Sadam hace bien en invocar el Corán y gritar el nombre de Alá cuando escucha su condena. Invita a pensar que la pena de muerte se le impone simplemente por el hecho de ser musulmán.
Es un buen acto cara a la galería.
El público occidental ya está entregado -el europeo, por concepto, no puede aceptar que alguien muera en la horca, sea quien sea, y no es mal concepto, lástima que sea tan abandonado en la práctica de cientos de países llenos de horcas, lapidaciones y decapitaciones- y es una buena oportunidad para congraciarse con los terroristas.
Porque Sadam, generalmente, y pese a la información de la CIA, nunca ha tenido una vinculación demasiado estrecha con el islamismo ni con sus grupúsculos terroristas. No hablaba de hermanos musulmanes cuando atacaba Irán ni cuando invadía Kuwait. De hecho, Al Qaeda se refirió en su momento al dictador iraquí como "un infiel".
Ya se sabe, Al Qaeda y sus cosas.
Así que, en esas estamos, la muerte de Sadam supondrá una derrota más del mundo occidental, incapaz de aplicar sus valores con todas las consecuencias. Lo curioso es que se entenderá como un triunfo estadounidense y, de hecho, su torpísimo presidente correrá a felicitarse por la decisión. Todo lo contrario: es la constatación de que Irak no está bajo el control estadounidense.
De estarlo, Sadam moriría en la cárcel, oculto, prisionero, rebajado... no serviría de icono colgante para generaciones de "insurgentes" -permítanme el eufemismo-. Como mucho, y por una especie de orgullo vaquero, lo freirían en la silla. Método Florida.
No siento ninguna pena por el sufrimiento y la muerte de Hussein. No la sentiría por la de Pinochet o Videla. Simplemente, es una cuestión de barbarie y civilización y en cuál de los dos conceptos encaja la horca.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
Hace 12 horas