sábado, agosto 20, 2011

Vida de chalet XII. Las JMJ y el concepto de ciudadanía


Respeto. En un estado de derecho, el respeto es la condición fundamental para tratar a las personas, es decir, a los ciudadanos. Son las personas las que se merecen ese derecho a ser respetadas en la convivencia y en ningún caso sus ideas. Pongamos un ejemplo claro: el asesino de Noruega estaba convencido de que los socialdemócratas tenían que morir uno a uno porque estaban vendiendo su país a las hordas musulmanas. ¿Merece "respeto" una idea que se basa en la necesidad de la muerte ajena? Me temo que no. Tampoco merece respeto la idea de que el sol da vueltas alrededor de la tierra. Eso es un disparate. Yo puedo respetar a esa persona, en el sentido de que no la voy a agredir ni a insultar ni a quitarle ninguno de sus derechos como ciudadano simplemente por tener una idea equivocada del mundo, otra cosa es que la idea, en sí, sea una patraña a denunciar.

¿Qué pasa con las religiones? Estoy de acuerdo en que son un tema delicado. Todas. La gente se vuelve muy susceptible con su sentimiento religioso y puedo entenderlo: llevado al extremo es una cuestión de vida o muerte, aun más: de vida eterna o infierno eterno. No es ninguna chorrada, así que se lo toman muy en serio. Por supuesto, yo defiendo su necesidad de tomárselo en serio y actuar en privado según sus creencias. Mis cuatro abuelos fueron católicos, ¿cómo no voy a respetar yo a los católicos y sus liturgias? Por supuesto que lo hago, eso está fuera de toda duda. Me posiciono desde ya: para mí el catolicismo es algo más que un montón de gorrones curas pederastas y salir a decirle a un creyente que te cagas en su Dios es una buena manera de empezar una pelea grosera.

Yo no estoy bautizado. No creo en Dios. No tengo ningún interés por la Iglesia Católica, pero tampoco tengo ningún interés en las fiestas del vecino de abajo y sé que, por convivencia, de vez en cuando me las tengo que comer.

Está bien, entonces: asumo con respeto la opción de los ciudadanos a declararse católicos, puedo incluso respetar la necesidad de llevar sus creencias a la práctica social en forma de liturgias. Llegando al extremo, puedo aceptar que esas liturgias sean molestas para los demás ciudadanos siempre que se espacien lo suficiente en el tiempo -por ejemplo, el vecino de abajo puede hacer una fiesta una noche, de acuerdo, pero siete días seguidos de fiesta, sin duda me obligarían a llamar a la policía-. Lo que no acepto bajo ningún concepto y no sé qué demonios tiene que ver con el respeto es que se corte una ciudad, se llene de casi un millón de personas dispuestas a defender sus creencias de una manera fanática, es decir, mediante pinturas, banderas al viento, gritos constantes, actitudes vandálicas en metros, autobuses y calles... y que todo ello además les salga a mitad de precio.

¿Son todos los jóvenes católicos unos vándalos? Pues no, obviamente no: ser católico no te convierte en un vándalo como no te convierte en un santo. Lo que quedan son las personas. Personas que se reúnen, a veces beben más de la cuenta y toman una ciudad sin ningún tipo de organización amparados en una acreditación y la supuesta obligación de los demás ciudadanos de tener que "respetar" todos sus excesos. La falta de organización me parece tremenda: llevar a un millón de personas a una ciudad y concederles todo el espacio público que quieran sin controlar siquiera sus actividades es bien curioso.

Más curioso aún es que todos los esfuerzos de la policía se haya centrado precisamente en "proteger" a esos grupos esponsorizados por El Corte Inglés de cualquier amenaza externa, es decir, de los "laicos".

Aquí hay dos cuestiones: la marcha laica, o como la quieran llamar, me pareció una equivocación. A mí me cuesta mucho manifestarme a favor de conceptos y en contra de conceptos. Que a mí me parezca una equivocación quiere decir, simplemente, que yo no voy a ir, no que crea que todo aquel que no piense como yo deba ser perseguido porra en mano y golpeado con saña. Eso es lo que hemos estado viendo estos días en Madrid: grupos de ciudadanos a los que se les toleraba todo, incluso acciones que dificultaban la convivencia y grupos de ciudadanos que protestaban ante este exceso ultramontano que se han llevado un buen par de porrazos en imágenes que recuerdan más a Chile en los años 70 que a un estado de derecho.

Que nadie entienda esto es un poco desolador. La organización de la JMJ debería hacer algo de autocrítica: algo del tipo "calculamos mal, metimos demasiada gente en la ciudad sin control, no pensamos que esto podía paralizar Madrid y molestar a muchos de sus ciudadanos. Lo sentimos, nuestra intención era solamente celebrar nuestra fe en Cristo y la llegada del Santo Padre, etc.". No parece tan grave, ¿no? Luego están los medios de comunicación, que al grito de "excomulgado el último" se lanzan a loar cada cosa que hacen el Papa y sus chicos, sin analizar en ningún momento el comportamiento de esos chicos cortando calles, insultando a la gente, molestando en la madrugada con sus cánticos religiosos, comiendo y dejando la basura en cualquier lado, bebiendo en las plazas y utilizando las fuentes públicas para lavarse la roña del sudor.

Bien, que la organización de las JMJ no sea capaz de admitir ni un error de planificación ni de pedir disculpas por las molestias causadas es un error, que los medios de comunicación callen las agresiones que incluso compañeros de profesión han recibido se ha convertido en algo tristemente común... lo que queda es que cuando el vecino de abajo va por su tercera noche de borrachera y juerga y yo llamo a la policía, la policía viene en masa y me pega a mí. No solo eso. Los ministros del gobierno socialista aprovechan para atacarme en rueda de prensa. "¡Es que está provocando, con esa manía suya de intentar dormir!", justifican todas las palizas y reciben el apoyo inmediato de PP y partidos nacionalistas. IU se queja tímidamente y UPyD -el partido al que yo voto y que presume de su laicismo- se limita a mirar a otro lado y decir que todos lo estamos haciendo mal, que estamos todos locos, por igual.

La facilidad de la cúpula de UPyD -y me duele decir esto- de criticar TODO lo que hacen los demás es irritante, como si vivieran alejados de la realidad: pase lo que pase, lo haga quien lo haga, ellos lo critican. Todo está mal hecho, y solo ellos podrían hacerlo mejor. Ya lo he dicho al principio, yo no he ido a ninguna marcha laica porque me parecen absurdas las marchas laicas, tan absurdas como las marchas religiosas. Pero no quiero que la policía de mi país golpee y acorrale a ciudadanos para proteger la impunidad de grupos religiosos. Y no entiendo que UPyD no vea esa diferencia, es decir, que no salga Rosa Díez o quien sea a decir: "La marcha laica es una estupidez, no la apoyamos, nosotros haríamos otra cosa, por supuesto mil veces mejor... pero los excesos de la policía son aún más intolerables y abandonar la ciudad a la suerte de cientos de miles de chavales de 18-20 años, sin control alguno, al contrario, con todos los beneficios que los demás ciudadanos ni sueñan es un desastre".

Bien, sigo esperando, aquí en el chalet. En la plaza de toros duermen 2.500. Se sientan en corrillo en la hierba, comen sus bocatas y lo dejan todo por el suelo. Alguien lo recogerá. En el autobús de ida, copaban los asientos. El conductor, agotado de tanto cántico y tanto grito y tanto levantarse en medio del viaje como turistas en Lloret me decía, compungido: "Y además les tenemos que llevar gratis". A mí, ir a la casa de mis padres, calladito y respetuoso, me cuesta 3,50 euros. A ellos, vociferantes y banderas siempre al viento, le moleste a quien le moleste, no les cuesta nada.

Espero que todo el mundo entienda -los "peregrinos" los primeros- que criticar la falta de civismo y la persecución policial y gubernamental de derechos  básicos no es un ataque ni a los católicos ni al catolicismo. Confundir educación con religión ha sido el principal problema de incomunicación en esta semana.