No hay tanta diferencia entre lo que escribía
antes y lo que escribo ahora. Es sólo una cuestión de edad. Los personajes han crecido y ya no se enamoran, ahora viven su extrañamiento del mundo de otra manera: viajan, se van de vacaciones, se encierran en casas, venden discos, publican libros...
Si uno se fija bien, la materia de trabajo es la misma: la perplejidad. El mundo como algo inabarcable y que no cuenta con nosotros y que pasa a una velocidad que nos deja al margen. Mis relatos tienen un protagonista -que está irremediablemente perdido en todas las circunstancias posibles- y un contrapunto sosegado, relajante. Un ansiolítico.
A veces, el contrapunto se aprovecha de la perplejidad, a veces, simplemente, la modera.
Uno escribe según vive y la mayoría de mis relatos tienen que ver con enfermos que se medican. Enfermos que no se consideran enfermos, por supuesto. Enfermos que ni siquiera desde fuera parecen enfermos, sino cualquier otra cosa: actores famosos, promesas de la literatura, cantantes satisfechos de sí mismos... pero enfermos en cualquier caso. Con carencia de sentido de la realidad.
¿O quizás sea todo lo contrario? Quizás su sentido de la realidad está hiperactivado, de manera que ven en cada detalle un artificio, en cada hecho, una sombra, en cada mirada, solamente un símbolo, una apariencia...
Así, el resumen de mi obra hasta el momento es muy sencillo: un enfermo, un ansiolítico y en medio un montón de realidad. Por exceso o defecto.
Ah... y la chica, por supuesto.