jueves, diciembre 11, 2008

Noche de la felicidad con Lichis y Luis Livingstone

Da gusto cuando todo el mundo está de buen humor. Cuando Lichis está sobrio y nos regala una canción tras otra en el Búho Real, sin piedad. Cuando me dedica "Hotel Lichis" una vez más y yo digo aquello de "esto es como si Roger Federer me hubiera dedicado Wimbledon" y me acuerdo de todo: me acuerdo de otoño de 2005 y de hasta qué punto aquellas canciones eran mis canciones como las canciones de antes -las de las plantas, las de la felicidad, las de entre lo que aún no sé y lo que no quiero saber...- fueron mis canciones de 2003, 2006, 2008...

Da gusto la cara de satisfacción de Álvaro Vázquez, mi compañero de Repite Mojito, repitiendo "es un genio", "es un genio" después de cada canción y cantar con él en medio todos los estribillos, los dos estremecidos por ver al Búho entero botando y cantando y desmadrado con "El hombre lobo y la mujer pantera", una canción que a mí me parece regular, pero que pachanguera es y mucho.

Da gusto que Vicky cumpla años, aunque ponga cara de cierta tristeza, y yo quede en llamarla para tomar algo porque consigo convencer a Arantxa de que se venga al Colonial a otro concierto con otra gente, y da gusto que Arantxa venga como da gusto ver a la Chica Portada tan guapa y tan contenta, tocando el teclado con su padre en el concierto clandestino de Luis Livingstone.

Da gusto dejarse llevar por la nostalgia y recordar anteriores clandestinos y ver cómo hemos cambiado todos, pero cómo seguimos consiguiendo, de vez en cuando, repetir noches como estas en las que todos sonreímos y nos ponemos a bailar "La Chica Ye-Ye" o los éxitos de La Década Prodigiosa o Shakira -"fue una tortura perderte"- y esperamos tranquilamente, satisfechos, sin excesos, a que pasen las horas -porque las horas pasan de la manera más tonta-.

Da gusto que Vicky coja el teléfono aún a esas horas, aún para decir que al final no hay celebración pública sino privada, aún para mirarnos los tres a la cara y reconocer que por esa noche basta, que nos tenemos que rendir.

Y da gusto, incluso, que nos rindamos con tanta elegancia, con cierta esperanza de que, mientras dure, merecerá la pena.