El Barcelona empezó el partido con malas vibraciones: ya la alineación presagiaba problemas... la suplencia de Busquets, se supone que por molestias aunque luego saliera a jugar, obligaba a Guardiola a repetir el triángulo Abidal-Mascherano-Keita en el centro de la salida del balón. Aquello, igual que en el Bernabéu hace dos semanas, fue un auténtico desastre. El Barcelona tardó diez minutos en mover mínimamente el cuero y encontrar salida: la presión del Oporto, muy arriba, similar a su vez a la del Madrid, puso en muchos apuros a los jugadores culés.
Aunque ninguna de las oportunidades de los portugueses fuera especialmente clara todas rondaron el gol: Valdés se lució en un par de intervenciones, Guerín y Hulk, incansables, rondaron los postes y cada corner cerrado acababa con la habitual sensación de agonía a la que ya se ha acostumbrado el hincha culé. Lo que no es normal es que, solo en la primera parte, el Barcelona ya concediera cuatro saques de esquina.
Salir vivo de aquellos primeros 15 minutos fue clave para el partido. Probablemente los portugueses hubieran merecido una mínima ventaja, tanto por deméritos ajenos como por méritos propios: cuando Hulk parecía imparable en el desborde y el choque, tuvo que ser Xavi de nuevo el que retrasara su posición los metros justos para darle un apoyo a sus centrales y poder conectar arriba.
A partir de ahí empezó otro partido. Por supuesto, el Oporto, un equipo descomunal que probablemente fuera el año pasado el mejor de Europa tras el Barça, conquistando el triplete con la Europa League, y demostrando una superioridad arrolladora -cómo olvidar el 5-1 que le cayó al Villarreal en semifinales de aquella competición-, siguió teniendo opciones, pero ya a la contra. Poco a poco, gota malaya, el Barcelona pasó la primera línea de presión y a partir de ahí encontró muchísimas facilidades: en cuanto el balón llegaba a Iniesta o Messi, diez metros más atrás para entrar en contacto con sus compañeros, la defensa adelantada de los portugueses pasaba muchos apuros.
Pedro estuvo a punto de marcar solo ante el portero y minutos después tuvo que ser de nuevo Messi el que, regateando al portero y esquivando la llegada de los dos defensas portugueses, cruzaba para el 1-0.
El gol, como es habitual frente al Barcelona, cambió el partido. Incluso Keita pareció mejorar su posición táctica, hasta ese momento completamente perdido; la posesión volvió a ser azulgrana y la segunda parte discurrió placenteramente dentro de un cierto aburrimiento. Honestamente, no fue el mejor partido de la historia reciente de ninguno de los dos equipos. El Oporto estuvo a punto de marcar en un tiro lejano de Moutinho que Valdés sacó in extremis pero decidió no arriesgó más: bajó líneas en la presión y se limitó a esperar el error del contrario, muy lejano de su idea habitual del juego.
La cosa pudo salirle bien: primero, por los errores de Villa y Pedro en dos definiciones claras uno contra uno; segundo, por un error gravísimo de Abidal, que repitió una jugada que ya hiciera Busquets en liga el año pasado contra el Athletic de Bilbao y costó un penalty. El francés quiso salir regateando, de hecho, consiguió dejar atrás al primer rival, pero se adelantó demasiado el balón en la salida... la pelota quedó dividida y el jugador portugués llegó primero, con lo que Abidal le arrolló. Ni el árbitro ni el linier consideraron la jugada punible. Posiblemente, el Oporto no hubiera merecido el empate, pero el Barça jugó con fuego y tarde o temprano se quemará.
Busquets salió por Adriano, corrigiendo el error inicial: los dos medio centros de la plantilla acabaron de centrales, lo que dice todo de la planificación de la plantilla respecto a esa posición. Abidal volvió al lateral y Alves ya se instaló como extremo. La expulsión de Rolando por doble amarilla, tras cortar una nueva internada de Messi en eslalom, terminó de hundir al Oporto. Cesc entró para dar más control al juego y volvió a estar impecable: el ex capitán del Arsenal no tendrá nunca el desborde ni la velocidad de los Pedro, Messi, Alexis o Villa, pero su calidad compensa esa carencia sabiendo exactamente dónde colocarse.
En una nueva recuperación, Messi avanzó un par de metros y vio la llegada desde atrás del hijo pródigo: Cesc, habilitado, definió de maravilla fusilando al portero. Quedaban tres minutos y la remontada era imposible. Ya celebraba el Barcelona su decimosegundo título en los tres años que lleva Guardiola en el banquillo cuando Guarín hizo una feísima entrada a Mascherano que dejó a su equipo con nueve. Ni siquiera rechistó pero corriendo los tiempos que corren, es obvio que todo el mundo hablará del penalty y de las dos expulsiones.
Eso no debería empañar la superioridad del Barcelona, sobre todo en la segunda parte. Sin duda, fue mejor y mereció la victoria aunque estuvo lejos de ser el equipo dominador e inmaculado que maravillara el lunes en el Gamper ante el Nápoles. Sea como fuere, lo cierto es que tras una pretemporada dudosa, con posibles fallos de planificación de plantilla y una alineación que hoy no invitaba al optimismo, el Barcelona empezará la liga con dos títulos ya en el bolsillo.
Un excelente comienzo cara a una temporada que se antoja dura y tensa. De entrada, el lunes, espera el Villarreal dispuesto a sacar partido del aparente caos táctico que ha demostrado el Barcelona en momentos de este mes de agosto.