sábado, mayo 21, 2011

Episodio I. La amenaza fantasma


Vivía en casa de mi novia de los 90. Era verano. Ella trabajaba en un diario que ya no existe y yo pasaba el día en su cuarto, leyendo. Era una de esas rachas en las que no estás muy seguro de si la otra persona te quiere, así que decidí darle una sorpresa al llegar a casa. Teníamos 21 años y éramos adorables. Limpié la casa de arriba abajo y compré dos entradas para el estreno de "Episodio I" en el cine de debajo de su casa. Le hizo una ilusión enorme o al menos eso parecía. Si no fue por las entradas, al menos sería por la limpieza.

Llevaban anunciando la película durante meses, con carteles en las marquesinas presentando a los personajes. Yo tenía particular curiosidad por Natalie Portman. No tiene ningún mérito, de acuerdo. El resto no me llamaba mucho la atención, era algo así como un sacrilegio, como abrir tumbas: crecí viendo Star Wars. La única película que, por edad, pude ver en el cine fue "El retorno del Jedi". Durante años, para mí, la trilogía era Jabba The Hut y un montón de gente prescindible. Luego llegó el VHS y mi perspectiva cambió.

No existe otra obra de arte con un calado social más extenso que La Guerra de las Galaxias. Recordemos que se trata de una saga que empezó hace 36 años y que sigue protagonizando anuncios. Se transmite generación tras generación y de alguna manera todos lo vivimos como algo nuestro. El problema era que en el Cine Victoria no había ningún Darth Vader ni ningún Han Solo. Todo el mundo era tan bueno, se preocupaban tanto por el futuro, la reina Amidala estaba tan guapa cuando hacía de Padme y viceversa, Ewan McGregor, tan voluntarioso; Liam Neeson, tan sabio... por no hablar de ese engendro llamado Jar Jar Binks.

¿Dónde estaba la socarronería de Harrison Ford? ¿Dónde estaba la mala leche de Chewbacca? ¿Qué habían hecho de la maldad inteligente de Darth Vader? Nada, ahí solo había una lucha del bien contra el mal, en la que todos empataban hasta la siguiente película y así sucesivamente. Nada de tragedias griegas -"Luke, yo soy tu padre"- ni de coqueteos incestuosos. Corrección política.

No voy a decir que no la disfrutara. Había mucho en juego. Invitas a tu novia al cine para que te siga queriendo y luego no vas a salir diciendo que la película es una mierda. Un poco de sentido común. Mi novia de los 90 y yo compartimos una sonrisa y obviamos el tema y luego nos lanzamos a diseccionar lo que ya sabíamos: las tres películas de nuestra infancia. Fue un momento muy Jeffrey Brown ahora que lo pienso. Todo lo demás me pilló demasiado viejo para aprenderme una nueva nomenclatura: los siths y todo ese rollo, Yoda en 3D pegando saltos acrobáticos...

Por las noches, jugábamos a las damas chinas -ganaba ella- y al Trivial -ganaba yo-. Salíamos a la terraza en verano a ver más edificios como el nuestro. Ella fumaba bastante. Yo la quería mucho. Inventamos un juego pedante que consistía en dar pistas que llevaran a una solución. Por ejemplo: Un grupo español de los 80 tiene una canción con el mismo nombre que la protagonista de un poema de un autor norteamericano del siglo XIX. En ese poema se inspira el principio de una obra clave de la literatura del siglo XX, de la que se han hecho dos versiones conocidas para el cine. ¿Cuál es el protagonista de la última de ellas?

Y así, tan estupendos, compartíamos palomitas y Magnums de chocolate hasta que al final decidimos que lo mejor sería echarnos de menos para siempre.