La teoría de la conspiración del 11-M se puede dividir en dos posiciones: una fuerte y una débil. La fuerte mantiene que ETA fue la responsable de los atentados, valiéndose para ello de un grupo de islamistas y no islamistas, dispuestos por dinero y un cierto fanatismo de sus líderes a llevar a cabo en primera persona el atentado.
Esta posición suele defender también que el CNI era perfectamente consciente de la alianza pero no informó de ello al Gobierno Aznar sino a Vera y Rubalcaba, para que el PSOE pudiera sacar rédito electoral de la alianza y así, desde el Gobierno, se consumaran las reuniones que –según reconoce Batasuna- el PSE venía teniendo con ETA desde 2003.
Bien, así explicada, esta postura es demencial.
La segunda posición, llamada débil, se limita a no descartar la participación de ETA en el atentado aunque fuera muy de refilón. El atentado sería obra de los islamistas, pero con ayuda en la planificación y en la logística de determinados miembros de ETA. Ni siquiera la banda como tal sino determinados miembros que sabrían mejor que El Chino cómo poner mochilas bombas en trenes.
Por ejemplo, Henri Parot.
Esta teoría suele caer en exageraciones y errores políticos. Aunque por sí misma no es delirante –efectivamente, podría haber miembros de ETA que de manera individual tuvieran alguna relación con algún miembro de la célula de Lavapiés, aunque el proceso judicial hasta ahora lo descarta- tiende a justificar los errores de comunicación del Gobierno entre el 11 y el 14 de marzo.
Pareciera que, si ETA o alguno de sus miembros hubiera tenido relación con el atentado, sea como mediadores o como ideólogos o como meros ayudantes, eso daría la razón a Acebes cuando inculpó directamente a la banda terrorista. Eso no es verdad. Lo que decía Acebes y lo que ha venido manteniendo desde entonces de una manera más o menos explícita es lo que hemos llamado la posición fuerte de la teoría.
Por otro lado, la mera exposición de esta posición débil causa unas reacciones también exageradas en el actual Gobierno y sus aliados, como si la posibilidad de que ETA tuviera algo que ver con el atentado les deslegitimara de algún modo, lo cual es rotundamente falso. El Gobierno está legitimado por sus votos y sus aliados democráticos.
Si uno quiere creer en la teoría de la conspiración o no es una decisión personal. Muchos ciudadanos creen a pies juntillas. A otros les parece un delirio. Lo que esperamos del juicio es que permita a todos los ciudadanos ponerse de acuerdo. De entrada, los primeros pasos parecen acertados.
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