Martina Hingis nació en la antigua Checoslovaquia y heredó su nombre de la mítica Navratilova, quien a principios de los 80 se paseaba por el circuito femenino rompiendo records en todas las disciplinas posibles: individuales, dobles, mixtos… A los 17 años, ya convertida en ciudadana suiza, consiguió ganar el Open de Australia, Wimbledon y el US Open en una sola temporada. Además, llegó a la final de Roland Garros, que perdería sorprendentemente contra la croata Iva Majoli.
Todo ello, por supuesto, la aupó al número uno del mundo, lugar que ocupó durante 209 semanas, aproximadamente cuatro años, batiendo un record de precocidad tras otro. El fenómeno de la “niña prodigio” no era nuevo, desde luego: Evert ganó su primer grande a los 19 años; a la misma edad, Graf consiguió el Grand Slam completo más la medalla de oro olímpica. Mónica Seles se llevó Roland Garros a los 16 y ya llevaba ocho grandes cuando fue apuñalada por la espalda meses antes de celebrar los 20.
La adolescente Seles y la adolescente Hingis compartían vitola de campeonas pero diferían en el estilo de juego: donde la yugoslava era potencia y rabia, la suiza era elegancia y simpatía. La vecina de la casa de al lado. Tan tierna, tan delicada, tan frágil… Lo dicho, en 1997 jugó cuatro finales de Grand Slam y ganó tres. En 1998 ganó el Grand Slam completo en dobles, repitió triunfo en Australia, jugó la final de Wimbledon y se impuso en el Masters de final de año. Por segundo año consecutivo, acabó número uno, y para rematar su superioridad aplastante, logró su tercer Open en Melbourne en enero de 1999, aún con 18 años, quinto Grand Slam de su carrera, sonrisa eterna en la cara.
El acné de Hingis y el acné de Seles tuvieron sin embargo un mismo rival: las largas piernas y el revés cortado de Steffi Graf. Graf era la Federer del circuito femenino, un espectáculo para el aficionado al tenis: todo clase, técnica y una derecha devastadora. Graf empezó a dominar el circuito en 1987, se vio asfixiada por el huracán Seles, siguió arrasando cuando la estrella serbio-adolescente perdió la confianza y descuidó el físico tras el apuñalamiento y, con 30 años aún seguía dando guerra muy de vez en cuando.
Suyo era el record de victorias individuales en torneos de Grand Slam, con 21, repartidos casi a partes iguales entre las cuatro citas. La llegada al poder de Hingis coincidió prácticamente con su ocaso: en 1996 ganó Paris, Londres y Nueva York. En 1997 cedió el mando, en 1998 no jugó ni una final de Grand Slam, acosada por las lesiones, y 1999 se anunciaba como el año de su retirada, aún en el Top Ten, pero vista casi como una leyenda de otro tiempo cuando aún no había cumplido ni 30 años.
Así llegaron la suiza y la alemana a la cita de Roland Garros 1999. Hingis, número uno, dispuesta a completar su palmarés con el único torneo grande que le faltaba. Graf, con molestias físicas y lagunas mentales, empeñada en poner un broche digno a una carrera sensacional, probablemente la mejor de la historia. Hingis quería ser Graf y Graf aspiraba a ser Hingis por dos semanas. Volver a lo más alto, tener una retirada digna.
Martina llegó a cuartos de final a su estilo, sin ceder un set, incluyendo victoria ante la emergente Mauresmo por 6-3 y 6-3. Steffi tuvo algún apuro ante Anna Kournikova en octavos, pero tampoco se desgastó demasiado. Era el principio de la era de adolescentes rusas que coparía los rankings casi hasta el día de hoy. En cuartos, Hingis se deshizo cómodamente de una desconocida proveniente de la fase previa, la austriaca Barbara Schwartz. Su rival en semifinales era la española Arantxa Sánchez-Vicario, vigente campeona. No dio demasiada guerra: 6-3, 6-2 y la suiza en la final preparada para descorchar el champán
junto a su inseparable madre.
La parte baja del cuadro fue mucho más competida. Mónica Seles se impuso a Conchita Martínez y Lindsay Davenport, número dos del mundo por entonces, hincó la rodilla en tres sets ante la rejuvenecida Graf. El duelo para las semifinales estaba servido. Un duelo que hubiera copado los noventa si aquel cuchillo no se hubiera interpuesto en el camino. Seles se llevó el primer set en el tie-break, luego volvió a acusar sus problemas de movilidad y perdió contundencia: Graf aprovechó el resquicio para empatar el partido con un 6-3 y mantuvo su saque para llegar a la final tras un 6-4 en la última manga.
No solo tenía once años más que su rival y estaba cinco puestos por debajo de ella en la clasificación mundial sino que venía de dos agotadores partidos a tres sets. Aquello iba a ser un paseo para la suiza, un nuevo peldaño en su escalera hacia el cielo. No sería ningún deshonor para la alemana, al fin y al cabo, conseguía llegar a la final en su última presencia en París cuando nadie contaba con ella. Su primera final en los últimos diez grand slams, probablemente la última de su carrera.
El partido empezó siguiendo las expectativas: Hingis no daba tregua, demoledora desde el primer intercambio. El primer set se lo llevó, 6-4, y en el segundo llegó al mismo punto: 5-4 y saque para llevarse su primer Roland Garros y destronar definitivamente a Graf, ocupar su lugar en la historia.
Algo pasó entonces por la cabeza de Hingis: por supuesto, el público francés, tan dado a las leyendas, venía apoyando a la alemana desde el primer punto, pero el nivel de ruido aumentó en ese previsible último juego. Hingis se puso nerviosa. Criticó al juez de silla y reprendió duramente a los jueces de línea. Tramó ella sola una conspiración en su contra. El público siguió silbando, cada vez más alto. A sus 19 años, Hingis no pudo sostener la presión y perdió el servicio, dos juegos más tarde perdía el set. Graf seguía viva.
Viva pero cansada, o al menos esa era la teoría. La final se prolongaba y las reservas de gasolina de la multicampeona tenían que estar casi agotadas.
Nunca lo sabremos. Hingis decidió autodestruirse aquella tarde de junio. Completamente desquiciada después de desaprovechar dos breaks de ventaja y servir para ganar el campeonato, no fue capaz de volver a entrar en el partido. Era un manojo de nervios frente a una Graf que se limitaba a jugar con ella, minarla cada vez más con un ejercicio de solidez encomiable. Había estado ahí 30 veces antes. Había perdido la final con Arantxa de 1989, esa final que nunca nadie imaginó que perdería… Graf era un muro y Hingis era un cúmulo de lamentaciones.
La alemana se puso 3-0 arriba, luego 4-1. Con 5-2 en contra, Hingis, que menos de una hora antes sentía el mundo a sus pies, tenía que salvar ahora dos puntos de partido. El primero lo hizo “a lo Michael Chang”, es decir, sacando desde abajo para sorprender a su rival. Le salió bien a medias, es decir, ganó el punto pero el público terminó de echársele encima. La suiza estaba a punto de llorar. Salvó el segundo match-ball con una dejada pero pronto se encontró con un tercero y no supo solventarlo. Graf estalló en júbilo, igual que toda la Philippe Chartrier.
Había en el ambiente esa sensación de estar ante algo histórico: Graf, efectivamente, se retiraría inmediatamente después de ese torneo, ni siquiera se molestó en viajar a Wimbledon. Algo dentro de ella le decía que eso no se iba a repetir jamás. 22 grand slams eran suficientes. Había derrotado a la número uno, la número dos y la número tres del mundo. No se le podía poner ninguna pega.
Hingis felicitó como pudo a su rival y se fue corriendo al vestuario. Durante unos minutos no se supo nada de ella. La organización lo tenía todo preparado para la entrega de trofeos pero la subcampeona no aparecía por ningún lado. Al final salió, junto a su madre, llorando como la niña que era, completamente devastada…
El día que acabó la carrera de Graf fue en parte el día que acabó la carrera de Hingis. Por supuesto, aún mantuvo el número uno del mundo un par de años dos, ganó otro Masters, jugó otras cuatro finales de Grand Slam… pero algo se había roto. Algo muy íntimo. Siempre sería la campeona que no pudo derrotar a la campeona. La final de dobles, para más inri, la perdió contra las hermanas Williams, que hacían su impulsiva entrada en el circuito.
Entre las americanas y unas terribles lesiones de ligamentos, la carrera de Hingis se apagó. En 2003, harta del dolor y las limitaciones, con solo 23 años, anunció su retirada. Hizo un tímido intento de regreso en 2006 y llegó a colocarse otra vez entre las diez mejores, pero no alcanzó siquiera las semifinales de ninguno de los grandes. Dos años después, en 2008, un positivo por cocaína que la suiza siempre negó le hizo retirarse definitivamente. No estaba dispuesta a aceptar la sanción, de nuevo la teoría de la conspiración anidada en su mente.
Desde entonces, de vez en cuando, se rumorea con una posible vuelta temporal. Si Kimiko Date ha regresado con más de 40 años, ¿por qué no Hingis a sus 31, en un momento de inestabilidad total en la parte alta del tenis femenino? Federer confía en convencerla para jugar juntos los dobles mixtos de los Juegos Olímpicos de 2012 en la hierba de Wimbledon. No parece probable pero nunca se sabe. Toda campeona quiere retirarse a lo grande, con una sonada victoria. Graf lo consiguió. Sampras también, tres años más tarde. Puede que Hingis, al menos, quiera volver a intentarlo.
Artículo publicado originalmente en la revista JotDown, dentro de la sección "No pudo ser"