
De esas 47 victorias, dos han venido ante Nadal, precisamente. Una le sirvió para ganar su cuarto Wimbledon consecutivo, la segunda (6-4, 7-5) le ha colocado en la final del Masters. Un partido precioso, intenso, emotivo, no había más que ver la cara de Federer cuando su revés tocó la línea y cómo ambos jugadores se sonreían al darse la mano.
Hay que agradecerle a Nadal lo hecho este año. Su temporada ha sido muy buena: cinco torneos, entre ellos Roland Garros, Roma y Montecarlo, más la final de Wimbledon, semifinales del Masters, cuartos de final del US Open. Es, indiscutiblemente, a los 20 años, el mejor jugador español desde los tiempos de Santana y Orantes.
Pero, si bien para considerarle el mejor de la Historia, a Federer aún le falta Roland Garros, lo cierto es que cuando alguien juega en un mismo año las cuatro finales del Grand Slam, la final del Masters, otras seis finales de Masters Series y cinco más de propina para un total de 16 finales y, de momento, 11 victorias, es muy difícil negarle que ha jugado la mejor temporada humanamente posible.
Lo dicho: 17 torneos jugados, 16 finales, 11 victorias a falta del partido contra Blake del domingo, 91 partidos ganados y 5 perdidos, ante únicamente dos rivales distintos.
Apunten esos números porque no los van a volver a ver en mucho tiempo.