sábado, mayo 07, 2011

La muerte de Seve Ballesteros


Nunca fui consciente de la importancia de Ballesteros. Cuando empecé a ver torneos de golf, sus grandes años habían pasado. Por supuesto, siempre estaba en competición como en el Masters del 87 o el British del 88, que incluso ganó con cierta holgura, pero era algo del pasado y que uno daba por hecho. Ballesteros estaba arriba, eso sabíamos que iba a ser así, la única duda era si ganaría o no, y si no ganaba, pues a poner el Tour otra vez.

Creo que me di cuenta de lo importante e impresionante que había sido la carrera de Seve cuando leí su autobiografía hace unos meses: su juventud arrolladora, cómo acumuló grandes torneos en todos los países con poco más de 20 años, cuando llegó a número uno del mundo, la cantidad de veces que ganó la Orden de Mérito europea, sus triunfos en la Ryder y su longevidad, por supuesto. Seve empezó a ganar a mediados de los 70 y no paró hasta mediados de los 90, cuando ya empezó a preguntarse "qué hago aquí?" y ahí se fue todo al garete.

La autobiografía tenía un punto agrio, eso sí lo recuerdo. Pasaba por sus triunfos como de puntillas y se enredaba en las polémicas y los ajustes de cuentas. Seve nunca se consideró suficientemente querido por las autoridades españolas ni cántabras. Ni siquiera por las de Pedreña. Una insatisfacción constante. Sin embargo, aquel libro estaba lleno de vida: de proyectos fuera y dentro del golf y, por qué no decirlo, una especie de revanchismo motivante, como si tuviera que demostrar todavía muchas cosas a mucha gente.

Como no fui consciente de la magnitud de su carrera, tampoco fui consciente de la gravedad de su enfermedad. Al principio, sí, claro. A nadie le sacan dos tumores del tamaño de una pelota de golf de la cabeza y se queda como nuevo. Pero supuse que aquello había pasado. Hay algo terrible en la muerte de cualquiera pero algo especialmente terrible en la muerte de alguien que lucha. Alguien famoso, con dinero, que decide hacer de la lucha contra el cáncer su vida diaria, crea fundaciones, apoya proyectos, comparece en público...

Sus victorias son un poco las victorias de todos. Un ejemplo. Sus derrotas son terribles. No voy a decir que son de todos porque no es así: la muerte de alguien siempre es patrimonio de su familia y seres queridos, intentar robarles una mínima parte del dolor es absurdo y tiene un punto protagonista que detesto. En cualquier caso, si la muerte de la persona Ballesteros es irreparable para sus hermanos, sus hijos y su ex mujer, la muerte del luchador Ballesteros es terrible para todos los demás. Nosotros, acostumbrados a que el bueno ganara siempre, vemos con horror que el mal, el gran Mal con mayúscula venza incluso a los que tienen todos los medios para combatirlo.

Nos hace sentir un poco más solos y vulnerables.

Quedémonos con todos los panegíricos, incluido este, y los recuerdos clásicos de su efusividad. Ballesteros ganó 3 British y 2 Masters. Desde entonces, ya 23 años, solo un español, José María Olazábal, ha conseguido ganar un grande: el Masters, también en dos ocasiones. Nadie ha sido número uno del mundo, nadie ha ganado en todos los continentes, nadie ha sido líder europeo durante años y años y años. Seve apareció de la nada y nos regresó a la nada, y en medio, más que un deportista vimos una atracción. Y eso le dolió, vaya si le dolió. No hay más que leer el citado libro.

Yo, egoísta de mí, siempre pensé que algún día Botín y él cogerían al Racing de Santander en serio y lo convertirían en un Manchester City. Nunca sucedió. Uno puede fiarse de un deportista hasta cierto punto, pero nunca de un banquero.