Hace unos pocos días, un conocido
columnista publicaba un artículo llamado “Sí a la guerra”, en el que
invitaba a no dejar impunes las atrocidades de Al-Asad y criticaba de
paso el reiterativo “No a la guerra” que determinado pacifismo, no
exclusivamente de izquierdas porque ahí está también la iglesia
católica, vocea cada vez que hay un conflicto internacional.
Creo que el debate al respecto de las intervenciones militares es a
la vez demasiado abstracto y demasiado concreto. Me explico: no se puede
decir “No a la guerra” ni decir “Sí a la guerra” sin saber de qué
guerra estamos hablando ni qué consecuencias va a tener, ni cuál va a
ser la estrategia militar, ni quién va a poner los muertos, ni cuántos
muertos van a ser ni si merecerá la pena, en el sentido de que el
balance de víctimas y la situación de los supervivientes sean más
asumibles en términos morales que si no hay intervención militar alguna.
De entrada, en este caso al menos, este argumento llamémoslo de nuevo
pacifista cae en un error: en Siria ya hay una guerra. Si no, ustedes
me dirán para qué iba a andar Al-Asad gaseando a los ciudadanos, que,
por cierto, no son “su pueblo”, dejemos los mesianismos a un lado. Por
lo tanto, la tesis sería más bien algo parecido a “dejémosles a ellos
con sus guerras que ya sabrán qué hacer” y se criticará de nuevo el
imperialismo occidental intervencionista, su prepotencia y ese largo
etcétera de tópicos cuando Estados Unidos está de por medio en un
conflicto.
Lo que nos lleva a lo concreto: casi toda discusión bélica acaba
teniendo como único referente el 30 de septiembre de 1938 y la figura de
Lord Chamberlain, a la sazón primer ministro británico, que vuelve
exultante de Munich blandiendo el documento de “paz” que ha conseguido
firmar con Mussolini y Hitler. Todo está ahí, en ese terrible error
estratégico del Reino Unido, en esa asunción de que la paz era cerrar
los ojos y así el mundo dejaría de existir. Desde entonces, el argumento
se repite: la guerra, mejor preventiva, no dejemos que los
totalitarismos y las amenazas crezcan, cortémoslas de raíz...
El problema es que la realidad no entiende de tácticas ni de
estrategias. No todas las guerras son iguales, no todos los conflictos
tienen la misma solución. Es lo que siempre se ha llamado
realpolitik
y cada vez es un término más denostado por el “buenismo” imperante, el
que cree que cada una de nuestras acciones debe de ser la propia de un
legislador universal, a lo Kant, que mejore el mundo sin mirar sus
propios intereses, a la vez que le niega esa superioridad moral de
entrada. Un contrasentido absoluto.
Llámenme cínico, llámenme lo que quieran, pero entiendo perfectamente
que un país elija a sus aliados y los apoye igual que elige a sus
enemigos —o ellos lo eligen a él- y los vigila de cerca. Entiendo que un
país permita que su aliado tenga armas químicas y su enemigo no las
tenga. Simplemente porque se las puede tirar a la cara en un momento
dado. Instinto de supervivencia. Una vez asumido eso, ¿quieren saber mi
opinión sobre la posible guerra de Siria?, ¿quieren que la resuma en un
“sí” o un “no”? Como ven, o deberían haber visto, me es imposible. No sé
lo que quieren decir cuando dicen “guerra”, ¿es un bombardeo, una
intervención aérea o terrestre, una invasión del territorio?, ¿van a
quitar al presidente actual y poner a otro?, ¿a qué otro?, ¿a qué
precio?, ¿cuánta gente morirá en uno y otro bando?
Perdónenme el egoísmo, pero, ¿cuánta gente va a morir de mi bando si
me apunto?, ¿a cambio de qué?, ¿cuál es el Plan B?, ¿y el Plan C? ¿Se
asume que entrar en guerra, por muy equívoca que sea la definición no es
algo que dependa solo del coraje de la defensa de los principios
morales? Esto es muy importante: ¿vamos a saltar como adolescentes
detrás de cada injusticia en el mundo después de asumir que es lícito
que cada país entienda lo que le es justo y lo que no? Y además, ¿lo
vamos a hacer como adolescentes cobardes, es decir, enviando a nuestros
primos de Zumosol a morir en Damasco?
La pregunta no es: ¿Sería deseable que hubiera una policía mundial,
un ejército mundial que vigilara cada aberración en cualquier lugar del
mundo sin mirar alianzas estratégicas?, sino, ¿es posible algo siquiera
parecido en la realidad o se trata de una nueva exigencia de unicornios?
Yo necesito respuestas a todo esto porque “todo esto” no se soluciona
con teoría: no quiero a Al-Asad en Siria, no lo quería hace dos años
cuando me manifestaba junto a sus disidentes por Madrid —y la policía
acababa cargando-, me repugna la muerte de civiles inocentes con armas
que no deberían existir según los tratados internacionales, me preocupa
mucho que los países de siempre apoyen a esos regímenes que no entienden
de tratados y creo que los actos así no deben quedar impunes.
A la vez, no voy a apoyar con ojos cerrados cualquier tipo de
intervención militar, sea la que sea, “a ver si aprenden”. Todos sabemos
que Chamberlain actuó tarde y fue un confiado y que Hitler era muy
malo. Puede que Al-Asad sea otro Hitler como lo era Sadam Hussein. Un
buen tipo desde luego no es. Ni uno ni otro. Ahora bien, ¿qué
intervención, por parte de quién, con qué objetivo, bajo qué legalidad,
con qué consecuencias? No me hablen de una decisión sin consecuencias
porque eso no existe. No existe en la política maquiavélica ni mucho
menos existe en el mundo teórico, beatífico de la moral. La moral se
basa precisamente en que haya consecuencias. Sin determinarlas, sin
explicarlas, pedir adhesiones es buscar rebaños.
Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"