domingo, junio 30, 2019

Queremos tanto a Magui


Magüi. Acertaron hasta en el nombre. No hay un personaje como el suyo en "Paquita Salas" precisamente porque no hay una actriz como Belén Cuesta en la serie. Hay otro buen montón de excelentes intérpretes pero no con esa capacidad para la fragilidad. Una actriz que sabe hacer de actriz que hace mal su papel. Es prodigioso. Esta tercera temporada ha sido la de Yolanda Ramos, o eso dicen las redes sociales, y a mí me parece bien porque Yolanda Ramos se lo merece todo. Ahora bien, hay algo "fácil", algo "obvio" en su Noemí Argüelles, algo estrambótico que siempre llama la atención. ¿Qué hay en Magüi? Belén Cuesta, simplemente.

Si de algo abusa "Paquita Salas", incluso en esta tercera entrega en la que el famoseo va ganando posiciones peligrosamente acorde al estatus de sus creadores es de personajes frágiles. Personajes golpeados por la vida que se rehacen y se reinventan y aprietan los dientes y tiran para adelante, conscientes de que fragilidad y debilidad no son lo mismo. Es un patrón ya introducido en la segunda temporada y que los Javis han decidido explotar definitivamente en esta tercera. Casi todos tienen su "nunca más volveré a pasar hambre".

Curiosamente, Magüi no. A Magüi no le hace falta. Magüi es camello que intuímos que algún día será león y será niño pero ese día aún está lejos. Magüi se entiende y se defiende por sí misma, es decir, por Belén, sin necesidad de parlamentos ni monólogos. Magüi, cuando dice "voy" es "voy" y cuando dice "bien" es "bien". Aceptando que, en lo esencial, Paquita es la serie de Brais Efe, que no se cansa de bordar a la protagonista, para muchos será también la serie de Cuesta, condenada a papeles secundarios hasta el momento sin que nadie entienda muy bien por qué y cuyo único enemigo ahora mismo es la temible posibilidad del encasillamiento, es decir, que después de hacer tan bien de Magüi, todo el mundo se empeñe en meter una Magüi en su guion y llamarla a ella para darle vida.

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¿Cómo se sentiría John Lennon de haber vivido el éxito mundial de "Hey Jude"? ¿Contaba con que se acabaría convirtiendo en algo así como el "himno" oficial de los Beatles? Al fin y al cabo, "Hey Jude" es la crónica de un fracaso personal, y en perspectiva resulta complicado entender cómo Lennon permitió que McCartney expusiera ese fracaso de forma tan pública, incluso le diera consejos para algunos versos.

Hay que asumir que se sentía culpable.

Por otro lado, ¿cómo se siente Julian Lennon?, ¿cómo se siente Jules reconvertido en Jude, intentando convertir la canción triste (el padre ausente, el divorcio, el rechazo) en algo mejor? Julian ya pasó los cincuenta hace años y ahí sigue, el pobre, comprándole a Yoko recuerdos de su propio padre y viendo fotos de Sean con el hijo pequeño del "tío Paul". El producto de una botella de whisky en un sábado noche, como le describió el propio John en 1980, justo antes de morir, sin tiempo para los matices.

John, el mismo que aparece en el vídeo de la canción haciendo coros junto a Harrison, los dos ausentes, como si estuvieran tocando "Ob-la-di, ob-la-da", ajenos a la posibilidad de que en el futuro los estadios de todo el mundo se llenaran de "na-na-na-nas" y le recordaran que sigue habiendo por ahí un niño perdido, esperando que su padre vuelva a casa.

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Mi primer libro fue una autoedición. Creo que eso dice bastante de mí: me rendí y luego empecé la batalla. No lo envié a ninguna editorial, no acepté ningún rechazo. Simplemente le pagué a Enrique Redel el dinero suficiente y él hizo un edición magnífica de lo que no eran sino doce historietas sin demasiada profundidad sobre Madrid en diferentes meses del año. Ni siquiera lo puse a la venta. Encargué unos cien ejemplares y los regalé entre amigos. En la presentación, Pancho y mi madre leyeron extractos en el bar más bonito del mundo. La planta estaba llena. Sigue siendo, de lejos, mi mayor éxito.

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Me hice Instagram hace unos días y sigo sintiéndome incómodo. Nadie discute. Nadie te insulta. Es una burbuja de felicidad y tolerancia que me hace desconfiar, como si no me la creyera, como si la burbuja de odio y suspicacia que es Twitter me siguiera resultando más realista.

jueves, junio 20, 2019

Greased lightning




Al final, el que acaba llorando soy yo, como siempre. Justo cuando suena el "We will always be together" y los niños se despiden y la canción me remite a la adolescencia, al sentimiento de grupo, a comerse el mundo. Canciones que deberían estar prohibidas a los cuarenta y dos años. Es el baile de fin de curso del Niño Bonito y extiende el dedo hacia adelante señalando a lo John Travolta igual que lo extendía su padre a principios de los noventa, cuando aquel medley revivió una película hasta entonces claramente secundaria.

Blame it on Telecinco.

El caso es que en el colegio se han animado con las tres canciones: con el "Summer nights" -afortunadamente, los niños no saben de qué va, quizá lo intuyan-, con el "Greased lightning" -"Go recycling", en palabras azarosas de mi hijo- y con el "The one that I want", que a los catorce años rebautizamos como "Te huele el ala" porque todo adolescente en el fondo es un poeta. Muy en el fondo.


Lo curioso de mi relación con el Niño Bonito es que él está entrand donde a mí no me queda más remedio que ir saliendo. La pertenencia juvenil. El otro día se quedó embobado viendo una película alemana en Clan donde unos chicos llamados "Los Cocodrilos" intentaban impedir que desahuciaran a una de las familias del vecindario. "Los Goonies", vaya. Sin dibujos ni superhéroes de por medio, a mi hijo le fascinaba lo mismo que echa de menos su padre: la amistad. El juntos contra el mundo. Esa sensación mágica de que el otro siempre va a estar ahí para ti. We are your friends, you´ll never be alone again, que cantábamos allá por 2007.

Tanto le gustó que la tuvimos que ver entera al día siguiente. Se pensó que era verdad, el tío.

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Una de las cosas que le gusta decir a la Chica Diploma es que siempre he sido infeliz, al menos desde que me conoce. Es un matiz importante porque ella me conoció relativamente tarde, pero hay algo cierto en su apreciación: es complicado encontrar un momento de mi vida que pueda recordar sin matices, sin alguna tiniebla acechando, sin algún escrito de queja en la memoria.

Ahora bien, me es imposible incluir el período 2005-2006-2007 en esa ecuación. Imposible. Todos los recuerdos de entonces son recuerdos de felicidad total. Tiempos donde, a los treinta años, TODO era nuevo, todo era amistad, era amor, eran sonrisas, era alegría. La barra del bar del Colonial, los whiskys, las charlas, las ganas, los compañeros vivos... Aquella época está documentada en un libro que se llama "Cuando las cosas dejaron de tener sentido" que es completamente ilegible pero que a la vez es precioso porque nosotros no impedíamos desahucios, pero éramos gente maravillosa.

Todo lo que pasó en ese tiempo, desde que Hache se materializó en una pequeña mesa en un rincón hasta que mi abuela murió en un hospital de la calle Diego de León, fue increíble. Cada día era una fiesta. Cada día. Y no se quedó ahí la cosa, porque el mismo curso 2007/2008 lo recuerdo con cierto cariño. Es cierto que el cariño y la euforia no son lo mismo y que muchas variables cambiaron, pero no estuvo nada mal, en absoluto. Puede que el fin de mi acmé haya que fecharlo en los Juegos Olímpicos de Pekín y una carrera por la Diagonal desde la Razzmatazz para ver a Michael Phelps batir récords de madrugada. Incluso eso fue la leche.

Sí, yo siempre he tendido a la tristeza. Es obvio para cualquiera que lea este blog o que haya hablado más de dos veces conmigo. También he tendido a la nostalgia. Ahora bien, cuando esos años vienen a mi cabeza -Ajito sirviendo copas al ritmo de "Insurrección"-, ya no hay arrepentimiento ni hay pega que poner. Fui feliz. Lo fui de un modo ABSOLUTO, con mayúsculas. Encontremos ahora la manera de que mi hijo consiga serlo también algún día, aunque sean veinte meses.

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Me veo los cuatro capítulos de "Pop", la serie de Movistar Plus de 2017 que no había descubierto hasta ahora. Está bien. Los dos primeros cumplen con la idea de vincular música con televisión y los dos siguientes se encuentran con el muro de la práctica inexistencia de ese vínculo en las dos últimas décadas, así que tiran por otro lado: giras, festivales, piratería... Sorprende, quizá, que se mencionen "Ponte las pilas" o "Leña al mono que es de goma" (Dani Martín y Tony Aguilar son dos de los entrevistados) y no se desarrolle la influencia de la música de discoteca a lo largo de los noventa y cómo se llevó por delante a buena parte de los grupos y cantantes pop de la Movida.

Para quien crea que la música de discoteca no pinta nada en un documental sobre música pop, le remito a la discografía de U2.

No sé si falta algo en la narración o en el espectador cuando se habla de la música contemporánea. Me refiero a toda la pasión, todo el lujo de detalles en torno a los sesenta. los setenta, los ochenta... y ese casi pedir perdón de ahí en adelante, una industria instalada en la (lógica) queja constante. En cualquier caso, lo dicho, el documental está bien y si me pongo a llorar escuchando "Grease" en un colegio de 0 a 6 años, imagínense en casa escuchando a Radio Futura. Un espectáculo.

lunes, junio 17, 2019

Olga Viza en Alcasser


De todas las imágenes que nos deja el documental de Elías León Siminiani sobre "el caso Alcasser" -no confundir, como bien apunta uno de los entrevistados, con "el crimen de Alcasser"- me quedo con la sala aquella repleta de rabia y preparada para el uso y abuso de Nieves Herrero. No ya con las barbaridades de la propia presentadora, que por otro lado le costaron prácticamente la carrera, sino con Olga Viza interrumpiendo aquel chiringuito para anunciar, solemne, que ya eran dos los detenidos por el crimen, con las correspondientes pausas dramáticas para permitir que "el pueblo" aplaudiese y corease su venganza.

Olga Viza. Ese fue el problema de Alcasser. No ya Nieves Herrero o Pepe Navarro. Uno siempre cuenta con una Nieves Herrero o un Pepe Navarro para montar el espectáculo, pero también espera que haya una Olga Viza como muro de contención del sensacionalismo. Aquel día no la hubo. Ni aquel día, ni los siguientes, por otro lado. Lo más importante del documental pasa un poco desapercibido porque no chirría: esas dos reporteras del diario Levante partiéndose la cara "por contar la verdad" frente al histrionismo falaz de Fernando García y Juan Ignacio Blanco; ese ex policía que tenía que lidiar en Canal 9 con toda clase de desconsideraciones solo por no compartir los delirios de las víctimas.

Puede que en la instrucción del crimen de Alcasser hubiera errores y puede que fueran o no intencionados (las prisas no suelen llevar a nada bueno) pero el documental no entra demasiado en eso, es decir, no pretende ser "Making a murderer". Entra en el fenómeno sociológico de ese padre y su consejero áulico expandiendo rumores como locos y los medios haciendo de repetidores insensatos. "El caso Alcasser", en definitiva. Todas las noches que pasamos enganchados a la televisión y soñando con conspiraciones. La adrenalina de los veinte años. Por supuesto, sigue habiendo cosas que no cuadran y ahí sigue esa investigación abierta contra "Antonio Anglés... y otros" porque, si algo destacó del crimen fue su extrema violencia, la disparidad entre lo cutre de los criminales y lo majestuoso de su sanguinario despliegue.

Solo que a veces es así, supongo. A veces, los cutres son los más peligrosos y todo lo demás no es investigación sino estética.

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"Kurt Cobain: montage of heck", así se llama el documental de 2015 que rescata estos días Movistar Plus y que sigue la vida del cantante de Nirvana desde su nacimiento hasta su muerte veintisiete años más tarde. Básicamente, un seguimiento de sus diarios con banda sonora y un abundante archivo audiovisual tanto de su infancia -un adorable niño rubio siempre sonriente- como, sobre todo, de sus años junto a Courtney Love, incluyendo material bastante explícito donado por la propia Love. Al fin y al cabo, la productora del documental es su hija Frances Bean.

Hay partes que no se tratan demasiado, por supuesto: por ejemplo, se insiste en la fragilidad de Cobain y en su incapacidad para lidiar con el éxito pero apenas se menciona -creo que solo una vez, en una de esas entrevistas apáticas que dejaban de vez en cuando en alguna emisora local- lo ambicioso que era. Eso lo sabían perfectamente en Geffen: Cobain quería seguir siendo fiel al punk-rock y a la escena underground del north-west... pero también quería ser número uno, quería la mayor promoción, quería oír sus canciones por todos lados.

Probablemente, sea la figura de los últimos cincuenta años que más se ha parecido a Paul McCartney, y podría haberse tirado todos estos años componiendo canciones pseudo-pop de dos o tres acordes de no haber sido por algún tipo de fallo genético, alguna anomalía. Él era un Paul McCartney sinceramente infeliz, es decir, era Cristo y el Anticristo al mismo tiempo. Quería oírse a sí mismo en todas las emisoras pero a la vez se odiaba a sí mismo, odiaba sus canciones y odiaba esas emisoras. Puede que en algún momento de su vida fuera un tipo encantador pero en la mayoría de ocasiones se muestra como un perfecto gilipollas egomaníaco.

La Chica Diploma, a la que le fascina el personaje probablemente porque el fenómeno la pilló muy joven, sigue creyendo que a mí me da pena que Kurt Cobain se suicidara. No, a mí me da pena, por este orden, que mi adolescencia vaya quedando tan lejos y que se perdiera tanta música por el camino. Ahora bien, el personaje no me dio pena nunca, ni siquiera en 1994. Kurt Cobain no era Amy Winehouse, no era Whitney Houston, no era George Michael. Kurt Cobain no era un suicidófilo, era un suicida. El típico tío al que le duele el estómago y acaba enganchado a la heroína porque es el camino más corto hacia la destrucción.

Un genio, por otro lado, sobre eso no debería haber grandes discusiones.

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Entiendo que todos los que se escandalizan por los amaños de Carlos Aranda y Raúl Bravo no han leído "Juego sucio", de Declan Hill... donde ya se explica cómo se pueden llegar a amañar partidos incluso en una Copa del Mundo y por gente que no te llama por teléfono para amenazarte de nada. No les hace ninguna falta.

martes, junio 11, 2019

Pancho Varona, Guille Galván y Emite Poqito en Galileo



Simón me pregunta: "¿Hace cuánto que no vas al Búho Real o a Libertad o a un sitio de esos?". Estamos en el Destellos, que ni siquiera entra en la categoría "un sitio de esos" salvo que aceptemos en esa lista al Toni 2 o al Leidi Pepa´s y aun así... La respuesta es fácil porque estuve hace un par de semanas viendo a Patricio, pero entiendo la pregunta. Esos sitios ya no son los nuestros y desde luego no son los míos, aunque algún día lo parecieran. Venimos de Galileo, por supuesto, una extraña mezcla de amigos y parejas y conocidos fugaces: está la Chica Diploma -fascinada por la estética del lugar o quizá simplemente buscándole sentido a la estética (y al olor) del lugar-, está Irene, está Julia, está Guille, está Clara... por un momento incluso está Cristina Gallego, pero es un visto y no visto porque el dueño parece enfadado con ella y acaba yéndose a los cinco minutos.

El trayecto Galileo-Destellos es hasta cierto punto inusual. Según mis cuentas, esta es la tercera vez que lo hago: un día con Dani Flaco y Pablo Ager, quizá con Fer Cabezas; otro día, después de dejar a mi padre hospitalizado, con Mariam Hernández, Marian Laorden y Dani Pérez Prada. Venimos de un concierto de altísima calidad. Está claro que Pancho y Guille podrían haber elegido casi cualquier repertorio y equivocarse lo justo pero en este caso, además, han elegido las canciones precisas, culminando con un "No me importa nada" que en cada versión se niega a envejecer con el tiempo... por mucho que el tiempo se mida ya en treinta años.

Llenar un escenario entre dos es complicado, así que quizá por eso llamaron a una tercera, Emite Poqito, que llevaba años sin tocar ("¿Hace cuánto que no vas...?") sin que nadie se lo pueda explicar. Nadie, al menos, que no estuviera durante aquellos años de conciertos para diez personas, de movilizar las redes un poco para nada y de gastar más energía en una promoción hueca que en la propia música. José Antonio Romero, por ejemplo, lo entendería perfectamente, pero José Antonio Romero ya no está con nosotros y todas las lágrimas que se viertan por él me parecerán pocas.

Sin Emite Poqito, Guille y Pancho se habrían conocido igual y habrían abierto el concierto con "Los buenos", habrían seguido con "Peces de ciudad" y habrían recitado los mismos poemas, pero la cosa habría quedado un poco coja... porque el hecho es que el camino más recto entre Pancho y Guille es precisamente Emite Poqito y de los demás nexos ya se ha hablado suficiente.

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Vuelve el dolor. Sordo y constante. No es nada nuevo: cuando tenía cinco o seis años -no puedo acordarme-, me pasé alguna mañana en La Paz entre análisis de sangre y radiografías por culpa de las rodillas. Años más tarde, llegó la ansiedad y se cronificó, como se cronificó un dolor de testículos que resistía cualquier explicación urológica. En 2009, el último año digno de ese nombre, me diagnosticaron una prostatitis -crónica, por supuesto- y desde 2017, tras un supuesto cólico biliar, tengo que lidiar con estas molestias abdominales difusas y cuya causa no aparece en ninguna resonancia magnética.

Puede que todo sea lo mismo. Lo bueno del dolor es que cuando desaparece resulta inconcebible. Lo malo es que, cuando aprieta, puede llegar a ahogar y es como si nunca hubiera estado ausente. Vivir con dolor dos años es complicado, aunque no sea un dolor inhabilitante. Vivir diez con prostatitis es algo a lo que te acabas acostumbrando. Del dolor de testículos hace veinte años ya y no suele dar mucha guerra... mientras que lo de las rodillas vino como se fue, como si mi cuerpo fuera un router con conexión oscilante.

Otra cosa es la ansiedad. La ansiedad no da respiro y puede que esté detrás de todo esto. Como los cirujanos no leen a Barthelme, no entienden que el miedo y la angustia no son lo mismo. El miedo es a algo concreto y la angustia tiene que ver con la incertidumbre. No encuentran nada. Pero sigue doliendo. Cada mañana. Cada noche en el "Destellos". En cada partido de fútbol o baloncesto con el Niño Bonito. Si nadie lo remedia, en cada bar de Alicante o cada playa de Fuerteventura. Y a estas alturas, el único que puede remediarlo soy yo, me da la impresión.

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Bárbara se va de Twitter. Me alegro por ella. Twitter ya era en 2011 un bar de borrachos agresivos y ahora encima han invitado a los condescendientes. Me dice que de momento siente más alivio que mono, pero eso pasa con todas las adicciones. Seguramente, algún día vuelva y seguramente sea pronto. De momento, que lo disfrute. Yo he tardado muchos años en tener una relación sana con mi entorno tuitero y aun así me cuesta. Es la ventaja de no ser demasiado conocido. Si fuera actor, de Instagram no me sacaban ni con polea.

miércoles, junio 05, 2019

Si no hay conejo, nadie quiere ver al mago


Dídac se siente culpable porque yo pago los cafés. Es un "bar de viejos" con todas las letras del barrio de Retiro y poco a poco nos han ido apagando las luces hasta dejarnos en penumbra entre miradas de impaciencia. Son las cinco y media de la tarde, no más. el sol aprieta como solo puede apretar durante la Feria del Libro. Como solo aprieta la lluvia, cuando se pone. Hablamos de nuestro libro en común, pero muy poco, nada más horrible que hablar de negocios durante una sobremesa de domingo.

En cambio, hablamos de Luis Costa, de Charly Wegelius o de Paloma Chamorro. De lo maravilloso que es el libro de Neil Strauss y lo que yo entiendo como un defecto de marketing: la portada del libro invita a pensar que el libro es mucho peor de lo que es. Parece que Strauss -desconocido en España, no nos engañemos- es poco más que un "enfant terrible" jugando a escandalizar cuando en realidad no es sino un espejo de todos los famosos a los que entrevista. Un hombre asomado a la decadencia pero con las manos bien prietas en el balcón. De ahí que le encante a Nacho Vegas, claro.

Dídac lo califica como "psicoanalista". Puede ser. Strauss escucha y describe. Se preocupa en quedar bien, por supuesto, como hacemos todos cuando entrevistamos, pero para él "quedar bien" no es "quedar bonito" sino "quedar inteligente" y eso se agradece en tiempos de trivialidad absoluta. La música, de hecho, es nuestro gran tema de conversación, casi más que los libros. De Suede a Elastica y de Brett Anderson a Justine Frischmann. Acabo en su caseta con un libro que se llama "Freak Scene", firmado por Richard King, y que tiene el mismo aire de que me va a gustar que tiene todo lo que publica Contra.

Pago un café y me llevo un libro. No es mal negocio. Al rato, cuando vuelvo con mi mujer y el niño -esquivo, algo aburrido, desconfiado porque cree que este paseo imprevisto le va a costar llegar tarde a la sesión de títeres- me regala otro, de Pier Paolo Passolini. "Sobre el deporte", se llama. "El próximo año, habrá un libro de tu papá aquí", le dice Dídac al Niño Bonito como si al Niño Bonito eso le importara lo más mínimo. Como si su mente estuviera para algo más que las marionetas y el partido de fútbol que le hemos prometido.

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Enfrente y alrededor de la caseta de la editorial Malpaso hay un cierto revuelo. No pagan. A nadie. Ni a traductores, ni a autores ni - es de suponer- a distribuidores, aunque de momento estos no se quejan. Lo de Malpaso viene de lejos. Cuando me hice socio de ACE Traductores, lo primero que me dijeron es que esa editorial estaba en su lista negra. Por entonces, el escándalo no se había hecho público. Yo iba por otra cosa, iba por mi propio escándalo y los 4000 euros que me debía otra editorial que se había negado a pagarme, que había decidido no mencionarme como traductor y que, pese a todos los insultos y críticas hacia mi trabajo, había publicado mi traducción prácticamente entera.

Si estos casos particulares no se convierten en escándalos es por el miedo, claro. Un miedo extraño, algo parecido al mobbing o directamente al bullying. Hay algo pérfido en todo maltrato que se basa en que tú asumas que tienes la culpa de lo que te pasa y por lo tanto te calles (así lo explicitaban en sus amenazas).. Es raro que te maltraten con cuarenta años y la cosa cuele, pero a la editorial y a la editora en cuestión les funcionó y les sigue funcionando dos años después porque sigo sin mencionar su nombre. De alguna manera, sigo sintiéndome sucio, que es en lo que consiste. Devastado y sucio. Enhorabuena.

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Facebook me recuerda una frase que escribí en mi muro hace ocho años: "Si no hay conejo, nadie quiere ver al mago". Me parece una buena frase y al entrar en los comentarios resulta que es mía y que la he utilizado en una de mis novelas, entiendo que en la segunda. Sin embargo, no la recuerdo. No recuerdo siquiera haber tenido la idea o con qué sensación estaba relacionada. Supongo que el mago era yo, pero entonces, ¿quién o qué era el conejo?

Da igual. Le explico a Víctor Alfaro la anécdota y le explico que me voy a Fuerteventura tres semanas para escribir cosas que pueda olvidar con los años. El problema es que conforme se acerca la fecha, el bloqueo crece. "Quizá ya he contado todo lo que necesitaba contar", le digo a Víctor, que no sabe bien qué decirme. Quizá, efectivamente, estos veinte años de escritura ya han sido suficientes y lo que quede sea un continuo repetirse a uno mismo. "¿Quieres escribir sobre Guille Ortiz?", me dice, y yo contesto que no, que lo último que quiero hacer es seguir escribiendo sobre Guille Ortiz, Nirvana y Elastica... pero al final acabo colgado de una conversación de horas con Ignacio Benedetti que va desde los Pixies al batería de R.E.M. y aquel día que José Ramón Pardo locutó para Antena 3 la gala de los MTV Video Music Awards y se maravillaba porque los americanos pronunciaban el nombre "Arem" ("o algo así", en sus palabras).

Luego está la horrible sensación de última bala en demasiados sentidos. Pienso en escribir letras para canciones, pequeños poemas, algún relato... algo que me desbloquee. Pienso en tramas de gente que se autosabotea pero a Aída le parece mala idea. Pienso en novelas de misterio a lo Patricia Highsmith pero no sé si eso no sería un subterfugio, otro escondite. De momento, trabajo con dos títulos que esconden la vaga idea de alguien que quiere empezar de cero -o terminar, aún no lo tengo claro- en una isla de las Canarias. Uno es "The lost weekend" y remite a John Lennon. El otro es "Segundo acto" y remite a Scott Fitzgerald. En algún punto medio, espero poder encontrarme.