lunes, junio 17, 2019

Olga Viza en Alcasser


De todas las imágenes que nos deja el documental de Elías León Siminiani sobre "el caso Alcasser" -no confundir, como bien apunta uno de los entrevistados, con "el crimen de Alcasser"- me quedo con la sala aquella repleta de rabia y preparada para el uso y abuso de Nieves Herrero. No ya con las barbaridades de la propia presentadora, que por otro lado le costaron prácticamente la carrera, sino con Olga Viza interrumpiendo aquel chiringuito para anunciar, solemne, que ya eran dos los detenidos por el crimen, con las correspondientes pausas dramáticas para permitir que "el pueblo" aplaudiese y corease su venganza.

Olga Viza. Ese fue el problema de Alcasser. No ya Nieves Herrero o Pepe Navarro. Uno siempre cuenta con una Nieves Herrero o un Pepe Navarro para montar el espectáculo, pero también espera que haya una Olga Viza como muro de contención del sensacionalismo. Aquel día no la hubo. Ni aquel día, ni los siguientes, por otro lado. Lo más importante del documental pasa un poco desapercibido porque no chirría: esas dos reporteras del diario Levante partiéndose la cara "por contar la verdad" frente al histrionismo falaz de Fernando García y Juan Ignacio Blanco; ese ex policía que tenía que lidiar en Canal 9 con toda clase de desconsideraciones solo por no compartir los delirios de las víctimas.

Puede que en la instrucción del crimen de Alcasser hubiera errores y puede que fueran o no intencionados (las prisas no suelen llevar a nada bueno) pero el documental no entra demasiado en eso, es decir, no pretende ser "Making a murderer". Entra en el fenómeno sociológico de ese padre y su consejero áulico expandiendo rumores como locos y los medios haciendo de repetidores insensatos. "El caso Alcasser", en definitiva. Todas las noches que pasamos enganchados a la televisión y soñando con conspiraciones. La adrenalina de los veinte años. Por supuesto, sigue habiendo cosas que no cuadran y ahí sigue esa investigación abierta contra "Antonio Anglés... y otros" porque, si algo destacó del crimen fue su extrema violencia, la disparidad entre lo cutre de los criminales y lo majestuoso de su sanguinario despliegue.

Solo que a veces es así, supongo. A veces, los cutres son los más peligrosos y todo lo demás no es investigación sino estética.

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"Kurt Cobain: montage of heck", así se llama el documental de 2015 que rescata estos días Movistar Plus y que sigue la vida del cantante de Nirvana desde su nacimiento hasta su muerte veintisiete años más tarde. Básicamente, un seguimiento de sus diarios con banda sonora y un abundante archivo audiovisual tanto de su infancia -un adorable niño rubio siempre sonriente- como, sobre todo, de sus años junto a Courtney Love, incluyendo material bastante explícito donado por la propia Love. Al fin y al cabo, la productora del documental es su hija Frances Bean.

Hay partes que no se tratan demasiado, por supuesto: por ejemplo, se insiste en la fragilidad de Cobain y en su incapacidad para lidiar con el éxito pero apenas se menciona -creo que solo una vez, en una de esas entrevistas apáticas que dejaban de vez en cuando en alguna emisora local- lo ambicioso que era. Eso lo sabían perfectamente en Geffen: Cobain quería seguir siendo fiel al punk-rock y a la escena underground del north-west... pero también quería ser número uno, quería la mayor promoción, quería oír sus canciones por todos lados.

Probablemente, sea la figura de los últimos cincuenta años que más se ha parecido a Paul McCartney, y podría haberse tirado todos estos años componiendo canciones pseudo-pop de dos o tres acordes de no haber sido por algún tipo de fallo genético, alguna anomalía. Él era un Paul McCartney sinceramente infeliz, es decir, era Cristo y el Anticristo al mismo tiempo. Quería oírse a sí mismo en todas las emisoras pero a la vez se odiaba a sí mismo, odiaba sus canciones y odiaba esas emisoras. Puede que en algún momento de su vida fuera un tipo encantador pero en la mayoría de ocasiones se muestra como un perfecto gilipollas egomaníaco.

La Chica Diploma, a la que le fascina el personaje probablemente porque el fenómeno la pilló muy joven, sigue creyendo que a mí me da pena que Kurt Cobain se suicidara. No, a mí me da pena, por este orden, que mi adolescencia vaya quedando tan lejos y que se perdiera tanta música por el camino. Ahora bien, el personaje no me dio pena nunca, ni siquiera en 1994. Kurt Cobain no era Amy Winehouse, no era Whitney Houston, no era George Michael. Kurt Cobain no era un suicidófilo, era un suicida. El típico tío al que le duele el estómago y acaba enganchado a la heroína porque es el camino más corto hacia la destrucción.

Un genio, por otro lado, sobre eso no debería haber grandes discusiones.

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Entiendo que todos los que se escandalizan por los amaños de Carlos Aranda y Raúl Bravo no han leído "Juego sucio", de Declan Hill... donde ya se explica cómo se pueden llegar a amañar partidos incluso en una Copa del Mundo y por gente que no te llama por teléfono para amenazarte de nada. No les hace ninguna falta.