Jan Ullrich atacó al
pie de uno de los puertos que llevaban a Andorra –no recuerdo el nombre-
y dejó a todos sin resuello, cabizbajos. En la radio, Ángel González Ucelay
se volvía loco: “Ahí va el alemán rumbo a la leyenda, rumbo a Paris,
sí, pero… ¿de qué año?” Aún sin cumplir los 23, Ullrich ya había sido
segundo de un Tour que hubiera ganado de no dedicarse a prepararle los
sprints a Zabel y las subidas a Bjarne Riis
y, un año después, su dominio era sencillamente arrollador,
incontestable. No solo ganó aquel Tour del 97 sino que su ventaja con
respecto al segundo rozó los 10 minutos.
Aquello iba para largo, para muy largo.
La gente empezó a hablar de 6,7, 8 Tours de Francia… Ullrich arrasaba
contra el reloj y a pesar de su corpulencia subía con una potencia
inaudita. Parecía una versión incluso mejorada de Induráin y se plantó en la salida del Tour 98 como único favorito, sin opción para nadie más, muy por delante de los Olano, Hamilton, Virenque, Jalabert y compañía…
En la séptima etapa dio el primer
hachazo: etapa y liderato en una contrarreloj exigente, con casi un
minuto y medio de ventaja sobre el segundo y más de cuatro minutos sobre
Marco Pantani, reciente ganador del Giro de Italia y
escalador de los que marcan época. La ventaja conseguida en un solo día
era tal que a Ullrich no le importó que el italiano le recortara 23” en
Luchon o casi dos minutos en Plateau de Beille. A él le bastaba con
controlar a Hamilton y Jalabert, los que le podían hacer daño
contrarreloj: a Pantani se le acabaría pronto el gas y el entusiasmo
post-Giro.
Así siguieron las cosas, inamovibles,
hasta la decimocuarta etapa, el primer contacto serio con los Alpes:
subida del Galibier y meta en Les Deux Alpes. Los Kelme se mostraron muy
activos: Escartín atacó en el penúltimo puerto, Pantani se pegó a su rueda y Serrano
les dejó al pie de la última ascensión. Detrás, los Telekom impusieron
su ritmo de caza: la ventaja en la cima del puerto era de tres minutos
pero tras el descenso se había quedado en poco más de minuto y medio.
Todo esto para esto. Era un día espantoso, con muchísimo frío y
muchísima lluvia. Justo cuando están a punto de afrontar las primeras
rampas de Les Deux Alpes, Jan Ullrich pincha.
El Telekom tiene que pararse en seco y
ayudar a su líder a remontar posiciones poco a poco en un pelotón ya
partido en mil pedazos. La paliza que se pega Ullrich para alcanzar la
rueda de los mejores es descomunal y para cuando cree que ha llegado,
Pantani ya se ha ido de Escartín y de todos,
balanceándose sobre la bicicleta, pañuelo al viento e imperial, rumbo al
doblete que nadie conseguía desde el gran Induráin.
A Ullrich se le hincha la cara: ese
gesto será su maldición durante años y años. Cuando Ullrich está mal, se
infla como un globo y en vez de subir, baja. Al segundo kilómetro del
puerto, le empiezan a pasar todos los que él había adelantado
anteriormente. Algo va mal. Algo va muy mal. Riis y Bolts
se quedan con él, en la vana esperanza de que se recupere y al menos
aguante el amarillo. La distancia con Pantani, recordemos, sigue en los
tres minutos en la general y solo queda coronar y bajar a meta.
Pero Ullrich no puede, lleva una pájara de escándalo.
La diferencia vuelve a los tres minutos, luego sube a cuatro, luego a
seis. Pantani vuela y Ullrich se hunde. A la llegada a meta, “El Pirata”
levanta los brazos con rabia y orgullo mientras espera al alemán, que
no llegaría hasta nueve minutos después, completamente descompuesto.
Ahí se acabó la leyenda de Jan Ullrich,
en una tarde de perros cerca de un cantón suizo. Tenía solo 23 años,
pero no se recuperó jamás de aquel palo inesperado: a base de
combatividad y talento consiguió acabar aquel Tour en segundo lugar y
ganar la Vuelta a España de 1999.
Después, su historia fue la de un perdedor. Probablemente, el perdedor con más clase que haya visto nunca. Todos sus duelos con Armstrong,
que marcarían los siguientes seis años, seguían un mismo patrón: el
americano mostraba debilidades, Ullrich se ponía a tirar como loco,
dejándose la piel para machacarlo definitivamente y en ese momento, el
de Texas sacaba fuerzas de flaqueza, decía “nos vemos arriba” y pegaba
un demarraje seco, a molinillo, que acababa con los pómulos de Ullrich a
punto de estallar.
Incapaz de superar a Armstrong
contrarreloj y muy inferior en la montaña, abusando siempre de
desarrollo,
Ullrich acumuló a lo largo de su carrera hasta cinco
segundos puestos y un tercero, desde 1997 a 2005. Justo el año que su
archienemigo decidió retirarse, a él lo retiró la Operación Puerto, una
trama anti-dopaje que se llevó por delante a medio pelotón.Triste final
para un campeón del mundo, campeón olímpico y ganador de Tour y Vuelta.
El hombre llamado a ganar siete veces el Tour de Francia y que se cansó
de ver a Armstrong ocupar su puesto.
Aburrido y sancionado, decidió volverse a
Alemania, manifestar su inocencia con cierta desgana, engordar sin
límite alguno y recordar su leyenda. Se dice que aún compite, de vez en
cuando, en pruebas amateur con un nombre secreto mientras prepara una
autobiografía, con la esperanza de que al menos ahí encuentre un final
feliz.
Artículo publicado en la revista Jot Down, dentro de la sección "No pudo ser"
Artículo publicado en la revista Jot Down, dentro de la sección "No pudo ser"