España llegó al Mundobasket de 2006 sin
haber ganado jamás un gran torneo internacional: sí, había conseguido
varias platas europeas y una gloriosa plata olímpica en una competición
devaluada por la ausencia de la URSS, pero el triunfo en aquel Mundial
no solo marcó un antes y un después en la estadística sino que satisfizo
a un país necesitado de ídolos: ese mismo año, la selección de fútbol
volvía a fracasar en Alemania, y los chicos de baloncesto, con su
juventud, su espectáculo, su solidaridad… eran los nuevos héroes
nacionales.
Para rematar la faena, el Europeo de 2007 se celebraba en España. La devoción había llegado hasta el punto de que Pepu Hernández,
el seleccionador, encadenaba charlas de motivación para empresas y
particulares como un nuevo gurú. La selección de ba-lon-ces-to era el
espejo en el que mirarse, no solo los demás deportes, sino el país
entero, dispuesto a celebrar el oro europeo como un año atrás había
celebrado el mundial: procesiones por la Castellana, discursos en Plaza
de Castilla.
Aquel fue el primer verano de giras
infinitas. Durante un mes y pico, España se paseó por todo el país con
mascotas, Toro XL, animadores enloquecidos y una euforia desmedida,
mezclada además con miles de compromisos comerciales que dificultaban
mucho los entrenamientos.
Pepu tenía un cabreo importante y no se
cansó de decirlo a quien quisiera oírlo: así no se prepara un Europeo.
Además, la lesión de Garbajosa y su recuperación casi
obligada y apurando plazos parecía dificultar la cohesión del equipo. Se
hablaba de todo menos de baloncesto pero… ¿a quién le importaba? La
superioridad de España parecía tan grande, tan indiscutible… todos los
partidos de preparación habían acabado con unas diferencias tan marcadas
a favor que nadie dudaba de que aquello sería una exhibición como la
que Yugoslavia se dio en su casa en 1989, los tiempos de Petrovic, Kukoc, Divac y Radja, entre otros.
El comienzo de la competición dio la
razón a los optimistas: dos victorias muy contundentes ante Portugal y
Letonia, dejándose llevar en los últimos cuartos… El primer disgusto
llegó ante Croacia, con un triple imposible de Marko Tomas
en el último segundo. Aquella era la primera derrota de Pepu como
seleccionador y se vio como un despiste necesario para recargar las
pilas, huir de euforias… Pau Gasol, solemne, afirmó:
“Croacia ha tenido mucha suerte. No ganará ni un partido más en todo el
Europeo”. Sonaba arrogante, escocido, pero no iba desencaminado: solo
ganarían un encuentro, ante Francia, para quedar sextos.
La teoría del “accidente” se reforzó en
la segunda fase: España pasó por encima de Grecia, Rusia e Israel, con
ventajas siempre por encima de los diez puntos. No quedó ahí la cosa: en
cuartos de final esperaba la Alemania de Dirk Nowitzki
y el resultado fue 83-55. La máquina estaba a pleno rendimiento:
Calderón disfrutaba del mejor verano de su carrera, Pau Gasol dominaba
ambos tableros, Navarro y Rudy Fernández anotaban desde cualquier lugar y Carlos Jiménez junto a Jorge Garbajosa se encargaba de la intendencia. Los suplentes —Sergio Rodríguez, Carlos Cabezas, Álex Mumbrú, Berni Rodríguez, Marc Gasol, Felipe Reyes…— aportaban. Todo era un mundo de felicidad.
Llegaron las semifinales: Lituania, la
otra gran favorita, caía sorprendentemente ante Rusia, lo que convertía
el España-Grecia en una especie de final anticipada. Grecia era la
campeona vigente y subcampeona del mundo justo en la famosa final de
Saitama. Si aquella final había acabado con 23 puntos de diferencia a
favor de España, y eso sin Pau Gasol, ¿quién podía imaginar sufrimiento
alguno en casa y con el pivot de los Grizzlies a tope?
Fue un gigantesco error. Leer las
señales en medio de las victorias es muy complicado, casi imposible: se
produce un ensimismamiento que impide cualquier crítica. El equipo
estaba mal preparado y agotado, con un exceso de tensión alrededor y
unas expectativas que iban más allá de lo deportivo: no solo se les
pedía que ganaran y de paliza sino que además tenían que ser los más
divertidos, los más unidos, los más camaradas… y demostrarlo en
cincuenta anuncios de patrocinadores.
Al descanso de la semifinal, España solo ganaba por dos puntos de diferencia (41-39). Al iniciarse el último cuarto, con un Spanoulis en racha y Papaloukas
dominando por completo el juego, los griegos llegaron a ponerse por
delante. Solo un último tirón de garra y acierto, sacando fuerzas de
donde no las había, llevaron a la selección a la victoria por apenas 5
puntos de diferencia. Gasol y Navarro, las dos grandes estrellas,
sumaron 46 entre los dos.
Así que el equipo estaba fundido, pero
estaba en la final. Y el rival era Rusia. Dos décadas atrás ese nombre
impondría respeto pero Rusia en 2007 estaba completamente al margen de
la élite europea y mundial. Kirilenko, Holden…
y un montón de tipos rugosos dirigidos por un estadounidense, la
combinación más improbable de su historia. Nadie dudaba del oro. Nadie
dudaba de la contundencia del oro, de hecho. En Japón se había sufrido
en semifinales para arrasar en la final. Los problemas ante Grecia solo
podían anticipar un paseo ante los rusos.
Al final del primer cuarto de la final,
España doblaba ya a su oponente: 22-11. Iniciado el segundo cuarto la
ventaja llegaba a los 15 puntos con un Calderón impresionante. El
Palacio de los Deportes, con sus gradas VIP llenas de gente ajena al
deporte, celebraba ya el primer título continental… Mientras, los rusos
siguieron a lo suyo: defensa y balones a Holden, mas lo que pudiera
rebañar Kirilenko bajo los aros. Llegó el temido cortocircuito español:
al descanso la ventaja era solo de tres puntos (33-30). Al iniciarse el
último y definitivo cuarto las cosas seguían donde estaban (48-45)
Rusia había incomodado el ataque español
durante treinta minutos, pero era el momento de Pau Gasol. Su partido
había sido más bien gris: ni le encontraban ni se mostraba. Agobiado por
los distintos marcajes, asumió un papel secundario y se dedicó al
rebote. Su compinche desde juveniles, Navarro, directamente desapareció:
0 puntos. Por un momento, nada de eso parecía importar: agónicamente,
luchando cada posesión, España aguantó la diferencia y la llegó a
ampliar a falta de menos de dos minutos: Pau Gasol anotaba una canasta
en contraataque y lograba un tiro libre adicional: 59-54 para España y
tiempo muerto ruso.
Ahí llegó el colapso: Pau falló el
lanzamiento extra —en total fallaría siete tiros libres de los once que
erró el equipo—, en la siguiente jugada, Rusia tuvo hasta tres tiros, el
último de Kirilenko, con falta de Pau. Dos tiros libres dentro: 59-56,
poco más de un minuto. España recurre a sus dos hombres más fiables: el
siempre sobrio Carlos Jiménez y, por supuesto, Pau Gasol. El alero del
Estudiantes intenta combinar con el pivot, pero el pase es terrible,
suave, miedoso… Rusia ataca a toda velocidad y Morgunov anota a tabla: 59-58. Tiempo muerto de España.
El ataque siguiente es otro desastre. El
equipo está agotado, sin ideas, presionado hasta el máximo y sin
ninguna naturalidad: Holden roba de nuevo el balón y ya no lo soltaría:
quedan 27 segundos cuando inicia el ataque, tres y medio cuando,
desequilibrado, lanza en escorzo tras deshacerse de Calderón y con la mano de Gasol en la cara y 2.8 cuando la pelota, tras rebotar varias veces en el aro, atraviesa la red.
59-60. Silencio absoluto. Los jugadores
se miran, sin entender nada. El público, poco a poco, mientras Pepu da
instrucciones en su último tiempo muerto, empieza a creer en el milagro.
No es concebible tanta desgracia. Jiménez saca de banda. Su cara sigue desencajada
cuando recibe el balón. Busca a Navarro pero Navarro está marcado por
dos; finalmente, se la manda a Gasol a la altura de la línea de tres.
Gasol recibe con dificultad, no mira a Calderón, desmarcado a su
izquierda, se da la vuelta y desde cinco metros y medio lanza con
desesperación. El balón golpea el tablero, luego el aro, luego se sale.
Pau se queda en el suelo mientras sus compañeros intentan levantarlo en
el sentido literal y metafórico. No es posible.
Kirilenko, mientras, corta las redes del
pabellón y recibe extasiado el MVP del torneo. Nuestro torneo. Tendrían
que pasar dos años hasta cobrar la venganza.
Artículo publicado en la revista JotDown dentro de la seccion No pudo ser
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