Felipe González se enamoró de su imagen del pasado. La de modernizador de España, el hombre que consiguió integrar al país en la CEE, el que reactivó la economía, el que mantuvo a raya a la derecha sólo a base de carisma durante años. Se enamoró de tal modo que, como todos los enamorados, negó la realidad: nunca hubo corrupción, nunca hubo GAL. Sostenella y no enmendalla.
Sus intentos y los de su ministro portavoz -un tal Rubalcaba- por tapar con el dedo cada fuga resultaban patéticos. La realidad se hacía sentencia cada día en un Juzgado diferente y al final, la gravedad siempre gana. González perdió las elecciones.
José María Aznar se enamoró de su imagen del presente. La de salvador económico del país, el hombre que consiguió integrar a España en el Euro, el pequeño gran líder de la política internacional mundial, liberador de Irak, Afganistán... Un reflejo tan enorme que no podía permitir que ningún detalle manchara el espejo: tenía que haber armas de destrucción masiva, tenía que ser ETA, lo que salía del Prestige sólo podían ser pequeños hilillos...
La terquedad en ir contracorriente, en negar la palabra incluso a sus votantes, ese empeño ridículo en caer siempre mal... le acabó costando unas elecciones a su partido. Es cierto que él ya se había ido de vacaciones.
José Luis Rodríguez Zapatero se ha enamorado de su imagen del futuro. La del Gandhi occidental. El hombre de la paz a cualquier precio, la resistencia pasiva, el hombre que acabó con el terrorismo, con los ejércitos, con el mal. Un hombre inmune a la realidad y sus desgracias, su maldad, sus engaños.
Como en el amor y en la guerra todo vale, Zapatero no quiere renunciar a su sueño y por eso donde debe decir "atentado", dice "accidente", donde debe decir "ruptura" dice "suspensión", e incluso cuando todo su entorno ya le ha avisado y alertado y la rebelión a bordo se acerca, se empeña en decir "la energía que tengo para la paz es aún mayor", y donde dice "paz" nadie con sentido común puede entender "rendición".
La Moncloa es un lugar muy peligroso. Demasiados fantasmas.
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