jueves, agosto 11, 2011

Amor a primera vista


María Barranco no tenía la culpa de parecerse a la Chica Langosta. De hecho, y desde una distancia de 20 años, diría que no se parecía en absoluto a la Chica Langosta pero, no sé, las dos tan altas, tan delgadas, unas facciones tan duras... uno deja la imaginación volar y acaba aterrizando encima de Luis Fernando Alvés. El formato "Amor a primera vista" se había utilizado antes y se utilizaría después hasta la saciedad, incluido un programa con el mismo nombre que presentó Anabel Alonso.

Para un adolescente tenía su interés, a qué negarlo. Todo lo que tenga que ver con ritos de apareamiento siempre será de interés para un chico de 14 años y, hasta cierto punto, en Telemadrid lo hacían con estilo. El chico hacía las bromas picaronas, la chica apelaba a los sentimientos. Había tres hombres y tres mujeres y pasaban todo tipo de pruebas ridículas. Recuerden que hablamos de ritos de apareamiento y ahí, sutilezas, esperen las justas.

Al final de cada programa, después de olerse, tocarse, husmearse y preguntarse intimidades, cada uno de ellos eligía a una de ellas y viceversa. Si coincidían, ¡chas! Amor a primera vista y viaje gratis de vacaciones con la condición de que a la vuelta dieran buena cuenta de cada detalle con cara de barra de bar o cantina de instituto: "Bueno, ¿chingaste o no? Tell me more, tell me more...

En esa época, uno veía esa clase de programas como ve ahora los deportes, para comprobar cómo se les da a los demás lo que uno querría hacer y no sabe. Por un momento, te podías hacer la ilusión de que tú eras ese chico popular o que te ligabas a la chica explosiva o que María Barranco se transformaba en Chica Langosta y te besaba apasionadamente. Las cosas que en el mundo real de Ramiro de Maeztu y Palacio de los Deportes, en fin, no pasaban a menudo.

Todo esto me lleva al primer día en el instituto: la tutora nos obligó a un juego cruel, que consistía en votar quién era el chico más guapo y la chica más guapa de la clase. Como yo nunca he tenido la más mínima capacidad de autoevaluación y venía de un último año en el colegio moderadamente popular, al entregar mi papelito, me puse a pensar, cabeza baja, casi avergonzado: "Hostias, ¿y si gano yo?" Con 14 años el chico más guapo y el más feo se diferencian por muy pocos matices, unos granos aquí o allá, este peinado o el otro. La guitarrita, quizás.

De repente, se me vino el mundo encima. ¿Cómo iba a soportar yo esa responsabilidad?, ¿cuánto tiempo conseguiria tenerlas engañadas? No se preocupen, no gané. Creo que empataron dos de los que después serían mis mejores amigos y sinceramente mi nombre ni apareció en las listas. Ni el mío ni el de muchos otros. Compañeros de estigma.

Están los chicos que con una sonrisa el primer día ya ganan concursos de popularidad y los que tienen que ir a la tele a hacer el mono para conseguir un miserable beso. La generación "contigo no, bicho". Tenía toda su lógica que mi simpatía oscilara hacia esos entrañables perdedores, sus dignidades pisoteadas en el momento en el que las tres chicas de enfrente escribían en sus pizarras un nombre que no era el suyo.