Telemadrid emitía su parte del tiempo de la media tarde dentro del programa "Madrid directo" desde lo alto del edificio de Iberia en la Avenida de América. Los madrileños lo reconocerán con facilidad porque hace casi esquina con Francisco Silvela, tiene más de veinte plantas y en lo alto hay un logo de neón de la compañía que se apaga y se enciende sin prisa pero sin pausa durante toda la noche.
Aquello no habría tenido nada de especial si T. no viviera en el piso 19º de aquella casa, es decir, si cuando no hubiéramos tenido que compartir más de una vez ascensor con productores, cámaras y aquel rubito poca cosa, con sonrisa forzada y un atractivo muy difuso.
Supongo que Jaime Bores era guapo, a las chicas de mi instituto les gustaba, al menos. Digamos que era objetivamente guapo pero se derretía en las comparaciones como un terrón de azúcar. Esa sería mi definición de Jaime Bores: un terrón de azúcar. Estuvo de chico del tiempo en Telemadrid una temporada y luego vieron el filón a esa sonrisa ambigua y le pusieron a presentar programas y magazines. A mí me parecía soso, pero igual eran celos, no sé decirlo. Cuando T. estaba de por medio, cualquier cosa era posible.
TVE se fijó en él y le puso a presentar un "talk show". Eran los tiempos en los que empezaban los "talk shows" pero todo muy light: la onda Oprah pero más divertido, sin llegar a los dramones que llegaban de Sudamérica ni la burla constante y friki que supondría después "El diario de Patricia". Lo de Bores era una especie de indefinición, de risa amable, televisión de primera legislatura del PP, vaya, sin estridencias. El chico estuvo nominado a un TP, era un yerno ideal.
Bores llegó a Telemadrid en 1993 como ex modelo y salió de TVE en 1999 convertido en estrella. Una estrella a la que le han cancelado su programa, pero una estrella al fin y al cabo. Con el fin de la década, el personaje desapareció. Después hizo cosas muy sueltas y esporádicas, pero se cansó de fingir una felicidad ojerosa y se borró del mapa. Supongo que si miro ahora en Internet habrá mil teorías de la conspiración que tendrán que ver con drogas, sexo y malas compañías, pero hay días en los que Internet me interesa lo justo y hoy es uno de ellos.
Recientemente apareció en "La Noria", que viene a ser el "Aquellos maravillosos 90" de la televisión basura, pero no me paré a escuchar lo que decía.
Me quedo con el Bores del ascensor de T. y me quedo con la casa de T., esa terraza que invitaba al vertigo y desde la que parecía que la ciudad entera estaba a tus pies. Una terraza de incendio y lira. Todos fuimos muy felices en ese piso y, con los años, como es lógico, todos acabamos desapareciendo.