lunes, mayo 02, 2011

La muerte de Osama Bin Laden


Y cuando llego a casa, pasadas las once, resulta que han matado a Osama Bin Laden. Me resulta increíble estar viviendo esto en Nueva York, aún más haber estado en Times Square hace apenas media hora, en el centro del universo mientras ese mismo universo aún no conocía la noticia. Querría estar ahora ahí, desde luego. Es un momento histórico, supongo, y desde luego un momento como para vivirlo aquí, aunque por supuesto la palabra "retaliation" cuelgue sobre la ciudad y las alertas, indudablemente, subirán en los próximos días.

Inés y Amy están tan excitadas como yo, así que ponemos en el ordenador el discurso de Obama anunciando la operación. Obama dedica el toro a los muertos del 11-S y a sus familiares, se arroga en primera persona todas las decisiones -clave interna- y las asocia a la "justicia" como concepto, como valor que su país defiende, como una muestra de "lo que somos". Yo, que pienso como europeo, me veo venir el aluvión de críticas. No porque piense que el mundo es peor con Osama Bin Laden muerto o que a Osama hubiera que darle alguna presunción de inocencia. No lo pienso. Vas a detenerle y si no puedes detenerle -que supongo que no bastaría con entrar con una orden judicial- por supuesto le matas a tiros. Eso es así, lo siento pero no me escandaliza.

Ahora bien, no sé hasta qué punto matar a alguien es justicia o un fracaso de la justicia. De verdad que no lo sé, ustedes oirán de todo las próximas horas, yo estaré durmiendo. Tampoco creo que matar a alguien exprese ningún valor de los Estados Unidos o ninguna esencia. Yo adoro los Estados Unidos, nunca lo he ocultado y me ha costado alguna enemistad, incluso alguna chica, pero hay algo que me chirría ahí: el asesinato de un culpable tiene algo de "ojo por ojo" que desde Europa no se entiende. Desde EEUU seguro que sí, fin del análisis.

En fin, yo quería hablar de todo lo demás, y no de las alertas, la seguridad y un cierto miedo burgués del turista en Nueva York justo cuando Nueva York vuelve a ser el centro de todos los debates y los recuerdos. Quería hablar del Molly' s, un bar irlandés maravilloso, en la esquina de la 3 Avenida con la 23 y donde un camarero nos habla de Madrid y de la calle O' Donnell, que le hace mucha gracia. Quería hablar del concierto de Inés, vamos, del concierto donde tocaron la pieza de Inés y mi difícil relación con la música dodecafónica, propia de un paleto pre-Schoenberg.

O de los partidos de la NBA: los Grizzlies metiendo mano a los Thunder y los Heat dominando a los Celtics. La maravillosa banda sonora que nos pusieron a la Chica Portada y a mí en la 51 con la Quinta y mi cara de absoluto asombro al volver andando por Times Square, completamente aturdido y fascinado por el neón y la verticalidad. "Seguro que nunca me has visto tan asombrado", le digo, y ella reconoce que no, que nunca me ha visto así, sin terminar de entender que un tío que va tanto de complicado acabe siendo tan desoladoramente simple.

Hablamos de las noches pasadas, como es normal, y paramos en un McDonald´s a comer algo que llaman Nuggets de Pollo pero que es una masa informe recubierta de otra masa recalentada. Un error, en definitiva. A la vuelta, en metro, el río estaba precioso. Un señor llevaba tres ratas de colores subidas a su cabeza. La Chica Portada dice que son ratas, yo creo que podían ser ratones. Pero no me hagan mucho caso.

Y, bueno, pues que cuando dejo atrás Lincoln, entro en Ocean Avenue, subo los seis pisos en ascensor y miro a ver cómo han quedado el Osasuna y el Getafe, me encuentro con un acontecimiento histórico. Mi vida es cada día más extraña y no lo digo con tristeza pero tampoco con demasiado entusiasmo.