a la Chica Langosta en una frase sería algo así como "Nunca tuvo miedo", aunque si lo pienso bien, probablemente no sea del todo cierta.

La Chica Langosta, en cualquier caso, en el sueño como visitante. Unos días en Madrid antes de ir a cualquier otro lado. La Chica Langosta joven, muy joven, veinteañera, preciosa, y yo, por supuesto, enamorado de ella, pidiéndole que se quede, que la echo de menos, y ella dudando. La Chica Langosta en algún lugar esperándome. Con el tiempo te das cuenta de que querer a alguien es básicamente esperarle, y ahí está ella y ahí estoy yo -me dejo un café frío y algo de comer en un bar, luego vuelvo- que la abrazo como si fuera a coger un avión a Toulouse y cuando me despierto (cuatro y media, Doncic, cuarto del Niño Bonito) la sensación de que ese sueño tiene sentido, de que no llega veinte años tarde, que es justo el tiempo que le corresponde, sino que hoy es ayer y todos somos jóvenes e insaciables o lo seremos.

*

Las partes del libro de Peter Brown que más me gustan son las que no están copiadas del "Shout!" de Philip Norman. Digo "copiadas" pero no sé bien lo que digo porque igual a los dos se les han ocurrido las mismas anécdotas y es todo casualidad. No tiene pinta, en cualquier caso. Había leído que era un libro de cotilleos y lo es, pero a mí me gustan mucho los cotilleos, al fin y al cabo vivo en una casa donde Telecinco y Clan se alternan para copar la pantalla del único televisor.

Es, claramente, el libro de un "outsider", es decir, de alguien que lo ve todo desde fuera aunque, en rigor, esté dentro. Alguien que no es un fanático ni vio su juventud marcada ni una vez pudo tocar a Paul McCartney ni nada de eso. Es el libro de alguien que trabajó con esa gente durante años y que sí, sabe que son estrellas, pero sobre todo les ve como seres humanos. Y así, no tiene problemas en hablar de orgías ni de embarazos silenciados ni de drogas ni de la locura que fueron aquellos últimos dos años en los que ni más ni menos que Alexis Mardas ("Magic Alex") se convirtió en una referencia de cordura.

La heroína, la cocaína, los negocios absurdos, los amigos peligrosos, la música arrinconada... La historia oficial de los Beatles dice que cuando Ringo se fue en medio de la grabación del White Album -no solo es que apenas grabaran baterías en ese disco, es que después de grabarlas, con Ringo ya en casa, Paul se ponía tras los platos y lo borraba todo para acabar guardando su propia versión- todos se pusieron de acuerdo para convencerle de que volviera. No lo cuenta así Brown: cuando Ringo se fue, nadie se dio por aludido, nadie se preocupó por él... y solo cuando él mismo se convenció de que en casa tampoco hacía nada, fue cuando los otros tres le llenaron la batería de flores como bienvenida.

En fin, muchas cosas. Yoko Ono, por ejemplo. Una versión de Yoko Ono como una loca en busca de fama y dinero que probablemente esté demasiado influida por Cynthia Powell, la primera mujer de Lennon. En lo que a Brian Epstein respecta, incluso Norman es más duro y entra en más detalles. Quien quiera conocerlos, que lea ambos libros. Sigue sorprendiendo, cómo no, que todo eso pasara en seis años. Que empezara como fenómeno a principios de 1963 y acabara en verano de 1969. Four seasons in one day. Si cansa leerlo, imagínense vivirlo. Como para no volver a coincidir jamás en un mismo cuarto.

lunes, enero 20, 2020

Quique Setién y el debate imposible: luces y sombras de su primer Barça


Creo que es bueno que aceptemos cuanto antes que no va a haber un debate mínimamente sosegado en torno a la figura de Quique Setién y su trabajo en el Barcelona. Es lo normal en estos tiempos, así que tampoco es una sorpresa, pero la figura de Quique polariza demasiado como para pedir sosiego: habrá quien vea en cualquier jugada anodina un brote verde y una revolución y habrá quien se le tire al cuello después de cada mal resultado, después de cada declaración con aire más o menos prepotente.

Queda, por tanto, el reto casi imposible de buscar puntos medios. De intentar entender y explicar la teoría y juzgar su ejecución práctica. De huir de la escolástica tanto como de los prejuicios tipo "¿con quién ha empatado a este tipo?". Empecemos una tarea tan desagradecida por el principio, es decir, por el primer partido contra el Granada y la apuradísima victoria 1-0 frente a un equipo con diez hombres.

1- La clave está en el medio del campo. De hecho, la clave está en el balón, pero es bueno que el balón esté en el medio del campo porque por ahí se pueden multiplicar las opciones de ataque y se pueden detener fácilmente los intentos de contra rival. Como ahí está la clave, Setién puso a Busquets a jugar de Busquets por primera vez desde los tiempos del "Tata" Martino. El partido del canterano fue imperial: estuvo en todos lados sin apenas moverse, sin verse obligado a carreras agotadoras para cubrir espacios de un lado a otro. Busquets fue subiendo su posición en el campo, como en los tiempos de Guardiola, y del minuto 20 en adelante, ya estaba instalado en el sector contrario, repartiendo el juego y recuperando un balón tras otro solo por una cuestión de posición. No es que estuviera acabado, es que le estaban obligando a hacer lo que no sabe.

2- En eso ayudaron, con su disciplina, sus otros dos compañeros de posición: Rakitic y Vidal. Especialmente el chileno. A mí es un jugador que no me gusta demasiado pero que me disgustaba más aún en el entorno caótico de Valverde. Si vas a usar tres mediocampistas para organizar al equipo, uno no puede estar constantemente fuera de posición. Sé que luce mucho, sé que eso le permite llegar más al área, sé que esas carreras brutales detrás del balón en defensa son muy agradecidas por el público... pero destrozan cualquier intento de juego colectivo. Vidal iba por un lado y los otros diez iban por otro. Aun con sus limitaciones para el juego asociativo, el chileno hizo contra el Granada lo que le pidieron que hiciera. Y eso, pasados los treinta, es de agradecer. No hubo rebelión, no hubo lucimiento personal, hubo trabajo posicional, buenos pases cortos, posición fijada en defensa para evitar contras e incluso vio que podía descolgarse en la jugada del gol y lo hizo. En resumen, tuvimos todo lo bueno de la época de Valverde controlando lo malo.

3- Con todo, el juego del Barcelona fue lentísimo. También es verdad que nos hemos acostumbrado tanto a la velocidad enloquecida de casi todos los equipos y casi todo en esta vida que la paciencia no sobra. Creo que Setién necesita a Rakitic y a Vidal porque no tiene muchas más alternativas en ese puesto pero que para que la idea culmine en algo mínimamente vistoso tendrá que recurrir a Arthur, De Jong y Puig cuando los tres estén en condiciones. Hubo un momento casi cómico en el que los tres expertos de Movistar Plus coincidieron en que la entrada de Arthur no serviría de nada al Barcelona porque el Barcelona "ya tenía el balón". Exacto. Lo tenía hasta aburrir, pero no sabía qué hacer con él o no sabía hacerlo a la velocidad debida. Precisamente por eso, Arthur era una pieza indispensable y lo será en el futuro.

4- Tengo dudas sobre la posición de Griezmann, y eso que creo que el francés también hizo un partido muy correcto, muy asociativo, que recordaba al hombre que fue campeón del mundo en 2018 solucionando las jugadas con uno o dos toques. Tengo dudas, en general, del doble delantero falso. Más que nada porque ya lo intentó Guardiola con Cesc y Messi en la 2011/2012 y los resultados fueron mejorables. También es verdad que la capacidad defensiva y de sufrimiento de Griezmann no te la da Suárez, eso desde luego. Ni Cesc. Pero en el 4-3-3 clásico, los puntas abren campo, no lo cierran, y aunque es obligación de todo jugador correr hacia atrás y tapar las contras, lo ideal es que en la práctica no tengan que hacerlo tantas veces.

5- Eso nos lleva a los laterales: Sergi Roberto jugó más bien como tercer central, algo así como Reiziger en los tiempos de Van Gaal. De esa manera, el Barcelona se aseguró la posición defensiva, que creo que era la gran obsesión de Setién para empezar el partido, y una mejor salida del balón. Por otro lado, toda la profundidad en la banda derecha quedó en los pies de Ansu Fati, un jugador aún por formar y que abusa lógicamente del uno contra uno. El partido de Fati fue horrible pero eso es comprensible a estas alturas, bueno es que lo siga intentando pero con más sentido. Tal vez, Carles Pérez se convierta en mejor opción al ser más académico y poder jugar a pie cambiado.

6- En cuanto a Jordi Alba, lo cierto es que jugó de extremo para compensar la posición centrada de Griezmann y formar en la práctica una línea de cuatro arriba. El partido lo permitía en defensa, pero eso no es lo que me preocupa. Alba, como Alves en su momento, es un jugador que tiene que llegar, no estar. Es un jugador que tiene que aparecer tras la diagonal del extremo arrastrando al lateral contrario. Ese es su hueco y aunque aun así lo encontró varias veces, lo cierto es que verle ya instalado arriba, me parece que limita las posibilidades de ataque del Barcelona. Es algo que habrá que ir mejorando y quizá no quede otra que poner a Griezmann de extremo extremo y a Alba en su posición natural. Ya iremos viendo.

7- Messi tiene que recordar cosas. Es el mejor jugador del mundo y probablemente fuera el más desequilibrante del partido. Ahora bien, jugó por su cuenta, y lo importante es convencerle de que ya no hace falta. Que no es necesario lanzarse contra la defensa una y otra vez buscando la jugada imposible. Que esa jugada ya puede aparecer de otra manera, que hay un juego colectivo detrás que acabará encontrándole como le encontró en la jugada del gol. De él se dijo que "estuvo muy participativo" y es verdad. Yo creo que Messi SIEMPRE quiere participar y cuanto más, mejor. El asunto es que si le colocas a cincuenta metros de la pelota tiene una forma de participar y si le colocas a un pase corto de distancia y rodeado de compañeros tiene otra. Setién ha apostado por la segunda y está en manos de Leo aprovechar la circunstancia.

8- La clave era estar todos juntos y eso se consiguió. Todos juntos en ataque y todos juntos en defensa. Acostumbrados a las heroicidades de Ter Stegen durante tres años, se agradece que durante el partido de ayer apenas interviniera. Sé que el Granada tiró una al poste, pero no hubo más opciones y no se dio la clásica desbandada defensiva de "todos corriendo para atrás" en cuanto el rival recupera el balón. La opción del Granada no fue un demérito ajeno sino un mérito propio. Un tiro excelente desde fuera del área que bien mereció acabar en la portería pero le faltó un giro del balón en la dirección adecuada.

9- Hasta aquí, más o menos, la explicación táctica. Alguien se preguntará: "Bueno, si todo salió tan bien y con tanto sentido, ¿por qué demonios tardó el Barcelona 75 minutos en marcar su gol ante un equipo que jugaba (injustamente) con un hombre menos? Eso es lo otro que hay que explicar y lo que va a ser un problema muy serio el resto de la temporada. Todos los jugadores estuvieron correctos y aplicados en el sistema. Ahora bien, estaban tan pendientes de hacerlo todo según les habían dicho, tan incómodos en estos nuevos hábitos, que lo hicieron a cámara lenta. Aunque no era una posesión absurda rollo España-Rusia, era una posesión poco productiva. Que desgastaba, sí, y eso no es poco, pero que era fácilmente contrarrestable porque todo sucedía a velocidad de caracol... y ahí cualquier equipo bien entrenado defensivamente te va a encontrar el antídoto antes incluso de primer picotazo.

10- Para jugar así -para volver a jugar así- hace falta creer en este tipo de juego, confiar en el compañero, entender mucha teoría y entrenar una barbaridad. En definitiva, hace falta tiempo. Justo lo que Setién no tiene. Su aire de provisionalidad no ayuda. Todos sabemos que en seis meses este hombre está en el paro de nuevo. Los jugadores, también. Setién habría sido un buen fichaje para iniciar la temporada, pero meterse en una revolución a mitad de las tres competiciones suena a suicidio competitivo. Habrá errores de bulto y se vivirán con la tensión habitual en el entorno barcelonista. Tendremos partidos espantosos que se intentarán justificar con el viento, la hierba y no sé qué cosas más. Se pedirá paciencia pero no la habrá. Nunca hay paciencia. No la hay en el Betis, la va a haber en el Barcelona.

11- En resumen, el famoso debate "jugar bien o ganar" se pervertirá hasta puntos extremos. Salvo casos flagrantes -partidos que se ganen jugando de maravilla o que se pierdan jugando de pena-, unos tirarán por un lado y otros tirarán por el contrario. Es absurdo. Lo que se busca aquí, lo que debe buscar todo entrenador, es la mejor manera para ganar. El Barcelona ha tenido su manera durante años y sigue teniendo jugadores en la plantilla para practicarlo. Es el santo y seña del club. Uno no se imagina al Madrid sin sangre, sin lucha, sin presión, sin competitividad... como no debería haber pasado por tantos años de un Barcelona despreciando el balón. No como un tótem sino como un recurso. El recurso para la victoria. Todos juntos lo compartimos, todos juntos lo recuperamos. Porque nos divierte. Y porque, más allá del fanatismo este de los números, es obvio que si el rival tiene la pelota el 18% del tiempo tiene más complicado meterme un gol.

Siempre que yo sepa qué demonios hacer el 82% del tiempo restante. De momento, no está nada claro.