miércoles, mayo 25, 2011

Al final de la acampada

Están agotados. Física y mentalmente. Llevan diez días tratando de organizar un campamento por el que han tenido que pasar voluntaria o involuntariamente en torno al millón de personas. Con un calor insoportable, con noches de lluvia, sin dormir o durmiendo menos de lo exigible incluso a un post-adolescente. Procurando que siempre hubiera comida, bebida, periódicos, voluntarios, firmas, control sobre los excesos, negociación con comerciantes y policía...

Están agotados y en pleno agotamiento quieren tomar decisiones que no les corresponde tomar. La acampada de Sol, todo el movimiento del 15-M, era una enorme protesta pacífica, cívica y no controlada por partidos políticos y sindicatos no contra el sistema sino contra el ensimismamiento de los que lo forman: los partidos con sus listas cerradas, su obediencia debida y su obligación del halago y el "sí y amén" para prosperar, determinados medios de comunicación que aceptan sin más lo que les diga su partido de cabecera, la distancia abismal entre las riñas de patio de vecinos de los gobernantes y las penurias enormes de los gobernados, así como los excesos del sistema financiero internacional y nacional, muchos de ellos producto de la falta de vigilancia por parte de las demás instituciones legales.

Añadan a eso el paro, los problemas en sanidad y educación, un poder judicial excesivamente ligado al legislativo, algunos casos de corrupción lamentables que ni siquiera han sido depurados y encontrarán buenas razones para que todos, tantos de izquierda como de derecha, jóvenes y no tan jóvenes, saliéramos a la plaza a protestar.

Pero entre protestar y legislar hay un abismo. Protestar por una ley es mi derecho. Crear esa ley no lo es, pertenece al Parlamento. Se pueden proponer cosas, que vayan pasando filtros y lleguen allí, pero nunca tuve ninguna fe en que de Sol salieran soluciones. Lo emocionante era la protesta en sí, el hermanamiento en la protesta, su carácter organizado y pacífico, su voluntad de aunar posturas. Aquello fue realmente hermoso, como reacción, nunca como revolución.

Porque sí, una revolución exige nuevos usos que desplacen a los antiguos, y a eso se están dedicando justo ahora en Sol. Ahora que están agotados. Ahora que no tienen ninguna prisa porque mientras los abusos sigan existiendo seguirá legitimada nuestra protesta pacífica. No hay por qué hacer un manifiesto ni establecer un consenso mínimo detallado. Es imposible. Esas cosas tardan meses en hacerse y requieren del apoyo de las instituciones. La gran esperanza de Sol era que los partidos nos oyeran. No sustituirles, simplemente avisarles de que estábamos muy cerca del límite.

A la acampada de Sol no le corresponde tomar decisiones sobre cómo debe ser el país. Está fuera de su capacidad. Le corresponde organizar un movimiento de control que critique los abusos. Le corresponde una función de "despertador" que incluso el maravilloso Muñoz-Molina coincide en atribuirle. Eso ya lo han hecho y ha sido algo inigualable en un país acostumbrado a las caceroladas, los silbatos y tirar piedras y huevos a lo primero que no nos gusta.

Mucha gente está decepcionada por las decisiones que se van añadiendo al manifiesto de la acampada. Cosas como obligar a que haya comida vegana en los restaurantes o que se prohiban los toros. Este país tiene problemas gravísimos, como dije en el anterior post. Demasiado graves como para detenernos en estas nimiedades. No sé por qué en Sol se empeñan en detenerse. Dicen que el tiempo se acaba y es mentira. No hay ninguna prisa, al contrario, es el momento de descansar, dormir, reflexionar, ver qué se ha hecho mal, qué se ha hecho bien, qué reacción ha habido en el resto de la sociedad e ir actuando a partir de ahí.

Porque no se puede decir que el 15-M no haya servido para nada. Ha servido como terapia de grupo de un montón de gente que llevábamos comiendo mierda muchos años: incapaces de entrar en las estructuras cerradísimas de los partidos, hartos de su incapacidad y sus reproches y viviendo una situación labora y económica que da pena. Mucha pena. Pero, según El País, y yo esto siempre lo he puesto en duda, también ha servido para cambiar las elecciones. Miren este artículo, en solo seis días de movilizaciones, el voto a los dos grandes partidos habría caído un 5,8% con respecto a los trackings anteriores. Entre los jóvenes, ojo, un 15%.

¡En una semana!

Pero no, dirán que no sirvió de nada y obviarán el millón de votos que perdieron PP y PSOE en estas elecciones y seguirán ensimismados con Patxi López, Carme Chacón, Pérez Rubalcaba y sus secretos de alcoba. Muy bien. Pero yo sigo jodido y en el paro y sin una buena oferta, siquiera una oferta decente que llevarme al bolsillo. Sin prestación y sin subsidio. Haciendo lo que puedo. Y como yo, la mitad de los jóvenes de este país, más la otra mitad que trabaja horas extras, días festivos y lo que haga falta por una miseria de dinero o los que, directamente,  este año no tienen vacaciones. Porque no, porque hay que trabajar. Y si te quejas, ya habrá otro entre 5 millones que quiera tu puesto.

Contra ese "espíritu del tiempo" se levantaba Sol y puede seguir levantándose. Mientras esas injusticias sigan, injusticias que no tienen nada que ver con la izquierda ni con la derecha, sino con el sentido común, habrá miles de personas dispuestas a protestar y centenares de miles dispuestas a simpatizar con la protesta. Pacífica, sin banderas, uniendo y no separando. Sin más eslogan que "aquí estamos, contad con nosotros o nosotros dejaremos de contar con vosotros".

Volverán. Claro que volverán. Que no volvieran sería una excelente señal, señal de que los abusos se han terminado. Pero no tiene pinta. Y si no vuelven, en cualquier caso, gracias por estos siete días de entusiasmo, de trabajo extenuante, de intentar que el respeto y la educación impere entre cientos de miles de personas a lo largo de las 24 horas del día. Gracias por todo ese esfuerzo gratuito, movido solo por la desesperación. No son "indignados", no le demos tanta importancia al penoso opúsculo de Hessel. Son desesperados. Y no serán los últimos. Gracias a todos ellos en nombre de los que no tuvimos nunca el valor ni el interés de protestar, organizar y hacernos notar delante de todo el mundo. Gracias.