Esto es una reacción y no una acción, y una reacción, por definición, no puede ser revolucionaria. Lo fascinante de todo esto no es el futuro, ahí se equivoca el análisis: efectivamente, los acampados no ofrecen nada nuevo y muchos de sus cánticos y eslogans son terriblemente rancios. El tema es el pasado, no lo que sucede ahora, sino, ¿qué ha sucedido durante años para que algo que empezó con poco más de 100 personas en una plaza se haya convertido en punto de encuentro de decenas de miles, haya llegado a otras ciudades y otros países y la gente lo mire con un punto de resignación, de "tarde o temprano iba a pasar algo así", razón por la cual, la prensa, que intenta siempre captar el
zeitgeist con mayor o menor éxito, ha llevado a esos 100, luego 1000, luego 10.000 a las portadas de sus periódicos, a primera noticia de los telediarios?
Porque esto se olía y, de por sí, efectivamente, no supone ninguna novedad, pero nos ayuda a certificar una cosa: el límite se había rebasado, tal y como ya se podía uno imaginar.
Viernes tarde en Sol. La plaza llena, incluso en sus accesos. Asambleas diversas perdiéndose en discusiones. Bajo la carpa: basura, urinarios, comida y algunos sacos. Todo el mundo pasea y saca fotos, como en un parque temático. Cinco días y ni una sola pelea. En España. Cinco días y los partidos políticos siguen fuera, los sindicatos siguen fuera, las banderas siguen fuera. No sabemos quién organiza la convivencia y es difícil creer que se organiza sola. Hay una cosa llamada "comisión de respeto", y Diego Salazar y yo hablamos con uno de los responsables: "Se trata de voluntarios, que van en parejas y vigilan que no haya excesos, que no se manche, que no se beba alcohol, que no haya pancartas ofensivas a la iglesia o a una opción política en concreto, dentro de lo posible".
Para los amigos del hashtag, les recordaré el de hoy: #sinbanderas. En Sol hay de todo: algunas chorradas como pianos, teorías de la conspiración, unos señores con pancartas contra la alianza entre "naZionalistas y soZialistas" -dos chicos se les acercan y les intentan explicar que eso
es ofensivo y ahí se quedan argumentando y discutiendo, sin síntomas de pereza-, las paranoias de "investiga11s.org", que después de culpar a Bush de los atentados del 11-S culpa ahora a la OTAN de los del 11-M, peticiones contra Bildu, a favor del voto responsable, de la abstención, del voto nulo, de la paz y el amor... Sí, todo muy previsible.
Pero no hay banderas.
En un país en el que estamos acostumbrados a lanzarnos las banderas a la cara, así para empezar, y luego ya preguntamos.
¿Cuántos son en la comisión de respeto? Unos 350 voluntarios. Es la única manera de conseguir mantener algo de civismo y aun así se verán desbordados en el fin de semana, madrugadas ya de por sí complicadas el resto del año en el centro de Madrid. ¿De dónde vienen estos chicos para creerse los hijos de la revolución?, ¿qué idea de la revolución tienen? Eso es lo que me pregunto todo el rato. ¿De dónde venimos? "Queremos sumar cuanta más gente posible, mejor, que nadie se sienta ofendido", nos dice el responsable en cuestión. Todo es "por favor" y "gracias" -probablemente, muchos hayan trabajado en más de un McDonald´s- y en la zona de alimentación se dan bebidas y bocadillos gratis.
Ya no hay cacerolas ni silbatos, solo voces, y no demasiadas. La ira ha pasado y queda algo parecido a un mercadillo de pueblo un domingo por la mañana. Cinco días, insisto, y ni un acto de violencia. Frente a la sede de la Comunidad de Madrid y nada. Todo el mundo ignora el edificio, custodiado al principio por unos 30 policías que esta tarde no son más de 10 y están de charla entre ellos y la gente que pasa. Por supuesto, el sitio está lleno de secreta. Funciona tan bien que uno se plantea si no será esto "Promesas del este" y en realidad los que lo organizan todo son ellos, aburridos como monos porque no hay nada que vigilar.
Se quedarán esta noche y mañana, por supuesto. Yo no iré porque soy un formalista y respeto la jornada de reflexión. Pero ellos se quedarán. Una de las propuestas de la asamblea fue que ese día no hubiera ni un mensaje electoral. Bueno, la propia acampada en sí es un enorme mensaje electoral. Los turistas pasan y sacan fotos. Yo no iré pero no quiero que los echen a palos ni a rastras. Diego, tampoco. Estos chicos LOGSE, los chicos LOGSE de los que nos hemos burlado todos durante años, los que han tenido que escuchar toda su vida que estaban mal educados, que eran tontos e irresponsables, vagos y perezosos, han conseguido protestar sin violencia durante cinco días. En España, eso es un hito.
Mientras, nosotros, los inteligentísimos y cínicos chicos BUP y COU les miramos con cara extraña, casi paternal, sabedores de que eso jamás se nos podría haber ocurrido a nosotros, aunque nosotros empezamos a sufrir los problemas que ellos, de momento, apenas vislumbran. Y les criticamos sus limitaciones intelectuales, como siempre hemos hecho, mientras ellos -cronopio, cronopio- siguen con sus comisiones y asambleas, sonrientes, flotando sobre el suelo, sintiéndose los hijos de una revolución que no existe, por supuesto, pero que ellos han decidido protagonizarla, digan la realidad, Ortega y Guille Ortiz lo que digan.