jueves, abril 28, 2016

Purple Rain



Días buscando distintas versiones de "Purple Rain" pero ninguna incluye el parlamento inicial de la película, en el que Prince da las gracias a Wendy y a Lisa por participar en el origen de la composición del tema. Un tema que él se ha negado a tocar varias veces a lo largo del filme y que decide acometer justo al final ante la mirada atónita de todos. Sí encuentro el resto de la canción, aunque a menudo mutilado: cuando está el desgarrado "I know, I know, I know, times are changing... I think it´s time we all reach out for something new, and that means you too" no está el solo final, ese solo de minutos y minutos que aún podía Prince alargar más en directo según le diera el día.

Por último, me crucé con este vídeo de los Brits de 2006:


A partir del minuto 05:18 empieza con los acordes que compuso Wendy y que dan inicio a la canción. No es una gran interpretación porque nada que hagas veintidós años después lo haces con el mismo entusiasmo, pero sí está la conciencia de la genialidad. La conciencia absoluta de que sólo él es Prince, de que sólo él ha escrito una maravilla así y que a lo más que pueden aspirar los demás -por otro lado, los mejores músicos ingleses de varias generaciones- es ayudarle en los coros cuando él se lo pida. Esa sensación de superioridad absoluta cuando todas las piezas encajan: la batería, el bajo, el solo de guitarra, las luces... y solo tienes que limitarte a repartir gallitos sin desafinar ni una sola nota.

Pero no solo eso. También los que están viendo a Prince. Porque yo sé que nunca compondré "Purple Rain" ni puedo encontrar un equivalente al que pueda aspirar mi talento. Pero sí puedo sentarme en una mesa y disfrutar de un espectáculo único. Una mesa con su velita en un cristal de agua, su bebida y aquel hombre salido de otro mundo cantando casi solo para mí. Poder decir: "Yo estuve ahí, ese que no se ve en la oscuridad, soy yo". De alguna manera, ser Zelig, o, por qué no, Forrest Gump. Ser el hombre al que Prince cantó "Purple Rain" en una noche de 2006. Supongo que eso tiene que valer por toda una vida.

**************

La profesora del Niño Bonito dice que es el niño más feliz de todo el colegio. Según mi madre, eso es lo mejor que se puede decir de un niño de dos años y estoy completamente de acuerdo. Además, la profesora tiene razón, no es mero peloteo. El Niño Bonito tiene sus cosas y entre sus cosas está, precisamente, tener dos años, que no es fácil para nadie, pero te alegra el día con una sonrisa, con una nueva palabra inventada, con esa necesidad de saberlo todo y de hacerlo todo "él solito". De vez en cuando, incluso se le escapa alguna expresión en inglés e inmediatamente rectifica, como si no quisiera abrumarnos.

No me puedo imaginar al Niño Bonito sin ser eso: un niño bonito, lleno de rizos y sonrisas y gritos de alegría y carreras desaforadas. Supongo que ese es el gran problema de la paternidad, que esa imagen es la que queda para siempre, incluso cuando el niño ya ha cumplido 50 años y es juez del Tribunal Supremo. Supongo también que algo habremos hecho bien sus padres. Que algo tendremos que ver en su felicidad continua, aunque no seamos los únicos responsables.

La pregunta es qué hacer ahora. El Niño Feliz no será feliz siempre. Nadie lo es. Incluso me daría pena que llegara ese momento en el que el padre dice: "Con lo alegre que eras tú de pequeño", como si la felicidad y la alegría fueran responsabilidades que uno eligiera y debiera mantener toda la vida. Sería terrible. El Niño Bonito, el Niño Feliz algún día no será un niño y puede que ni sea bonito ni feliz ni nada parecido. El reto es aceptarlo entonces y amoldarse. Saber, en definitiva, que uno no es el padre de una persona sino de las muchas personas en las que esa persona se acaba convirtiendo.

**************

Ciudadanos afirma que no apoyará al PP mientras Rajoy sea su líder y Arcadi Espada lo considera un ataque "ad hominem". Obviamente, no es así o lo es tan por los pelos que es complicado encajar el concepto. Ciudadanos no apoyará a Rajoy no por ser Rajoy sino por ser un mal gobernante. No habla del hombre, habla del político. No es una manía personal, es una deslegitimación de un proyecto de muchos, muchos años.

Por supuesto, Arcadi lo sabe, y sabe que está haciendo trampas, pero le da igual. Disfruta en las trampas. A mí no me parece mal ni bien, por otro lado, simplemente me hace gracia. Descartada toda posibilidad de mejorar la realidad, incluso de comprenderla tal y como está, bueno es reírse un rato de ella. La lástima es que en este juego, Arcadi haya decidido compartir equipo con Barberá, Camps y compañía. No porque yo tenga nada en contra de esas personas sino por lo que vamos sabiendo de su gestión.

Una gestión que, efectivamente, Ciudadanos haría muy bien en no respaldar con apoyo parlamentario alguno.

lunes, abril 25, 2016

Pauline cumple 50 años



Primer visionado de "Pauline en la playa". Tarde, como todo. Estaría haciendo otras cosas, supongo. Le prometo a la Chica Diploma una película entretenida, adolescente, pero en la que probablemente no pase nada. Una película de Rohmer, vaya. En buena parte, es así: Mont Saint-Michel, la sensualidad de los cuerpos en verano y las bicicletas, por supuesto, junto a algún bohemio con un punto cínico, hombre vivido, seductor, sin ataduras ni responsabilidades.

Y luego, Pauline, claro. Las adolescentes de Rohmer y su desparpajo. Sin llegar a lo de Clara y su rodilla, pero por ahí cerca. No son nínfulas porque no cumplen los requisitos de Nabokov, es decir, casi todas han cumplido ya los quince años... pero rara vez llegan a los veinte. No sé si la fascinación de Rohmer se centraba en esa edad o simplemente no se atrevía a retrasarla por aquello del qué dirán. No es tanto una fascinación sexual, sino una fascinación de la memoria. Jep Gambardella buscando la gran belleza película a película. Están las chicas, sí, pero también el chico, pelo corto o largo, torso siempre descubierto aunque no necesariamente musculado; es más, normalmente flaco, seguro pero inseguro a la vez.

Quizá la culminación de todo este universo estuvo en la redonda "Cuento de verano". Se habla demasiado poco de Rohmer porque supongo que parece pedante cuando es lo menos pedante del mundo: chico encuentra a chica, chica encuentra a chico, los dos se acaban dando cuenta de que en el fondo no buscaban lo mismo y la vida sigue sin grandes dramas. Mientras buena parte de sus contemporáneos recreaban la ciudad y sus conflictos, Rohmer prefería esperar a que escampara para ofrecernos una buena playa y una cómoda habitación con vistas.

Lo raro, ya digo, es ver estas películas tan tarde. Ver a Pauline el año que, de haber cumplido quince en 1981 como dice la película, ya tendría cincuenta. Los niños nos hacen viejos y no solo los propios sino también los de ficción. Rohmer ve pasar el tiempo, lo recupera en sus películas y de paso nos hace sentir cómo se escapa también el nuestro. Pauline cumple cincuenta, quién lo iba a decir. Cualquier día de estos nos dicen que Kirk Cameron lleva veinticinco años casado.

*************

La carta de "20 de abril del 90" siempre se me dio un aire insoportablemente paternalista y condescendiente. Un cierto aire machirulo, por decirlo con la terminología actual. El tono pasivo-agresivo de "lo que te has perdido, nena", la referencia al "tío ese", como negativa a aceptar que se ha ido con otro -"el negro es mejor que tú", le cantaba Albert Pla a Joaquín el Necio- y no considerarlo como un fracaso personal sino ¡como una traición generacional! "Espero que tus palabras desordenen tu conciencia", le dice el tío... pues para eso no la escribas, gilipollas.

**************

Otros aniversarios: el 11 de abril se cumplieron tres años de la muerte de mi padre. Mis seres queridos mueren de trienio en trienio y solo espero que a la oca le toque saltarse este turno. El otro día le comentaba a Roberta todo aquello -ella no sabía nada o fingió no saber nada-, lo duro que fue, lo solo que me sentí, lo fácil que nos lo puso todo papá... Aquello que en vida resultaba difícil de asimilar -su ausencia, su pachorra, su falta total de involucración-, en la muerte resultaba una ventaja indudable. No preguntó, no exigió, no esperó nunca nada. Se limitó a respirar hondo y resignarse.

Me gustaría haber escrito algo sobre él pero cada aniversario se hace redundante. ¿Poner otra vez la misma canción? ¿Recordar los mismos lloros? Bueno, eso se puede hacer aquí, pero, ¿dónde más? ¿A quién le importa, al fin y al cabo? No lloré con retraso la muerte de mi padre como no celebré los diez años de este blog, desde aquel día en el que recibí una caja llena de libros con mi nombre y la foto de la Chica Portada cruzando un puente. El día a día se lo come todo. Y la distancia, creo que eso ya lo dije en el anterior post.

***************

La Noche de los Libros madrileña, el Día de los Libros catalán, me recuerdan cada año hasta qué punto he fracasado en mi sueño de convertirme en escritor. Mi mujer me dice que no es para tanto, pero los datos están ahí: voy a cumplir 39 años y aún no he convencido a un solo editor de que publique alguna de mis novelas. Nadie está dispuesto y tiene que ser por algo. No pertenezco a ningún grupo, a ninguna pandilla, en ningún lado he conseguido sentirme a gusto y ni siquiera puedo convencer a los medios en los que colaboro de que me dejen escribir sobre algo que no sea deporte.

A los siete años, le decía ayer a la Chica Diploma, mi familia ya se sorprendía de lo bien que hablaba inglés y lo mucho que sabía de deporte. Es como si estos treinta y dos años hubieran pasado un poco en vano: profesor y escritor deportivo, eso es todo.

Por supuesto, las cosas no son como empiezan sino como acaban, pero el comienzo ha sido cuando menos decepcionante. Un esprinter que siempre llega el decimoquinto a meta. Yo creo que merezco más, pero lo creo como el que cree que su hijo es el más guapo. No hay mucho consenso al respecto. Lo peor es la sensación de irme alejando cada vez más, de entrar en ese círculo vicioso de "no eres nadie-no te encargan nada-sigues sin ser nadie". Un círculo que se puede romper en cualquier momento y que no invalida a los que están dentro, que por algo estarán.

La Chica Diploma me habla de mi talento y yo se lo agradezco, pero precisamente porque me gusta demasiado el deporte sé que eso del talento sin resultados no sirve para mucho. Un talento solipsista. Necesitaría un empujón. Un empujón y tiempo y algo de calma, pero a corto plazo eso se está poniendo complicado. Hace unos años solía consolarme con la famosa reflexión de Bolaño en "La universidad desconocida", aquella de "rechazado por editores, por agentes, por el público, por la prensa...". El problema es que yo ya tengo más años que Bolaño cuando empezó a dejar de ser rechazado.

Lo que, probablemente, indique que no soy Bolaño, para qué engañarnos.

domingo, abril 24, 2016

Abstracciones en Roma IV. Piazza Trilussa



La cara quemada, roja, hinchada, justo bajo la placa que indica "Piazza Trilussa" al visitante, un extraño edificio, de apenas dos plantas, en una plaza que por un momento recuerda al sur, a la playa, al turismo de verano y adolescencia. Un oasis en medio del Trastevere donde he quedado con Roberta, a la que hace unos siete años que no veo, ex compañeros de trabajo que, por lo que sea, quedaron como amigos para siempre pese a la distancia de espacio y tiempo.

Roberta, con su marido y sus tres hijos, y su trabajo de media jornada antes de recoger a los críos en el colegio y llevarlos a casa. Cuando nos conocimos, ella acababa de terminar la universidad y estaba con una beca Leonardo. Yo no había cumplido aún 30 años, distribuía cortometrajes y la gente no se moría todo el rato. Nos alegramos mucho de vernos. Una alegría muy natural, muy de abrazo en medio de calle empedrada mientras los coches esperan porque lo de los coches en esta ciudad desafía toda lógica.

Luego, la comida en una terracita donde un senegalés nos quiere vender unas pulseras y se empeña en hablarme en italiano aunque ya le hemos dejado muy claro que soy español. De repente quiere que le regale una flor a Roberta pero le digo que no, que estamos casados... pero cada uno por su cuenta. Decide regalarme antes de irse un cordón rojo, "por mi simpatía", pero lo acabo abandonando en uno de los puentes que unen las dos orillas del Tíber, porque pienso que igual está maldito y si está maldito no quiero que me acompañe en el avión.

En fin, magnífica última jornada en Roma, la Roma histórica, la del Foro, el Palatino, el Coliseo. De ahí la cara quemada: horas y horas andando y admirando, aunque he de decir que me faltó ponerme en situación, el asombro ante los cuarenta siglos -veintipico- que nos contemplan y todo ese rollo. Ver todo aquello como un museo más y no como un lugar de verdad, "donde moría la gente", que dice la Chica Diploma. La distancia del turista, supongo. La distancia de lo que empieza a ser un cansancio importante porque hoy tampoco he conseguido levantarme más tarde de las 7,30.

Las prisas, también. Supongo que ver estas cosas con prisas, sin poder pararte junto a las inscripciones de la Columna Trajana o del Arco de Tito, es un poco absurdo. El síndrome de Stendhal solo me dio, como debe ser, cuando vi la cúpula de Santa María del Fiore justo al otro lado de la ventana de nuestro bed and breakfast de Florencia, primer día de nuestra luna de miel. El día anterior lo había pasado llorando delante de la tumba de mi padre. Las emociones, desde entonces, han quedado un poco enterradas bajo el día a día y no digo que eso sea bueno, más bien al contrario.

En la explanada que queda tras el Circo Máximo, según te acercas a la Bocca della Verità, un montón de chavales sacados de distintos viajes fin de curso tiran piedras y sacan bocatas. Unos actores se disfrazan de gladiadores y por megafonía se anuncian las próximas exhibiciones. Hace mucho calor en Roma en abril, como para imaginársela en julio o agosto. Mejor así, mejor a traición, por la espalda. No en verano, sino justo antes. No en la adolescencia, sino mucho, mucho más tarde. Tan tarde que al bajar del avión, Prince ha muerto y yo solo puedo recordar las noches furtivas viendo fascinado su película "Purple Rain", volver a la tarde que compré en El Corte Inglés el "Diamonds and Pearls", y extrañarme porque nadie, absolutamente nadie, mencione aunque sea de pasada a Wendy y Lisa.

miércoles, abril 20, 2016

Abstracciones en Roma III. Via Giulia


Via Giulia en absoluto silencio. Calle sacada de película de Sorrentino donde solo faltan unos curas o unas monjas a paso apresurado. Corre paralela al Tíber y detrás de sus palacios del Renacimiento se oye algo que parece un pequeño concierto de voz y cuerda, probablemente dentro de alguno de los barcos que descansan en el río. Son casi las diez de la noche y la calle está oscura, completamente oscura. A un lado, el bullicio turista: al otro, el agua. En medio, como siempre, yo. Mi libreta, mi boli y mi mapa que soy incapaz de interpretar la mayoría de las veces.

Lo gracioso del río en esta ciudad es que está en todas partes. Por ejemplo, desde el Trastevere, desde el pequeño restaurante familiar del Trastevere donde he cenado una bistecca. el GPS me recomienda que cruce el Tíber dos veces para llegar al hotel. Todo para acabar de nuevo a la orilla, al borde del tercer puente. Ha sido un paseo largo. Más que eso. Un paseo reivindicativo, de decir "aquí estoy yo, puede que no haya vuelto del todo pero ya no soy el que se queda en los hoteles descansando fatigas incomprensibles". Lo primero, el callejeo hacia la Piazza Navona, un callejeo agradable, con algo de viento para mitigar el calor, inicio del atardecer en Roma.

La propia Piazza Navona como lugar espectacular. Ese gusto por la amplitud de las plazas romanas; esa necesidad, por otro lado, de llenarlas de terrazas carísimas cuando probablemente estarían mejor al natural. De ahí, corriendo, al Panteón, justo en el último minuto de admisión, un paseo muy rápido, muy breve antes de que la megafonía nos invite a marcharnos. Un Panteón, por cierto, convertido en Basílica. Inevitable, supongo, pero decepcionante. Demasiadas vírgenes, demasiados cristos.

El inicio de algo que podríamos llamar hambre y que no se calma con una botella de agua comprada en una pizzería 24 horas de Via Arenula. Cruzar el Ponte Garibaldi y dejar a un lado esa rareza llamada Isola Tiberina, como si hubieran plantado una villa del lago de Como en medio de la capital de Italia. El Trastevere. La cena. La magia de los faroles y las calles al estilo barrio latino, con su iluminación justa, su aire rive gauche. En el restaurante, los dueños me dicen que no vaya andando al Ponte Sixto, que está muy lejos. Me lo dicen en italiano porque no hablan inglés y la conversación, por primera vez en día y medio, fluye sin problemas.

Quizá todo sería cuestión de quedarse más y más tiempo.

Muy lejos para ellos son quince minutos, pero en realidad ni siquiera hay quince minutos sino diez, y mi destino no es el Ponte Sixto sino, ya digo, la Via Giulia al compás de la voz desconocida, después el Ponte Sant´Angelo, la vuelta al castillo a ritmo de guitarras eléctricas. El espacio. La amplitud. Cómo es posible que una ciudad pueda ser tan angosta y tan ancha con tan pocos metros de diferencia. Después, la Piazza Cavour, donde un grupo de adolescentes me gritan "Scussi, ha una sigaretta?" y yo contesto que no, sin alardes, mientras sigo caminando, Luis Suárez marca el 0-5 y Neymar el 0-8. El hotel se acerca como una meta. Una curva a la derecha, otra a la izquierda, otra de nuevo a la izquierda.

Me doy instrucciones mentales en italiano. Me paso todo el camino, de hecho, farfullando en italiano, como si eso me fuera a evitar cualquier disgusto, como si los turistas merecieran más disgustos que los locales o al menos los turistas que lo intentan merecieran más cariño que los turistas que se limitan a mostrar su acento arrogante. Al final, el Dei Mellini, escondido, como siempre. Nunca un hotel de lujo supo camuflarse mejor en una ciudad que no se da a los subterfugios. Última noche y última mañana, la de recuperar el Imperio Romano. A pie, por supuesto. Le pese a quien le pese.

Abstracciones en Roma II. La Piazza di Spagna



Llego a la Fontana di Trevi justo a tiempo, es decir, cuando no hay prácticamente nadie y están recogiendo todo el dinero. Una guía explica a sus turistas ingleses y franceses que hay que tirar la moneda con la mano derecha sobre el hombro izquierdo, que si lo haces sobre el hombro derecho acabas volviendo a Milán. Los demás, ahí estamos. Debe de ser irritante para los romanos tal cantidad de visitantes entorpeciendo todas las calles detrás de paraguas con distintivos en lo alto. Es irritante incluso para los visitantes sin paraguas, así que imaginen.

Son las nueve de la mañana de un miércoles. Mi entrevista no empieza hasta las once y eso siendo optimistas. En las plazas se apostan militares con metralletas, igual que en las estaciones de metro. El terror es esto. Por supuesto, puede ser peor, puede ser muerte y dolor y sangre pero el terror, ese previo de la masacre, es un ejército desplegado por las calles de una capital donde la gente solo quiere protagonizar su propia película. Los carteles electorales, algo tímidos, van en esa dirección: una foto de la "cúpula" del ISIS con la leyenda "Mantengámoslos lejos".

Tras la Fontana llega el Quirinale. Bonito sitio el Quirinale, la vista desde lo alto, las escaleras que invaden toda la ciudad como langostas. De ahí, un breve callejeo hasta Nazionale y la Piazza della Repubblica, donde me siento a comer cacahuetes. A las dos horas, como he prometido, estoy de nuevo en el hotel para preparar mi "junket": siete periodistas de siete países distintos compartiendo veinticinco minutos con cuatro turnos de actores y productores de la serie.

El principio es complicado. Un inglés y una turca deciden acaparar todas las preguntas mientras un polaco interrumpe a una chica que no sé de dónde viene. En medio, claro, quedo yo. He venido por Glennister y no por otra cosa, así que marco territorio un poco, interrumpo un par de veces como para decir: "hola, a mí también me pagan por esto" y aprovecho el cansancio generalizado después de una hora y media para soltar mis tres o cuatro preguntas al actor de "Life on Mars", que contesta con una jovialidad que no parece aprendida.

Tampoco parece aprendida la bonhomía de Reg E. Cathy, conocido por su personaje de "Freddy" -¿Fred es un diminutivo de Alfred o de Frederick?, me pregunto mientras bajo de nuevo hacia Trevi, spaghetti pommodoro senza glutine en un bar pequeño, familiar- en "House of Cards". De cada pregunta hace una historia tan larga que su compañera pone cara de aburrimiento y acaba marchándose en cuanto el árbitro señala el final del partido, sin intercambio de camisetas ni nada.

Diana me recoge y nos vamos juntos a la selva del calurosísimo pomeriggio italiano, los turistas multiplicados por cuatro, la sensación de estar en una continua manifestación. Ella se detiene en la Fontana, yo como y luego tiro para Piazza di Spagna, donde las escaleras están en reparación, como si fuera la estación de Avenida de América. ¿Quién soy yo, después de todo?, ¿quién soy yo más allá de la cara de spagnolo y la bolsa negra de FOX colgada al hombro? A Diana le hablo de Neo 2 y de Tendencias, incluso del Imparcial. Luego se queda a cuadros cuando le explico lo del deporte.

Y, sin embargo, mal que me pese, sin el deporte es imposible entenderme.

Unas chicas vestidas con los colores de la Roma intentan atrapar turistas para venderles entradas. En los lavabos de los bares abundan las pintadas de los hinchas de la Lazio. En Italia no se decide nada, una continua sucesión de ligas para la Juventus hasta que se destape el siguiente escándalo. Yo bajo muerto de alergia junto al río; polen y semillas por las aceras sin que nadie las recoja con sus redes. Me doy cuenta de que estoy demasiado cansado como para ir al Vaticano y volver y bajar a Navona y al Panteón y luego cruzar el río y pasar por el Trastévere...

Me doy cuenta, además, de que no hace falta, de que no hay caldero alguno al final del arco iris así que me puedo relajar, volver al hotel, dejar las cosas, hablar con mi mujer, resumir la mañana... y retomar la aventura en el punto cabal, es decir, el de Navona y el Panteón y luego ya veremos. Adoptar el "luego ya veremos" como forma de vida al menos durante 48 horas -ya solo 24- por mucho que esto no sea Fuerteventura y las sirenas de las ambulancias nos recuerden que aquí también pueden ocurrir cosas espantosas.
Sobre todo cuando el semáforo está en rojo.

Abstracciones en Roma I. La Piazza del Popolo


Roma es una de esas ciudades que uno da por sentadas. Cuando se va de especialito por la vida, pararse en obviedades como Roma, París o Barcelona suponen una pequeña rendición. Sí, son hermosas. Algo más, quizá. Son historia viva, especialmente en el caso romano, pero reconocerlo sería demasiado fácil, así que el especialito se ha pasado 38 años, casi 39, sin pisar la ciudad solo por hacerse el interesante... Todo para caer rendido a las primeras horas de estancia, entre coches que circulan sin prudencia alguna y pollos asados a catorce euros el muslo.

Ni siquiera he venido motu proprio: me manda una revista para entrevistar al protagonista de una serie de la FOX. De hecho, es la FOX la que se encarga del resto y lo hace con una diligencia irreprochable: billete de ida y vuelta, dos noches en un hotel de cuatro estrellas superior, justo a lado del Tíber, a unos quince minutos andando del Vaticano... Estar en Roma me resulta tan improbable que me cuesta mucho explicar las sensaciones. De entrada, algunas se parecen a las de Florencia hace ya casi tres años, guiños similares de los siglos pasado en cada esquina.

Sin embargo, esto es algo más y es algo más que se descubre no solo en la realidad, es decir, en los pequeños palacios, las pequeñas iglesias, los pequeños patios interiores escondidos detrás de cada calle peatonal llena de tiendas de Dolce&Gabbana, sino en la expectativa: en el mapa extendido en la cama con distintas posibles rutas que me permitan hacer en dos días lo que no he hecho en cuatro décadas: lo cinematográfico -Piazza di Spagna, Fontana di Trevi-, lo mítico -Vaticano- y lo histórico -Panteón, Coliseo, Foro...- delante de mi en dos dimensiones, imposible intuir cómo podría ser en tres.

La irrealidad acompaña al viaje desde el momento en el que este se produce después de que el Niño Bonito haya dormido diez horas seguidas por primera vez en su vida. Las prisas al aeropuerto, la taquicardia del despegue, el dolor de oídos del aterrizaje, las dificultades para encontrar billetes de tren, de metro... la escasa colaboración de los carabinieri y mis entrañables intentos por hablar en italiano con gente que me acaba respondiendo en inglés porque no, no doy el pego.

De Roma Termini a Lepanto y de Lepanto, tres o cuatro calles hasta el Mellini. Luego, lo que iba a ser un paseo corto para almorzar cualquier cosa se convierte en una caminata cruzando el río, caminando por Corsi en dirección a lo que yo creo que es la Piazza di Spagna pero acaba siendo la Piazza del Popolo, impresionante, abierta, diáfana... Una caminata de las cinco de la tarde en una ciudad iluminada por el calor de verano. Una caminata maravillosa, en definitiva. El turista madrileño perdido entre la multitud de turistas de todo el mundo. Una especie de Nueva York mediterránea.

Después, ya saben, el pollo asado a precio de entrecot y el camino de vuelta. Ponerme guapo para la premiere de Outcast porque puede que no todo el mundo sea guapo en Italia, pero los guapos lo son más que en ningún otro lado, y ahí están, alfombra roja, grupo de cinco periodistas españoles en el mogollón, ocupando localidades reservadas justo detrás de un tipo que parece una mezcla entre Mario Vaquerizo y Javier Bardem en "No es país para viejos".

Medio cena -zumo de naranja, eso es todo- en un agradable bar cerca de la Piazza Cavour y precioso camino de vuelta a casa rodeando el foso del Castelo de Sant´Angelo.

Hay una cosa que me disgusta en París y es lo mismo que me fascina de Roma: su continua monumentalidad. La diferencia es que en Roma encaja con una naturalidad asombrosa mientras que en París está ahí pegando gritos para que la mires. Roma es el pibón con conciencia de pibón y el pibón a la sombra. Lo evidente y lo secreto. El encanto está ahí, obviamente, en esa capacidad de convivir con la belleza, la gran belleza, sin miedo a estropearla; el bullicio de la gran ciudad occidental que siempre parece estar a otra cosa.

París siempre me pareció una ciudad ensimismada. Barcelona también coquetea demasiado con el narcisismo. Roma, de momento, no, aunque hay que reconocer que "de momento" son solo nueve horas, así que tampoco exageremos el entusiasmo. Mañana, a las ocho, me llevan a entrevistar a Philip Glenister. A mí y a otros tantos periodistas internacionales. Tengo tantas cosas que preguntarle que probablemente no le pregunte nada. Tengo momentos de depredador y momentos de presa. Leo un libro en catalán mientras hablo en inglés con italianos. No sé muy bien lo que hago, en general.

Pero lo hago. Eso, hace seis meses, habría sido impensable.

lunes, abril 04, 2016

En la muerte de Manolo Tena



Conocí a Manolo Tena a finales de los ochenta, cuando yo tenía unos doce años y él debía de andar por los treinta y muchos. Fue en casa de mi tío Pancho, en la calle San Bruno, un edificio casi en ruinas pero con unas vistas maravillosas a la iglesia de la calle Toledo. Yo me quedaba a dormir ahí esa noche -no sé por qué, supongo que porque yo quería mucho a mi tío- y justo cuando llegué, con mi mochila al hombro, Manolo Tena se iba. Pancho y él estaban colaborando en una serie de canciones para pasarle después a Ana Belén. En concreto, recuerdo una cuyo estribillo acababa con "Yo soy del sur, caballero" y que al final puso letra mi madre bajo el título de "Sin preguntar y deprisa".

Me hacía gracia que Manolo Tena compusiera con números. El ritmo lo daban los cardinales: cuarenta y tres-veintisiete-cincuenta y ocho- treintaidós-sesenta y seis-veintiuno-cincuenta y tres-dieciocho... y así hasta encajar en la música de Pancho, listo para luego pasar los números a sílabas. Al final, como digo, casi todo el disco lo compuso mi madre y quedó de maravilla, aunque vendió relativamente poco. Tena incluyó una canción, firmada también con mi tío y con Antonio García de Diego, que se llamaba "El fantasma del Estudio Uno". A Miguel Ríos, por ejemplo, le compusieron la preciosa "Directo al corazón".

Sinceramente, por entonces, yo no podía saber quién era. Alarma me había pillado demasiado joven y de Cucharada ya no hablamos. Uno o dos años después fuimos a verle a las Vistillas, en plena verbena de La Paloma. No fue un gran concierto. Por esas fechas ya estaba en la senda de los conductores suicidas, bajada a los infiernos que solo interrumpió el inesperado éxito de "Sangre española"... y con inesperado quiero decir una de las mayores sorpresas de la música española de los últimos treinta años.

Que un tío con casi cuarenta años y toda una carrera musical detrás venda de repente más de medio millón de discos casi de la nada es de lo más improbable. A partir de su éxito y del de Rosana, se puso de moda entre las compañías discográficas el rascar entre segundos espadas a ver si alguno escondía un cantante de éxito. Incluso mi tío acabó grabando en solitario con BMG, un disco que sin duda merecía más atención del que le prestaron los medios, los oyentes y la propia discográfica.

Por cierto, el primer single de aquel disco de Manolo Tena se llamaba "Quiero beber y no olvidar". Mucha gente no se acordará porque parece que todo empezó con lo del "todos me dicen qué te pasa y yo no sé qué contestar", pero, ya digo, antes salió esa preciosidad, compuesta también a medias con Pancho, y que mi tío cantaba en las pruebas de sonido de los conciertos de Sabina. Pancho siempre fue un buen cantante, con buen oído y buen gusto. Algo de voz rasgada, no dada a los excesos, lo que hacía que la canción sonara prácticamente igual a cuando la grabó después Tena.

En fin, pasado el bombazo -sí, llenó Las Ventas, aunque yo fui solamente a ver a Los Rodríguez y acabé conociendo a Christina Rosenvinge y Ray Loriga-, Tena lo intentó con un nuevo disco llamado "Las mentiras del viento". El primer single, con el mismo nombre, también tenía música de Pancho y era una canción preciosa, deslumbrante. Pocas veces -puede que esta fuera la única- levanté el teléfono para decirle a mi tío lo mucho que me había gustado su canción.

De nuevo, fue un fracaso. Difícil de explicar pero un fracaso. Igual los tiempos ya habían cambiado y los cantautores rock habían pasado de moda para dar paso a los inicios del reggaeton y el ritmo caribeño con sus tiburones y sus venaos. Luego desapareció. Creo que se fue a vivir a Miami. En casa solo se hablaba de él en términos dramáticos, como solía pasar con Antonio Vega. De los cuatro grandes yonkis de los ochenta -Antonio Vega, Antonio Flores, Enrique Urquijo y él- fue el que más tiempo aguantó. El último recuerdo que tendrá el público de él serán sus actuaciones en "A mi manera", ese extrañísimo programa de La Sexta.

Manolo Tena ya no estaba pero su música quedaba. Nunca fui un gran aficionado, pero eso se puede achacar sin más a mi falta de interés. No se puede escuchar todo y yo para entonces ya estaba con Blur y Nirvana. En los programas aparecía casi embalsamado, impertérrito, con cara de susto y ojos muy abiertos. Dijo que había dejado las drogas pero desde luego las drogas no le habían dejado a él, seguían ahí, en su rostro, en su perplejidad. La muerte le llegó de repente, al parecer, un cáncer fulminante. Todo esto para esto. Como yo ya he dicho que no seguí demasiado su música, dejo las palabras de mi madre, que algo sí sabe de componer canciones: era uno de los grandes. Otro grande que se va en 2016.