Pedí que me regalaran "Blanco", de Bret Easton Ellis. casi como una formalidad. Lo cierto es que yo me desenganché en "Lunar Park" y desde entonces no he vuelto a reconocer al escritor quirúrgico y solo veo por todos lados a un hombre perdido en busca de psicoanálisis. La promoción de "Blanco", curiosamente, iba por ahí: una especie de ensayo en el que Bret hablaba de su condición de privilegiado por raza y cargaba contra la corrección política y la dictadura de lo inclusivo y de alguna manera defendía a Donald Trump o al menos atacaba a los que continuamente critican a Donald Trump por todo.
Eso es lo que yo sabía del libro y no podía interesarme menos. Sin embargo, lectores de los que me fío empezaron a recomendarlo en redes sociales y, bueno, decidí darle una oportunidad. Fue un acierto a todas luces. Aunque a mí Ellis me siga interesando más a través de la mirada fría, cínica y en consecuencia psicópata de sus personajes -todos lo son, no solo los hermanos Bateman-, en "Blanco" me encuentro con una autobiografía honesta, que me lleva a una época en la que fui feliz -finales de los ochenta, principios de los noventa- y que explica todo lo que hay detrás de cada novela, cada éxito, cada resaca.
A los 54 años, Ellis ya no necesita llenar y llenar páginas repletas de neurosis en las que se insinúa pero no se dice, etc. Ya puede reconocer: mirad, Bateman era yo, Clay era yo... y era yo en este sentido y en esta circunstancia. Y lo lees y tiene sentido porque ya lo intuías. Pero, además, Ellis mantiene ese punto de cinismo, de cierta distancia, de naturalidad, que se agradece. En cierto modo, ha seguido una evolución parecida a la de su admirada Joan Didion, que es completamente opaca en "White Album" o "Slouching Towards Bethlehem" pero se permite sus licencias de compasión en "El año del pensamiento mágico" o "Noches azules".
¿Por qué la promoción no ha tirado tanto hacia Ellis y sus años de estrella post-adolescente sino que ha apuntado hacia Trump? Bueno, los dos enfoques están en el libro: el debate sobre los privilegios, sobre las minorías y sobre lo políticamente correcto forma parte del ensayo. No voy a negarlo. Pero qué delicia volver a encontrarnos con Clay, con Julian, con Blair... qué riqueza de anécdotas y qué bien contadas. Lo que estuve a punto de perderme por intentar vender el escándalo donde solo había terapia.
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Una cosa que me hace gracia de la traducción es la referencia al famoso anuncio "Disappear here" de "Menos que cero" como "Desaparece aquí". Durante años, desde la primera traducción de Anagrama, siempre ha sido "Desaparezca aquí" y Nacho Vegas puede dar fe de ello, que para algo tituló uno de sus discos así. Me hizo pensar por un momento en si eso decía algo de nuestra sociedad. La frase en inglés admite las dos traducciones, ninguna es incorrecta. ¿Hubo algo que empujó al traductor de los 80 a pensar que al cliente hay que tratarle de usted y algo que empujó al traductor de 2020 a pensar que lo lógico era el "tú"? Puede ser. Me parece un debate interesante y que desde luego va mucho más allá de la filología.
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Paseo hasta la Puerta del Sol, ni más ni menos, para encontrarme a mí mismo, es decir, para encontrar mi libro. El problema es que llego tarde, claro. A estas alturas ya no queda nada de mí en ningún lado, todas las tiendas han cerrado antes de tiempo por la dichosa Fase 1 y el paseo se convierte ni más ni menos que en eso: un paseo. Además, ya ni siquiera me enfado, ni siquiera me escandalizo. Uno se va acostumbrando a las caras sin mascarillas y a las terrazas atestadas llenas de risas y charlas. Así ha sido siempre. Uno se olvida del shock y se olvida del miedo mientras camina con el "Unplugged" de Nirvana en los cascos (intuyo cierta torpeza en el solo de guitarra de "The man who sold the world" pero, a la vez, ¿no añade esa posible torpeza una capa más de ternura y desesperación?) y esquiva veinteañeros por Olavide, donde el olor a tortilla ha vuelto, y con el olor ha vuelto la vida.
Como expedición no ha valido mucho la pena, la verdad, pero quizá como trabajo de campo, sí. El caso es que el capitán Scott vuelve a casa -las mismas caras felices, las mismas bocas descubiertas, las mismas mesas juntas para poder estar aún más cerca unos de otros- y, para evitar malos humores, se pone a Eliza Doolittle. Tengo la sensación de llevar diez años viviendo en ese disco y no es una sensación molesta. Cada cierto tiempo, me acuerdo y me lo pongo y disfruto y vengo aquí y lo comento. Eso es todo. Las rutinas. La vieja normalidad pero con otro nombre, a lo Lampedusa.