Sería preferible dormir sin ataques de ansiedad pero de momento es lo que hay: combato el insomnio con Martin Amis y distintos vídeos que he ido grabando en mi móvil durante este último año y pico: Lichis cantando por última vez "La canción de las plantas" incluyendo el "Calavera se mama" del final, Vetusta Morla empezando "Los días raros" en el Festival Low Cost, Zahara atreviéndose en solitario con el "Lucha de gigantes" en el Búho Real, de lejos, tremendamente pixelada...
Luego apago el ordenador y cotilleo en la estantería de mi dormitorio. Allí hay libros de mi abuela y hay libros míos porque mi abuela y yo vivimos juntos 30 años, que no es poca cosa.
Descubro cosas que no sabía que tenía y no acabo de encontrar uno que sé que tenía y nunca llegué a leer porque las 10 primeras páginas me invitaron a dejar el libro bien escondido y descansado. Entre medias, escondido, encuentro un cuadernillo azul que pone "capítulo 126 de Rayuela" y que contiene el texto entero mecanografiado y grapado. No sé qué hacer con esa bomba lapa. De entrada, podría leerlo, porque estoy casi convencido de que en su momento no lo hice, pero no creo que el insomnio me dé para tanto.
Luego pienso en quién pudo regalármelo y tomarse la molestia de la impresión y la encuadernación. Sin duda fue alguien que me quería mucho, lo que reduce las posibilidades a Lucía o a Bea. Por la letra de la portada me inclino por Lucía, que se empeñó un verano en ser La Maga, porque dispuesta a perder mejor perder de una manera estética y con todo el equipo, en eso le doy toda la razón. Yo hago lo mismo.
Acabé la novela pero no la he releído así que puede ser cualquier cosa. Debería de ser buena, tiene toda la pinta, pero esperaremos. En la comida, Gure me pregunta si después de acabar no siento algo de vacío. No sé explicarlo: por supuesto, hay algo de vacío y de entrega y muchas cosas que se han movido por dentro a muchos niveles porque no es una novela sobre mí, por una vez, pero es una novela en la que yo he ido dejando muchas cosas, un gran salto al vacío, en ocasiones, doloroso.
Pero sobre todo tengo miedo: miedo a que esta novela tampoco la quiera publicar nadie. Eso no quiere decir que no vaya a escribir una tercera pero entonces amaré más mi escritura y odiaré más al mundo y eso no es en absoluto bueno. Más cosas de viernes tarde: editar las entrevistas de Alba García y Eduardo Chapero-Jackson. Contados uno por uno, Alba resulta ser la 91ª entrevistada en estos últimos seis años. Me refiero a entrevistas publicadas en algún tipo de revista, no intentos aficionados.
A media tarde, ya está todo entregado: Balagueró, Edu, Blanca Suárez y Jan Cornet para Neo2; Vetusta Morla, Zahara, Pablo Aragüés, Hugo Serra y Ángel María Herera para Zona de Obras, donde, de paso, también estarán los chicos del Proyecto Panenka y la propia Alba García;
artículo de JotDown publicado, artículo de los 90 pasado al blog oficial...
En los peores momentos, no me reconozco. No sé si son los peores, la verdad, pero son extraños. La sensación de que es otro el que está haciendo todo eso, ya lo he repetido varias veces. Miro mi propia agenda de teléfonos y me doy cuenta de que conozco a demasiada gente que no conozco, aunque a cierta edad supongo que eso llega a ser habitual. Pienso en desahucios y alternativas, pero decido que no, que hasta septiembre, nada. ¿Por qué agobiarse un 12 de agosto pudiendo hacerlo un 1 de septiembre?, ¿qué diferencia habría?
Llueve. Bajo la persiana y abro la ventana, una combinación extraña que evita el agobio de la noche anterior. Ayer escuchamos unas instrucciones de gymkana nocturna en un campamento de la zona y me acordé de que hace 17 años
sucedió esto. No puedo creer que hayan pasado 17 años. Si han pasado 17 años de algo es que ese algo le pasó a otro. Lágrimas de San Lorenzo, qué nombre hermoso. La vida de chalet acaba el martes pero volverá el jueves y así sucesivamente, hasta que me canse de estar aquí y desconectar signifique volver a Malasaña.