La declaración del PNV de que "Ibarretxe no es un ciudadano más" deja bien claro cuál es la concepción del poder que tiene el nacionalismo. Prácticamente cualquier nacionalismo. Ibarretxe no es un ciudadano, es un líder, un caudillo, un guía. Ahora traduzcan esa terminología al italiano y al alemán, a ver si les suena lo que sale.
Por supuesto, en cualquier legislación no nacionalista, Ibarretxe es un ciudadano más. Esto es así desde que en enero de 1793 el ciudadano Luis Capeto fuera ejecutado por los revolucionarios franceses.
De hecho, el PNV no aceptaría que la "alta responsabilidad" que supone tomar decisiones en el Gobierno, sea del País Vasco o sea de España, encubriera decisiones criminales como organizar una banda armada contraterrorista. No parecieron aceptarlo en su momento, por lo menos. En ese caso, Barrionuevo fue un ciudadano más, no un ministro. Felipe González era un ciudadano más, no un presidente.
Uno fue declarado culpable, el otro no fue procesado. En eso consiste la Justicia.
No hay ningún motivo para rasgarse las vestiduras por que Ibarretxe haya sido encausado. De momento, ni siquiera se ha decidido empezar un juicio contra él por su reunión con Batasuna. No es una amenaza a las instituciones vascas, en ningún caso, como reclamaban los miles de manifestantes de este fin de semana. De hecho, el Tribunal que le investiga es vasco.
Simplemente es una investigación judicial en torno a las actividades de un ciudadano. Sólo eso.
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