miércoles, mayo 18, 2011

Acampada en Sol: Nobody expected the Spanish revolution


Por supuesto, ellos necesitan un cronista y yo no voy a ser su cronista, porque no me corresponde. Tampoco voy a echarles la bronca ni a reñirles. Vuelvo de Sol después de muchas horas con una serie de sentimientos encontrados que me resulta difícil de asimilar, creo que lo dije en el anterior post: no creo en sus soluciones pero sí comparto sus problemas. Me parece exagerado hablar de "revolución" y detesto toda esa pomposa retórica asamblearia universitaria. Compañeros. Camaradas. Anticipo su fracaso y en cierto modo, supongo, debería desearlo, porque me siento muy lejos de ellos, de su entusiasmo, de su convencimiento, de su adanismo.

Pero me quedo horas y horas, no puedo evitarlo. Crecí con La Bola de Cristal, pongámoslo así. Yo canalizo mi indignación de otra manera: creo en el sistema democrático representativo, creo que hay opciones políticas que se acercan a lo que yo pienso y creo que, en cualquier caso, este sistema nos permite crear un partido de la nada que defienda las ideas que nos plazcan.

Pero, si rasco, también hay indignación. Incluso en el treintañero profesor filósofo, hay esa sensación de que las cosas no van bien.

"Una generación perdida", decía Strauss-Kahn de la juventud española antes de dedicarse a manosear camareras. Y hay mucho de cierto en eso. Hay muchos abusos en este país. Abusos dentro de un sistema. No quiero vuestra revolución, no quiero vuestra puerilidad, pero quiero vuestra denuncia de los abusos, quiero los controles, quiero unos partidos políticos que se acerquen en algo a un mundo que cambia a una velocidad vertiginosa, quiero una política financiera que no permita los pelotazos ni las especulaciones ni nos lleve a la catástrofe. Capitalista, sí, pero no criminal.

El mundo se ha hecho muy pequeño. Muy, muy pequeño. Se ha atomizado y cada vez se atomizará más. Cada individuo, desde su iPhone puede controlar el mundo. Siente que puede controlar el mundo y que el mundo debe estar a sus pies. Imagínense en España, el país, según Ortega, de la acción directa. Creo, también, que los políticos no se han dado cuenta de eso. Cada individuo se siente cada vez más importante y los políticos le tratan como si fuera cada vez más tonto.

Es muy difícil ser político. En serio. Me sabe mal criticar a un político como me sabe mal criticar a un árbitro: hay que estar ahí, mediando entre millones de intereses, llevándote tú todas las hostias. Como si fuera fácil representarse a uno mismo como para encima representar a millones de ciudadanos. ¡Y acertar! No, no es fácil. En absoluto. Criticar a los políticos es a menudo un vicio gratuito... pero en esta ocasión parece algo necesario. Es complicado pensar un mayor nivel de inutilidad en los dos partidos mayoritarios. Muy complicado. Bajeza moral. Insulto a la inteligencia. Y es dificil confiar en unas organizaciones financieras que se han saltado todas las normas mientras los que regulaban miraban hacia otro lado o ponían la alfombra.

Los chicos de la acampada no tienen ningún futuro. Acabarán envueltos en mil discusiones metafísicas sobre qué es el sistema, qué es la revolución, compañero, ¿qué ponemos en el manifiesto? No, no hay futuro porque su indignación y su juventud  no les permite ver más allá. Ver los 22 millones de votantes que en las pasadas elecciones votaron a PP o a PSOE. Ver la manera de sumar a esos 22 millones, sean de izquierdas o de derechas. La manera de decirles a los gobernantes: "Basta, no sé cómo se soluciona esto, asumo que no es fácil, pero que sepáis que os estoy vigilando, que me quedo aquí hasta que vea que lo intentáis. Que parezca que lo intentáis."

En pocos días hay unas elecciones. Obviamente, votaré. Creo en el voto como elemento de cambio más que en el megáfono. No votaré ni a PP ni a PSOE. Supongo que 22 millones de españoles sí lo harán. Ahí está el nicho: llegar a los descontentos de entre esas decenas de millones. No separar, unir. No crear la subcomisión de la subcomisión, sino simplemente constatar el malestar. Nos reunimos aquí, sabemos que no estamos haciendo historia, no queremos una revolución, no queremos cambiar el sistema, probablemente gobernaréis los mismos... pero os estamos vigilando. No nos tratéis como idiotas.

Eso sería lo ideal. Paseando por una Puerta del Sol moderadamente llena -1000 personas sería optimista, 500 probablemente sería quedarse corto-, uno, ya digo, se pierde entre los sentimientos y la razón. La ausencia de ideas, la simpleza del planteamiento, el evidente tono panfletario de Sindicato de Estudiantes aburre... el entusiasmo por cambiar las cosas, la voluntad de coger el toro por los cuernos, la constatación de que esta generación no se va a quedar callada, invita al optimismo.

Están indignados. Bueno. No debería ser el primer paso, pero es el que ha sido. Ahora, tienen que ver qué hacen con los no indignados y no apelar al grito sino a la inteligencia. No sé si lo harán. No lo creo. Pero me encantaría que lo consiguieran. En el fondo, ya lo saben, soy un extravagante. Y mucho peor que eso, otro adolescente.

En cualquier caso, está bien estar ahí. Se aprende incluso del que necesita aprender. Es fácil decir que somos más listos que ellos. Probablemente lo seamos. Bien, hagamos ahora nosotros algo. Sensato e inteligente. Ese es nuestro reto. Quedarnos sin más deleitándonos en su falta de ideas y en su entrañable adolescencia sí que no sirve para nada.