Benidorm no es Benicassim. No sé si pretende ser Benicassim,
lo dudo, aunque quizá se pueda percibir cierta envidia de vecino en la
necesidad de organizar un festival “indie” en semanas consecutivas. Durante
cuatro días Benicassim vive volcada hacia su legendario FIB, cuerpos rojos con
pulsera en cada calle, camisetas con los nombres de distintos grupos y hostales
hasta arriba de ingleses, alemanes y españoles en difícil convivencia…
Benidorm es distinto. Benidorm es una ciudad asentada en el
turismo, mucho más en el turismo veraniego, y no hace concesiones por algo tan
reciente como un festival de música. En la calle, ves familias con niños,
colchonetas y helados. El olor a crema protectora invade cada esquina. Los
hoteles, incluso los de la organización, siguen masivamente ocupados por
portugueses, alemanes, franceses, noruegos… que vienen a disfrutar de la
piscina y la media pensión o pensión completa.
Por todo ello, es lógico que el Low Cost haya tenido que
pescar entre el público español: el otro turismo ya lo tiene a mansalva. No es
que Benicassim haya tratado nunca mal al “indie” patrio, todo lo contrario,
pero la apuesta alicantina es más decidida: el 90% de los asistentes son
nacionales y los mejores horarios se reservan para los Lori Meyers, Fangoria,
Vetusta Morla o Love of Lesbian.
Se agradece del Low Cost su buena organización: un recinto
rodeado de hoteles donde poder pasar las resacas, suficiente espacio para el
fluir del público, que se cuenta en más de 10.000 personas, incluso,
probablemente y estirando mucho, se pueda acercar a las 20.000; tres escenarios
suficientemente separados entre sí como para que el sonido no se mezcle pero
suficientemente cerca como para que no haya que ir con linterna al siguiente
concierto y bastantes zonas de descanso, incluyendo dos estadios de fútbol con
hierba y lo que eso significa: el placer de poder ver un concierto, ya
derrotado, mientras te sientas con una copa en la mano.
La calidad del cartel, al menos en 2011, desde luego
acompañó. Es complicado, casi imposible, encontrar tantos buenos grupos por un
precio de 60 euros el abono. Low Cost en estado puro. ¿Cómo se financia eso?
Bueno, supongo que Budweiser tendrá algo que ver pero aun así las cuentas salen
con dificultad: unos 25 grupos por día con sus respectivos cachés, estancias,
equipos… hacen una cuenta de gastos realmente descomunal.
Quede eso para los contables. El aficionado mochilero tuvo
emociones fuertes desde el primer día hasta el último. La idea de colocar a los
cabezas de cartel en la franja de las 10 de la noche a la 1 de la mañana fue
brillante: permite a los más castigados irse pronto al hotel y deja margen a
los más fiesteros para quedarse bailando con Crystal Castles, Cut Copy,
Fangoria o el grupo de referencia que elijan.
El jueves, uno podía ya empaparse del enorme Eli “Paperboy”
Reed, Stay, Lori Meyers, Vinila Von Bismarck o los siempre sosos The Pains of
Being Pure at Heart. La cosa no fue precisamente a menos: viernes muy sólido,
desde las 8 de la tarde, con Sidonie, pasando por OK Go! y Vetusta Morla hasta
llegar a un sobre-excitadísimo Mika y un sábado espectacular, con Maga ya desde
las 7,30 para después perderte en Sexy Sadie, Cosmonauta, Mando Diao,
Standstill… hasta llegar a Love of Lesbian, curiosamente la banda más esperada
del fin de semana.
El fenómeno Santi Balmes es muy curioso. Yo desde luego lo
entiendo porque su música me encanta, pero es complicado de entender que un
grupo lleve cinco discos en el mercado y al sexto se convierta en un fenómeno
de masas casi de la noche a la mañana: el “fenómeno John Boy” arrasó Benidorm,
con camisetas, gorras y garabatos en los escotes al más puro estilo fan
noventera… En mi opinión, el concierto estuvo a la altura, en la opinión de
otra gente estuvo más bien flojo.
Esto nos lleva a un punto muy divertido cuando uno acude a
un festival con un mínimo afán crítico. No solo es que al día siguiente cada
periódico critique lo que el otro alaba y ponga por las nubes lo que para el
otro ha sonado horrorosamente mal… eso siempre ha pasado y no tiene nada de
malo. Lo curioso ahora es el fenómeno Twitter, que da pie a la crítica
instantánea, de manera que a mitad de concierto, ya sabes, vía hashtag, que a
la mitad del público el concierto le está pareciendo increíble y a la otra
mitad cree que el sonido es muy malo y se ha ido a ver a Delafé.
Imposible acertar. Lo bueno es que se siga intentando. Ya
digo que no sé cómo cuadran los números para tener un festival así pero desde
luego es una bendición que exista: autobús directo, hoteles cercanos, cómodos y
baratos y un precio irrisorio para el pedazo de cartel de este año. ¿Está
condenado el Low Cost a vivir a la sombra del FIB? Bueno, por la segmentación
del público, nada parece indicar que en agosto no fuera a funcionar mejor y así
los fieles podrían aplazar los gastos. Supongo que la idea es que el inglés que
viaja a Benicassim una semana se dé una vuelta la siguiente por Benidorm.
No fue esa mi experiencia. Mi experiencia tuvo que ver con
chicos madrileños, valencianos, manchegos o andaluces llegados el mismo fin de
semana para ver los conciertos. Si había una marea extranjera, sinceramente, se
supieron ocultar muy bien.
Artículo publicado originalmente en la revista Neo2