lunes, agosto 01, 2011

Mejor tener más suerte que valor



Una cosa corta pero que tengo en la cabeza desde el viernes -y eso para mí es mucho-: cuando escucho una cancion y me gusta, lo suficiente para fijarme en su letra y hacerla mía, me resulta inevitable pensar cuánto hay de cierto en esa letra si me la aplico a mí mismo. Me explico: "Primero", de Alejandro Martínez, por ejemplo, y la frase "he tenido más suerte que valor". Yo no puedo pasar por encima de esa frase como si nada, dejarla a un lado y seguir andando por Fernando VI hasta Regueros. No puedo. Me es imposible.

Yo tengo que pensar hasta qué punto es eso cierto y hacer un balance sumarísimo, es decir, estético, porque no puedo poner en un plato de la balanza todos los momentos de mi vida en los que he tenido suerte y en el otro plato todos en los que he sido valiente. Necesitaría cinco blogs para recordar tanto y en todo caso seguiría siendo injusto.

Quedémonos entonces con el instante, con la sensación, aunque ya hayamos convenido que la decisión inmediata es una decisión casi siempre estética: cómo se ve uno mismo o cómo le gustaría a uno mismo verse. Bien, yo creo que he tenido suerte, bastante suerte, de hecho. Esta misma tarde mientras leía barbaridades de José Javier Esparza o Enrique de Diego pensaba para mí y para parte de mi Twitter: yo he trabajado con esa gente, he compartido columna con ellos. Yo que ya estuve en el lado salvaje juro que nunca pienso volver.

A veces me parece que alguien debería hacer una bio-pic con mi vida porque han sucedido cosas realmente improbables.

La parte del valor es la que más me cuesta siempre. Si lo pienso, si alguien me pregunta y me pide una respuesta honesta, yo no le puedo decir que soy un cobarde. Al contrario, tengo que reconocer que, en determinadas cosas, a valor es muy difícil ganarme, incluso en ocasiones rozo la temeridad y eso ni siquiera es algo de lo que me sienta orgulloso. Insisto, esta es la conclusión si lo pienso... si lo siento, me quedo con mi inmensa cobardía, sobre todo a la hora de aceptar el mundo tal y como es. Ten el valor de aceptar lo que venga, tenga o no tenga sentido a tu modo de ver, decía una letra de mi tío Pancho cantada por Ana Torroja.

Bien, ese valor yo nunca lo tuve. Y si alguna vez lo he tenido, si todavía lo tengo, prefiero pensar que no está ahí porque al menos me da un margen de mejora. Uno no puede llamar a la suerte en un acto de voluntad pero sí puede apelar a la valentía, decidir ser valiente. Si algo ha de faltar, por favor que sea lo que está en mi mano y no lo que es en esencia incontrolable.

Dos extras: de ser el protagonista de una canción sería el de "Ça planne pour moi",y si hay una canción que me acerca a los abismos es la ya muy cacareada aquí "¿Por qué me llamas a estas horas?" de Standstill, que anticipa la demencia.

Madrugada del domingo al lunes. Segunda noche consecutiva en la Plaza de Matute sin necesidad de terapias, consultas ni benzodiazepinas, solo por el placer de compartir terraza con una chica de la que me enamoraría tan perdidamente que el mejor favor que puedo pedirle es que jamás se le pase por la cabeza enamorarse de mí. Leyendo a Fitzgerald -apenas han pasado unas horas desde el post de Nueva York- me doy cuenta de que en mis relatos, en mis novelas, hay muchos chicos y chicas, pero que el punto en común de todos ellos es que nunca, en ningún caso, se quieren.

Lo que me recuerda a 2006 y una idea que probablemente coquetee con la megalomanía pero que en rigor es cierta: es imposible que ninguna de vosotras vuelva a 2006. Para volver a 2006, a lo que todos en su momento entendimos como 2006, sería necesario que yo os escribiera de nuevo.