Nadie conoce a Alba
García. Ese es uno de los atractivos de la protagonista de “Verbo”, el esperado
primer largometraje de Eduardo Chapero-Jackson, a estrenar el 4 de noviembre. En la
película, Alba interpreta a Sara, una adolescente desubicada en un mundo donde
la familia, la educación convencional y sus propias angustias amenazan con
romperla en pedazos.
Alba empezó el rodaje con 17 años y llega a esta entrevista
con 19. En medio, reconoce, ha habido muchos cambios profesionales y
personales: “Nunca me planteé entrar en el mundo del cine”, dice, “siempre me
había interesado más la música, estudié violín en el Conservatorio de Alcorcón.
Un día mi hermana pequeña me dijo que venían a hacer unas pruebas al instituto
y nos apuntamos, casi por curiosidad”.
De la curiosidad llegó la fascinación. Chapero-Jackson la
vio y se replanteó todo: su película era sobre un chico adolescente en un
barrio del extrarradio donde todo es hormigón y rutina. La historia de su
adolescencia se convirtió en la historia de Alba, la historia de Sara, en
definitiva. “Me tuvieron meses haciendo pruebas, aprendiéndome escenas… hasta
que un día me presentaron a Edu y poco después me dijeron que tenían una escena
algo más larga: recibí un sobre muy gordo y dentro estaba el nuevo guion, no me
lo podía creer”.
Así empezó un viaje emocional duro, porque las películas de
Eduardo siempre son duras para sus actores: sensibilidad a flor de piel. “Me
arroparon todos desde el principio. Me sentí muy cuidada, muy tranquila. Yo no
tenía ninguna formación actoral así que todo iba saliendo por instinto… No sé,
me entendía muy bien con Edu: sabía perfectamente lo que quería en cada momento
porque de alguna manera, en lo personal, yo estaba viviendo cosas parecidas.
Casi no repetimos tomas, fue algo mágico”.
Alba contesta con cuidado y sonríe. No habla de ella sino de
la película. Habla de Sara. Alba no es actriz, no pretende engañar a nadie.
Bebe un sorbo de té y repasa su experiencia como adolescente, comparándola con
la de su personaje: “Hay muchos puntos en común: la sensación de desidia en el
instituto, la relación con los padres… Entendía su dolor, su sensibilidad hacia
lo bueno y hacia lo malo. Siempre he sido una persona con mucha empatía, mucha
comprensión hacia los demás. Al final de la película el problema era que no
sabía qué era mío y qué era del personaje. Los meses después fueron un empujón
porque yo decidí que fueran un empujón, para venirme arriba. Me decía: Si ella puede, yo puedo”.
Uno de los temas de la película es la educación emocional.
“No nos comunicamos”, dice Alba, “ni en el instituto ni fuera de él. La familia
va a lo práctico: qué tal los estudios y esas cosas, pero no hablamos sobre los
líos que tenemos a esta edad y puedes llegar a ver a tus padres como a
extraños. Nadie te pregunta: cómo te
sientes, por ejemplo”.
Alba tiene algunos malos recuerdos y otros muy buenos: “Mi
profesor de ética en la ESO nos enseñaba a pensar y hablaba de cosas que nos
preocupaban. Cuando se te obliga a hacer algo, no estás abierto. Se tiene que
notar la pasión en lo que se hace. Leímos El
guardián entre el centeno, que sigue siendo mi libro favorito, El señor de las moscas y Un mundo feliz. Se preocupaba porque
entendiéramos”.
¿Y qué hay del hip-hop, de la cultura urbana que tanto
impregna la película de principio a fin? “Es una catarsis de todos esos
sentimientos: identificarse con lo no común, lo que se borra de las paredes, lo
que no se suele escuchar o no se quiere ver. Los cantantes de hip-hop son los
poetas de hoy. Nach, por ejemplo. Hay mucho de la sensibilidad de Nach en Sara.
En las canciones de hip-hop sale un montón de mierda, por todos lados, pero no
te dejan rendirte. Es crítica social pero hecha con pasión, con gusto, de una
manera creativa…”
Viendo la película, esa adolescente que decide luchar por su
futuro, aceptarse como es y dejar de pelear para ponerse a crear, es imposible
no recordar el 15-M. “Sara es más pequeña, no sabe de política… pero se uniría
al movimiento, sí”, dice con una sonrisa cómplice, sonrisa de chica de 19 años
que no habla del futuro: “Prefiero no pensarlo”, dice, rebajando toda clase de
expectativas, “prefiero no esperar nada, no pedir nada y manejarme en el
momento”. Como si pudiera ser de otra manera. Como si habiendo planeado el
futuro hubiera podido llegar a este presente.
Podrás leer esta entrevista en formato impreso cuando aparezca en el número de otoño de Zona de Obras, que se está haciendo esperar.