Williamsburg es un barrio con actividad, lleno de tiendas y franquicias y ambiente latino. El miércoles estuvimos la Chica Blackberry y yo paseando por Metropolitan Av, Graham Av, Grand St, hasta acabar cenando en un sitio de pollos asados con arroz que, sorprendentemente, no era mexicano. Aunque los camareros, sí. Tanta agitación no consigue despertarme el jueves por la mañana. Sería un día excelente para pasear por la zona y comer algo por aquí, pero, ay, el cansancio empieza a notarse. Octavo día en Nueva York y demasiados paseos, tantos, que me vuelvo a la cama y duermo un buen rato y solo a las 2 y pico, después de ducharme, decido salir de casa pero para ir a la City.
Me bajo en la Tercera con la 14 y subo hacia Molly's, el sitio donde nos trataron tan formidablemente bien el pasado domingo a Inés y a mí. Vuelvo a estar solo por Manhattan y me vuelve a dar un poco de miedo, pero a la vez sé que mi ritmo es solo mío y quizás haya cosas que no pueda compartir. La libertad. Por ejemplo, comer allí, subir hasta la 42 para ver el edificio Chrysler, bajar hasta Park Avenue para ver la Grand Central Station por dentro -llena de policías con perros y pistolas e incluso un grupo de militares con metralletas, todo muy disuasorio, día 4 después de Osama- y de ahí ya subir hasta Broadway para reunirme de nuevo con Times Square, puede que por última vez.
Ya dije hace dos años que Times Square no es tan espectacular de día pero tiene un punto más entrañable. El Cowboy Desnudo, que de vez en cuando se presenta a elecciones presidenciales, como en su día Juanito Navarro se presentaba a las del Madrid, se hace fotos con turistas españolas y las invita a tocarle el culo. Ellas lo hacen. Ríen. En medio de la plaza hay un cuadrilátero de lucha libre. Lucha libre universitaria, es decir, lo que se ve en las Olimpiadas y no lo de la WWE. Son los combates preliminares antes del gran duelo EEUU vs Rusia. Me siento en lo alto de las escaleras rojas. Me sorprende que no haya más gente sentada ahí. Hace algo parecido a calor pero con viento frío.
Quiero ir a Central Park, con o sin la Chica Blackberry, pero no sé muy bien dónde está Central Park, así que cojo la Quinta Avenida, paso por los diversos Zaras, la famosa Trump Tower que tanto alivio me dio en 2009, y acabo en un parquecillo con estatuas. Al frente, la entrada a un parque, pero, es ese el parque? La Chica Blackberry dice que mejor quedamos en la 72. Me parece bien. Debería darme tiempo a meterme en un pub a tomar una buena Coca-Cola y esperar ahí la hora que me queda. Sin embargo, no hay pubs ni bares, son todo tiendas de Óscar de la Renta y similares. De la Quinta a Madison, de Madison a Park y vuelta. Las piernas ya agotadas, la vejiga llena y muerto de sed.
Al final, casi por inercia, llego a la 72, y resulta que ahí mismo hay unos baños públicos y además moderadamente limpios y vacíos. A la salida, un puesto donde comprar la botella de agua. Estamos en la orilla de uno de los estanques de Central Park. Me siento al sol y cierro los ojos. Podría pasar la vida durmiendo. Un hombre con una guitarra toca "Hallelujah" de Leonard Cohen y destroza "Romeo and Juliet", de Dire Straits. Es un buen momento en cualquier caso. Los barquitos teledirigidos surcando el estanque, aquel hombre cantando sin voz y el sol calentándome en el banco.
Para cuando llega la Chica Blackberry, en su bici nueva, hace algo más de frío. El sol se va y se queda solo el viento. Cruzamos el parque de este a oeste. Explanadas, caminitos, alamedas y un rinconcito muy cuco a la orilla justo del lago, muy Dawson Crece, muy de hablar del amor y el futuro. Solo que no hablamos del amor y el futuro, no somos así, e incluso cuando un amable turista nos dice "queréis que os saque una foto de los dos?", nosotros contestamos que no, que qué se habrá creído. Tonterías, las justas.
Con la bici aún a cuestas, me lleva a Strawberry Fields, vemos el homenaje a John Lennon con sus florecillas y salimos justo por el Edificio Dakota, donde se supone que aún vive Yoko Ono. Me planteo sacarle una foto pero me parece un poco tétrico. La vuelta se me hace algo larga porque vivo cansado. Octava Avenida hacia abajo y luego calle 14 hasta la Tercera y luego pasar a Brooklyn, las tres paradas de rigor. Todo esto en metro, no se asusten. Al llegar a casa, no hay ping-pong porque hay hambre y no hay Internet ni tele, así que pasamos el rato viendo The Wrestler, la de Mickey Rourke, y yo me pongo a contarle historias de El Último Guerrero y me quedo dormido nada más meterme en la cama pero ella no, ella no duerme, y de alguna manera me siento culpable porque ya saben que a mí me gustaría poder arreglarlo todo.