Es difícil saltarse la unanimidad en el elogio a Krahe y este artículo no será la excepción. Krahe era un genio, sin matices. Quizá no lo fue toda su vida pero lo fue el tiempo suficiente como para quedarse en la memoria de al menos dos generaciones. La última vez que le vi, en una fiesta posterior a un concierto de Joaquín Sabina, le recordé que cuando tenía ocho años perseguía a su hija Violante por su chalet de Ciudad Jardín y le pedía matrimonio. La cosa pareció hacerle gracia, aunque no sé si me recordaba a mí o si simplemente recordaba mi estatus: el sobrino de Pancho, el hijo de Gloria.
De Krahe eran las primeras canciones que escuchaba en aquel "Si yo fuera presidente" donde se consolidaron los músicos de La Mandrágora, cortesía del enorme Tola, el omnipresente y calmado Tola. A mí deberían haberme gustado las de Sabina pero me gustaban las de Krahe porque eran más divertidas y a los diez años eso es todo lo que importa. Krahe, además, tenía ese punto que me recordaba a mí: no era tu mejor amigo pero sabía cuándo no molestar, una virtud poco reconocida.
De manera algo injusta, su personaje quedó un poco a la sombra de Joaquín. Tan a la sombra que esta es la tercera vez que Sabina aparece en este artículo y solo llevamos dos párrafos y medio. No sé si se sintió cómodo con ello o no, solo sé que se limitó a hacerse a un lado. Durante años y años hizo de la Sala Galileo su hogar y cada mes salía a cantar las canciones de siempre y las nuevas, que recordaban a las de siempre de manera escandalosa y a la vez entrañable.
La que se suele destacar de su repertorio es "La hoguera", una canción brillante pero en absoluto a la altura de "Un burdo rumor". Incluso la polémica "Cuervo ingenuo" era maravillosa y quedó enterrada en un mar de conflictos políticos. Aparte de eso, esperar a Marieta como un gilipollas, madre, versionear a Brassens todo lo posible y mantener ese gesto serio, siempre de pie, sin guitarritas ni historias, cigarrillo en la mano, cara de perplejidad ante el propio chiste, movimientos casi espasmódicos de manos, torso y cabeza.
La crítica al machismo -o, quizá, simplemente, la burla al hombre español de los ochenta, tan Imanol Arias en "Cuéntame"- la bordó en "¿Dónde se habrá metido esta mujer?" y ese
Yo que le iba a contar lo de García y de cómo le he parado los pies... Krahe fue mi infancia de manera directa y mi adolescencia cuando buscaba un poco de rebeldía. En cuanto a mi vida adulta quedó por siempre como una referencia del tipo que quizá yo quería ser. Loriga escribió aquello tan bonito de "¿Qué te convierte en una estrella? ¿Que un millón de personas digan tu nombre o que una persona lo repita un millón de veces?" Krahe nunca tuvo millones de personas que le llenaran plazas de toros ni le auparan en las listas de ventas pero tuvo miles dispuestos a repetir su nombre millones de veces.
Quedará en la historia, en parte, como el hombre que pudo reinar, el que de verdad tenía talento en aquella manida Mandrágora, la antítesis de la Movida madrileña, el anti-Rockola de finales de los setenta y principios de los ochenta. Sería más justo referirse a él como el hombre que no quiso reinar nunca y se mantuvo a una enorme distancia de todo. Si alguna vez Violante hubiera dicho sí a mis múltiples peticiones de mano, hoy habría muerto mi suegro. Habría muerto en Cádiz, además, que es donde hay que morir si se quiere vivir en calma. Vaya mi abrazo para su hija y sus amigos. El tópico de las necrológicas dice que la muerte nos deja más solos. En este caso, el tópico es cierto.