El que quiera resumir estos tres primeros años de Guardiola como entrenador en un solo partido tiene una amplia variedad donde elegir. Probablemente, ninguno tenga la importancia ni el significado de la victoria en la final de la Champions League ante el Manchester United, en Inglaterra, contra el campeón de la Premier, después de una exhibición de fútbol que aparca por completo cualquier otra consideración conspiranoica a la que sin duda todos hemos dedicado demasiado tiempo.
El Barcelona salió al césped de Wembley como favorito relativo: sus resultados en los últimos años, incluida una victoria ante el propio United hace dos años en Roma, le colocaban como mejor equipo en las apuestas, pero sus últimos partidos no invitaban demasiado al entusiasmo: había acabado la liga justo de combustible, perdió la final de Copa y se clasificó para la final después de unas semifinales agotadoras en todos los sentidos. A esa incertidumbre había que añadirle el tiempo sin jugar de sus estrellas. ¿Se beneficiarían los Iniesta, Xavi, Messi, Villa y compañía de los 20 días sin partido oficial o al contrario, eso les habría hecho perder el ritmo competitivo?
Los primeros minutos hacían pensar lo segundo. Igual que en Roma, el United salió a por todas y apretó muy
arriba con un omnipresente Park y un revoltoso Chicharito Hernández, llamado a volver loco a la defensa blaugrana, donde Mascherano volvía a jugar de central y Abidal era el elegido para ocupar el lateral izquierdo. El Barcelona tardó mucho en ensamblar su juego y durante esos minutos pareció realmente frágil: pérdidas en la salida del balón, posesión en campo propio, desajustes en velocidad y colocación que obligaron a Valdés a dos salidas arriesgadísimas…
Sin saber muy bien cómo, se fue recuperando. Pasa siempre. O casi siempre. De repente, el equipo se adelanta diez metros, el rival queda hipnotizado ante la circulación del balón y cuando te quieres dar cuenta, el Barça ha monopolizado los últimos cinco minutos de posesión y está jugando en tu campo. Sin apariencia de peligrosidad, como si fuera lo más normal del mundo. A partir del minuto 15, el Barcelona no encontró freno. Xavi tomó el mando del encuentro y ya no lo soltó. Junto a él, formidable, Iniesta, y, una vez más, Messi.
Lo del argentino es de otro mundo. No es ya que se inventara el segundo gol de un zurdazo desde la frontal o que iniciara la jugada del tercero con un regate imposible en falsa posición de extremo. Lo impresionante de Messi, ya lo hemos dicho varias veces aquí, es su relación con el juego, su participación constante, en cualquier posición, dejando al compañero siempre en mejor situación que cuando dio el pase. Primero trató de asociarse con Alves por la derecha, pero el brasileño acusó cierta tensión en su primera final de Champions, después lo intentó con Villa y finalmente encontró acomodo en zona de tres cuartos esperando tranquilamente los pases de Xavi para cambiar de velocidad.
Así, el Barça empezó a rondar el gol, con oportunidades más o menos claras que culminaron en un pase sensacional de Xavi que Pedro culminó a la perfección. El canario hizo lo que mejor sabe hacer: presionar todo el partido, caer a las dos bandas dejando espacios por el centro… y aparecer desde la nada, incontrolado, para definir al palo corto de un Van der Sar que no tuvo nunca opción a la estirada y quedó de rodillas en el suelo.
Parecía el principio de una noche como la de Roma, pero no fue así: a los pocos minutos, el United replicó. No fue mediante el juego sino en un relámpago fruto de una jugada que le ha costado muchos goles al Barcelona pero a la que no renuncia como no renuncia al resto de su juego. Un intrascendente saque de banda a la altura del área propia se intenta jugar hacia adelante en vez de darle la pelota a un central o al portero para que la tire al medio del campo, el balón lo recupera inmediatamente el rival y en una jugada colosal de Rooney y Giggs, la estrella de la selección inglesa pone el balón en la escuadra.
El remate vino precedido de un fuera de juego del galés al recibir el balón, pero son errores por milímetros que no empañan ni la gran factura del gol ni el error inicial del Barcelona al empeñarse en construir en su propio campo y desde un saque de banda.
Pudo ponerse nervioso el Barcelona pero no lo hizo: ni siquiera cuando, al empezar la segunda parte, falló varios acercamientos bastante claros. Había llegado el momento del rodillo: Busquets recuperaba, Xavi e Iniesta creaban, Villa y Pedro parecían recuperar la chispa y en medio quedaba Messi, libre, en un error colosal de la defensa del Manchester. Park presionó a quien no debía, Vidic le dijo a Evra que fuera a cubrir… pero cuando lo hizo ya era demasiado tarde. Si dejas que Messi reciba con espacios en tres cuartos, prepárate a morir, sea por la vía lenta a base de regates o por la rápida, un zurdazo que Van der Sar no ve, tapado por sus defensas y que se cuela raso casi por la mitad de la portería.
El gol acabó con la resistencia de un equipo inglés que nunca pareció creer en la victoria. El United le juega al Barcelona como el Barcelona le juega al Arsenal, con un respeto enorme y contraproducente. Hasta 17 veces tiraron a puerta los de Guardiola por 3 de su rival. La superioridad fue aplastante, cercana a la humillación. Plantados por completo en campo contrario, con Abidal y Alves casi de extremos incluso en la victoria, el Barça se regodeó en las jugadas hasta que Messi recibió el balón por la derecha, se deshizo de Evra con una jugada imposible y su centro, tras varios rechaces, llegó a Villa en la frontal del área. El asturiano, máximo goleador de las pasadas Eurocopa y Mundial, y fichado para partidos así, puso la pelota con rosca en la escuadra.
Probablemente, su mejor gol de la temporada en el momento necesario y después de varios partidos a un nivel muy bajo que supo superar sin queja alguna por las críticas.
No hubo más partido. El Barça prefirió no hacer sangre y el United no tenía más argumentos que Rooney. La entrada de Scholes mejoró al equipo pero muy ligeramente. Iniesta pudo marcar el cuarto en un remate de fantasía pero Van der Sar no merecía un final así. La superioridad fue tal que Ferguson sonrió resignado y calificó al Barcelona de “el mejor equipo contra el que he jugado nunca”. La elegancia nunca sobra.
El triunfo del Barça supone su cuarta Champions League, tercera en apenas cinco años, y la segunda de Guardiola, que suma ya 10 títulos en tres temporadas y tendrá la oportunidad en agosto de llegar a 12. Si no es el mejor entrenador que ha aparecido en los últimos 30 años, desde luego lo parece.