Entre mis múltiples trabajos basura a lo largo de estos años, con condiciones imposibles, horas extras, pagas mínimas y horas de desplazamiento, se encuentra el de profesor de letras para ESO en una academia Sylvan de Torrejón. Al principio solo tenía una alumna, que necesitaba aprobar filosofía y la aprobó. Luego vinieron clases extrañísimas con grupos de 3 o 4 alumnos en los que cada uno tenía una edad y una especialidad diferente y por lo tanto era muy complicado enseñarles algo mínimamente coherente. Los padres no estaban contentos, pero, ¿qué quieren que les diga? Yo tampoco.
Mis condiciones mejoraron cuando me pasaron a profesor de inglés e informática. Por supuesto, yo sabía bastante inglés pero no tenía ni idea de informática. Los alumnos a veces venían y a veces no, pero el estrés se reducía muchísimo, especialmente en verano: había una serie de CDs de Sylvan con los que ellos jugaban a aprender de manera autónoma y, si tenían dudas, yo explicaba un par de cosas en la pizarra y listo. El resto del tiempo lo pasaba con la otra profesora, Ainhoa, los dos frente al ordenador con Internet. Era una fan tremenda del tenis, juez de línea en algún torneo de federación. Hablamos de 2002, la era pre-Federer. Nuestro jugador favorito era Ferrero y en parte Corretja. Detestábamos a Hewitt.
Ainhoa me llevaba en coche al final de cada clase. Iba unas dos veces por semana, no más, en total podía ganar unos 150 euros al mes, pero eso era lo que había, incluso en plena bonanza económica. Yo siempre he sido un hombre en crisis, desde que decidí estudiar una carrera de filosofía, así que todo esto me pilla más harto pero mucho menos sorprendido.
Ella tenía novio y yo tenía novia. Un día nos invitó a los dos a un concierto de su chico. Hacían versiones de los Beatles en castellano. Estuvo divertido. Tengo un bonito recuerdo de aquel día, con L. a mi lado, en uno de sus esfuerzos por entrar en mi complejo mundo interior, un bar de las afueras -probablemente Campamento-, sin saber muy bien por dónde le venían los tiros, como pasaba siempre conmigo, quién era esa Ainhoa, por qué hablaba tanto de ella, qué se suponía que ella tenía que hacer, 21 años todavía, ¿ceder o indignarse, celosa?
De todo aquel concierto recuerdo la versión de "When I´m 64", que la transformaron a "Cuando esté gagá". Me pareció una adaptación prodigiosa y L. y yo bromeábamos a menudo acerca del tema. Yo no siempre quería a L. y ella lo sabía y lo aceptaba con una naturalidad asombrosa. A veces quería cualquier otra cosa y me agobiaba, pero aquel no era uno de esos días. Una noche, en pleno ataque de dudas y agobio, vi un documental sobre un hombre que moría de cáncer. Eran sus últimos días contados desde la perspectiva de su mujer, el amor entre los dos superando las adversidades hasta que se hizo imposible.
Will you still need me, will you still feed me...?
Entonces decidí que sí quería a L., con todas mis fuerzas, un amor producto del pánico, como ha sido el amor toda la vida: el miedo a morir solo. No me duró mucho. La dejé dos veces, ella me dejó una. Fui todo lo cruel con ella que ella no lo fue conmigo. Si de algo estoy seguro es de que no he superado aquello. El odio de L. No el odio inmediato producto de algunas infidelidades vergonzosas, de niño mimado de 25 años que cree que todo le está permitido, sino el odio pensado, calculado, de quien dos años después de todo aquello decide que no te quiere más en su vida.
Puede que parezca que a mí me da igual estar o no estar pero eso son mecanismos de defensa. Yo sé que no he superado que L. se fuera, que desapareciera sin más, que renunciara al pacto egoísta que yo había establecido en mis propios términos de quererme siempre, incluso cuando estuviera gagá. Que lo explicitara, sin más, "no quiero volver a saber nada más de ti". Supongo que aquello me destrozó por dentro y aún ni siquiera han empezado a asomar las cicatrices.
Es complicado, solo eso. A mí me gustaría no haberme equivocado entonces. Es más, me gustaría no equivocarme nunca, pero no es posible. Tienen que entender que no es posible. De vez en cuando sueño con L. como sueño con Hache, aunque no sea el mismo caso, como sueño con mi abuela o mi casa de Ramos Carrión -recuerden cuando digo "mi barrio" digo Prosperidad, cuando digo "mi casa" digo Ramos Carrión 3, 3º E-. A mí me gustaría que me perdonaran, aunque yo no sea capaz de pedir perdón.
Con 64 años, y todos lo sabemos, seré directamente insoportable.
Lo propondré en Sol, en la próxima asamblea, a ver qué votamos y si alguien está radicalmente en contra de mi perdón público. Al fin y al cabo, aunque parezca lo contrario, sería una manera de volver a las cosas mismas.