Jordi Sevilla consideró que bastaban dos tardes para
explicarle economía a un presidente del Gobierno y este libro no es
sino la constatación de aquel fracaso:
Zapatero, según
su ex ministro, nunca supo lo que era la economía global, no quiso ser
consciente de sus peligros y se resistió a darse cuenta de que los
mercados no se controlan a golpe de optimismo sino con medidas claras,
concretas y convincentes.
Curiosamente, tan calamitosa experiencia no ha mellado el propósito
reduccionista de Sevilla: de las dos tardes para el presidente saliente
hemos pasado a las 97 páginas para el entrante, es decir, vamos a menos.
El formato “folletín”, que desgraciadamente ha vuelto a poner de moda
Hessel, hace que uno esté continuamente ante el “tráiler” de una película con grandes fogonazos pero poca sustancia real.
El autor al menos es valiente en la atribución de responsabilidades:
no demoniza a “los especuladores” ni remite a la “herencia de
Aznar”
sino que deja bien claro que los principales responsables de todo esto
son los gobernantes actuales. Tanto los políticos europeos como los
españoles con sus pequeñas miserias. La retórica se acerca mucho a la
del 15-M y desde luego los guiños son constantes. Pasando una página
tras otra, uno se pregunta dónde estuvo exactamente Jordi Sevilla de
2004 a 2007 y qué demonios pintaba en aquel Gobierno.
Últimamente, parece que nadie hubiera estado allí, aunque al menos él
tiene la honradez de no presentarse a unas elecciones como alternativa
de cambio.
Lejos de presumir de sus años de estrecha colaboración, el palo a
ZP
–así se refiere a él en un momento dado y si no se burla, lo parece– es
tremebundo: llega tarde a todos lados y “a rastras”, toma medidas que
no entiende y en las que no cree y durante demasiados meses se limitó a
confiar en que negar la evidencia, cerrar los ojos como los niños,
bastaría para que los problemas desaparecieran. Una perfecta definición
de lo que han sido ocho años de “zapaterismo”.
También resulta interesante, incluso valiente, el análisis que
Sevilla hace de “los mercados”: hace poco escuchamos al incalificable
bróker-o lo que sea-
Alessio Rastani decir que los estados no gobiernan el mundo, sino que
Goldman Sachs
ya se encarga por ellos. La opinión pública se echó escandalizada las
manos a la cabeza, no se sabe si por la prepotencia de las
declaraciones, por su ingenuidad o por las dos cosas.
En este país parece que nadie ha visto
Inside Job ni
Capitalismo.
Según Sevilla, los mercados no son una amenaza informe que lo
destruye todo a su paso. Son simplemente un test para calibrar la
habilidad de los políticos a la hora de regular la economía. A mayor
descontrol, a mayor dejadez, a mayor despilfarro… más fácil será que
“los mercados” entren a degüello en ese país. De esta manera, se
convertirían en una manada de buitres que sobrevuelan una carroña que
ellos no han creado pero de la que se alimentan. Cuanta más carroña, más
buitres alrededor.
En otras palabras, si Goldman Sachs gobierna el mundo, o se crea la
ilusión de que lo gobierna, es simplemente porque los políticos lo
permiten echándose a un lado.
Se echa de menos cierta profundidad en el análisis. Con frecuencia,
Jordi Sevilla toca y se va. Por ejemplo, entra en el caso griego pero
solo a medias, para apuntar una tesis incómoda: los inversores no se han
cebado con
Grecia por razones metafísicas. Los
inversores están devastando Grecia porque Grecia ya era antes pura
carroña política: corrupción, cuentas falseadas, mentiras constantes y
un “sálvese quien pueda” que acabó estallando.
Sin embargo, no entra en los curiosísimos casos de Bélgica, sin
gobierno desde 2009, ni de Islandia, envuelta en una pequeña revolución
financiera desde 2008, y cuyas economías crecen por encima de las de la
zona euro. Sería interesante una reflexión al respecto, pero 97 páginas
no dan para más.
Según Sevilla, España y Europa se tumbaron a la sombra de Alemania e
ignoraron los peligros de la economía globalizada en la era post-euro.
No hay innovación, no hay planes B, no hay nada que apunte a que se
puede salir de esta crisis, es más, todas las medidas -en concreto las
españolas- apuntan al desastre.
Aquí, el autor no llega al pesimismo de
Rastani pero se queda a un paso: bajarán las pensiones, se recortarán
servicios públicos o se mantendrán mediante el copago de los usuarios, y
la deuda aumentará a costa de salvar bancos y cajas hasta que el país
caiga en una recesión similar a la de América Latina a principios de la
década pasada.
El libro es crítico con todas las soluciones cortoplacistas del
Gobierno, incluyendo el reciente cambio en la Constitución, que
considera un disparate y una muestra más del alejamiento entre clase
política y ciudadanos. El resumen sería: “Nadie quiere tomarse esto en
serio, nadie quiere tomar decisiones arriesgadas… porque nadie quiere
perder las siguientes elecciones”. Así, los grandes partidos políticos
se convierten en fósiles ensimismados: nadie sabe qué hacer, nadie se
atreve a proponer nada mínimamente original.
Sevilla pide una catarsis pero es difícil intuir por dónde va, todo
está explicado con prisas. Quedan claras la vinculación entre crisis
económica y crisis política y la necesidad de reformas innovadoras para
desbloquear la situación, pero faltan detalles. De hecho, cuando intenta
acercarse a la realidad, sus propuestas son chocantes: por ejemplo,
pide una nueva ley electoral y la reforma del Senado pero no explica
exactamente en qué va a cambiar eso la situación económica, es decir, no
se atreve a entrar en el gran debate de este país: el papel de las
Comunidades Autónomas, las Diputaciones, los Ayuntamientos… todo ese
gasto por cuadriplicado que el Estado no puede sostener.
¿Cómo va a confiar nadie en el Estado español si el Estado español no tiene plenas competencias sobre sus comunidades autónomas?
Después de reconocer que PP y PSOE han enloquecido, convirtiéndose en
organismos endogámicos en los que el mérito importa poco y el interés
común menos, el autor pide que sean ellos los que consensuen ciertas
medidas, en forma de Pacto de Estado para dar seguridad a los
inversores. A mí esto me descoloca, es como si alguien me dijera que dos
locos juntos son menos peligrosos que un loco suelto. Quizá lo que no
se atreve a decir Sevilla de una vez por todas es que, o PP y PSOE
cambian su forma ombliguista de ver la política, basada en el odio y la
prepotencia, o no tienen sitio en la recuperación de este país.
Las referencias a los “retos ecológicos” no quedan claras para el
lector medio. No se ve por ningún lado una relación entre la crisis
sistémica y las emisiones de carbono. Puede que la haya, pero en ese
caso está mal explicada.
En resumen, el libro es interesante en lo que tiene de detección de
problemas y el esfuerzo de Sevilla por razonar cada uno de ellos es
loable. En cambio, las soluciones son difusas, poco claras y están
insuficientemente explicadas, aparte de resultar a menudo poco
convincentes. De cara al 20-N, sí resulta llamativa su advertencia de un
auge del populismo al calor del descontento social con “los políticos”.
Sevilla alerta contra un “populismo violento” pero no hace falta tanto:
un populismo idiota, a lo
Belén Esteban o
Ruiz Mateos, ya puede arruinar cualquier país.
Siendo una lectura interesante y recomendable, uno se queda con la
sensación de que para que le expliquen la economía de este país
rápidamente, de manera didáctica y sin entrar en demasiados detalles, el
Españistán de
Aleix Saló
sigue siendo la mejor opción. Convendría esperar de un ex ministro de
Administraciones Públicas algo más de lo que espera de un dibujante pero
al final la sensación es parecida: algo se ha hecho muy mal y nadie
tiene ni idea de cómo ponerle remedio. Agárrense los machos.
Reseña publicada originalmente en la revista literaria Sigueleyendo.es