Cortázar me inspira cierta ternura. Me pasa con determinados personajes que juegan con su fachada, como Borges, ese inglés del siglo XIX condenado a vivir en la Argentina de Perón, un hombre retratado en un solo poema -"Le regret d´Heraclite"-, el descuido entre tanto espejo, laberinto y senderos que se bifurcan.
En cuanto a Cortázar, tomar por ejemplo "Queremos tanto a Glenda" -el libro, no el relato- y volver a leer "Clone", la tensión del triángulo amoroso en el seno de una banda de música clásica. Es verdad que el libro en general le pilla mayor, le pilla tierno, ñoño, sin apenas rasgos de la pedantería en la que envuelve la mayoría de sus obras. Le pilla en carne y hueso, desnudo, en las cosas mismas. Si tuviera que elegir un Cortázar, no elegiría al ingenioso y cínico. No sólo al ingenioso y cínico, al menos. Elegiría al que bajaba a la tierra de vez en cuando, aunque fuera para saludar.
Con respecto a determinadas críticas de mi entorno, asegurar que, si pudiera escribir como Cortázar, que nadie lo dude: escribiría como Cortázar. Cada cual según sus posibilidades.
Ahora bien, después de "Clone", el arrepentimiento, la culpa, la excusatio non petita, "Nota sobre el tema de un rey y la venganza de un príncipe". La realidad convertida otra vez en ingenio y matemática, en espejo y laberinto. Que nadie lo note, que nadie se dé cuenta, que nadie atraviese la armadura ni deshoje las pieles de cebolla.
Demasiado tarde, supongo.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
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