domingo, enero 28, 2007

Una tarde en el júrgol



Tienen razón los amantes del fútbol cuando dicen que su deporte es diferente. No sé si tienen tanta razón en mostrarse orgullosos por ello. Lo primero que le choca al espectador ocasional cuando entra en un estadio es la tensión contenida y la rabia que se expresa desde el primer minuto. Por mi experiencia, el ciclo, invariablemente, es el siguiente: en la primera parte, el seguidor local está convencido del triunfo de su equipo. Por ello, en vez de animar a los suyos, descarga su rabia contra el rival, una panda de cornudos, bastardos y asesinos.

En la segunda parte, si el equipo local no se ha adelantado, la rabia cambia de bando. Es decir, llega la frustración. Los cornudos y bastardos empiezan a ser los propios, además de maricones, borrachos y mujeriegos. La ristra de insultos sólo puede ir variando en caso de gol.

No es un deporte muy recomendable para los niños, por ejemplo. Mejor que lo vean en casa si son capaces de soportar a Andrés Montes.

Tampoco es demasiado recomendable ir al Vicente Calderón cuando se está bajo cero, pero forma parte del encanto. El fútbol es una aventura. Una aventura salvaje, para más señas. En nuestros palcos o nuestras butacas nos portamos como animales, luego bajamos a la zona del bocadillo y le hacemos carantoñas a nuestros hijos.

Una experiencia, en cualquier caso. Lástima que al final le empataran al Rácing. Lástima que la garganta de mi tío no aguantara la segunda parte. Gracias, en cualquier caso.